Filosofía Moderna
LA NATURALEZA DEL DESEO EN ÉTICA III DE SPINOZA
gonzalo iglesias
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1. Introducción
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2. Desarrollo
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pasiones no son compartimentos estancos; el deseo está constituido propiamente por
alegrías y tristezas. Por esta razón, en la proposición LVII, ira incluso más lejos en la
relación, llegando casi a identificar deseo y pasiones. Leemos allí: ‘la alegría y la tristeza
es el deseo mismo, en cuanto aumentado o disminuido, favorecido o reprimido por causas
exteriores’ (Spinoza, pág. 223). Una interpretación textual no indicaría que el deseo es la
fuerza fundamental, y a las pasiones tristes y alegres como una direccionalidad en ella. El
deseo, conciencia de la potencia de ser de cada uno, se manifiesta en realidad solo en su
variación, siendo estas variaciones las pasiones propiamente dichas.
Pero, retomando la argumentación original. ¿Por qué el deseo está colocado al
mismo nivel que las pasiones tristes y alegres? Vimos si, que este no puede simplemente
ubicarse a la base de ellas, pero tampoco puede ser un mero derivado. ¿No es entonces el
deseo otra denominación, neutral, para ambas en conjunto? Es decir, mientras las pasiones
alegres aumentan nuestra potencia y las tristes la disminuyen, el deseo per se, no debería
ser más que la conciencia del cambio, independientemente de su direccionalidad.
Veremos que, si bien esto resulta cierto, el deseo implica otras nociones que hacen que
no se agote en esta concepción. Para ello, veremos como el deseo se articula con las
pasiones bajo el régimen de la imaginación.
Hasta aquí, el análisis del deseo es aplicable tanto al deseo racional como al
imaginativo. Las pasiones y el deseo en su forma pura, hacen referencia solo al individuo
en tanto siendo afectado. En otros términos, en el deseo tenemos consciencia del aumento
y disminución de nuestra potencia de obrar, pero no de la idea de una causa exterior
causando la afección; en las pasiones, si bien somos afectados por causas externas, la
única idea que tenemos es la del aumento o disminución de la potencia. Solo mediante
la imaginación es posible pensar un deseo volcado a ideas de causas exteriores.
Con ello, es posible también pensar las conexiones entre el deseo que se piensa
coloquialmente y la reformulación Spinoziana. Vemos en Spinoza el intento, no solo por
reformular ciertos términos de uso corriente; sino también por encauzar las concepciones
corrientes que se tienen de ellas a determinaciones más precisas. Es decir, Spinoza no
solo define en forma precisa al deseo, sino que tiene que explicar dentro de su filosofía,
como opera el deseo que entendemos corrientemente. Existe pues, una genealogía del
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deseo cotidiano, en tanto este es re-direccionado hacia afectos más primitivos. Por ello,
creemos necesario establecer alguna conexión entre el deseo como ‘conciencia del
conatus’ y nuestra concepción cotidiana del deseo. En términos metodológicos, ello
requiere dar algún tipo de definición básica y general al mismo. Definiremos entonces al
deseo, como un impulso o tendencia que tienen los individuos hacia un objeto o actividad.
Si el deseo entonces se relaciona siempre a un objeto exterior, solo cuando la
imaginación vincula las ideas de los afectos a ideas de causas exteriores, puede el deseo
en Spinoza conectarse con el deseo del sentido común. En las proposiciones XII a XVII,
Spinoza articula los principios básicos del que derivar todas las formas del deseo
imaginativo. En ellas explicita primero al amor y el odio como las formas básicas de
afectos ligados a ideas de causas exteriores. Si las pasiones primarias solo hacen
referencia al aumento puro en la potencia de ser, amor y odio agregan una idea de causa
exterior a dichas pasiones. El segundo paso que realiza Spinoza es realzar el carácter
accidental de la vida afectiva bajo el régimen de la imaginación. Usa para ello, la
gnoseología trabajada en el libro 2 de la Ética. Brevemente expuesto, y siguiendo una
argumentación que Hume podría haber firmado, la imaginación liga afectos en función
de semejanzas e igualdad de ordenes temporales, haciendo que unos y otros nos afecten
en la misma dirección. Por caso, un compañero de trabajo, que se parece a un vecino que
me cae mal o, dicho en términos spinozianos, que odio, en principio, odiare por la mera
semejanza entre ellos. Resulta de esto que la vida afectiva sea azarosa y determinada por
nuestra biografía de vida. Pero además de accidental, este reviste, tomando las palabras
de Macherey, un carácter alucinatorio. Odiamos y amamos, no solo en función de cómo
somos afectados, sino en función de cómo se constituyó nuestro deseo. De cómo las ideas
de los afectos se ligaron azarosa y accidentalmente a distintas causas exteriores.
El carácter alucinatorio de la vida afectiva, se basa siempre en la preeminencia de
ideas inadecuadas que tenemos. Desde la gnoseología Spinoziana, ello quiere decir que
en la mayor parte de los casos no somos capaces de remontar la relación causal existente
entre las distintas ideas. Existe, pues, una verdad en el hecho que odio algo por la
semejanza que eso tiene con otra cosa también odio. Pero esa verdad, necesita una
adecuación con la total cadena causal que me llevo a dicha afecto. El descubrimiento de
la causa, implica su anulación parcial. De aquí que el carácter imaginativo del deseo, no
suponga que este sea menos real. Lo que odiamos u amamos por semejanza, puede
haberse constituido en forma azarosa y accidental, pero estos objetos nos aumentan o
disminuyen efectivamente la potencia.
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2.3. Deseo como principio productivo del alma
Así como la alegría y la tristeza son la direccionalidad del deseo mismo; el odio y
el amor, son ese deseo, pero bajo el régimen de la imaginación, vinculado a ideas de
causas externas. Deseamos lo que amamos y repugnamos lo que odiamos pues hemos
vinculado la idea de un aumento en la potencia de ser a la idea una causa exterior. Es
ahora cuando podemos entender el sentido en que el deseo puede diferenciarse de las
restantes pasiones. En la introducción vimos como en la definición de los afectos,
agregaba que, en virtud del deseo, el alma es determinada a pensar en tal cosa más que en
otra. Solo en virtud de la conexión que se establece entre la idea del aumento y
disminución de potencia, y la idea de la causa exterior, el deseo determina al alma a pensar
en tal cosa o en tal otra, como medio de aumentar la propia potencia.
El deseo es pues un afecto, no solo porque todo pasión triste o alegre es el deseo
mismo acompañado con conciencia del mismo, sino porque el deseo, como impulso o
tendencia, genera una dinámica afectiva propia en el alma. El alma, no solo simplemente
recibe afecciones pasivamente, sino que, como en esencia es puro deseo, se manifiesta
como un principio vitalista. El conatus, no simplemente tiende a conservar la potencia de
ser, sino a su aumento. Por principio y por esencia, el alma quiere poder más. El deseo es
lo que impulsa al alma a poder más. Por ello, vemos en la ética una conexión recurrente
entre esfuerzo y potencia de obrar. Mientras que el alma se esfuerza por imaginar lo que
aumenta la potencia de obrar (proposición XII), el alma no tiene principio interno alguno
que lo lleve a imaginar lo que disminuye su potencia.
Es así que cuando hace referencia a imaginaciones tristes, nunca será en función
de algún impulso interno. El conatus, por el contrario, intentara siempre imaginar lo que
excluya dicha imaginación triste. Leemos por caso, en la proposición XIII: ‘Cuando el
alma imagina aquellas cosas que disminuyen o reprimen la potencia de obrar del cuerpo,
se esfuerza cuanto puede por acordarse de otras cosas que excluyan la existencia de
aquellas’ (Spinoza, pág. 182). El deseo impulsa pues al alma a imaginar lo que aumenta
la potencia, con ello se revela como un principio que tiende siempre a la positividad.
Es en este punto que el deseo puede constituirse primero como un afecto en
sentido propio, distinto de las pasiones tristes y alegres. Mientras las meras pasiones se
constituyen en función de la forma en que el cuerpo fue afectado, el deseo, implica una
cierta actividad, pues impulsa al alma a pensar tal cosa más bien que otra. De esta manera
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implica siempre una dimensión productiva del alma. Pues en tanto el deseo expresa la
propia potencia del querer poder más, impulsa a pensar en aquellas cosas que producen
afectos alegres y a anular los afectos tristes. El deseo es un afecto, pues mediante él, el
alma busca imaginar aquello que pueda aumentar su propia potencia, haciendo de él, una
especie de auto afecto. Como auto-afecto, el alma ‘produce’ pasiones alegres y busca
eliminar las tristes.
Esto nos conduce a un último elemento que resaltar. El deseo como una dimensión
propiamente productiva del alma es un punto donde Spinoza se enfrenta a gran parte de
la tradición anterior que, ya desde Platón, había definido al deseo como una carencia. El
deseo, es deseo de aquello de que se carece y por lo que se desea su unión con ello. En
Spinoza, por el contrario, el deseo es pura positividad. Implica siempre una capacidad
creativa por parte del alma, y por otro un impulso vital hacía una mayor capacidad de ser
afectado. El deseo, más que carencia, para Spinoza es pura potencia.
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3. Conclusión
Bibliografía
Allison, H. (1987). Benedict de Spinoza: an Introduction. Nueva York: Yale University Press.
Deleuze , G. (2015). En medio de Spinoza. Buenos Aires: Cactus.
Spinoza, B. (1983). Ética demostrada según del orden geométrico. Buenos Aires: Hyspamérica
Ediciones Argentina S.A.
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