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Vicente. Vicente no encontró argumentos para defenderse. Sólo se contentó con
decir: “Dios sabe la verdad”. No quedó todo ahí: el juez, a través de un
monitorio, consiguió que durante tres domingos seguidos a Vicente se le
acusase de ladrón en todas las Iglesias de París. San Vicente no se sublevó
contra esa humillación pública, que le hizo entrar en la comunidad de los
pobres, y que saben remitirse a Dios más allá de todas las sentencias y
apreciaciones de los hombres.
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se imprimieran las “relaciones” de los misioneros de Madagascar, temeroso de
movimientos de complacencia por esta publicación de las gracias de Dios. Y se
llevó el gran disgusto de su vida cuando se publicó un opúsculo del misionero
Guillermo Delville sobre las características de la Congregación: “He sentido un
dolor tan sensible por ello que no puedo expresárselo, ya que es una cosa muy opuesta a
la humildad andar publicando lo que somos y lo que hacemos. Si hay algún bien entre
nosotros y en nuestra manera de vivir, es de Dios y Él es quien tiene que manifestarlo si
lo cree conveniente. En cuanto a nosotros, que somos una pobre gente, ignorantes y
pecadores, tenemos que ocultarnos como inútiles para todo y como indignos de que
piensen en nosotros...” (VI, 169 – 170). No es fácil comprender la humildad en San
Vicente.
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(VII, 250). Por lo tanto, la humildad, por una parte atribuye a Dios el origen de
todas las buenas acciones, y por otra, invita a la persona a reconocer su bajeza y
su naturaleza pecadora (cf. RC II, 7).
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En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús sobre la humildad y los
ejemplos que de esta virtud trasmitió, han hecho que la virtud de la humildad
sea una virtud profundamente cristiana. No ha habido seguidor de Jesús que no
haya estimado la práctica de la humildad, movido por el deseo de imitar a Jesús
humilde, que lo fue hasta un grado difícil de comprender, si no es desde la fe.
San Pablo vio a Jesús profundamente humilde. San Pablo fue, sin duda,
el que entendió la humildad de Jesús y el que mejor la ha expresado: “Siendo
Dios, se hizo hombre... siendo Señor, se hizo esclavo...Murió, muerte en la Cruz” (Flp 2,
6). Aconsejó tener los mismos sentimientos de Cristo humilde: “tened los mismos
sentimientos de Cristo, quien se anonadó hasta la muerte...” (Flp 2, 5-8). Puso de
manifiesto distintas facetas de la humildad. La humildad se opone a la vanidad
y a la soberbia (cf. Rm 12, 3, 16). La humildad permite reconocer que todo lo
que uno tiene lo ha recibido de Dios (cf. I Cor 4, 7.9). La humildad es para San
Pablo fruto del Espíritu (cf. Gál 5, 22). La humildad hace que la persona se dé
cuenta de que no puede nada por sí misma (cf. Gál 6, 3). Para San Pablo, la
humildad tiene también proyección social. Además de buscar los intereses de
los otros, se pone en el último lugar (cf. Flp 2,3; I Cor 3,12).
San Juan contempló a Jesús humillado, cuando lavó los pies a sus
discípulos: “Siendo vuestro Señor...” (Jn 13,14). Consideró la virtud de la
humildad como la creadora de la disponibilidad para el servicio: “lo que he hecho
con vosotros, siendo vuestro Señor y Maestro, hacedlo vosotros también” (Jn 13,15).
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los poderosos y ensalzó a los humildes” (Lc 1, 52), sino la presencia de María en la
vida de Jesús y el papel humilde, desde el punto de vista social, que le tocó
desempeñar principalmente en los momentos de la muerte de su Hijo.
Tal vez por una reacción distorsionada ante el excesivo énfasis que se
daba en el pasado al pecado, la mente moderna tiene dificultad en mantener el
sentido de pecado. Sin embargo, si estamos alerta, veremos que el pecado se
manifiesta de maneras muy variadas en nuestra vida: en nuestros prejuicios, en
la tendencia a clasificar a otros indiscriminadamente, en el hablar con ligereza de
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los aspectos negativos de los demás, en nuestra desgana por la oración, en
nuestra incapacidad de ser dinamizados por los valores evangélicos, en la
selección interesada que hacemos de los textos evangélicos, en nuestra falta de
disposición para compartir lo que tenemos con los pobres, en nuestra falta de
ganas en renunciar al poder y solidarizarnos con los necesitados, en nuestra
complicidad con las estructuras sociales injustas. A pesar de todo eso el Señor
nos perdona con amor y nos da el vivir en Cristo Jesús. No nos salvamos por las
obras que hacemos, sino por el don de Dios a través de Cristo Jesús (cf. Gal 2, 21-
22). Si no fuera así, la gracia no sería gracia (cf. Rm 11,6).
La persona humilde reconoce que todo es don y gracia, a la vez que evita el
hacer comparaciones. Recibe la vida con gratitud y deja el juicio a Dios, tal como
nos dice el Evangelio (cf. Mt 7, 1-15). Al orgulloso le gusta comparar. El avaro
necesita tener mucho para poder estar más o menos bien. El orgulloso está
intranquilo cuando alguien tiene más que él. La humildad evita las
comparaciones. Ve el bien en los otros, de la misma manera que lo ve en sí
también. Y por todo ello da gracias a Dios. El orgulloso es incapaz de dar gracias
a Dios desde la sinceridad de su corazón.
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En el número 18 a de las Constituciones se refleja perfectamente
bien esta dimensión de la humildad, al afirmar que la "humildad mantiene
cercanas y disponibles a las Hermanas y a los pobres, en actitud de siervas ". En la
misma dirección, apunta la Constitución 24 d: "Cualquiera que sea su forma de trabajo
-dice- y su nivel profesional, las Hermanas se mantienen ante los pobres en una actitud de
siervas, es decir, en la puesta en práctica de las virtudes de su estado". La humildad,
por lo tanto, no tiene nada que ver con la pasividad ("no hacer ni decir
nada mientras a uno no se lo pidan"), sino con la aceptación gozosa de
sentirse siervo que realiza cosas y gestiona asuntos en favor de los
necesitados. La humildad tiene mucho que ver con la acción, la acción
constructiva y desinteresada.
Como ministros que somos no sólo debemos enseñar a otros sino también
dejarnos enseñar por ellos. Como lo expresa san Agustín, hay semillas de la
Palabra en todas partes y en todos los hombres. Sólo los humildes pueden
discernir esas semillas. Debemos oír a Dios que nos habla cuando vemos la
facilidad que tienen los pobres en compartir lo poco que tienen, cuando vemos
su agradecimiento hacia Dios por los dones sencillos que reciben de Él, cuando
les vemos esperar contra toda esperanza que Dios proveerá, cuando vemos su
solicitud y respeto hacia nosotros y hacia Dios. Los pobres nos predican con
elocuencia si se lo permitimos.
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* La revisión de Obras y lo que esto lleva consigo de ir hacia los más
pobres y mejorar continuamente la calidad del servicio. La revisión de Obras
se ha de hacer desde unas posiciones de movilidad afectiva, flexibilidad,
sinceridad, apertura a los cambios, actitud de búsqueda y desinstalación de
lo que "siempre se ha hecho así". Efectivamente, la revisión de Obras no sólo
afecta a la Visitadora y su Consejo. Todas las Hermanas de la Provincia deben
implicarse asumiendo cambios de lugar y de estilo de servicio, renunciando a
seguridades, revisando la necesidad de la Obra y la calidad del servicio...La
humildad lleva consigo la actitud de sierva.
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métodos de servir y evangelizar. La humildad hace que la Hija de la Caridad, al
mismo tiempo que sirve y evangeliza, se deje evangelizar por aquellos a quienes
sirve. Esta disposición para dejarse interrogar y así descubrir a Dios en el
servicio, viene facilitada por la humildad.
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