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Universidad de Chile Alumno: Nicolás López

Facultad de Filosofía y Humanidades Fecha de entrega:


Departamento de Literatura 18 de junio de 2019
Lengua y Literatura Hispánica
Diplomado Literaturas del Mundo

PREGUNTA I: “EL LUGAR DE LA POESÍA EN LA CULTURA ÁRABE…”


El papel que la literatura occidental ha jugado en la formación de los Estados-Nación
modernos no debe infravalorarse. Lengua y territorio han sido pares inseparables en la
instauración de estos estados: a cada lengua su territorio, a cada territorio su lengua. Esta
premisa fue implantada a partir de políticas lingüísticas que buscaban homogeneizar las
distintas variaciones lingüísticas desplegadas a lo largo de un territorio identitariamente
heterogéneo, basándose por lo general en la lengua de la capital (Castilla, París, etc.). El
complejo surgimiento de las literaturas nacionales se corresponde, en parte, con este
proceso de homogeneización lingüística, territorial e identitaria: la España del Cid y El
Quijote, la Inglaterra de Shakespeare, la Francia de Racine y Corneille; todas ellas nociones
que eran ajenas al contexto de producción de los respectivos autores y que fueron
formuladas a lo largo del siglo XVIII y XIX.
En este breve trabajo quisiera proponer que el lugar que ocupa la literatura árabe
contemporánea es completamente distinto al que acabo de describir. Me centraré
exclusivamente en el caso palestino a partir de la poesía de Mahmud Darwix.
Lo primero que debe tenerse en cuenta es el contexto político palestino. Se trata de un
pueblo cuyo vínculo con el territorio es, por decir poco, complejo. La ocupación sionista de
territorios palestinos generó un fenómeno de diáspora hacia el exterior y de apartheid hacia
el interior. En estas condiciones, es esperable que la relación entre sujeto y territorio se
vuelva más fuerte. Sin embargo, lo que encontramos en el caso de la poesía de Darwix tiene
suficientes bemoles como para considerarlo un fenómeno de muy distinta naturaleza.
En su poesía, el territorio como espacio político de delimitación de la experiencia común
(lugar cartográfico) es desplazado por la tierra como espacio a la vez simbólico y real en
donde se despliega la identidad (lugar topológico). Así, ante una experiencia subjetiva del
desarraigo territorial (véase, por ejemplo, el poema “Cuatro direcciones personales” en
donde se ensayan cuatro posibles hogares para la voz poética: “El metro cuadrado de una
celda”, “El asiento de un tren”, “La unidad de cuidados intensivos” y “La habitación de un
hotel”) el reclamo por la patria se vuelve, por sobre todo, un reclamo por una tierra

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simbólica que permita el desarrollo de los sujetos: “la patria / era que yo bebiese a sorbos el
café de mi madre / que volviera, tranquilo, con la tarde” (“Un soldado que soñaba con
azucenas blancas”, 39).
Del mismo modo, la relación que guarda la lengua poética con la identidad es también
compleja. Debe tenerse en cuenta que en el mundo árabe existe un fenómeno de diglosia: la
lengua hablada en el cotidiano no es la misma que la lengua oficial usada en política, en
medios de comunicación y en la literatura. Existe, además, un gran número de variaciones
dialectales desplegadas en el territorio. Como afirma el propio Darwix en un poema, “mi
lengua es esquirlas” (“El invierno de Rita”, 103). Existe una problematización constante del
lugar ambivalente que ocupa la lengua literaria en su condición homogeinizante a la vez
que fundadora de una identidad: “Cada vez / que abrazo la torre de marfil se escapan de mis
manos / dos palomas” (“El invierno de Rita, 105).
Téngase en cuenta que para un occidental periférico como el que escribe estas palabras la
noción de identidad árabe es difícil de abordar sin enfrentarse de alguna u otra manera con
los prejuicios orientalistas que Occidente ha construido sobre Oriente o, mejor dicho, de un
Occidente que se ha construido a partir de imaginar un Oriente. En fin, para este tipo de
lectores incautos, dentro de los que me incluyo, Darwix cuenta con uno que otro verso para
desactivar la lectura orientalista de su poesía: “¿Por qué has escrito blanco el poema si es
muy negra la tierra? He respondido: porque treinta mares desembocan en mi corazón. Y
han dicho: ¿Por qué te gusta tanto el vino francés? He dicho: Porque me merezco la más
bella de las mujeres” (“Me querían muerto”, 97).
Como vemos, el lugar del poeta es tremendamente importante en la configuración de la
identidad. Una identidad, sin embargo, que no está cifrada en las lógicas cartográficas de
occidente, sino que buscan su espacio simbólico a través de la lengua poética. Así, el poeta
se inviste también de profeta de una patria que, en el caso de Palestina, es una patria
cosmopolita, diseminada por el mundo, pero cuya relación con la tierra busca recuperarse
sin caer en la violencia territorialista. En Darwix, la poesía y la lengua son a la vez que
crean la patria.

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PREGUNTA II: “A PARTIR DE LA OBRA INCENDIOS …”

La representación de la violencia ocupa un lugar central en la reflexión estética


contemporánea. Cierto, la violencia ha existido en toda época histórica y qué decir de su
representación; no es casualidad que una de las obras fundacionales de la tradición literaria
sea precisamente La Iliada. Sin embargo, nuestra época es quizá la primera en conocer una
proliferación tan cuantiosa de representaciones, tanto cuantitativa (acceso y difusión a la
reproducción, sobre todo a partir de los medios masivos de comunicación e internet) como
cualitativa (nuevos tecnologías de la representación). Esto genera una paradoja: al mismo
tiempo que existen más posibilidades que nunca para representar la violencia, su excesiva
representación ha producido un anestesiamiento frente a ella. Este conflicto se hace aun
más intrincado cuando se trata de representar la violencia de la guerra ¿Cómo entrar en un
orden simbólico donde las war-movies y el periodismo CNN saturan el potencial
provocador de la representación de la violencia? Ante esto, el arte se vuelve un espacio de
disputa política por la representación. En especial, el lugar del lenguaje es de especial
importancia en un mundo donde los medios visuales cobran cada vez más preponderancia.
En este breve ensayo propongo una interpretación de la obra Incendios de Wajdi Mouawad
a partir de la problemática recién sugerida.
La obra está construida a partir de treinta y ocho cuadros dispuestos a partir de la técnica
del montaje (yuxtaposición temporal) y el collage (yuxtaposición espacial). Así, en un
tiempo presente desmemoriado (el de los gemelos) y en un espacio que parece no guardar
ninguna relación con la guerra (Canadá, aparentemente) comienza a infiltrarse el tiempo y
el espacio de la madre de los gemelos: un pasado de guerra , violencia y conflicto en Libia.
Cada uno de estos cuadros aparece centrado en la perspectiva de uno de los personajes,
mostrando fragmentariamente –y de forma análoga al espectador- la reconstrucción de la
fábula que va haciendo cada uno de ellos.
Progresivamente la fragmentación espacial, temporal y de perspectiva se va unificando, lo
que genera una reconstrucción lineal de la historia que comparten Simon, Jeanne y Nawal.
Aquello que ha sido fragmentado en la disposición dramática aparece reconstituido en el
discurso como una fábula coherente cuyo signo es la violencia y sus consecuencias. En
efecto, en la carta final a los gemelos se dice: “Ahora, hay que reconstruir la historia. / La
historia está hecha añicos”. (197)

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En este sentido, el uso de las técnicas antes señaladas no es gratuito. La obra gira en torno a
la posibilidad de dar forma a una memoria cargada de violencia y horror. A mi entender,
son cuatro las soluciones que el texto sopesa para dar respuesta a este problema: el silencio,
el lenguaje, la imagen y la experiencia.
El silencio parece ser la postura tomada por Nawal en los cinco años que preceden a su
muerte. Ante el horror, parece sugerirnos esta postura, la única solución es callar. La
violencia es una experiencia tan sobrecogedora que solo cabe el silencio para enfrentarla.
El lenguaje, en cambio, es la posición que podríamos atribuirle a la Nawal anterior al
descubrimiento de la verdad sobre su hijo. Se trata de la Nawal que aprende a leer y a
escribir, la que enseña el alfabeto a Sawda, la que funda un periódico y la que afirma que
las veintinueve letras son “municiones” para enfrentar la guerra (103). Según esta
concepción, la violencia puede traducirse en lenguaje para mostrar sus consecuencias
negativas.
En cuanto a la imagen, su defensa puede atribuírsele a Nihad. Se trata de la posición más
perversa, en tanto busca capturar la dimensión espectacular de la violencia por sobre su
efecto político. No es coincidencia que Nihad se imagine a sí mismo como una estrella
norteamericana, un artista que se ha hecho famoso por capturar la violencia en su máxima
expresión. Con matices, esta concepción es bastante extrapolable a la violencia mostrada
por los medios de comunicación y las war-movies.
Finalmente, la experiencia parece ser la postura que está implicada en toda la obra y
encarnada en la presencia fantasmagórica y ordenadora de Nawal. Así, todo el trayecto de
Jeanne y Simon estaría mostrando una experiencia de reconstrucción de la memoria que
solo puede alcanzarse a partir de la indagación personal: “Hay verdades que no pueden
revelarse más que a condición de que sean descubiertas” (199).
Incendios estaría dando cuenta de las posibilidades de reconstrucción y búsqueda de la
memoria violentada a partir de un planteamiento fragmentario de la fábula que, sin
embargo, logra reconstruirse a partir de la búsqueda personal de los personajes. Se
cuestionan, de esta manera, los discursos hegemónicos que buscan museificar o
espectacularizar la memoria y la violencia que todavía marca a millones de personas.

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