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Sobre la organización del 56 Congreso de Filosofía Joven (I)

[No tengo nada claro que esto vaya a servir de algo, ni mucho menos que me convenga
publicarlo. Lo redacté hace un mes, durante los días previos y posteriores a la celebración
del congreso, después de hacerme con un buen banco de pruebas sobre el caso. Cuelgo
aquí el "informe" por si a alguien le interesa saber qué pasó y por si sirviese para evitar
que este tipo de coacciones y polémicas absurdas se repitan. Son cinco partes]
A raíz del boicot y desprestigio mediático que los impulsores del contra-congreso
“Ontologías feministas” (Madrid, 12 y 13 de abril) alentaron contra el 56 Congreso de
Filosofía Joven (Santiago de Compostela, 11 y 12 de abril), varios alumnos de la Facultad
de Filosofía de Santiago se dirigieron a la presidenta de la organización para pedir
explicaciones y preguntar por qué no habíamos hecho un comunicado aclarando el caso.
Los contra-programadores nos acusaban de no haber previsto la paridad sexual en la
configuración del programa, cuya selección de propuestas se había hecho por revisión
anónima. A pesar de que, sucumbiendo a sus presiones, la organización decidió hacer una
“reforma paritaria”, los boicoteadores consideraron que no era suficiente (no respondía a
una “sensibilidad real”) y siguieron adelante con su difamación y contra-programación. A
dos semanas de la celebración del congreso, Elena Castro (una de las organizadoras del
contra-congreso de Madrid) acusó públicamente a su hermano Ernesto Castro (ponente
invitado en nuestro congreso de Santiago) de plagio y abuso psicológico. Inmediatamente,
y al margen del grado de veracidad que había en esa acusación, se convocaron escraches
contra la presencia de Ernesto en el congreso y varios ponentes cancelaron su asistencia
alegando que no querían compartir evento con alguien tan despreciable. Entonces, la
organización tomó la decisión de cancelar la conferencia de Ernesto y emitir un
comunicado en el que su caso se enjuiciaba como representativo de ciertas dinámicas
nocivas para la Universidad, la Filosofía y la Sociedad, y se agradecía el valor de la
acusación por haberlo hecho público. Yo me opuse a que se secundara sin pruebas
semejante difamación y me salí de la organización. Para suplir el hueco de la ponencia de
Ernesto, la presidenta del comité propuso un foro abierto donde la gente expusiera casos
de abuso similares. Por razones que no vienen al caso, el día de su celebración yo no
asistí, pero me consta que este foro lo abrió la presidenta admitiendo (como se hacía en el
comunicado) que nuestro congreso había incurrido en una negligencia al no haber previsto
a priori la paridad sexual. En un acto de complaciente penitencia, la presidenta del comité -
quien, por cierto, no había participado en la criba anónima de las propuestas- se permitía
calificar de negligente el procedimiento más justo conocido para seleccionar a los
participantes de una convocatoria de este tipo, y en cambio no veía negligencia alguna en
la publicación de un comunicado institucional en el que daba por ciertas, sin conocimiento
ni pruebas, acusaciones sobre terceros tan infames. Esto seguramente se deba a
incapacidad analítica y contaminación ideológica antes que a mala fe, pero ello no le exime
de responsabilidad, ya que desestimó los correos en los que el padre de Ernesto
desmentía estas acusaciones e instaba a la rectificación.
En todo caso, dado que mucha gente pidió explicaciones y lo que se ofreció en el
comunicado (y lo que se dijo en el congreso) no fue más que retórica complaciente ajena a
los hechos, por indignación y respeto a la verdad ‒valor que debería ser bandera, al
menos, de los que se dedican a esta disciplina‒ he decidido hacer este “informe”.
Si no me he pronunciado hasta ahora es porque, al contrario de quienes nos boicotearon,
yo no tengo voluntad de herirlos a las bravas ni influir negativamente en sus carreras. De
hecho, me parece muy bien que convoquen y secunden los congresos y contra-congresos
que quieran (como habrán podido comprobar, nadie intentó reventarles el suyo, a pesar de
levantarse sobre infamias). Ahora bien, haberlo hecho de forma tan mezquina merece
como mínimo una respuesta: se les recibió con reconocimiento y los brazos abiertos
eximiéndoles (a buena parte de ellos) de tener que concurrir mediante el formulario
anónimo como el resto de los proponentes; se les rebajó el precio de la inscripción; se les
dio extensas explicaciones sobre la coyuntura del programa provisional cuando las
pidieron; luego supeditaron su asistencia a la invitación de algún otro ponente femenino,
más tarde la supeditaron a la existencia de paridad sexual en todas las propuestas
aceptadas y después amenazaron con una campaña de desprestigio si no cumplíamos sus
exigencias; habiéndolas cumplido, convocaron igualmente un contracongreso, publicaron
fragmentos de mi correspondencia privada y nos insultaron y difamaron con voluntad de
humillación en las redes; posteriormente, alentaron el linchamiento contra uno de los
ponentes de nuestro congreso (hasta el momento partícipe de su causa y amenaza), a
quien se acabó vetando para -nuevamente- complacerlos: entonces llegó el contra-
comunicado agradeciendo el gesto, pero insistiendo en que también se debía vetar a otros
de los ponentes programados. Y toda esta demostración de poder mediático y tráfico de
influencias ‒utilizadas contra unos don nadie provinciales‒ se amparaba sin pudor en un
discurso contra la desigualdad estructural.
Vaya por delante que me ha costado un mundo encontrar el tono y las energías para
abordar este tema, pues me ha supuesto enfrentamientos con compañeros que aprecio e
involucra disputas intrafamiliares ajenas sobre las que no tendría (ni quiero tener) nada
que decir. El problema es que esas disputas han desbordado su ámbito hasta salpicarme ‒
dadas las pretensiones sociopolíticas y académicas de la acusación contra Ernesto‒,
echando a perder mi participación en un proyecto en el que me impliqué durante casi un
año, y habiendo resultado yo (y mis compañeros) en diverso grado objeto de coacción,
amenaza, boicot, desprestigio e insulto mediático. Espero que todos los involucrados
tengan la deferencia de leer con detenimiento y sopeso lo que tengo que decir, pues
pretendo decirlo con la suficiente elocuencia y exhaustividad como para no tener que
repetirme en los comentarios.
Mi exposición se va a dividir en las siguientes partes:
1. La organización del congreso y mi papel en ella.
2. El origen de las controversias: en el programa provisional no había paridad.
3. Fundamentación estadística de la disparidad existente, en favor de uno u otro género,
en las diferentes disciplinas. (Y demostración de la falta de ejemplaridad de quienes nos
boicoteaban).
4. Sobre la convocatoria del contra-congreso y el modus operandi de los boicoteadores.
5. Conclusiones.
1. La organización del congreso y mi papel en ella.
Las primeras reuniones del comité organizador del 56 Congreso de Filosofía Joven
tuvieron lugar entre mayo y septiembre de 2018. En ellas participaron intermitentemente
11 personas (7 mujeres y 4 hombres) venidas de diferentes disciplinas (Filología, Historia
del Arte y Filosofía). Con el paso de los meses, este comité se fue reduciendo (yo fui la
última persona en abandonarlo, tras el veto a Ernesto y el consiguiente comunicado
enjuiciándolo), hasta contar ‒en vísperas de la celebración del congreso‒ solo con 7
personas (5 mujeres y 2 hombres). Por su parte, las once personas que figuran en el
“comité científico” lo hacen únicamente a título nominal, pues no han tenido nada que ver
en el desarrollo de la organización.
Yo me incorporé al proyecto por sugerencia de un amigo, a quien le habían pasado el
relevo de la organización en la anterior edición (Murcia 2018). Mi interés por la
organización de estos eventos es más bien nulo, ya que ni siquiera he participado como
ponente en ninguna ocasión, pero me metí para reinsertarme en la vida social y académica
después de haber pasado los dos últimos años encerrado escribiendo la tesis. A medida
que el doctorado y otras investigaciones me dejaban tiempo libre, participé más
activamente en la organización.
Mi parte en el proyecto consistió principalmente en lo siguiente: la elaboración de un
dossier de todas las ediciones anteriores del congreso para orientar el nuestro y evitar
repetir el enfoque (el tema central de este año, «lo joven», no lo elegí yo ‒de hecho me
parece que tiene poco recorrido filosófico, como manifesté en su momento‒, pero lo
acepté y aporté alguna línea temática); la redacción del llamamiento para presentar
propuestas a partir del tema y la estética consensuadas; la edición del vídeo para difundir
este llamamiento; la propuesta de algunos ponentes para invitar (puesta en común con las
de mis compañeros); el contacto con instituciones españolas relacionadas con la Filosofía
para que se hiciesen eco del congreso; la búsqueda de otros eventos sobre los temas de
nuestra edición para compartirlos por las redes; la creación y organización de listas de
páginas, vídeos y canales de YouTube de contenido filosófico en español y otros idiomas
para compartir por las redes; la gestión del correo del congreso durante varios meses
(excepto los acuses de recibo puramente burocráticos, he firmado toda la correspondencia
mantenida a través de este correo); el registro de los datos y comprobantes de cada uno
de los ponentes y asistentes; la lectura y criba de las 128 propuestas recibidas (luego
puesta en común con la de mis compañeros); la confección de los programas en formato
“paralelas” a partir del conjunto de propuestas aceptadas tras la repesca (el elevado
número de comunicaciones aceptadas con la “reforma paritaria” obligaba a programar
mesas simultáneas) y la gestión puntual del Facebook del congreso (las respuestas a los
comentaristas del muro de Ernesto cuando anunció su participación, la sugerencia de la
posible influencia de Giorgio de Chirico en la estética Vaporwave, y las publicaciones
sobre la historia de la Filosofía en Galicia). Además de esto, también cometí una
informalidad al sugerir a una persona la posibilidad de que viniese al congreso en calidad
de ponente, sugerencia que quedó sin confirmar: tras varios meses de silencio por ambas
partes, y habiendo salido temporalmente de la organización, me olvidé de avisar a mis
compañeros de que había quedado ese cabo suelto para que le informasen del nuevo
escenario (la repesca forzada de comunicantes femeninos para alcanzar la paridad hacía
inviable incluirlo en el programa). Ello le supuso una serie de molestias por las que ya le
pedí disculpas personalmente, y que reitero. De todo lo demás que se haya hecho en
nombre del congreso no puedo hacerme cargo.
Entre mediados de enero y mediados de febrero, durante las semanas de la “reforma
paritaria”, me salí de la organización temporalmente para preparar la defensa de mi tesis
doctoral. Lidiar con el boicot en marcha me estaba quitando demasiadas energías y
concentración. Me reincorporé después de la defensa, aceptando el remedio que ‒sin
disponer de muchas más opciones, dadas las amenazas de boicot‒ habían implementado
mis compañeros, y seguí participando hasta el 28 de marzo, cuando decidieron vetar a
Ernesto y emitir un comunicado enjuiciando su caso. Yo me opuse, pero era minoría, y
como la última palabra la tenía la presidenta (profesora contratada de la facultad) y todos
los demás concordaban con ella, el congreso se acabó sumando a la difamación.
Entonces pedí que se quitara mi nombre del comité organizador. Al día siguiente, estando
aún en el grupo de WhatsApp de la organización, insistí para que rectificasen, hasta que
mis discusiones y desacuerdos hicieron de mi presencia algo incómodo ‒a veces me
expreso con dureza, no lo niego‒ y mis compañeros decidieron dejarme al margen de las
novedades y decisiones creando otro grupo. Posteriormente, también cambiaron la
contraseña del correo del congreso para que yo no tuviese acceso. No les culpo, estaban
sometidos a mucha presión y su principal intención era sacar a delante el congreso
(aunque fuese, a mi juicio, atropellando innecesariamente la reputación de terceros).
Además, tenían razón en una cosa: cualquiera de las decisiones que tomasen iba a ser
censurada y atacada por alguna de las partes; supongo que consiguieron contentar y
apaciguar a la más virulenta.
En su defensa debo decir, basándome en lo que comentaron libremente en el grupo, que
mis compañeros no son conscientes de haber incurrido en ninguna difamación con el
comunicado (el cual fue redactado por la presidenta del comité, no por ellos), que su
principal objeto era la prevención de los escraches y boicots que ya se estaban
organizando, y que al secundarlo no pretendían dar por cierta a priori la acusación contra
Ernesto. Sin embargo, a mi juicio (y de quien preste la debida atención al comunicado),
esta pretensión no concuerda con lo que se dice en el texto, en el que sí se culpabiliza a
Ernesto y se felicita el valor de la acusación. Si el objetivo era preservar la celebración
segura del evento, bastaba con informar a Ernesto de los escraches programados y
acordar con él, si fuese necesario, la cancelación de su ponencia; no imponerla
unilateralmente, y menos aderezarla con enjuiciamientos tan infames.
(continúa)
Sobre la organización del 56 Congreso de Filosofía Joven (II)
2. El origen de las controversias: en el programa provisional no había paridad.
Ramón del Buey Cañas nos escribió (23.12.2018) en su nombre y en el de Elena Castro
Córdoba, Blanca Martínez Gómez y Víctor Aguado Machuca para proponernos una mesa
redonda en torno a la “Nueva Sinceridad”, corriente estética que ya habían tratado en otros
seminarios. Les contesté agradeciéndoles la propuesta y el interés, confirmándoles que
estaríamos encantados de que participasen, y les propuse un espacio de 2 horas para su
panel (lo que suponía media hora por persona, frente a los 20 minutos de que dispondrían
los comunicantes aceptados mediante criba anónima). El 13 de enero de 2019, tras
finalizar la selección de propuestas, y en respuesta a un nuevo correo de confirmación, les
informé de la necesidad de que pagasen para finiquitar el proceso de inscripción: uno de
ellos debía pagar 25 €, como el resto de los ponentes aceptados, mientras que los demás
integrantes del panel bastaba con que abonasen 6 €, como si fuesen en calidad de
asistentes con certificado (esta rebaja la acordamos en el comité debido a que no
habíamos informado en su momento a los dos paneles cerrados que nos habían escrito
por iniciativa propia sobre la necesidad de que pagasen también unos mínimos para hacer
frente a los gastos del congreso: cartelería, cáterin, etc. También se les dio más plazo que
al resto de los participantes para realizar el pago). A ello contestaron (14.01.2019)
requiriendo, «en la medida en que nuestro pago conforma el presupuesto mencionado,
una labor de organización del congreso que también garantice la proporcionalidad entre
hombres y mujeres en el caso de las ponencias invitadas, con cargo a dicho presupuesto.
De no ser ya posible, cuando menos nos gustaría recibir una explicación de los motivos
por los cuales se ha producido este desequilibrio en la selección de las seis ponencias
invitadas».
Yo les di las siguientes explicaciones, excediéndome (a juzgar por las consecuencias) en
profusión y transparencia:
- El panel de invitados era provisional: hasta el momento solo se había contactado con
gente que vivía en Santiago y cercanías porque no suponían un gasto para la organización
(es decir, en un principio, venían gratis). Entre estos contactos de cercanía se incluía a
Rebeca Baceiredo (ya confirmada) y a Marta Pérez (por confirmar). El único invitado que
venía de lejos ‒y al que por ello se le pagaba el viaje‒ era Ernesto Castro, quien además
se había ofrecido a ahorrarnos el gasto de su alojamiento porque conocía gente en
Santiago que le podía hospedar. Por el momento también habíamos invitado a Ter, pero
todavía no nos había contestado, y estábamos esperando a que la facultad nos concediera
parte del presupuesto del 2019 para contemplar otras invitaciones, ya que todavía no
sabíamos si el dinero de las inscripciones sería suficiente.
- Haciéndome eco de su compromiso para con la “sinceridad”, les desvelé (sin que ellos
me lo hubiesen preguntado) que la criba de propuestas recientemente concluida, y todavía
no publicada, no curaba la “brecha de género” del congreso: «de las 128 propuestas
recibidas solo 46 son de mujeres (o participan en ellas junto a más ponentes), y de las 35
aceptadas solo 7 son de mujeres [en realidad, corrijo, eran 8]. Es decir, las mujeres
representan el 36 % de los proponentes y el 20% [corrijo: 23%] de los ponentes aceptados.
La primera fase de la selección ha seguido el procedimiento de revisión “ciega” (anónima)
atendiendo a la adecuación temática, calidad expositiva y originalidad de perspectiva de
las propuestas, y en las siguientes fases, para los varios casos dudosos, se recurrió al
currículum del proponente en la búsqueda de un aval o señal que nos permitiera ponderar
su inclusión frente a otras. En alguna ocasión primó, en efecto, el hecho de ser mujer para
desequilibrar la balanza a su favor, pero a la luz de los resultados está claro que este
procedimiento no fue suficiente para conseguir la paridad». Dicho esto, les comenté, a
título personal (resaltando que mi postura no tenía por qué ser compartida por el resto del
comité), que forzar la paridad, como nos exigían, no era a mi juicio ni justo ni proporcional
ya que no existía paridad en las propuestas recibidas y el criterio para seleccionarlas debía
centrarse en la calidad y adecuación de estas antes que en el sexo de su emisor. Al
parecer, este comentario les escandalizó hasta tal punto que decidieron exponer los
párrafos más “sinceros” de mi correspondencia en el manifiesto y las redes de su
contracongreso.
- Les transmití que compartía parte de su crítica al panel de invitados y que si estuviera en
mis manos borraría la mitad: yo no había invitado a nadie y dentro del comité ya habíamos
discutido con el responsable de tantas invitaciones unilaterales, la mayoría realizadas sin
consenso previo, por lo que estábamos viendo cómo modificarlo (el programa, insistí, no
estaba cerrado). Mi postura era la de reducir las invitaciones a un mínimo ‒dado el
carácter juvenil del congreso, los participantes carecen de trayectorias lo suficientemente
consolidadas como para recibir esa diferencia de trato‒ que pudieran ser de interés (por su
afinidad con los temas propuestos) y de reclamo (por su relativa repercusión mediática).
- Añado ahora que durante la tormenta de ideas de las primeras reuniones ‒hay capturas
de WhatsApp que lo demuestran‒, los cuatro nombres que propuse como posibles
invitados (dada la orientación que se había escogido para esta edición) fueron los de Laura
Tabarés (por sus trabajos de videoarte conceptual sobre los memes, cuestiones
relacionadas con varias de las líneas temáticas del congreso), Víctor Aguado Machuca
(por sus trabajos sobre la estética Vaporwave en la que se inspira la carta de presentación
del congreso), Ter (por sus vídeos apologéticos de la “millennialidad”, metatema por
excelencia de esta convocatoria) y Clara Ramas (por sus trabajos sobre Marx y la nueva
situación geopolítica, tema incluido en una de las líneas temáticas). De todos ellos, solo
Clara había estudiado la carrera de Filosofía, pero los demás también podían aportar
enfoques interesantes para abrir debate sobre los temas centrales de esta edición. Antes
de que les contactásemos (cosa que ‒si había consenso en el comité, pues no eran las
únicas opciones‒ se habría hecho a partir de mediados de enero de 2019, una vez
confirmados los nuevos presupuestos), la misma Laura Tabarés nos escribió (14.12.2018)
por iniciativa propia para consultar la posibilidad de enviar un vídeo a modo de
comunicación sin necesidad de personarse. Le respondí que nos alegraba mucho su
interés y propuesta, haciéndole saber que conocía su trabajo, y comentándole que el resto
de los comunicantes participaban presencialmente, pero que con ella podríamos acordar
una comparecencia vía Skype tras la emisión del vídeo para que contestase a las
preguntas de los asistentes. Laura nos contestó que lo que nos fuera más cómodo, que no
quería ocasionar molestias a la organización. Le dije que no se preocupase, que no
suponía ninguna molestia, y que cuando tuviese su propuesta desarrollada nos la enviase
para saber cómo proceder. No volvió a escribirnos. Por su parte, a Ter y a Clara Ramas
las invitamos formalmente a mediados de enero: Ter nunca contestó y Clara nos dijo que
durante esas fechas tenía la agenda muy apretada y no podría asistir. No deja de ser
desconcertante que dos de las cuatro personas que yo había propuesto para invitar (Laura
y Víctor), y a las que recibí con los brazos abiertos cuando ‒antes de hacerlo nosotros‒
nos escribieron, eximiéndoles de tener que sumarse al proceso de criba anónima (al que sí
se enfrentaron el resto de las 126 propuestas recibidas mediante el formulario), hayan sido
partícipes del boicot que se organizó contra nuestro congreso, llegando al punto de
programar (o apoyar) un contracongreso en Madrid durante las mismas fechas.
En su respuesta a mi correo, Víctor nos propuso precisamente los nombres de Laura y Ter
para que mejorásemos el panel de invitados del congreso, resaltando que su petición de
paridad (a cuya solución condicionaban ahora su asistencia al congreso) no se refería a
las propuestas seleccionadas por revisión anónima, si no a las ponencias invitadas, pues
era en ese punto (tenía razón) donde se hacía patente nuestra responsabilidad respecto
de la apariencia dispar del programa. Miguel Ballarín, Toni Navarro y Diego Zorita (cuyas
propuestas habían sido aceptadas para venir al congreso) se sumarán a esta petición,
añadiendo Diego el nombre de María Gelpí como sugerencia de posible invitada: «no
siendo necesario el establecimiento de una cuota proporcional sino únicamente un
esfuerzo de curiosidad e investigación en el trabajo filosófico realizado por mujeres». Vaya
por delante que yo estoy completamente de acuerdo con esta llamada de atención al
esfuerzo y la curiosidad, pero me parece que se realiza sin tener en cuenta lo que había
apuntado en mis primeras explicaciones: que, hasta el momento, solo habíamos invitado a
gente que vivía en Santiago y alrededores porque venían gratis. Estábamos esperando la
adjudicación de parte de los presupuestos de la facultad de 2019 para afrontar otras
invitaciones. Una vez contactado Ernesto, se había hecho lo propio con Ter, pero ella
todavía no nos había contestado. A mediados de enero, coincidiendo con mi
correspondencia con Ramón, Víctor, Toni, Miguel y Diego (Elena y Blanca, integrantes del
panel Nueva Sinceridad junto a Ramón y Víctor, nunca se pronunciaron directamente), y
una vez estimada la cantidad de propuestas aceptadas (lo que nos daba una idea del
tiempo disponible para otros invitados), los miembros del comité pusimos en común una
nueva lista de posibles invitadas. A los ya mencionados, yo añadí los nombres de María
Gelpí (como le dije a Diego en respuesta a su correo, conocía y me interesaba mucho su
trabajo), Laura Nuño de la Rosa (cuyos trabajos sobre filosofía de la biología entroncaban
muy bien con las mesas de transhumanismo y nuevas tecnologías programadas) y Alba
Jiménez Rodríguez (la única que no conocía; me informé sobre su trabajo a raíz de la
sugerencia ex profeso de un amigo). Mis compañeros propusieron otros nombres y luego
se eligió por votación. Finalmente se escribió a Laura Nuño, Emma Ingala, Clara Ramas y
Catia Faria: las dos primeras aceptaron la invitación, mientras que las dos segundas la
declinaron porque tenían otros compromisos.
Después de reiterar mis explicaciones en un nuevo correo, les comuniqué este proceso
abierto en los siguientes términos:
«El número de propuestas aceptadas ‒y el tiempo que ellas cubren‒ se calculó en función
del formato de mesas paralelas al que, por desgracia, hemos tenido que recurrir, pero
dejando así un poco de espacio a posibles incorporaciones posteriores, y sobre ellas
trabajaremos los próximos días. No obstante, que tanteemos algunas opciones femeninas
no garantiza que vayan a asistir, lo que nos pone en una situación de incertidumbre ante
vuestras condiciones, que sinceramente creo que llegan a destiempo: el programa
provisional ya estaba publicado antes de que nos propusierais esta mesa. / Por lo demás,
pongo seriamente en duda [en respuesta a lo que afirmaba Víctor en su correo] el que la
mayoría de las mujeres supediten su participación en congresos al género que prevalece
en el plantel de invitados [un panel provisional que, dicho sea de paso, no se incluía en el
llamamiento para enviar propuestas]. El número de propuestas de mujeres para este
congreso es aproximadamente proporcional al número de matriculados en la carrera de
filosofía en las universidades españolas (según el INE, en el curso 2009-2010, de 5.735
matrículas, 2.257 son de mujeres, i.e., ca. 40%). Que en el programa de este congreso
haya mayoría masculina, y aunque esta mayoría no represente tampoco la menor
desproporción de género que hay en la dedicación a esta disciplina, se debe a una
situación concreta y a los avatares que pasó en su momento la organización. [En realidad,
la proporción de mujeres del programa provisional ni siquiera era de 1 a 5, pues el panel
de Lapicero Blanco contaba con 5 mujeres y 4 hombres, dato que ya les había comentado
en el correo anterior: el programa provisional incluía 15 personas, 6 de ellas mujeres, esto
es, las mujeres representaban el 40% del programa provisional, no el 20%]. Sabemos
perfectamente que en España hay mujeres jóvenes de cierta proyección y reconocimiento
que pueden ofrecer ponencias interesantes y adecuadas al congreso, el problema es que,
hasta donde conocemos, en el entorno que, por razones de presupuesto, manejábamos,
son menos. Estas son las escusas que os puedo transmitir por ahora, así como
aseguraros que estamos trabajando para enmendar parte del programa (pues, como ya he
dicho, comparto alguna de vuestras críticas), pero la enorme gravedad de la disparidad
cuya enmienda exigís no es seguro que pueda corregirse del todo. Os mantendremos
informados. Mientras tanto, recibid un cordial saludo y mis deseos de que finalmente
participéis en el congreso».
En el siguiente correo, Víctor y Ramón nos confirmarían que finalmente no iban a venir
(Elena y Blanca, cuyos correos siempre se incluían en copia durante la correspondencia,
nunca se pronunciaron). Dos semanas después (30.01.2019), Ernesto Castro nos escribió
haciéndose eco de las exigencias de paridad del panel ‘Nueva Sinceridad’, en el que
estaba su hermana. Según Ernesto, «en 2019 es intolerable que se organice un Congreso
de Filosofía Joven en el que no haya como mínimo paridad de género», y para alcanzar tal
fin pone a nuestra disposición su participación para que invitemos en su lugar a una
filósofa joven: «De todas formas, sabed que yo no voy a asistir a un congreso en el que no
haya al menos el mismo número de hombres que de mujeres. No he dicho nada hasta
ahora porque creía que iba de suyo. Ojalá esto se solucione antes de la publicación del
programa definitivo y no tenga que pronunciarme públicamente sobre una cuestión que me
parece tan evidente que habría deseado no tener que escribir nunca este correo». Ante
estas amenazas, uno de los miembros del comité le envió por privado el nuevo programa
provisional, a lo que él nos respondió: «Dejando de lado las intervenciones colectivas de
Lapicero Blanco y de Homo Velamine, he contado que entre los participantes a título
individual figuran 29 nombres masculinos frente a solo 11 femeninos. No sé si sois
conscientes de que esta proporción de género es escandalosa y de que no vale escudarse
en que hay paridad de género entre los ponentes plenarios o invitados (2 hombres frente a
3 mujeres). En primer lugar habría que reflexionar sobre por qué tan pocas mujeres se han
animado a presentar una comunicación en este congreso. ¿Quizás porque sospechaban
que no se iban a sentir cómodas y seguras en este congreso dadas las características
ideológicas y de género de los ponentes que inicialmente figuraban como invitados (entre
los cuales yo me encuentro)? En segundo lugar, si se da como un hecho consumado e
insuperable la cifra de 11 mujeres (yo no lo daría: todavía estáis a tiempo de persuadir a
alguna de las múltiples filósofas jóvenes que conocéis, ¿empezando quizás por las propias
organizadoras del congreso?), yo, en vuestro lugar, solo aceptaría 11 conferencias
pronunciadas por hombres. Todavía podéis reducir el número de las mesas redondas,
aumentar su duración y ser más selectivos con los ponentes masculinos. Más vale
celebrar un congreso pequeñito, que no obstante cumpla con unos mínimos principios
ético-morales, en vez de un macrocongreso superambicioso al que los medios de
comunicación y los movimientos sociales pongan como un ejemplo de malas prácticas. Ya
sea por convicción o por compromiso con el feminismo, muchos de los ponentes cuyas
comunicaciones habéis aceptado se van a ver obligados a declinar la participación en
cuanto se haga público el programa de un congreso con apenas 30% de mujeres. Yo, por
lo pronto, después de tantos años de complicidad más o menos activa con el machismo
institucional, me he propuesto no participar en ningún congreso más en el que no haya
como mínimo una paridad de género. Si no estáis dispuestos a tomar ninguna de las
medidas que os he sugerido ‒1) invitar a más mujeres; 2) aceptar a menos hombres‒, me
temo que no podré participar en un congreso en el que tantas expectativas e ilusiones
había puesto, o que vaya a ser un ejemplo de nada bueno, con vistas a la campaña de
desprestigio que se os va a venir encima. Yo, si fuera vosotros, no lo haría».
Ante esta nueva amenaza, mis compañeros ‒yo me había salido temporalmente de la
organización, ya que el 8 de febrero tenía la defensa de mi tesis doctoral‒ propusieron
varias soluciones, decantándose finalmente por la repesca de la mayoría de las
propuestas de mujeres que habían sido rechazadas en la selección ciega (anónima), para
así alcanzar la paridad (la selección de esta repesca siguió un criterio un tanto atropellado
y arbitrario, según tengo entendido). Les hice saber que no estaba de acuerdo con ese
procedimiento: la criba de propuestas había sido imparcial (en función de su calidad y
adecuación, habíamos tomado todas las recibidas en igualdad de condiciones) y anónima
(sin importar el sexo del proponente), y las razones de la disparidad de género resultante
eran ajenas al criterio seguido; no había razón para escandalizarse de que así fuera: como
demostraré mas adelante, cada disciplina tiene unos porcentajes diferentes por sexos, y la
carrera de Filosofía, dentro de las llamadas humanidades, es la única en la que las
mujeres son minoría. Además, les advertí de que los alentadores del boicot ya nos habían
escogido como cabeza de turco de su reivindicación y que les iba a dar igual que
finalmente se cumplieran sus condiciones ya que era mucho más morboso reventar un
congreso que secundarlo; a juzgar por el contracongreso que montaron después creo que
no me equivocaba.
Sea como fuere, acepté la solución que propusieron ya que durante aquellos días yo no
podía implicarme en la búsqueda de otra vía (y, a decir verdad, después de la amenaza de
Ernesto no teníamos muchas más opciones si queríamos que el congreso siguiera
adelante). El 14 de febrero, tras enviar a los participantes el nuevo programa, Ernesto nos
escribió confirmando que, dada la paridad alcanzada, finalmente no tendría problemas en
asistir.
(continúa)
Sobre la organización del 56 Congreso de Filosofía Joven (III)
3. Fundamentación estadística de la disparidad existente, en favor de uno u otro género,
en las diferentes disciplinas.
Tanto Ernesto como Víctor señalaban la menor presencia de mujeres en el panel de
invitados como la principal causa inhibitoria de la respuesta de otras mujeres al
llamamiento de participación. Sin ánimo de negar en rotundo alguna influencia de este
factor, las razones que di por correo en su momento para explicar la falta de paridad en las
propuestas recibidas incidían fundamentalmente en que tampoco hay paridad en el
número de matriculados en la carrera de Filosofía. Me gustaría desarrollar este punto
porque me parece determinante y ninguno de mis interlocutores dio muestras de tenerlo en
consideración, si quiera para rebatirlo.
La siguiente tabla [véase tabla Nº1] muestra los porcentajes de mujeres matriculadas en la
carrera de Filosofía y en másteres y doctorados del campo “Filosofía y ética” en España
durante los últimos años. Los porcentajes los he calculado a partir de los datos sobre el
número total de matriculados y el número específico por sexos, tal y como se encuentran
disponibles en: S.G. de Coordinación y Seguimiento Universitario. Sistema Integrado de
Información Universitaria (SIIU). Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte: http://www.educacionyfp.gob.es/…/universitaria/estadisticas…]
Teniendo en cuenta que los másteres son complementos de formación no necesariamente
vinculantes a una disciplina (el año que duran no suele ser suficiente para abarcarla
siquiera de manera introductoria), me parecen más relevantes aquí las estadísticas
referentes a las matrículas de grado-licenciatura (con dedicación de 4 a 5 años aprox.) y
doctorado (de 3 a 5 años aprox.). En ellas, los porcentajes de mujeres en el campo de la
Filosofía durante los últimos años van del 32 al 47 %, manteniéndose sobre todo en torno
al 37 %.
En esta edición del Congreso de Filosofía Joven se recibieron un total de 126 propuestas
(126 mediante formulario, menos 2 que estaban repetidas, más otras 2 que llegaron por
correo = 126). De estas 126 propuestas, 45 eran de mujeres (o participaban en ellas junto
a más gente); es decir, el 36% de las propuestas recibidas eran de mujeres. Este
porcentaje es prácticamente el mismo que el del número de matriculadas en los estudios
universitarios de Filosofía durante los últimos años (ca. 37 %).
Me parece que estos datos son lo suficientemente elocuentes como para poner en
cuestión la supuesta influencia negativa que la mayor presencia de ponentes invitados
masculinos habría ejercido sobre las voluntades femeninas a la hora de querer participar.
Además, cabe resaltar que el programa provisional de invitados no se divulgó junto al
llamamiento: ni en el vídeo que difundimos, ni en los carteles que colgamos, ni en las
circulares que enviamos a las diferentes instituciones se hacía mención alguna a los
invitados programados ya que se trataba de un panel provisional en el que faltaban
muchas confirmaciones. Por otro lado, este panel (del que yo ya me había quejado a su
responsable, como les transmití a los integrantes de la mesa ‘Nueva Sinceridad’), si bien
compuesto mayoritariamente por hombres, no lo estaba en tanta desproporción como
algunos entendían: en él aparecían seis nombres (cinco hombres y una mujer) y un panel
cerrado, el del colectivo Lapicero Blanco, en el que participaban cinco mujeres y cuatro
hombres. Esto da un total de 15 personas figurando en el programa provisional eximido de
criba anónima (de sumarse las cuatro personas ‒dos mujeres y dos hombres‒ del panel
Nueva Sinceridad, serían 19). De estas 15 personas, 6 eran mujeres, lo cual resulta en un
40% de representación femenina (en caso de haber incluido el panel Nueva Sinceridad, las
mujeres serían 8 de 19, es decir, el 42% del programa provisional).
La criba de las propuestas recibidas se hizo atendiendo a su originalidad de perspectiva,
adecuación temática y calidad expositiva. Cada miembro del comité hizo su propia
selección previa valorando las propuestas en cuatro grados: rechazada, dudosa tirando a
no, dudosa tirando a sí y aceptada. Luego se pusieron en común (las identificábamos por
el número de registro) y se discutieron. Sobra decir que nuestras valoraciones no siempre
coincidían: cuando había acuerdo unánime en aceptar o rechazar, la propuesta recibía
fácil veredicto, pero para los casos dudosos hubo que releerlas varias veces y discutir sus
puntos fuertes y débiles. Cuando esto no era suficiente, se recurría al currículum de los
proponentes, para ver si sus trabajos anteriores sugerían un aval que nos ayudase a
decidir.
Durante esta puesta en común se discutió, por ejemplo, sobre si dar preeminencia, en los
casos dudosos, a las propuestas de estudiantes de Filosofía (de quienes procedían la
inmensa mayoría) antes que a las procedentes de otras disciplinas. Mi postura era que no,
que debíamos centrarnos en la adecuación de la propuesta a las mesas temáticas y que a
veces era preferible que viniera alguien especialista en otras disciplinas para que
expusiera con mayor conocimiento técnico la problemática en cuestión y generar debate a
partir de ella. La discrepancia se originó con la propuesta de Mónica Sambade: «Nuevos
pasos hacia la automatización de la creación: el control algorítmico y la experiencia
moderna del diseño arquitectónico». Mónica era arquitecta, pero a mi juicio había enviado
una de las propuestas más sugerentes. Según algunos de mis compañeros, sin embargo,
era preferible elegir una propuesta sobre Inteligencia Artificial de alguien más formado en
Filosofía. Casualmente carecíamos de ejemplares reseñables que cumplieran el requisito,
así que (por suerte para mi criterio en este caso) se acabó incluyendo la de Mónica en el
programa. (No sucedió lo mismo, por ejemplo, con la también muy sugerente propuesta
sobre la I.A. y nuestra identidad del doctorando e ingeniero de telecomunicaciones Juan de
la Cruz Berlanga). Digo esto para que las organizadoras del contra-congreso sepan que
comparto activamente su crítica a esa «tendencia, sobre todo en el ámbito de la estética,
de hablar de ‘filosofía del arte’ sin realmente nunca hablar de producciones artísticas sino
tomándolas siempre como excusa del discurso filosófico».
Sea como fuere, en un principio, de las 126 propuestas recibidas se aceptaron únicamente
35 (el 28%), ya que disponíamos de solo dos días para celebrar el congreso y nuestra
intención era evitar la programación de comunicaciones simultáneas. Resulta que solo 8
de estas propuestas aceptadas eran de mujeres (es decir, el 23%); un porcentaje
ciertamente bajo, pero derivado de una criba anónima. Por otro lado, aunque la mayoría de
las propuestas aceptadas eran de hombres, también eran de hombres la mayoría de las 91
propuestas rechazadas: 53 de hombres y 38 de mujeres (es decir, los hombres suponían
el 58% del total de los proponentes rechazados).
No corresponde a este informe decir lo que se habría hecho, ni exponer las medidas que,
a expensas de las presiones, se nos pudiesen haber ocurrido en aquel momento para
corregir en parte esa disparidad tan pronunciada (por ejemplo, abriendo un nuevo periodo
de inscripción y poniendo mesas paralelas), pero la enmienda implementada (por
coacción) sin filtro ni mayor criterio que el sexo, no fue ni seria, ni justa, ni proporcional (ni
mucho menos defendible como un gesto de igual consideración hacia las mujeres, ya que
supone tratarlas como personas menos capaces). Y lo que es más sorprendente: ninguno
de los que nos exigieron a nosotros imponer la paridad en el programa so pena de boicot y
desprestigio mediático ‒acusándonos de malas prácticas ético-morales, connivencia con el
machismo institucional, desprecio por el trabajo hecho por las mujeres y grave
irresponsabilidad‒ se han atrevido a hacer lo mismo en otros foros, a los que acuden sin
rechistar, ni han aplicado a priori la paridad cuando eran ellos quienes organizaban
(únicamente, es cierto, cuando lo hacen en el entorno de los integrantes de Nueva
Sinceridad). [véase tabla 2]
En la siguiente tabla recojo el porcentaje de participantes femeninos en algunos de los
últimos eventos en los que participaron como ponentes (u organizadores) quienes nos
criticaron por no haber previsto a priori la paridad, exigiéndonosla luego y boicoteando
nuestro congreso después a pesar de haberla alcanzado tras cumplir sus condiciones.
Para reducir en lo posible la incomodidad de los aludidos, me limito a poner sus iniciales.
Al margen de estas inconsecuencias, tanto más asombrosas cuanto más recientes
(algunos de los eventos son posteriores al inicio del boicot contra nuestro congreso), si los
involucrados hubiesen tenido un mínimo de prudencia (virtud supongo que inhibida por la
aureola de complacencia moral que la convicción de poseer la «sensibilidad real» para con
el feminismo imprime en sus espíritus) se habrían molestado en comprobar si el otro
congreso que los mismos organizadores (yo incluido) convocaban para la misma semana
(8-10 de abril de 2019), y al que se enlazaba con una pestaña emergente desde la página
web del 56 Congreso de Filosofía Joven, presentaba la misma desproporción sexual que
éste en su programa provisional. La realidad es que no, aunque tampoco había paridad: la
mayoría de los proponentes seleccionados eran mujeres. [Compruébese
aquí: https://www.aepocadoespazo.info/…/AEpocaDoEspazo_Programa.p…].
En el congreso internacional “A época do espazo” (en el que yo habría participado con una
crítica al sintagma foucaultiano titular, de no ser porque los conflictos con el otro congreso
me llevaron a cancelar mi comunicación) se recibieron 110 propuestas, de las cuales 60
eran de mujeres (i.e., el 54% de las propuestas recibidas eran de mujeres). De esas 110
se aceptaron 40, entre las cuales 23 eran de mujeres; es decir, las mujeres representaban
el 57% de las comunicaciones aceptadas (tras mi renuncia y la de otro ponente, este
porcentaje ascendía al 60%). Por su parte, en el panel definitivo de invitados figuraban 12
personas, de las cuales 7 son mujeres (el 58%). [Véase tabla Nº4]
El criterio de selección fue el mismo que en el congreso de Filosofía Joven (la puesta en
común y discusión incluso se realizó el mismo día, el 8 de enero de 2019), pero el
resultado (en términos de proporción sexual) fue diferente. La principal explicación de esta
diferencia (al margen de las coyunturas puntuales de cada congreso y potencial
participante) reside, como ya apunté, en el diferente porcentaje de estudiantes femeninos
que hay en cada campo de estudio. Uno era un congreso de Filosofía (disciplina en la que
la presencia masculina es mayoritaria); el otro, un congreso interdisciplinar con base en
Filología en el que la mayoría de las propuestas procedían del ámbito de las Filologías,
habiendo también de Historia, Historia del Arte, Bellas Artes, Geografía, Sociología,
Filosofía y otras humanidades. De entre estas procedencias, pongo como ejemplo de
carrera donde la disparidad sexual es inversa la que yo he estudiado, Historia del Arte.
[Véase tabla Nº 3]
En la carrera de Historia del Arte (como en la mayor parte de las Filologías), las mujeres
son mayoría. En este sentido, el menor porcentaje de mujeres en la carrera de Filosofía es
una anomalía dentro de las humanidades (y también, en general, dentro de la universidad
española, en la que las mujeres representan aproximadamente el 55% del estudiantado).
Que en la carrera que yo he cursado haya una amplia mayoría de mujeres no me supone
ningún problema, y no se me ocurriría montar un escándalo por esta desigualdad concreta,
cuyas implicaciones socioeconómicas (interesantes, por lo demás) son irrelevantes en los
términos de opresor/oprimido que algunos plantean. Por su parte, que una carrera como
Filosofía, feudo de tantos charlatanes y vidas extraviadas, presente un menor porcentaje
de mujeres, debería ser motivo de enhorabuena antes que de indignación. Sobre todo,
porque se trata de una de las carreras con menos salidas profesionales directamente
asociadas; la carrera con la peor perspectiva laboral y más precaria. Bien es cierto que
todas las personas, mujeres o no, tienen derecho a desvivirse por esta ingrata disciplina,
pero el porcentaje de uno u otro sexo que se dedique a ella no tiene sentido que sea
motivo de trifulca (como no lo es en el caso inverso de las otras carreras señaladas).
(continúa)
Sobre la organización del 56 Congreso de Filosofía Joven (IV)
4. Sobre la convocatoria del contra-congreso y el modus operandi de los boicoteadores.
A principios de marzo, y a pesar de la reforma paritaria que reflejaba el nuevo programa,
Laura Tabarés, Elena Castro, Sara Barquinero y Blanca Martínez (todas ellas habían sido
aceptadas en un principio para participar en nuestro congreso: Elena y Blanca con el panel
Nueva Sinceridad, y Laura y Sara a título individual) anunciaron la convocatoria de un
congreso dirigido contra el nuestro: “Ontologías feministas. Divina y precaria juventud”. El
texto de su llamamiento y manifiesto emulaba burlescamente el contenido del nuestro,
llegando a incluir algunos de los fragmentos de mis correos a modo de documentos con
los que justificar la rabia que la convocatoria pretendía, según decían, organizar y
canalizar. A pesar de que tuvieron la deferencia de no dirigirse explícitamente a mi
persona, no voy a negar que esto me dolió y entristeció. Ya no solo por la frustración de
ver cómo todas las razones dadas habían sido despreciadas una vez determinadas
“palabras clave” hicieron chirriar sus prejuicios (y a pesar de que nuestro congreso había
sucumbido sobradamente a sus exigencias), sino porque gente a la que le había
transmitido explícitamente mi interés personal por su trabajo estaba desprestigiando
públicamente aquel en el que yo participaba con inferencias infundadas e infamantes
sobre mi supuesto papel y el de mis compañeros dentro de la academia y nuestros
intereses espurios para medrar en ella. No voy a glosar todas las cosas que nos atribuye
confusamente este manifiesto, solo señalar que resulta cuanto menos sorprendente que lo
esgriman aludiendo a una suerte de opresión que los organizadores ejercerían (o de la que
serían cómplices) contra el colectivo en el que se incluyen las contra-programadoras: ya
no sólo porque todas ellas habían sido bien recibidas en nuestro congreso, sino porque de
ningún modo gozan de menos privilegios y oportunidades académicas que los integrantes
de nuestro comité organizador: todas ellas, o bien disfrutan de becas predoctorales, o bien
tienen contratos puntuales como articulistas u organizadoras de eventos. Por muy
precarias que sean sus condiciones no lo son más que las de nuestro comité, donde solo
una persona de siete ‒si no me equivoco‒ tiene beca. Por mi parte, dediqué cuatro años a
hacer la tesis doctoral sin recibir un euro estatal (salvo a través del sueldo de mis padres,
claro), y mi vida y aspiraciones poco tienen que ver con la caricatura que se ridiculiza en
ese manifiesto. De hecho, si así fuera, si mi actitud se redujera a discurso afectado pero
inconsecuente, no habría invertido tanto tiempo y energías en dar razones y rebatir
aquellas exigencias que encontraba desvirtuadas: dado el apoyo inmediato y visceral que
el discurso enarbolado por los boicoteadores recibe actualmente en el entorno universitario
y las redes, y dado el posible linchamiento al que me exponía (y al que ahora me
reexpongo), lo más fácil y adecuado a esa supuesta impostación teórica habría sido
asentir y complacerlos. En este sentido, el manifiesto tiene razón en una cosa: la repesca
para alcanzar la paridad en las comunicaciones (no la modificación del panel de invitados,
la cual ya estaba internamente acordada antes de que se nos la exigiera) no responde a
una «sensibilidad real» para con estas reivindicaciones (aunque prácticamente la totalidad
de los miembros de nuestro comité suscriben a pie juntillas el discurso ‒pues se definen
feministas y favorables a la paridad en abstracto‒, por lo general lo consideraban, para
este caso, excesivo), sino al miedo infundido por la coacción y las amenazas que
recibimos, miedo que ciertamente es tan sensible como real y justificado en este caso.
Previamente a todo este jaleo, la única persona involucrada con la que había tenido algún
contacto era Miguel Ballarín, a quien hace tres años había escrito al enterarme de su
interés por la teoría de las artes urbanas: él se centraba en el Break Dance y yo en el
Parkour. Precisamente en relación con estos temas me escribió Miguel hace dos años, con
motivo de la preparación de un coloquio, para pedirme referencias de trabajos e iniciativas
que tomaban el Parkour como vía para la mitigación de conflictos urbanos y la inclusión
social. Yo le respondí encantado (lo volvería hacer) pasándole enlaces a fuentes
académicas y audiovisuales y diferentes tipos de iniciativas. Desde aquellas, al margen de
las veces que le hice saber a través de Facebook que valoraba sus publicaciones, no
tuvimos más interacción. Desconozco si Miguel sabía que yo era uno de los organizadores
del 56 Congreso de Filosofía Joven; en todo caso, sí lo supo cuando le pedí confirmación
de participación por Facebook, ya que no había contestado al correo que habíamos
enviado a quienes supeditaban su asistencia a la existencia de paridad. A pesar de ella,
Miguel, finalmente, me confirmó que no iba a venir (al parecer, ya lo había decidido
previamente «en bloque» junto a los integrantes del panel Nueva Sinceridad). Poco
después, tanto él como Víctor se quejaron públicamente de la organización de nuestro
congreso, incidiendo en la «lamentable» y «penosa» correspondencia que habían
mantenido con nosotros (conmigo, para ser exactos), calificando de excusas ridículas
todas las explicaciones que denodadamente les di y aguijoneando con sarcasmo la
“reforma paritaria” a la que ellos, encima, nos habían obligado a recurrir, insinuando que
redistribuíamos a las mujeres «como si fueran fruta» para tenerlos contentos (como si en
la organización no nos hubiésemos dado cuenta de lo problemático que iba ser sacar a
delante una mesa de feminismo donde la mayoría de ponentes eran hombres ‒hay
WhatsApps que demuestran las opciones que estábamos valorando‒; pero, hasta el
momento, tal había sido la resolución de la criba anónima a partir de las propuestas que
habíamos recibido). Desconozco si la Nueva Sinceridad consiste en hacer públicas
valoraciones tan humillantes y difamatorias como estas pasando por alto la presencia de a
quienes van dirigidas ‒y sin tener la deferencia de hablar previamente por privado con el
aludido para no dar por inmediatamente insuperable el desacuerdo al que este delirante
tema parece haber conducido, aunque fuese por respeto a la atención que él sí, y sin
recibir lo mismo, le había concedido en anteriores ocasiones‒. Desconozco también si el
Giro Afectivo consiste en poner muchos corazoncitos en cada mensaje, en retroalimentar
continuamente una sensibilidad exacerbada y ensimismada («girada» para sí) que
rápidamente bascula del amor al odio en cuanto encuentra algún obstáculo para la
expansión acrítica de sus ideas. Debe ser que uno, a sus ojos, carece de esa sensibilidad
privilegiada, y por eso los «afectados» no han visto razón para ocultar el insulto que me
dirigen en su reciente mensaje público a Ernesto: (dice Miguel) «Descubro asimismo hoy
que pretendes seguir asistiendo al congreso de Santiago, a pesar de que la paridad sigue
sin alcanzarse (29 mujeres frente a 30 hombres sin contar los colectivos, los cuales
conoces y te consta como a mí que son preponderantemente masculinos, y descontando
lo imbéciles que han sido desde la organización)». Esto es un fragmento de un correo
privado cuyo propio emisor a hecho público. Uno puede entender que, dada la delicadeza
del contexto (la acusación pública de Elena contra su hermano Ernesto), remarcar la
existencia de un supuesto enemigo común (los imbéciles organizadores del congreso, que
aún encima no han acatado al 100% las órdenes que les dimos [revísense los eventos
organizados por el enjuiciador]) ayude a sintonizar complicidades; además, en el ámbito
privado todos nos sobrepasamos. Pero hacerlo público (entiendo que deliberadamente, ya
que cada frase del escrito está bien medida) es otra cosa.
No voy a entrar a valorar su posición frente al linchamiento que ha recibido Ernesto, ni
mucho menos a juzgar las condiciones de su amistad. Solo voy a exponer mi postura en el
caso, como le he hecho saber por privado a Ernesto, ya que por este conflicto se han ido a
la basura varios meses de mi trabajo.
Por lo general, concuerdo con su análisis (de Miguel y Víctor) del método que sigue
Ernesto. A mi tampoco me gusta que pase por encima de todos los temas sentando
cátedra, algunas veces de forma pretenciosa y superficial (aunque, con todo, con más
exhaustividad que la mayoría de quienes se dedican a difundir esta disciplina). Este
método resulta especialmente impertinente cuando los temas que aborda coinciden con
los de alguien que los atiende con más apego y dedicación. Es lo que pasó, por ejemplo,
cuando Miguel organizó el encuentro sobre “El materialismo” en el Círculo de Bellas Artes
de Madrid sin invitar a ningún miembro “ortodoxo” de la escuela del Materialismo
Filosófico: a ojos de algunos (no de mí), Ernesto estaba “robando” la portavocía de una
escuela de la que no sería un legítimo representante (amén del desprecio que supondría -
en caso de que Ernesto fuera a hablar de otro ‘materialismo’, cosa que los indignados no
tenían por qué saber a priori- no invitar al debate a la principal corriente filosófica que
había renovado la etiqueta “materialismo”). Las reacciones indignadas del “núcleo duro del
filomat” fueron objeto de burla entonces por alguien que hoy se encuentra en el banco
contrario del ‘juicio’: de aquellas se reía de los que se indignaban -sin llegar al boicot- por
el supuesto “apropiacionismo” de Ernesto; hoy se indigna porque Ernesto se ha
“apropiado” de un tema que él trabaja junto a la hermana de éste.
En este último caso, dado el carácter millennial (por decir algo) de los involucrados, si de
algo se puede acusar a Ernesto es de imprudencia y provocación. La falta de
consideración hacia la “territorialidad temática” de su hermana -conociendo la afección con
que la trata, y a sabiendas de las inquinas fraternales que, a todas luces, no han resuelto-
me parece, cuanto menos, retorcida. Pero eso no quiere decir que vea normal la acusación
y el linchamiento que ha alentado contra él, infame tanto por el medio escogido como por
su contenido. Es probable que Ernesto tenga un punto de sociópata, como Miguel y Víctor
señalan, pero que sea un ‘pisatemas’ no lo convierte en un plagiador, ni mucho menos en
un “machista” y maltratador que abusa de su hermana. Que una trifulca entre hermanos se
haya pretendido hacer pasar por un caso paradigmático de esa supuesta “guerra de
sexos” proclamada por la retórica maniquea, y que tantos la hayan secundado como tal,
dice mucho del nivel de podredumbre ideológica en el que nos encontramos. De lo único
que es ejemplar este caso es de la actualidad del mito de Abel y Caín, pero remozado con
‘New Media and Feminism’.
Los padres de Elena y Ernesto no se han pronunciado públicamente, pero sí lo han hecho
por privado, mediante una amenaza de querella contra los organizadores del 56 Congreso
de Filosofía Joven si no rectificaban el comunicado en el que se asumía como veraz la
acusación contra Ernesto. Me permito decirlo aquí porque me parece que más allá de los
daños morales y académicos que ha causado esta polémica (a mí incluido), a nivel jurídico
no hay caso, y porque Fernando Castro ha insistido en que está dispuesto a dar todas las
explicaciones oportunas en cualquier ocasión para probar que es falso lo que dice su hija.
No pretendo que reproduzca aquí lo que dice en esos correos, porque al estar sus dos
hijos implicados la situación es sumamente delicada, y comprendo que, en la medida de lo
posible, prefiera mantenerse al margen. Quiero que sepa que yo he defendido en lo
sustancial su postura frente a mis compañeros, y por eso me salí de la organización del
congreso. Sin embargo, me parece de una inconsecuencia gravísima que, habiendo
acusado a mis compañeros de delito de difamación, vulneración de la intimidad y daños al
honor y la reputación, acto seguido de su apoyo público a la celebración del
contracongreso “Ontología feministas”, cuando han sido sus organizadoras quienes han
divulgado en primera instancia la difamación contra su hijo. Este apoyo se ha reiterado
incluso después del comunicado que han publicado en respuesta al de mis compañeros,
en el que las contra-programadoras agradecían el gesto de vetar a Ernesto e insistían en
que se debía hacer lo mismo (es decir, enjuiciar sin pruebas) con otros ponentes del
congreso de Santiago. Entiendo, nuevamente, que en calidad de padre lo preferible es
templar la tensión familiar y acercarse a las dos posturas enfrentadas, pero transferir las
culpas a ajenos con este fin es excesivo.
Debe saber que por mezquino que sea el comunicado (y así me lo parece a mí), mis
compañeros no se habrían visto en la tesitura de tener que emitirlo de no ser por las
presiones que ejercieron sus hijos mayores y amigos desde hace meses contra nuestro
congreso: primero exigiendo la paridad so pena de desprestigio mediático (desprestigio
que se llevó a cabo igualmente a pesar de haber cumplido con lo que se nos exigía: se
convocó el contracongreso y se emitieron diversos comunicados en los que se publicaba
correspondencia privada, lo que llevó a algunos ponentes confirmados a cancelar su
asistencia a nuestro congreso); después, tras la acusación pública de Elena contra
Ernesto, la presión se redobló, con cancelaciones instantáneas de gente que no quería
compartir evento con “un machista acusado de plagio y abuso psicológico por su propia
hermana”. Por su puesto, con esto no pretendo justificar el comunicado, pues a mi juicio
era preferible cancelar el congreso a incurrir en una difamación tan grave (aunque, como
dije, había otras vías de actuación). Mi intención únicamente es señalar que la
organización del congreso no hizo otra cosa que doblegarse al imperativo ideológico de la
familia Castro en general. Pues, al margen de los evidentes matices y diferencias
discursivas que tengan, los Castro que en Facebook se congregan han alentado en mayor
o menor grado la sororidad ciega y el feminismo irracional: la sororidad ciega, al sumarse
sin pruebas al enjuiciamiento mediático de casos que no les incuben y que desconocen en
profundidad; el feminismo irracional, por ejemplo, al exigirnos la paridad por la paridad sin
importarles otros indicadores (inconsecuentemente, además, como queda demostrado en
otros eventos en los que participan o que organizan). En este sentido, como se suele decir,
la familia Castro ha recogido las tempestades de los vientos que contribuye a sembrar. Y
lamento sinceramente que sea así, porque, al margen de estos desencuentros, me parece
una familia entrañable a la que deseo lo mejor.
(continúa)
Sobre la organización del 56 Congreso de Filosofía Joven (y V)
5. Resumen conclusivo:
Para acabar, me gustaría resaltar una serie de incongruencias que, por extemporáneas
que parezcan (algunas), no dejan de ser relevantes para entender la absurda coacción
ideológica de la que ha sido objeto nuestra organización, habida cuenta de que los
boicoteadores pretendían subvertir ‒al menos en la retórica‒ los roles y prácticas
“patriarcales” de los que ‒según ellos‒ era cómplice nuestro congreso:
1) todos los que nos escribieron exigiendo la paridad (seis en total) eran hombres: como
buenos patriarcas, consideran necesario salir en defensa de unas mujeres que parecen
creer impedidas para hacerlo por sí mismas (las mujeres involucradas nunca nos
escribieron directamente si no a través de ellos); 2) estos hombres se dirigen a un comité
organizador compuesto mayoritariamente por mujeres para decirles lo que tienen que
hacer; 3) los boicoteadores dieron por hecho que todos los nombres masculinos de los
ponentes programados respondían a identidades masculinas, demostrando que el sesgo
identitario es más acentuado, paradójicamente, en quien enarbola una “perspectiva de
género”; 4) por otra parte, la paridad forzada que nos exigían implementar para enmendar
los resultados de la criba anónima, lejos de ser una medida en pos de la igualdad y la
justicia, supone una infravaloración de las capacidades de las mujeres para enfrentarse en
igualdad de condiciones al resto de proponentes; 5) de haber una intención oscura y
machista (“testosterónica”) en nuestra selección de propuestas (es decir, si los machos
“cis-hetero-patriarcales” nos hubiésemos guiado por el sexo de los proponentes y no por la
calidad y adecuación de sus propuestas), lo lógico habría sido primar la presencia
femenina en el congreso para aumentar la probabilidad de llevarnos a alguna asistente a la
cama (para ser francos, no pocos participantes aquejados de sesgo androcéntrico han
agradecido en sus carnes la repesca paritaria); 6) el porcentaje de propuestas de mujeres
recibidas (36%) fue casi el mismo que el de mujeres matriculadas en los estudios
universitarios de Filosofía durante los últimos años (ca. 37 %); 7) los días 8, 9 y 10 de la
misma semana, casi los mismos organizadores de este congreso estábamos organizando
otro, “A época do espazo”, en la facultad de Filología de Santiago, en el que, sin necesidad
de amenazas ni reivindicaciones pseudorevolucionarias, y siguiendo el mismo proceso de
selección, los ponentes femeninos fueron mayoría (60%).
No han sido pocos los que han querido ver en este conflicto un pulso entre «el centro y la
periferia», entre la arrogancia esnob madrileña y la oprimida, por “retrasada”, Galicia. Yo
creo que de esto tiene más bien poco (entre los propios contra-organizadores hay, al
parecer, una gallega) y que el principal problema de fondo (además de la disensión
ideológica) es la inquina personal que le tienen a algunos de los que figuraban como
invitados en nuestro programa (que también son madrileños, y con quienes tienen relación
familiar, de “examistad” o de expareja), como ha quedado patente tras la acusación y
linchamiento mediático contra Ernesto; y, posteriormente, cuando, considerando esto
insuficiente, insistieron en que se hiciera lo mismo con otros participantes del congreso.
Decían Miguel y Víctor en su censura de la actitud de Ernesto, que para ellos «pensar no
es pensar contra alguien, sino con alguien, y, puestos a usar estos términos, que la
filosofía está tan lejos de ser ‘un saber de segundo grado’, topográfico e insensible, como
cerca está de serlo de primero: lo dispuesto a pensar y crear lo nuevo y mejor, y a
comprometerse con ello. Como mínimo, a pedir perdón cuando toque». Al margen de la
pulla “escolástica” (insinúan que el Materialismo Filosófico es la mala influencia en la forma
de ser de Ernesto, causa de su “insensibilidad” e “impertinencia” procedimental; semejante
confusión conceptual no merece más comentario), es sorprendente el grado de
pretenciosa santería -y dualismo metafísico- que denota este fragmento. Ellos, que apoyan
y alientan un «contra-congreso» (que incluso se define como tal) que está pensado contra
los organizadores de otro congreso (particularmente contra mí), pretenden que no, que su
sensibilidad está por encima -quién sabe gracias a qué mística pirueta- de este “violento”
procedimiento: como si la sensibilidad no radicara precisamente, en muchas de sus
manifestaciones, en reaccionar contra algo -que es lo que habéis hecho vosotros- aunque
esa reacción esté frecuentemente motivada por ideas y razones («razón sintiente»)
completamente desproporcionadas y desvirtuadas (y, en función de su doma y
circunstancias, resulten más o menos agresivas cuando se expresan). Pero es cierto que,
en este caso, podría alegarse que vosotros no habéis «pensado contra» alguien;
simplemente lo habéis insultado.
Por otra parte, no me cabe duda ‒y lo lamento y padezco‒ de que pretendéis que la
Filosofía no sea “un saber de segundo grado”, sino del primero, por eso la convertís en
ideología acrítica que prescinde, al invadir su campo, de los saberes que (según la
conceptualización del MF) serían de primer grado, como los datos estadísticos (biológicos,
psicológicos, sociológicos) que ayudan a explicar la falta de paridad sexual en el programa
de un congreso de Filosofía. Teniendo en cuenta que la mayoría de los estudiantes
universitarios son mujeres, escandalizarse porque en Filosofía (carrera precaria como
pocas) sean minoría, solo puede ser fruto del retorcimiento ideológico y la necesidad de
inventarse problemas y enemigos para tener alguien “contra quién pensar”.
Por lo demás, habida cuenta de que no cobro un duro y todo este tiempo lo podría haber
invertido en otros trabajos más profesionalmente orientados (por no hablar del desgaste
anímico que me supuso este conflicto, amargándome el final de la tesis), espero que lo
expuesto sirva al menos a los «jóvenes filósofos» para reflexionar sobre los temas que
proponía el congreso. Porque pocas veces (espero) tendrán ante sí un caso académico
tan representativo y que combine de manera tan oportuna las miserias de la Filosofía, las
«nuevas tecnologías», las «nuevas identidades» y la «millennialidad».

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