Al respecto, Tomás Melendo dice: “Y, así, suele surgir el enamoramiento como “un
amor sentimental, un amor estético y afectivo o de simpatía: de atracción física unida a un
interés por la persona concreta de distinto sexo cuyas maravillas se comienzan a
vislumbrar, y que, cuando resulta correspondido, despierta en los implicados un afán casi
irresistible de verse y hablarse de nuevo, de saber más del otro, de relacionarse” (1).
Así también lo expresa el autor citado: “Mas en realidad, por cuanto deriva sobre
todo de la atracción sensible y el sentimiento, este tipo de afecto genera un conocimiento
recíproco todavía muy parco y periférico: al no trascender en sentido estricto el ámbito de
1
la sensibilidad, conduce a conocer con cierta aproximación el cómo, pero no lleva a saber
quién es efectivamente aquel o aquella que nos vuelve locos; en consecuencia, no lo
podemos realmente amar (a él o a ella) tal cual en verdad es, pues su realidad personal más
profunda todavía no ha sido descubierta.” (2)
Con esto no queremos afirmar que este tipo de amor sentimental sea malo, al
contrario, sabemos bien que los sentimientos son buenos y necesarios en la vida humana,
pues su función es potenciar la capacidad y el vigor del entendimiento y de la voluntad para
dirigir sus actos a sus objetos propios con acierto. El amor sentimental mueve a los
enamorados a buscarse para tratarse y conocerse como personas, y solo este conocimiento
llevará a crear el amor de elección. Por tanto, por encima de los sentimientos está la
inteligencia y la voluntad que deben dirigir la vida humana, con todo lo que lleva consigo,
hacia la plenitud.
Por eso dirá Charbonneau «No se construye un hogar sobre la gracia de una sonrisa,
sobre el atractivo de un rostro, sobre la ternura de un instante. Se construye un hogar sobre
todo lo que es esencia misma del yo: los pensamientos, los deseos, los sueños, las
decepciones, las penas, las esperanzas, las alegrías, las tristezas. El amor implica la puesta
en común de todo eso; por ello las relaciones enderezadas a consolidar el amor y a preparar
la unión indefectible, deben desarrollarse en ese plan, y exhibir ante el otro ese fondo
secreto de sí mismo, cada uno de cuyos elementos favorecerá o perjudicará la futura unión»
(3).
Los enamorados si solo se dejan llevar por los sentimientos nunca llegarán a
conocerse realmente cómo son, no llegarán a descubrir al ser personal que hay en ellos; y
por tanto, nunca podrán amar a quien no conocen. Solo verán lo que ellos quieren ver en la
persona, seguramente con una inteligencia ofuscada por alguna cualidad que les encanta,
les fascina y que les produce mucha satisfacción.
2
un hombre y una mujer es algo muy serio y tiene que construirse sobre cimientos muy
sólidos. La fascinación es hermosa, pero pasará pronto. Lo que quedará es la vida. Y esa
vida, si la construís con el corazón y con la razón, puede ser todavía mucho más hermosa»
(4).
Por eso, este tipo de amor sentimental aún no se centra en el “otro en cuanto otro”,
sino en el yo, en el me gusta, me atrae, me hace sentir bien; y lo busco no por él, sino por lo
que me produce, por lo que me da. Con este tipo de amor lo único que busca la persona es
su propia satisfacción personal, su felicidad. Por eso, no es de extrañar la respuesta de
muchos novios cuando se les pregunta ¿Por qué quieres casarte?: “porque quiero ser feliz a
su lado”. Cuando en realidad, si esa relación estuviera fundamentada en un amor profundo,
verdadero, la respuesta sería: “porque quiero hacerlo feliz, quiero ayudarle a conseguir su
máximo perfeccionamiento como mujer o como varón, como madre o padre, como
persona”.
De ahí que sea importante que los enamorados que han decidido llevar una relación,
deban procurar tratarse como personas para conocerse en una dimensión más profunda,
dejándose ver sus perfecciones, pero también sus defectos que todos tenemos; ver si son
capaces de aceptarse como son en realidad para tomar la decisión de amarse hasta que la
muerte los separe.
Solo desde esta óptica se podrá dar respuesta a las interrogantes que nos planteamos
al inicio de este apartado.
3
2.1. Sentido verdadero del noviazgo
Por eso se podría decir que el noviazgo es un proceso para crear el amor verdadero,
basado en un conocimiento inteligente de la persona, en todas sus dimensiones.
Por eso, se afirma que la castidad en el noviazgo permitirá a los novios juzgar con
objetividad si él o ella es la persona a quien deben elegir para entregarse totalmente en el
matrimonio o de lo contrario ver que no es la indicada. Además, que la castidad, les
permitirá a los novios aprender a tener dominio de sí mismos, por amor; y esto repercutirá
favorablemente en la creación del auténtico amor esponsal, ya que esto también será una
forma de prepararse para vivir el amor plenamente en el matrimonio, que también se
requiere de la virtud de la castidad para vivir la fidelidad.
En el matrimonio la entrega sexual tiene otro sentido, tal como nos dice Tomás
Melendo: “el matrimonio exige algo más que una simple posesión de gozo. Reclama
también sacrificios y renuncias y recursos frecuentes al «no», que son justo los que otorgan
a la espera una fecunda tensión, al término muy jugosa, y una plenitud de sentimientos que
conducen hasta la felicidad del otro y la recíproca fidelidad” (5)
4
Por tanto, no se trata aquí de una anulación o supresión del ejercicio de la
sexualidad, sino de hacer uso adecuado de la inteligencia y la voluntad, ejerciendo su
dominio sobre sus facultades inferiores, ordenándolas al amor y por amor; es la forma más
perfecta de vivir el amor y prepararse para esa entrega total y exclusiva, y por tanto
muchísima más gozosa, en el matrimonio.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Melendo, Tomás; Millán Puelles, Lourdes; Asegurar el amor: antes y durante todo
el matrimonio, Editorial RIALP; S.A., Madrid, 2002, p.16.
2. Ibidem. p. 18.
3. B. Charbonneau: Noviazgo y felicidad, Vll, 5. Ed. Herder. Barcelona, 1970
4. Robinson: Educación sexual y conyugal, 3º, ll, 4. Ed. Mensajero. Bilbao
5. Melendo, Tomás; Millán Puelles, Lourdes; Asegurar el amor: antes y durante todo
el matrimonio, Editorial RIALP; S.A., Madrid, 2002,, p. 37