Da Matta trata de demostrar con su trabajo que hay algo conservador que atraviesa la
cultura brasileña que va más allá del conflicto de clases y de la política, y que no es ni
bueno ni malo. Esto hay que tomarlo como punto de partida para comprender como es
posible un cambio en Brasil. Y es justamente el carnaval malandros, lo que el estudia
es a los sectores marginales de la sociedad brasilera, y a partir del fenómeno del
carnaval como una fiesta de inversión. Plantea que en realidad en Brasil todo el tiempo
en las interacciones sociales entre los sectores populares y los sectores de la elite,
hay una gran jerarquización social. Y que en el único momento donde la jerarquía
social se invierte pero en la inversión lo que se termina haciendo es reafirmado la
existencia de esa categoría, es en el carnaval, donde el rico por ejemplo se atreve a
vestirse de mujer, donde el pobre manda al rico, invirtiéndose los roles sociales, sin
embargo plantea de alguna manera que esa inversión no termina siendo
revolucionaria. Lo que pasaría es que por un día se suspende.
¿Qué le pasa a O’ Donnell cuando lee esto? Una situación que incluye Da Matta de la
vida cotidiana, la cual le trae un recuerdo a la Argentina, pero con matices (estos
relevantes para comprender después las diferencias macro). Por ejemplo en una calle
de Rio un señor, por ejemplo un rico, se tropieza con un malandro. Este último le dice
“¿No me pide disculpas… porque fue usted quien me empujo?”. Y el señor le contesta
“¿Ud. Sabe con quién está hablando?”. (Estamos hablando de una sociedad
aristocrática. El Usted es importante. En las sociedades aristocráticas, la gente es muy
amable, porque en el trato de usted, lo que se está consagrando es la diferencia,
Alexis de tocqueville). Y el otro le pide disculpas. Hubo una situación de micro conflicto
social en el que dos clases se oponen, el plebeyo se le planta pero cuando lo ubican
se calla.
Arendt presenta a la acción como la actividad mediante la cual los seres humanos
pueden transformar el mundo de la vida político; para ello se requiere de la
participación de la comunidad, de la existencia de un espacio público en el que los
ciudadanos puedan obrar, expresar, interactuar y deliberar libremente. En este
sentido, la acción es la “actividad política por excelencia”. La política es pluralidad, y el
estar juntos. El lenguaje como fundamento para la comprensión de lo político. La
política sucede cuando las personas interactúan.
Lo interesante es que al igual que en Rio, en Buenos Aires la jerarquía social, aunque
impugnada, también queda ratificada en el mismo acto. En Rio, hay una violencia
acatada. En Buenos Aires, violencia reciprocada. Pero con un importante punto en
común: ambas sociedades presuponen y reponen cada una a su manera la conciencia
de la desigualad.
Ahora dentro de estas memorias que cuenta O’ Donnell hace mención por ejemplo, en
Rio, cuando mozos, taxistas, hacen bien lo que están haciendo según creen que debe
hacerse, sirven bien. Ya ellos mismos colocan la distancia social existente. En Buenos
Aires, se deja en claro que no se está sirviendo, se está trabajando. Quien trabaja no
necesita ser obsequioso, basta con que cumpla con lo que entiende es su trabajo. Así
es como el autor afirma que Brasil es marcada y profundamente jerarquizado,
ocultándose a veces tras sus “hombres cordiales”, Argentina en cambio, también es
jerarquizada pero bastante menos que Brasil, tiene una actitud más igualitaria (o
equiparadora) de las distancias sociales.
Ahora, O’ Donnell nos va a decir, ¿eso significa que en Argentina la jerarquía social se
invierte? Es decir, que la sociedad argentina es una sociedad más democrática que la
brasileña. Bueno esto no va a ser tan así. Es una sociedad más democrática en
término de las relaciones sociales, mas plebeya, es decir con esta idea de la
democratización del vinculo. Aparece esta dimensión de lo plebeyo que habla de una
sociedad que fue modificada, por determinados procesos políticos que permitieron que
las clases populares miren a los ojos, a la misma altura, a las clases que componen la
elite. Sin embargo, lo que nos plantea O’ Donnell es que eso no quiere decir que nos
vaya mejor en las transiciones democráticas. También estos rasgos de nuestra
sociedad, hace que sea una sociedad más confrontativa y más violenta, y hasta en
muchos puntos más autoritaria en el sentido de que como las clases que componen la
elite se sienten permanentemente amenazadas en su posición con la presencia de los
sectores populares, son capaces de más fuertemente defender estos privilegios, y a la
vez los sectores populares también son capaces de más fuertemente movilizarse para
obtener lo que creen que son sus derechos. Una forma de democracia que se da en
las relaciones interpersonales y sociales pero que no necesariamente se refleja en el
sistema político. Cosa que en Brasil, por lo menos hasta la democratización de Brasil,
no sucede.
O’ Donnell se empieza a plantear, si puede una sociedad ser a la vez más igualitaria y
mas confrontativa? Si el caso Argentino lo demostraría. ¿Puede ser a la vez más
igualitaria y tener un alto nivel de violencia? También. Ahora, ¿quiere decir el hecho de
que la jerarquía se cuestione, que esta no exista? No. La sociedad argentina sigue
siendo una sociedad jerárquica, y cuando se la cuestiona esta jerarquía no se la está
invirtiendo, pero si se la está cuestionando, y esto coloca a aquel que se está
cuestionando en una posición más defensiva. Y aquel que la cuestiona en una
posición ofensiva. Esto termina explicando, según O’ Donnell la larga agonía de
Argentina en el siglo XX por esta confrontación entre sectores sociales que no logran
establecer una hegemonía. Ni el bloque de las elites logra ser hegemónico, ni siquiera
cuando instala el modelo burocrático autoritario, aunque si logra disciplinar a la
sociedad de manera muy violenta, como el va a hacer mención en el último momento
del estado burocrático autoritario con la dictadura del 76, se va a caracterizar por un
disciplinamiento, donde lo que va a importar es enseñarle a todos aquellos que creen
que esa jerarquía pueden ser cuestionadas, que en realidad no pueden ser
cuestionadas. Que en la fabrica manda uno, que en la casa manda uno, y en el Estado
también, y que los demás tienen que obedecer. En palabras textuales de O’ Donnell,
“hizo muy peligroso responder ¿Y a mí que me importa?, con o sin mierda”. El tuteo, y
todo lo que estaba “fuera de lugar” quedo prohibido.
O’ Donnell en una entrevista que le realizan aborda lo que lo llevo a introducir esta
tipología, ya que según él estos regímenes eran un nuevo tipo, y que los modelos que
teníamos de caudillismo, populismo, o totalitarismo no encajaban en los casos de
Brasil y Argentina. Ese era el frente académico que cuenta con el cual estaba
batallando. Pero a la vez batallaba en el frente político, que tenía que ver con la
discusión latinoamericana, que giraba sobre el uso por parte de la izquierda
radicalizada de la etiqueta “fascista” o “neofascista” para caracterizar los regímenes
brasileño y argentino, en donde el objetivo debía ser una revolución socialista. Lo que
O’ Donnell planteaba en la entrevista era que él estaba interesado en estudiar los
regímenes y entender su dinámicas como paso para deshacerse de ellos por medios
no violentos y con el objetivo de lograr la democracia política.
Orlandi y Zelaznik también retoma como ejemplo a estas dictaduras burocrático-
autoritarias en América Latina, caracterizándolo como aquellos gobiernos que no son
constitucionales ni se autodefinen como democráticos. Ejercen su poder “en nombre”
de la verdadera democracia que dicen querer instaurar después de sanear la sociedad
y se consideran limitados en el tiempo aunque no impongan plazos. Pero básicamente
lo que los define es su carácter no constitucional
Como plantee al principio esta cuestión de que en Brasil todo el tiempo reafirma la
jerarquía social en todos los contextos, O’ Donnell toma como ejemplo el caso del
edifico de departamentos donde él vivía, en la cual el reconocía un entramado
fuertemente jerarquizado: portero principal, portero ayudante, vigía nocturno,
fachineiros (persona que limpia), ir y venir de empleadas domesticas, de proveedores.
Y lo que más lo sorprende es el tono lejano con el que los moradores dan órdenes y
reciben servicios, pero a la vez la fuerte jerarquización de las relaciones de los mismos
servidores. En Argentina al contrario, el portero no tiene el deber de abrirnos la puerta;
cuando lo hace queda claro que es una ayuda estrictamente voluntaria y uno debe
agradecerle como tal.
O’ Donnell lo que trata de hacer a partir de ahí es dar un salto de lo micro a lo macro
para ver conexiones entre estos encuentros de clases y patrones mas agregados de
comportamiento político. Va a decir que en Argentina a pesar de cierta democraticidad
en el trato inter-clases, en el plano político no se ve nada parecido a una democracia.
Sino mas bien, ve una sociedad que tiende autoritarismos mas violentes y radicales.
La hipótesis que plantea el autor es que la confrontación del ¿Y a mí que mierda me
importa? Impugna la jerarquía pero no la cancela, más bien ocluye/cierra los espacios
de generalización: es decir, de elaboración de una relación más o menos estable, y
aceptable para las partes. Y que esta tendencia a la oclusión de espacios
generalizables se advierte en planos más generales.
El autor lo explica de la siguiente manera: los actores de la política argentina han sido
corporaciones: fuerzas armadas, asociaciones empresarias urbanas, asociaciones
empresarias rurales, sindicatos, e incluso segmentos “privatizados del aparato estatal,
todos ellos defendiendo directamente en “las grandes arenas públicas”, lo que
entiende son sus intereses. Esto es lo que O’ Donnell llama corporativismo anárquico,
que dejo poco espacio para la formación de una sociedad política, y con ella, para la
emergencia de los partidos políticos como mediadores y generalizadores de intereses.
Y más aun el aparato estatal bailando al compas de las fuerzas de la sociedad, mas
como campo de batalla que como instancia de formulación de intereses generales que
el de las corporaciones y las clases en conflicto. Las confrontaciones del
corporativismo anárquico (al igual que los “minidramas” de las confrontaciones
individuales), también tienen una apariencia de igualdad sustenda porque en algunos
momentos los sindicatos y otras fuerzas populares consiguen revertir políticas que los
afectan negativamente.
Además, e igual que en los ejemplos micro, ese juego aparentemente igual presupone
y de hecho ratifica profundas desigualdades sociales, y atrás de ellas, profundas
diferencias en la distribución del poder.
Nada más débil que los partidos y el parlamento, frente a las fuerzas sociales de ese
anárquico corporatismo. Cada una de ellas mete la trompa, retruca y manda a la
mierda a la pretensión de la otra.
Por eso el gobierno de 1976 fue tan extremista, tan violento, y tan loco: había para
ellos que cortar de cuajo la verdadera causa de la “subversión” que no estaba ni en el
aparato estatal, ni en la sociedad política, ni siquiera en las cúpulas del corporativismo,
sino en los rincones de la sociedad, en su capacidad antagónica, altanera y plebeya
de retrucar todo el tiempo.
Lo que va a decir en el caso de Brasil es que las clases populares siempre estuvieron
“en su lugar”. Pese a la historia de Brasil desde la esclavitud, las rebeliones que se
suscitaron no han logrado cristalizarse en organizaciones colectivas que ocupen, con
relativa autonomía, un lugar propio bajo el sol de las clases dominantes. Nos muestra
que ese orden se sostiene con diversas violencias, como la situación de las favelas, la
pobreza, el desempleo, y la carencia de derechos laborales (que pese a las brutales
interrupciones en las dictaduras del resto de Latinoamérica) se dan por sentados. O’
Donnell nos habla de que la violencia que garantiza ese orden esta mucho mas
“normalizada”, en parte también porque es un orden que es diariamente reimpuesto
sobre los sectores populares mediante extraordinaria violencia policial. La violencia de
la que habla el autor en Brasil, es mas sistemática e institucionalizada (y en términos
personales para el peor). La sociedad brasilera esta tan estructurada (no solo por si
misma sino por segmentos del aparato estatal que oprimen el cotidiano del sector
popular) que es por eso que el régimen autoritario brasilero ha sido más autoritario que
el resto de los casos en América Latina.
Por eso es que O’ Donnell nos muestra como la dictadura del 64 no tuvo la necesidad
de imponerse tan violentamente. Primero porque la amenaza que se busco cortar,
ocupaba poco espacio en la sociedad y algo más en el aparato estatal. Fue muy poco
lo que hubo de movilización obrera y del campesinado, además que el discurso
radicalizante en Brasil era mucho más moderado. Inclusive en este periodo esos
partidos y ese congreso, previa purga podían seguir funcionando; no hacía falta ni
siquiera censurar a los medios de comunicación, porque la subversión no parecía
haber penetrado mucho una sociedad que se había movilizado bastante más para
demandar el golpe que para apoyar a los que este iba a destruir. Inclusive las
protestas estudiantiles y la guerrilla en contraste con Argentina o Brasil, no lograron
raíces en la población. Por otro lado la veloz expansión de la economía permitió
ampliar la base productiva, su clase obrera y sus sectores medios modernos se
multiplicaron que permitieron que se generara una “paz social” que parecía
garantizada a largo plazo.
Contrastando tanto el caso argentino como chileno podemos decir que sufrieron un
autoritarismo mucho más brutal que el brasilero, enfrento una crisis económica y social
más profunda, su base productiva y su clase obrera se redujeron, y parte de los
sectores medios se exiliaron.
En el caso Argentino contra los que el golpe se dirigió, los “subversivos”, no estaban
en el aparato estatal (como en Chile y en Brasil), ni en la dirección de los partidos
(como en Chile y parcialmente en Brasil), ni siquiera en la cúpula de los sindicatos
(como en Chile), sino que se encontraba en la sociedad: en innumerables huelgas, en
negociaciones mano a mano de salarios y condiciones de trabajo, en comportamientos
que otros sentían con insoportable insolencia, en Universidades “enloquecidas”. Ese
era el enemigo, era ahí donde estaban las innumerables variantes de ¿A mí que
mierda me importa?” que ese golpe quiso liquidar.
Entonces tenemos en Brasil, un autoritarismo socialmente implantado por una
sociedad y por un estado que fue, solo en parte, “subvertido” por quienes intentaron
escasamente sacudir el orden, por eso fue relativamente fácil y requirió menos
represión. Por eso hablamos de un ciclo político brasileño que parecería más lineal
Argentina, igualitarismo no democrático, corporativismo anárquico que invadía, casi
cancelando, la sociedad política y buena parte del aparato estatal, donde como no
había casi nada que decapitar, como la derecha dijo, de lo que se trataba era de todo
el cuerpo. El ciclo político argentino es una especie de espiral caótico. El carácter
espiralado habla de una sociedad que si bien tiene elementos igualitarios, es
autoritaria, y ese autoritarismo, va a repercutir muchísimo en las relaciones políticas.
En Brasil, los gobiernos del régimen autoritario pudieron, ocuparse de como dice O’
Donnell “las otras cosas”: principalmente el veloz crecimiento económico. En la
Argentina, el “caos” en la sociedad era, al contrario, el problema. Nada podía
proponerse seriamente para los golpistas, si no se lograba destruir las bases de tal
“desorden”.
En Brasil, el crecimiento y la internacionalización desenfrenados acabaron mostrando,
ya antes del gran ahogo de la deuda externa, la curva exponencialmente creciente de
los costos de tanto éxito.
En Argentina, el éxito del régimen, al contrario de Brasil, se mide en lo mucho que
logro destruir. Y su fracaso se muestra en el resurgimiento, aunque debilitado por el
masivo desempleo y el hambre, de un sector popular.
Pero para finalizar como dice O’ Donnell, no debería hacer falta que el pueblo
argentino deje de marcar y demandas sus derechos, ni que el pueblo brasilero pierda
lo mucho de auténticamente cordial que tiene. Más bien lo importante es la
constitución, en el contexto de un régimen democrático, de la representación política
del sector popular. En cuanto a Argentina, des-horizontalizar en parte y politizar en un
sentido más propio (ligado a partidos) esa sociedad intensamente movilizada.
Respecto de Brasil, horizontalizar las identidades colectivas populares defendiéndolas
del inmenso poder de succión de una arquitectura social tan estatista, para que a partir
de eso, el acto de representar políticamente esas identidades tenga como predicado
un sujeto colectivo que es la sociedad brasilera.