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Paulo Freire argumenta que la educación tiene una naturaleza inherentemente política independientemente de la conciencia del educador. Los educadores deben comprender que no pueden mantenerse neutrales y deben decidir para quién y en nombre de quién trabajan. La educación requiere tomar decisiones conscientes sobre su dirección y objetivos, lo que revela su calidad política inherente.
Deskripsi Asli:
Síntesis de La naturaleza política de la educación
Paulo Freire argumenta que la educación tiene una naturaleza inherentemente política independientemente de la conciencia del educador. Los educadores deben comprender que no pueden mantenerse neutrales y deben decidir para quién y en nombre de quién trabajan. La educación requiere tomar decisiones conscientes sobre su dirección y objetivos, lo que revela su calidad política inherente.
Paulo Freire argumenta que la educación tiene una naturaleza inherentemente política independientemente de la conciencia del educador. Los educadores deben comprender que no pueden mantenerse neutrales y deben decidir para quién y en nombre de quién trabajan. La educación requiere tomar decisiones conscientes sobre su dirección y objetivos, lo que revela su calidad política inherente.
Cuando inicié mi práctica educativa no estaba seguro de las consecuencias
políticas potenciales. Pensaba muy poco en las implicaciones políticas y menos aún en la naturaleza política de mi pensamiento y mi práctica. Sin embargo, la naturaleza política de estas reflexiones fue y es una realidad. El elemento político de la educación es independiente de la subjetividad del educador; es decir, es independiente de que el educador sea consciente de dicho factor, que jamás es neutral. Una vez que comprende esto, el educador ya no podrá escapar a las ramificaciones políticas. Debe interrogarse acerca de opciones que son inherentemente políticas, si bien a menudo lucen un disfraz pedagógico para que resulten aceptables dentro de la estructura existente. Por lo cual resulta muy importante decidir opciones. Los educadores deben preguntarse para quién y en nombre de quién trabajan. A mayor grado de conciencia y de compromiso, mayor comprensión del hecho de que el rol de educador exige correr riesgos, incluida la posibilidad de arriesgar el propio trabajo. Los educadores que cumplen su tarea de forma acrítica, simplemente para conservar su trabajo, aún no han captado la naturaleza política de la educación.
“En el discurso dominante hoy, el saber nuevo y necesario es un saber
profesional y técnico que ayude a sobrevivir a las camadas populares, sobre todo en el Tercer Mundo. Sin embargo, yo digo: no, no es sólo eso. (...) el saber fundamental continúa siendo la capacidad de develar la razón de ser del mundo y ése es un saber que no es superior ni inferior a otros saberes, sino que es un saber que elucida, que desoculta, al lado de la formación tecnológica. Por ejemplo, estoy convencido de que, si soy un cocinero, si quiero ser un buen cocinero, necesito conocer muy bien las modernas técnicas de cocinar. Pero necesito sobre todo saber para quién cocino, en qué sociedad cocino, contra quién cocino, a favor de quién cocino. Y ése es el saber político que la gente tiene que crear, cavar, construir, producir para que la posmodernidad progresista se instale y se instaure contra la fuerza y el poder de otra posmodernidad que es reaccionaria”.
“Hay que saber partir del nivel donde el educando está… El punto de partida de la educación está en el contexto cultural, ideológico, político, social de los educandos…, no importa que este contexto esté echado a perder”.
Enseñar exige una toma consciente de decisiones.
Es en la direccionalidad de la educación, esta vocación que ella tiene, como acción específicamente humana, de remitirse a sueños, ideales, utopías y objetivos, donde se encuentra lo que vengo llamando politicidad de la educación. La cualidad de ser política, inherente a su naturaleza. La neutralidad de la educación, es en verdad, imposible. Y es imposible, no porque profesores y profesoras “alborotadores” y “subversivos” lo determinen. La educación no se vuelve política por causa de la decisión de este o de aquel educador. Ella es política. La raíz más profunda de la politicidad de la educación, está en la propia educabilidad del ser humando, que se funde en su naturaleza inacabada y de la cual se volvió conciente. Inacabado y conciente de su inacabamiento, histórico, el ser humano se haría necesariamente un ser ético, un ser de opción, de decisión. Un ser ligado a intereses y en relación con los cuales, tanto puede mantenerse fiel a la eticidad, cuanto puede transgredirla. ¿Qué otra cosa es mi neutralidad, sino una manera tal vez cómoda, pero hipócrita, de esconder mi opción o mi miedo de denunciar la injusticia? “Lavarse las manos” frente a la opresión, es reforzar el poder del opresor, es optar por él. ¿Cómo puedo ser neutral frente a una situación, no importa cuál sea, en que el cuerpo de las mujeres y de los hombres se vuelve puro objeto de expoliación y de ultraje? Lo que se le plantea a la educadora o al educador democrático, conciente de la imposibilidad de la neutralidad de la educación, es forjar en sí un saber especial, que jamás debe abandonar, saber que motiva y sustenta su lucha: si la educación no lo puede todo, alguna cosa fundamental puede la educación. Si la educación no es la clave de las transformaciones sociales, tampoco es simplemente una reproductora de la ideología dominante. El educador y la educadora críticos no pueden pensar que, a partir del curso que coordinan o del seminario que dirigen, pueden transformar el país. Pero pueden demostrar que es posible cambiar. La profesora democrática, coherente, competente, que manifiesta su gusto por la vida, su esperanza en un mundo mejor, que demuestra su capacidad de lucha, su respeto a las diferencias, sabe cada vez más el valor que tiene para la transformación de la realidad, la manera congruente en que vive su presencia en el mundo de la cual su experiencia en la escuela es apenas un momento, pero un momento importante que requiere ser vivido auténticamente.