CAPITULO IV
OBJETO DE LA PRUEBA
Se ha definido la prueba como la obtención del cercioramiento del juzgador acerca de los
hechos necesarios para que pueda resolver el conflicto sometido a proceso, resulta lógico
considerar que el objeto de la prueba (thema probandum), es decir lo que se prueba son
precisamente esos hechos "objeto de la prueba ha escrito Camelutti es el hecho que debe
verificarse y sobre el cual vierte el juicio".
. El objeto de la prueba se delimita, pues, por los hechos afirmados por las partes. Pero en
el proceso civil no todos los hechos afirmados por las partes tienen que ser probados.
Entonces? ¿cuáles son los hechos afirmados que se deben probar? En principio, siguiendo
a Alcalá-Zamora, sólo requieren prueba los hechos afirmados que sean, a la vez,
discutidos y discutibles.
El artículo 188 del Código Procesal Civil dice "Los medios probatorios tienen por
finalidad acreditar los hechos expuestos por las partes, producir certeza en el Juez
respecto de los puntos controvertidos y fundamentar sus decisiones.
Los medios probatorios deben referirse a los hechos y a la costumbre cuando ésta sustenta
la pretensión. Los que no tengan esa finalidad, serán declarados improcedentes por el
Juez.
Esta facultad es muy delicada. La ley no puede regular específicamente los casos de
pertinencia o de impertinencia de la Prueba. Los autores establecen una regla muy
segura dentro de su generalidad. Ella consiste en suponer verdadero el hecho invocado
para examinar las consecuencias que se desprenderían de él, o sea, se influiría en uno u
otro sentido en el pronunciamiento del fallo. En caso afirmativo se deberá admitir la
prueba ofrecida sobre el hecho, por ser pertinente. En el caso opuesto, cuando el hecho,
. aún suponiéndolo probado, no tendría ninguna influencia sobre el sentido del fallo,
entonces la prueba es impertinente y debe rechazarse" .
Nuestros códigos han distinguido los procesos de hecho de los de puro derecho. Los
primeros dan lugar a pruebas: las segundas no. Agotada la etapa de sustanciación,
directamente se cita para sentencia.
Esta división elemental suministra una primera noción para el tema en estudio:
regulannente, el derecho no es objeto de prueba: sólo lo es el hecho o conjunto de hechos
alegados por las partes en el juicio.
La regla era la inversa en el derecho griego primitivo, en el cual el juez sólo podía aplicar
la ley invocada y probada por las partes. Para Aristóteles las pruebas eran cinco: "las
leyes, los testigos, los contratos, la tortura de los esclavos y el juramento".
Dichas nonnas tienen, sin embargo, algunas excepciones que son objeto de solución
especial. Así, por ejemplo cuando la
Una primera excepción, pues, al principio de que el derecho no es objeto de prueba, seria
la existencia o inexistencia de la ley. Conviene aclarar, sin embargo, que si las partes
hubieran discutido la existencia del derecho, sin producir prueba al respecto, ello no
obstaria a que el Juez decidiera igualmente el conflicto investigado por sus propios
medios, aun fuera del juicio, la ley aplicable.
4. PRUEBA DE LA COSTUMBRE
El Código adjetivo expresa en el numeral 190: "Los medios probatorios deben referirse a
los hechos y a la costumbre cuando ésta sustenta la pretensión".
Es la que surge de aquellos casos en los cuales la costumbre es fuente de derecho. Así
ocurre, por ejemplo, materia de medianería, de usos comerciales, de abordaje, de salarios,
etc.
Es decir, las partes no sólo tienen la carga de probar el derecho invocado, sino también la
carga de demostrar que tal derecho es el aplicable, con lo cual prácticamente sustituyen
toda la actividad del juzgador en esta materia. Esta interpretación consagra y ratifica la
pasividad del órgano jurisdiccional, el cual no sólo debe ignorar el derecho extranjero,
sino que tampoco puede investigarlo, y, aún conociéndolo, no puede interpretarlo.
Según el autor Siqueiros, señala que para probar la existencia del derecho extranjero,
puede tomarse alguna de las siguientes medidas:
1.- Presentación del texto auténtico de la ley o ejemplar que contiene, con traducción
oficial en su caso:
Sin embargo, es menester aclarar que, con arreglo al Tratado de Derecho Procesal
Intemacional de Montevideo, de 1889, arts. 1 y 2 del Protocolo Adicional, el derecho de
los países signatarios no necesita ser objeto de prueba. Basta con que el
La costumbre, fuera de estos dos casos puede ser probada mediante declaración de
testigos o dictamen pericial. Este último medio resulta el más idóneo.
Pero lajurisprudencia no puede ser una prueba y sí únicamente que se le refleje con
exactitud y se le cite con precisión, en cuanto a la fecha, tribunal del que emane.
El objeto de la prueba se delimita, pues por los hechos afirmados por las' partes. Pero en
el Proceso CM! no todos los hechos afirmados se deben probar.
Esta conclusión se apoya en la norma que establece que las pruebas deben ceñirse al
asunto sobre que se litiga, y las que no le pertenezcan serán irremisiblemente desechadas
de oficio, al dictarse sentencia. Y los asuntos sobre que se litiga son, sin duda, aquellos
que han sido objeto de proposiciones contradictorias en los escritos de las partes.
Puede afirmarse que en esta sencilla norma queda comprendida la teoría del objeto de la
prueba. Mediante ella se procura fijar, con la máxima exactitud posible, el conjunto de
proposiciones que quedan sometidas a verificación judicial. Si invirtiendo el texto del
precepto se dijera que los hechos no impugnados no son objetos de prueba, quedarían
expuestos los dos aspectos del principio.
Es necesario ver en esta fórmula una aplicación del principio de economía procesal, que
induce a realizar los fines del juicio con el mínimo de actos. Al concluir que los hechos
no impugnados se tienen por admitidos, se llega no sólo a la solución aconsejada por la
lógica de las cosas, sino a la que aconseja un bien entendido principio de ahorro de
esfuerzos innecesarios. Imponer la prueba de todos los hechos, aun de los aceptados
tácitamente por adversario, representaría exfgiruninútil dispendio de energías contrarias
a los fines del proceso.
Puede afirmarse, entonces, que esta expresión establece que la prueba debe recaer
solamente sobre los hechos controvertidos, representa una limitación, especie de
encuadramiento objetivo, de las proposiciones de hecho que han de ser objeto de prueba.
La determinación de los hechos controvertidos y no controvertidos es una función de
depuración previa, para saber qué hechos deben ser probados y qué hechos no deben serlo.
Otro tanto sucede en el caso en que el demandado es declarado rebelde: en este caso,
objeto de prueba son todos los extremos que invoca el actor, aunque el juez puede aplicar
menor rigor en la apreciación de esa prueba, en atención a la propia actitud del
demandado.
Todavía el principio de que los hechos controvertidos son objeto de prueba, exige nuevas
aclaraciones, porque detenninados hechos controvertidos no necesitan probarse.
No son objeto de prueba, por ejemplo, dentro de los hechos controvertidos, los hechos
presumidos por la ley, los hechos evidentes y los hechos notorios.
No necesitan prueba los hechos sobre los cuales recae una presunción legal.
Así, por ejemplo, no es necesario probar que el demandado conocía cuáles eran sus
obligaciones jurídicas, porque todo el
sistema del derecho parte de la presunción del conocimiento de la ley. No hay tampoco
necesidad de probar en el juicio que el hijo nacido durante la existencia del matrimonio,
vivía de los padres de consuno, es hijo de esos padres. No hay necesidad de probar que el
fundo es libre y que no soporta gravamen, porque la ley lo presume así, etc.
La presunción legal absoluta significa consagrar una exención de prueba de los hechos
presumidos. No sólo se declara inútllla prueba contraria, sino que también se declara inútil
la prueba favorable. Cuando la ley presume que la cosa juzgada refleja la verdad, no sólo
priva de eficacia a la prueba dirigida a demostrar la mentira de la sentencia, sino que
también consagra la inutilidad de la prueba dirigida a demostrar la verdad de la sentencia.
La disposición legal que establece que "toda presunción legal exime a la persona en cuyo
favor existe, de probar el hecho presumido por la ley", consagra, ante todo un precepto
del objeto de la prueba. El hecho presumido no necesita prueba; no es objeto de ella.
También lo es el hecho objeto de una ficción legal.
La presunción y la ficción, en este sentido, más que medios de prueba son subrogados de
prueba. Son razones de políticajurídica, algunas de ellas connaturales con la vigencia
misma del derecho, que instan al legislador a consagrar detenninadas soluciones de la
índole de las expresadas. La elim1nación del campo de la prueba no es sino la
consecuencia natural de su elim1nación del campo del debate.
De acuerdo con Couture, en el supuesto hecho de hechos presumidos por la ley hay que
distinguir tres elementos: a) un
Admitido lo que precede, que fija las relaciones del hecho presumido con la teoría del
objeto de la prueba, queda planteado el problema de saber cómo influye esta construcción
sobre el tema de la carga de la prueba, al provocar una verdadera inversión en el sistema.
A nadie se le exigiria probar, por ejemplo, el hecho de que haya llegado primero ante sus
sentidos, los efectos de la luz que los efectos del SOnido,que la luz del día favorece la
visión de las cosas y la oscuridad, la dificultad, etc. En esos casos la mentalidad del juez
suple la actividad probatoria de las partes y puede considerar
se innecesaria toda tentativa de prueba que tienda a demostrar un hecho que surge de la
experiencia misma del magistrado.
En este punto, vuelve la teoría de la prueba a tomar importante contacto con la génesis
lógica de la sentencia. La exención de
prueba de los hechos evidentes, no constituye sino un aspecto del problema más vasto del
saber privado del juez como elemento integrante de su decisión. Tanto en el derecho
inglés, como el alemán, como en el italiano, se ha hablado de la prueba prima facie,
considerando tal a aquella que permite extraer la prueba de los principios prácticos de la
vida y de la experiencia de lo que generalmente ocurre en el natural desarrollo de las
cosas.
En nuestro derecho, las disposiciones relativas a presunciones judiciales, "confiadas a las
luces y a la prudencia del magis
trado", consagran la posibilidad de que éste supla las faltas de prueba de las partes, con
su normal conocimiento de las cosas y su experiencia de la vida. Si de la prueba producida
surge que un automóvil corría a 140 kilómetros por hora, no es necesario probar que no
pudo ser detenido por su propia acción mecánica en un espacio de dos metros. La
experiencia, el común conocimiento en el estado actual de información que poseemos,
nos enseña que tal cosa es imposible. La evidencia, prueba prima facie, hace inneceSaria
otra demostración.
La doctrina del saber privado del Juez, de aquello que él conoce por ciencia propia, admite
al estudiar la fonnación de la sentencia, la aplicación de las llamadas máximas de
experiencia. Estas son normas de valor general, independientes del caso específico, pero
que, extraídas de cuanto ocurre generalmente en múltiples casos, pueden aplicarse en
todos los otros casos de la misma especie. Tanto para la prueba prima facie, como para las
máximas de experiencia, no rige la prohibición común de no admitir otros hechos que los
probados en el juicio. La-máxima quod non est in actis no est in mundo no es aplicable
para esos hechos que no podrá negarse sin negar la evidencia.
Pero se debe aclarar que no esto supone la prohibición de una prueba contraria.
Los hechos tenidos por evidentes caen ante nuevos hechos o nuevas experiencias
que los desmienten o contradicen.
Una máxima de experiencia habría hecho innecesaria para un juez romano del tiempo de
Augusto, la prueba de que una misma persona pudo haber estado presente el mismo día
en Atenas y en Roma: hoy habría que admitir una cosa distinta. La máxima de experiencia
apoya en la velocidad del automóvil, en el ejemplo más arriba propuesto, habría rechazado
hace cuarenta años, hasta la posibilidad de que un vehículo de esa índole llegara a correr
a 140 kilómetros por hora: la imposibilidad de detenerse en un espacio de dos metros,
admisible en el momento actual, podrá no serIo dentro de algunos años.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia aceptan que a falta de prueba, los hechos deben
suponerse conforme a lo normal y regular en la ocurrencia de las cosas.
Frecuentemente los tribunales suplen las faltas de pruebas de las partes, admitiendo que
los hechos deben haber ocurrido como suceden naturalmente en la vida y no en forma
extravagante o excepcional. Aquel a quien la noción normal beneficia, es relevado de
prueba. Su adversario es quien debe probar lo contrario.
eximir de la prueba a una de las partes (la que sostiene lo normal) y gravar con ella a la
otra (la que sostiene lo extraordinario). Pero, parece fácil de percibir que tampoco se halla
aquí en juego un principio de distribución de la carga probatoria entre las partes. Lo que
está en tela de juicio es el punto de saber si los hechos evidentes, regulares y normales
son objeto de prueba.
La regla, en el sentido que acaba de exponerse, es la de que los hechos normales no son
objeto de prueba. El conocfmiento de éstos, forma parte de esa especie de saber privado
deljuez, que éste
De acuerdo con el Código Procesal Civil, los hechos notorios pueden ser invocados por
el juzgador, aunque no hayan sido alegados ni probados por las partes. Esto significa que
no sólo se excluyan de prueba los hechos notorios, sino que, además, no requieren ser
afirmados por las partes para que el juzgador los pueda introducir al proceso.
En una definición ya clásica, Calamandrei precisó que son notorios los hechos cuyo
conocimiento forma parte de la cultura moral de un determinado sectQr social al tiempo
de pronunciarse la resolución. La notoriedad es un concepto esencialmente relativo: no
existen hechos conocidos por todos los hombres sin lfmitación de tiempo ni de espacio.
Además, la notoriedad de un hecho dentro de un determinado ámbito social, significa
conocimiento efectivo del mismo por todos aquellos que integran ese sector y ni siquiera
conocfmientos efectivos del mismo por parte de la mayoña de aquéllos.
Sin embargo, este principio exige una serie de aclaraciones, tendientes a demostrar con
mayor precisión posible, qué hechos deben considerarse notorios.
Tampoco notorio quiere decir conocimiento efectivo, es decir, conocimiento real. Nadie
duda de la ocupación de París por los ejércitos alemanes en 1940 y su ulterior liberación,
aunque no se tenga un conocimiento real o efectivo derivado de la contemplación de ese
hecho. En ese sentido, pues, notoriedad no es tampoco efectivo conocimiento, sino
pacífica certidumbre; una especie de estado de seguridad intelectual con que el hombre
reputa adquirida una noción.
El concepto de notoriedad procura, sin embargo, dos altos fines de política procesal. Por
una parte, un ahorro de esfuerzos al relevar a las partes de producir pruebas innecesarias.
En este sentido significa un homenaje al principio de la economía, oportupamente
expuesto. Por otra parte, procura prestigiar la justicia evitando que ésta viva de espaldas
al saber común del pueblo y su arte, consista, como se ha dicho, en "ignorar jurídicamente
lo que todo el mundo sabe".
La conclusión a que se debe llegar, luego de cuanto queda expuesto, es la de que pueden
considerarse hechos notorios, aquellos que entran naturalmente en el conocimiento, en la
cultura o en la información normal de los individuos, con relación a un lugar o a un círculo
social y a un momento determinado, en el momento en que ocurre la decisión.
La aplicación del concepto desarrollado con relación al juicio civil conduce a resultados
como los que se pasan a proponer.
Si el actor y el demandado han celebrado un convenio por virtud del cual se establece que
uno pagará a otro una suma de dinero "el día en que cambie el actual gobierno", la
exigibilidad de la obligación depende de un hecho que es, sin duda, notorio con relación
al medio o círculo social en que el juez y las partes actúan. No será necesario, en
consecuencia, la prueba de que un nuevo gobierno asumió el poder, una vez que ese hecho
haya ocurrido.
Parece necesario. todavía, aclarar con relación al concepto de notoriedad, que el principio
de que lo notorio no necesita prueba no es aplicable en aquellos casos en los cuales la ley
exige la notoriedad como elemento determinante del derecho. Así ocurre con la posesión
notoria del estado civil; la sufici~ncia notoria; la incapacidad notoria; la notoria mala
conducta, a que las leyes aluden reiteradamente. Si se fueran a aplicar irreflexivamente
las ideas que se acaban de exponer, se debería llegar a la conclusión de que el hijo que
disfruta de posesión notoria no necesita producir prueba de ese extremo. Esta petición de
principio sería absurda, porque lo notorio es, en tal caso, el propio hecho controvertido, y
la condición necesaria para la existencia del derecho. Es, entonces, objeto de prueba, por
cuanto lo que se discute es, justamente, su existencia o inexistencia.
La teoría del objeto de la prueba procura, como se ha visto, señalar cuáles son
las proposiciones de las partes que deben probarse y cuáles no requieren demostración.
Pero cuando el intérprete ha fijado con mayor exactitud posible los puntos que quedan
dentro de la actividad probatoria y los que quedan fuera de ella, encuentra a su paso una
regla de carácter general cuyo sentido requiere una apreciación.
b) Por el contrario, debe ser admitida, sin peIjuicio de no apreciar su eficacia sino en el
momento de dictarse sentencia.
La importancia de la solución que se adopte, radica en que ambas fórmulas entrañan
peligros de verdadera consideración dentro del desenvolvimiento del juicio. De elegirse
la primera de ambas soluciones, creando la posibilidad de que el juez rechace de plano la
prueba que considere innecesaria, se crea el grave riesgo del prejuzgamiento; el
magistrado, guiándose por impresiones superficiales, sin un conocimiento real y profundo
del asunto, privaría a una de las partes de demostrar la exactitud de sus afirmaciones. Más
de una vez, la jurisprudencia ha rechazado esta Solución apoyándose en tales argumentos.
Pero si se adopta la solución contraria, se consagra la posibilidad de que los litigantes
aporten al juicio un cúmulo de pruebas inapropiadas, inútilmente costosas, hasta ofensivas
del derecho del adversario de la propia autoridad de lajusticia: se adjudicaría, así, al
magistrado, dentro de esta etapa del juicio, un papel pasivo e inerte, impropio de su
función.
Para abordar el estudio de este problema es menester anticipar una cuestión de léxico.
Prueba pertinente es aquella que versa sobre las proposiciones y hechos que son
verdaderamente objeto de prueba. Prueba impertinente es, por el contrario, aquella que
no versa sobre las proposiciones y hechos que son objeto de demostración. Una prueba
sobre un hecho no articulado en la demanda o en la réplica por el actor, o en la contestación
y en la dúplica por el demandado, es prueba impertinente. También lo es la que versa
sobre hechos que han sido aceptados por el adversario. Se trata, como se ve, de la
aplicación apropiada de los principios del objeto de la prueba, que acaban de exponerse.
Nuestro derecho adjetivo dice: Los medios probatorios deben referirse a los hechos y a la
costumbre cuando ésta sustenta la pretensión. Los que no tengan esa finalidad, serán
declarados improcedentes por el Juez. Son también improcedentes los medios de prueba
que tiendan a establecer:
2. - Hechos afirmados por una de las partes y admitidos por la otra en la contestación de
la demanda, de la reconvención o en la audiencia de fijación de puntos controvertidos.
,sostenerse que es prueba inadmisible. por ejemplo la de testigos para acreditar la pericia
de un sujeto en un arte u oficio detem1inado; las cartas misivas dirigidas a terceros.
cuando se trata de acreditar obligaciones; la exhibición general de los libros de comercio
fuera de los casos previstos en la ley mercantil; la prueba de documentos que debió haberse
presentado con la demanda y no
De acuerdo con el artículo 196 e.p.e. cuando los medios probatorios ofrecidos por la partes
sean insuficientes para formar convicción, el Juez en decisión motivada e inimpugnable,
puede ordenar la actuación de los medios probatorios adicionales que considere
convenientes. Excepcionalmente. el Juez puede solicitar la comparecencia de un menor
de edad siempre que sea mayor de doce años, a la audiencia de prueba o a una especial.
Este precepto faculta al juzgador para ordenar de oficio. es decir. sin necesidad de
proposición de parte la práctica de los medios de prueba que estima conducentes para el
conocimiento de la verdad sobre hechos controvertidos. Es claro que esta amplia facultad
rebasa el contenido de las tradicionales "diligencias para mejor proveer" que eran las
medidas probatorias que el juez podía decretar, también de oficio. para mejor
conocimiento sobre los hechos controvertidos. pero sólo una vez que hubiese concluido
la práctica de las pruebas propuesta por las partes y que éstas hubiesen formulado sus
alegatos.
La clara redacción del artículo 196, permite que la facultad del juzgador para ordenar de
oficio las pruebas. puede ser ejercida "en todo tiempo". es decir. desde la iniciación de la
fase probatoria hasta antes del pronunciamiento de la sentencia. Asimismo. tal facultad
no tiene porqué reducirse sólo a ordenar la ampliación de la prueba ya propuesta y
practicadas por las partes. sino que también comprende la ordenación de la práctica de
pruebas no ofrecidas por las partes. con tal de que conciernan a los hechos debatidos y de
que en la ejecución de tales pruebas se respeten los derechos procesales
de las partes (particularmente. el derecho de participar en el desahogo de tales pruebas y
de objetar su valor probatorio.
La facultad contenida en el artículo 196. que resulta acorde con las tendencias modernas
en materia probatoria. no excluye en definitiva las regIas de la carga de la prueba. pero sí
intenta evitar el conocimiento del juzgador sobre los hechos controvertidos.