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LA HUMILDAD

(CC. 18; 24; 52)

Etimológicamente, la palabra “humildad” procede del latín “humus”:


lodo, tierra. La función del “humus” es estar escondido debajo para dar vida a
las plantas y a los árboles que crecen sobre la tierra. Por lo tanto, la humildad
invita a estar debajo, escondido, pero con el objetivo de dar vida. Esa es la
misión del siervo. Por aquí va también la “kénosis” de Jesucristo, que “siendo
rico se hizo pobre” y que “se despojó de su rango, haciéndose uno de tantos” (Filp 2, 5-
8).

No es fácil comprender en profundidad esta virtud vicenciana que forma


parte de nuestro espíritu, entre otras razones porque ha habido una evolución
grande desde San Vicente hasta nuestros días. Resulta imprescindible comenzar
por ver cuál fue la práctica en San Vicente. Esto puede iluminarnos para
comprender después lo que dijo de ella.

PRÁCTICA DE SAN VICENTE


Temperamentalmente, San Vicente no era humilde ni sumiso. Era
ambicioso, emprendedor. Recordemos, por ejemplo, su afán por abrirse camino
al éxito en los primeros años de su vida sacerdotal; o aquel “negocio cuya
temeridad no me permite nombrar”; o su deseo de realizar el sueño de un “honesto
retiro”. A pesar de esto, nos encontramos con la siguiente afirmación: “soy un
gran pecador”. San Vicente debió pronunciar esta frase innumerables veces, si
tenemos en cuenta que sólo entre los años 1638 y 1650, los copistas de sus
conferencias la registraron 105 veces. La lectura de los textos vicencianos sobre
la humildad y la práctica de la misma por el propio San Vicente sorprenden. No
se llega a comprender bien las razones que San Vicente tuvo para humillarse de
la manera como lo hizo, considerándose como “ignorante” (XI, 432, 579), “tonto”,
“estúpido”, “una bestia pesada” (XI, 177-178), “bribón”(X, 235), “porquerizo” (II, 9,
142), “ruin” (I, 422), etc. En una ocasión llamó la atención a un Hermano. Y lo
hizo con cierta aspereza, tal vez a causa de su carácter colérico. Lo cierto es que
en el momento de la cena, él se arrodilló delante de toda la comunidad y,
dándose golpes de pecho, se declaró el “más vil de todos los humanos”. Debajo de
toda esa teatralidad (muy propia de su procedencia gascona), pedemos percibir
a una persona que busca la humildad.

Uno de los acontecimientos que le debió marcar definitivamente en su


aprecio y vivencia de la humildad fue la acusación de robo por parte del juez de
Sore. Conocemos la historia: en el 1609 Vicente tuvo que venir a París. Como su
situación económica no era próspera, compartió habitación con otra persona, en
este caso con un juez de provincia. Un día se encontró indispuesto y decidió
guardar cama mientras el juez salió, como de costumbre, a gestionar sus
asuntos. Un muchacho de la farmacia más próxima le trajo los medicamentos
que necesitaba. Este joven aprovechó un descuido de Vicente para quedarse con
400 escudos que resultaron ser del juez ausente. Cuando éste regresó por la
tarde, echó en falta su dinero y, sin más, culpó a voz en grito, al enfermo

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Vicente. Vicente no encontró argumentos para defenderse. Sólo se contentó con
decir: “Dios sabe la verdad”. No quedó todo ahí: el juez, a través de un
monitorio, consiguió que durante tres domingos seguidos a Vicente se le
acusase de ladrón en todas las Iglesias de París. San Vicente no se sublevó
contra esa humillación pública, que le hizo entrar en la comunidad de los
pobres, y que saben remitirse a Dios más allá de todas las sentencias y
apreciaciones de los hombres.

Las dos grandes experiencias que vivió en el 1617 fueron decisivas en


cuanto a descubrir su papel preciso y su saber actuar en humildad: ser pobre
con los pobres que pasan hambre (Chatillon) y con los pobres que no son
evangelizados (Gannes-Folleville). Es decir, el descubrimiento de su vocación
con los pobres llena el corazón de San Vicente de una necesidad de servicio y de
una caridad heroica, las que hacen que quien quiera ser el primero se convierta
en servidor de todos: la humildad es una disposición para servir. Y él la
aprendió bien de la vida.

Digamos una palabra sobre la humildad de la Comunidad, porque tal


vez el aspecto más original de su humildad lo encontramos ahí. Sabemos que
los religiosos de su tiempo apenas ofrecieron testimonios positivos de
edificación. Los santos eran numerosos, pero las comunidades estaban un tanto
relajadas. La falta de humildad en las comunidades fue una de las causas de la
mala relación de éstas con la jerarquía eclesiástica.

San Vicente entendió bien el problema. Y por eso quiere que la


comunidad, lo mismo que el individuo, se aplique a sí misma la definición de
humildad: “anonadarse delante de Dios y destruirse a sí misma para colocar a Dios en
el corazón” (XI, 587). Cuando la comunidad estaba en sus comienzos, temía que
se agrandara demasiado (cf. I, 343). Por unos veinte años no se atrevió a pedir
por la propagación de aquella obra, ya que la Providencia era la que tenía que
proveer. Sólo las necesidades de las obras emprendidas y su propia reflexión
sobre el Evangelio le convencieron de que la humildad podía armonizarse con
su crecimiento (cf. V, 439). Pero cuando las intrigas se cernían sobre la
Congregación, se mantenía firme en exigir una actitud llena de fe (cf IV, 370-
371). Aconseja muchas veces a sus misioneros alegrarse al ver las fundaciones
de otras comunidades, al encontrarles trabajando en su propio sector pastoral,
el verles tener más éxito que ellos. Llega a recomendarles una mayor estima a
las otras comunidades que a la Misión y no hablar jamás en su desfavor.

Por el contrario, reservaba a sus dos comunidades el mismo tratamiento


que se daba a sí mismo. La Congregación de la Misión era “la pequeña”, “la
despreciable”: “puñado de gente, pobres de nacimiento, de ciencia y de virtud, la
escoria, la basura y el desecho del mundo” (cf. XI, 698). Al lado de otras
Congregaciones, era un conjunto de “pequeños espigadores que van detrás de los
grandes segadores” (cf. XI, 747).

Las dudas de San Vicente para permitir la publicación de escritos que


dieran a conocer a la Congregación de la Misión es típica. Por eso no quiso que

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se imprimieran las “relaciones” de los misioneros de Madagascar, temeroso de
movimientos de complacencia por esta publicación de las gracias de Dios. Y se
llevó el gran disgusto de su vida cuando se publicó un opúsculo del misionero
Guillermo Delville sobre las características de la Congregación: “He sentido un
dolor tan sensible por ello que no puedo expresárselo, ya que es una cosa muy opuesta a
la humildad andar publicando lo que somos y lo que hacemos. Si hay algún bien entre
nosotros y en nuestra manera de vivir, es de Dios y Él es quien tiene que manifestarlo si
lo cree conveniente. En cuanto a nosotros, que somos una pobre gente, ignorantes y
pecadores, tenemos que ocultarnos como inútiles para todo y como indignos de que
piensen en nosotros...” (VI, 169 – 170). No es fácil comprender la humildad en San
Vicente.

¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué esta tendencia a humillarse y a


rebajar todo lo suyo?. Se pueden hacer varias hipótesis: por la suma admiración
que el Santo tuvo de la humildad del Hijo de Dios; porque así evitaba todos los
obstáculos a la acción de Dios; porque era la manera de frenar su orgullo ante el
éxito de sus obras y ante la estima de su persona; por los otros muchos valores,
personales, comunitarios y apostólicos que vio en la humildad.

En esta búsqueda de explicación, creemos que el contacto con el


Cardenal Berulle fue decisivo para su transformación apostólica y para su
humildad. De él aprende la necesidad de humillarse, hasta el punto de vaciarse
de sí y hacer morir el amor propio. Ante los éxtasis y los fenómenos
extraordinarios, San Vicente, siguiendo a Berulle, mantendrá siempre una
reserva porque a su parecer constituye un peligro, sutil pero real, la vivencia de
la humildad. La conformidad con la voluntad de Dios y la confianza en la
Providencia serán para él orientaciones claras para progresar en la humildad.
En efecto, quien esté atento a cumplir la voluntad de Dios terminará
olvidándose de sí mismo y adoptando las razones y el punto de vista de Dios.

Una segunda razón creemos que hay que buscarla en la admiración de


San Vicente por la humildad de Jesús. Ésta quedó bien reflejada cuando dijo:
“Si hubiéramos hecho su anatomía..., habríamos encontrado, sin duda, que en el corazón
adorable de Jesús estaba allí especialmente grabada la santa humildad y quizás, no creo
que exagere al decirlo, con preferencia sobre todas las demás virtudes...” (XI, 485-486).
Para San Vicente la vida de Jesús no fue sino una serie de ejercicios de
humildad: “una humillación continua, activa, pasiva; Él la amó tanto, que no se
apartó nunca de ella en la tierra...después de su preciosa muerte, y que nos dejó como
monumento inmortal de las humillaciones de su persona divina, el crucifijo... ¿Por qué
te entregaste a ese envilecimiento supremo? Porque conocías la excelencia de las
humillaciones y la malicia del pecado contrario” (XI, 486).

¿CÓMO ENTENDÍA SAN VICENTE LA VIRTUD DE LA HUMILDAD?


Para él la humildad consiste, ante todo, en reconocer que todo bien
procede de Dios y, por lo tanto, la persona no debe apropiarse la autoría de
nada bueno, sino remitirlo directamente a Dios. “Tenga mucho cuidado en
atribuirse nada a sí mismo. Si lo hace comente latrocinio y causa injuria a Dios, que es
el autor de todo lo bueno”, escribe a Santiago Pesnelle el 15 de octubre de 1658

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(VII, 250). Por lo tanto, la humildad, por una parte atribuye a Dios el origen de
todas las buenas acciones, y por otra, invita a la persona a reconocer su bajeza y
su naturaleza pecadora (cf. RC II, 7).

Desde esta concepción, San Vicente llega a la conclusión de que la


humildad invita a vaciarse de sí mismo (cf. V, 510), a querer ser ignorado por lo
otros (cf. VII, 268; IX, 752, 771), a evitar el aplauso del mundo (cf. I, 495), a
quedarse en el último lugar (cf. IX, 545), a amar la vida oculta (cf. IX, 609), a
estimar a los demás más dignos que a uno mismo (cf. IX, 284). En este sentido,
es una virtud no sólo individual sino también comunitaria. Por sentido de
humildad, se debe considerar a nuestras dos Compañías como las últimas de
todas (cf. IX, 284, 808; XI, 746).

San Vicente apunta muchos motivos para practicar la humildad.


Advierte, por ejemplo, que Jesús fue humilde y que se sentía dichoso de ser
considerado el último de los seres humanos (cf. I, 235; XI, 279). Los Misioneros y
las Hijas de la Caridad tendrán que imitar esta virtud de Jesús. Por eso, para
ellos es una de las características que tendrán que aprender a vivir (cf. IX, 1069).
Otra razón es que los santos fueron también humildes: “Es la virtud de Jesucristo,
la virtud de su santa Madre, la virtud de los santos más grandes y, finalmente, es la
virtud de los Misioneros” (XI, 745). Otros motivos que apunta San Vicente para
practicar la humildad: la humildad es el origen de todo el bien que podemos
hacer (cf. IX, 604), es el arma con que venceremos al diablo pues el diablo y el
orgullo son la misma cosa (cf. IX, 632), no podemos perseverar sin humildad
aunque es más fácil pensar en ella que practicarla (cf. XI, 743). Si la Compañía
posee la humildad será un paraíso: “¿Qué será de la Compañía si vivís en
humildad? Haréis de esta pequeña Compañía un paraíso, y la gente dirá que éste es uno
de los grupos más felices en el mundo” (IX, 1000).

San Vicente habla también de medios para adquirir la humildad. Entre


otros presenta los siguientes: hacer actos de humildad cada día (cf. IX, 609),
confesar las faltas en público y aceptar las advertencias de otros (cf. V, 152),
desear que se nos llame la atención (cf. IX, 351), orar a Nuestro Señor y a la
Virgen María como modelos de humildad (cf. IX, 609), reconocer que todos
tenemos nuestras faltas para poder así excusar a los demás (cf. IX, 999). Los
superiores deben comportarse de tal manera que nadie se de cuenta de que son
superiores (cf. XI, 238).

LA HUMILDAD EN LA SAGRADA ESCRITURA


Los sentimientos de la humildad en los salmos, reflejo del sentir del
pueblo de Israel, son muy abundantes. La humildad es para el buen israelita la
virtud que se opone a la vanidad y, en niveles más profundos, a la soberbia (cf.
Prov 3,7). La humildad se muestra viva en la historia de la salvación. El pueblo
de Israel reconoció el poder de Dios, la supremacía y centralidad de Dios en la
historia. Esta supremacía de Dios era el fundamento del comportamiento del
pueblo.

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En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús sobre la humildad y los
ejemplos que de esta virtud trasmitió, han hecho que la virtud de la humildad
sea una virtud profundamente cristiana. No ha habido seguidor de Jesús que no
haya estimado la práctica de la humildad, movido por el deseo de imitar a Jesús
humilde, que lo fue hasta un grado difícil de comprender, si no es desde la fe.

Jesús vivió la humildad social, es decir, vivió dentro de un contexto


social humilde. Prefirió tratar con los humildes: la mayor parte de la gente que
lo siguió era humilde. La proveniencia social de sus discípulos más afines era
humilde: se dirigió con su predicación y gestos, con preferencia a los pobres, a
los humildes por excelencia, y los proclamó bienaventurados (cf. Mt 5,4). Dio
gracias al Padre porque su mensaje era bien captado por los humildes y
sencillos, mientras que se lo ocultaba a los sabios de este mundo (cf. Mt 11, 25).

Jesús se constituyó maestro de humildad: “aprended de mi que soy


humilde...”(Mt 11, 11). “Quien se humilla, será ensalzado y quien se ensalce, será
humillado” (Mt 23, 12; Lc 18, 14). “Cuando seas invitado, siéntate en el último
lugar...”(Lc 14, 10). Dio ejemplo lavando los pies a sus discípulos (cf. Jn 13).
Pero, sobre todo, la gran humildad de Jesús consistió en estar pendiente de la
voluntad del Padre en todo: “Padre, hágase tu voluntad y no la mía” (Lc 22, 41).

San Pablo vio a Jesús profundamente humilde. San Pablo fue, sin duda,
el que entendió la humildad de Jesús y el que mejor la ha expresado: “Siendo
Dios, se hizo hombre... siendo Señor, se hizo esclavo...Murió, muerte en la Cruz” (Flp 2,
6). Aconsejó tener los mismos sentimientos de Cristo humilde: “tened los mismos
sentimientos de Cristo, quien se anonadó hasta la muerte...” (Flp 2, 5-8). Puso de
manifiesto distintas facetas de la humildad. La humildad se opone a la vanidad
y a la soberbia (cf. Rm 12, 3, 16). La humildad permite reconocer que todo lo
que uno tiene lo ha recibido de Dios (cf. I Cor 4, 7.9). La humildad es para San
Pablo fruto del Espíritu (cf. Gál 5, 22). La humildad hace que la persona se dé
cuenta de que no puede nada por sí misma (cf. Gál 6, 3). Para San Pablo, la
humildad tiene también proyección social. Además de buscar los intereses de
los otros, se pone en el último lugar (cf. Flp 2,3; I Cor 3,12).

San Juan contempló a Jesús humillado, cuando lavó los pies a sus
discípulos: “Siendo vuestro Señor...” (Jn 13,14). Consideró la virtud de la
humildad como la creadora de la disponibilidad para el servicio: “lo que he hecho
con vosotros, siendo vuestro Señor y Maestro, hacedlo vosotros también” (Jn 13,15).

San Pedro sacó de la contemplación de la humildad de Jesús la


conclusión de que el humilde busca más los intereses de los otros que los
propios (cf. I Pe 32,8). San Pedro aconsejó inspirarse mutuamente en la
humildad: “Inspiraos mutuamente en la humildad, porque Dios resiste a los soberbios,
pero a los humildes da su gracia. Humillaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios para
que os exalte en el tiempo oportuno” (I Pe 5, 5-6).

No podemos menos de pensar en la humildad de María, teniendo en


cuenta, no sólo el canto del Magníficat, “Miró la pequeñez de su esclava... Derribó a

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los poderosos y ensalzó a los humildes” (Lc 1, 52), sino la presencia de María en la
vida de Jesús y el papel humilde, desde el punto de vista social, que le tocó
desempeñar principalmente en los momentos de la muerte de su Hijo.

¿CÓMO PRESENTAR HOY LA VIRTUD DE LA HUMILDAD?


Para San Vicente la humildad es una virtud valiosa por la suprema
razón de que a Dios le agrada y Jesucristo la practicó y la recomendó.
Vicente demuestra la humildad de Jesucristo en el despojamiento de su
rango; en la elección de su madre, así como el lugar y las circunstancias para
nacer; en la recomendación que hace a aquellos que cura de no publicarlo;
en el trato con la gente y con los apóstoles, especialmente en el lavatorio de los
pies; en la actitud ante los tribunales que le acusan... (cf. XI, 279; I, 235, 527...).
A nuestra sensibilidad moderna nos resulta difícil aceptar el lenguaje que
utiliza San Vicente al hablar de la humildad. Sentimos una especie de
escalofrío cuando se llama a sí mismo el peor de todos los pecadores y
cuando dice que su comunidad es la mas infeliz de todas. Sin embargo,
dejando a un lado su lenguaje, propio del siglo XVII, Vicente entiende la
humildad como una virtud evangélica totalmente necesaria para seguir a
Jesucristo y como la "fuente de todo el bien que hacemos" (IX, 603).

El P. Maloney, consciente de la dificultad del lenguaje de Vicente por lo


que se refiere a esta virtud, ha articulado una nueva formulación buscando,
lógicamente, ser fiel al pensamiento de fondo de San Vicente. Entre otras
afirmaciones entresacamos las siguientes para comprender hoy la humildad:

* La humildad es reconocer nuestra condición de criaturas y de


redimidos, y admitir que ambas cosas son dones de Dios. En realidad, todo
lo que tenemos lo hemos recibido de Él, porque con la vida se nos ha dado
todo. "En verdad, Tú has formado mi ser; Tú me formaste en el vientre de mi madre",
dice el Salmo 139, versículo 13. San Pablo, por su parte, afirma nuestra total
dependencia con Dios en una frase que no puede ser mas redonda: "En Él
vivimos, nos movemos y existimos" (Act 17,28). Y además de ser criaturas, somos
pecadores que hemos tenido la inmensa suerte de ser redimidos por el amor
gratuito de Dios: "Todos han pecado -dice Pablo- y todos han sido privados de la gloria
de Dios. Pero ahora, todos han sido justificados sin merecerlo por gracia de Dios y por la
redención obrada en Cristo Jesús" (Rm 3,23-24). La Constitución 18 a va en esta
misma dirección al afirmar que la "humildad les hace tomar conciencia de los dones
recibidos de Dios". La Hija de la Caridad que tiene conciencia de criatura, frente
a Dios su Creador, que se sabe pecadora pero redimida, y que siente la
necesidad de Él para vivir y desarrollar su vocación, se puede decir que es
una persona humilde.

Tal vez por una reacción distorsionada ante el excesivo énfasis que se
daba en el pasado al pecado, la mente moderna tiene dificultad en mantener el
sentido de pecado. Sin embargo, si estamos alerta, veremos que el pecado se
manifiesta de maneras muy variadas en nuestra vida: en nuestros prejuicios, en
la tendencia a clasificar a otros indiscriminadamente, en el hablar con ligereza de

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los aspectos negativos de los demás, en nuestra desgana por la oración, en
nuestra incapacidad de ser dinamizados por los valores evangélicos, en la
selección interesada que hacemos de los textos evangélicos, en nuestra falta de
disposición para compartir lo que tenemos con los pobres, en nuestra falta de
ganas en renunciar al poder y solidarizarnos con los necesitados, en nuestra
complicidad con las estructuras sociales injustas. A pesar de todo eso el Señor
nos perdona con amor y nos da el vivir en Cristo Jesús. No nos salvamos por las
obras que hacemos, sino por el don de Dios a través de Cristo Jesús (cf. Gal 2, 21-
22). Si no fuera así, la gracia no sería gracia (cf. Rm 11,6).

* La humildad es reconocimiento y gratitud por los dones recibidos.


Como todos sabemos, Santa Teresa definió la humildad en términos de
"verdad". San Vicente no se sitúa lejos, al afirmar que "la humildad y la verdad
se avienen muy bien juntas". La persona humilde, como María en el canto del
Magníficat, (cf. Lc 1,46-55), sabe reconocer la verdad en todas las dimensiones
de su persona, y además lo hace sin afectación y con sencillez. Así, la verdad
en el terreno espiritual es que uno, como criatura que es, depende de Dios,
su Creador. De esta percepción profunda de la vida, brota necesariamente la
acción de gracias. En la dimensión temporal, la verdad es que cada persona
cuenta con cualidades y defectos: la humildad nos lleva, por una parte, a
reconocer las unas y los otros. Los defectos para perdonárnoslos (como
admirablemente hace Dios con nosotros) y, al mismo tiempo, intentar
superarlos. Con respecto a las cualidades, la virtud de la humildad nos lleva
a reconocer de dónde vienen, a agradecer a quien nos las ha dado y a
entender para qué se nos han concedido (para ponerlas al servicio de los
demás, cf. I Cor 12,4-24).

La persona humilde reconoce que todo es don y gracia, a la vez que evita el
hacer comparaciones. Recibe la vida con gratitud y deja el juicio a Dios, tal como
nos dice el Evangelio (cf. Mt 7, 1-15). Al orgulloso le gusta comparar. El avaro
necesita tener mucho para poder estar más o menos bien. El orgulloso está
intranquilo cuando alguien tiene más que él. La humildad evita las
comparaciones. Ve el bien en los otros, de la misma manera que lo ve en sí
también. Y por todo ello da gracias a Dios. El orgulloso es incapaz de dar gracias
a Dios desde la sinceridad de su corazón.

* La humildad implica una actitud de siervo. Como ya hemos


visto, este aspecto es central en el Nuevo Testamento, sobre todo para los
que ejercen autoridad (y casi todas las Hijas de la Caridad la tienen): "El que
quiera ser el primero, hágase el último y el siervo de todos" (Mc 9,35). En el Evangelio de
Juan, Jesús enseña esto a sus discípulos con la parábola en acción que es el
lavatorio de los pies: “¿Entendéis lo que he hecho por vosotros?. Me llamáis
Maestro y Señor, pues lo soy. Pero si yo os he lavado los pies, que soy vuestro Maestro
y Señor, también vosotros os debéis lavar los pies unos a otros. Os he dado ejemplo
para que hagáis lo que yo he hecho” (Jn 13,1-17).

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En el número 18 a de las Constituciones se refleja perfectamente
bien esta dimensión de la humildad, al afirmar que la "humildad mantiene
cercanas y disponibles a las Hermanas y a los pobres, en actitud de siervas ". En la
misma dirección, apunta la Constitución 24 d: "Cualquiera que sea su forma de trabajo
-dice- y su nivel profesional, las Hermanas se mantienen ante los pobres en una actitud de
siervas, es decir, en la puesta en práctica de las virtudes de su estado". La humildad,
por lo tanto, no tiene nada que ver con la pasividad ("no hacer ni decir
nada mientras a uno no se lo pidan"), sino con la aceptación gozosa de
sentirse siervo que realiza cosas y gestiona asuntos en favor de los
necesitados. La humildad tiene mucho que ver con la acción, la acción
constructiva y desinteresada.

* La humildad supone hoy dejarse evangelizar por los pobres, “nuestros


amos y señores”, en expresión de San Vicente. Esta idea, presente ya en la iglesia
primitiva y revivida después por San Vicente, recibe un relieve muy particular
en los lugares de mucha pobreza.

Como ministros que somos no sólo debemos enseñar a otros sino también
dejarnos enseñar por ellos. Como lo expresa san Agustín, hay semillas de la
Palabra en todas partes y en todos los hombres. Sólo los humildes pueden
discernir esas semillas. Debemos oír a Dios que nos habla cuando vemos la
facilidad que tienen los pobres en compartir lo poco que tienen, cuando vemos
su agradecimiento hacia Dios por los dones sencillos que reciben de Él, cuando
les vemos esperar contra toda esperanza que Dios proveerá, cuando vemos su
solicitud y respeto hacia nosotros y hacia Dios. Los pobres nos predican con
elocuencia si se lo permitimos.

(Cf. R. MALONEY, El camino de San Vicente de Paúl. Una espiritualidad


para estos tiempos al servicio de los Pobres, Edit., CEME, Salamanca 1993, 50-52; 72-76).

SITUACIONES ACTUALES DONDE VIVIR Y EJERCITAR LA VIRTUD


DE LA HUMILDAD

* En la colaboración con los seglares a nivel de igualdad, y, a


veces, incluso de inferioridad. A muchas Comunidades y a muchas
Hermanas se les presenta hoy la oportunidad de caminar en la dirección
que marcaba la Madre Guillemin hace más de treinta años. "Es preciso pasar
-decía- de una situación de posesión a una postura de inserción; de una posición de
autoridad a una posición de colaboración; de un complejo de inferioridad religiosa a un
sentimiento de fraternidad" (S. GUILLEMIN, Escritos y palabras, Edit, CEME, Sala-
manca 1988, 1059-1060). Es fácil, a nivel teórico, estar de acuerdo con esta
afirmación; en la práctica resulta muy difícil por la tendencia que ha
existido (y puede que aún hoy día persista) en muchas Hermanas a disponer,
organizar, mandar...Sin embargo, hoy resulta necesario disponerse
interiormente para saber colaborar con los laicos. He aquí una tarea propia
de la virtud de la humildad.

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* La revisión de Obras y lo que esto lleva consigo de ir hacia los más
pobres y mejorar continuamente la calidad del servicio. La revisión de Obras
se ha de hacer desde unas posiciones de movilidad afectiva, flexibilidad,
sinceridad, apertura a los cambios, actitud de búsqueda y desinstalación de
lo que "siempre se ha hecho así". Efectivamente, la revisión de Obras no sólo
afecta a la Visitadora y su Consejo. Todas las Hermanas de la Provincia deben
implicarse asumiendo cambios de lugar y de estilo de servicio, renunciando a
seguridades, revisando la necesidad de la Obra y la calidad del servicio...La
humildad lleva consigo la actitud de sierva.

* En la preferencia por los más pobres en toda la extensión de la


palabra. Esta preferencia lleva consigo optar por los servicios que otros no
quieran, poco remunerados, escondidos, sin brillo, sin reconocimiento.
Estos servicios ocultos sitúan en la periferia del poder, donde se da el
riesgo y la conflictividad. Además, la Hija de la Caridad debe hacer esos
servicios, que no prestan otros profesionales, con el añadido de la cercanía
física, ideológica, con dulzura, con cordialidad...

* En la aceptación serena de las limitaciones y debilidades


personales, comunitarias y provinciales. En la conferencia del 18 de Abril
de 1659, San Vicente dice a los miembros de la Congregación que no basta
con que aceptemos las humillaciones de cada uno en particular. Hemos de
aceptarlas en general (cf. XI, 490-491). En esta sociedad nuestra, que busca el
éxito y la eficacia, es signo de humildad la aceptación de nuestra irrelevancia
social, el estar contentos de pertenecer a una Comunidad poco brillante, el no
angustiarnos ante la falta de vocaciones, el envejecimiento...Ser siervos es no
poder hacer grandes cosas, pero sí pequeños gestos y, por supuesto, en
todo y siempre trasmitir ilusión, alegría y esperanza.

* En el esfuerzo constante por vencer el individualismo y la


autosuficiencia; en aceptar constructivamente las críticas y en saber hacerlas
con honradez y valentía, apuntando a metas altas. Aceptar no ser
reconocidos, que atribuyan a otros lo que hacemos pero con toda
normalidad, sin tragedias. Gratuidad sin complejos de héroes; serenidad
frente al fracaso y la incomprensión.

* En el reconocimiento de los valores personales y de los demás,


para ponerlos al servicio de todos sin protagonismos ni retraimientos. "La
verdad y la humildad se avienen muy bien juntas", dice San Vicente. En este
reconocimiento de valores hay que tener muy claro que Dios es el autor de
todo don porque lo es de la vida, y que distribuye los talentos para el bien
común, no para enterrarlos (cf. Lc 19,11-27; Mt 25,14-30). Hay que auto-
estimarse pero con normalidad, sabiendo que Dios es el autor de todo y nos
ha dado todo lo que tenemos para darlo.

* En el servicio o en la actividad misionera se corre el riesgo de ser


dominadores y de ser autosuficientes, de cerrarnos en las propias ideas y

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métodos de servir y evangelizar. La humildad hace que la Hija de la Caridad, al
mismo tiempo que sirve y evangeliza, se deje evangelizar por aquellos a quienes
sirve. Esta disposición para dejarse interrogar y así descubrir a Dios en el
servicio, viene facilitada por la humildad.

* En la vida comunitaria, la humildad tiene su importancia porque


facilita la comunicación, favorece la fraternidad y contribuye al buen
funcionamiento de todo. Evidentemente, cuando las comunidades son plurales
se impone el diálogo intercultural que llevará a un enriquecimiento de todas.
Ahora bien, nada de esto se lograría desde actitudes de superioridad y de
desprecio al otro. Se requiere, como condición fundamental, la vivencia de la
humildad.

 Situaciones propias de vuestra cultura en donde se puede vivir


la virtud de la humildad.

 ¿Cómo se deberá presentar la virtud de la humildad en vuestros


países respectivos para que se entienda? o ¿qué habrá que hacer
para inculturar esta virtud en vuestro contexto cultural
concreto?

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