La reconciliación supone una comunidad justa y un proyecto político basado en una nueva
conducta ética. A partir de los estudios sobre corrupción en el Alto Huallaga y de lo que el país
ha podido apreciar en los años de la dictadura fujimorista se ve claramente que Estado y el
narcotráfico tejieron una gran red de corrupción que data desde hace mucho. Nos
enfrentamos, por ello, a la difícil tarea de un de nueva mentalidad en donde imperen los
valores éticos más elevados, y, por ende, la justicia. Al afirmar y tener como condición a la
justicia, la reconciliación crea la posibilidad de futuro. Al basarse en la defensa y en la
aplicabilidad de los derechos humanos, la reconciliación puede afirmar el sentido de futuro
que significa reconstruir el pacto social. El contenido político del tema de la reconciliación
deviene posible por el ejercicio de la justicia. Basándose en la justicia, la reconciliación tiene
también el imperativo de mirar hacia el futuro y diseñarlo. Lo primero es determinar que lo
vivido no se vuelva a repetir: “Ahora queremos que esa violencia no regrese nunca más, hemos
sufrido muchísimo. “El futuro debe ser diferente”.
La reconciliación debe ser entendida en el Perú como un proceso de reconstrucción del pacto
social y político. Esta reconstrucción del pacto social es la característica de la formación de
cualquier Estado. El Estado, por definición, se renueva permanentemente recogiendo,
representando y reconociendo los acuerdos e intereses ciudadanos. La violencia en el Perú
vulneró y quebró la legitimidad del Estado como instancia del pacto social. El conflicto, aquí,
representó la discordia y la desunión entre los peruanos y de éstos con el Estado. Un sector
minoritario de peruanos desconoció conscientemente el consenso como fuente del pacto
social democrático que representaba el Estado en el Perú y se rebeló contra él desarrollando
una guerra para destruirlo –o, como señalaron literalmente para “demolerlo”. Sin embargo, su
propuesta alternativa pretendía conducir a la construcción de un proyecto, de un nuevo
Estado titulado “Estado de Nueva Democracia” de corte totalitario y tiránico. Esta propuesta
demostró claramente con su accionar el carácter terrorista, antidemocrático y antipopular que
le daba sustento. La respuesta de la sociedad civil y de la población, así como la del propio
Estado, buscó enfrentar el conflicto, viéndose el país de pronto envuelto en una espiral de
violencia, muerte y destrucción. No se tardó en reconocer de que la manera de enfrentar las
desigualdades y la falta de justicia no se podía resolver con la violencia.