3
4
5
6
7
Jordi E.Obiols Neus Barrantes-Vidal (coords.)
8
9
Relación de autores
Introducción
Obiols, J. E.
PARTE 1
Rosa, A. y Fañanás, L.
Fatjó-Vilas, M. y Fañanás, L.
10
2.2.1. Variantes genéticas comunes
2.2.2. Los estudios de asociación del genoma completo: los estudios GWAS
2.3. Conclusiones
Modinos, G.
3.1. Introducción
3.4. Conclusiones
4.1.1. Urbanicidad
4.1.3. Migración
4.1.4. Pobreza
11
4.2.1. Factores perinatales
4.6. Conclusiones
Álvarez, E. y Obiols, J E.
12
5.7. Conclusiones
PARTE II
6.8. Conclusiones
Barragán, M. y Obiols J. E.
13
7.3. Evolución de los SSP y factores asociados a su persistencia o remisión
7.6. Conclusiones
8.6. Conclusiones
PARTE III
Domínguez-Martínez, T. y Barrantes-Vidal, N.
14
9.7. Conclusiones
10.1. Introducción
10.4. Conclusiones
Bibliografia
15
16
Coordinadores
Obiols, Jordi E.
Barrantes-Vidal, Neus
Colaboradores
Alvarez, Eva
Auther, Andrea
Barragán, Marcela
Carrión, Ricardo
17
Division of Psychiatry Research, The Zucker Hillside Hospital, North Shore -
Long Island Jewish Health System (NS-LIJHS), Glen Oaks, Nueva York, (EE. UU.).
Center for Psychiatric Neuroscience, The Feinstein Institute for Medical Research,
North Shore - Long Island Jewish Health System, Manhasset, Nueva York (EE.
UU.).
Cornblatt, Barbara
Center for Psychiatric Neuroscience, The Feinstein Institute for Medical Research,
North Shore - Long Island Jewish Health System, Manhasset, Nueva York (EE.
UU.).
Domínguez, Tecelli
Fañanás, Lourdes
Fatjó-Vilas, Mar
18
Kwapil, Thomas R.
McLaughlin, Danielle
Michel, Chantal
Modinos, Gemma
Quyada, Yanet
Rosa, Araceli
Sheinbaum, Tamara
Schultze-Lutter, Frauke
Vilagrá, Raúl
19
Departamento de Psicología Clínica y de la Salud. Facultad de Psicología.
Universidad Autónoma de Barcelona.
20
21
"... hemos observado en nuestros pacientes peculiaridades psíquicas ya desde la
infancia... entre el 50 y el 70% eran... de carácter tímido, retraído, solitario o,
especialmente en el sexo femenino, irritable o caprichoso."
E.Kraepelin (1919)
22
las psicosis.
23
El primer estudio de esta naturaleza se remonta a la década de los años 50 del siglo
pasado y lo dirigió Barbara Fish en EE. UU. (Fish, 1987). Este estudio pionero inauguró
la senda de toda una serie de estudios de alto riesgo genético, en los que se estudiaban
sobre todo muestras de hijos de madres esquizofrénicas a partir de distintos momentos
de su etapa vital. El capítulo 5, de Álvarez y Obiols, repasa esta metodología, que es
fundamental para el tema que nos ocupa, y que ha dado frutos importantes. Los autores
hacen una exhaustiva revisión del tema, abarcando no sólo los mencionados estudios de
alto riesgo genético sino también los que han utilizado otros criterios alternativos para
definir el riesgo elevado de padecer esquizofrenia, el llamado riesgo "psicométrico",
como, por ejemplo, la personalidad esquizotípica u otros. También se revisan los estudios
prospectivos de cohortes de la población general seguidas desde el nacimiento, que han
sido una fuente importante de conocimiento para nuestro campo. Finalmente, no podía
faltar en esta revisión la aplicación de la metodología longitudinal en el campo con más
auge en el presente, esto es, la investigación de los pródromos y del "ultra-altoriesgo".
Aquí se trata ya de detectar sujetos con un alto potencial de conversión a psicosis y que
ya buscan tratamiento o ayuda psicológica/psiquiátrica. Se trata por tanto de una
estrategia de alto riesgo "clínico".
24
comprobado que un buen número de sujetos de la población general experimenta
eventuales alucinaciones, ideas de referencia, robo de pensamiento, etc. También se ha
investigado la presencia de síntomas negativos y desorganizados, aunque tenemos menos
información que de los síntomas positivos. Aunque las cifras de prevalencia varían
mucho entre diversos estudios y por grupos de edades, es sorprendente la alta frecuencia,
sobre todo en niños y adolescentes (entre un 9% y un 59%) con que se presentan en
poblaciones no clínicas. La prevalencia en adultos de la población general se estima en
poco más del 5% (Van Os et al., 2009). No sabemos con exactitud qué importancia
tienen estos síntomas, pero los datos indican que su presencia numerosa o persistente
puede ser predictora de evolución psicótica, especialmente si se combinan con abuso de
sustancias en la adolescencia temprana o con depresión. También es cierto que la
mayoría de jóvenes que experimentan estos síntomas nunca desarrollarán trastornos de
ningún tipo.
25
multicéntricos (por ejemplo, el European Prediction of Psychosis Study, EPOS)
(Ruhrmann et al., 2010) y otros.
26
tanto, parecen ser objetivos particularmente buenos para futuras intervenciones".
Sin duda, un aspecto crítico es el dilema ético que se plantea en sujetos mal
diagnosticados. Obviamente, ningún sistema de diagnóstico precoz es perfecto y todos,
incluidos los que se utilizan de modo rutinario en medicina, tienen una tasa mayor o
menor de falsos positivos. En nuestro caso sabemos que, aproximadamente, un 60% de
nuestros sujetos de "alto riesgo" no transitarán nunca a la psicosis (Addington et al.,
2006). La posibilidad, por tanto, de tratar innecesariamente con psicofármacos
antipisicóticos y de estigmatizar a adolescentes o jóvenes adultos ha generado una lógica
preocupación cuando no una oposición frontal en parte de la comunidad científica. Por
supuesto, también hay argumentos de peso en sentido contrario: las tasas de conversión a
las psicosis son muy considerables, ya con los sistemas actuales de detección y
diagnóstico; muchos de los sujetos ya presentan malestar clínicamente significativo o
discapacidades; finalmente, no hay peor estigma que el de la enfermedad real que no se
ha parado a tiempo (Carpenter y Van Os, 2011). Este dilema no es fácil de resolver y la
estrategia más generalizada ha sido la de implementar básicamente intervenciones
psicológicas, de tipo cognitivo-conductual, psicoeducación, etc., centrados en el sujeto y
su entorno familiar. Pero no son pocos los estudios que están utilizando antipsicóticos,
normalmente atípicos y a dosis bajas (ver, por ejemplo, McGhashan et al., 2003), y
también se están haciendo ensayos con antidepresivos. El tiempo y los resultados serán
los jueces de este conflicto.
Es una gran satisfacción presentar al lector este volumen sobre un tema de tanta
importancia y actualidad científicas y de tanto calado clínico y terapéutico realizado, casi
exclusivamente, con aportaciones de grupos investigadores de nuestro país. Además,
otros investigadores y grupos estatales que no han participado en esta monografía
también están haciendo contribuciones de primer nivel al campo. Cabe mencionar, sin ser
exhaustivos, los grupos pioneros de VázquezBarquero en Cantabria y de Lemos y Vallina
en Oviedo (ver Lemos-Giráldez et al., 2009), el grupo de Pamplona dirigido por Cuesta y
Peralta, el equipo de Arango en Madrid y otros grupos pertenecientes a la Red de
Investigación en Salud Mental (CIBERSAM).
27
28
29
30
31
1.1. Mente y cerebro en la evolución humana
Ninguna función cerebral del ser humano que tenga que ver con el modo de sentir o
percibir la realidad que le rodea, y sobre todo, de sentirse o percibirse a sí mismo, es
ajena al proceso evolutivo de nuestra especie y a los genes sobre los que han operado los
mecanismos de selección natural. La consecuencia de este proceso ha sido una especie
primate eminentemente social y con un lenguaje verbal altamente desarrollado, capaz de
establecer una compleja relación simbólica con la realidad en la que se incluyen,
fundamentalmente, otros seres humanos. De esta experiencia de realidad compleja
deriva, en gran medida, la vulnerabilidad del ser humano frente a un medio que no
reconoce a menudo como propio o natura, y que puede ser profundamente hostil
(Fañanás, 2003).
La rápida encefalización asociada al proceso evolutivo del género Homo tuvo distintas
consecuencias sobre la biología de nuestra especie. Una de ellas queda reflejada en la
gran inmadurez neurológica que presentan los recién nacidos de nuestra especie en el
momento de nacer, una adaptación al limitado canal de parto. Esta condición, lejos de ser
una desventaja para nuestra especie, constituye toda una estrategia evolutiva que ha
permitido la transmisión del lenguaje y de la cultura de las madres a los hijos durante un
período de gran dependencia entre ambos y de máxima plasticidad cerebral en el niño.
32
Desde el punto de vista del desarrollo, la infancia es un período de crecimiento y
desarrollo continuado que culmina con la entrada en la madurez sexual mediante la
activación del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal y la llegada al torrente sanguíneo de
hormonas sexuales. Estas hormonas contribuirán de manera decisiva a concluir procesos
de maduración cerebral en la pubertad, abriendo el paso hacia la adolescencia (Tanner,
1989).
La vulnerabilidad del ser humano para la enfermedad mental debe contemplarse, por
tanto, desde su condición de individuo que conoce y que se reconoce en un medio social.
La cualidad de vulnerable se sustentaría en la propia complejidad de la naturaleza
humana, vinculada a la complejidad de su cerebro, y sería fruto de un proceso evolutivo
que, como ya hemos señalado, ha dado lugar a una especie con un cerebro esencialmente
preparado para la relación compleja con la realidad y para la vida en grupo (Fañanás,
2003).
En este contexto es importante señalar que más de la mitad de todas las personas
diagnosticadas por un trastorno psiquiátrico en la vida adulta manifestaron sus primeros
síntomas durante la pubertad y adolescencia. Asimismo hay que señalar que los
trastornos psicóticos, con especial referencia a la esquizofrenia, son trastornos
característicos de las primeras etapas de la vida, que afectan a las personas en el inicio de
su vida adulta.
33
sujeto pierde el juicio de realidad y desarrolla (en ausencia de conciencia de enfermedad)
delirios, alucinaciones y desorganización de pensamiento. Como hemos indicado, la
psicosis es un fenómeno subjetivo y de experiencia de la mente que, aunque tenga como
base neurobiológica común una alteración dopaminérgica, se encuentra también
modulada por esquemas cognitivos y socioculturales propios del individuo. De esta
forma, la alteración de la misma sustancia química en el cerebro (la dopamina) da lugar a
manifestaciones clínicas sutilmente diferentes en diversas culturas e individuos (Lahera et
al., 2012).
Si bien creemos que somos la misma persona durante toda la vida, lo cierto es que el
estado estructural y funcional de nuestro cerebro cambia asombrosamente mientras
vivimos, incluyendo el período de vida intrauterina. El desarrollo del sistema nervioso
comprende, de manera resumida, seis fases principales:
34
6.Mielinización (25 semanas de gestación-20 años) (Marsh et al., 2008) (ver figura
1.1A).
35
controlado por diversos genes que se expresan tempranamente (Reichert, 1992).
A pesar de que no se conoce completamente el proceso, entre los factores que regulan
esta proliferación celular se encontrarían neurotransmisores como la serotonina,
noradrenalina, acetilcolina o dopamina, actuando como señales reguladoras de esta
neurogénesis.
Una vez ha finalizado la proliferación celular, las neuronas migran desde la zona
ventricular del tubo neural hasta los lugares donde van a residir finalmente en la corteza
cerebral. Ciertas células gliales, dispuestas radialmente, sirven como soporte para los
movimientos migratorios de las neuronas. En estos procesos se han descrito diversas
moléculas, entre ellas las moléculas de adhesión celular nerviosa (N-CAM) y las N-
cadherinas, que favorecen las interacciones entre neuronas y las células de la glía a lo
largo de este proceso. Cuando las neuronas llegan a su localización definitiva, la corteza,
se organizan formando diferentes capas características y de gran relevancia funcional en
el cerebro humano.
36
funcionalidad; por ejemplo, muchos factores ambientales de diferente naturaleza, desde
factores químicos, déficits vitamínicos e infecciones hasta factores de estrés psicosocial,
pueden interferir en el desarrollo adecuado del cerebro cuando el sujeto es expuesto a los
mismos durante las primeras etapas del desarrollo (ver figura 1.1B).
1.4. Factores ambientales y riesgo para psicosis y trastornos del espectro esquizofrénico
Sin embargo hay que señalar que algunos de los factores genéticos de riesgo descritos
parecen actuar sólo en presencia de determinados factores ambientales; estos últimos
pueden ser tanto de tipo biológico como psicosocial (Brown, 2011a).
Algunas investigaciones recientes, sin embargo, han podido integrar ambos fenómenos
bajo un mecanismo etiopatogénico denominado sensibilización. Tal y como se refleja en
la figura 1.2, habría algunos factores ambientales con capacidad para sensibilizar el
cerebro en etapas muy tempranas, de forma que la exposición a un segundo factor en la
edad adulta provocaría la superación de un umbral de riesgo para manifestar clínicamente
el trastorno; este mecanismo operaría en un grupo de sujetos de la población general
considerados genéticamente vulnerables. Este concepto se discutirá posteriormente sobre
la base de ejemplos específicos.
37
Figura 1.2. Fenómeno de la sensibilización (adaptado de Collip et al., 2008).
Como se muestra en la figura 1.2, el individuo A tiene una trayectoria "normal" con
expresión de algunas experiencias psicóticas subclínicas que son moderadas y pasajeras.
El individuo B tiene una expresión similar pero las experiencias subclínicas se alargan
algo en el tiempo debido a exposición suave a algún factor de riesgo ambiental. El
individuo C tiene experiencias persistentes y prolongadas en el tiempo debido a la
exposición repetitiva y severa a determinados factores ambientales estresantes y
transición hacia un trastorno psicótico clínico
Entre los factores de riesgo ambiental descritos en períodos pre y perinatales, los más
replicados en la literatura son:
38
e)El estrés emocional materno extremo.
a)Vivir en zonas urbanas con alta densidad de población y bajo soporte social.
De acuerdo con la literatura, los riesgos asociados al hecho de vivir en una población
densamente poblada durante la infancia se sitúan entre 1.5 y el 3, muy parecidos a los
descritos en poblaciones inmigrantes - RR= 2.9, para inmigrantes de primera y segunda
generación e inmigrantes de países en vías de desarrollo y de determinadas etnias
(Pedersen y Mortensen, 2001) (ver cuadro 1.l).
39
Graae), que en una muestra de sujetos con primeros episodios psicóticos existía una clara
relación entre experimentar acontecimientos vitales estresantes y sufrir el primer episodio
psicótico; sin embargo, cuando se comparaba el número de acontecimientos estresantes
sufridos por los pacientes en comparación con individuos sanos de la misma población no
existían diferencias en el número de acontecimientos vividos. Debemos suponer, por
tanto, que entre los sujetos que desarrollan psicosis existe una mayor vulnerabilidad al
estrés, tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos.
El estrés puede ser definido como un estado psicológico en el que el individuo percibe
como abrumadoras las distintas experiencias o retos que permiten alcanzar en la sociedad
un mejor bienestar físico y emocional; experiencias que, para el sujeto con riesgo para
psicosis, parecen sobrepasar sus recursos emocionales y su capacidad de adaptación en
general.
En principio, tras la activación del eje HPA, y una vez el factor estresante ha
desaparecido o disminuido, el organismo debería retomar a su homeostasis inicial. En
este contexto, la predisposición genética a las psicosis podría actuar sinérgicamente con el
factor ambiental en la respuesta anómala del individuo, impidiendo el efecto restaurador
de una amplia variedad de moduladores de plasticidad cerebral, lo cual explicaría la
persistencia de la disfunción dopaminérgica.
40
En el cuadro 1.1 se resumen los diferentes factores ambientales asociados a
esquizofrenia y su relación con factores genéticos del individuo bien de tipo familia -
historia familiar de psicosis-, o bien con variantes genéticas moleculares en genes
candidatos.
Finalmente, otras condiciones psicosociales asociadas con el riesgo para las psicosis
hacen referencia a la adversidad ambiental de naturaleza esencialmente psíquica,
41
especialmente en la infancia. No existe una definición única de maltrato infantil, y lo que
puede considerarse abuso o negligencia varía con la edad del niño, la cultura y el
contexto. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), se define maltrato
como: "Todas las formas de malos tratos, el abuso sexual, descuido o negligencia físico y
emocional o explotación comercial o de otro tipo, que resulta en un daño real o potencial
para la salud del niño, su supervivencia, desarrollo o dignidad en el contexto de una
relación de responsabilidad, confianza o poder".
42
1.4.4. Cannabis y riesgo para psicosis
Por otro lado, el uso cada vez más frecuente del cannabis en la población más joven,
y el inicio de su consumo en edades cada vez más tempranas, convierten el uso de
cannabis en un factor de riesgo de gran relevancia epidemiológica en esquizofrenia. En
esta dirección hay que destacar los estudios que han demostrado que el riesgo para
desarrollar trastornos del espectro esquizofrénico asociado al consumo de cannabis
incrementa sustancialmente cuando el consumo tiene lugar durante la pubertad y
adolescencia; Arseneault y colaboradores ya demostraron en el año 2002 que el inicio de
consumo de cannabis antes de los 15 años puede llegar a incrementar el riesgo de sufrir
un trastorno esquizofreniforme hasta 11 veces (Arseneault el al., 2002). Estudios
posteriores han explorado el rol de diferentes variantes genéticas en genes relevantes en
la función dopaminérgica como el gen de la COMT o el gen de la AKT1 - una enzima
que participa en la cascada de señalización de los receptores dopaminérgicos-. En ambos
casos se han podido identificar mecanismos de interacción GxE, demostrándose que
variantes polimóficas situadas en dichos genes modulan el riesgo para sufrir psicosis,
esquizofrenia o síntomas relacionados cuando el sujeto se expone al cannabis (Henquet el
al., 2006; Di Forti el al., 2012; Alemany el al., 2013).
En resumen, podemos decir que existe un gran número de evidencias que ponen de
manifiesto que la exposición a diversos factores ambientales, en diferentes períodos
43
claves de nuestra vida, desempeña un papel relevante en la vulnerabilidad para sufrir
esquizofrenia y trastornos del espectro.
Desde el punto de vista del riesgo para sufrir esquizofrenia y trastornos relacionados,
es importante destacar que los factores psicosociales descritos anteriormente han
demostrado tener un efecto pleiotrópico sobre distintas patologías psiquiátricas, e
igualmente se encuentran asociados con otros trastornos psiquiátricos comunes.
En referencia al riesgo que confieren, hay que señalar que los riesgos relativos (RR)
asociados son pequeños o moderados: entre 1.3 y 3 en el caso de los factores prenatales,
y entre 4 y 11 para el uso de cannabis y presencia de maltrato - abuso- en la infancia;
normalmente, los riesgos descritos se sitúan por debajo del riesgo conferido por
compartir la mitad de los genes con una persona afectada por esquizofrenia u otras
psicosis funcionales - entre 10 y 15 en familiares de primer grado-, o ser una persona
portadora de determinadas deleciones o duplicaciones cromosómicas, como se verá en el
capítulo 2 de este libro.
El hecho que no todos los pacientes con diagnóstico de psicosis hayan estado
expuestos a los factores ambientales de riesgo descritos, y que no todos los expuestos
desarrollen psicosis, nos indica la existencia de una vulnerabilidad diferencial en algunos
sujetos de la población a los efectos del factor ambiental y que la exposición a un único
factor ambiental no constituye por sí sólo una causa suficiente para la aparición de
sintomatología psicótica.
En este sentido, los estudios de riesgo genético publicados hasta el momento, ya sea
con medidas indirectas (historia familiar de psicosis) o directas (ser portador de variantes
genéticas de riesgo), han puesto de manifiesto la existencia de una interacción entre genes
y ambiente (GxE).
44
mecanismos epigenéticos, como las metilaciones del ADN, podrían tener lugar bajo la
influencia de factores ambientales muy tempranos, modificando posteriormente los
patrones de expresión génica en los procesos adaptativos al estrés en la edad adulta. Esta
línea de investigación comienza a proporcionar algunos resultados de gran interés que nos
deben hacer pensar en el constante diálogo de nuestro genoma con los factores
ambientales que nos rodean (Pidsley y Mill, 2011). El ambiente y los estilos de vida
deben ser contemplados desde la investigación como una fuente de información clave
para entender los procesos fisiopatológicos no sólo de los trastornos psicóticos, sino de
otras condiciones psicopatológicas del ser humano.
45
46
La organización morfológica y la capacidad funcional del cerebro humano dependen de
complejos procesos que tienen lugar durante el desarrollo ontogénico y que están en gran
medida determinados por factores genéticos.
47
Estas y otras preguntas aguardan respuesta desde la genética molecular y la biología
evolutiva de las próximas décadas y quizás puedan ayudar a comprender los complejos
mecanismos de interacción genes-ambiente que forzosamente deberán explicar el origen
de la mayoría de las enfermedades mentales.
48
Los estudios familiares comparan la frecuencia con la que aparece un trastorno entre
familiares de personas afectadas, respecto a la frecuencia observada en la población
general. En hipótesis, si existe una base genética para la enfermedad estudiada, el
trastorno se presentará con más frecuencia entre los familiares de individuos afectados
que en sujetos de la población general. Es más, esta frecuencia entre los familiares de la
persona afectada debería ser tanto más elevada, cuanto mayor sea el grado de parentesco
con la persona afectada. En el caso de la esquizofrenia, por ejemplo, se ha descrito que
los familiares de primer grado de una persona afectada presentan un riesgo de alrededor
del 10% para desarrollar esquizofrenia a lo largo de la vida (respecto al 1% de la
población general), y que este riesgo aumenta en función del número de genes
compartidos (Gottesman et al., 1991; Lichtenstein et al., 2006) (figura 2.1).
Figura 2.1. Riesgo promedio para desarrollar esquizofrenia a lo largo de la vida (en
porcentaje) en función de la variabilidad genética compartida con una persona afectada
por este trastorno. Los datos del histograma se han adaptado de Gottesman, 1991. Un
estudio de familias basado en registros nacionales suecos mostró que las estimaciones de
riesgo para los familiares con diferentes grados de parentesco con una persona con
esquizofrenia eran sorprendentemente similares a los reportados en estudios anteriores
(Lichtenstein et al., 2006).
49
2000).
Es evidente que la vulnerabilidad para los trastornos complejos viene trazada por
factores genéticos, pero el ambiente es imprescindible para poner de manifiesto dicha
vulnerabilidad. Desde la genética cuantitativa, los estudios en gemelos proporcionan un
paradigma experimental natural para estimar la contribución relativa de genes y ambiente
en la variabilidad observada en la población. La principal estrategia es comparar la
concordancia de la enfermedad entre los gemelos monocigóticos (MZ), que según el
modelo comparten el 100% de los genes y el 100% del ambiente, respecto a la observada
en los dicigóticos (DZ), que según el modelo comparten el 50% de los genes y el 100%
del ambiente (ver figura 2.1 para tasas de concordancia observadas en esquizofrenia).
Además, los estudios de gemelos permiten dar un valor numérico a esta importancia
relativa de genes y ambiente en la manifestación de la enfermedad mediante la estimación
de un parámetro conocido como heredabilidad (h2).
50
Dicha búsqueda se llevó a cabo principalmente sobre la base de un modelo de
common disease-common variants, que propone que cada caso estaría causado por la
herencia de múltiples variantes genéticas comunes en la población, y que el trastorno se
produciría cuando se supera determinado umbral de carga genética; en otras palabras, la
herencia del trastorno sería de tipo poligénico.
Los múltiples hallazgos acumulados por este tipo de estudios han sido revisados y
resumidos por diferentes autores (Straub et al., 2006; Schwab et al., 2009). De esta
manera, hoy podemos configurar (dentro de un conjunto de centenares de genes
identificados) una lista de aquellos reiteradamente asociados con los trastornos psicóticos
(ver cuadro 2.2).
Es interesante señalar que la mayoría de las proteínas para las que codifican estos
genes confluyen desde un punto de vista funcional en:
51
52
En este sentido, se hipotetiza que la variación genética identificada afectaría la
susceptibilidad para padecer trastornos psicóticos mediante la generación de cambios en
la estructura de la proteína codificada o bien por la alteración de la expresión génica,
modificando de este modo la cantidad o la distribución de la proteína en momentos
claves del desarrollo o de la respuesta al estrés.
En conclusión, hasta la fecha se han publicado más de mil estudios que apoyan o
53
refutan la asociación genética entre genes candidatos, la esquizofrenia y otros trastornos
psicóticos relacionados. A pesar de estos esfuerzos, sólo unos pocos genes o variantes
genéticas se han establecido como genes de susceptibilidad, y ni un solo gen se ha
definido con la confianza otorgada a otros genes asociados con la susceptibilidad a otras
enfermedades complejas. Entre otras razones, estos resultados se explican por el
pequeño efecto de cada gen sobre el fenotipo en el contexto de un modelo poligénico y
de alta heterogeneidad (distintas variantes en distintos genes pueden relacionarse con el
mismo fenotipo clínico).
Por otra parte, para mejorar el poder para detectar genes de susceptibilidad, se ha
utilizado una estrategia basada en el análisis de endofenotipos. Los endofenotipos son
rasgos cuantitativos objetivamente medibles y hereditarios que se observan más
frecuentemente en los pacientes, y en sus familiares sanos, que en la población general.
2.2.2. Los estudios de asociación del genoma completo: los estudios GWAS
54
participan potencialmente miles de genes candidatos, la mayoría de los cuales aún no se
han identificado. Los avances en las últimas décadas en los métodos de análisis a gran
escala de la variabilidad molecular ofrecen la posibilidad de un análisis completo del
genoma en busca de nuevos genes candidatos mediante el análisis simultáneo de miles de
polimorfismos y en grandes muestras. En este sentido, los análisis de asociación del
genoma completo (Genome Wide Association Studies, GWAS), que proporcionan un
enfoque libre de hipótesis, están siendo utilizados en un intento de identificar un gran
número de variantes comunes que contribuyen con un modesto incremento en el riesgo.
Varios de estos estudios han sido publicados, incluyendo los más recientes muestras muy
numerosas, y han permitido ya combinar los datos para la realización de metaanálisis
(Ripke et al., 2011). Los autores de estos estudios concluyen que los GWAS
proporcionan pruebas del sustancial componente poligénico del riesgo para desarrollar un
trastorno psicótico; sin embargo, después de aplicar los análisis estadísticos rigurosos
necesarios, los resultados de los GWAS han mostrado sólo unos pocos loci asociados con
dichos trastornos, cada uno con muy pequeños tamaños del efecto (OR - 1,2). Estos loci
incluyen los genes ANK3 (Ankyrin 3, 10g21), ZNF804A (Zinc finger protein 804A,
2g32.1), NRGN (Neurogranin, 11g24), TCF4 (Transcription factor 4, 18g21.1),
microRNA137 (MIR137) y MHC (Major histocompatibility complex class I, 6p2l.3). El
hecho de que los resultados de los diferentes GWAS muestren poca concordancia con los
resultados descritos previamente mediante los estudios de asociación clásicos se atribuye
a que las herramientas de análisis de los GWAS deben ser mejoradas para extraer la
verdadera varianza genética asociada a los trastornos psicóticos y separarla del ruido
generado por la gran cantidad de datos obtenidos en estos análisis. Tal y como cabía
esperar, los resultados GWAS parecen indicar igualmente la relevancia de la
caracterización del fenotipo clínico para identificar genes candidatos con esta
metodología (Schwab, 2009). Enfoques recientes sugieren el interés de analizar los
resultados de los GWAS teniendo en cuenta de manera conjunta grupos de genes
implicados en las de los mismas vías funcionales, así como reinterpretando los loci
identificados como posibles marcadores asociados a regiones reguladoras de la expresión
celular.
55
mutaciones como las variantes en número de copias) es muy baja en el conjunto de
todos los casos observados en las poblaciones, pero el riesgo asociado para el desarrollo
del trastorno es bastante elevado. En cambio, las variantes comunes tendrían un riesgo
asociado bajo pero su combinación conferiría un carga o background genético de mayor
vulnerabilidad en un conjunto mucho más numeroso de la población, y por tanto, de los
casos observados finalmente.
Es decir, las variantes raras tendrían una penetrancia alta pero incompleta sobre el
fenotipo, mostrando una mayor capacidad de causar efectos perjudiciales en las personas
portadoras, en comparación a la de las variantes comunes. Un ejemplo bien conocido
sería la deleción en hemicigosis de un fragmento de 3Mb en el cromosoma 22g1 1
asociado al Síndrome Velocardiofacial (VFS). Tener el VFS representa un riesgo para
padecer un trastorno psicótico 25 veces superior que no tenerlo; mientras que en la
población general se observan un 0,025% de casos con VFS, en pacientes con
56
esquizofrenia de inicio adulto el porcentaje es del 0,36% y en pacientes de inicio precoz
es del 5%. Aunque no se conoce de manera clara la relación entre la microdeleción y la
psicosis, el caso del VFS es el precedente más claro de que la variación en el número de
copias de los genes puede conferir vulnerabilidad para la esquizofrenia y otros trastornos
psicóticos.
En relación a los trastornos psicóticos se ha descrito una mayor tasa de CNV raras en
pacientes que en controles, y también una mayor frecuencia en pacientes de inicio
infanto-juvenil (20%) que en aquellos con un inicio adulto de la enfermedad (15%) y que
en controles (5%). Es interesante, a modo de ejemplo, destacar dos estudios de
asociación a gran escala que han descrito CNV raras implicadas en la esquizofrenia
(Stefansson et al., 2008; Stone et al., 2008). Estos estudios revelaron tres CNV asociadas
a la esquizofrenia en los cromosomas 1g21.1, 15g13.3 y 22g1 1.2. Aunque estas
deleciones eran eventos muy poco frecuentes en los pacientes aún eran mucho menos
frecuentes en los sujetos control (figura 2.3).
57
Figura 2.3. Resumen esquemático de dos estudios de asociación a gran escala que
detectaron CNV (deleciones) implicadas en esquizofrenia (Stone et al., 2008; Stefansson
et al., 2008).
Por tanto, el riesgo asociado a ser portador de dichas CNV era muy elevado (OR>
10) y muy superior al descrito para cualquier variante genética tipo SNP.
58
que ocurren con una frecuencia de <1%, aunque muchos de ellas son tan raras que se
encuentran en un solo individuo (Guthery et al., 2007). El efecto de las mutaciones
dependerá de su localización, es decir, de si se encuentran en regiones genómicas
codificantes o funcionales, si alteran la secuencia de aminoácidos resultante o si se
encuentran en puntos clave para la regulación de la expresión génica. En este sentido, es
interesante destacar que un estudio ha identificado que la tasa de mutaciones no-
sinónimas en pacientes con esquizofrenia es mayor que en sujetos sanos, es decir, que
los pacientes son portadores de mutaciones que tienen una mayor capacidad de afectar la
estructura y función de la proteína (Xu et al., 2011). Algunas de las mutaciones descritas
hasta el momento afectan a genes previamente implicados en los trastornos psicóticos
(DISCI, NRXN] o ZNF480) aunque también se han descrito mutaciones en genes no
asociados con la enfermedad hasta el momento.
2.3. Conclusiones
59
investigación genética aplicada en psiquiatría.
60
61
3.1. Introducción
62
Figura 3.1. Regiones cerebrales implicadas en la esquizofrenia, en las cuales se ha
descrito reducciones en el volumen de la sustancia gris. En (a) se muestran las regiones
en un corte coronal (izquierda) y sagital (derecha) de una plantilla del cerebro humano.
En (b) se muestran estas regiones en la superficie cerebral. GTS = giro temporal
superior; LTM = lóbulo temporal medial, incluyendo la amígdala, hipocampo y giro
hipocampal; PFC = corteza prefrontal.
63
2005). Además, una serie de estudios de neuroimagen estructural en pacientes con
esquizofrenia de inicio precoz (infantil) sugiere que los cambios cerebrales encontrados
en la esquizofrenia deben ser considerados en el contexto de maduración normal del
cerebro (Gogtay, 2008). En la esquizofrenia de inicio precoz se observa una pérdida
progresiva de superficie cortical (siguiendo un efecto de "barrido" desde áreas parietales a
áreas frontales) más temprana y rápida que la observada en controles sanos. Esto se
interpreta como una poda excesiva de neuronas, lo que ocasiona una pérdida progresiva
de sustancia gris y representa una exageración del proceso de desarrollo cortical normal
(Thompson et al., 2001).
64
----------------- 2. Individuos de la población general que puntúan alto en escalas de
esquizotipia o de síntomas subclínicos de psicosis ("alto riesgo psicométrico").
65
predicción de transición a psicosis. Una de las razones por las que este enfoque puede
resultar ineficiente para predecir una transición es que pueden pasar décadas antes de que
el sujeto esté claramente psicótico. Finalmente, un alto porcentaje de los individuos que
desarrollan esquizofrenia parecen no tener familiares afectados ni de primer ni segundo
grado en su familia; por tanto, el método de alto riesgo familiar es sólo generalizable a
individuos relacionados genéticamente con una persona diagnosticada con psicosis.
66
Hasta hoy, las investigaciones sugieren que los rasgos esquizotípicos se organizan en
tres factores, de forma similar a la esquizofrenia, incluyendo los siguientes grupos de
síntomas: positivo (por ejemplo, ideación mágica, aberración perceptiva), negativo
(anhedonia física, anhedonia social) y desorganizado (discurso y comportamiento
desorganizado). Con respecto a la prevalencia del trastorno esquizotípico de la
personalidad, se encuentra alrededor de un 3% en la población general (American
Psychiatric Association, 2000), y se ha descrito en un 10-15% de familiares de pacientes
esquizofrénicos (Baron et al., 1985; Lenzenweger y Korfine, 1992). Los rasgos
esquizotípicos en familiares de pacientes esquizofrénicos son predictivos de una posterior
transición a psicosis, y el trastorno esquizotípico y los síntomas prodrómicos interactúan
aumentando la tasa de transición (Cannon et al., 2008). En resumen, este enfoque
identifica a personas que presentan anormalidades cognitivas y de la personalidad que se
parecen a las observadas en la esquizofrenia. De forma parecida al alto riesgo familiar,
niveles altos de esquizotipia predicen futura transición a psicosis. Por tanto, las
investigaciones que incorporan individuos con esquizotipia pueden ser particularmente
fructíferas para un mayor conocimiento de la neurobiología subyacente a la
vulnerabilidad a la esquizofrenia.
Más recientemente, Ettinger et al. (2012) escasearon una muestra de 55 sujetos sanos
a los cuales se administró un test de esquizotipia (The Rust Inventory of Schizotypal
Cognitions, RISC, - Rust, 1988-). Se observó una correlación negativa entre las
puntuaciones de esquizotipia positiva y el volumen de sustancia gris, de forma que
aquellos sujetos con más esquizotipia tenían menor volumen en regiones prefrontales,
orbitofrontales y temporales. Cabe destacar que este estudio siguió una estrategia
correlacional, buscando asociaciones entre sustancia gris y esquizotipia en una muestra
de 55 individuos, mientras que el primer estudio realizó una comparación categórica entre
grupos de sujetos con alta y baja esquizotipia seleccionados después de haber
administrado un test de propensión a la psicosis a 600 individuos.
67
3.2.3. Sujetos de alto riesgo clínico
El "alto riesgo clínico" se refiere a individuos que buscan tratamiento para síntomas
positivos subclínicos de psicosis, pero que no cumplen los criterios clínicos para ser
diagnosticados con un trastorno psicótico (Yung et al., 2005). La tasa de transición a
psicosis después de un año de su primera visita a servicios de salud mental se encuentra
entre un 20-40% (Cannon et al., 2007). Con una tasa más baja de falsos positivos que el
enfoque de "alto riesgo familiar", se considera que el método prodrómico está un paso
más cerca de la detección precoz de la psicosis. Para tener alto riesgo clínico se requiere
el cumplimiento de como mínimo uno de los siguientes tres criterios:
2.Síntomas psicóticos durante un tiempo inferior a una semana y que han remitido
espontáneamente.
68
independientemente del curso clínico del individuo.
a)Los sujetos de alto riesgo mostraron menor volumen que los controles en las
regiones frontales (bilateralmente).
b)El subgrupo de sujetos de alto riesgo que desarrolló una psicosis tenía menor
volumen en la corteza parahipocampal izquierda en comparación con los que no
desarrollaron una psicosis.
Sin embargo, los resultados de estos estudios han tenido un impacto clínico mínimo.
Una de las causas de este problema es que los estudios de neuroimagen describen
diferencias entre pacientes y controles a nivel grupal. Por lo contrario, el médico que
trabaja en un entorno psiquiátrico o neurológico debe tomar decisiones a nivel individual.
Para que la neuroimagen sea útil en un entorno clínico, debe ser capaz de hacer
inferencias a nivel del individuo. En los últimos años ha habido un creciente interés entre
la comunidad neurocientífica por el uso de métodos que permitan ese tipo de inferencia.
Uno de ellos es el "aprendizaje de máquina" (machine learning, ML), un sector de la
inteligencia artificial que se dedica al desarrollo de algoritmos y técnicas capaces de
69
extraer automáticamente información de los datos (Hastie el al., 2001). En comparación
con los métodos tradicionales de análisis basados en el modelo lineal general, las ventajas
de aplicar ML a datos de neuroimagen son dobles. En primer lugar, la ML permite la
caracterización de diferencias a nivel del individuo, y por tanto genera resultados con un
alto potencial de aplicación clínica. En segundo lugar, al ser un enfoque multivariante, la
ML es sensible a efectos sutiles en el cerebro que no se podrían detectar utilizando
métodos univariantes tradicionales, que se centran en diferencias gruesas a nivel grupal.
Por tanto es razonable aplicar la ML a poblaciones de riesgo en las cuales se esperan
diferencias sutiles respecto a poblaciones clínicas.
Las máquinas de soporte vectorial (Support Vector Machine, SVM) son un tipo
específico de ML, un conjunto de algoritmos de aprendizaje supervisado para clasificar
los datos individuales mediante la maximización del margen entre clases (sujetos) en un
espacio de dimensionalidad muy alta (Vapnik, 1995). El algoritmo óptimo para la
clasificación se desarrolla a través de una fase de "entrenamiento" en la cual unos
ejemplos de "entrenamiento" se utilizan para desarrollar un algoritmo capaz de
discriminar entre grupos previamente definidos por el operador (por ejemplo, pacientes
versus controles), y una fase de "test" en la cual el algoritmo se utiliza para predecir
ciegamente el grupo al que pertenece cada nueva observación. El primer estudio en
utilizar la SVM para examinar el valor diagnóstico de la resonancia magnética estructural
en esquizofrenia fue publicado por (Davatzikos el al., 2005), quienes fueron capaces de
discriminar entre pacientes con esquizofrenia y controles sanos con una precisión del
81%. La discriminación se basó no sólo en regiones frontotemporales sino también en
partes de la corteza occipital, un área que no se implica tradicionalmente en la
esquizofrenia, demostrando la habilidad de la SVM para detectar alteraciones distribuidas
y sutiles en el cerebro. En cuanto a la SVM en sujetos de riesgo (Koutsouleris el al.,
2009), demostraron un éxito de clasificación del 86% por volumen de sustancia gris
respecto a controles. En un estudio posterior, el mismo grupo observó una capacidad de
clasificación del 92% entre controles y sujetos de alto riesgo clínico que posteriormente
transitaron a psicosis, de un 67% entre controles y sujetos de alto riesgo clínico que no
transitaron, y de un 84% entre "transitadores" y "no transitadores" (Koutsouleris el al.,
2012). Las regiones neuroanatómicas más discriminativas incluyeron estructuras
prefrontales perisilvianas y subcorticales. En conjunto, estos biomarcadores cerebrales
tienen el potencial de identificar individuos con el riesgo más alto de desarrollar una
psicosis, y pueden promocionar el diseño de estrategias clínicas destinadas a la
prevención.
La figura 3.2 presenta las regiones cerebrales en las que se ha descrito de forma más
robusta alteraciones volumétricas en poblaciones de riesgo.
70
Figura 3.2. Regiones cerebrales implicadas en las poblaciones de alto riesgo a las psicosis,
en las cuales se ha descrito reducciones en el volumen de la sustancia gris. LTM = lóbulo
temporal medial, incluyendo el hipocampo, y giro hipocampal; PFC = corteza prefrontal.
71
(Diwadkar et al., 2012), y en las estructuras de la llamada "línea media cerebral" (lóbulo
prefrontal medial, giro cingulado anterior y posterior) durante el resting state ("estado de
reposo", es decir, mientras el sujeto descansa dentro del escáner sin realizar ninguna tarea
específica). En conjunto, estos resultados enfatizan la importancia de las cortezas
prefrontales y temporales en la vulnerabilidad a la psicosis.
72
Figura 3.3. Sistema cerebral estriado. La imagen de la izquierda, adquirida con
resonancia magnética (RM), muestra en la plantilla del cerebro humano las regiones
anatómicas correspondientes al estriado. La figura de la derecha, adquirida con
tomografía por emisión de positrones (TEP), muestra que la intensidad de señal es más
alta en el estriado, indicando que la síntesis y acumulación de dopamina en el estriado
puede ser capturada mediante la TEP.
73
las psicosis.
3.4. Conclusiones
74
sentido para este tipo de técnica implicarían la identificación de curso de enfermedad,
funcionamiento global y respuesta al tratamiento del paciente individual, e incluso para
guiar la implementación de intervenciones para prevenir la transición a la psicosis
(Broome et al., 2005).
75
76
En este capítulo se presenta una breve revisión de los factores de riesgo ambientales para
psicosis que cuentan con mayor apoyo empírico en la literatura, los hipotéticos
mecanismos mediadores entre la exposición al factor de riesgo y el desarrollo de psicosis,
y el impacto de los factores de riesgo sobre la vinculación terapéutica de las personas con
psicosis incipiente.
En los últimos años se ha constatado la asociación entre ciertos factores del contexto
social (macroambiente) y el riesgo de desarrollo de psicosis. Entre dichos factores se
encuentran el vivir en un ambiente urbano, pertenecer a un grupo minoritario, la
migración y la pobreza.
4.1.1. Urbanicidad
Recientes revisiones y metaanálisis señalan que vivir en un área con alta densidad de
población (urbanicidad) se asocia con una mayor incidencia de esquizofrenia y presencia
de síntomas psicóticos en su expresión súbclínica y clínica (Dragt et al., 2011; Vassos et
al., 2012). Esta relación ha demostrado consistencia a través de un amplio rango de
diseños y definiciones del concepto de urbanicidad (habitualmente medida como número
de habitantes por kilómetro cuadrado), incluso cuando se controlan posibles variables de
confusión como el riesgo genético (Van Os et al., 2010). La relación entre urbanicidad y
riesgo de psicosis sería de tipo "dosisrespuesta"; es decir, a medida que aumenta la
expresión del factor de riesgo (urbanicidad), mayor es la probabilidad de aumentar la
frecuencia y gravedad de la respuesta (síntoma psicótico) (March et al., 2008). Los
estudios longitudinales indican además que el riesgo para esquizofrenia se incrementa en
relación al número de años vividos en áreas altamente urbanizadas (Pedersen y
Mortensen, 2001). Así mismo, crecer en un ambiente urbano, y no necesariamente nacer
en él, aumentaría el riesgo para esquizofrenia (Pedersen y Mortensen, 2001), aunque
nacer en área urbana sigue siendo un riesgo significativo (Brown, 2011). Por el contrario,
77
estudios longitudinales muestran que pasar de un ambiente urbano a uno rural en la
infancia conlleva una disminución del riesgo para trastorno psicótico (Pedersen y
Mortensen, 2001). A nivel de síntomas, la alta urbanicidad se ha asociado a un
incremento en niveles de ansiedad, paranoia y de los sesgos cognitivos asociados a ella
(Ellett et al., 2008).
4.1.3. Migración
78
selectiva pudiera explicar la alta incidencia de psicosis en estas poblaciones no ha recibido
apoyo empírico; por ejemplo, no existe diferencia en cuanto a riesgo entre quienes
emigraron por iniciativa propia y quienes lo hicieron obligados, o aquellos que crecieron
como inmigrantes (Veling et al., 2011). En cuanto al impacto de la variable edad de
migración, se ha encontrado que el riesgo para desarrollar psicosis es mayor si se emigró
entre los 0 y 4 años y que el riesgo disminuye a medida que aumenta la edad (Veling et
al., 2011). Por otro lado, se ha detectado que la condición de inmigrante se asocia a un
pobre funcionamiento cognitivo en la psicosis temprana (Stouten et al., 2013). Uno de
los hallazgos sorprendentes mencionados es que el riesgo incrementado perdura en la
segunda generación. Si bien se desconoce el porqué, se ha planteado que las segundas
generaciones estarían más expuestas a experiencias de estrés crónico relacionadas con la
discriminación. Ello es debido a que las segundas generaciones se encuentran a medio
camino entre el estatus de inmigrante y el de ciudadano ya aculturado en su lugar de
nacimiento, lo que podríamos denominar como estar en "tierra de nadie". Esto
comportaría una mayor vivencia de "derrota social", entendida como una experiencia
crónica de exclusión social (Cantor-Graae y Selten, 2005).
4.1.4. Pobreza
79
factores ambientales y mecanismos aún no identificados que mediarían el efecto sobre la
incidencia del trastorno psicótico (Van Os et al., 2010). En el caso de la urbanicidad se
han propuesto una serie de factores de riesgo ambiental específicos, dentro de los cuales
estarían la exposición a toxinas (por ejemplo, plomo), una dieta deficiente ya sea en
cantidad (hambre) como en calidad (deficiencia de micronutrientes esenciales), agentes
patógenos que pueden afectar mayormente a personas viviendo en condiciones de
hacinamiento y deficiencia de vitamina D (Brown, 2011). Este último factor ha sido
relacionado igualmente con pertenecer a una minoría étnica, en concreto con aquellas de
piel oscura, quienes presentarían bajos niveles de vitamina D (McGrath et al., 2003). Por
otro lado, también se ha sugerido que los factores macroambientales descritos pueden
desencadenar una serie de mecanismos socioculturales relacionados con psicosis, los
cuales se explican más adelante.
Los factores microambientales son aquellos que se relacionan de forma directa con la
experiencia del individuo. Algunos de los factores asociados con psicosis se hallan
presentes en las etapas tempranas de la vida, como los factores perinatales, la separación
temprana, el ambiente familiar adverso y el trauma psicológico en la infancia, y otros
aparecen en etapas del desarrollo más tardías, como el consumo de cannabis y la
victimización en la escuela.
80
alteraciones cerebrales asociadas a psicosis, como, por ejemplo, en el sistema
dopaminérgico.
Varios estudios sugieren que el estrés materno prenatal puede estar relacionado con un
aumento del riesgo para esquizofrenia en la descendencia (Khashan et al., 2008). Entre
los estresores estudiados se encuentran la muerte de un familiar cercano, en concreto la
muerte del padre, la enfermedad grave de un familiar cercano y el embarazo no deseado,
entre otros (Brown, 2011). Cabe destacar los estudios epidemiológicos prospectivos
escandinavos en cohortes poblacionales que han demostrado recientemente que las
etapas tempranas del embarazo representan un período especialmente sensible al estrés y,
por consiguiente, para el riesgo de psicosis asociado a él (Khashan et al., 2008). Se han
propuesto probables mecanismos biológicos mediante los cuales el estrés materno podría
afectar la vulnerabilidad del feto al desarrollo posterior de psicosis (Markham y Koenig,
2011). Dentro de ellos está la exposición a elevados niveles de glucocorticoides de la
madre, lo cual desencadenaría una serie de mecanismos hormonales y de
neurotransmisión que incrementarían el riesgo de déficits madurativos en el feto,
incluyendo alteraciones en el sistema dopaminérgico. Igualmente, el estrés materno se ha
relacionado con una alteración en la plasticidad de los circuitos neuronales del feto, lo
que podría dificultar la integración de nuevas neuronas en una red neuronal existente.
Finalmente, el estrés materno ha sido relacionado con otro posible mecanismo de riesgo
para psicosis, la desregulación del eje Hipotalámico-Pituitario-Adrenal (HPA), que
imprimiría en el feto una mayor sensibilidad al estrés a lo largo de la vida.
Las investigaciones realizadas con muestras de alto riesgo genético para esquizofrenia,
es decir, descendientes de personas con este trastorno, arrojan resultados consistentes
entre separación y trastorno psicótico, pero señalan que el factor ambiental interactúa con
81
el riesgo genético. Wicks et al. (2010) señalan que los niños con alto riesgo genético que
fueron adoptados en la niñez presentan una mayor probabilidad de desarrollar psicosis en
comparación con los de bajo riesgo, y que dicha probabilidad aumenta si crecen en
familias con desventajas sociales. Estos datos son coherentes con estudios longitudinales
escandinavos previos, los cuales demuestran que la separación temprana, antes de los
tres años, puede ser un indicador de estrés crónico e inestabilidad familiar durante la
niñez, si bien el riesgo para trastorno psicótico derivaría de la interacción de la
vulnerabilidad genética con un ambiente hostil (Schiffman et al., 2001).
82
4.2.4. Consumo de cannabis
2.El individuo consume para reducir o lidiar con los síntomas psicóticos ya presentes
(modelo de automedicación).
Existen datos consistentes con cada uno de estos modelos. En relación a psicosis
temprana, el consumo de cannabis ha sido relacionado con un comienzo más temprano
de los síntomas, al igual que con un empeoramiento de los síntomas psicóticos atenuados
y un mayor riesgo de conversión a un PEP en pacientes EMAR. No obstante lo anterior,
los resultados no son uniformes para los dos últimos hallazgos. Dentro de los
mecanismos biológicos propuestos para entender la relación entre el consumo de
cannabis y la psicosis se postula que el cannabis bloquearía los inputs inhibitorios sobre
las neuronas dopaminérgicas, y que en individuos con un genotipo vulnerable la
alteración metabólica de la dopamina inducida por el cannabis se vería incrementada
(Capsi et al., 2005).
83
desarrollo y curso del trastorno psicótico. En los estudios de adopción se evalúa la
incidencia de psicosis en niños con riesgo genético (generalmente hijos de madres con
esquizofrenia) que son criados por una familia adoptiva, pudiendo de este modo
evaluarse la contribución independiente de los factores genéticos y ambientales. En el
estudio de Tienari et al. (2003) se observó que los niños de alto riesgo genético criados
en ambientes familiares adoptivos conflictivos mostraron un mayor riesgo para trastorno
psicótico en comparación con los que estaban en ambientes "saludables", mientras que
los niños con bajo riesgo genético no mostraron un riesgo significativo en ninguno de los
dos ambientes. Los autores concluyeron que el ambiente familiar puede actuar tanto
como factor de protección como de riesgo, y que el riesgo de psicosis depende de la
interacción entre vulnerabilidad genética y ambiental.
A lo largo del capítulo no sólo se han presentado los factores macro y micro ambientales
relacionados con la psicosis, sino que también se han ido esbozando los posibles
mecanismos mediadores por los cuales se puede explicar dicha asociación. A
continuación se profundizará en algunos modelos etiopatogénicos que, desde un marco
biopsicosocial, proponen que los factores ambientales, en interacción con la
vulnerabilidad genética, producirían fenotipos intermedios (endofenotipos) de
vulnerabilidad a la psicosis a diversos niveles de complejidad, tanto biológica como
psicológica.
Existe notable evidencia de que las personas con psicosis, tanto activa como en remisión
y subclínica, así como sus familiares sanos, presentan una exagerada reactividad al estrés
84
(RE) (Myin-Germeys y Van Os, 2007). Este concepto alude a una reacción al estrés
caracterizada por un estado de ánimo negativo fruto de apreciaciones subjetivas negativas
acerca de los eventos estresantes, y se evalúa mediante el método de "muestreo de
experiencias", un registro diario estructurado que evalúa repetidamente el nivel subjetivo
de estrés, cogniciones, emociones, síntomas y factores contextuales en la vida diaria. La
RE también aumenta la intensidad de síntomas subpsicóticos en la vida cotidiana de los
pacientes con EMAR y PEP (Barrantes-Vidal, et al., sometido a publicación) y de
personas con alta esquizotipia (Kwapil et al., 2012).
85
postula que la calidad de las interacciones con figuras significativas en las fases
tempranas de la vida da lugar a la formación de diferentes "estilos de apego" que reflejan
representaciones cognitivo-afectivas del yo y de los otros, estrategias de regulación
emocional y modelos específicos de funcionamiento interpersonal (Mikulincer y Shaver,
2007). Se ha sugerido que las experiencias interpersonales adversas podrían incrementar
la vulnerabilidad a la psicosis mediante las dificultades psicológicas asociadas con el
apego inseguro, es decir, mediante la formación de representaciones mentales negativas,
el uso de estrategias de regulación emocional ineficaces y los problemas crónicos en el
funcionamiento interpersonal (Read y Gumley, 2008). Además, parecería que cada estilo
de apego inseguro podría predisponer al desarrollo de perfiles de sintomatología distintos
y, una vez desarrollados los síntomas, contribuir de forma significativa en su
mantenimiento (Berry et al., 2007).
Diferentes mecanismos psicológicos han sido postulados para explicar la forma en que los
factores ambientales de riesgo se asocian con el desarrollo de síntomas psicóticos
específicos como las alucinaciones y la paranoia. En el caso de las alucinaciones, está
ampliamente aceptado que éstas ocurren cuando contenidos mentales internos
autogenerados son atribuidos a fuentes externas al yo (Bentall y Fernyhough, 2008). En
el caso de las alucinaciones verbales, es el discurso interno el que es atribuido
erróneamente fuera del espacio mental (Brookwell et al., 2013). Aquellos pacientes que
escuchan voces o que tienen más ilusiones perceptivas presentarían un deterioro en la
"monitorización de la fuente" (source monitoring), referida a la habilidad de distinguir
entre los pensamientos autogenerados y las percepciones (Read et al., 2009). Se ha
propuesto que una baja capacidad para distinguir la fuente de los contenidos mentales
causa alucinaciones verbales sólo cuando la persona ha experimentado pensamientos y
recuerdos incontrolables relacionados con un trauma, puesto que dicho material
reaparece de forma más frecuente ante el estrés (Bentall y Fernyhough, 2008). Así
mismo, las alucinaciones auditivas estarían relacionadas con creencias meta-cognitivas
anómalas de tipo catastrófico que llevarían a estas personas a utilizar estrategias
autodefensivas (como la supresión del pensamiento) para controlar dichas creencias
(Brookwell et al., 2013).
86
función es proteger al individuo de una baja autoestima. De acuerdo con esto, el sujeto
atribuiría los eventos negativos a causas externas y los positivos a causas internas,
aplicando el llamado "sesgo autosirviente" (self-serving bias) (Bentall et al., 2001). Por
otro lado, se ha propuesto que los delirios están asociados al sesgo de "saltar a las
conclusiones" (ump to conclusions), es decir, tomar decisiones precipitadas tomando en
consideración muy poca información, aunque no estaría presente en todos los pacientes
con trastorno psicótico (Read et al., 2009). Igualmente, la pérdida de la habilidad llamada
"teoría de la mente" (la capacidad de comprender el estado mental de los otros)
contribuiría a explicar la ideación paranoide con respecto a otras personas. De hecho,
algunos estudios señalan que la teoría de la mente se halla deteriorada durante un
episodio psicótico agudo, si bien no está claro que dicha merma esté presente en la
remisión (Read et al., 2009).
La vinculación terapéutica puede entenderse como el seguimiento por parte del paciente
de las indicaciones de tratamiento realizadas por quienes ofrecen asistencia sanitaria. La
87
vinculación a los servicios de salud mental basados en la comunidad es notoriamente baja
en individuos con PEP (Turner et al., 2009), al igual que en pacientes crónicos (Mueser
et al., 2002), por lo que es de capital importancia comprender los factores implicados en
el proceso de vinculación. Los factores ambientales psicosociales han sido implicados en
los procesos de vinculación, sobre todo en la construcción de relaciones de confianza
entre el paciente y los profesionales de la salud mental. A nivel cognitivo, un bajo insight
o conciencia de enfermedad se relaciona con una vinculación pobre en pacientes con
esquizofrenia (Killaspy et al., 2000), pero no en pacientes en etapas tempranas de la
psicosis (Lecomte et al., 2008). Por otro lado, aquellos pacientes que son conscientes del
estigma social asociado al trastorno mental reportan una pobre vinculación y una mayor
evitación de la ayuda psiquiátrica (Gaebel et al., 2006). Relacionado con lo anterior, un
fuerte sistema de apoyo familiar tras una primera hospitalización puede aminorar el
impacto del estigma social, favoreciendo una recuperación más rápida y también la
vinculación terapéutica (Mueller et al., 2006). De acuerdo con esto, se ha sugerido que
las variables psicosociales relevantes para la vinculación terapéutica serían diferentes
dependiendo de la etapa del trastorno en la que se encuentre el individuo (Lecomte et al.,
2008).
El estudio de Mueser et al. (2002) mostró que aquellos pacientes con trastornos
mentales graves, incluyendo la esquizofrenia, que han sufrido algún trauma en la niñez
rehúsan los tratamientos psicológicos y evitan pedir ayuda. Así mismo, los pacientes con
dificultades de vinculación informan de más acontecimientos vitales estresantes en
comparación con aquellos sin dificultades (Magura et al., 2002). Lecomte et al. (2008)
señalan que ser testigo de violencia en la infancia y haber sufrido abuso físico predice
una pobre vinculación terapéutica en psicosis temprana. Estos resultados sugieren que las
personas con traumas tempranos pueden tener dificultades en el apego que dificultarían
la confianza en otros y la conducta de pedir ayuda; de hecho, el apego inseguro se
relaciona con una pobre vinculación (Berry et al., 2007). Coherente con esto, el estilo de
apego evitativo, caracterizado por la evitación de las relaciones cercanas, es muy
prevalente en muestras con esquizofrenia, PEP y EMAR (Berry et al., 2007; Quijada et
al., 2012). Así mismo, los estilos de apego con modelos del yo o los otros positivos
predicen mejoría clínica a nivel de síntomas y funcionamiento (Quijada et al., 2012).
Estos hallazgos indican no sólo la importancia del apego en la vinculación, sino también
en maximizar el potencial terapéutico de las intervenciones psicosociales aplicando
estrategias terapéuticas diferenciales a cada tipo de apego (Tyrrel et al., 1999). El estilo
de apego del terapeuta en conjunción con el del paciente igualmente influiría
directamente en la formación de la alianza terapéutica y subsiguientemente en el
resultado del tratamiento (Tyrrel et al., 1999). Por ello, dificultades en establecer una
alianza terapéutica se relacionan con una pobre vinculación tanto en pacientes crónicos
como en etapas tempranas del trastorno psicótico (Lecomte et al., 2008). La alianza
terapéutica se relaciona igual mente con los resultados clínicos de las intervenciones; por
ejemplo, Bentall et al. (2002) indican que predice resultados clínicos tanto en la terapia
88
cognitivoconductual como en apoyo psicológico en PEP. Finalmente, el estilo de
recuperación evitativa de un episodio psicótico agudo se asocia a una vinculación pobre
(Tait et al., 2003).
4.6. Conclusiones
89
asociados a una exposición ambiental (por ejemplo, la respuesta neurobiológica del miedo
ante una situación de amenaza) alteran la regulación de diversas funciones del genoma,
tales como la "expresión genética", consistente en silenciar o exacerbar la "lectura", y por
tanto los efectos, de un gen. Dicho de otro modo, nuestra configuración genética
(secuencia de ADN) no cambia a lo largo de la vida, pero la "gestión" de nuestros genes
sí es susceptible al impacto del ambiente bioquímico, que se ve afectado por nuestro
ambiente y conducta. Los cambios en la expresión génica son dinámicos a lo largo de la
vida y potencialmente reversibles, y dichas modificaciones serían heredables junto a la
secuencia del ADN, con lo cual la herencia no sería estrictamente genética (González-
Pardo y Pérez-Álvarez, 2013). Es resumen, la comprensión de estos mecanismos ofrece
una vía nueva y fascinante para superar la dicotomía genes-ambiente y vislumbrar su
compleja y dinámica interacción, lo cual supone, además, la apertura de un nuevo
paradigma de pensamiento etiológico y terapéutico.
90
91
5.1. Aspectos generales de los estudios longitudinales de alto riesgo
Los estudios de alto riesgo parten de la idea de que las personas que desarrollan una
enfermedad mental en la adolescencia o edad adulta probablemente ya presentaban
signos de vulnerabilidad antes de su manifestación clínica. Este fenómeno, denominado
continuidad, es un tema básico de la psicopatología del desarrollo y es investigado por
este tipo de estudios. Para ello, se evalúan personas con alto riesgo estadístico para el
desarrollo de una determinada psicopatología, ya sea por su relación de parentesco
biológico con un paciente con esa misma psicopatología, o bien por presentar
características biológicas, clínicas o psicológicas que hipotéticamente predisponen a la
aparición de la misma (Wenar y Kerig, 2000). Uno de los aspectos más valiosos de la
investigación de alto riesgo es que las evaluaciones tempranas de la conducta, reacciones
biológicas, funcionamiento cognitivo, etc., no están sesgadas por las consecuencias de la
enfermedad (Watson et al., 1999).
Los estudios de alto riesgo se llevan a cabo mediante una estrategia de investigación
longitudinal prospectiva. De este modo, se define un grupo índice o de alto riesgo
(expuesto a una variable escogida como criterio de riesgo) y un grupo control o de bajo
riesgo (no expuesto a la variable de riesgo). Ambos grupos son evaluados en diferentes
edades (seguimiento longitudinal) y siempre antes del inicio del trastorno objeto de
estudio (estrategia prospectiva).
La investigación de alto riesgo en psicosis ha pasado por varias fases desde su inicio
en la década de los 50 del siglo xx con el estudio pionero de Barbara Fish (1987), que
realizó un seguimiento a los hijos de madres diagnosticadas de esquizofrenia. Como
veremos en el desarrollo de este capítulo, los primeros estudios de alto riesgo se basaron
en muestras de familiares de personas afectadas de trastor nos psicóticos (estudios de
alto riesgo genético). Años más tarde, para cubrir las deficiencias del método de alto
riesgo genético, se creó un nuevo método que consistía en detectar personas con riesgo
de esquizofrenia en la población general, independientemente de su historia genético-
familiar y en función de la presencia de determinadas variables consideradas de riesgo
para la psicosis (estudios de alto riesgo no genético). Este método también resultó
insuficiente para detectar riesgo específico de psicosis, por lo que en la última década han
92
proliferado los estudios basados en la fase prodrómica de la enfermedad (estudios de alto
riesgo clínico 0 de ultra-alto riesgo).
Tanto los marcadores de vulnerabilidad como los factores de riesgo suelen ser
variables que aparecen durante la infancia o adolescencia, por lo que se les ha llamado
variables precursoras (Maier et al., 2003). Sin embargo, el diagnóstico de trastorno
esquizofrénico no ocurre hasta finales de la adolescencia o principios de la edad adulta (o
incluso más adelante). Este lapso de tiempo entre la aparición de la variable de riesgo y el
93
resultado final de trastorno psicótico ha generado importantes problemas de especificidad
de las variables estudiadas, lo cual representa un inconveniente para la intervención
precoz (Lawrie et al., 2011; Maier et al., 2003).
c)Grupo de factor de riesgo rasgo y estado (familiar de primer grado con trastorno
psicótico o paciente con trastorno de personalidad esquizotípica + deterioro del
funcionamiento o bajo funcionamiento crónico el pasado año).
94
El grupo b ha resultado ser el que presenta mayor riesgo de transición hacia un
trastorno psicótico (Nelson et al., 2011).
La mayor ventaja de los estudios de alto riesgo genético es su validez. Las muestras
obtenidas mediante este método son etiológicamente más homogéneas (Cannon, 2005)
que las obtenidas mediante otros métodos y permiten identificar características
premórbidas, posibles predictores de psicosis, tasas de trastornos y otras formas de
desarrollo normal y anormal.
Algunas de las variables que los estudios de alto riesgo genético han identificado como
posibles marcadores de riesgo de psicosis aparecen en el cuadro 5.1.
Cuadro 5.1. Posibles marcadores de riesgo para los trastornos del espectro
95
esquizofrénico según estudios de alto riesgo genético
96
El desarrollo de las técnicas de neuroimagen también ha arrojado importantes
hallazgos en el campo de la detección precoz de trastornos psicóticos. Los estudios de
alto riesgo genético han incorporado estas técnicas a sus diseños y han hallado que los
sujetos con historia familiar de estos trastornos también presentan alteraciones en
determinadas zonas cerebrales (ver cuadro 5.1). Datos extraídos del Edinburgh High Risk
Study revelan que existe una progresión (longitudinal) en la disminución del volumen de
materia gris del lóbulo temporal, frontal derecho y parietal derecho antes de que el
trastorno se desarrolle (Job el al., 2005). El valor predictivo positivo de estas
disminuciones de volumen cerebral en relación al desarrollo posterior de esquizofrenia se
ha calculado en un 70% (mucho más que la más predictiva de las variables clínicas) (Job
el al., 2006). En este estudio también se encontró asociación entre la presencia de
síntomas psicóticos aislados y menor volumen cerebral en los sujetos de alto riesgo
(Lawrie el al., 2001). En general, Lawrie el al. (2008) concluyen que en estos sujetos se
encontró déficit funcional y estructural mediado genéticamente que afectaba al córtex
prefrontal, lóbulo temporal medial, tálamo y cerebelo, así como decrementos de volumen
en el lóbulo temporal medial y lateral relacionados con el inicio de la sintomatología más
grave y psicosis franca.
Pese a los importantes hallazgos que ha aportado la investigación con muestras de alto
riesgo genético, sólo un 15% de pacientes esquizofrénicos presenta historia familiar de
trastorno psicótico (Chapman y Chapman, 1987). Esto implica que el estudio de
personas con carga familiar de esquizofrenia podría no ser representativo de la mayoría
de casos de este trastorno. Además, no todos los descendientes de individuos afectados
heredarán la vulnerabilidad genética, lo cual origina una alta proporción de falsos
positivos en las muestras seleccionadas según este criterio (Lewine et al., 1981).
97
Los estudios de alto riesgo no genético difieren de los estudios de alto riesgo genético en
la definición del criterio de riesgo. Los sujetos vulnerables son identificados en la
población general por algunas características biológicas, psicosociales o de personalidad.
De este modo permiten elegir una variedad potencialmente mayor de personas
vulnerables que el método genético (Chapman et al., 1994), por lo que cubren las
carencias derivadas de la aplicación exclusiva de este último.
Las variables utilizadas para identificar sujetos de alto riesgo según este criterio
pueden ser endofenotípicas o exofenotípicas. Según Gottesman y Gould (2003), los
endofenotipos son variables de rasgo, cuantificables y no observables que median en el
camino entre el genotipo y el fenotipo externo (exofenotipo). Ejemplos de endofenotipos
son las características neuropsicológicas, neurofisiológicas, neuroendocrinas, cognitivas,
neuroanatómicas, bioquímicas, etc. Los exofenotipos harían referencia a variables
observables, tales como los síntomas psicóticos, características psicosociales o rasgos de
personalidad (Chapman y Chapman, 1987). En este sentido, cuando el criterio de riesgo
lo constituye la puntuación en una prueba, se habla de estudios de alto riesgo
psicométrico (Lenzenweger, 1994).
Existen pocos estudios de alto riesgo psicométrico, probablemente por su alto coste de
ejecución y por la dificultad que conlleva el seleccionar un criterio de riesgo
mínimamente válido. La mayoría de estudios se han centrado en la esquizotipia
psicométrica como variable de selección (por ejemplo, Chapman et al., 1994; Blanchard
et al., 2011), pero existen otros que han optado por variables de orden neuropsicológico
(por ejemplo, Obiols et al., 1999; Maccabe et al., 2013).
A continuación, el cuadro 5.2 muestra algunas de las variables identificadas por los
estudios de alto riesgo no genético como posibles marcadores de vulnerabilidad a los
trastornos del espectro esquizofrénico.
Cuadro 5.2. Posibles marcadores de riesgo para los trastornos del espectro
esquizofrénico según estudios de alto riesgo no genético
98
Los diferentes marcadores también presentan relaciones entre sí. A modo de ejemplo,
la anhedonia social (componente de la esquizotipia) se ha asociado a menor vigilancia
atencional y velocidad de procesamiento en una cohorte de individuos de la población
general (Cohen et al., 2012). Asimismo, en un estudio de seguimiento longitudinal de una
cohorte de adolescentes de la población general que presentaban déficit de atención
sostenida se observó que, al cabo de diez años de su identificación, presentaban déficit
social y estrategias de afrontamiento desadaptativas, así como esquizotipia negativa y
rasgos de personalidad alterados (Álvarez-Moya et al., 2007).
Los estudios de cohortes de nacimientos (birth cohorts), aunque no son estudios de alto
riesgo "puros" (es decir, no se establecen grupos - prospectivamente - en función de la
presencia o ausencia de variables consideradas de riesgo), suponen una valiosa fuente de
datos para este tipo de investigaciones. En estos estudios, las cohortes son reclutadas en
la población general, previamente a, o poco después del nacimiento, y son seguidas
longitudinalmente durante varios años. Durante el seguimiento se recogen numerosos
indicadores de riesgo, que son utilizados para averiguar las diferentes trayectorias de
cambio vital asociadas al desarrollo de esquizofrenia (o de otros trastornos mentales) en
edad adulta (Welham et al., 2009). De estos diseños han surgido innumerables hallazgos
en el campo de la detección precoz de trastornos del espectro esquizofrénico.
99
nacimientos en relación a los marcadores de riesgo de trastornos psicóticos.
100
5.5. Estudios de ultra-alto riesgo (alto riesgo clínico)
101
en un 26% a los 2 años. Otros estudios informan de tasas entre el 30-60% de individuos
en los siguientes 12 meses desde su identificación (Miller et al., 2002; Pantelis et al.,
2005). De los individuos que hacen la transición, un 73% los hace en forma de trastorno
psicótico no afectivo, mientras que el 11% lo hace en forma de psicosis afectiva (Fusar-
Poli et al., 2012).
En el cuadro 5.4 aparecen algunas de las variables identificadas por los estudios de
UAR como marcadores de riesgo inminente del desarrollo de un trastorno del espectro
esquizofrénico.
102
103
El importante avance de las técnicas de neuroimagen en los últimos años ha
favorecido que los estudios en fase prodrómica incorporen estas técnicas a sus diseños,
por lo que existen decenas de estudios que presentan datos neuroanatómicos, como se
puede ver en el cuadro 5.4. Los estudios longitudinales de seguimiento con escáner
cerebral a sujetos con UAR abarcan períodos de 12 a 120 meses, pero la mayoría de
estudios que se realizan son transversales (Smieskova et al., 2013). En general, se puede
observar que los sujetos de UAR que finalmente desarrollan un trastorno psicótico franco
presentan alteraciones en el córtex temporal medial y córtex prefrontal (Pantelis et al.,
2009). Asimismo, parece que estas alteraciones neuroanatómicas no son estables, sino
que sufren cambios importantes en los meses previos y posteriores a la transición al
trastorno psicótico (Pantelis et al., 2003; Wood et al., 2008). Pantelis y colaboradores
(2007) sugieren que alrededor de la transición se da una aceleración de los procesos
madurativos cerebrales normales que implica una importante pérdida de materia gris en el
córtex prefrontal dorsal.
104
personalidad y sin trastorno de personalidad) fueron seguidos durante 12 meses. El grupo
con trastorno esquizotípico de la personalidad, que también cumplía criterios de síntomas
psicóticos atenuados, presentó mayor cantidad de acontecimientos vitales en total, así
como más acontecimientos vitales independientes (no controlables). Aunque no hubo
diferencias en el número de estresores diarios informados, este grupo fue el que se sintió
más afectado (mayor intensidad percibida) por este tipo de eventos. Además, la
frecuencia de estrés diario se asoció a un incremento de síntomas psicóticos positivos
durante el seguimiento.
Debido a las dificultades prácticas que conllevan los estudios longitudinales largos, pocos
estudios de alto riesgo genético han prolongado el seguimiento de los sujetos hasta la
edad adulta. Sin embargo, los sujetos con alto riesgo genético son más fáciles de reclutar
que los sujetos con alto riesgo clínico (UAR). Aun así, los estudios de UAR han
proliferado durante la última década, en detrimento de los estudios de alto riesgo
tradicionales. Además, solo un 10% de familiares de pacientes desarrollan el trastorno,
por lo que la utilidad predictiva del criterio genético es baja (Seidman et al., 2010). No
obstante, los hallazgos de estos estudios pueden ser difíciles de interpretar sin la
información que se obtiene de los estudios de alto riesgo tradicional (Cannon et al.,
2003). En este sentido, Pantelis y colaboradores distinguieron entre biomarcadores de
inicio (variables que indican inicio inminente de psicosis) y endofenotipos de
vulnerabilidad (variables que aparecen en fases tempranas de la vida y que indican
vulnerabilidad genética a la psicosis) (Pantelis et al., 2009).
Así, algunos investigadores han optado por combinar la estrategia de alto riesgo
genético con la de alto riesgo clínico (por ejemplo, Edimburgh High Risk Study), con el
fin de incrementar la capacidad predictiva de sus hallazgos en relación a la esquizofrenia
(Yung y Nelson, 2011). Tandon y colaboradores (2012) realizaron un estudio con
familiares de pacientes con esquizofrenia o trastorno esquizoafectivo, a los que les
105
pasaron las escalas Chapman de Percepción Aberrante (Chapman et al., 1978) e Ideación
Mágica (Eckblad y Chapman, 1983), así como las subescalas de síntomas positivos y
desorganizados de la Structured Interview for Prodromal .Syndromes (Miller et al.,
2002). Con estas 4 escalas generaron un índice compuesto y realizaron un seguimiento
de 2 años. La transición se produjo en un 1 1,3% de la muestra y el índice compuesto
obtuvo un valor predictivo positivo del 59% (frente al 10% que presenta el criterio
genético exclusivamente; McIntosh et al., 2011). Por tanto, la combinación de los dos
tipos de criterios aumentó considerablemente la precisión de la predicción. En esta línea,
Shah y colaboradores (2012) realizaron un estudio con familiares jóvenes de pacientes
con esquizofrenia y encontraron que las medidas de esquizotipia clínica eran las que
mejor predecían la transición al trastorno psicótico franco.
5.7. Conclusiones
106
profesional asegura una baja tasa de abandonos del estudio y la cercanía de la transición
al trastorno psicótico franco implica un seguimiento relativamente corto (si lo
comparamos con seguimientos de estudios de alto riesgo tradicionales, que podían durar
décadas). Por estas razones, entre otras, la mayoría de investigadores opta por estos
diseños.
Pero no sólo se trata de una utilidad práctica para los investigadores. La mayoría de
variables identificadas por la investigación de alto riesgo tradicional han resultado no ser
específicas para los trastornos del espectro esquizofrénico. Frente a este problema, el
estudio de sujetos de alto riesgo en estado prodrómico permite reducir la tasa de falsos
positivos incrementando la especificidad de la detección. La importancia de esta
especificidad radica en el hecho de que la principal implicación práctica de estos estudios
es justamente la aplicación de una intervención precoz que permita impedir o retrasar el
desarrollo del trastorno psicótico. Estas intervenciones en ocasiones requieren la
administración de psicofármacos, por lo que la reducción de falsos positivos es
extremadamente importante para evitar administrar tratamiento a personas que no lo
necesiten. La primera de las clínicas que se creó con este objetivo fue la Personal
Assessment and Crisis Evaluation (PACE) de Melbourne (Yung et al., 1996), a la que le
siguieron otras como el Hillside Recognition and Prevention (RAP) Program de EEUU
(Cornblatt et al., 2002).
Por otro lado, la revisión de los factores y marcadores de riesgo aportados por la
investigación de alto riesgo sugiere que múltiples procesos patológicos, incluyendo
factores etiológicos genéticos y no genéticos, actuarían en diferentes momentos del
neurodesarrollo (Pantelis et al., 2005). En este sentido, diversos autores recomiendan no
considerar los factores de riesgo como algo pasivo sino como dominios que interactúan y
que provocan una cascada de acontecimientos relacionados con el desarrollo (Howes et
al., 2004).
La detección precoz de esquizofrenia y otros trastornos psicóticos está cada vez más
cerca. La implementación de programas de intervención precoz es ya un hecho y parece
que está obteniendo buenos resultados (Yung y Nelson, 2011), pero aún queda mucho
por hacer para mejorar la especificidad y sensibilidad de la detección. Pese a que los
estudios de alto riesgo clínico son de gran utilidad, su población diana es muy específica
(altas tasas de falsos negativos), con lo cual muchas personas podrían no recibir la
atención que necesitan. Por este motivo, sigue siendo muy importante la realización de
estudios de alto riesgo tradicional (genético y no genético) que complementen el
conocimiento obtenido por los estudios de alto riesgo clínico.
107
108
109
110
El trastorno esquizotípico de la personalidad (TEP) es definido por el DSM-IV-TR
(Asociación Americana de Psiquiatría, APA, 2000) como un patrón general de déficits
sociales e interpersonales asociados a malestar agudo y una capacidad reducida para las
relaciones personales, así como distorsiones cognoscitivas o perceptivas y excentricidades
del comportamiento. Algunos modelos lo conciben como una psicopatología estable de la
personalidad, mientras que otros lo conceptualizan como una manifestación leve o
"forma frustrada" de la esquizofrenia y, por tanto, un marcador de riesgo para la misma.
De hecho, las definiciones actuales del pródromo o estado mental de alto riesgo de
psicosis contemplan una condición de riesgo caracterizada por la combinación de TEP y
declive funcional. En cualquier caso, la relación etiológica del TEP (y de los rasgos de
esquizotipia) con la esquizofrenia se sustenta por una amplia evidencia genética,
neurobiológica, neurocognitiva, psicosocial y clínica. En este capítulo se resumen los
principales aspectos del fenómeno esquizotípico bajo la luz del contexto actual de
detección precoz de psicosis.
Aunque este trastorno apareció por primera vez en el sistema diagnóstico de la APA en el
año 1980 (DSM-III; APA, 1980), sus raíces se extienden más de cien años atrás bajo
otros nombres o etiquetas. Su historia está íntimamente ligada a la esqui zofrenia; de
hecho, el término "esquizotípico" fue elegido para indicar la similitud o proximidad de
estos rasgos - schizophrenia-like - con la esquizofrenia (Spitzer et al., 1979).
111
en los familiares representaban una forma contenida o leve del trastorno que en realidad
eran estables y no progresaban a psicosis. Por su parte, Bleuler (1911-1950) describió
que estos "actos de locura en medio de la conducta normal" podían presagiar el
desarrollo de la esquizofrenia (p. 252).
112
dimensionalidad o continuum se refiere a un espectro de gravedad dentro del propio
taxón esquizotípico (esquizotipia sin TEP, TEP y esquizofrenia) que se halla
desconectado de la variación normal, Claridge considera que la esquizotipia forma parte
de las diferencias individuales normales, y que por tanto es un fenómeno "completamente
dimensional", no "cuasi-dimensional", como acuña para describir el modelo de Meehl.
Así, la esquizotipia resultaría de una combinación de factores genéticos, ambientales y de
variaciones de la personalidad que tendrían una distribución normal en la población
general, comprendiendo desde la salud psicológica (por ejemplo, la esquizotipia se
referiría a un estilo del procesamiento de la información), hasta grados diversos de
expresión clínica contingentes a la interacción genes-ambiente. Esta dimensionalidad
completa incluye la cuasi-dimensionalidad, es decir, reconoce que hay discontinuidad
neurobiológica y clínica respecto a la dimensión subyacente de esquizotipia cuando se
dan ciertas combinaciones de riesgo. Sin embargo, permite concebir que las diferencias
individuales en esquizotipia no representan necesariamente una "forma frustrada" de
esquizofrenia, sino que forman parte de la variación normal y pueden, por tanto, incluir
manifestaciones saludables o adaptativas, como las experiencias espirituales y la
creatividad (Claridge y Barrantes-Vidal, 2013; Barrantes-Vidal, 2004, en prensa).
113
A diferencia del DSM-IV-TR, la Clasificación Internacional de las Enfermedades, 10.a
revisión (CIE-l0; Organización Mundial de la Salud - OMS-, 1992) ubica el trastorno
esquizotípico dentro de la categoría de la esquizofrenia, esquizotipia y trastornos
delirantes, y no lo considera un trastorno de personalidad como hace el DSM. No
obstante, la CIE-10 describe que su evolución y curso son usualmente los de un trastorno
de la personalidad.
Como puede apreciarse, los criterios para el trastorno esquizotípico (cuadro 6.2) están
ampliamente solapados con los del DSM-IV-TR. La CIE-10 no provee pautas
diagnósticas explícitas, sólo establece que tres o cuatro criterios deberían estar presentes
durante al menos 2 años.
114
A lo largo del año 2013 está prevista la aparición de la quinta versión del DSM. Tras
una larga y controvertida deliberación, finalmente el DSM-5 mantiene el modelo
categorial y los criterios diagnósticos utilizados en el DSM-IV-TR en detrimento de un
nuevo modelo híbrido de personalidad basado en rasgos o facetas de la personalidad.
Este nuevo modelo propuesto fue criticado y posteriormente rechazado (6 meses antes
de la versión final del manual) por ser demasiado complejo y por implicar mucho tiempo
para su evaluación. Pese a ello, esta nueva formulación de los trastornos de personalidad
se incluye en un área separada del DSM-V para futuras investigaciones. Para una
exposición completa de esta aproximación alternativa, consultar Skodol (2012).
115
esquizofrenia, se ha descrito una estructura multidimensional o factorial comparable para
los rasgos de esquizotipia y el TEP (Kwapil, BarrantesVidal y Silvia, 2008). Las
dimensiones encontradas con más frecuencia son la positiva, caracterizada por
alucinaciones y delirios en los trastornos psicóticos, y por pensamiento mágico, ideas de
referencia y anormalidades perceptivas en el TEP (Cicero y Kerns, 2010); la dimensión
negativa, definida por altos niveles de anhedonia, afecto aplanado, desinterés social,
abulia y alogia (Blanchard y Cohen, 2006), que se encuentran de modo atenuado en el
TEP (Kwapil et al., en prensa); y por último, la dimensión cognitiva y de desorganización
conductual, caracterizada por una grave desorganización y trastornos formales del
pensamiento en los trastornos psicóticos, y por conductas excéntricas y habla y
pensamientos extraños en el TEP (Liddle, 1987). Otras dimensiones candidatas incluyen
la paranoia (Stefanis et al., 2004) y la impulsividad inconformista (Chapman et al.,
1984).
Raine et al. (1994) halló que un modelo de tres factores, formado por la dimensión
cognitiva-perceptual, interpersonal y desorganizada, era el que mejor definía el TEP. No
obstante, no todos los estudios han confirmado esta estructura de sólo tres dimensiones,
encontrándose modelos de cinco dimensiones que añaden los factores de ansiedad social
y desconfianza (Watson y Chmielewski, 2008). Por el momento, las dimensiones que
cuentan con mayor evidencia respecto a su validez externa son las dimensiones positiva y
negativa (Barrantes-Vidal et al., 2009, 2010, 2013a). Además, dichas dimensiones se
asocian a experiencias y síntomas subclínicos evaluados en la vida cotidiana
prospectivamente (Kwapil et al., 2012a) y a la presencia de síntomas prodrómicos
(Barrantes-Vidal et al., 2013b) en la población no clínica.
116
controvertidos. Ello obedece, en parte, a que los diagnósticos definidos categorialmente
no capturan de forma adecuada la naturaleza dimensional de la patología de la
personalidad; además, el cambio en la valoración de un único criterio diagnóstico en
diferentes evaluaciones puede suponer un cambio de estatus diagnóstico. Por ejemplo,
Grilo et al. (2004) hallaron que sólo un 39% de los pacientes mantienen el diagnóstico
tras 24 meses, mientras que en el mismo período temporal los modelos dimensionales del
TEP mostraron mayor estabilidad. Por otra parte, el DSM-IV-TR contraindica
diagnosticar TP en niños y adolescentes, excepto en casos inusuales. Sin embargo, tal y
como muestran los estudios de funcionamiento premórbido y prodrómico en
esquizofrenia, los pacientes con TEP pueden mostrar ya durante la infancia conductas
extrañas y de aislamiento social.
Se han desarrollado una gran variedad de entrevistas y cuestionarios para evaluar el TEP
y los constructos relacionados como la esquizotipia. Básicamente, se dividirían en dos
grandes grupos:
117
b)Las medidas psicométricas (tipo cuestionario) para evaluar el TEP, la esquizotipia y
la propensión a la psicosis.
118
la realidad, dimensión negativa y desorganización interpersonal). Este instrumento se
fundamenta en los criterios diagnósticos del DSM-IV-TR y en las teorías de Meehl sobre
predisposición genética para la esquizofrenia.
119
relevantes, así como dilucidar los procesos disfuncionales resultantes en múltiples niveles
de análisis (por ejemplo, anatomía, fisiología, de procesamiento emocional, conductual,
etc.), los cuales, en diferentes magnitudes y combinaciones, resultarían en el amplio
conjunto de expresiones clínicas del espectro psicótico.
120
ejemplo, las complicaciones obstétricas, infecciones maternas prenatales y toxinas. En
general, los estudios en este campo son consistentes con la noción de que el TEP
comparte factores de riesgo ambiental con la esquizofrenia. Algunos investigadores
sugieren que estos hallazgos indican una asociación muy fuerte entre factores de
neurodesarrollo y la dimensión negativa del espectro psicótico (Myin-Germeys y Van Os,
2007).
6.7. Riesgo para el desarrollo de trastornos del espectro esquizofrénico en individuos con
TEP
121
Por último, los estudios que han evaluado prospectivamente poblaciones no clínicas con
altos niveles de esquizotipia también han demostrado que estos rasgos suponen un riesgo
incrementado de desarrollo de psicosis a 10 años (Chapman, Chapman, Kwapil, Eckblad
y Zinser, 1994; Miller et al., 2002). Sin embargo, es muy importante tener en cuenta que
los TP del espectro esquizofrénico no son necesariamente estadios transicionales en el
desarrollo de la esquizofrenia, puesto que la mayoría de personas con TEP o trastornos o
síntomas afines no van a desarrollar una psicosis franca, y que estos TP no son
indicadores específicos de riesgo para psicosis esquizofrénicas. Este hecho es consistente
con la evidencia de una etiología altamente multifactorial, con lo cual múltiples
combinaciones de factores de riesgo y protección impactando en momentos temporales
diferentes del desarrollo psicobiológico configurarían fenotipos muy diversos.
En las dos últimas décadas se han llevado a cabo numerosas investigaciones en todo
el mundo dirigidas a identificar personas en riesgo inminente de desarrollar psicosis,
principalmente mediante varios descriptores de vulnerabilidad y síntomas súbclínicos.
Para capturar este riesgo se han diseñado los llamados crite ríos de alto riesgo de
psicosis, conceptualizados como Ultra High Risk (UHR), aunque también como At-Risk
Mental States (ARMS) o Clinical High Risk (CHR) (para una revisión, ver: Yung y
Nelson, 2013). Combinando diversos factores de riesgo, los criterios de alto riesgo usan
el factor de riesgo de edad (adolescencia y juventud), dado que es el rango de edad con
más incidencia de psicosis, combinado con otros factores de riesgo clínico, tales como
deterioro funcional, síntomas prodrómicos positivos atenuados y factores de riesgo
genético. Así, el criterio UHR original requeriría el cumplimiento de al menos uno de los
siguientes tres criterios o grupos de riesgo en una persona joven entre 14 y 30 años:
122
muestras definidas por el criterio UHR. Básicamente, se ha evaluado el poder predictivo
de una gran cantidad de variables y las tasas de transición a psicosis a lo largo del
seguimiento longitudinal de los sujetos con criterios UHR. Aunque no de forma
homogénea, en general se ha encontrado que estos criterios consiguen una buena validez
predictiva de primer episodio de psicosis (Yung y Nelson, 2013). En referencia al TEP y
a la esquizotipia, Mason et al. (2004), en un estudio de seguimiento durante 1 año de 74
sujetos identificados como ARMS (At-Risk Mental State), analizaron varios indicadores
adicionales de riesgo de psicosis además del estado UHR, como complicaciones
perinatales, funcionamiento social premórbido, sintomatología actual, eventos estresantes
recientes y personalidad premórbida. De todos ellos encontraron que uno de los
indicadores más fiables era el grado de presencia de características de personalidad
esquizotípicas. En otro estudio, basado en una muestra de 104 sujetos con riesgo de
psicosis, se halló que la combinación de síntomas psicóticos atenuados (APS) y el cri
terio UHR de vulnerabilidad o rasgo/estado, el cual incluye el TEP, era uno de los cinco
mejores predictores de psicosis (Yung, Phillips, Yuen y McGorry, 2004).
Nelson, Yuen y Yung (2011) evaluaron el nivel de riesgo de transición de psicosis para
cada uno de los tres grupos de riesgo según los criterios UHR aglutinando todas las
muestras de pacientes UHR reclutadas durante 8 años (817 sujetos). Establecieron que el
riesgo de transición a psicosis a los 6 meses era menor en el grupo de vulnerabilidad o
rasgo (donde se incluye el TEP), seguido por el grupo APS y finalmente el BLIPS. Este
hallazgo sería consistente con la menor gravedad del TEP.
123
6.8. Conclusiones
124
125
7.1. Síntomas seudopsicóticos
Los síntomas seudopsicóticos (SSP) (se ha optado por esta traducción del término inglés
psychotic-like symptoms) o síntomas psicóticos subclínicos hacen referencia a formas
atenuadas o transitorias de los síntomas que experimentan los pacientes con trastornos
psicóticos, pero que no alcanzan el umbral clínico para ser considerados como casos que
requieren tratamiento (Kwapil et al., 1999). Su presencia ha sido ampliamente
documentada en la población general, tanto en adolescentes (Scott et al., 2009) como en
adultos (Loewy et al., 2007; Van Os et al., 2000). Tradicionalmente, los síntomas
psicóticos eran estudiados exclusivamente en pacientes con trastornos psicóticos, pero
sabemos actualmente que la investigación de dichas experiencias en poblaciones no
clínicas permite obtener información dirigida a comprender los factores de riesgo y los
procesos involucrados en el desarrollo de trastornos psicóticos. Algunos investigadores
consideran que la presencia ocasional de SSP en la población general ofrece una
oportunidad para estudiar estos procesos sin las desventajas derivadas de su estudio en
pacientes psicóticos, donde los efectos de la medicación, la hospitalización y las
dificultades de comunicación pueden dificultar la interpretación de los hallazgos de los
estudios (McCreery y Claridge, 1996).
126
personales como la capacidad de afrontamiento, tolerancia social y el grado de deterioro
asociado (Johns y Van Os, 2001). Así, aunque la prevalencia o porcentaje de la población
con un trastorno clínico propiamente dicho es bajo, la prevalencia de SSP es mucho más
alta, lo que significa que el estudio de estos síntomas tiene una ventaja adicional que se
traduce en una mayor población susceptible de ser estudiada. En consecuencia, los SSP
constituyen un valioso campo para la exploración de la etiología de la psicosis y la
exploración temprana de cambios neuroevolutivos relacionados con la psicosis (Kelleher
y Cannon, 2011).
127
(2009) ilustra el patrón normal de evolución de los SSP transitorios, al igual que otros
tipos de evolución donde los síntomas persisten y llegan a dar paso a un trastorno
psicótico.
128
relativas a la manifestación de alucinaciones, de tal forma que el género es una variable
demográfica cuya influencia en la manifestación de los SSP no ha sido completamente
determinada y requiere aún mayor investigación.
Otros factores ambientales relacionados con la presencia de SSP incluyen bajo nivel
educativo y baja calidad de vida (Van Os et al., 2000). La residencia en centros urbanos
también ha sido asociada a los SSP y a los trastornos psicóticos, de manera que las
personas residentes en entornos urbanos, con una mayor densidad de población, tienden
a mostrar un incremento en la prevalencia de SSP en escalas que evalúan la presencia de
creencias extrañas/pensamiento mágico y en pruebas dirigidas a detectar esquizotipia
(Stefanis et al., 2004).
Los resultados del metaanálisis llevado a cabo por Van Os et al. (2009) mostraron que
la exposición a cannabis, alcohol u otras sustancias psicoactivas estaba asociada a una
alta prevalencia de experiencias psicóticas subclínicas. Este estudio evidenció que las
experiencias traumáticas o estresantes predecían niveles elevados de SSP.
El estudio prospectivo de Polanczyk et al. (2010) reveló que los SSP en niños tenían un
componente familiar y hereditario. A partir del seguimiento a 2.232 gemelos (de 1.116
familias) desde los 5 hasta los 12 años de edad, se encontraron mayores asociaciones
entre gemelos monocigóticos que entre gemelos dicigóticos, lo que sugirió una influencia
genética para la manifestación de SSP. Asimismo, las madres de los niños con síntomas
psicóticos tenían una mayor probabilidad de presentar trastornos del espectro psicótico y
mayores niveles de emoción expresada negativa. En las familias de estos niños se
encontraron más personas ingresadas en unidades psiquiátricas, al igual que con intentos
de suicidio o suicidio consumado.
129
7.2.5. Alteraciones cognitivas
Algunas alteraciones cognitivas presentes en los pacientes con esquizofrenia también han
sido detectadas en parientes no afectados por la enfermedad. Por ejemplo, en el estudio
de Keshavan et al. (2010) se identificaron déficits en atención, función ejecutiva,
velocidad en el procesamiento de la información, cognición social, inteligencia general, al
igual que en memoria de trabajo, verbal y visual en esta población.
130
Nuestro grupo de investigación ha estudiado la asociación entre ToM, SSP y
esquizotipia en 72 adolescentes de 13 a 16 años de edad de la población general española
(Barragán et al., 201 la) y ha encontrado algunas características del funcionamiento de la
ToM en los jóvenes que referían mayor sintomatología positiva. Los resultados
mostraron un desempeño más bajo en la evaluación de ToM en los adolescentes con
puntuaciones más altas en algunos SSP positivos, en particular en síntomas de primer
orden (por ejemplo, robo del pensamiento) y en síntomas de esquizotipia positiva. Por el
contrario, otro tipo de SSP positivos, las ideas persecutorias, se relacionaron con un
adecuado funcionamiento en ToM. Este último resultado sugiere, en el caso de los
adolescentes de la población general, que no todos los trastornos psiquiátricos o del
desarrollo asociados a alteraciones en ToM pueden ser descritos en términos de una
capacidad disminuida para representar estados mentales, replicando así los resultados que
habían sido previamente obtenidos en muestras de población adulta (Abu-Akel y Bailey,
2000).
Investigaciones que han evaluado ToM en adultos con ideación persecutoria pero sin
otras patologías han arrojado puntuaciones altas en las evaluaciones de ToM, al igual que
atribuciones complejas y adecuadas de estados mentales, concluyendo que la ideación
persecutoria es un síntoma que requiere una capacidad de mentalización intacta (Walston
et al., 2000). Al respecto, se ha planteado que algunos individuos, como por ejemplo los
pacientes con esquizofrenia con predominio de síntomas positivos, podrían tener
alteraciones en la ToM derivadas de la tendencia a sobreatribuir conocimiento a los
demás, lo que a su vez llevaría a hacer inferencias desacertadas acerca de los estados
mentales de los otros. Esta alteración se ha denominado "hipermentalización" o
"hiperteoría de la mente" y podría ser causada por una incapacidad para detener la
generación de hipótesis sobre los estados mentales de los demás, que puede afectar el
número o el contenido de las representaciones generadas (Abu-Akel, 1999).
131
SSP es la remisión y aquellos que persisten tienen una mayor probabilidad de continuar
como experiencias subclínicas, sin dar paso a trastornos psicóticos.
La trayectoria o evolución de los SSP ha sido estudiada por Mackie et al., (2010),
quienes identificaron tres tipos de trayectoria, al igual que algunos factores de riesgo que
predecían el tipo de trayectoria que seguirían los SSP en un grupo de adolescentes
(promedio de 14,7 años de edad) durante un período de 18 meses. Los tres tipos de
evolución de los SSP identificados en este estudio fueron denominados: persistente, en
aumento y baja. En la trayectoria persistente, los adolescentes presentaban un mayor
número de SSP al inicio del estudio, seguido por un aumento en los síntomas y un leve
descenso al final del estudio. Los SSP en aumento eran experiencias moderadas al inicio
del estudio que con el tiempo se incrementaron de manera significativa. Finalmente, en la
trayectoria baja, las puntuaciones en SSP se mantuvieron bajas durante los 18 meses de
evaluación. Esta investigación también arrojó información sobre los factores de riesgo
asociados a cada tipo de trayectoria de los SSP, de tal manera que, en el caso de los
adolescentes con una trayectoria persistente, se hicieron evidentes niveles altos de
ansiedad, depresión y experiencias de victimización. A su vez, los adolescentes que
siguieron esta trayectoria refirieron un consumo creciente de alcohol, tabaco, al igual que
un uso ocasional de otras drogas. Por su parte, se identificó como principal factor de
riesgo asociado a los SSP en aumento un consumo de sustancias que también siguió una
trayectoria creciente durante el transcurso de la investigación, en ausencia de otras
dificultades emocionales o de un consumo significativo de alcohol.
132
(2012a).
Las investigaciones que han buscado establecer la prevalencia de SSP han examinado
en su mayoría síntomas positivos, tales como alucinaciones y delirios, y han mostrado
que estos síntomas son relativamente comunes en adultos de la población general, con
prevalencias alrededor del 17% (Van Os et al., 2000, ver cuadro 7.1). Investigaciones
llevadas a cabo con niños y adolescentes han mostrado una amplia variabilidad en las
prevalencias de SSP positivos que oscilan entre el 9% y el 66% (Bartels-Velthuis et al.,
2010; Downs et al., 2013). Por ejemplo, Yoshizumi et al. (2004) encontraron que un
21% de los niños de 11 y 12 años de edad experimentaban alucinaciones, mientras otros
estudios arrojan prevalencias de experiencias alucinatorias más bajas (Dhossche et al.,
2002; Scott et al., 2009, ver cuadro 7.1). En el estudio de Barragán et al. (201 lb), que
evaluó síntomas positivos, negativos y depresivos en adolescentes de la población
española, el 39% de los jóvenes refirió experimentar muy frecuentemente ("casi siem
pre") al menos un SSP positivo, mientras el 21% refirió al menos un síntoma negativo
con esa misma frecuencia. Asimismo, se ha encontrado que entre la adolescencia
temprana y media, la prevalencia de SSP presenta una notable reducción; pasando del
21% en adolescentes de 11 a 13 años de edad, al 7% en adolescentes de 13 a 16 años
(Kelleher et al., 2012b).
133
7.5. Síntomas seudopsicóticos como factor de riesgo de psicosis y otros trastornos
134
para el diagnóstico de trastornos del espectro esquizofrénico de menor severidad como la
esquizotipia. También tendrían una mayor probabilidad de presentar otras
psicopatologías, como la depresión. En este sentido, en el estudio de Dhossche et al.
(2002) el autoinforme de alucinaciones a los 14 años de edad no estuvo asociado con el
diagnóstico de trastornos psicóticos; sin embargo, estas experiencias sí mostraron una
estrecha relación con el desarrollo de trastornos depresivos y abuso de sustancias en la
adultez joven. Otros estudios han examinado si la depresión aumenta el riesgo de
experimentar estos síntomas y por lo tanto de desarrollar trastornos psicóticos. Por
ejemplo, Van Rossum et al. (2009) encontraron que los síntomas de depresión o manía
se asociaron con SSP positivos en adolescentes y adultos jóvenes de la población general.
Yung et al. (2007) examinaron la influencia de la depresión en los SSP en una muestra
de 149 adolescentes y adultos jóvenes sin trastornos psicóticos. En esta investigación se
evaluó a los participantes en dos ocasiones: al inicio del estudio y seis meses después.
Los resultados mostraron una reducción en los SSP en aquellos individuos cuyos
síntomas de depresión remitieron a los seis meses de seguimiento, lo que sugirió que la
depresión es una variable de gran importancia para el pronóstico de los SSP.
Algunas investigaciones han buscado clarificar aún más la relación entre depresión y
síntomas psicóticos y han permitido establecer que no todos los tipos de síntomas
psicóticos se relacionan con la presencia de síntomas depresivos. En este sentido, algunos
subtipos de síntomas psicóticos positivos, como las experiencias extrañas (por ejemplo,
sentir que los pensamientos no pertenecen a uno mismo o que le están siendo
arrebatados) y la ideación persecutoria (por ejemplo, creer que las personas lanzan
indirectas, o sentir que se es observado por otros de manera extraña) se han relacionado
con mayor malestar, síntomas depresivos y pobre funcionamiento (Armando et al.,
2010). Es decir, este tipo de experiencias psicó ticas podrían representar un indicador de
riesgo para el desarrollo de un trastorno psicótico, y por el contrario, síntomas como el
pensamiento mágico, cuya presencia usualmente no se asocia a depresión o pobre
funcionamiento, podrían ser benignos, siempre que no sean experimentados con algún
grado de malestar. Esta evidencia sugiere que la identificación de SSP asociados a
depresión y malestar es una herramienta útil para la detección precoz de personas con
SSP que se encuentran en un mayor riesgo de desarrollar trastornos psicóticos.
135
grandiosidad o los pensamientos autorreferenciales.
Los síntomas negativos, por su parte, se han asociado con la presencia de síntomas
positivos y con deterioro funcional en adolescentes y adultos jóvenes de la población
general (Domínguez et al., 2010). Además, los rasgos esquizotípicos negativos,
particularmente la anhedonia social, han sido identificados como posibles antecedentes de
trastornos psicóticos (Horan et al., 2007). Algunas investigaciones han sugerido que estos
síntomas generalmente no se asocian a síntomas depresivos (Kerns, 2006), mientras
otras revelan que la depresión se asocia tanto a síntomas positivos como negativos de
psicosis, en muestras clínicas (Rosen et al., 2006) y en la población general (Stefanis et
al., 2002). Sin embargo, existen pocos estudios que examinen en detalle la relevancia
clínica de los síntomas negativos en la población general. El estudio de Barragan et al.
(201 lb) evidenció que si bien algunas dimensiones de síntomas negativos no guardan
relación con los síntomas depresivos, como es el caso de los síntomas que reflejan un
aplanamiento afectivo, otros tipos de síntomas negativos como el retraimiento social y la
abulia sí se asocian con mayor sintomatología depresiva en adolescentes de la población
general. En tales casos, según se planteó en este estudio, la presencia de síntomas
depresivos podría actuar como un amplificador de los síntomas negativos y serían un
indicador de riesgo de desarrollar trastornos psicóticos o incluso otro tipo de
psicopatología. En el caso de los síntomas de aplanamiento afectivo, Kerns (2006) señala
que tales síntomas involucran una disminución en la capacidad para experimentar e
identificar estados emocionales, lo que junto a la falta de síntomas depresivos ha sido
identificado por otros autores (Háfner et al., 1999) como predictor de un peor pronóstico
en pacientes con esquizofrenia. Estas ob servaciones parecen indicar que el aplanamiento
afectivo representa un importante factor de riesgo de desarrollar psicosis.
Cuadro 7.2. Antecedentes, ventajas y hallazgos derivados del estudio de los SSP en la
población general
136
ambien
7.6. Conclusiones
137
manifiestan con más frecuencia en la adolescencia y adultez temprana, aunque estudios
recientes identifican su aparición desde la niñez media (8-11 años de edad), se asocian a
alteraciones en procesos cognitivos como la teoría de la mente (ToM), y a factores
sociodemográficos como la pertenencia a minorías, bajo nivel educativo, residencia en
centros urbanos y uso de drogas.
Esta revisión de la investigación sobre los SSP señala que la evolución más probable
de los SSP en la población general es la remisión. Sin embargo, factores como la
presencia de múltiples SSP, ansiedad, depresión, victimización y consumo de alcohol se
han asociado a la persistencia de estos síntomas, lo que a su vez se relaciona con una
peor calidad de vida y funcionamiento general. Asimismo, se ha puesto de manifiesto que
los SSP constituyen un factor de riesgo de psicosis y otras patologías como depresión y
abuso de sustancias. Respecto a la depresión, se ha señalado el importante rol que
desempeña en el pronóstico de los SSP. La investigación indica que la presencia
simultánea de síntomas depresivos y SSP incrementa el riesgo de desarrollar psicosis, a la
vez que una reducción en los síntomas depresivos se traduce en una reducción en los
SSP. De allí ha surgido el interés por analizar la asociación entre depresión y SSP con
mayor detalle, encontrándose que algunos síntomas positivos, como la ideación
persecutoria y las experiencias extrañas y otros síntomas negativos como retraimiento
social y abulia se asocian a un mayor malestar y depresión y por tanto pueden ser
indicadores de un mayor riesgo de psicosis.
138
139
De crucial valor en el contexto de detección precoz de psicosis se encuentra el modelo
fenomenológico de los "síntomas básicos", desarrollado por los psiquiatras alemanes de la
Escuela de Bonn Gerd Huber y Gisela Gross, y continuado principalmente por Frauke
Schultze-Lutter, Joachim KlosterkÓtter y Stephan Ruhrmann. En este capítulo se expone
una descripción de este modelo y las repercusiones teóricas y prácticas más importantes
en este campo hasta la fecha.
Los síntomas básicos (SB) fueron descritos por primera vez en los años 50 del pasado
siglo por Gerd Huber, alumno en ese momento de Kurt Schneider en el Hospital
Universitario de Heidelberg. El concepto de SB se podría resumir como sigue según esta
traducción de Jimeno-Bulnes, Jimeno-Valdés y Vargas (1996, p. 6) de un texto original en
alemán de Huber:
140
psicóticos productivos subsiguientes.
141
anterior al pródromo y caracterizado por múltiples síntomas inespecíficos, remitían
completamente sin transitar a episodio psicótico, retornando al nivel premórbido en una
media de 6 meses y con un rango que oscilaba entre 4 días y 4 años. El intérnalo
temporal entre el síndrome precursor y el inicio de un episodio psicótico agudo se situaba
entre varios años hasta un máximo de 35 años.
142
Subjetivamente experimentados: se trata de síntomas o experiencias subjetivas que
el paciente vive como propias de su mundo interno o privado. Por lo general, sólo
se manifiestan y afectan al individuo a nivel intrapersonal, es decir, no suelen ser
observables por los demás; sin embargo, la experiencia de estos síntomas puede
suponer el inicio de estrategias de afrontamiento activas, como la evitación social o
el aislamiento, con el fin de compensar y no hacer patentes estos déficits.
143
podrían desembocar en una psicosis manifiesta (Klosterk¿jtter et al., 1997).
Si bien este esquema en niveles o fases puede dar a entender que la transición hacia el
trastorno psicótico es lineal o irreversible, en realidad no es así. Más bien, estos tres
niveles pueden ser conceptualizados según un continuum psicopatológico de gravedad
variable, esto es, la presentación de los SB y la posible transición o no a psicosis puede
ser altamente fluctuante, existiendo modificaciones del curso sin una causa definida
(Gross, 1989, 1997; Huber y Gross, 1989).
Así, tras debut en el Nivel 1, los SB pueden aumentar en número y gravedad hasta
desembocar en síntomas psicóticos, aunque con posibles temporadas de mejora.
Contrariamente, un Nivel 1 y 2 también pueden resolverse espontáneamente de forma
completa. Estas presentaciones sintomáticas inespecíficas sin progresión a episodio
psicótico pueden mimetizar una fase prodrómica psicótica verdadera, llamándose
síndromes precursores (outpost síndrome o prodrome-like) porque anunciarían un
pródromo subsiguiente (SchultzeLutter, 2009).
144
Finalmente, aunque los síntomas del Nivel 3 se produzcan, el desarrollo del trastorno
puede ser reversible siempre que no se produzcan automatismos o fijaciones
cognitivamente irreductibles en este nivel; por ejemplo, las alucinaciones corporales o los
delirios de referencia (Nivel 3) pueden retornar a cenestesias o ideas de referencia (Nivel
2) o a sensaciones corporales inespecíficas o ideas de referencia inestables (Nivel 1)
(Gross, 1989; Huber y Gross, 1989).
Los criterios de riesgo de la psicosis según el modelo del SB derivaron del estudio
prospectivo Cologne Early Recognition (CER; Klosterk¿jtter, Hellmich, Steinmeyer y
Schultze-Lutter, 2001). Durante una media de 9,6 años se investigaron mediante la Bonn
Scale for the Assessment of Basic Symptoms (BSABS; Gross, Huber, KlosterUtter y
Linz, 1987; KlosterUtter et al., 1997) 160 pacientes que presentaban alteraciones afines
al pródromo psicótico pero que nunca habían sufrido un episodio psicótico franco. De los
160 pacientes, 79 (49,4%) transitaron a esquizofrenia, con una media de tiempo desde la
línea base a la conversión a psicosis de 5,6 años.
Un nuevo análisis de los datos del estudio CER confirmó una nueva combinación de
SB cuya agrupación demostró ser la más predictiva en comparación con otros siete
grupos de síntomas (Schultze-Lutter, Ruhrmann, y KlosterkÓtter, 2006). Este segundo
criterio de riesgo, constituido por nueve SB, se denominó High-risk Criterion Cognitive
Disturbances (COGDIS) (cuadro 8.2). Como puede apreciarse, este criterio está
parcialmente solapado con el criterio COPER al compartir con este cinco de los nueve
SB. Se estableció como punto de corte la presencia de al menos dos de los nueve SB,
resultando para el criterio COGDIS una sensibilidad final del 67%, una especificidad del
83% y un poder predictivo positivo del 79%.
145
KlosterkÓtter, 2007), y versión para niños y adolescentes (Schizophrenia Proneness
Instrument, Child and Youth Version, SPI-CY; Schultze-Lutter y Koch, 2010), los cuales
serán expuestos más adelante.
Aunque ambos criterios de riesgo ofrecen una precisión predictiva similar según curva
ROC (COPER: 0.83; COGDIS: 0.82), se encontró que el criterio COGDIS delineaba un
riesgo de psicosis ligeramente más inminente (SchultzeLutter, Ruhrmann y Klosterkotter,
2006), tal y como puede observarse en las tasas de transición a psicosis en el curso de 4
146
años (cuadro 8.3).
Cuadro 8.3. Tasas de transición a psicosis del estudio CER según criterios de riesgo
Los datos del estudio CER, por tanto, supusieron un paso significativo en la
demostración de la validez predictiva de psicosis de muchos de los SB. En consecuencia,
otro importante estudio prospectivo (Schultze-Lutter et al., 2007a) enmarcado dentro del
European Early Detection and Intervention Centre (FETZ; Schultze-Lutter, Ruhrmann, y
Klosterkotter, 2009) reevaluó la capacidad predictiva de los criterios COPER/COGDIS
en una muestra de 146 sujetos con síntomas prodrómicos evaluados con la SPI-A y la
Positive and Negative Syndrome Scale (PANSS; Kay, Fiszbein, y Opler, 1987). Los
resultados hallaron que 124 sujetos cumplieron criterios COPER y COGDIS y 22
únicamente el criterio COPER. Se encontró que los sujetos que cumplían criterios
COGDIS presentaban una intensidad sintomatológica significativamente mayor en todas
las subescalas de la SPI-A y PANSS, salvo en la dimensión de síntomas negativos de esta
última. Respecto a las tasas totales de transición a psicosis (definida mediante el punto de
corte de la escala PANSS), 8 sujetos (36%) del grupo COPER acabaron transitando a
psicosis franca y 48 (39%) del grupo COPER/COGDIS. A los doce meses, transitaron 5
(23%) sujetos COPER y 33 (27%) sujetos COPER/COGDIS. Los hallazgos reflejaron
de nuevo una buena validez preditiva de los SB, pero no apoyaron la noción de que los
criterios COPER per se delinearan un riesgo a psicosis menos inminente que los
COGDIS (Schultze-Lutter et al., 2007a).
147
operacionalmente mediante preguntas y ejemplos representativos del síntoma tomados de
la experiencia de otros pacientes que facilitan la evaluación. La BSABS se estructura en
cinco categorías principales: deficiencias dinámicas, cognición y pensamiento,
percepción, alteraciones motoras y cenestesias y alteraciones centrales vegetativas. La
fiabilidad interjuez de la BSABS ha sido ampliamente estudiada en varios estudios, y se
han encontrado índices de acuerdo entre pares de evaluadores que oscilan entre 0.60 y
0.95 (Klosterk¿stter et al., 1997).
Por lo que refiere a la FCQ, éste es uno de los instrumentos más extendidos para la
evaluación de los SB. Se trata de un cuestionario autoaplicado en el que el sujeto debe
decidir la presencia o ausencia de un síntoma (formato binario). Su formato autoaplicado
sin duda facilita mucho la evaluación e investigación de los SB, a diferencia de la
BSABS, cuya completa aplicación necesita de un clínico bien entrenado y mucho tiempo.
Se han llevado a cabo numerosísimas investigaciones empíricas que han evaluado la
utilidad de la FCQ, resultando en una progresiva refinación y difusión de la escala. La
tercera versión de la FCQ, traducida al castellano en el excelente trabajo de Jimeno-
Bulnes et al. (1996), engloba un total de 98 ítems agrupados en diez subescalas. No
obstante, en cuanto a las propiedades psicométricas de la FCQ, se ha demostrado que la
especificidad diagnóstica de este instrumento no es suficiente. Específicamente, Peralta y
Cuesta (1998) encontraron que ni la puntuación global ni los síntomas individuales de la
FCQ conseguían discriminar entre distintos grupos diagnósticos. Otros estudios han
mostrado resultados similares (Mass, Weigel, Schneider y Klepsch, 1998; Ricca et al.,
1997).
A raíz de los datos del estudio CER se construyó un nuevo instrumento basado en la
BSABS, el Instrumento de Propensión a la Esquizofrenia, versión para adultos (Schultze-
Lutter, et al., 2007b), disponible también en castellano. La SPIA fue diseñada
empíricamente, lo que garantiza la inclusión de todos aquellos SB que han demostrado en
estudios prospectivos alta especificidad para psicosis. Tras analizar dos tipos de muestras,
una de 160 sujetos prodrómicos y otra de 346 sujetos con diagnóstico de esquizofrenia,
se generaron seis dimensiones de SB altamente robustas y fiables en ambas muestras de
pacientes. La dimensión que mostró más precisión diagnóstica fue de nuevo la de
alteraciones cognitivas. La estabilidad de la estructura dimensional hallada a lo largo de
148
los diferentes estadios del trastorno llevó a la conclusión de que estas seis dimensiones
eran inherentes a la esquizofrenia (Schultze-Lutter, Steinmeyer, Ruhrmann, y
Klosterk¿jtter, 2008).
De igual forma que la BSABS, la SPI-A también fue concebida como una entrevista
semiestructurada, pero el formato de respuesta dejó de ser binario (síntomas ausente o
presente) para convertirse en dimensional según una escala de gravedad de 6 puntos (de
ausente, moderado, hasta grave). Para cada SB se establecen unos criterios de
codificación según su relevancia, siendo los más importantes la frecuencia y la gravedad.
149
Como en la BSABS, aunque se incluyen preguntas y ejemplos que orientan al clínico en
la entrevista, la orientación clínica debe ser en todo caso fenomenológica, siendo siempre
determinante a la hora de puntuar la queja subjetiva que el paciente refiere, no la
impresión clínica y unilateral del evaluador como en la mayoría de evaluaciones. La
fiabilidad interjuez conseguida tras entrenamiento fue elevada, con una tasa de acuerdo
entre evaluadores del 89% (Schultze-Lutter et al., 2007b).
150
corporales, como dolor circunscrito o sensaciones desagradables al ser tocado.
151
b)Síntomas psicóticos atenuados (Attenuated Positive Symptoms, APS).
Pese a la validez predictiva del estado UHR (para una revisión, ver: Correll et al.,
2010, o Fusar-Poli et al., 2013a), se ha demostrado la existencia de síntomas tempranos
y altamente inespecíficos que también forman parte del pródromo, y que son difícilmente
distinguibles de las alteraciones del ánimo, motivación, sociabilidad o concentración
típicos de los episodios depresivos (Klosterk¿stter, Schultze-Lutter, Bechdolf, y
Ruhrman, 2011). En este sentido, Schultze-Lutter, Ruhrmann, Berning, Maier y
Klosterkótter (2008), en un estudio retrospectivo en pacientes con primer episodio
psicótico, establecieron una secuencia sintomática temporal que se iniciaba con
sintomatología inespecífica, la cual ocurría como media 8,2 años antes del primer brote
psicótico, seguida por SB de tipo cognitivoperceptivo junto con síntomas psicóticos
atenuados (APS), con una media de 3,3 años antes del primer episodio psicótico. En
términos terapéuticos, y al igual que ocurre con la relación positiva entre tiempo de
psicosis no tratada y peor pronóstico, se observa que largos intervalos de SB de riesgo
(COPER) sin tratar se asocian con peores niveles de funcionamiento psicosocial al año
de seguimiento desde la línea base (Fusar-Poli et al., 2009).
152
psicosis (Schultze-Lutter el al., 2008). En esta línea, Simon el al. (2006) encontraron que
la inclusión de los SB (COPER) a los UHR definía una muestra más homogenea a nivel
de deterioro clí nico y cognitivo, lo que aumentaba la sensibilidad para predecir qué
individuos desarrollarían psicosis. Esta noción de complementarle dad se ve apoyada por
el hecho de que el criterio UHR es especialmente válido para detectar individuos con
riesgo inminente de psicosis según estudios prospectivos, no sólo al año de la evaluación
basal, sino también a los seis meses, y que los criterios según SB consiguen detectar
síntomas igualmente predictivos de modo más temprano al mantener unos porcentajes de
transición a psicosis más bajos y estables más allá de los primeros doce meses, fenómeno
que es consistente con la presentación insidiosa de los SB antes del primer brote
psicótico.
153
refiere es el European Prediction of Psychosis Study (EPOS; Ruhrmann et al., 2010), un
estudio multicéntrico formado por una muestra inicial de 245 sujetos con riesgo de
psicosis definidos según criterios UHR y COGDIS. Se encontró una transición a psicosis
al cabo de 18 meses del 19% (37 sujetos) y un solapamiento entre criterios del 59,6%,
siendo la combinación de ambos criterios la estrategia predictiva más sensible. De forma
similar, dos estudios igualmente importantes enmarcados en el Dutch Prediction of
Psychosis Study (DUPS; Velthorst et al., 2009; Ziermans et al., 2011) también hallaron
un solapamiento similar entre criterios UHR y COGDIS; sin embargo, en el estudio de
Ziermans et al. (2011), basado en una muestra de 72 pacientes entre 12 y 18 años
definida por los mismos criterios de inclusión que en el estudio EPOS, no se encontró
que el criterio de riesgo COGDIS aportará un valor discriminativo suplementario de
transición a psicosis. Este resultado equívoco sobre la validez del criterio COGDIS
reafirma la necesidad de incrementar las investigaciones en este tipo de población y el
uso de instrumentos adaptados a ella, como la SPI-CY.
Figura 8.2. Secuencia sintomática y estrategias de prevención asociadas en cada fase del
trastorno.
8.6. Conclusiones
154
basados en los síntomas cardinales de las psicosis, y como complemento altamente válido
en las estrategias de detección e intervención temprana de psicosis. Las investigaciones
han demostrado mediante rigurosos métodos empíricos que un subgrupo de SB de tipo
cognitivo y perceptivo tienen al menos la misma capacidad predictiva de primer episodio
de psicosis que los criterios UHR, y que la combinación de ambas estrategias incrementa
mutuamente la precisión predictiva de los dos tipos de criterios. Por todo ello, los SB y
los instrumentos que los evalúan son ineludibles para todo aquel clínico interesado en la
investigación, comprensión y tratamiento de la sutil pero determinante emergencia de los
trastornos del espectro psicótico.
155
156
157
158
El trastorno psicótico es un síndrome caracterizado por la presencia de síntomas muy
diversos, como delirios, alucinaciones, distorsión del proceso del pensamiento,
aplanamiento afectivo, déficits cognitivos y deterioro funcional. El espectro psicótico
incluye una amplia gama de condiciones y trastornos que difieren en cuanto a gravedad,
frecuencia, cronicidad y pronóstico, pero que comparten diversos factores etiológicos y
de riesgo. Los trastornos del espectro psicótico suelen presentar un curso crónico y
episódico que afecta aproximadamente a entre un 5 y un 8% de la población general (Van
Os et al., 2008). Habitualmente aparecen en la adolescencia tardía o al comienzo de la
adultez, provocando alteraciones notables en todas las áreas de la vida y diversos grados
de discapacidad, así como un gran coste económico y enorme sufrimiento tanto para los
pacientes como para sus familias.
159
los trastornos
160
funcional antes del primer episodio de psicosis. Por ello, la detección temprana en
psicosis tiene como objetivo reducir la demora del tratamiento para mejorar el pronóstico
y aminorar la gravedad del trastorno (Liu et al., 2010).
Uno de los problemas éticos que plantea la detección temprana es que alrededor de
un 60% o más de los sujetos identificados como de alto riesgo no transitarán a la
psicosis, incluso sin recibir tratamiento (Addington et al., 2006), lo que genera cuestiones
importantes respecto al tratamiento de un posible trastorno que no necesariamente
acabará desarrollándose, sobre todo en relación a los efectos adversos provocados por
los psicofármacos. No obstante, es importante tener en cuenta que es posible mitigar este
problema ofreciendo tratamientos más seguros, como las intervenciones psicológicas, que
permiten retrasar la aparición de la psicosis o mejorar su gravedad una vez que comienza
(Ruhrmann et al., 2009).
161
A pesar de que diversos resultados indican que los criterios de alto riesgo son válidos
y fiables para predecir el inicio de psicosis en esta población, algunos estudios han
mostrado una tendencia creciente a la disminución de la tasa de transición a la psicosis
respecto a los estudios más iniciales (Yung et al., 2006). Esta disminución podría
deberse, en parte, a que los sujetos EMAR están siendo detectados y están recibiendo un
tratamiento efectivo en la fase temprana del trastorno, o a que se están detectando más
casos de riesgo de los que realmente acabarán por desarrollar un trastorno psicótico
(falsos positivos). Por ello se requieren más estudios que ayuden a mejorar la validez y
especificidad de los criterios de alto riesgo.
Por otro lado, en Estados Unidos se creó la entrevista estructurada de los síndromes
prodrómicos (Ñructured Interview for Prodromal Syndromes and the Scale of Prodromal
Symptoms, SIPS/SOPS; Miller et al., 2003), un instrumento equivalente a la CAARMS
utilizada con los mismos propósitos en los estudios norteamericanos. Adicionalmente, el
Programa de Reconocimiento y Prevención de Hillside en Nueva York (Cornblatt et al.,
2002) ha propuesto una aproximación diferente, tomando en cuenta, además de la
presencia de síntomas psicóticos atenuados, la presencia de síntomas negativos
atenuados como el aislamiento social, la abulia y el deterioro funcional. Finalmente, en
Alemania se ha desarrollado una aproximación complementaria focalizada en los
síntomas prodrómicos más tempranos. Se ha desarrollado un conjunto de criterios
basados en la percepción subjetiva del paciente de la experiencia de déficits cognitivos y
perceptivos conocidos como "síntomas básicos", los cuales han sido operacionalizados en
el Instrumento de Propensión a la Esquizofrenia para Adultos (SPI-A) (para mayor
detalle ver el capítulo 8 de Vilagra et al.).
Los familiares de pacientes con psicosis suelen informar de altos niveles de carga,
162
ansiedad, depresión, estrés y malestar psicológico a causa del trastorno (Móller-
Leimkühler y Wiesheu, 2012). En particular, los familiares de pacientes con PEP suelen
presentar angustia y morbilidad psiquiátrica (Tennakoon et al., 2000). Aunado a esto,
pueden darse otras circunstancias perjudiciales, como la vivencia de estigmatización, la
vergüenza, el aislamiento, la interrupción de la trayectoria educativa o profesional,
sentimientos de pérdida, un descenso de la capacidad para tomar parte en las decisiones
relativas al tratamiento, etc. Todos estos aspectos deben tenerse en cuenta por los
programas preventivos para evitar en la medida de lo posible la posterior influencia
negativa de estos factores en el curso y pronóstico de los pacientes.
Por otro lado, la alta emoción expresada familiar (caracterizada por altos niveles de
actitudes críticas, hostilidad y sobreimplicación emocional) ha mostrado ser un
importante predictor de recaídas tanto en pacientes crónicos como en pacientes con PEP
(Butzlaff y Hooley, 1998; Álvarez-Jiménez et al., 2010). Pese a que existen pocos
estudios sobre emoción expresada en las fases tempranas de la psicosis, se ha sugerido
que la alta emoción expresada no sólo está presente, sino que también es importante en el
curso y pronóstico del trastorno psicótico incipiente (Schlosser et al., 2010). Además, se
ha observado que los niveles de emoción expresada son similares entre familiares de
pacientes EMAR y PEP, y que la expresión de afecto negativo, como el criticismo, así
como de las atribuciones de culpa hacia al paciente, tienen un efecto sobre los síntomas y
el funcionamiento de los pacientes EMAR y PEP (Domínguez-Martínez et al., sometido
a publicación). Dado que la mayoría de estos pacientes son adolescentes o Jóvenes, la
investigación de los factores familiares de riesgo y protección son esenciales para el
diseño y desarrollo de intervenciones tempranas apropiadas para las necesidades del
paciente y de sus familiares.
En las últimas décadas se han desarrollado diversas estrategias para orientar, diseñar y
evaluar las intervenciones preventivas en salud mental. Como consecuencia, se han
creado y establecido una serie de grupos y proyectos de investigación, así como diversos
servicios asistenciales que llevan a la práctica dichas estrategias y que han contribuido a
difundir esta optimista aproximación a la psicosis (Birchwood et al., 2002; Gleeson y
McGorry, 2005).
163
3.Fase postcrisis psicótica (que abarca el período de recuperación de los primeros 5
años posteriores al PEP).
164
165
166
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168
169
170
171
En nuestro contexto, el Programa Asistencial para Fases Iniciales de Psicosis de
Cantabria y el Programa de Prevención de Psicosis en Oviedo (Vallina et al., 2003;
Lemos-Giráldez et al., 2009) fueron pioneros en España y han servido como modelos
para la adaptación e implementación de nuevos programas en otras comunidades
autónomas, tales como el Programa de Atención Específica a los Trastornos Psicóticos
Incipientes (PAE-TPI) que se desarrolla en varios centros de la red pública de salud
mental de Cataluña (Generalitat de Catalunya, 2011).
172
9.6. Abordajes psicoterapéuticos en la psicosis temprana
Cabe destacar que ningún tipo de intervención terapéutica es ideal para todos los
pacientes, ya que los diferentes subgrupos de pacientes requieren aproximaciones
173
distintas dentro del amplio espectro de modelos psicoterapéuticos (Martindale et al.,
2009). El modelo clásico de la vulnerabilidad al estrés junto con los avances en la
investigación de la TCC han brindado una oportunidad importante para la fusión de las
aproximaciones dinámica y cognitiva, tal como sucede en la terapia analítica-cognitiva
(Kerr et al., 2008) o en la psicoterapia psicodinámica interpersonal (Guthrie et al., 1998).
A pesar de que la experiencia en estos modelos integradores es aún limitada y requiere de
una formalización y una evaluación más extensa y sistemática, parece que su desarrollo
reciente podría desempeñar un papel útil en la expansión de la teoría y la práctica
psicoterapéuticas (Kerr et al., 2008).
9.7. Conclusiones
El cambio de enfoque de las fases estables y residuales hacia las fases iniciales de la
psicosis ha dado lugar a una serie de innovaciones y avances, tanto en la evaluación y el
diagnóstico, como en los abordajes terapéuticos y en la reorganización de los recursos
asistenciales y de las políticas sanitarias (Vallina et al., 2007).
174
Proporcionar tratamiento de modo más rápido a personas con psicosis es, en sí
mismo, un elemento suficiente para justificar los esfuerzos de la detección e intervención
tempranas. Sin embargo, las cuestiones éticas han de considerarse seriamente cuando se
trabaja con jóvenes en riesgo de psicosis. Finalmente, es importante destacar que este
enfoque de prevención no pretende olvidar a aquellos pacientes crónicos que tienen un
peor pronóstico y que necesitan una atención continuada y a largo plazo, sino procurar
que nuevas generaciones tengan un porvenir más optimista en cuanto a sus posibilidades
de recuperación.
175
176
10.1. Introducción
Los hallazgos actuales sugieren que las estrategias de prevención de las psicosis están
limitadas por su alta focalización en la sintomatología positiva de aparición tardía, un
momento en el cual la discapacidad ya está relativamente bien establecida. Como
resultado a dicho énfasis en la sintomatología positiva, la mayor parte de tratamientos
diseñados para el período prepsicótico o "prodrómico" consideran una tasa baja de
conversión a las psicosis como resultado de interés. Sea como sea, sería posible que la
prevención pudiese ser claramente mejorada con un enfoque más exhaustivo que
involucrase déficits funcionales más tempranos del desarrollo. De hecho, la carga que
supone la esquizofrenia a pacientes, familiares, amigos y sociedad en general se debe
básicamente a déficits en el funcionamiento (Awad y Voruganti, 2008). Las
discapacidades en el funcionamiento reducen la independencia y la productividad, limitan
el éxito educacional y disminuyen la calidad de vida (Fleischhaker et al., 2005). Como
resultado, esta disfunción, frecuentemente profunda, impone una carga económica
substancial a la sociedad, de acuerdo con los estudios más recientes, que mantienen que
los costes indirectos de la enfermedad en Estados Unidos - específicamente aquellos
relacionados con la discapacidad funcional - se estiman hasta en 30.000 millones de
dólares anuales, lo cual supone un 52% de todos los costes relacionados con la
esquizofrenia (Wu et al., 2005). Las disfunciones en el funcionamiento social y de rol son
particularmente problemáticas porque los pacientes tienen dificultades de forma
consistente para desarrollar y mantener muchos de los roles sociales tradicionales, tales
como el de amigo, espo so, padre, estudiante o trabajador (Harvey, 2011). Incluso con
tratamiento farmacológico óptimo y remisión de los síntomas positivos, los resultados
funcionales son pobres durante los primeros años de la enfermedad (Robinson et al.,
2004). Un objetivo crítico de la investigación sobre la esquizofrenia es, por consiguiente,
entender los factores que llevan a la discapacidad a largo plazo.
Estudios en pacientes adultos con esquizofrenia han mostrado que múltiples factores
están conectados con pronósticos funcionales pobres, incluyendo un período largo de
177
psicosis no tratada, y el mal funcionamiento premórbido. Además, hay considerable
evidencia de que las disfunciones cognitivas están asociadas con el funcionamiento
anómalo en la esquizofrenia (Bowie et al., 2006; González-Blanch et al., 2007; Green et
al., 2000; Sánchez et al., 2009). En cualquier caso, estos hallazgos se ven atenuados por
la cronicidad y el tratamiento prolongado, pues el pronóstico funcional de pacientes
adultos con esquizofrenia está influenciado por las recaídas, los episodios múltiples, el
tratamiento farmacológico y las hospitalizaciones repetidas (Allott et al., 2011). Por estas
razones, sería ideal intervenir cuando los individuos tienen menos discapacidad funcional,
óptimamente de forma previa al inicio de la enfermedad, y en el punto en el cual las
habilidades sociales, académicas y ocupacionales se adquieren y generalizan - que
típicamente tiene lugar durante la adolescencia y la adultez temprana (Henry y Coster,
1996)-.
178
simple éxito académico. La emergencia de síntomas positivos se considera, desde el
punto de vista del desarrollo, un proceso independiente que progresa a esquizofrenia
crónica con la presencia de algún tipo de combinación de déficits CASIS.
179
2001; Cornblatt et al., 2003). Iniciado en 1998 por la Dra. Cornblatt, el programa RAP
fue uno de los primeros programas de América del Norte que investigó y trató
adolescentes y adultos jóvenes (14-22) que mostraban signos y síntomas considerados
prodrómicos para la esquizofrenia o el trastorno bipolar (Auther et al., 2008).
El RAP está financiado por el National Institute of Mental Health (NIMH), y es parte
de la North American Prodromal Longitudinal Study (NAPLS), un consorcio de 8
programas sobre pródromos que constituye una de las investigaciones líderes de los
atributos biológicos, conductuales y funcionales del pródromo de las psicosis a nivel
mundial (Cannon et al., 2008).
Los participantes del programa son adolescentes que solicitan tratamiento, o adultos
jóvenes que han sido seleccionados inicialmente para seguir tratamiento en la clínica
RAP, y que posteriormente han sido escogidos para participar en la investigación. Los
estudios de tratamiento siguen una estrategia naturalística y, por tanto, los psiquiatras del
RAP tratan los síntomas presentes como lo harían en su práctica habitual. El programa
RAP fue diseñado para recoger datos sobre la progresión longitudinal de los síntomas y
del funcionamiento en un marco de tratamiento naturalístico. Este capítulo resume los
datos de los participantes reclutados durante la fase 1 del programa RAP (enero 1998-
febrero 2006). A lo largo de la fase 1, los clínicos del RAP trataron pacientes de acuerdo
con la práctica profesional estándar, y tuvieron poca exposición a los procedimientos o
hipótesis de la investigación del RAP. La derivación al programa RAP de los pacientes
fue hecha por parte de departamentos de psiquiatría afiliados a ambulatorios y hospitales,
centros de salud mental locales, psicólogos o consejeros escolares, o consultas directas.
Todos los procedimientos fueron aprobados por el Institutional Review Board, del North
Shore-Long Island Jewish Health System. El consentimiento informado por escrito (con
asentimiento por parte de participantes menores de 18 años) fue obtenido para todos los
participantes.
180
contribuyen a la presencia futura de enfermedad. Hipotetizamos que el núcleo de la
vulnerabilidad es el subtrato necesario, aunque no suficiente, que lleva a la esquizofrenia,
y que es la raíz de la frecuentemente incapacitarte minusvalía asociada con la misma. En
ausencia de síntomas positivos, se cree que este trastorno biológico resulta en un
espectro de patologías no psicóticas (e.g., esquizotipia, trastornos de la personalidad
esquizoide y evitativo) o en patologías funcionales más moderadas, pero también
relacionadas con el substrato. Este punto de vista es consistente con los estudios de
famílias y gemelos, que han demostrado una proporción mayor de esquizotipia en
familiares no psicóticos de primer grado de pacientes adultos con esquizofrenia y una
sensiblemente mayor carga genética en los síntomas negativos que en los positivos
(Dworkin et al., 1988; Kendler et al., 1995).
1.Este modelo representa la patología clínica como un proceso del desarrollo de larga
evolución. Como resultado, la intervención es vista como una posibilidad mucho
antes del inicio de la psicosis y, por tanto, como algo que tiene el potencial de
detener la progresión continuada hacia la enfermedad y la discapacidad funcional a
largo plazo.
181
pródromo que, a su vez, conduce a que intervenciones alternativas y potencialmente
efectivas (tanto farmacológicas como no farmacológicas) sean ignoradas. Esto es una
omisión significativa, puesto que el aislamiento social y el declive académico son
considerados un conector directo hacia la frecuentemente profunda discapacidad
funcional que caracteriza la esquizofrenia (Green, 1996) y que a menudo sigue presente
incluso después del tratamiento exitoso de los síntomas psicóticos.
Cornblatt et al. (2003) seleccionaron cuatro dominios principales que se hipotetizaba que
reflejan directamente el núcleo de la vulnerabilidad de la esquizofrenia:
1.Déficits cognitivos.
3.Aislamiento social.
4.Fracaso escolar.
La causalidad es crítica, porque intentar reducir los factores de riesgo puede no tener
sentido si tal intervención no tiene un efecto en la enfermedad posterior (Kraemer et al.,
2001).
182
remediado y mantenido. El tratamiento precoz es especialmente importante porque,
desde el principio hasta el final de la adolescencia, se extiende un período de desarrollo
durante el cual las habilidades sociales y de rol cristalizan. De forma consistente con el
modelo propuesto por Comblatt et al., (2003), la mejora de la vulnerabilidad subyacente
podría, en sí misma, ser un medio de reducir el riesgo de padecer psicosis en un futuro e,
independientemente, limitar la discapacidad funcional futura. Esto sugeriría que la
discapacidad funcional no sólo depende de la progresión a una psicosis plena, sino que la
presencia de factores de riesgo distales puede llevar a una variedad de trastornos
funcionales (Corblatt et al., 2003) y, por tanto, aparecen como dianas particularmente
adecuadas para intervenciones futuras.
De modo consistente con el modelo del neurodesarrollo, un foco principal del RAP ha
sido el de desarrollar la medición del pronóstico funcional, complementando así la
evaluación de la conversión a psicosis. Sólo recientemente se ha prestado algo de
atención al campo del pronóstico funcional en la literatura sobre los pródromos, que se
ha centrado casi exclusivamente en la predicción de psicosis y de la sintomatología clínica
afín. Sin embargo, el pronóstico funcional ha emergido como un área de investigación
extremadamente importante en esquizofrenia, dada la carga sustancial que representa
para los pacientes, familiares, amigos y sociedad en general. Los estudios longitudinales
de la esquizofrenia han demostrado de forma repetida que la cronicidad de la enfermedad
está marcada por las dificultades persistentes en el funcionamiento social, incluso cuando
la sintomatología positiva está bien tratada y en remisión (Robinson et al., 2004). Es más,
dado que las discapacidades social y académica/ocupacional son básicamente
independientes de los síntomas positivos, representan un correlato no específico de
muchas formas de psicopatología (Murray y López, 1996). Por tanto, se hipotetiza que
estas alteraciones funcionales caracterizan el curso de muchos de nuestros sujetos
prodrómicos, independientemente del desarrollo de psicosis.
183
Schizophrenia-Like Psychosis; N=35) si tenían un síntoma positivo en una intensidad de
nivel psicótico. Los pacientes CHR+ SLP podían tener síntomas negativos atenuados,
aunque no era un requerimiento.
Para el propósito de la actual discusión sólo fue usado el grupo CHR, porque este
grupo es el que más estrechamente está relacionado con el síndrome atenuado positivo
(Attenuated Positive Syndrome, APS) grupo que, típicamente, es el estudiado en la
literatura prodrómica (ver Miller et al., 1999). Los criterios de inclusión estaban basados
en la presencia de uno o más síntomas positivos atenuados evaluados con la SOPS
(escala de 0-6) como moderados, moderadamente severos o severos (puntuaciones de 3,
4 o 5). Una puntuación de 6 (severo y psicótico) en cualquier ítem era un factor de
exclusión para el grupo CHR. De los 101 sujetos CHR iniciales, 92 (el 91%) tenía
puntuaciones clínicas en el seguimiento. Nueve sujetos fueron excluidos, dejando una
muestra final de 92 participantes. La media del período de seguimiento (el tiempo de
conversión a psicosis o del último seguimiento) fue de 3 años (SD = 1,6 años; mediana =
2,8 años).
184
2.El valor medio de individuos CHR ha sido de 6 de forma consistente.
Junto con la SIPS, las GF:Social y GF:Role (Comblatt et al., 2007) fueron
administradas de nuevo aproximadamente 6 meses después de la entrada al Programa
RAP y con regularidad cada 6 a 9 meses, así como al final del tratamiento o en la
conversión a psicosis. Para estos últimos, los pacientes también fueron reevaluados
siempre que el equipo de estudio se diera cuenta de algo que pudiera indicar
empeoramiento clínico/conversión, como, por ejemplo, una hospitalización o que el
paciente o el cuidador acudieran al programa.
Las conclusiones de estudios prospectivos anteriores del alto riesgo clínico (CHR)
apoyan la idea de identificar predictores de la evolución funcional antes de la influencia
de la enfermedad a largo plazo y del tratamiento prolongado. Trabajos previos de nuestro
grupo (Carrión et al., 2011) examinaron la relación entre los déficits neurocognitivos y los
déficits funcionales, evaluados en un mismo punto temporal. Nuestros resultados
mostraron que la cognición está relacionada y predice el funcionamiento social y de rol
incluso en ausencia de síntomas plenamente psicóticos. La velocidad de procesamiento y
la memoria verbal predijeron el estado funcional con niveles aceptables de calibración y
discriminación. Datos recientes del grupo de Comblatt (Comblatt et al., 2012) indican
que los déficits en el funcionamiento social y de rol son estables en el tiempo e
independientes del estado clínico, sugiriendo que, más que predecir la psicosis, los déficit
funcionales previos a la enfermedad pueden ser un predictor crítico de la discapacidad a
largo plazo. Estos resultados apoyan la idea de que las características iniciales pueden ser
usadas para desarrollar un modelo de predicción para el riesgo de déficit funcionales en
una muestra de CHR, independiente del impacto de la psicosis.
185
seleccionadas en el cribado inicial fueron introducidas en un procedimiento de selección
multivariante mediante el mejor subconjunto para regresión logística (P<0.05) (Hosmer y
Lemeshow, 2000; Furnival y Wilson, 1974), usando como criterio de selección del
modelo el estadístico Cp de Mallow (Mallow, 1973) y el Criterio de Información de
Akaike corregido (AICc) (Akaike, 1981, 1983). Ambos criterios determinan el número
óptimo de predictores equilibrando el número de predictores del modelo y la precisión del
mismo, estableciendo una penalización para los modelos con mayor número de
parámetros. Se estimó un modelo para social y otro para rol funcional. Los modelos
finales proporcionan efectos ajustados para la posible confusión generada por individuos
que desarrollan psicosis en el período de seguimiento.
186
El cuadro 10.2 resume las características demográficas y clínicas de base de los
individuos con mala y buena evolución social y de rol, respectivamente. En ambas
muestras, los grupos de evolución bueno y malo no se diferenciaron considerablemente
en ningún rasgo demográfico, incluyendo la edad en el momento de la prueba, el CI
actual, el nivel de educación, sexo, preferencia manual, el estado socioeconómico, la raza
o la identidad étnica. En la línea base, los grupos de evolución bueno y malo no se
diferenciaron en los índices de trastornos del humor, ansiedad y relacionados con
sustancias. Además, para ambos dominios funcionales, las medicaciones en la línea base
no se diferenciaron en los grupos de resul tados buenos y malos. El modelo de
medicación durante el período de seguimiento indicó que los antipsicóticos fueron
prescritos a 39 pacientes (42,4%), antidepresivos a 58 pacientes (63,0%), ansiolíticos a
17 pacientes (18,5%), estabilizadores de humor a 12 pacientes (13,0%), estimulantes a
13 pacientes (14,3%), y 21 pacientes (22,8%) no recibieron ninguna medicación. Se
evaluó más a fondo los efectos del tratamiento farmacológico de seguimiento sobre el
resultado funcional y encontramos que los antipsicóticos no tenían ningún efecto sobre
los resultados, mientras los efectos de los antidepresivos eran variables y no
interpretables.
Cuadro 10.2. Diferencias demográficas y clínicas iniciales entre ss CHR y ss con buena y
mala evolución
187
188
189
Entre los grupos de evolución bueno y malo no había diferencias significativas en los
síntomas positivos de base. Sin embargo, los pacientes con evolución social mala
mostraron más síntomas negativos y desorganizados y un funcionamiento social pobre de
base, comparado con aquellos con una buena evolución social. Los pacientes con
evolución de rol mala también tenían una menor puntuación del funcionamiento de rol de
base comparado con el grupo de evolución de rol buena.
Había también una diferencia en el porcentaje de cambio del funcionamiento entre los
grupos de evolución funcional, ya que una buena evolución social o de rol se asoció con
mejoras modestas del funcionamiento durante el período de seguimiento. Al contrario,
los pacientes de mala evolución mostraron déficits en el funcionamiento que eran
constantes en el tiempo. Los pacientes con buena evolución social mostraron una mejora
modesta del funcionamiento social com parado con aquellos con una evolución social
mala (23,6% vs. - 5%; t90 = 5,34, P<.001). Los pacientes con buena evolución de rol
190
también tuvieron un mayor porcentaje de cambio en el funcionamiento de rol en el
tiempo comparado con el grupo de evolución de rol mala (el 61,4% contra el - 9,1%; t90
= 3,65, P <.001).
Cuadro 10.3. Medias (DE) de los dominios neurocognitivos de los ss CHR con buena y
191
mala evolución social
192
Cuadro 10.4. Medias (DE) de los dominios neurocognitivos de los ss CHR con buena y
mala evolución de rol
El cuadro 10.5 muestra los modelos finales de regresión logística para la evolución social
y de rol.
193
194
La velocidad de procesamiento basal, el funcionamiento social y la puntuación total
de Desorganización> 4 de la SOPS fueron predictores significativos de la evolución social
(ver cuadro 10.5a). El modelo final explica el 39% de la varianza (R2N = 0.393). Los
participantes con un mal funcionamiento social, velocidad de procesamiento alterada y
puntuación de la subescala de desorganización total> 4 de la SOPS basales era más
probable que estuvieran en el grupo de mala evolución social.
195
La discriminación de modelo y la precisión diagnóstica fueron determinadas con el
área bajo la curva Receiver Operating Characteristic (AUC) (Hanley y McNeil, 1982). El
AUCS para este modelo era 0.824 (el 95% CI, 0.736-0.913, P <0.001), indicando una
buena capacidad discriminativa, con una sensibilidad del 72,7%, especificidad del 75%
(figura 10.la).
Figura 10.la. Panel A.Curva (ROC) del modelo de regresión logística de predicción de la
evolución social en ss CHR. La curva ROC muestra la tasa de positivos verdaderos
(sensibilidad) contra la tasa de falsos positivos (especificidad) para diferentes puntos de
corte. Cuanto más cerca está la curva del borde superior izquierdo, más preciso es el test.
El área bajo la curva (Área Under the Curve, AUC), con intervalos de confianza del
95%, fue utilizada como indicador de la probabilidad de que un sujeto escogido a la azar
hubiese sido correctamente clasificado según el modelo de predicción.
196
probables en el grupo de evolución de rol pobre. El AUC para este modelo era 0.77
(95% CI, 0.68-0.87, P <0.001), con una sensibilidad del 62,2%, y una especificidad del
72,3% (ver figura 10.lb).
Figura 10.1b. Panel b. Curva (ROC) del modelo de regresión logística de predicción de la
evolución de rol en ss CHR.
197
evolución de rol similar (45,5% vs. 66,7%; x2 = 2.26, P = 0.16).
10.4. Conclusiones
En la conclusión del estudio encontramos que una parte sustancial de los sujetos CHR
de nuestra muestra tenían malas evoluciones sociales y de rol. Casi la mitad de la
muestra experimentó o una mala evolución social (el 47,8%) o de rol (el 48,9%).
Además, un tercio (el 32,6%) de la muestra tenía tanto una mala evolución social como
de rol, que es similar a los índices de transición recientemente relatados para la psicosis
del 19% al 35% (Cannon et al., 2008; Fusar-Poli et al., 2012; Ruhrmann et al., 2010).
198
Estos hallazgos apoyan estudios previos que muestran déficits funcionales persistentes en
los sujetos que inicialmente cumplían con los criterios para los síndromes prodrómicos
(Addington et al., 2011; Lin et al., 2011). Estos adolescentes y adultos jóvenes están en
situación de riesgo tanto para la psicosis como para la discapacidad funcional. Por tanto,
es necesaria la prevención para la psicosis incipiente, así como para ayudar a estos
individuos a afrontar las dificultades persistentes en la escuela o en el trabajo y en las
relaciones.
Consistente con resultados anteriores en individuos CHR (Lin et al., 2011; Niendam
et al., 2007), estos datos revelan que las deficiencias neurocognitivas precoces están
asociadas con el funcionamiento social y educativo/profesional en el seguimiento. Por
ejemplo, en un estudio reciente con seguimiento a largo plazo de sujetos CHR (Lin et al.,
2011), el mal funcionamiento final se relacionó con déficits de base en el
aprendizaje/memoria verbal, la fluidez verbal y, en menor grado, la velocidad de
procesamiento. Niendam (Niendam et al., 2007) divulgó que el funcionamiento social a
corto plazo estaba relacionado con la velocidad de procesamiento basal. Nuestro estudio
reveló un patrón similar de diferencias en el rendimiento neurocognitivo inicial en
individuos de alto riesgo, ya que aquellos con mala evolución puntuaron peor que los
HCs en todos los dominios neurocognitivos. Además, aquellos con malas evoluciones
estaban especialmente afectados en la velocidad de procesamiento, la memoria verbal y
la función ejecutiva comparados con aquellos con buenas evoluciones. Los déficits en
memoria verbal y velocidad de procesamiento también han sido bien documentados en
estudios de pacientes crónicos (Dickinson et al., 2007; Elvevag and Goldberg, 2000) y
han sido relacionados con el pronóstico funcional (Bowie et al., 2008). Estos hallazgos se
añaden a la creciente evidencia de que la heterogeneidad cognitiva está presente antes del
inicio de la enfermedad (Brewer et al., 2006) y podría ser utilizada como un predictor
diferencial tanto de la evolución funcional como de la psicótica.
199
comprensión y de reacción a la información entrante podría ser debilitante en múltiples
dominios del funcionamiento del mundo real, como la capacidad de seleccionar y
mantener temas de conversación (Dickinson et al., 2007). En un ámbito académico o de
trabajo, la memoria verbal es esencial para la codificación y recuperación de hechos,
fórmulas y tareas. En conjunto, estos hallazgos sugieren que los investigadores que
utilizan las actuales intervenciones de entrenamiento cognitivo para las personas CHR
deben considerar el examen de las habilidades cognitivas específicas, ya que se
relacionan con diferentes dominios de funcionamiento.
Iniciado hace más de una década, el programa RAP fue uno de los primeros
programas de prevención en Norteamérica. Por consiguiente, el énfasis inicial estaba
sobre los síntomas positivos y la aparición de psicosis. Con el tiempo, se han introducido
modificaciones al campo que han ensanchado el alcance de los factores de riesgo social y
200
de rol en individuos CHR. Como tal, los hallazgos actuales deberían ser interpretados en
el contexto de las limitaciones de las medidas disponibles entonces. La base de datos de
la fase 1 del RAP no incluye la cognición social, las medidas de capacidad funcional,
estigma y otros factores que podrían contribuir todavía más al desarrollo del déficit
funcional. En segundo lugar, el diseño del estudio tiene poco poder para examinar los
predictores de todas las posibles combinaciones de las evoluciones sociales y de rol, por
ejemplo, un individuo que tuviera mal funcionamiento social y de rol en la última
evaluación. Con toda probabilidad, los individuos con peores evoluciones son los que
tienen mayor riesgo de discapacidad futura. Sin embargo, nuestro estudio tiene la ventaja
de utilizar medidas separadas del funcionamiento social y de rol, en lugar de medidas
globales, como el GAF, que confunde el funcionamiento con síntomas clínicos. Los
resultados actuales indican que el uso de una medida global del pronóstico funcional
probablemente oculta la capacidad de predecir patrones de desarrollo específicos que
están vinculados a diferentes ámbitos de funcionamiento.
En general, los resultados del presente estudio muestran que la conversión por sí sola
no explicó las malas evoluciones funcionales, apoyando la independencia relativa del
funcionamiento de los síntomas positivos y evoluciones psicóticas. El funcionamiento de
línea base y los síntomas no positivos atenuados siguieron prediciendo el resultado
funcional, incluso después de ajustar por el estatus de conversión. De acuerdo con
hallazgos recientes (Comblatt et al., 2012), estos resultados sugieren que las alteraciones
funcionales son rasgos de vulnerabilidad duraderos que potencialmente pueden contribuir
a la predicción de la psicosis (Cannon et al., 2008; Velthorst et al., 2010) y, por tanto,
tienen un peso importante en el tratamiento de la discapacidad. Además, estos resultados
enfatizan la necesidad de una perspectiva flexible sobre la evolución en las personas en
situación de riesgo. La discapacidad funcional no sólo depende de la progresión a la
psicosis franca, ya que individuos que no se convirtieron continúan presentando déficits
en el funcionamiento social y de rol.
201
subyacente en el desarrollo de la enfermedad, que pensamos que representa la principal
fuente de las dificultades funcionales posteriores, independientemente de los síntomas
positivos emergentes (Comblatt et al., 2003). Comblatt y col. (Comblatt et al., 2003)
hipotetizaron que el período prodrómico de la enfermedad se caracteriza por un núcleo
de vulnerabilidad subyacente al desarrollo de la enfermedad, determinado por la
vulnerabilidad genética y por insultos biológicos perinatales, y que consiste en déficits
cognitivos, alteraciones afectivas, aislamiento social y fracaso escolar (i.e., CASIS). Si
bien esta vulnerabilidad nuclear no es suficiente para llevar a la esquizofrenia, la
presencia de estos factores de riesgo distales puede conducir a una variedad de trastornos
funcionales (Cornblatt et al., 2003) y, por tanto, parecen ser objetivos particularmente
buenos para futuras intervenciones.
202
203
Con el propósito de poner en práctica unos principios ecológicos, económicos y
prácticos, el listado completo y actualizado de las fuentes bibliográficas empleadas por los
autores en este libro se encuentra disponible en la página web de la editorial:
www.sintesis.com.
Las personas interesadas se lo pueden descargar y utilizar como más les convenga:
conservar, imprimir, utilizar en sus trabajos, etc.
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217
Índice
Relación de autores 15
Introducción 20
1. Neurodesarrollo, factores ambientales y riesgo para la psicosis 30
1.2. Psicosis y trastornos relacionados 32
1.3. El desarrollo temprano del cerebro humano y el ambiente 33
1.4. Factores ambientales y riesgo para psicosis y trastornos del
36
espectro esquizofrénico
1.4.1. Factores de riesgo de origen prenatal 37
1.4.2. Factores de riesgo sociales (urbanicidad e inmigración) 39
1.4.3. Trauma y maltrato en la infancia 41
1.4.4. Cannabis y riesgo para psicosis 42
1.5. Síntesis y principales implicaciones de los hallazgos en la
43
investigación de factores ambiental
2. Marcadores genéticos de relevancia en los trastornos psicóticos 45
2.1. Los trastornos psicóticos: enfermedades genéticamente
48
complejas
2.2. Genética molecular de los trastornos psicóticos 50
2.2.2. Los estudios de asociación del genoma completo: los
54
estudios GWAS
2.2.3. Variantes genéticas raras 55
2.3. Conclusiones 59
3. Imagen cerebral en sujetos vulnerables a las psicosis 60
3.2. Neuroimagen estructural en sujetos vulnerables a las psicosis 64
3.2.1. Sujetos de alto riesgo familiar 64
3.2.2. Sujetos de alto riesgo psicométrico 66
3.2.3. Sujetos de alto riesgo clínico 67
3.3. Neuroimagen funcional y química en sujetos vulnerables a las
71
psicosis
218
3.3.2. Neuroimagen química 72
3.4. Conclusiones 73
4. Papel de los factores ambientales en el riesgo, inicio y
75
vinculación en la psicosis
4.1.2. Pertenecer a un grupo minoritario 78
4.1.3. Migración 78
4.2. Factores microambientales y su relación con el trastorno
79
psicótico
4.2.1. Factores perinatales 80
4.2.2. Separación temprana 81
4.2.4. Consumo de cannabis 82
4.2.5. Ambiente familiar 83
4.3. Mecanismos mediadores en la relación entre factores macro y
84
microambientales y riesgo de psicos
4.3.2. El apego y su impacto en la sintomatología psicótica 85
4.3.3. Mecanismos psicológicos 86
4.4. Mecanismos socioculturales 87
4.6. Conclusiones 89
5. Estudios longitudinales de alto riesgo 90
5.1.1. Marcadores de riesgo 93
5.2. Estudios de alto riesgo genético 94
5.3. Estudios de alto riesgo no genético 97
5.4. Cohortes de nacimientos 98
5.5. Estudios de ultra-alto riesgo (alto riesgo clínico) 100
5.6. Estudios combinados: ultra-alto riesgo más riesgo genético 105
5.7. Conclusiones 106
6. El trastorno esquizotípico de la personalidad como factor de
109
riesgo para los trastornos del espec
6.2. Diagnóstico del TEP 112
6.3. Multidimensionalidad del TEP 115
219
6.5. Evaluación del TEP 117
220