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NÚMERO

Abriendo el debate
5 de agosto 2015 Edición online
2
GÉNERO Y DIVERSIDAD SEXUAL,
¿UNA AGENDA DE IZQUIERDA?
Valentina Verbal Stockmeyer*

Resumen

El propósito de este documento es problematizar la afirmación frecuente de


que las cuestiones de género y de diversidad sexual son esencialmente parte de una
agenda de izquierda. Se intentará demostrar que, aunque en la práctica la derecha más
conservadora vea el asunto de ese modo, desde una nueva derecha en cambio —todavía
minoritaria en Chile—, sí es posible concebir este sector político como naturalmente
abierto a dichas cuestiones. Y no sólo por razones tácticas o electorales, sino por
motivos de fondo o directamente ideológicos.

* Valentina Verbal Stockmeyer es licenciada en Historia por la Universidad de los Andes y candidata a Magíster en la misma disciplina
por la Universidad de Chile. Profesora del Departamento de formación general de la Universidad Viña del Mar (UVM). Consejera de
Evolución Política (Evópoli) y Directora de Investigación de Horizontal. Correo electrónico valeverbal@gmail.com La autora agradece los
comentarios de Ignacio Briones y Benjamín Ugalde.

La colección Abriendo el debate es una publicación digital periódica del centro de estudios Horizontal; su propósito es
presentar textos inéditos, breves y directos, que inviten a reflexionar sobre diversos temas de interés público. Las líneas de
investigación que se pretende abarcar en esta colección son amplias: el análisis de políticas públicas, la reflexión en torno
a diversos temas sociales y valóricos, el análisis conceptual, histórico y filosófico de las ideas políticas en general, entre
otras. Cada artículo es de responsabilidad de su autor y no representa necesariamente el pensamiento oficial de Horizontal.
N° 2 - 5 agosto de 2015

INTRODUCCIÓN

Diversos analistas han sostenido que el retorno a La Moneda de Michelle Bachelet en


2014, más que haber implicado un fracaso electoral para la derecha o centroderecha1,
supuso una derrota de carácter cultural o ideológico. Por ejemplo, Gonzalo Arenas sos-
tiene que “después de veinte años desde el regreso de la democracia en Chile, nadie
fue más eficiente para desacreditar el modelo de desarrollo basado en la libre iniciativa
privada que ¡la propia centroderecha!”. Y luego agrega: “Habiendo hecho una buena
gestión de gobierno, la centroderecha chilena fue absolutamente derrotada en todos los
ámbitos” (Arenas, 2014: 19).

No hay que ser muy perspicaz para concluir que esta derrota se explica (al menos, en
parte) por una falta de comprensión de la sociedad como un universo múltiple y
dinámico2. Esto queda en evidencia en el hecho de que en general la derecha valore
escasamente la diversidad como una fuente de riqueza, y que, más bien, tienda a verla
como una amenaza para el bien común.

Tampoco sorprende, ahora pensando la cuestión en clave ideológica, constatar que la


derecha —al ser hegemónicamente conservadora— ha tendido a defender y justificar la
coerción estatal en el plano moral. No por nada los conceptos de autoridad, orden, natu-
raleza, bien común, etc., han sido fundamentales en su discurso. Pese a que la derecha
defiende la libertad en el plano económico, la rechaza en el moral3.

Parece que la causa principal de la crisis ideológica de la derecha —o crisis


intelectual, en los términos de otros autores4— se deba a la incoherencia con que
suele acudir al concepto de libertad. Como parte de su idea de que el ejercicio de
la libertad no se reduce a una mera elección, sino al resultado de la misma —que
debe adecuarse a la “ley natural”—, la derecha (conservadora) no se complica a la
hora de pedir más Estado para imponer una determinada visión de la vida buena. Por
lo mismo, percibiendo ella misma la incoherencia indicada, se esfuerza por
argumentar a favor de la existencia de supuestos daños contra terceros, por
ejemplo, de las parejas homosexuales contra niños y niñas.

1
Para los efectos de este documento, no se distinguirá esencialmente entre estas dos categorías.
2
Como bien sostiene Marvin Harris, la cultura no puede reducirse a la denominada endoculturación —es decir, a la transmis-
ión de la cultura de una generación a otra—, sino que también hay que considerar las rupturas en los procesos de evolución
cultural (Harris, 2001: 21-23).
3
En este sentido, Jovino Novoa señala que temas como las uniones homosexuales no deberían “ser considerados prioritarios
para un gobierno que se supone representa nuestras ideas” (Novoa, 2012: 23).
4
Por ejemplo, Herrera (2014).

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El objetivo de este documento es discutir la afirmación frecuente de que las cuestiones


de género y de diversidad sexual son esencialmente parte de una agenda de izquierda.
Se intentará demostrar que, aunque en la práctica la derecha más conservadora vea el
asunto de ese modo, desde una nueva derecha5 en cambio —a mi juicio aún hoy minori-
taria6 — sí es posible concebir este sector político como naturalmente abierto a dichas
cuestiones. Y no sólo por razones tácticas o electorales, sino por motivos de fondo o
directamente ideológicos.

GÉNERO Y DIVERSIDAD SEXUAL,


ACLARANDO CONCEPTOS

Sobre el primero de estos conceptos, no son pocos los documentos asociados a insti-
tuciones de derecha que hablan de la existencia de una “ideología de género”. Al usar
esta expresión —caricaturesca y denostativa— se señala que la teoría de género consti-
tuye un atentado contra la naturaleza, ya que se opondría al sexo como entidad biológi-
ca. En esta línea de pensamiento, un documento de la Fundación Jaime Guzmán afirma
“que el concepto de género que ha acuñado la ideología del mismo nombre ha sido
provisto de un significado totalmente antagónico a lo sexual, entendido desde el punto
de vista biológico” (Fundación Jaime Guzmán, 2014: 3). ¿Es esto la teoría de género?

Considerando que no existe una sola versión de la misma, es posible afirmar que la te-
oría de género no necesariamente sostiene que el género se opone radicalmente al sexo
como entidad biológica. Más bien lo que dice es que determinados sectores, justamente
conservadores, construyen desde lo biológico un discurso sobre el género. Esto resul-
ta patente en la frase “funciones propias de la mujer”, que presupone que el hecho de
haber nacido con vagina viene asociado a determinados roles de género. Roles que no
emanan directamente de la biología, sino de un discurso culturalmente construido sobre
la misma.

5
Pese a que en este documento no profundizaré en este concepto, entiendo por tal, precisamente, una derecha liberal que
sea capaz de superar la hegemonía de la derecha conservadora.
6
Aunque la díada conservadurismo-liberalismo parezca demasiado binaria o dicotómica, para los efectos del tema de este
trabajo resulta válida. Por lo demás, es frecuente su uso en debates de carácter moral.

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En esta línea, Judith Butler —una de las autoras canónicas en materia de género— sos-
tiene que el cuerpo “se manifiesta como un medio pasivo sobre el cual se circunscriben
los significados culturales o como el instrumento mediante el cual una voluntad apropi-
adora e interpretativa establece un significado cultural para sí misma” (Butler, 2007: 58).
Dicho de otra forma, esta autora afirma que el género no es la expresión de una esencia
natural (del sexo entendido como mera biología), sino la manifestación externa de un
discurso cultural sobre el cuerpo.

Diversidad sexual, por su parte, es un término paraguas que incluye también a las perso-
nas heterosexuales. En este sentido amplio, todos somos parte de la diversidad sexual.
Sin embargo, en la práctica se suele aplicar a las personas que forman parte de la co-
munidad LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex7 ). ¿Por qué? Porque estas
personas se apartan de la norma socialmente esperada desde una visión conservadora
o binaria de la sexualidad8.

Ahora bien, la diversidad sexual se desglosa en dos conceptos claves: la orientación


sexual y la identidad de género. La orientación sexual, según los denominados Principios
de Yogyakarta, “se refiere a la capacidad de cada persona de sentir una profunda atrac-
ción emocional, afectiva y sexual por personas de un género diferente al suyo, de su
mismo género o de más de un género, así como a la capacidad de mantener relaciones
íntimas y sexuales con estas personas” (Principios de Yogyakarta, 2007: 6).

Por su parte, la identidad de género que, conforme al documento arriba citado, se “refiere
a la vivencia interna o individual del género tal como cada persona la siente profunda-
mente, y que puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento,
incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la
apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra ín-
dole, siempre que sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la
vestimenta, el modo de hablar y los modales” (Principios de Yogyakarta, 2007: 6).

7
La etiqueta intersex —que constituye el grupo más invisibilizado dentro de la diversidad sexual— se refiere a las personas
que nacen con una conformación biológica atípica, no exclusivamente masculina o femenina.
8
Esta visión se caracteriza por los siguientes tres elementos: a) reduce la sexualidad humana al plano exclusivamente biológi-
co, b) reconoce la existencia de solo dos identidades sexuales (hombres y mujeres, ambos heterosexuales), y c) considera
que todas las otras identidades sexuales, aunque se den en el marco de la libertad y responsabilidad individuales, constituyen
anormalidades, desviaciones o patologías que, por lo mismo, no pueden ser validadas ni social ni jurídicamente.

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Como categoría de discriminación, este segundo concepto se aplica, en la práctica, a las


personas trans, que son todas aquellas que sienten y expresan una identidad de género
distinta del sexo biológico y socialmente esperado. Claramente, dentro de la comunidad
LGBTI estas personas son las más discriminadas, puesto que poseen una fuerte barre-
ra de entrada para insertarse socialmente: una cédula nacional de identidad que no se
ajusta a la expresión de género que realmente viven, lo que les impide acceder a trabajos
dignos y estables.

RESPONDIENDO A LA PREGUNTA

Ahora bien, entrando a responder la interrogante que titula este documento, cabría afir-
mar que, en la práctica y en el caso de Chile, sí son la teoría de género y la diversidad
sexual parte de una agenda de izquierda. Primero, porque —como ya señalé— la antigua
derecha, aún hegemónica, es la conservadora. Segundo, porque la centroderecha liber-
al, además de periférica, casi no ha trabajado el tema. Y no sólo pensando en la igualdad
ante la ley (o de oportunidades) de las mujeres, sino —desde una mirada más amplia—
en los roles atribuidos a ambos sexos, en las diversidades sexuales, etc. Es decir, no
sólo en clave socioeconómica o jurídica, sino también cultural.

Lo curioso es que las causas de mujeres y de la población LGBTI han echado histórica-
mente mano a principios fundamentales del liberalismo clásico, comenzando por la idea
de que los individuos son universos racionales, capaces de construir por sí mismos sus
propios proyectos de vida, sin la intervención de terceros, menos aún del Estado. Una
expresión canónica de este principio se lee en estas palabras de John Stuart Mill:

La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a
nuestra propia manera, en tanto que no intentemos privar de sus bienes a otros, o
frenar sus esfuerzos para obtenerla. Cada cual es el mejor guardián de su propia
salud, sea física, mental o espiritual. La especie humana ganará más en dejar a
cada uno que viva como le guste más, que en obligarle a vivir como guste al resto
de sus semejantes (Mill, 1997:72).

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En otras palabras, el liberalismo clásico critica —parafraseando a Friedrich Hayek— la


fatal arrogancia9 de querer imponer desde el Estado una determinada escala de valores
para el conjunto de la sociedad. En este marco, y aunque han existido no pocos au-
tores liberales que han reflexionado sobre el género10, los sectores políticos que en Chile
se autodefinen como tales han estado casi totalmente ajenos a él. Se pasa por alto el
hecho que sólo en el marco de una sociedad abierta —con coerción estatal acotada— es
posible pensar, al mismo tiempo, en una sociedad diversa.

De ahí que los liberales chilenos deberían dar su propia respuesta frente a las cuestio-
nes de género y diversidad sexual. Y aquí más que hablar de igualdad de resultados (o
identitaria, para el tema que nos ocupa), habría que hacerlo de igualdad ante la ley, que
presupone la diferencia. Desde una visión liberal, no debería pensarse en las mujeres o
personas LGBTI como un todo, como una esencia, sino como expresiones —todas nor-
males y valiosas— de identidades múltiples, aunque con iguales derechos.

No por casualidad, la reciente resolución de la Corte Suprema de los Estados Unidos (26
de junio pasado) —que estableció el derecho al matrimonio para personas del mismo
sexo— se basó de manera esencial en el principio de igualdad ante la ley, un principio
eminentemente liberal. Lo mismo, en particular para nuestro país, puede decirse de la
sentencia del caso Atala y niñas vs. Chile, que estableció la orientación sexual como una
categoría protegida dentro del principio de igualdad y no discriminación, además del
derecho a la vida privada como no interferencia estatal (Corte Interamericana de Dere-
chos Humanos, 2012).

Dicho lo anterior —y considerando que la libertad económica es un principio que, en


general, la derecha ha defendido11 —, es posible pensar el mercado como un espacio en
que las personas manifiestan sus preferencias sobre bienes que les ayudarán a decidir
en ámbitos no directamente económicos, sino culturales o identitarios. Un ejemplo es el
de las denominadas tribus urbanas: gracias a la libertad de comercio, existe una variedad
de tiendas que ofrecen vestimentas y diversos productos asociados a los movimientos
musicales y culturales de que tales tribus dan cuenta. Lo mismo puede verse en materia
étnica, por ejemplo, a través de la existencia de farmacias mapuches.

9
Título de su último libro, publicado en 1990.
10
Por ejemplo: Gilligan (1982) y Nussbaum (1999).
11
Salvo si consideramos como parte de la derecha a tradiciones nacionalistas y socialcristianas, que, en todo caso, han sido
minoritarias. A las tradiciones históricas de la derecha, espero dedicar un próximo documento.

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Por lo mismo, no es casualidad que el movimiento LGBTI —que, en un comienzo, se de-


nominó del orgullo gay— haya nacido en un bar estadounidense, en Stonewall. No surgió
de ninguna oficina estatal, sino, por el contrario, en contra de un conjunto de redadas
policiales (estatales) que atacaban a dicho bar por acoger a lesbianas, homosexuales y
trans (Fone, 2008: 554)12.

Los pioneros de este nuevo movimiento social surgieron en oposición a la coerción es-
tatal y no en defensa de ella. Lo mismo sucedió en Chile: incluso durante la dictadura, los
únicos refugios o espacios de sociabilidad con que contaron las personas de la diversi-
dad sexual fueron bares y discotecas (Contardo, 2011: 305-352). Y esto sólo es posible
que se dé en el contexto de sociedades abiertas o liberales.

CONCLUSIÓN

Por mucho que la derecha chilena suela invocar la libertad como un principio constitutivo
de su ideario, generalmente la reduce al plano estrictamente económico —como simple
libertad empresarial—, pero no como parte de una ética de autonomía personal. En otras
palabras, no cabe duda que este sector político se encuentra en deuda con la defensa
de la libertad personal en un sentido amplio, más allá del ámbito meramente económico.

Considerando esta realidad, resulta muy difícil pensar en un relato para la derecha chile-
na que sea sostenible en el tiempo —y que vaya más allá de una simple recuperación
del gobierno—, sin que se sustente en una visión coherente y sistemática en torno a la
libertad personal.

Cualquier relato político —que vaya más allá de un simple producto de marketing—,
debe sustentarse en un principio fundamental, desde el cual emane todo lo demás. Así
como para la izquierda lo es la igualdad13, para la derecha debería serlo la libertad; y,
desde ella, la igualdad ante la ley de las diversidades existentes en la sociedad.

12
Se trata de los denominados disturbios de Stonewall (28 de junio de 1969), que dieron origen al movimiento gay o LGBTI y,
en concreto al día del orgullo, que se celebra en todo Occidente a través de actos y marchas multitudinarias.
13
De resultados o de identidades.

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Sin que sean los únicos temas a considerar, no cabe duda que las cuestiones de género
y diversidad sexual —que precisamente son desafíos actuales a las visiones normativas
y homogeneas de la sociedad—, constituyen una potente y simbólica prueba de blancu-
ra al momento de pensar en una nueva derecha, distinta a la tradicional.

Aunque, desde una mirada realista, no resulta fácil imaginar una derecha mayoritaria-
mente liberal —y, por tanto, abierta a la diversidad—, sí, al menos, es posible hacerlo en
una derecha moderna, que realmente ponga su eje en el principio de libertad personal.
Y no de manera accidental, sólo de un modo economicista, sino como algo sustancial o
antropológico.

Lo anteriormente dicho no implica desconocer la diversidad interna que existe (y seguirá


existiendo) en la derecha chilena. El punto es que la promoción de ciertas normas mo-
rales (por ejemplo, la de un solo modelo de familia) no debería sostenerse en la coerción
estatal. En otras palabras, si bien me parece legitima la existencia de una derecha con-
servadora, esta vertiente debería comprender que la visiones morales deben promov-
erse antes que imponerse por la vía coercitiva. Así, por ejemplo, lo entendió el Partido
Conservador británico que, bajo el mandato de David Cameron, legalizó el matrimonio
igualitario en el Reino Unido. Incluso llegó a afirmar: “No apoyo el matrimonio gay, a
pesar de ser conservador. Apoyo el matrimonio gay, porque soy conservador”14. De esta
manera, quiso decir que una institución como el matrimonio siempre debió haber estado
abierta a todas las parejas, sin discriminación alguna.

Por último, no está de más recordar que el afán revolucionario del liberalismo clásico —la
lucha histórica por superar las sociedades inmutables; basadas, por ejemplo, en privi-
legios estamentales— podría en Chile resignificarse respecto a los asuntos de género y
diversidad sexual. Al fin y al cabo, mujeres, gays y transgéneros piden, ante todo, que se
les permita construir el plan de vida que estimen mejor para sí mismos. Y, no obstante
que esto sea una idea profundamente liberal, no resulta sorprendente que los últimos
en enterarse sean los propios liberales, muchos de los cuales actúan políticamente en el
marco de la derecha o centroderecha.

14
Esta frase fue difundida en diversos medios informativos, por lo que no pongo aquí una fuente específica.

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BIBLIOGRAFÍA

Arenas, Gonzalo (2003). Virar derecha. Historia y desafíos de la centroderecha en Chile. Santia-
go: Ariel.

Butler, Judith (2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barce-


lona: Editorial Paidos.

Contardo, Oscar. (2011). Raro. Una historia gay de Chile. Santiago: Planeta.

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Principios de Yogyakarta. Principios sobre la aplicación de la legislación internacional de dere-


chos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género (2007).

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