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Ciclo B

Hoy en el evangelio se nos habla de dos milagros


de Jesús, que se entremezclan, a favor de dos
mujeres; la hija de Jairo y la hemorroísa.
Es interesante esto de a favor de dos mujeres, porque
vemos cómo Jesús, a diferencia de aquella sociedad,
trata bien y con respeto a las mujeres.

Así a la
Magdalena, la
samaritana, la
cananea,
Marta y María,
y otras, como
la adúltera.

Hoy se nos habla de la resurrección de una niña de 12


años, hija de Jairo.
Y en medio, o mientras van de camino, la curación de
una mujer, de quien no sabemos el nombre, pero, por la
enfermedad que tenía del flujo de sangre, la llamamos
la hemorroísa.
Jesús vino para hacer el
bien, y enseñarlo a
nosotros. Y en hacer el
bien no hay distinción
de sexo o de edad. Lo
que quiere Jesús es que
haya fe. Esta fe no
quiere Jesús que sea un
creer como por magia,
sino un creer unido al
amor. Esto lo veremos
en los dos milagros de
hoy.
El evangelio de hoy comienza con la primera parte del
gran milagro de la resurrección de la hija de Jairo,
cuando éste va al encuentro de Jesús.

Comienza así
el evangelio,
que es de san
Marcos,
desde el v. 21
del cap. 5:
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en
barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente
a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se
acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba
Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole
con insistencia: "Mi niña está en las últimas;
ven, pon las manos sobre ella, para que se
cure y viva." Jesús se fue con él, acompañado
de mucha gente que lo apretujaba.
Pero veamos ahora,
y primeramente, lo
que pasó con una
mujer que sufría de
flujo de sangre, una
enfermedad que en
cierto sentido
apartaba de la
sociedad, pues
consideraba a la
mujer como impura.
Dice así el evangelio
desde el vers. 25:
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde
hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a
toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso
toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto
peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás,
entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo
tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la
fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba
curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se
volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
"¿Quién me ha tocado el manto?" Los discípulos le
contestaron: "Ves cómo te apretuja la gente y preguntas
"¿Quién me ha tocado?" Él seguía mirando alrededor,
para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y
temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le
echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo: "Hija, tu fe te
ha curado. Vete en paz y con salud."
A la y una
casa de gran
Jairo multitud
iba tras
iba
Él.
Jesús

Automático
Y una pobre mujer llena de fe

no miró la multitud, fue y le tocó.


Haz tu
cual la
mujer
que fue y
tocó

el borde del vestido de Jesús.


Virtud salió de Él y ella sanó. Y
si le tocas tu, sanas también.
Fui yo quien te
tocó, mi buen
Jesús,

pues mi mal
ningún doctor
pudo curar.
Cuando
toqué tu
manto,
mi Señor,
sané.
Haz tu cual la
mujer que fue
y tocó el
borde del
vestido de
Jesús.
Virtud salió
de Él y ella
sanó. Y si le
tocas tu,
sanas
también.
Haz tu cual la mujer que fue y tocó
el borde del vestido de Jesús.
Virtud salió de Él y ella sanó.
Y si le
tocas tu,
sanas
también.

Hacer CLIC
La enfermedad de
Este milagro podemos decir esta mujer era
que es un triunfo de la fe. Sin considerada
embargo, es una fe que Jesús “impureza legal”.
va a purificar. Eso era así
durante los
ritmos naturales,
pero este caso
era más fuerte
aún (pues habla
de 12 años, que
significa
plenitud). Estaba
prohibido tocar o
acercarse a una
mujer en esas
circunstancias.
Jesús no es que haya
venido a hacer
milagros. Ha venido a
dar la salvación.
Quiere que
recobremos la
salvación, a veces la
salud corporal, si nos
conviene; pero sobre
todo la salud
espiritual, que sí
necesitamos.
Jesús quiere
hacer resurgir
en nosotros la
ilusión, el gozo
y los deseos de
vivir, allá donde
había
desesperanza y
angustia. Jesús
quiere decirnos
como a aquella
mujer: “Tu fe te
ha curado”.
Para eso debemos tener fe, una fe unida al amor.
Aquella mujer tenía fe: creía que Jesús la podía curar.
No era una fe unida al amor; pero por lo menos sí unida
al respeto.
Por eso,
porque está
considerada
como impura,
no quiere
comprometer
al Maestro y
piensa que la
bastará con
tocar el
manto,
aunque Él no
se entere.
A Jesús le ha bastado esa fe, pero quiere más. Por eso
hace que se descubra la fe de aquella mujer para
purificarla y para darnos a nosotros una gran lección.
No es lo mismo
apretujar a Jesús
que “tocarlo” con fe.
Muchos apretujan a
Jesús en la Iglesia,
reciben
sacramentos, se
llaman cristianos,
pero no se
aprovechan de la
presencia del
Espíritu Santo.
Y más en concreto: Muchos comulgan, reciben a
Jesús de forma material, y sin embargo siguen tan
amargados, cerrados sobre sí mismos, tan avaros y
tan faltos de caridad.

En realidad
no han
“tocado”
con amor el
Cuerpo de
Cristo.
Comenta
San
Agustín:
Ella toca, la
muchedum-
bre oprime.
¡Cuánto bien
podríamos
obtener si le
recibiéramos
con mucha
fe!
Dice San Ambrosio: “Tocó delicadamente el ruedo del
manto, se acercó con fe, creyó y supo que había sido
sanada… Así nosotros, si queremos ser salvados,
toquemos con fe el manto de Cristo.

El manto
de Cristo
son los
sacramen-
tos”.
Jesús siempre, en
sus palabras y en sus
acciones, buscaba
hacer el bien.

Jesús no era ni
oportunista ni
curandero, sino que todo
lo hacía por amor.
Ni oportunista ni curandero,

Automático
Jesús fue
amigo y fue
maestro.
Su gran
milagro era
el amor.
Él no vino a este mundo a hacer milagros.

Sólo vino
a traer la
salvación.
Y, si
hacía y hacer
prodigios, callarse
fue por al
mostrar hombre
su gloria duro de
corazón.
Él no hizo milagros buscando aplausos;
Arrancó la
miseria de
cuantos la
sufrían; no
quiso
recompensa
en ninguna
ocasión.
Ni oportunista ni curandero, ni
demagogo ni embaucador.
Jesús fue amigo y fue maestro.
Su gran milagro era el amor.
Su gran
milagro
era el
amor.

Hacer CLIC
Y Jesús seguía acompañado de Jairo,
quien pensaba ir hacia su casa con Jesús, pues creía
que su hija estaba muy enferma.

Pero
veamos lo
que nos
dice el
evangelio
desde el
vers. 35:
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe
de la sinagoga para decirle: "Tu hija se ha muerto. ¿Para
qué molestar más al maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que
hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas; basta
que tengas fe." No permitió que lo acompañara nadie, más
que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el
alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo: "¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La
niña no está muerta, está dormida." Se reían de él. Pero él
los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña
y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió
de la mano y dijo: "Talitha qumi" (que significa: "Contigo
hablo, niña, levántate"). La niña se puso en pie
inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se
quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
Jairo tenía una fe
incipiente: debía
purificar su fe. Su fe
al principio, como la
de muchos, era
como una fe hacia
la magia. Creía que
Jesús debería ir a
su casa para que
impusiera su mano
sobre la enferma.
Seguro que se
curaba.
Seguro que Jairo, si hubiera sabido antes que su hija
había muerto, no le hubiera dicho nada a Jesús. Eso
pensaban los que le dieron la noticia.

Pero
Jesús,
que
escucha
lo que
hablan, le
quiere
acrecentar
la fe.
La fe de Jairo se reafirmará más en Jesús por
medio de la conversación con Él. Así también
nuestra fe y demás virtudes crecerán cuanto
más tratemos en intimidad con Jesús.
La tragedia de la muerte de su hija al final fue para Jairo
una bendición porque pudo poner su fe en las manos de
Jesús.
La frase de Jesús, al llegar a la casa de que “la niña no
está muerta sino dormida”, puede explicarse un poco por
la manera de hablar oriental en forma de metáfora o
parábola. En realidad para Jesús nadie está muerto del
todo.

Es símbolo de
la humanidad
que parece
muerta, pero
tiene
esperanzas de
vida, la
verdadera vida.
Si tuviéramos fe, ¡Cuántas cosas, que nos parecen
perdidas, podrían levantarse!: Afectos, amores,
esperanzas, ideales perdidos.
Dios es un Dios de vivos no de muertos. Dios no se recrea
en la destrucción del ser viviente, sino que quiere la vida.
Esta es la gloria de Dios: la vida del hombre.

Así nos lo
dice en la 1ª
lectura el
último libro
del Ant.
Testamento:

Sabiduría
1,13-15;
2,23-24
Dios no hizo la muerte ni goza
destruyendo los vivientes. Todo lo
creó para que subsistiera; las
criaturas del mundo son saludables:
no hay en ellas veneno de muerte, ni
el abismo impera en la tierra. Porque
la justicia es inmortal. Dios creó al
hombre para la inmortalidad y lo hizo
a imagen de su propio ser; pero la
muerte entró en el mundo por la
envidia del diablo; y los de su partido
pasarán por ella.
El tema de la muerte cuestionó desde el
principio al ser humano.

Para los israelitas en general, antes de venir Jesu-


cristo, creían que Dios premiaba a los buenos y
castigaba a los malos; pero en este vida.

Para después de
la muerte creían
en el “Sheol”, que
era como un lugar
de fantasmas.
Ya en los últimos libros
del Ant. Testamento se
dice que la muerte no
es un castigo, sino algo
necesario en esta vida
imperfecta.

Fue Jesús, como Hijo de


Dios, quien nos enseñó
que esta vida no es el
final, sino un paso y una
prueba: que no nacemos
para morir, sino que
morimos para VIVIR la
vida eterna.
Dicen que
nacemos

Automático
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Esta es nuestra fe. Hoy nos enseña el evangelio, a
través de estos dos personajes, la hemorroísa y Jairo,
que la fe debe ser viva y unida al amor.
La hemorroísa
supo encontrar en
Jesús al amigo
que apreciaba su
humildad y
delicadeza para
ponerla de ejemplo
como entrega y
deseo de vida en la
voluntad de Jesús.
Jairo que, siendo hombre de cierta importancia, jefe de la
sinagoga, buscó la ayuda del Señor, casi en plan de magia;
pero supo superar su fe casi en contra de toda esperanza.
A san Pedro le impactó la orden de Jesús sobre aquella
niña de 12 años muerta para que se levantase de la
muerte.

Muchas veces
repetiría esas
palabras de
Jesús, dichas
en su lengua
original, el
arameo, de
modo que el
evangelista
Marcos las
realza: “Talita
Kum”.
Todos las necesitaremos, más o menos. Que hoy las
sintamos en nuestro corazón y nos levantemos para
tener más vida.

Terminamos
recordando
ese llamado
de Jesús a
aquella
niña: Talita
Kum.
Automático
que yo
soy la
vida y la
resurrec-
ción.
Jairo se
llamaba el
hombre.
¿Cómo lo voy
a olvidar,

si entre todos esos hombres lo


podría yo encontrar?
Jefe de la
sinagoga,
cuando tu hija
se enfermó, sin
temor y sin
demora
recurriste al
Señor.
Mi hija tiene doce años, de salud está muy mal.
Ven a casa, te esperamos.

Tu,
Jesús, la
salvarás.
Jairo muy entristecido, ya no supo
más qué hacer,

y el Señor
compadecido
quiso hablarle
sólo a él:
Acercándose
hasta ella, de
su mano la
tomó y,
diciendo dos
palabras, la
niñita se
salvó.
Con
María
en el
cielo.

AMÉN

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