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TERAPIA CENTRADA EN LA

ESCUCHA

Una perspectiva transpersonal

Por Bruno Laría


“Autorizo a la Escuela Española de Desarrollo Transpersonal a publicar mi trabajo de
investigación en su web bajo previo aviso”.
Índice

1
1.Introducción, 4

2
2. La escucha, 4

3
3. Elementos de la escucha, 5
3.1.El vínculo, 5
3.2 El presente, 5
3.3. La presencia, 6
3.4. La mirada, 6
3.5. El tercer elemento, 7
3.6. El instinto de autocrecimiento, 7
3.7. El Sentido, 8

4
4. La meditación de la atención plena como entrenamiento del terapeuta, 9

5
5..Algunos objetivos de la terapia basada en la escucha, 10
5.1. El guía interior, 10
5.2 La revelación del corazón, 10

6
6. Conclusión, 13

7
7. Referencias, 14
1. Introducción

En este trabajo voy a reflexionar sobre la terapia centrada en la escucha desde un punto de
vista transpersonal, es decir, teniendo en cuenta la dimensión espiritual de la persona e
incluyendo el uso de mindfulness (atención plena) como herramienta de trabajo del
terapeuta. Además, analizaré cuál puede ser el objetivo y el fin, si es que hay un fin, de este
tipo de terapia.

Mi experiencia en esta área tiene que ver con que desde hace seis años soy voluntario en
un centro de escucha en el que atendemos a personas que no se pueden permitir pagar una
terapia. Este estudio quiere hacer consciente, y llevar al lenguaje escrito, lo que sucede de
manera intuitiva en esas sesiones.

2. La escucha

Escuchar no es simplemente oír, significa algo más. Quiere decir permanecer receptivo para
el otro, acogerle. Crear un campo de presencia en la que el otro se sienta sostenido para
que pueda ser él mismo.

Cuando la persona se siente escuchada, sin juicios, puede expresar sus conflictos y
contradicciones y drenar las pesadas cargas que muchas veces se acumulan.

En el espacio de la escucha también hay un lugar para la palabra. Escuchar no significa ser
una tabla rasa sin emociones que no habla. Significa más bien estar en contacto con uno
mismo y con el otro desde el presente. Desde ese lugar de silencio puede surgir el
comentario adecuado que quizás el otro necesita para sentirse comprendido o para que se
le revele algo que le abra nuevas perspectivas y posibilidades.
3. Elementos de la escucha

Vamos a mencionar, ahora, algunos elementos que entran en juego durante una sesión de
escucha.

3.1. El vínculo

El vínculo es lo que nos hace empatizar. Me permite ver las cosas como tú las ves y a ti
mirar como yo miro. Es lo que nos da sensación de cercanía y al mismo tiempo de respeto y
distancia para que cada uno pueda sentirse libre y ser quien es. El vínculo en el contexto de
la relación de ayuda permite sanar relaciones del pasado que quizás todavía pesan.

3.2. El presente

Cuando durante la escucha conectamos con el presente sentimos que somos nosotros
mismos, que habitamos nuestro cuerpo y que estamos de verdad en este lugar. Presentes el
uno para el otro aquí y ahora.

Solo así podemos vincular y lograr que la otra persona se sienta escuchada. Para
mantenernos en el ahora podemos usar nuestras percepciones como ancla. Podemos, por
ejemplo, atender a nuestras sensaciones corporales, la sensación de nuestros glúteos sobre
la silla, o de las plantas de los pies contra el suelo. En estos casos la atención fluctúa entre
el ancla que nos lleva al presente y la persona a la que estamos escuchando.

También la atención a lo que el otro me dice, a su energía y mirada me ayudan a estar en el


ahora. Estar en el presente también significa que tengo la intención de estar ahí para el otro,
de entregarme por completo a él o a ella en el tiempo que dura la sesión.

Hay varios factores que pueden alejar al terapeuta del momento presente, por ejemplo, los
conflictos del paciente que resuenen con sus propios asuntos no resueltos y que le
provoquen emociones difíciles de tolerar que le hagan desconectarse tanto del ahora como
del paciente.

Estar en el presente, por lo tanto, no es solo una cuestión de técnica, sino que implica la
capacidad de permanecer conectado ante los traumas y las emociones difíciles del otro.
Para ello, el terapeuta tiene que haber navegado por ellos y haberlos, aunque sea, sanado
parcialmente él mismo.
3.3. La presencia

El presente tiene que ver con la presencia. Generalmente, cuando estamos en el presente
se manifiesta nuestra presencia y cuando nuestra presencia se manifiesta solemos estar en
el presente. Pero presencia y presente no son exactamente lo mismo.

La presencia es una especie de energía que se genera estando en el ahora. Thich Nhat
Hanh habla de mindfulness (el hábito de estar presente) y de la energía de mindfulness (la
energía que se genera en este estado, la presencia). Esta energía es una fuerza sanadora.
Para Thich Nhat Hanh, la energía de mindfulness es algo parecido a la fuerza del Espíritu:

“Para mí la atención plena (mindfulness) se parece mucho al Espíritu Santo. Ambos son
agentes de curación. Cuando se tiene atención plena se tiene amor y comprensión, se ve
más profundamente y se puede curar las heridas de la propia mente1.”

Es esta, por lo tanto, una energía que tiñe nuestra mirada y nos lleva a la contemplación, a
una mirada comprensiva y amorosa hacia nosotros mismos y hacia los demás. Una mirada
que cura, una mirada compasiva.

3.4. La mirada

El desarrollo de la “energía de la presencia” es, por lo tanto, el elemento clave para que
surja esta mirada comprensiva.

La mirada influye en lo que se mira. Si miramos a la persona que tenemos en frente con
genuino interés y cariño, ese simple mirar tiene un impacto en ella, tiene un efecto
transformador. Cuando esta energía está presente, el terapeuta cura como por osmosis,
simplemente por cercanía.

La mirada amable reconoce al otro en su dignidad y puede ver la bondad intrínseca que
todos tenemos, lo que contribuye a que la persona escuchada se sienta digna y valiosa.

Esta forma de mirar no es ingenua, reconoce las neurosis y las acciones dañinas, pero es
capaz de ver más allá y comprender las heridas y el sufrimiento de las personas.

1
Thich Nhat Hanh, Buda viviente Cristo viviente p.30
Thich Nhat Hanh llama a esta manera de mirar “visión profunda,” porque reconoce las
causas profundas de las acciones, las que no se observan a simple vista.

3.5. El tercer elemento

La presencia está potencialmente presente en el terapeuta y en el paciente y desde ese


punto de vista les pertenece, pero también está más allá de ellos. Es decir, en la relación de
ayuda intervienen el terapeuta, el paciente y un tercer elemento que es la presencia.

El éxito de la terapia tiene que ver, en gran medida, con que esta energía surja y se
manifieste. La escucha, la intención, el estar en el presente y la madurez del terapeuta son
elementos clave que favorecen la aparición de este tercer elemento.

Pero en el fondo, este elemento no pertenece al terapeuta, no está bajo su control y puede
manifestarse o no. Ser consciente de esto ayuda al terapeuta a no creerse la fuente de la
sanación del paciente y a colocarse en un lugar de mayor humildad, que es en realidad un
lugar de realismo, de no atribuirse méritos ni capacidades que uno no posee. En realidad,
siempre que el terapeuta “sana” es a su vez “sanado” por esta energía que canaliza.

3.6. El instinto de autocrecimiento

El instinto de autocrecimiento es una fuerza interior que hace que la persona evolucione y se
transforme. Podríamos decir que es similar a la energía de la presencia, pero con un matiz
dinámico, de movimiento y transformación.

Esta fuerza interior está en todos los organismos, incluso las plantas y vegetales, y los lleva
a madurar según su ser propio, a crecer según su propia naturaleza. Este es un factor clave
en la concepción de terapia de Rogers:

“Cualquiera que sea el nombre que le asignemos -tendencia al crecimiento, impulso hacia la
autorrealización o tendencia direccional progresiva-, ella constituye el móvil de la vida y
representa, en última instancia, el factor del que depende toda psicoterapia. No es sino el
impulso que se manifiesta en toda vida orgánica y humana -de expansión, extensión,
autonomía, desarrollo, maduración-, la tendencia a expresar y actualizar todas las
capacidades del organismo2”.

2
Carl R. Rogers, El proceso de convertirse en persona p.42 ed. Paidos Madrid 2.000
Esta fuerza no solo transforma, sino que también guía por ello recibe en oriente el nombre
de gurú (maestro) interior: “El Gurú más grande es su sí mismo interior. Verdaderamente, él
es el maestro supremo. Solo él puede llevarle a usted a su meta, y solo él le recibe a usted
al final del camino. Confíe en él y usted no necesitará ningún Gurú exterior3.”

Esta fuerza habita en el corazón de cada persona, en ese lugar profundo donde respira la
trascendencia. Es allí donde soy más yo mismo y paradójicamente donde me encuentro con
Otro. Donde espíritu humano y Espíritu divino convergen.

Comprender esto ayuda al terapeuta a que llegue a un lugar de mayor humildad y que
abandone cualquier pretensión de ser el “salvador” de nadie. Al mismo tiempo, sitúa al
paciente en el centro de la terapia. Es él quien tiene la respuesta habitando en su interior y
quien se ve empoderado. Por ello Rogers, el padre de la escucha llama a su manera de
hacer terapia “terapia centrada en el paciente.”

Es este guía interior, que podríamos también llamar el terapeuta interior, con quien también
sintoniza el terapeuta. De tal manera que su escucha y su palabra surgen de esta fuente
que le ayuda a escoger las palabras adecuadas.

3.7 El sentido

La escucha, la mirada, la presencia y el vínculo ayudan a que el paciente se atreva a ser


cada vez más el mismo y a ir conectando con su vocación, con la llamada que le guía a un
camino concreto para ser la persona única que realiza aquello que solo él o ella puede
expresar en el mundo. Así, poco a poco, casi sin darse cuenta, puede descubrir que su vida
va cobrando sentido. Cuando estamos conectados con nuestro centro y atentos a la guía de
nuestro maestro interior las pequeñas acciones cotidianas del día cobran significado y nos
hacen sentir plenos.

3
Sri Nisargadatta Mahara, Yo soy eso. Libro obtenido de la web www.advaita.com.br
4. La meditación de la atención plena como entrenamiento del terapeuta

La meditación de la atención plena (mindfulness) es un método que puede servir al


terapeuta como herramienta de crecimiento personal y de trabajo.

Estar en silencio con una actitud meditativa ya es escucha, es apertura y acogida de lo que
la realidad presenta instante tras instante, sensaciones, emociones, intuiciones… Meditar,
por lo tanto, fomenta la actitud de la escucha. Se podría decir que la meditación es escucha
y que escuchar es meditación llevada a la práctica. Esta herramienta, como hemos
explicado cuando hablábamos del presente, también sirve al terapeuta para mantenerse en
el ahora y conectar consigo mismo y con el paciente durante la terapia.

La práctica de la meditación es un instrumento clave para el desvelamiento del yo profundo,


que es como un espacio interior siempre disponible pero que muchas veces está tapado por
pensamientos, emociones y defensas de todo tipo.

La meditación, al fomentar la atención en un punto produce una desidentificación de los


contenidos mentales y de las emociones. Se despega de ellos y favorece la aparición del
espacio interior.

Para entender esto podemos utilizar la metáfora del cielo, que es un espacio en el que a
veces hay nubes. Cuando el cielo está lleno de nubes no lo vemos y parece que no está, así
ocurre también con nuestro espacio interior. La meditación, de alguna manera, es como un
viento que disuelve esas nubes para que pueda resurgir el espacio.

La práctica del silencio no es solo una herramienta útil para el terapeuta, sino que también lo
es para el paciente. Si el paciente medita el proceso terapéutico recibirá una ayuda
adicional. Será esta, además, una práctica que podrá usar una vez que la terapia allá
terminado y que le permitirá continuar en su proceso de autoconocimiento de una manera
autónoma.
5. Algunos objetivos de la terapia basada en la escucha

La escucha persigue varios fines, algunos de los cuales describiremos ahora.

Este tipo de terapia busca crear una atmósfera de confianza donde el paciente pueda
expresarse de manera libre. Un espacio donde sienta que cualquier aspecto de su ser o de
su historia va a ser acogido con comprensión y respeto. Solo así la persona se siente segura
para quitarse las máscaras de lo social y relajar las resistencias para que pueda emerger la
sombra que se oculta en el inconsciente. Cuando la sombra surge, puede ser acogida y
trasmutada por la fuerza de la energía de la presencia. Así, la sombra es redimida y puede
surgir el núcleo sano, la naturaleza profunda de la persona.

5.1. El guía interior

Otro fin importante de la terapia es el contacto con el guía interior, con ese aspecto del que
ya hemos hablado que nos orienta desde dentro y no por medio de convenciones externas.
Una vez que la persona aprende a sintonizar con esta realidad, puede continuar su proceso
de transformación de una manera más autónoma, porque será la conexión con su centro,
con su corazón, la que le transforme y guíe en su camino.

5.2. La revelación del corazón

El elemento que sitúan muchas terapias humanistas como fin del tratamiento es el
descubrimiento del yo profundo, del verdadero yo. Una realidad de la que ya hemos
hablado y que se conoce con muchos nombres: Self, sí mismo, verdadera naturaleza,
núcleo sano… Tanto la energía de la presencia como el guía interior habitan (o son parte) de
este yo profundo4 que en el fondo es la revelación del corazón del hombre, del lugar donde
se asienta su identidad más profunda y cuyo descubrimiento es signo de madurez en el
proceso de individuación, como afirma Jung:

“Jung habla de la realización del sí mismo (o plena individuación), no de la realización del


yo. El sí mismo es diferente del yo (…) Solemos aferrarnos al yo, pero para acceder al sí

4
Todos estos términos son maneras simbólicas de hablar y nombrar realidades interiores para facilitar el
autoconocimiento, pero no hay que tomarlas como realidades absolutas. Son más bien dedos que apuntan a la
luna.
mismo hemos de dejar el pequeño yo. Tenemos que descender a nuestro ámbito profundo y
descubrir el verdadero núcleo de nuestra persona5”.

Este sí mismo pertenece al hombre y al mismo tiempo está más allá de él. Diversas
tradiciones lo reconocen y lo nombran con diferentes términos, cada uno de los cuales
apuntan a una realidad similar, pero con diferentes matices.

Para la corriente de vedanta advaita de la India es el lugar del Self, del sí mismo, de donde
surge la sensación de ser y existir, el yo-soy. Para la mística cristiana y el sufismo es el lugar
del corazón, de donde deriva la identidad profunda de la persona y al mismo tiempo donde
habita Dios como amor. Para el budismo es el lugar de la bodhicitta, la mente-corazón
despierta, desde donde surge tanto la sabiduría (visión profunda) como la compasión.

Es en este lugar donde el espíritu (corazón del hombre) recibe la vida del Espíritu (el soplo
de la trascendencia) y crea la sagrada paradoja entre lo que es sentido como
profundamente propio y al mismo tiempo se experimenta como recibido. No es casualidad
que la palabra inspiración se relacione etimológicamente con la palabra espíritu (soplo). Vivir
desde el espíritu es de alguna manera vivir la vida cotidiana desde la inspiración. Vivir de
esta manera es vivir desde el corazón, dejando que este nos oriente, haciendo pequeñas
cosas con gran amor.

Considerar el descubrimiento del verdadero yo como fin de la terapia puede ser, quizás,
excesivamente ambicioso, porque lograr esto suele llevar más tiempo de lo que dura un
proceso terapéutico. Sin embargo, en personas que ya tienen cierto recorrido personal o que
se encuentran en el momento adecuado no hay razón por la que no pueda suceder. Al
mismo tiempo, antes del alumbramiento pleno del yo profundo, es fácil que este pueda
expresarse de manera parcial a lo largo de la terapia.

En este sentido, el terapeuta es como una matrona que, como hacía Sócrates con sus
preguntas, ayuda al paciente a parir su verdadera identidad, que muchas veces permanece
oculta y velada, enterrada en el subconsciente.

Cuando el verdadero yo se manifiesta de manera plena, sana buena parte del narcisismo
porque hace que nuestra identidad, nuestro sentido de quienes somos, se conecte con
nuestro interior y dependa menos de nuestras máscaras, de la opinión de los demás y de
nuestros éxitos o fracasos.

Al mismo tiempo, el yo profundo es fuente de libertad, autenticidad y amor. En él


descubrimos que somos amor, que esa es nuestra esencia. Y gracias a esto vamos

5
Anselm Grün, El espacio interior, Desclée de Brower, Bilbao, 2012, p.35
aprendiendo que los amores de fuera no son absolutos que nos darán la felicidad.

La revelación del yo profundo es el resultado de la integración de la persona, de su


unificación en un centro que reconcilia las divisiones interiores. Es el resultado de la
sanación parcial del conflicto entre el juez interior y el instinto. El juez se vuelve más
compasivo y el instinto se serena por lo que hay menos guerra. Es sanación parcial, no total,
pues la división interior, me parece, es parte de la condición humana. El yo profundo es
como un árbitro entre nuestros contendientes interiores, o más bien como una madre interior
que los acuna, serena y reconcilia.

La revelación del yo profundo en el terapeuta es también su mejor herramienta. No es


condición necesaria para ser un buen terapeuta, pero ayuda porque permite crear una
atmósfera de presencia y comprensión que acoge. También es un elemento que contribuye
a crear vínculo, pues estar conexión con el yo profundo, permite conectar más fácilmente
con el yo profundo del otro.

¿Pero es entonces la revelación del yo profundo el destino último de la transformación


humana?

Mi sensación es que la transformación humana no tiene fin y siempre seremos seres


imperfectos en proceso de maduración. El descubrimiento del yo profundo es clave y
conlleva un desarrollo emocional importante, pero siempre hay una tendencia humana a la
dispersión y a echarse a dormir de nuevo. La madurez psicológica no consiste solo en
descubrir el yo profundo, sino en aprender a vivir cada vez más desde ese lugar y ese es un
aprendizaje que me parece que no tiene fin. Nunca lo logramos del todo.

Además, el yo profundo no es el último destino que podemos encontrar en nuestro itinerario


de autoconocimiento. El mundo interior es como el exterior, lleno de planetas y galaxias por
descubrir. Es cierto que la psicología tradicional no suele ir mucho más lejos, con algunas
excepciones de terapeutas transpersonales y humanistas, pero eso no quiere decir que no
haya más por descubrir.

Quizás los mejores cartógrafos de esa última parte del camino sean los antiguos
caminantes de las diferentes tradiciones espirituales de la humanidad que unían la intuición
psicológica con la perspicacia filosófica y el asombro de lo sagrado.
6. Conclusión

En este trabajo he analizado los factores que intervienen en la terapia centrada en la


escucha y he mostrado la importancia del uso de la meditación de la atención plena en la
terapia, como herramienta del terapeuta y como técnica para enseñar al paciente. También
me he referido al descubrimiento del yo profundo y del maestro interior como aspectos clave
de una terapia que quiere tener en cuenta la dimensión transpersonal.
7. Referencias

- Grün, Anselm, El espacio interior, Desclée de Brower, Bilbao, 2012

- Mahara, Sri Nisargadatta, Yo soy eso. Libro digital obtenido de la web


www.advaita.com.br

- Nhat Hanh, Thich: Buda viviente Cristo viviente

- Rogers, Carl El proceso de convertirse en persona ed. Paidos Madrid 2.000

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