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Día 2

El segundo paso de la Divina Voluntad en la


Reina del Cielo. La primera sonrisa de la
Sacrosanta Trinidad por la Inmaculada
Concepción.

El alma a la Virgen Santísima

Aquí estoy de nuevo sobre tus rodillas maternas,


para escuchar tus lecciones, Madre Celestial; a
tu potencia se encomienda esta pobre hija tuya;
soy demasiado pobre, lo sé, pero también sé que
tú me amas cual Madre mía que eres y esto me
basta para arrojarme a tus brazos; teniendo tú
compasión de mí y abriendo los oídos de mi
corazón me harás escuchar tu dulcísima voz
para darme tus sublimes lecciones. Tú, Madre
Santa, purificarás mi corazón con el toque de tus
dedos maternos, para que en él encierres el rocío
celestial de tus enseñanzas celestiales.

Lección de la Reina del Cielo


Hija mía, escúchame; si tu supieras cuánto te
amo, tendrías más confianza en mí y no dejarías
que se te escapara ni una sola de mis palabras.
Debes saber que no sólo te tengo escrita en mi
Corazón, sino que dentro de este Corazón mío
tengo una fibra materna que me hace amar más
que una madre a mi hija. Quiero hacerte
escuchar el gran prodigio que obró el Fiat
Supremo en mí, para que tú, imitándome,
puedas darme el gran honor de ser mi hija reina.
¡Cómo anhela mi corazón ahogado de amor,
tener a mi alrededor, este noble ejército de
almas reinas!

Así pues, escúchame, querida hija mía; en


cuanto el Fiat Divino se desbordó sobre mi
germen humano para impedir los tristes efectos
de la culpa, la Divinidad sonrió y se puso de
fiesta al ver en mi germen, aquél mismo germen
humano puro y santo, tal como salió de sus
manos creadoras en la creación del hombre. Y el
Fiat Divino realizó su segundo paso en mí
llevando mi germen humano, ya purificado y
santificado por él mismo, ante la Divinidad,
para que se desbordara a torrentes sobre mi
pequeñez en el acto de ser concebida; la
Divinidad descubriendo en mí la belleza y la
pureza de su obra creadora, sonrió complacida,
y queriendo festejarme, el Padre Celestial
derramó en mí mares de potencia, el Hijo mares
de sabiduría y el Espíritu Santo mares de amor.

Así que yo quedé concebida en la luz


interminable de la Divina Voluntad, y en medio
de estos mares divinos que mi pequeñez no
podía contener, yo formaba, para
corresponderles, olas altísimas como homenaje
de amor y gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo.

La Santísima Trinidad tenía puesta toda su


atención sobre mí y para no dejarse vencer por
mi amor, sonriéndome y acariciándome, me
mandaba otros mares, los cuales me embellecían
tanto que, apenas fue formada mi pequeña
humanidad, adquirí la virtud de extasiar a mi
Creador. Y verdaderamente se dejaba extasiar
por mí, tanto estábamos siempre de fiesta, jamás
nos negamos nada recíprocamente; yo nunca le
negué nada a él y él a mí tampoco. Pero ¿sabes
quién me animaba con esta fuerza arrebatadora?
La Divina Voluntad; ella, como vida, reinaba en
mí, por eso la fuerza del Ser Supremo era mía,
por lo que teníamos la misma fuerza para
extasiarnos el uno al otro.

Hija mía, escucha a tu Madre: yo te amo mucho


y quisiera ver tu alma llena de mis mismos
mares. Estos mares míos están crecidos y
quieren desbordarse, pero para poder hacerlo
debes vaciarte de tu voluntad, para que la
Divina Voluntad pueda realizar su segundo paso
en ti; así, constituyéndose principio de vida en
tu alma, podrás llamar la atención del Padre
Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo, para que
derramen en ti sus mares rebosantes; pero para
poder hacerlo, quieren hallar en ti su misma
Voluntad, porque no quieren confiarle a tu
voluntad humana sus mares de potencia, de
sabiduría, de amor y de belleza indescriptibles.
Queridísima hija mía, escucha a tu Madre, pon
la mano sobre tu corazón, cuéntame tus
secretos; dime ¿cuántas veces te has sentido
infeliz, torturada y amargada por haber hecho tu
voluntad? Es porque has hecho a un lado a la
Divina Voluntad cayendo en el laberinto de
todos los males. La Divina Voluntad quería
hacerte pura y santa, feliz y bella de una belleza
encantadora, y tú en cambio haciendo tu
voluntad le has hecho la guerra y a pesar de su
dolor la has arrojado de su amada habitación, es
decir, de tu alma.

Hija de mi Corazón, escucha, esto le duele


mucho a tu Madre, que no ve en ti el sol del Fiat
Divino, sino las densas tinieblas de la noche de
tu voluntad humana. Pero ánimo, ten valor, si tú
me prometes que pondrás tu voluntad en mis
manos, yo, tu Madre Celestial, te tomaré entre
mis brazos, te pondré sobre mi regazo materno y
ordenaré nuevamente en ti la vida de la Divina
Voluntad; y después de haber derramado tantas
lágrimas, también tú me harás sonreír y festejar,
como también a la Sacrosanta Trinidad.

El alma

Celestial Madre mía, si tanto me amas, te ruego


que no vayas a permitir que yo me baje de tu
regazo materno; cuando veas que esté a punto
de hacer mi voluntad, vigila mi pobre alma y
encerrándome en tu Corazón, con la fuerza de tu
amor quema mi voluntad, así haré que tus
lágrimas se transformen en sonrisas de
complacencia.

Propósito:

Hoy, para honrarme, vendrás tres veces a mis


rodillas maternas para entregarme tu voluntad
diciéndome: « Madre mía, esta voluntad mía
quiero que sea tuya, para que me la cambies con
la Divina Voluntad »

Jaculatoria:

« Reina Soberana, con tu imperio divino


aniquila mi voluntad, para que brote en mí el
germen de la Divina Voluntad ».

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