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Introducción:

AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XX

Al concluir el siglo XIX, América Latina quedó dividida en 19 naciones y unos territorios
incorporados, inmersos en un proceso de formación de nacionalidades que se caracterizará por la
violencia que generará la política de los recién nacidos países, en tornoa asuntos tales como la
anarquía, los gobiernos dictatoriales y la definición de fronteras. Prácticamente todos los países
latinoamericanos, menos Brasil, tendrán conflictos de esta naturaleza. La inexperiencia política de
los criollos, junto con las luchas civiles y la ambición imperialista de otros países, propiciará la
intervención continua de potencias extranjeras como los Estados Unidos e Inglaterra. Esta
intervención será el precio que habrá que pagar por irse incorporando a la economía mundial, y al
capitalismo europeo, en especial, con Inglaterra.

Al concluir el proceso de liberación, cada una de las nuevas naciones se inició en el ejercicio de la
vida independiente en circunstancias muy variadas. Por ejemplo, México sobresale por la
complejidad y variedad de los problemas que tuvo que enfrentar, análogos a los que sufrió durante
su vida colonial. Además, su posición geográfica lo coloca en una situación conflictiva, pues es,
también, la frontera norte de América Latina, y el punto más propicio para la penetración de los
países que quisieron apoderarse del control que había perdido España. En otros países, los
procesos fueron menos intensos, más localistas, o más uniformes.

América latina en el siglo xx experimento varios cambios, en todos los aspectos como lo son el
aspecto político, económico, social, etc.

A continuación hacemos referencia a una pequeña reseña histórica del siglo xx, basada mas que
nada en el aspecto político latinoamericano.

REPÚBLICAS LIBERALES Y DICTADURAS

La clase criolla que había heredado el poder tras la independencia abolió muchas de las
instituciones, impuestos y derechos de aduana en concordancia con el liberalismo del siglo XIX;
pero sus grandes esperanzas se desvanecieron con la crisis política y la decadencia económica que
caracterizaron los primeros años de la mayoría de las nuevas naciones. A mediados del siglo XIX,
los caudillos tomaron las riendas del poder político, económico y social en casi toda la región.

Desaparecido el dominio español y portugués, Gran Bretaña se convirtió en la principal potencia


comercial, consiguiendo establecer un dominio pleno en la América independiente. A finales del
siglo XIX había triunfado en lo político el liberalismo, y en la economía se abrían nuevas
posibilidades para la agricultura comercial, la minería y la modernización en las infraestructuras.
Estados Unidos había reemplazado a Gran Bretaña como mercado más importante y como
principal inversor de bienes de capital en Latinoamérica, y en el siglo XX estableció su hegemonía a
todos los niveles sobre la región, interviniendo con frecuencia en los asuntos internos de la
mayoría de los países del continente.

El liberalismo del XIX se hizo cada vez más conservador en el ámbito sociopolítico en tanto que sus
programas económicos favorecieron el surgimiento y desarrollo de las clases medias y trabajadoras
urbanas. En algunos países, especialmente Argentina y Brasil, la inmigración europea extensiva
aceleró el crecimiento. Ésta organizaría partidos políticos más modernos para hacer frente a las
viejas elites liberales. Las nuevas clases sociales exigieron cada vez más su participación en la vida
política. Entretanto, la población rural continuaba viviendo en la más profunda pobreza y opresión,
si bien elementos revolucionarios empezaron a aparecer en su seno a lo largo del siglo XX. La
migración rural a las ciudades se convirtió en algo habitual y característico, a menudo creando
extensos cinturones de miseria, y aunque se mantuvo la desigualdad en el modo de vida entre la
ciudad y el campo, la producción agrícola continuó siendo el pilar de la economía de exportación
de Latinoamérica. Las revoluciones, dirigidas y promovidas generalmente por las clases medias y
apoyadas por los trabajadores y el campesinado descontento, tuvieron lugar en México, Brasil,
Argentina, Guatemala, Bolivia, Cuba, Nicaragua y en otros países; en todas ellas, sus líderes
adoptaron diversas ideologías emergentes (populismo, nacionalismo, socialismo).

El hecho de compartir un mismo idioma, una religión mayoritaria y una misma cultura, además de
su situación de dependencia económica, es el principal factor de unión de la región, y ha
significado un importante incentivo para que los países latinoamericanos establezcan estrechos
vínculos culturales y comerciales. A mediados de la década de 1990, después de muchos años de
recesión económica, se empezó a vislumbrar una notable mejoría en las condiciones y niveles de
vida de la población. Al mismo tiempo, las juntas militares que habían gobernado en gran parte de
los países latinoamericanos en las décadas de 1970 y 1980, fueron depuestas y reemplazadas por
regímenes en proceso de democratización decididos a crear un futuro más próspero, a pesar de las
graves carencias estructurales en toda la región.

Desde EE.UU. comienza una fuerte intervención, no solo económica, sino también de orden
político y social. Fue el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) quien pretendió complementar
la antigua Doctrina Monroe (1824), que hablaba de América para los Americanos. Volvía a
plantearse el tema de que era inaceptable la intervención europea en los países americanos
justificando, así, la posible intervención norteamericana.

Por otra parte, los Estados Unidos luego de la Primera Guerra Mundial comienzan a establecer
diversas áreas de influencia en América Latina. Una economía en expansión como la de aquel país
requería de materias primas para su industria, y mercados para sus productos e inversión de
capitales. Fue así como, bajo el imperativo de la dinámica del capitalismo, los norteamericanos
comenzaron a penetrar con sus capitales y empresas primero en Centroamérica, y más tarde en
toda América del Sur.

Con la crisis económica norteamericana, producida el jueves negro (25 de octubre de 1929) se
produce un efecto en cadena que da a la crisis un carácter internacional. Desde la paralización
bursátil se desencadenó una serie de eventos que paralizó la mayor parte de la producción
industrial del mundo capitalista, con el consiguiente efecto sobre aquellos países exportadores de
materias primas.

Asimismo, la crisis trajo consecuencias en todo el sistema. Se habla de consecuencias económicas,


políticas y sociales. En el orden político, se generó un aislamiento e intervencionismo estatal. Todos
los países generaron políticas de proteccionismo aplicadas a sus producciones locales. Se destacan
fuertes críticas al sistema de libre mercado y al “laissez-faire”, estableciendo una nueva teoría que
justifique la intervención activa del Estado para fomentar el empleo. A la vez, se produjo el
descrédito de las democracias parlamentarias y el recrudecimiento de los nacionalismos.
Finalmente, el desempleo generó un aumento de los movimientos obreros y el nacimiento de
partidos políticos con base proletaria.

En consecuencia, la crisis del 1929 marcó el comienzo de una era que se caracterizó por la
presencia creciente del Estado en los asuntos públicos y económicos con el objetivo de superar
aquel tipo de situaciones.

En América Hispana se presentan algunos casos importantes de revoluciones populares que


pretenden alcanzar para sus economías un desarrollo sostenido. Se trata de la Revolución
Mexicana, el peronismo en Argentina y la Revolución Cubana.

En México se había vivido un gran desarrollo económico de manos de capitales extranjeros, pero
se había descuidado las condiciones de vida de los trabajadores urbanos y de los campesinos
mestizos e indígenas. Bajo el mando de Francisco Madero, el pueblo se levanta contra el gobierno
de Porfirio Díaz. Destacan también figuras como Pancho Villa, con el estandarte de la Reforma
Agraria y Emiliano Zapata al mando del improvisado ejército campesino. Porfirio Díaz renunció y
Madero entra victorioso a la Ciudad de México. Pero su acción no trajo paz: se desarrolló una
guerra civil entre los campesinos que exigían una reforma agraria total y los dueños de los
latifundios, extranjeros y mexicanos, que no estaban dispuestos a aceptar cambios en la estructura
social y económica del país. En 1911 el Plan de Ayala, firmado por zapatistas, declara traidor a
Madero y establece la devolución de las tierras usurpadas a campesinos e indígenas. Sube al poder
Huerta, quien no recibe apoyo de los norteamericanos por no ser un gobierno democrático. La
intervención solo se produce para velar por los intereses de las compañías petroleras
norteamericanas ubicadas en Veracruz. Así, la revolución mexicana se extiende hasta los años ‘30.

Otro caso americano fue el de Argentina. La oligarquía ganadera y cerealera pierde su poder
político a comienzos del siglo XX, dando paso a los burgueses y proletarios, amparados por la
modernización de la economía. En la década del ‘20, la política económica del estado es
nacionalista, favoreciendo el desarrollo de la industria y de la agricultura nacional. Se dictan leyes
que favorezcan las relaciones entre obreros y patrones, pero no sirven para detener las
movilizaciones obreras. La Gran Depresión de 1930 permite la llegada de los conservadores al
poder, luego, la Segunda Guerra Mundial fue un fuerte incentivo para el desarrollo industrial; pero
aumentaban las revueltas y se produce un golpe militar. Luego, en 1946, llega al poder Juan
Domingo Perón, con una buena economía puesto que abastecía a los mercados europeos.
Favoreció el empleo, los altos salarios y un alto nivel de consumo, intervino la Confederación
General del Trabajo, y creó el Partido Único. Para 1952 la crisis económica se volvió inmanejable y
apareció la represión en la escena política. En 1955 caía el segundo gobierno de Perón y con él la
revolución.

Cuba, independizada de España recién en el siglo XIX, permaneció ocupada militarmente por
EE.UU. hasta 1902, extendiendo su influencia hasta 1959. No obstante, la base de Guantánamo fue
producto de un arriendo por 99 años. Fidel Castro derroca al gobierno de Fulgencio Batista
convencido de que la restauración democrática solo sería posible por la vía revolucionaria.

En síntesis, a partir de los años ‘30 nuestro continente experimenta una creciente industrialización
a nivel local y regional. Ello se expresa en la intención de varios países por construir zonas de
cooperación económica, como lo fue la experiencia del Pacto Andino (1969) que integraba a países
con frontera en la Cordillera de los Andes. En muchos países latinoamericanos este proceso de
industrialización se llevó a cabo bajo el concepto del “Estado Benefactor”, que consideraba la
participación estatal en el impulso económico asociado a la industrialización, y que se pensó
llevaría al desarrollo de los países americanos.

En la década de los 50, aún bajo los influjos de la industrialización, los problemas estructurales de
los latinoamericanos (pobreza, marginalidad, analfabetismo) no estaban resueltos. Esta falta de
solución llevó a algunos sectores de la izquierda latinoamericana a radicalizar sus discursos y
estrategias de solución. A la luz de estos hechos, en la década de los ‘60, e inspirados en la
experiencia cubana, en muchos países se organizaron proyectos políticos que proponían la
instalación de gobiernos revolucionarios que modificaran de manera radical la realidad
latinoamericana.

En este contexto, y sumados los aspectos relacionados con el mundo bipolar y la Guerra Fría, la
situación interna del continente se polarizó. El escenario político se volvió crítico cuando en
distintos países se organizaron movimientos militares apoyados por algunos sectores de las
burguesías nacionales, que terminaron en la instalación de sistemas autoritarios. En muchos de
estos casos, como lo indican investigaciones recientes, los movimientos militares contaron con el
apoyo de algunos gobiernos de Estados Unidos, los cuales no veían con buenos ojos la instalación
de otras “Cubas”, es decir, de regímenes de inspiración comunista amparados por la URSS.

En los comienzos de los años sesenta, la relación entre Estados Unidos y América Latina estuvo
marcada por la llamada “alianza para el progreso” (1961 a 1970), una estrategia estimulada por el
presidente Kennedy que consideraba apoyo económico y técnico a los países del continente
americano con el objetivo que se generaran nuevos intentos para superar los principales
problemas relacionados con la pobreza y la marginalidad. La ayuda se canalizaría tanto desde el
gobierno de los Estados Unidos como por las empresas privadas, a través de la Fundación
Panamericana de Desarrollo.

En este contexto, a comienzos de los años setenta en nuestro país, el presidente Salvador Allende
(1908-1973) intentó implantar en Chile un socialismo que fuera compatible con las libertades
políticas. Se convertiría, de esta manera, en el primer experimento socialista en llegar al poder
ocupando el sistema electoral. Sin embargo, un golpe de Estado lo derribó en 1973. Asumió el
mando de la nación una Junta Militar presidida por el general Augusto Pinochet.

Los años ochenta: el retorno al modelo liberal democrático

La represión a los opositores de los gobiernos militares de América del Sur favoreció un
movimiento de opinión que proponía un regreso a sistemas democráticos y a sistemas económicos
neoliberales, caracterizados por la eliminación del concepto de Estado de “bienestar”. En este
contexto, en la mayoría de los países latinoamericanos se comienzan a privatizar distintas
empresas que antes estaban en manos del Estado.

En un ambiente de mejoras económicas, de una mayor estabilidad, con el término de la Guerra


Fría, la caída de los regímenes totalitarios, la sociedad comienza a exigir una mayor participación
en la política. Se inicia, tanto por presiones internas de los diferentes actores sociales, como
externas de países democráticos, un proceso de redemocratización de los gobiernos americanos.
A través de diferentes medios, en general electorales, llegan al poder nuevos gobiernos que serán
caracterizados como de “transición”. En ellos recae la obligación de dar al país una nueva
institucionalidad democrática y la desmantelación de la institucionalidad del régimen autoritario
anterior para, así, conducir a los estados a un clima de paz entre los distintos actores sociales
involucrados.

En países de América del Sur este proceso ha tenido altos costos pero, en general, se ha dado en
un clima de paz. Sin embargo, esta redemocratización ha sido mucho más dificultosa en América
Central. Allí se enfrentaban las aspiraciones de los países de la zona, que querían asegurar la paz, y
el temor de los Estados Unidos de que rebrotaran los focos revolucionarios de los años anteriores.
En ellos, las “guerrillas” perturban las negociaciones de paz que se llevan a cabo en cada país.

Los problemas del crecimiento económico

La mayoría de los especialistas concuerda en la opinión de que el crecimiento económico de


América Latina se puede consolidar bajo sistemas democráticos de convivencia social. Bajo estas
condiciones se podrán establecer sistemas de producción económica que aseguren a los millones
de habitantes de este continente niveles de vida que permitan superar la pobreza y los altos
índices de analfabetismo.

Sin embargo, el panorama económico de los años ochenta no fue el más positivo debido a los altos
niveles de inflación y de crecimientos negativos del PIB, junto a las deudas nacionales con
instituciones de préstamos internacionales.

Dentro de los desafíos que los nuevos gobiernos democráticos tuvieron que afrontar, están las
restricciones para poder pagar las altas deudas externas, lo que influyó negativamente en el
ingreso de la población y que, en algunos casos, amplió la brecha entre ricos y pobres.

Insertos en un proceso de globalización mundial, donde una creciente comunicación unifica a los
mercados y con ello a las sociedades, se han llevado a cabo una serie de transformaciones sociales,
económicas y políticas. Cada nación latinoamericana establece acuerdos bilaterales con diversos
mercados mundiales intentando, así, conectarse al mundo globalizado a través del comercio de sus
productos locales.

En este contexto, los nuevos desafíos económicos de Latinoamérica pasan por diversificar su
producción, dar valor agregado a sus tradicionales productos con tecnología, y aprovechar al
máximo las ventajas comparativas que tienen su paisaje, su ubicación y la riqueza de su
multiculturalidad.

Un interesante diagnóstico acerca de las características de la dinámica económica de América


Latina en los últimos años, la entrega el gerente del Fondo Monetario Internacional, Rodrigo de
Rato, en noviembre de 2004 en un seminario en España:

“(…) La recuperación de la economía mundial ha sido excepcionalmente firme y ha tenido una


amplia base geográfica durante el último año; esperamos que el crecimiento mundial llegue al 5%
en 2004, la tasa más alta en casi 30 años. Este sólido resultado se ha alcanzado gracias a la
aplicación de políticas macroeconómicas que se han ido acomodando a las circunstancias, a la
mayor rentabilidad y los mejores balances de las empresas, a la favorable situación de los
mercados financieros y al mejoramiento de los mercados laborales. No obstante, tras un primer
trimestre muy favorable, el crecimiento ha perdido impulso últimamente. Si bien cabía esperar
esto en varios países importantes, la desaceleración ha sido un poco más pronunciada que la
prevista, y se ha visto afectada por el fuerte aumento de los precios del petróleo. Esperamos que el
crecimiento mundial continúe a ritmo vigoroso el próximo año, pero como el mercado petrolero
sigue siendo muy vulnerable a las crisis por su poco excedente de capacidad productiva, esta
perspectiva está sujeta a riesgos”.

En cuanto a la situación económica de América Latina agrega que “la recuperación se ha


fortalecido y ampliado el año pasado y hoy esperamos que el crecimiento en 2004 se sitúe
alrededor del 4½%, la tasa más alta desde 1997”.

Esto se debe a “la firme economía mundial, la actitud en general positiva de los mercados
emergentes y la solidez de los precios de los productos básicos han apuntalado esta recuperación.
El alza de los precios del petróleo benefician a los exportadores principales, como Colombia,
Ecuador, México y Venezuela, mientras que el incremento de los precios de los otros productos
básicos crea ventajas comerciales para los exportadores de metales y productos agropecuarios,
como Argentina, Brasil y Chile. Pero los países importadores de petróleo, sobre todo de América
Central, se ven perjudicados por lo que acontece actualmente en los mercados de productos
básicos. Si bien el clima externo es propicio, hoy es la demanda interna la que impulsa el
crecimiento regional, dado el dinámico avance del consumo privado y la inversión de las
empresas”.

La inflación se ha mantenido muy contenida en la mayoría de los países. Los gobiernos están
aprovechando la recuperación para afianzar su posición presupuestaria, reducir su deuda pública y
aminorar la dependencia de las divisas extranjeras.

El mismo autor considera que los desafíos y las oportunidades para América Latina están ahora por
venir. Entre ellos se encuentran el desempleo y la pobreza, mantenidos en niveles muy altos, y
grandes diferencias entre los ingresos de los distintos sectores sociales. Por ello se busca propiciar
las condiciones para una mayor inversión y para la creación de trabajo a mediano plazo. Para esto
aconseja tomar conciencia de que es necesario un consenso político a largo plazo y tomar medidas
que faciliten el crecimiento.

Considera que un reto clave para América Latina “es responder a la rápida integración de China, y
de India en medida creciente, en la economía mundial. China es, a la vez, un gran importador de
productos básicos de la región y un competidor en el campo de los textiles y de las manufacturas
con alto coeficiente de mano de obra, algo que puede afectar a estos sectores en México y algunos
países de América Central. Será menester disponer de flexibilidad económica para que la región
pueda hacer frente a los desafíos y aprovechar plenamente las oportunidades que ofrece el
despegue de China”.

En relación a nuestro país señala: “Chile, por ejemplo, ha puesto en práctica una reforma fiscal
firme y sostenida durante varios años y ha reducido mucho la deuda pública. Los mercados
financieros tienen confianza en las políticas del país, lo que ha dado a este un acceso
ininterrumpido a los mercados de capital. A su vez, esto le ha permitido al Gobierno chileno aplicar
políticas fiscales anticíclicas que conllevan beneficios conmensurables para la estabilidad
económica”

Asimismo, los cambios demográficos están generando nuevos problemas en estos países. Por ello,
hay un nuevo reto para los gobiernos latinoamericanos, que consiste en desarrollar un buen
sistema de pensiones: “Hay que abordar el tema de las prestaciones de jubilación demasiado
generosas, reducir los costes administrativos, limitar los compromisos financieros indefinidos del
gobierno con los sistemas de pensiones y facilitar la inversión en los fondos de pensiones”.

Otro reto que queda por realizar en los países americanos, es la liberalización de los mercados: “A
pesar de los grandes esfuerzos desplegados en la última década para liberalizar el comercio
exterior, América Latina es aún mucho menos abierta que otras regiones dinámicas. Las reformas
para liberalizar aún más el comercio son cruciales para estimular el crecimiento y reducir los
factores de vulnerabilidad. Las principales ventajas provendrían del éxito de las negociaciones
comerciales multilaterales que mejoren el acceso a los mercados de las exportaciones clave, como
los productos agrícolas y textiles. No obstante, es mucho lo que América Latina puede hacer por su
cuenta para reducir los aranceles, limitar el uso de barreras no arancelarias y flexibilizar algunas de
las restricciones al comercio de servicios. Estas reformas también deberán respaldarse con mejoras
en la infraestructura y en las administraciones portuarias y aduaneras, que en muchos países son
fuentes de costosos retrasos e ineficiencias”. Todo ello traerá grandes consecuencias en el mercado
laboral, las reformas que se hagan al respecto pueden favorecer la inversión privada y con ella el
crecimiento. En este sentido “los mecanismos institucionales que establecen altas indemnizaciones
por despido y restringen el empleo temporal se convierten en obstáculos importantes que traban
la entrada y salida del mercado laboral y, por ende, la flexibilidad”.

De esta forma, los desafíos económicos de la región pasan por establecer una serie de relaciones
comerciales y de cooperación, que permitan a los diferentes países latinoamericanos lograr niveles
de desarrollo y calidad de vida adecuados para cada zona.

Estas proyecciones se lograrán en la medida en que la cooperación y el intercambio comercial


favorezcan la producción interna y el crecimiento de todos los sectores sociales que constituyen la
variedad sociocultural del continente.

EL ARTE POPULAR EN LATINOAMÉRICA

En 1921, año del primer centenario de la independencia mexicana, una exposición denominada
Las artes populares en México, que se exhibió en Los Ángeles y en México, sirvió de marco a la
expresión de un ideario muy concreto. A su cabeza se encontraban algunos de los pintores
mexicanos más destacados del momento, como Jorge Enciso y Roberto Montenegro. Y uno de
ellos, Gerardo Murillo, conocido bajo el seudónimo de Doctor Atl, publicó lo que puede
considerarse como el catálogo de la muestra; allí se ofrecen los criterios que nutren una manera de
identificar lo popular con lo indígena. A partir de ese momento, el círculo más progresista de
intelectuales y artistas mexicanos hizo del arte popular uno de sus objetivos preferidos. La
importancia de este movimiento rebasó los límites de la República y pronto transmitió sus
inquietudes a otros puntos del continente americano. Perú llevó a cabo su propio descubrimiento
del arte popular de mano del pintor José Sabogal.
Por ello no es extraño que en ocasiones se dude en considerar si lo que se llama arte popular es
una realidad o una categoría ficticia que va variando a cada paso, creada precisamente a partir del
momento en que colectivos ajenos a su producción y a su uso deciden incorporar sus obras al
terreno de lo decorativo, incluyéndolas en un espacio en el que destacan por su diferencia y por su
exotismo.

Las peculiaridades del arte popular latinoamericano añaden complejidad al tema, ya que la
diversidad de sus fuentes enriquecen su producción. Se puede señalar el comienzo del siglo XX
como el punto de partida del nacimiento de una reivindicación de la producción artística de las
poblaciones campesinas, como depositarias de unos ancestrales valores culturales a los que
pretenden servir los ideales políticos del momento.

Pero el debate sobre la construcción de lo cotidiano y los instrumentos que facilitan el diálogo del
individuo con el mundo sobrenatural, en un entorno multicultural como es el americano, no debe
simplificarse haciendo del artesano o del artista popular una figura demasiado cercana a la del
buen salvaje de Rousseau.

REGIONES QUE INTEGRAN AMERICA LATINA

CONTINENTE AMERICANO MEDIO AMERICA DEL SUR TROPICAL


Costa Rica
Bolivia
El Salvador
Brasil
Guatemala
Ecuador
Honduras
Perú
México
Venezuela
Nicaragua
Colombia
Panamá
CARIBE AMERICA DEL SUR TEMPLADO
Argentina
Cuba
Chile
Haití
Paraguay
Republica Dominicana
Uruguay
modificaba los modos de vida y las formas
de trabajo. De esta manera, mientras que
en el Chaco argentino las compañías
inglesas organizaban la explotación
sistemática de los recursos forestales
hasta agotarlos, en América Central y en
las islas del Caribe las compañías
norteamericanas, como por ejemplo la
United Fruit, organizaban inmensas
plantaciones de frutas tropicales para la
exportación. Como el desarrollo industrial
europeo requería materias primas
minerales, también se conformaron
grandes concentraciones de trabajadores
en los yacimientos mineros y miles de
campesinos que habían perdido sus tierras
ingresaron como trabajadores asalariados
a esas empresas. Lo cierto es que la
continuidad de los antiguos modos de vida
campesinos estaba cada vez más
amenazada y en diversas regiones
comenzó a producirse un fenómeno que fue
cobrando cada vez mayor fuerza: la
migración de parte de la población
campesina hacia las ciudades en
expansión.
A principios de siglo, la proporción de la
población urbana era reducida salvo en
algunos países, entre ellos la Argentina, y
unas pocas ciudades (como Buenos Aires,
Río de Janeiro o Ciudad de
México)lograban superar los 100.000
habitantes; en cambio, hacia la década de
1940 el panorama era radicalmente
distinto: las tres ciudades mencionadas y
San Pablo superaban con creces el millón
de habitantes, varias (como Lima, Rosario,
La Habana o Santiago de Chile) pasaban
del medio millón y más de una decena
había superado los 200.000 habitantes.
El cambio obedecía a múltiples factores entre
los que cabe destacar:
1) Los movimientos de población, porque la
inmigración europea, que fue muy intensa
hasta 1930, estuvo acompañada y fue
seguida por una fuerte migración interna
de origen rural provocada por la
transformación agraria que modificaba las
formas de propiedad y mecanizaba el
trabajo rural, y los efectos de la crisis de
1929 en el campo.
2) El crecimiento de la producción
industrial que se desarrollaba en algunas
ciudades. Este proceso ya había
comenzado en 1880 pero se había
circunscripto a algunas ciudades (Buenos
Aires, San Pablo y Monterrey) y había
abarcado la industria textil y alimenticia al
mismo tiempo que generaba un aumento
del número y el tamaño de los talleres
artesanales.
Después de la Primera Guerra Mundial la
industria se extendió, abarcó nuevas
ciudades, permitió la aparición de fábricas
de mayor escala de producción e incluyó el
desarrollo de nuevas industrias cada vez
más mecanizadas.
Una vez superados los efectos de la crisis
económica mundial de 1929, desde
mediados de la década de 1930 el
crecimiento industrial adquirió un ritmo
cada vez más intenso y abarcó mayor
número de ciudades y de países. Si bien
esta expansión fue posible gracias al
desarrollo previo de la infraestructura de
transportes y comunicaciones, también
influyeron nuevos factores. Por un lado
deben considerarse los efectos de la
situación internacional: la Primera Guerra
Mundial dificultó las importaciones de
productos manufacturados y esto fue
aprovechado por los empresarios locales
para fabricar los productos que antes se

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