Anda di halaman 1dari 38

La pedofilia, ¿enferm edad neurológica?

J o s é Mo ya *

Moralia 38 (2015) 19-55

R esu m en :
De acuerdo con el DSM-5, la pedofilia se define bajo dos cri­
terios principales: 1.- los pedófilos deben tener fantasías
sexuales persistentes, atracción o conductas que envuelvan
actividad sexual con niños pre-púberes y 2.- que estas per­
sonas hayan actuado siguiendo esta atracción, o que esta
atracción les cause un marcado trastorno o dificultades per­
sonales. En los últimos años se ha investigado fundam en­
talmente con técnicas de neuroimagen estructural. Aunque
algunos estudios sugieren que existe un volumen reducido
de la amígdala y una reducción significativa de la materia
gris en las regiones frontales, otro grupo de investigaciones
ha mostrado sólo deficiencias de la materia blanca en algu­
nas regiones del cerebro.
A bstra ct:
According to the DSM-5, pedophilia is defined under two main
criteria: 1.- persistent sexual fantasies, attraction, or behav­
iors involving sexual activity with pre-pubescent children, and
2.- if these people have acted according to this attraction, or if
this attraction causes them a marked disorder or personal dif­
ficulties. In recent years it has been investigated primarily
with structural neuroimaging techniques. Although some stud­
ies suggest that there is a reduced volume of the amygdala
and a significant reduction of the gray matter in the frontal re­
gions, another research group has shown only deficiencies of
white matter in some regions of the brain.
P a l a b r a s C l a v e : Moral Sexual / Parafilias / Pedofilia / Enferme­
dad neurológica / Salud mental / Pornografía

* Profesor del Instituto Superior de Ciencias Morales y Profesor Emérito de


la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.

19
J osé M oya

I. Introducción

En los últimos años se ha producido un masivo interés de los me­


dios de comunicación por la pedofilia, sobre todo a partir de los ca­
sos llevados a los tribunales en los Estados Unidos, en los que están
implicados clérigos de la Iglesia católica. Dada la repercusión a nivel
internacional y, gracias a las millonarias indemnizaciones que han
tenido que pagar diferentes diócesis como subsidiarias, han ido apa­
reciendo numerosos casos en otros países. Estos anuncios han produ­
cido una auténtica psicosis, de modo que se han presentado con
grandes titulares casos en los que sólo existía una simple caricia, o
unas muestras de cariño que se consideraban desmedidas.
La pedofilia se considera una enfermedad psiquiátrica que perte­
nece al grupo de las parafilias, entre las que se encuentran el exhibi­
cionismo, fetichismo, froteurismo, pedofilia y voyeurismo.
Entre los seres humanos existe una especial sensibilidad hacia los
crímenes o ataques a niños. Incluso en las cárceles españolas existe
una ley no escrita por la que los presos comunes atacan violentamen­
te e incluso matan a los que han cometido abusos sexuales con niños.
Por esto no es de extrañar que los individuos convictos de crímenes
sexuales con niños se deriven a centros psiquiátricos.
Los delincuentes sexuales con niños son un grupo que se atrae el
desprecio general del público y el temor a que sus depredaciones
lleguen a sus propios hijos. Parece existir un instinto de protección
natural en las personas cuando se trata de los niños indefensos. Sin
embargo, en ocasiones puede ocasionar exceso de pánico la salida de
la cárcel de un pedófilo o de un violador.
Los violadores tanto de niños como de adultos crean gran alarma
social en la creencia de que volverán a repetir sus crímenes en cuanto
los dejen en libertad. Y, aunque se han propuesto algunos tratamien­
tos, como la castración química, sin embargo, muy pocos de los
identificados como molestadores de niños son candidatos apropiados
para la terapia hormonal.
Es normal que el abuso de niños cause repulsa, no sólo moral, si­
no incluso biológica; sin embargo, los científicos no podemos rene­
gar de la oscuridad sino que tenemos que encender una luz. Nos

20
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

interesa, fundamentalmente, descubrir cuál es el origen, las causas,


los motivos, y las posibles soluciones. Sabemos que nuestro cerebro
normal viene predeterminado para el amor, la cooperación, el apego,
la solidaridad, y todas aquellas cualidades que hacen posible una
mejor convivencia entre los seres humanos. Existen dos elementos
que pueden hacer que un cerebro funcione mal: un cerebro disfun­
cional o el aprendizaje de conductas desviadas de las que se obtiene
un beneficio. El aprendizaje de conductas desviadas se puede deber a
la imitación de otras personas con este tipo de conductas o a nuestra
propia experiencia (mentimos para evitar un castigo). En este estudio
estamos muy interesados en descubrir si la pedofilia se debe a un
aprendizaje o tiene una raíz neurológica.

II. LA PEDOFILIA, ENFERMEDAD MENTAL

La Asociación de Psiquiatras Americanos (APA) publica cada


cierto tiempo un catálogo de enfermedades mentales y sus corres­
pondientes síntomas. En la edición del Manual diagnóstico y estadís­
tico de los trastornos mentales (DSM-5) propone los siguientes crite­
rios para diagnosticar la pedofilia:
A. Durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales
recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o compor­
tamientos que implican actividad sexual con niños prepúberes o
niños algo mayores (generalmente de 13 años o menos).
B. Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos
provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social,
laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
C. La persona tiene al menos 16 años y es por lo menos 5 años
mayor que el niño o los niños del Criterio A.
Nota: No debe incluirse a individuos en las últimas etapas de la
adolescencia que se relacionan con personas de 12 o 13 años.
Especificar si:
Con atracción sexual por los varones. Con atracción sexual por
las mujeres. Con atracción sexual por ambos sexos.
Especificar si: Se limita al incesto.

21
J o sé M oya

Especificar si: Tipo exclusivo (atracción sólo por los niños). Tipo
no exclusivo.
Respecto al DSM-5 podemos señalar que en una nota aclaratoria
sobre la pedofilia se afirma lo siguiente:
“En el caso del desorden pedófilo, el detalle más notable es que no
fue revisado en el nuevo manual. Aunque las propuestas fueron dis­
cutidas durante el proceso de desarrollo de DSM-5, los criterios de
diagnóstico en última instancia permanecieron igual que en el DSM-
IV TR. Solamente se cambió el nombre pedofilia por el de desorden
pedófilo para mantener coherencia con los otros apartados”.
En un comunicado de prensa, la Asociación psiquiátrica america­
na (APA) observa que la terminología correcta es “interés sexual”,
no “orientación sexual”, y corrige el error en la versión electrónica
de los manuales y en la próxima edición impresa:
“La orientación sexual no es un término usado en los criterios de
diagnóstico para el trastorno de pedofilia y su utilización en la
discusión del texto de DSM-5 es un error. APA respalda firme­
mente los esfuerzos para procesar penalmente a quienes abusan y
explotan sexualmente a los niños y adolescentes”.
El DSM ha sido criticado respecto a los criterios sobre la pedofi­
lia por insatisfactorios en sus bases lógicas o conceptuales, por lo
que la diagnosis de la pedofilia ha sido modificada en cada nueva
edición. De modo especial, los cambios tienen relación con el papel
que juega el comportamiento desviado, la ansiedad y las dificultades
personales, ya que encierran mucha ambigüedad.
El diagnóstico de la pedofilia según las exigencias del DSM-IV
presenta dos problemas relacionados con la contradicción entre sus
criterios. Es posible, según estos criterios, ser pedófilo (por tener
interés en niños prepúberes, y al mismo tiempo no ser pedófilo si
este sujeto no tiene angustia o impedimento mental. Por otra parte, es
posible actuar como pedófilo, y ser diagnosticado como tal aunque
uno no tenga los sentimientos pedófilos requeridos por el apartado A
(Malón, 2012).
Blanchard (2010) critica agudamente los criterios del DSM, ya
que uno de los requerimientos del DSM-IV-TR es que un sujeto

22
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

moleste sexualmente a los niños, porque con esto se satisfacen los


criterios A (señales y síntomas) y B (angustia y discapacidad); sin
embargo estos criterios no tienen en cuenta a los individuos que mo­
lestan sexualmente a los niños sin una preferencia erótica exclusiva
por ellos, o a los que tienen fantasías o atracción hacia los niños pero
no actúan, y aquellos que no se angustian sobre sus deseos o fantasías.
Este autor propuso que el DSM-5 se debería reformular de la si­
guiente manera:
a) Sobre un periodo de 6 meses, una excitación sexual igual o mayor
por los niños prepúberes que por las personas físicamente madu­
ras, manifestada en fantasías, deseos o conductas.
b) Si el individuo ha actuado llevado de este deseo sexual, si el de­
seo sexual o las fantasías le causan un marcado deterioro o in­
adaptación en el ámbito social, ocupacional, u otras áreas de fun­
cionamiento.
c) El individuo debe tener al menos 18 años y ser al menos 5 años
mayor que los niños del criterio A.
Tipos específicos:
Tipo clásico: atracción sexual por niños prepúberes.
Tipo Hebefílico: atracción sexual por niños en la primera adoles­
cencia.
Tipo Pedohebefílico: sexualmente atraído por ambos.
Tipo específico:
Sexualmente atraídos por chicos.
Sexualmente atraídos por chicas.
Sexualmente atraídos por ambos.
Especificar si:
En un entorno controlado.
En remisión (sin angustia, incapacidad o comportamiento inade­
cuado por un periodo de 5 años en un ambiente no controlado).
Otro de los problemas que plantean los criterios del DSM-5 es que
se pueden producir con relativa frecuencia falsos positivos y falsos
negativos, ya que los criterios no son lo suficientemente nítidos.

23
J o s é M oya

Aunque los psicólogos solemos utilizar preferentemente la clasi­


ficación DSM, existen otras guías para las enfermedades. La clasifi­
cación internacional de enfermedades (ICD) es la herramienta de
diagnóstico estándar de epidemiología, gerencia de salud y con fines
clínicos y se utiliza para controlar la incidencia y la prevalencia de
enfermedades y otros problemas de salud.
El ICD define la pedofilia como “una preferencia sexual por los
niños, o por niños y niñas, normalmente en edad prepúber o en la
primera etapa de la pubertad”. Según estos criterios, una persona
mayor de 16 años está dentro de esta definición si tiene preferencias
sexuales persistentes o predominantes por niños prepúberes que sean
al menos 5 años menores que ellos.

III. Prevalence de la pedofilia

Existe una enorme dificultad para saber la prevalencia del abuso


sexual con niños, ya que suelen ser bastante discretos por varias
razones: el adulto impone silencio al menor bajo amenaza, algunos
niños no tienen la capacidad de denunciar a sus agresores, o simple­
mente sienten vergüenza de un hecho que los ha traumatizado y que
no quieren volver a recordar Por estas razones sólo es posible tener
datos de la fiscalía, ateniéndonos tanto a las denuncias como a las
condenas en un tribunal. Por otra parte, es muy difícil que un pedófi-
lo declare su tendencia en las encuestas aunque éstas sean anónimas.
En un estudio realizado en Estados Unidos con 2.429 adultos que
habían cometido delitos sexuales con niños y que fueron calificados
como pedófilos, sólo el 7% se reconoció como tal.
Algunos estudios han propuesto que la prevalencia de fantasías
sexuales o contacto sexual con niños prepúberes está entre el 3% y el
9% en la población masculina (Seto, 2009) y la prevalencia de la
pedofilia durante toda la vida está estimada para los hombres alrede­
dor del 5% (Mokros et al., 2012). Sin embargo, existen otros motivos
para molestar a los niños aparte de la atracción sexual pedófila, como
el estrés, los problemas matrimoniales, o la falta de relaciones sexua­
les en el matrimonio. Por tanto el abuso sexual de un niño no es un
indicador automático de pedofilia.

24
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

Un estudio realizado en Alemania por varios grupos de trabajo di­


rigidos por Michael Osterheider (2011) obtuvieron algunos resulta­
dos estadísticos. En este estudio, de acuerdo con los datos de la poli­
cía, hubo en 2010 unos 11.867 casos de abuso sexual de niños y 985
casos de abuso sexual de adolescentes, aunque estas cifras se han
quedado pequeñas a medida que se ha mejorado la tecnología para la
recopilación de datos. En una encuesta realizada en Alemania por
Wetzels en 1997, con una muestra de 3,289 personas (hombres y
mujeres), se encontró que el 18,1% de las mujeres y el 7,3% de los
hombres afirmaban que habían experimentado abuso sexual por parte
de un adulto.

IV. T ipologías de los pedófilos

Desde los años 70 del pasado siglo los psicólogos han venido cla­
sificando a los pedófilos en categorías basadas en la motivación para
cometer asaltos sexuales a niños prepúberes. Las tipologías pueden
basarse en una gran variedad de fundamentos que van desde lo pu­
ramente fisiológico o neurológico a las tipologías basadas en las
motivaciones.

1. La tipología basada en la fijación-regresión

Groth et al. (1982) propusieron una teoría basada en la forma de


relación del niño con el adulto, que básicamente es de fijación o de
regresión. La fijación del delincuente se caracteriza por una atracción
persistente, continua y compulsiva hacia los niños. En la fijación, el
adulto busca tener una relación que el niño debe aceptar, una rela­
ción de dependencia y pasividad del menor en vez de buscar una
relación de igualdad con los adultos de su edad. Una explicación de
esta búsqueda la ofrece Terry (2006), que encontró sentimientos
inadecuados debidos a malas experiencias en los primeros años de
adulto, sentimiento de soledad y aislamiento.
La regresión en la pederastía también se origina como parte de la
dicotomía fijación/regresión. Este tipo de pedofilia es desencadenada
por estresores externos; no existe una predisposición o preferencia

25
J o s é M oya

hacia los menores. Básicamente es una salida temporal, debido a


factores de estrés, que debilitan su confianza y hacen que el adulto se
vuelva hacia los niños a los que puede acercarse más fácilmente.

2. Tipología del FBI

El FBI amplió la tipología anterior incluyendo siete subgrupos de


delincuentes según el tipo de ofensor. En la regresión (ofensor situa-
cional) se encuentran: el moralmente indiscriminado, sexualmente
indiscriminado; el seductor obsesionado y sádico (ofensores prefe-
renciales). Cuatro de estos subgrupos (regresión, moralmente indis­
criminada, sexualmente indiscriminadas e inadecuadas) correspon­
den a delincuentes regresivos según lo descrito por Groth y otros tres
subgrupos (seducción, introvertido y sádico). El delincuente moral­
mente indiscriminado elige a su víctima basándose en la accesibili­
dad, mientras que el delincuente sexual indiscriminado es impulsado
por su deseo de experimentar con casi cualquier tipo de comporta­
miento sexual. El delincuente inadecuado elige a su víctima porque
es socialmente inepto y percibe a su víctima como un objeto vulne­
rable con el que puede satisfacer su deseo sexual.
Los delincuentes que utilizan la seducción cortejan a los niños y
les dan mucho afecto, amor, regalos, para atraerlos en orden a esta­
blecer una relación. Los que tienen fijación tienen un desarrollo evo­
lutivo pobre, desean afecto de los jóvenes, y son compulsivamente
atraídos por los niños. Los sádicos son sexualmente agresivos, muy
excitados por la violencia, buscan víctimas extrañas, y son extrema­
damente peligrosos.

3. La tipología MTC: CM3

Esta tipología es conocida como Massachusetts Treatment Cen­


ter: Child Molester Typology, version 3. A cada ofensor se le asigna
un Eje separado, Eje I y Eje II.
El centro de tratamiento de Massachusetts se encuentra dentro del
complejo correccional de Bridgewater y es una instalación única en
su género, debido a que tiene una población de personas peligrosas

26
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

por su actividad sexual, así como presos identificados como agreso­


res sexuales.
En la tipología se identificaron cuatro tipos de abusadores de ni­
ños, paralelos a otras tipologías previamente desarrolladas e incluye:
fijación, regresión, explotador y agresivo o sádico.
En el eje I se evalúa la medida en que el delincuente está obse­
sionado con los niños (dentro de un continuum). También se mide el
nivel de competencia social del delincuente.
El eje II evalúa la cantidad de contacto que el infractor tiene con
los niños (es decir, si está exclusivamente involucrado con niños
extrafamiliares, o con abusos de los niños propios). Analiza el signi­
ficado del contacto (sexual e interpersonal). Observa la cantidad y el
tipo de lesiones físicas involucradas en el contacto (incluyendo ame­
nazas y uso de la fuerza).

4. Tipología de Holmes y Holmes (1996)

Estos autores desarrollaron una tipología siguiendo la obra de


Burgess et al. (1986). En esta tipología se distinguen tres tipos de
pedófilos:
El pederasta situacional. Este delincuente no tiene una preferen­
cia sexual por los niños, sino que puede abusar de ellos si tiene una
oportunidad de hacerlo, sobre todo cuando no tiene acceso a adultos.
El pederasta situacional puede tener cuatro modalidades: a) El pedo-
filo regresivo, que tiene relaciones con adultos pero en un momento
determinado, fundamentalmente debido a ciertas frustraciones, puede
escoger a un niño como adulto sustitutivo. b) El pedófilo moralmente
indiscriminado. Estos individuos pueden utilizar niños como objetos
sexuales para mostrar su dominio, controlando víctimas indefensas
(normalmente sus objetos sexuales son adultos), c) El abusador
sexual indiscriminado. Suelen ser personas omnívoras a las que les
gusta tanto la carne como el pescado (hombres y mujeres, adultos, y
niños), que tienen todo tipo de relaciones sexuales, con personas
adultas de otro sexo, con niños, relaciones homosexuales, y con sus
hijos, e hijastros. Sus relaciones sexuales incluyen todo tipo de obje­
tos sexuales, d) El pederasta inadecuado!ingenuo. Sufren algún tipo

27
J o s é M oya

de trastornos mentales, deficiencia mental o disfunción cerebral, lo


que le incapacita para una relación sexual adulta, tampoco son capa­
ces de controlar sus impulsos, y abusan de niños porque no encuentra
parejas de su edad que quieran hacer el amor con ellos.
El pederasta preferencial prefiere los niños a los adultos como
objetos sexuales. Estos se dividen en dos grupos: a) el pedófilo se­
ductor corteja y seduce a sus jóvenes víctimas con regalos, cuidados
y atenciones. Están convencidos que entre el niño y él existe una
atracción y amor auténticos. Puede tener varios “amigos” a la vez,
pero no suele ser violento, b) El pedófilo obsesionado tiene una fija­
ción en los niños debido a su regresión a la infancia como mecanis­
mo de defensa frente a las decepciones amorosas con adultos. Los
niños, por el contrario, son emocionalmente inmaduros como él
mismo. Estos tampoco suelen ser agresivos.
El pedófilo sádico. Este es un tipo violento y peligroso, ya que su
gratificación erótica se basa en la agresión sádica unida a la excita­
ción sexual. Sus crímenes son preparados con tiempo y ritualizados.
Suele ser reincidente y suele participar en otros delitos violentos.
Prefiere los niños pequeños, indefensos, a los que acecha y secuestra,
luego los tortura tanto física como mentalmente. Disfruta viendo su
miedo, su dolor, su angustia. Es muy frecuente que acabe con la vida
de los pequeños, y los que deja con vida suelen arrastrar el trauma
toda la vida.

V. Mujeres pedófilas

Aunque el abuso sexual a niños es más típico de los hombres,


también existe la pedofilia entre las mujeres. La verdadera prevalen­
cia de abuso sexual de niños por parte de las mujeres es bastante
borrosa (Strickland, 2008). La edad media de buscadores sexuales
femeninos de niños parece estar entre los 26 y los 36 años, pero las
mujeres de cualquier edad pueden abusar de los niños, aunque estos
abusos son muy difíciles de demostrar y son pasados por alto. Las
víctimas van desde bebés a adolescentes.
Finkelhor et al. (1990) afirma que el 17% de las víctimas mascu­
linas de la muestra dijo haber sufrido abusos por parte de una mujer

28
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

durante su niñez y un 1% de las mujeres víctimas dijeron haber su­


frido abusos por parte de una mujer, lo que sugiere que el abuso de
los chicos varones por parte de una mujer adulta es bastante común.
Las delincuentes sexuales femeninas son conocidas de sus víctimas y
suelen ser contratadas como “canguros”, cuidadoras de familia o
tener puestos de trabajo como cuidadoras de niños. Las mujeres de­
lincuentes sexuales son más propensas a cometer los delitos median­
te seducción en vez de coacción y no suelen utilizar la fuerza física
(Vandiver, 2006).

1. Características de la mujer pedófila

Las investigaciones que se han desarrollado en este campo son


limitadas. Los datos muestran que la media de edad de las mujeres
perpetradoras está entre los 26 y 36 años de edad (Vandiver y Ker-
cher, 2004); más de un tercio están casadas, aunque la mayoría
(85%) se casaron cuando apenas habían pasado la adolescencia para
huir de la familia. Otra característica es haber tenido problemas con
el alcohol y las drogas desde la adolescencia. Algunas de ellas tuvie­
ron una juventud problemática con abuso físico, desatención, abuso
sexual, y abuso del alcohol por parte de sus padres, que las hicieron
sentirse como guiñapos. Suelen describirse como aisladas socialmen­
te, con pocos amigos, y sintiéndose como si no fuesen nadie en casa.
A nivel psiquiátrico se describen con pensamientos de suicidio,
depresión, estrés postraumático, desórdenes cognitivos, desórdenes
de ansiedad y desórdenes de personalidad.
La mayoría de las mujeres cometen el abuso en compañía de otra
persona, frecuentemente su pareja, y sus víctimas suelen ser intrafa-
miliares o muy conocidas, de modo que la imagen que quedó en los
niños de su madre es muy negativa (Denov, 2004).
La baja autoestima y el aislamiento emocional pueden caracteri­
zar a las depredadoras sexuales femeninas que co-perpetran el abuso
con hombres, muchas de ellas dicen que han adquirido una mayor
cercanía con su pareja masculina después de “compartir” la expe­
riencia de abuso sexual infantil. Este comportamiento de abuso
sexual es un intento de ganar un poco de poder y control y/o recibir

29
J o s é M oya

afecto y aceptación que no está disponible de otra manera (Gannon


& Rose, 2008; Miller, 2013). Algunas mujeres que han sido víctimas
de abusos en la infancia tardía presentan un comportamiento emo­
cional con inversión de roles: ellas son las niñas, y sus hijos, los
adultos, de modo que ellas dependen de sus hijos para satisfacer sus
necesidades emocionales (Maltz, 2002).

2. Tipologías de la mujer pedófila

Se han identificado distintos subtipos dentro del grupo de mujeres


pedófilas. La más antigua tipología se debe a Mathews et al. (1991).
Esta tipología es la que más se ha utilizado hasta la fecha, debido a
que tiene una gran riqueza de datos y aporta intuiciones sobre la
naturaleza de las ofensas y la motivación de los delincuentes. Estos
autores agrupan a las mujeres en tres grupos fundamentales. El pri­
mero es el tipo de la maestra amante, una mujer que abusa de un
adolescente, pero niega el abuso, puesto que ella siente que ha sido
un affaire amoroso con la víctima. El segundo es el tipo de predispo­
sición generacional. Una mujer, con una historia de abuso físico o
sexual, abusa ella misma de su propio hijo o de un niño conocido.
Pero este tipo, una mujer dependiente, que ha experimentado abuso
sexual ella misma, siente coerción por parte de un hombre, y partici­
pa a la fuerza en el abuso de un niño o niños. Suele ser iniciada por
su marido o una persona íntima.
Vandiver y Kercher (2004) distinguen seis tipos. El primero es la
heterosexual educativa, una mujer que fue abusada de adolescente y
de ahí el abuso (esta categoría se parece mucho al tipo de Mathews,
la maestra amante). El segundo es la homosexual no criminal, una
mujer que abusa de una joven víctima, a menudo sin una historia de
delincuencia o recaídas, normalmente comete el abuso con su mari­
do. El tercer tipo es la mujer depredadora sexual, una mujer de 30
años que abusa regularmente de una víctima masculina joven de
alrededor de once años, en algunos casos suele ser la madre de los
niños. El cuarto tipo es la adulta joven que abusa de todo tipo de
niños. El quinto es la criminal homosexual, una mujer mayor con un
alto nivel de riesgo de recaídas, que fuerza a los chicos jóvenes y a
chicas adolescentes a hacer actos sexuales y, ocasionalmente, la

30
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

prostitución, en parte para obtener beneficios económicos. El sexto


es la homosexual agresiva, muy parecida al homosexual criminal
excepto que, en este caso, las víctimas son frecuentemente mujeres
adultas (Wijkman, et al., 2010).
En una perspectiva general, podríamos decir que las mujeres que
ofenden sexualmente a los niños se pueden describir según las si­
guientes categorías: (a) verdaderas depredadoras sexuales de chicos
jóvenes pre-adolescentes; (b) las que mantienen relaciones románti­
cas con adolescentes para compensar una falta de intimidad y apro­
bación; (c) las que llevan una carrera criminal y explotan niños y
adolescentes por dinero; (d) mujeres con trastornos mentales; y (e)
mujeres que ofenden sexualmente bajo la influencia o coerción de un
compañero masculino (Miller, 2013).

VI. A busadores de niños que están bajo su custodia

No es de extrañar que muchas personas que tienen una predilec­


ción especial sexual por los niños quieran estar cerca de ellos como
cuidadores, entrenadores, profesores, etc. Las investigaciones mues­
tran que muchos de estos abusos ocurren en el contexto del trabajo o
posiciones parecidas (Moulden et al. 2007; Sullivan y Beech, 2002).
A los individuos que cometen abuso sexual desde una posición de
autoridad o de confianza se les suele denominar perpetradores profe­
sionales. Bajo esta denominación se incluyen todos aquellos que
utilizan las instituciones, organizaciones, o puestos de responsabili­
dad para trabajar con niños. Una posición de autoridad significa que
algunas personas que ejercen una influencia sobre los niños la utili­
zan para abusar de ellos (Sullivan, Beech, Craig y Gannon, 2011)
Características de los perpetradores profesionales:
Gran parte de los abusadores de niños son adultos, solteros, mas­
culinos, suelen tener una educación universitaria, con actitudes pro
sociales, sin antecedentes penales, y con pocos déficits psicológicos,
y casi inexistente abuso de sustancias (Moulden, 2007; Gallagher,
2000; Moulden et al. 2010).
El modus operandi de los adultos que trabajan con niños en un
voluntariado, según Leclerc, Proulx, and McKibben (2005), que

31
J o s é M oya

examinaron a abusadores canadienses, es que los perpetradores


profesionales tienden a mostrar amor y atención a las víctimas po­
tenciales, progresivamente desensibilizan a las víctimas respecto a
diferentes formas de conductas sexuales y entonces usan una forma
sutil de coerción para que los niños no hagan público el abuso
(Turner et al., 2013).
Moulden et al. (2010) afirman que la mayoría de los delincuentes
utilizan/abusan de su posición de autoridad para iniciar el contacto
con la víctima (84%). Una gran proporción de los individuos se hizo
amigo de la víctima (40%), ofreció ayuda a la víctima (16%), le
ofreció dinero, regalos, juguetes o trabajo (14%). En menor medida
los delincuentes actúan como una figura de autoridad (6%), la víctima
le pidió información o asistencia (6%), ofreció a la víctima un paseo
(4%) y quería mostrarle algo a la víctima (4%). En el 2% de los casos,
el agresor pide a la víctima que sea modelo de sus fotografías.
Los abusos más comunes perpetrados incluyen caricias, besos y
abrazos a la víctima, y masturbación. El sexo anal y vaginal se reali­
za alrededor del 10% de las veces. Actos menos frecuentes son chu­
par los senos, cunnilingus y relaciones sexuales simuladas. La mayo­
ría de los delincuentes no utiliza la fuerza física (49%), y ninguna de
las víctimas suele sufrir lesiones físicas como consecuencia de la
infracción. Finalmente, las víctimas fueron liberadas en el 93% de
los casos. En el 5% de los casos la víctima escapó, en el 2% de los
casos fue interrumpido el delito o la víctima fue rescatada por la
intervención de un tercero.

Vil. Clérigos que abusan de niños

Los clérigos que abusan de niños se puede considerar un sub­


apartado de los cuidadores de niños, ya que el 17 por ciento de los
profesores que abusan de niños son clérigos (Moulden et al. 2010).
Dunn (1990), a partir de un estudio con la escala de personalidad
MMPI, señala que los sacerdotes católicos suelen ser más perfeccio­
nistas, preocupados, introvertidos, ineptos socialmente y, en algunos
casos, más aislados y más retraídos. Otros estudios han encontrado
diferencias entre los clérigos abusadores y las muestras. Una muestra

32
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

con 30 clérigos católicos, 39 no-clérigos que habían cometidos ofen­


sas sexuales con menores, y 38 sujetos normales de control, comple­
taron el Inventario Derogatis del Funcionamiento Sexual (IDFS)
como parte de su evaluación psiquiátrica. Los resultados indicaron
que los clérigos tenían más probabilidad de tener menos víctimas, de
más edad, y de sexo masculino que los supuestos ofensores sexuales
no-clericales. Los clérigos diferían de los no-clérigos y de los sujetos
normales de control en varias dimensiones del funcionamiento
sexual en su autoinforme. El puntaje menor de ofensas de los cléri­
gos sugiere que los clérigos pueden estar menos seriamente afectados
psicológicamente que los ofensores de niños no-clérigos. Los punta­
jes bajos en el IDFS entre los clérigos católicos pueden explicarse en
parte por su singular entrenamiento y proceso de socialización. Los
clérigos eran significativamente mayores, con una mejor educación,
y los niños denunciantes eran chicos con más frecuencia (77%) fren­
te a los no clérigos (46%). Sus víctimas son significativamente de
más edad, entre 14 y 17 años, en un 63%. Tienen menos víctimas y
menos comportamientos parafílicos que los delincuentes no clérigos
(Haywod et al. 1996).
Los resultados obtenidos por Langevin, Curnoe. & Bain (2000)
indican que más de las tres cuartas partes de ambos grupos (clérigos
y no clérigos abusadores) abusaron de chicos. Una diferencia signifi­
cativa fue el uso de la fuerza en la comisión del acto sexual (puñeta­
zos, bofetadas, correazos, patadas) por parte de los clérigos.
Las escuelas católicas educan a más de un tercio de los estudian­
tes de la escuela privada, más alumnos de la escuela elemental y de
secundaria que todas las otras escuelas religiosas juntas en algunas
naciones. Según el National Center for Education Statistics [NCES]
de Estados Unidos (2007) la educación católica es cada vez menor.
Entre 1990 y 2007, el número de escuelas católicas que cerraron fue
de un 14%, pasando de 8.719 a 7.498, mientras que la matrícula
disminuyó en un 7%, de 2.498.870 a 2.320.651.1.
El informe presentado a la Conferencia de obispos católicos de
Estados Unidos por John Jay Report (2011) ofrece los siguientes
factores psicológicos de los eclesiásticos convictos de abusos sexua­
les con niños:

33
J o s é M oya

• Menos del 5% de los sacerdotes con denuncias de abuso exhibie­


ron un comportamiento constante con una diagnosis de pedofilia
(un trastorno psiquiátrico que se caracteriza por recurrentes fanta­
sías, impulsos y comportamientos con los niños prepúberes). Por
tanto, no se darían en ellos las condiciones que expresa el DSM-5
como necesarias para ser “sacerdotes pedófilos”.
• Los Sacerdotes con acusaciones de abusar sexualmente de meno­
res no son significativamente más propensos que otros sacerdotes
a tener trastornos de personalidad o de estado de ánimo.
• El 80 por ciento de los sacerdotes que participaron en un trata­
miento psicológico se refirieron al compromiso del celibato como
causa del comportamiento sexual desviado, aunque el comporta­
miento sexual fue más frecuente con adultos.
• La mayoría de los sacerdotes que recibieron tratamiento psicoló­
gico tras una denuncia por abuso sexual de un menor de edad
también informó de un comportamiento sexual con adultos.
• Aquellos sacerdotes que tuvieron relaciones antes de entrar al
seminario o cuando estaban en el seminario eran más proclives a
tener relaciones sexuales después de la ordenación, pero esas re­
laciones eran más probable que las tuvieran con adultos.
• Los sacerdotes que tuvieron experiencias homosexuales antes de
entrar en el seminario eran más propensos a tener comportamien­
tos sexuales después de la ordenación, pero este comportamiento
era más frecuente con adultos, no con menores.
• Los sacerdotes de los que abusaros sexualmente cuando eran
menores de edad eran más propensos a abusar de los menores que
aquellos sin antecedentes de abuso.
• Los sacerdotes sin lazos sociales, y aquellos cuya familia habló
negativamente o no habló en absoluto sobre sexo, eran más pro­
pensos a abusar de los menores que los que tenían una historia de
estrechos lazos sociales y tuvieron conversaciones positivas sobre
el comportamiento sexual.
• En general, los sacerdotes ordenados entre 1940 y 1950 mostra­
ron evidentes dificultades con la intimidad.

34
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

VIII. Pornografía infantil

The National Strategy for Child Exploitation Prevention and In­


terdiction (2010) define la pornografía infantil como la posesión,
comercio, publicidad y producción de imágenes que muestran abuso
sexual de niños. Internet y los avances en la tecnología digital han
proporcionado a los delincuentes un terreno fértil para producir por­
nografía infantil, obtenerla, compartirla, publicitaria y venderla.
Internet también ha permitido a los delincuentes formar grupos en
línea para facilitar el comercio y la colección de estas imágenes, y
facilitar el contacto con niños y crear redes de apoyo entre los delin­
cuentes. Los delincuentes también utilizan las tecnologías actuales
para hablar de su interés sexual en los niños, compartir experiencias
e imágenes de sí mismos abusando de los niños.
Las amenazas provenientes de la red se podrían resumir en las si­
guientes: 1) la pornografía infantil plantea un peligro para las vícti­
mas y para otros niños; 2) algunos indicadores sugieren un aumento
significativo de la pornografía infantil; 3) los pornógrafos infantiles
son cada vez más sofisticados en la producción y distribución de
materiales; y 4) algunos informes indican que los sindicatos del cri­
men organizado están involucrados en el comercio de pornografía
infantil.
La legislación española presentada como anteproyecto a las cor­
tes (2014) propone los siguientes puntos sobre pornografía infantil:
A los efectos de este título se considera pornografía infantil:
1. Todo material que represente de manera visual a un menor o una
persona discapacitada necesitada de especial protección partici­
pando en una conducta sexualmente explícita, real o simulada.
2. Toda representación de los órganos sexuales de un menor o per­
sona discapacitada necesitada de especial protección con fines
principalmente sexuales.
3. Todo material que represente de forma visual a una persona que
parezca ser un menor participando en una conducta sexualmente
explícita, real o simulada, o cualquier representación de los ór­
ganos sexuales de una persona que parezca ser un menor, con fi-

35
J o s é M oya

nes principalmente sexuales, salvo que la persona que parezca


ser un menor resulte tener en realidad dieciocho años o más en el
momento de obtenerse las imágenes.
4. Imágenes realistas de un menor participando en una conducta
sexualmente explícita o imágenes realistas de los órganos sexua­
les de un menor, con fines principalmente sexuales.
Según esta definición de pornografía infantil, difícilmente asumi-
ble, aquellos que pulsen por error un enlace que conduzca a páginas
de pornografía infantil pueden contravenir las leyes según se han
presentado al parlamento.

1. La pornografía infantil en Internet

El mercado de la pornografía infantil explotó con el advenimiento


de Internet y la tecnología digital avanzada. Internet ofrece múltiples
oportunidades para que los individuos puedan crear, acceder y com­
partir imágenes de abuso sexual infantil en todo el mundo con solo
apretar un botón. Las imágenes de pornografía infantil están disponi­
bles a través de prácticamente todas las tecnologías de Internet, como
diferentes sitios web, correo electrónico, mensajería instantánea,
ICQ, Internet Relay Chat (IRC), WhatsApp, grupos de noticias, ta­
blones de anuncios, redes de uno a otro, y los sitios de redes sociales.
Los infractores de pornografía infantil suelen estar conectados a
través de redes y foros de Internet. En estos foros comparten inter­
eses, deseos y experiencias de abuso de niños, además pueden ven­
der, compartir y traficar con las imágenes.

2. Las víctimas inocentes de la pornografía infantil

Cada niño involucrado en la producción de una imagen es una


víctima de abuso sexual. Algunos niños muestran su angustia en el
abuso sexual mientras otros dan la impresión de que el niño colabora
complacido. Sin embargo, la realidad es que el abuso no es un acto
único, sino una cadena de victimización durante meses o años. Algu­
nos de estos niños son seducidos por los mayores que, en ocasiones,
son sus propios padres, y que presentan el hecho como normal, o

36
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

bien los criminales cultivan una relación con un niño y lo sexualizan


gradualmente con el tiempo. Las víctimas suelen ser niños raptados,
cedidos por sus padres a cambio de dinero, sacados de orfanatos o de
la calle, procedentes de familias muy humildes o desestructuradas.
Otro elemento negativo de subir imágenes a la red es que las víc­
timas de la pornografía infantil saben que sus imágenes pueden ser
vistas en todo el mundo y pueden seguir circulando indefinidamente.
Esto puede cambiar su vida para siempre y producir en ellos impo­
tencia, miedo, humillación y falta de control, dado que sus imágenes
están disponibles para todo el mundo a perpetuidad.
Algo aún más nefasto para los niños es que pueden caer en redes
de pornografía donde sirven imágenes que muestran abuso sexual
infantil sádico y violento. En estos casos su vida corre peligro, aparte
de sufrir humillaciones y castigos físicos y morales. Otra aberración
deleznable es el aumento en el número de imágenes que muestran
niños de muy corta edad, incluyendo infantes y bebés.

3. El negocio de la pornografía infantil

Los usuarios de pornografía infantil son muy numerosos y el vo­


lumen de negocio que se mueve en torno a esta actividad es de mu­
chos millones de euros. Como ejemplo, podemos considerar las ci­
fras que ofrece, para el año 2008-2009, la Agencia contra el uso de la
pornografía infantil de Estados Unidos. Según esta Agencia, se han
utilizado programas para identificar direcciones IP y catalogar imá­
genes. Desde inicios de la operación Fairplay en 2006 y comienzos
de la operación Roundup, a finales de 2009, se han identificado más
de 20 millones de direcciones IP diferentes que ofrecen archivos de
pornografía infantil (imágenes, vídeos) en una red de intercambio de
archivos. Además, los programas han identificado miles de imágenes.
Por ejemplo, la operación Fairplay ha catalogado 170.000 archivos. La
operación RoundUp cuenta con una lista de vigilancia de 120.000
archivos de pornografía infantil. Los archivos de la “lista de vigilan­
cia” son los que representan algunas de las “peores” imágenes de por­
nografía infantil (películas y fotografías de las agresiones más violen­
tas con las víctimas más jóvenes) que la policía ha visto en su vida.
Las víctimas pueden variar desde niños pequeños hasta adolescentes.

37
J o s é M oya

Basándonos en las tipologías propuestas por Sullivan y Beech


(2004) y Alexy, Burgess y Baker (2005) podemos establecer que
existen cuatro tipos diferentes respecto a la producción y consumo de
pornografía. De menor a mayor peligrosidad, estarían en primer
lugar aquellos que acceden a imágenes pornográficas de niños por
curiosidad o como una incidencia más de navegar por Internet. En
segundo lugar, los que buscan imágenes o vídeos pornográficos y
encuentran y se bajan pornografía infantil, como un elemento más de
esta pornografía. En tercer lugar, los que trafican con imágenes por­
nográficas de niños con fines de lucro, incluyendo los que hacen sus
propias imágenes y videos. En cuarto lugar, los que victimizan a los
niños y hacen vídeos de niños con sexo explícito o fingido y los
someten a violencia y opresión para obtener un beneficio económico.

IX. T écnicas para el diagnóstico de la pedofilia

Aparte de analizar los criterios diferenciales propuestos por el


DSM-5, existen algunas técnicas que sirven como instrumentos para
el diagnóstico de la pedofilia. Entre las más usadas podemos destacar
el test falometríco, que es considerado como el mejor método psico-
fisiológico para detectar las preferencias sexuales en los hombres. Se
coloca un aparato que mide la cantidad de sangre que fluye hacia el
pene ante la presentación de imágenes eróticas de hombres desnudos,
mujeres desnudas, niños desnudos y dibujos neutros. En un estudio
realizado por Ponseti et al. (2012), estos autores concluyen que la
respuesta funcional del cerebro a patrones de estímulo sexual contie­
ne suficiente información para identificar a los pedófilos con gran
precisión, y que realmente una clasificación automática como ésta es
un buen instrumento para diagnosticar clínicamente la pedofilia. Sin
embargo, esta técnica tiene algunos inconvenientes, entre otros un
alto grado de intrusismo.
Otra técnica prometedora es el movimiento ocular, es decir, qué
zonas del cuerpo humano son más fotografiadas por el cerebro. Se
utilizan los mismos estímulos que en la técnica anterior, y el movi­
miento ocular se mide mediante un eye-tracker. Esta técnica ayuda a
ver qué zonas del cuerpo humano (adulto o infantil, varón o mujer)
provocan mayor interés en los sujetos pedófilos.

38
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

La tarea del Tiempo de reacción discriminative (Choice Reaction


Time) se basa en el efecto de la interferencia. Mokros et al. (2010)
presentaban a los sujetos un punto que debían descubrir en una pintura
neutra o en una figura con contenido erótico (un cuerpo desnudo). La
variable dependiente era el tiempo que tardaban los sujetos en encon­
trar el punto. Los sujetos tardaban más tiempo en la tarea con estímu­
los desnudos que con cuerpos vestidos. Los pedófilos tardaban más
tiempo en la tarea con cuerpos desnudos de niños que con desnudos de
mujeres y hombres adultos. La conclusión es que el interés sexual
produce interferencias cognitivas con el estímulo visual.
De menor interés, dado que los sujetos intentan mentir o falsear
los resultados, son los test de papel y lápiz para contestar a unas
determinadas preguntas sobre la orientación sexual.
En la actualidad se están haciendo estudios de imagen fMRI y
PET con los cuales no sólo se intenta diagnosticar a los sujetos como
pedófilos, sino también encontrar la etiología de este desorden. Un
cerebro que tenga determinadas anomalías puede ser el origen de una
orientación sexual no adecuada. Algunos estudios actuales han iden­
tificado diferentes correlatos neurológicos de la orientación sexual.

X. Correlatos neurológicos de la pedofilia

Estudios con resonancia magnética funcional (fMRI) y con tomo-


grafía por emisión de positrones (PET) han encontrado diferencias
anatómicas y funcionales en diferentes áreas del cerebro relacionadas
con la orientación sexual, lo que sugiere que la pedofilia tiene una
base neurológica.
Los correlatos neurológicos de la pedofilia se pueden estudiar desde
dos perspectivas diferentes: a) analizando el funcionamiento ejecutivo
de determinas áreas del cerebro para determinar si pedófilos y no pedófi­
los actúan de forma diferente, y b) estudiando las anomalías estructura­
les y funcionales que se observan en el cerebro de los pedófilos.

1. Diferencias ejecutivas o funcionales


Cohen et al. (2010) compararon a 51 sujetos con pedofilia, 53 su­
jetos con adicción a los opiáceos y 84 sujetos de control sanos con
J osé M oya

pruebas neuropsicológicas para las funciones ejecutivas. Los grupos


diferían en las pruebas de flexibilidad cognitiva y conexión (WCST),
atención sostenida (Stroop) e impulsividad (MFFT y laberintos de
Porteus). No hubo diferencias en fluidez verbal (COWA). Los suje­
tos con pedofilia difieren significativamente de aquellos con adicción
a los opiáceos en varias pruebas: una latencia mayor de respuesta,
completaron menos laberintos y tuvieron menos errores en los labe­
rintos de Porteus. Los sujetos adictos a opiáceos pueden ser más
propensos a la impulsividad cognitiva.
Kruger & Schiffer, (2011) pasaron una batería de tests neurocog-
nitivos (una versión reducida de la escala alemana de inteligencia
para adultos Wechsler, la tarjeta-clasificación de Wisconsin, d2
prueba de déficit de atención y el Corsi block-tapping test), así como
dos cuestionarios de personalidad (Minnessota Multiphasic Persona­
lity Inventory [MMPI-2] y el Multiphasic Sex Inventory [MSI]) para
examinar una muestra de 20 sujetos pedófilos evaluados psiquiátri­
camente y hospitalizados (SCID I y II) (nueve exclusivamente atraí­
dos por hembras) y 11 varones de dos hospitales forenses de alta
seguridad y 28 sujetos controles sanos (14 heterosexuales, y 14
homosexuales). Las pruebas mostraron que, en comparación con los
controles, los pedófilos demostraron deterioros neurocognitivos y de
personalidad en la mayoría de las pruebas y cuestionarios, con valo­
res reducidos en la escala de inteligencia y actuaciones más débiles
en el procesamiento de la información, junto con altas puntuaciones
de paranoia, psicopatía, signos de obsesión sexual y disfunción
sexual. Algunas de estas alteraciones se podían explicar por factores
ajenos a la pedofilia, como la educación o la edad.
Eastvold, Suchy. & Strassberg (2011) compararon 89 sujetos en
siete dominios respecto a la función ejecutiva. Los resultados revela­
ron que los abusadores de niños exhibieron un perfil general ejecutivo
que era diferente de los no ofensores sexuales, los pedófilos diferían de
los no ofensores pero no de los no pedófilos. En su conjunto, los abu­
sadores eran mejores en razonamiento abstracto, y más débiles en
inhibición que los no abusadores sexuales. Se desenvuelven mejor que
los no pedófilos en la planificación y muestran mayor precisión y des­
empeño general en relación con los no pedófilos. Estos resultados

40
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

sugieren que los pedófilos exhiben un estilo de respuesta más delibe­


rado, planificado, caracterizado por un mayor autocontrol; mientras
que los no pedófilos parecen responder más impulsivamente.
Schiffer, & Vonlaufen (2011) examinaron el rendimiento de 30
pederastas (15 pedófilos y 15 no pedófilos) y 33 controles (16 delin­
cuentes no sexuales y 17 controles sanos). Los resultados indican que
los pedófilos molestadores de niños exhibieron menos déficits de
rendimiento en el funcionamiento cognitivo que los no pedófilos
abusadores de niños. En comparación con los controles sanos y de­
lincuentes no sexuales, los pedófilos pederastas sólo mostraron dis­
función ejecutiva con respecto a la respuesta de inhibición, mientras
que los no pedófilos molestadores de niños revelaron la disfunción
más severa, especialmente en tareas asociadas con la flexibilidad
cognitiva y la memoria verbal.
Poeppl et al. (2013) encontraron cambios estructurales en las áre­
as prefrontal, parietal, insular y límbica del cerebro de los pedófilos.
También encontraron menor masa de materia gris en la amígdala
derecha. La fuerte fijación pedófila está vinculada con la reducción
de materia gris en el córtex insular izquierdo y en el córtex prefrontal
dorsolateral (DLPFC), mientras que la preferencia por niños de me­
nor edad se debe a la menor cantidad de materia gris en el córtex
orbitofrontal (OFC) y al giro angular bilateral. La pedofilia estaría
ligada de una manera muy fuerte con alteraciones de la materia gris
en ambos córtex orbitofrontales y de la ínsula. Las diferencias del
volumen de la amígdala entre pedófilos y no pedófilos sólo se puede
atribuir a la pedofilia. También se puede decir que la amígdala de los
homosexuales pedófilos responde más intensamente a los estímulos
sexuales visuales de niños que al contenido erótico de adultos.
La activación del OFC, según Habermeyer et al. (2013), sería un
intento de los pedófilos por disimular o disminuir el dramático im­
pacto sobre las víctimas potenciales del abuso de niños, intentando
suprimir la angustia emocional.

2. Otras anomalías cerebrales y la pedofilia


La sexualidad humana, debido a su alta utilidad para la reproduc­
ción de la especie, está presente en grandes áreas del cerebro. La

41
J o s é M oya

cultura, por otra parte, ha esculpido un cerebro capaz de controlar y


conducir esta energía hacia comportamientos adecuados. Sin embar­
go, no es de extrañar que existan múltiples formas de desviaciones
patológicas. Algunas desviaciones se deben a estructuras y funciones
cerebrales posiblemente ligadas a la genética, mientras que otras son
adquiridas. En este apartado nos interesan sobre todo aquellas estruc­
turas cerebrales que están ligadas a una patología que aparece ines­
peradamente.
Tendencias pedófilas pueden aparecer ligadas a cambios mórbi­
dos de los lóbulos frontales, de la circunvolución primera y segunda
del lóbulo temporal y de algunas zonas del lóbulo occipital (Krafft-
Ebing, 1965).
Mendez y Shapira (2011) informan que determinados trastornos
cerebrales pueden liberar una predisposición a la atracción sexual
hacia los niños a través de la desinhibición causada por una enferme­
dad frontal, preocupación sexual por una enfermedad del lóbulo
temporal derecho o hipersexualidad debida a una enfermedad sub­
cortical en los ganglios básales no motores, hipotálamo y núcleos
septales.
Miller et al (1986) describen el caso de un hombre de 50 años que
cambió su orientación sexual hacia los niños. Hizo frecuentes y cada
vez más públicos acercamientos sexuales hacia los niños pequeños y
su conversación estaba llena de insinuaciones sexuales. Con frecuen­
cia avergüenza a su esposa mostrando imágenes pornográficas a los
visitantes en su casa. Una imagen del cerebro reveló un neoplasma en
la parte izquierda del tallo cerebral, desde el puente al mesencéfalo.
En la literatura científica aparecen numerosos casos de personas
normales que muestran conductas pedófilas a causa de un tumor
cerebral (Lesniak, Szymusik y Chzanowskj, 1972; Burns y Swerd-
low, 2003; Mendez et al. 2000).
Se han manifestado comportamientos pedófilos como efecto se­
cundario de la epilepsia del lóbulo temporal, de síndromes neuropsi-
quiátricos postencefalíticos, lesiones septales, lesiones del lóbulo
frontal, lesiones bilaterales del lóbulo temporal, esclerosis múltiple, y
tumores en varias zonas del cerebro (Bradford, 2006). Un informe de
Mendez et al. (2000) describe a 2 pacientes con pedofilia que tenían

42
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

hipometabolismo del lóbulo temporal, según reveló el escáner con


tomografía por emisión de positrones; 1 paciente tenía demencia
frontotemporal y el otro esclerosis.

XI. T ratamiento de la pedofilia

La pedofilia se ha venido tratando mediante dos métodos funda­


mentales: tratamientos psicológicos y tratamientos farmacológicos.
Un tercer método menos usado es el tratamiento quirúrgico.

1. Tratamiento psicológico

Los métodos que se han venido utilizando para el tratamiento de la


pedofilia han sido los propios del psicoanálisis, la psicología conductis-
ta, la psicología cognitivo conductual y la psicología de la vida buena.
Hasta finales del siglo XX se pensaba que la pedofilia no tenía cu­
ra, ya que las terapias que se utilizaron hasta entonces no tenían prácti­
camente ningún éxito para que los pedófilos no volvieran a delinquir.
Durante las últimas décadas del siglo XX se extendió la idea de que
“Nada Funciona” con la pedofilia (Martinson, 1974). En la década de
los 90, diversos autores comenzaron a proponer algunas terapias basa­
das en la psicología cognitivo conductual que tenían resultados positi­
vos (Andrews, Zinger y Hodge, 1990). La conclusión a la que llegaron
estos autores fue que existe una estrecha correlación entre la caída de
la reincidencia y la adherencia a unos principios básicos: Riesgo, Ne­
cesidad y Respuesta (RNR). En este estudio proponen que la terapia
debe ser proporcionada al riesgo de reincidencia. La necesidad esta­
blece que hay que dirigir la terapia principalmente hacia los problemas
vitales que están ligados con la reincidencia como son las necesidades
criminológicas (p.e. actitudes tolerantes con la violación), mientras
que los problemas no criminológicos deben recibir una atención menor
(depresión y preocupación). El principio de respuesta hace referencia a
la manera más adecuada de conectar con el cliente.
Un trabajo de revisión llevado a cabo por Corabian, Dennett &
Harstall (2011) sugiere que el Se.x Offender Treatment (SOT) tiene el
potencial para reducir la reincidencia sexual y no sexual en esta po-

43
J o s é M oya

blación; sin embargo, los resultados publicados proporcionan mayor


apoyo para la efectividad de la Cognitive Behavioural Therapy
(CBT) y los programas que siguen el modelo de riskI needI responsi-
vity (RNR). Pero, dadas las limitaciones metodológicas de la investi­
gación primaria disponible, es difícil llegar a conclusiones seguras
acerca de la efectividad de los programas SOT y CBT en una pobla­
ción tan heterogénea.
La terapia de intervención dentro del correccional tiene una dura­
ción aproximada de 300 horas para los pacientes de alto riesgo de
reincidencia; de 160 a 190 horas para los de riesgo moderado, mien­
tras que los de bajo riesgo no deben ser tratados, ya que el tratamien­
to puede ser incluso perjudicial (Marshall, & Marshall, 2010).
Dado que la pedofilia es uno de los desórdenes más difícilmente
tratados, se ha abandonado la idea de curarla, y se ha puesto énfasis
en incrementar el control voluntario sobre la excitación sexual. Se
conoce que la inhibición cognitiva depende en gran parte de las in­
terconexiones de las regiones corticales y subcorticales, que están
anormalmente activadas en la pedofilia. Una región importante es el
córtex cingulado anterior que se activa con la presencia de imágenes
eróticas. La técnica, que está dando buenos resultados, consiste en
presentar imágenes eróticas en tiempo real mediante rt-fMRI unido a
un interfaz de ordenador. El sujeto puede ver cómo se activa el cor­
tex cingulado anterior y otras áreas en presencia de imágenes de
niños desnudos. Ahora el terapeuta le enseña al pedófilo a inhibir la
activación de esta área. Después de un entrenamiento, el sujeto
aprende a no activar esta área cerebral en presencia de imágenes de
niños desnudos (Renaud et al., 2012).

2. Tratamiento farmacológico

El tratamiento farmacológico tiene dos metas fundamentales: (a)


disminuir la urgencia sexual con medicamentos que inhiben la pro­
ducción de testosterona y (b) mejorar la salud psíquica del paciente
con medicamentos que mejoran el equilibrio psicológico y el humor.
El tratamiento con fármacos para la eliminación o reducción de la
producción de testosterona (castración química) se utiliza fundamen-

44
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

talmente para bajar el impulso sexual. En este tratamiento se suelen


emplear anti-andrógenos esteroides como el acetato de medroxipro-
gesterona (MPA) y el acetato de ciproterona (CPA), que tienen
actividades de producción de progesterona además de efectos anti-
andrógenos, que producen una disminución en la circulación de los
niveles de testosterona y dihidrotestosterona (DHT). Estos compues­
tos interfieren en la llegada de DHT a los receptores de andrógenos y
bloquean la absorción celular de andrógenos. Otros fármacos actúan
a nivel de la glándula pituitaria estimulando la producción de la hor­
mona luteizante (LH), que tiene efectos semejantes a la castración
química a las dos o cuatro semanas.
Aunque esta terapia recibe apoyos de algunos médicos que tratan
el abuso sexual de niños, sin embargo, no se ha probado su efectivi­
dad. Estos medicamentos pueden producir a largo plazo embolismo
pulmonar, aumento de peso, diabetes mellitus, hipertensión, desór­
denes depresivos y ginecomastia (20%) (Rice, & Harris, 2011, Thi-
baut 2011). Esta terapia solamente es aplicada con el consentimiento
expreso del paciente.
Una terapia aún más invasiva es la castración física. No es muy
frecuente, pero está admitida en algunos estados de Estados Unidos.
La castración u orquidectomía (si se remueven completamente los
testículos) reduce drásticamente la producción de testosterona, de modo
que los sujetos sienten menor impulso a tener relaciones sexuales. Algu­
nos estudios indican que la castración quirúrgica es muy eficaz para
reducir las tasas de reincidencia en los pedófilos, entre un 82% y un
72%. La mayoría de los pedófilos castrados dicen sentirse mejor, más
contentos con su nuevo estado, y más libres de las urgencias sexuales.

3. Terapias farmacológicas indirectas de la pedofilia

Las semejanzas entre algunas enfermedades y la pedofilia ha sido


el fundamento para utilizar medicamentos que han mostrado su efi­
cacia en diferentes enfermedades mentales.
Los antidepresivos son eficaces en el tratamiento de la depresión y
de la enfermedad obsesivo-compulsiva, y en los desórdenes de ansiedad.

45
J osé M oya

Dadas algunas coincidencias con la urgencia obsesiva por los niños, se


han utilizado tricíclicos antidepresivos, en especial la cloripramina.
La mayor eficacia de los inhibidores selectivos de la recaptación
de la serotonina (SSRi) y sus menores efectos secundarios, han
hecho de ellos un tratamiento más utilizado por los psiquiatras en la
pedofilia moderada con comorbilidades como la depresión o tenden­
cias obsesivo compulsivas (Thibaut et al. 2010), (Bradford, 2000).

XII. A lgunos problemas éticos de la terapia

La terapia de la pedofilia presenta algunos problemas éticos típicos


de esta tendencia. Por una parte, hay que buscar un equilibrio entre la
necesidad que tiene la gente de seguridad frente a la amenaza que el
pedófilo representa para sus hijos indefensos, y el clamor popular que
exige un castigo ejemplar para estos delincuentes. Algunos tratamien­
tos, tanto hormonales como quirúrgicos, traen beneficios a la sociedad
en cuanto estos delincuentes dejan de ser reincidentes, pero su aplica­
ción tiene efectos negativos para el sujeto que los padece.
Existen dos principios generales fundamentales de la ética a tener
en cuenta: el principio de beneficencia, no maleficencia, y el princi­
pio del consentimiento informado.
Al evaluar la ética de un tratamiento se deben tener en cuenta los
beneficios y los perjuicios que puede causar el tratamiento tanto al
pedófilo como a terceros (sus familias, amigos, la gente en general).
Los tratamientos farmacológicos que alteran el deseo sexual privan a
los individuos de una función básica que tiene una amplia repercu­
sión en la vida de una persona. La actividad sexual tiene la función
psicológica de dar vitalidad, ganas de vivir, identidad personal, y
placer. Aunque algunos convictos desean someterse a castración
química, sin embargo, la inmensa mayoría no quiere someterse a este
tratamiento, ya que quieren seguir manteniendo esta función corpo­
ral. Otra de las razones es el miedo a los efectos secundarios y al
convencimiento de que lo que han hecho no es un delito.
En el caso de que los pedófilos pidan la castración química, la
Comisión de Bioética Belga (2006) propone los siguientes criterios

46
La pedofüia, ¿enfermedad neurológica?

para que una persona se someta a este tratamiento: El diagnóstico del


desorden parafílico ha sido establecido por un psiquiatra experi­
mentado. No existen contraindicaciones serias para el tratamiento.
El tratamiento es realmente necesario. No existen otros tratamientos
disponibles. Se debe obtener el consentimiento informado, explican­
do bien los pros y los contras. El plan de tratamiento se debe presen­
tar por escrito y, sí es necesario, puede ser modificado. Nunca puede
imponerse este tratamiento.
Según Thibaut (2012) solamente se podría aplicar la castración
química si se dan las siguientes condiciones:
• La persona tiene un desorden parafílico diagnosticado por un
psiquiatra después de un cuidadoso examen psiquiátrico.
• El estado actual de la persona representa un riesgo significativo
de daño grave a su salud o a la integridad física o moral de otras
personas.
• No están disponibles otros medios de tratamiento menos intrusivos.
• El psiquiatra se compromete a informar al paciente y recibir su
consentimiento, a asumir la responsabilidad para la indicación del
tratamiento y el seguimiento, incluyendo aspectos somáticos con
la ayuda de un endocrinólogo si fuera necesario.
En algunos casos, puede utilizarse tratamiento coercitivo en delin­
cuentes sexuales con parafilia. La decisión de someter a un agresor
sexual a tratamiento forzado debe ser tomada por un tribunal u otro
órgano competente. El Tribunal u otro órgano competente deben:
• Actuar conforme a los procedimientos previstos por la ley basada en
el principio de que la persona en cuestión debe ser vista y consultada.
• No se especifica el contenido del tratamiento (hormonales o no),
pero fuerza a la persona a cumplir con el plan de tratamiento ne­
gociado con el psiquiatra.
• La decisión de someter a esta persona a tratamiento hormonal debe
ser tomada por un psiquiatra con la necesaria competencia y expe­
riencia y no por el juez, tras un examen de la persona interesada y
sólo después de que se haya obtenido su consentimiento informa­
do. Mientras que el tratamiento puede facilitar una mejoría, libera­
ción o descarga, éste puede no ser necesariamente el caso.

47
J o s é M oya

• En algunos casos, la negativa del delincuente a aceptar cualquier


tipo de tratamiento podría conducir a sanciones por el tribunal.
Respecto a la castración quirúrgica se ha pasado de ser una prác­
tica habitual a considerarla inhumana. A mediados del siglo pasado
se podía uno encontrar que un juez de Estados Unidos le diera a
elegir a un violador entre castración o diez años de cárcel. El doctor
John McMillan (2013) defiende la decisión del gobierno checo y
alemán de permitir la castración, en especial la pulpectomía, una
técnica que elimina solo la parte central del testículo, pero da al es­
croto una apariencia más natural, aunque los efectos son los mismos
que la extirpación total del testículo. Evidentemente esta acción de­
bería someterse a ciertas restricciones: (a) la castración debe pedirla
el pedófilo; (b) debe haber un consentimiento informado de un psi­
quiatra competente; (c) el consentimiento para la castración no debe
ser forzado mediante amenazas o beneficios.
William J. Winslade (2014) defiende una ley del estado de Tejas
que permite la pulpectomía testicular.
La castración puede destruir la dignidad humana, vulnera el
derecho a la privacidad y la procreación y pone en práctica la
cláusula del castigo cruel e inusual. El experimento fallido de
castración de Oregon y la sentencia judicial de Moldova en julio
de 2013 indican que el escenario está preparado para corregir este
error (Goswami, 2014).
Por su parte, el Comité Europeo para la prevención de la tortura
mediante el tratamiento o castigos inhumanos afirma que la castra­
ción quirúrgica es un tratamiento degradante y ha pedido que se
suspenda inmediatamente esta práctica.

XIII. Bibliografía citada

Advisory Committee on Bioethics (2006). Opinion no. 39 of Decem­


ber 18th 2006 on hormonal treatment of sex offenders.
Alexy, E. M.; Burgess, A. W.; Baker, T. (2005). Internet Offenders:
Traders, Travelers, and Combination Trader-Travelers. Journal of
Interpersonal Violence, vol. 20, no. 7, pp. 804-812.

48
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

Andrews, D. A., Zinger, I., Hoge, R. D., Bonta, J., Gendreau, P., &
Cullen, F. T. (1990). Does correctional treatment work? A clinically
relevant and psychologically informed meta-analysis. Criminology,
28(3), 369-404.
Blanchard, R. (2010). The DSM diagnostic criteria for pedophilia.
Archives o f Sexual Behavior, 39(2), 304-316.
Bradford JM. (2001). The neurobiology, neuropharmacology, and
pharmacological treatment of the paraphilias and compulsive sexual
behavior. Can J Psychiatry;46:26-34.
Bradford, J. M. (2006). On sexual violence. Current opinion in psy­
chiatry, 79(5), 527-532.
Bradford, J. M. W. (2000). The treatment of sexual deviation using a
pharmacological approach. Journal of Sex Research, 37(3), 248-257.
Burgess, A. W., Hartman, C. R., Ressler, R. K., Douglas, J. E., &
McCormack, A. (1986). Sexual homicide a motivational model.
Journal o f Interpersonal Violence, 1(3), 251-272.
Burns, J. M., & Swerdlow, R. H. (2003). Right orbitofrontal tumor
with pedophilia symptom and constructional apraxia sign. Archives
o f Neurology, 60(3), 437-440.
Cohen, L. J., Nesci, C., Steinfeld, M., Haeri, S., & Galynker, I. (2010).
Investigating the relationship between sexual and chemical addictions
by comparing executive function in pedophiles, opiate addicts and
healthy controls. Journal o f psychiatric practice, 16(6), 405.
Corabian, P., Dennett, L., & Harstall, C. (2011). Treatment for con­
victed adult male sex offenders: an overview of systematic reviews.
Sexual Offender Treatment, 6(1).
Denov, M. S. (2004). The Long-Term Effects of Child Sexual Abuse
by Female Perpetrators A Qualitative Study of Male and Female
Victims. Journal o f Interpersonal Violence, 79(10), 1137-1156.
Douglas, T., Bonte, P., Focquaert, F., Devolder, K., & Sterckx, S.
(2013). Coercion, incarceration, and chemical castration: An argu­
ment from autonomy. Journal o f bioethical inquiry, 10(3), 393-405.
Dunn, P. J. (1990). Priesthood: A re-examination o f the Roman
Catholic theology o f the presbyterate. New York, NY: Alba House.

49
J o s é M oya

Eastvold, A., Suchy, Y., & Strassberg, D. (2011). Executive function


profiles of pedophilic and nonpedophilic child molesters. Journal of
the International Neuropsychological Society, 77(02), 295-307.
Finkelhor, D. (1994). Current information on the scope and nature of
child abuse. The Future of Children, 4, 31-53.
Finkelhor, D., Hotaling, G. T., Lewis, I. A., & Smith, C. (1990).
Sexual abuse in a national sample of adult men and women: Preva­
lence, characteristics, and risk factors. Child Abuse & Neglect, 14,
19-28.
Gallagher, B. (2000). The extent and nature of known cases of
institutional child sexual abuse. British Journal o f Social Work, 30,
795-817.
Gannon, T. A., Rose, M. R., & Ward, T. (2008). A descriptive model
of the offense process for female sexual offenders. Sexual Abuse: A
Journal of Research and Treatment, 20(3), 352-374.
Goswami, G. K. (2014). Castration laws: marching towards imper­
fect justice. Medico-Legal Journal, 0025817213517351.
Groth, A. N„ Hobson, W. F., & Gary, T. S. (1982). The child moles­
ter: Clinical observations. Journal of Social Work and Human Sexu­
ality, 7,129-144.
Habermeyer. B., Esposito, F., Handel, N., Lemoine, P., Klarhdfer,
M., Mager, R., Dittmann, V.; Seifritz, E. & Graf, M. (2013). Imme­
diate processing of erotic stimuli in paedophilia and controls: a case
control study. BMC psychiatry, 73(1), 88.
Haywood, T. W., Kravitz, H. M., Wasyliw, O. E., Goldberg, J., &
Cavanaugh Jr, J. L. (1996). Cycle of abuse and psychopathology in
cleric and noncleric molesters of children and adolescents. Child
abuse & neglect, 20(12), 1233-1243.
Holmes, R. M., & Holmes, S. T. (1996). Profiling violent crimes: An
investigative tool (2nd ed.). Thousand Oaks, CA: Sage.
John Jay College Research Team (2012).The Causes and Context of
Sexual Abuse of Minors by Catholic Priests in the United States,
1950-2010. A Report Presented to the United States Conference of
Catholic Bishops.

50
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

Krafft-Ebing, R. (1965). Psychopathia sexualis: with especial refer­


ence to the antipathic sexual instinct: a medico-forensic study. Ar­
cade Publishing.
Kruger, T. H., & Schiffer, B. (2011). Neurocognitive and Personality
Factors in Homo-and Heterosexual Pedophiles and Controls. The
journal o f sexual medicine, 8(6). 1650-1659.
Langevin, R., Curnoe, S., & Bain, J. (2000). A study of clerics who
commit sexual offenses: Are they different from other sex offenders?
Child abuse & neglect, 24(4), 535-545.
Leclerc, B.. Proulx, J., & McKibben, A. (2005). Modus operandi of
sexual offenders working or doing voluntary work with children and
adolescents. Journal o f Sexual Aggression, 2, 187-195.
Lehmann, R. J., Goodwill, A. M., Hanson, R. K., & Dahle, K. P.
(2014). Crime Scene Behaviors Indicate Risk-Relevant Propensities
of Child Molesters. Criminal Justice and Behavior,
0093854814521807.
Lesniak, R., Szymusik, A., & Chrzanowski, R. (1972). Multidirec­
tional disorders of sexual drive in a case of brain tumour. Forensic
science, 7(3), 333-338.
Loftus, J. A., & Camargo, R. J. (1993). Treating the clergy. Sexual
Abuse: A Journal o f Research and Treatment, 6(4), 287-303.
Malón, A. (2012). Pedophilia: A diagnosis in search of a disorder.
Archives of sexual behavior, 47(5), 1083-1097.
Maltz, W. (2002). Treating the sexual intimacy concerns of sexual
abuse survivors. Sexual and Relationship Therapy, 77(4), 321-327.
Marshall, W.L., & Marshall, L.E. (2010). Can treatment be effective
with sexual offenders or does it do harm? A response to Hanson
(2010) and Rice (2010). Sexual Offender Treatment, 5.
Martinson, R. (1974). What works? Questions and answers about
prison reform. The public interest, 35(2), 22-54.
Mathews, J. K., Matthews, R., & Speltz. K. (1991). Female sex of­
fenders: A typology. In M. Q. Patton (Ed.), Family sexual abuse:
Frontline research and evaluation (pp. 199-219). Newbury Park,
CA: Sage.

51
J o s é M oya

McMillan, J. (2013). The kindest cut? Surgical castration, sex offend­


ers and coercive offers. Journal of medical ethics, medethics-2012.
Mendez, M. F., Chow, T., Ringman, J., Twitchell, G., & Hinkin, C.
H. (2000). Pedophilia and temporal lobe disturbances. The Journal of
neuropsychiatry and clinical neurosciences, 12(1), 71-76.
Mendez, M., & Shapira, J. S. (2011). Pedophilic behavior from brain
disease. The journal of sexual medicine, 8(4), 1092-1100.
Miller, B. L., Cummings, J. L., McIntyre, H., Ebers, G., & Grode, M.
(1986). Hypersexuality or altered sexual preference following brain
injury. Journal o f Neurology, Neurosurgery & Psychiatry, 49(8),
867-873.
Miller, L. (2013). Sexual offenses against children: Patterns and
motives. Aggression and Violent Behavior, 18(5), 506-519.
Mokros, A., Dombert, B., Osterheider, M., Zappalá, A., & Santtila,
P. (2010). Assessment of pedophilic sexual interest with an atten-
tional choice reaction time task. Archives of Sexual Behavior, 39(5),
1081-1090.
Mokros, A., Gebhard, M., Heinz, V., Marschall, R. W., Nitschke, J.,
Glasgow, D. V.,. & Laws, D. R. (2012). Computerized assessment of
pedophilic sexual interest through self-report and viewing time: reli­
ability, validity, and classification accuracy of the affinity program.
Sexual abuse: a journal o f research and treatment,
1079063212454550.
Moulden, H. M., Firestone, P., & Wexler, A. F. (2007). Child Care
Providers Who Commit Sexual Offences A Description of Offender,
Offence, and Victim Characteristics. International journal of of­
fender therapy and comparative criminology, 51(A), 384-406.
Moulden, H. M., Firestone, P., Kingston, D. A., & Wexler, A. F.
(2010). A description of sexual offending committed by Canadian
teachers. Journal of child sexual abuse, 19(A), 403-418.
Osterheider, M., Banse, R., Briken, P., Goldbeck, L., Hoyer, J., Sant­
tila, P. & Eisenbarth, H. (2011). Frequency, etiological models and
consequences of child and adolescent sexual abuse: Aims and goals
of the German multi-site MiKADO project. Sexual offender treat­
ment, 6(2).

52
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

Plante, T. G. (1996). Catholic priests who sexually abuse minors:


Why do we hear so much yet know so little?. Pastoral Psychology,
44(5), 305-310.
Poeppl, T. B., Langguth, B., Laird, A. R., & Eickhoff, S. B. (2014).
The functional neuroanatomy of male psychosexual and physiosex-
ual arousal: A quantitative meta-analysis. Human brain mapping,
35(4), 1404-1421.
Poeppl, T. B., Nitschke, J., Santtila, P., Schecklmann, M., Langguth,
B., Greenlee, M. W..... & Mokros, A. (2013). Association between
brain structure and phenotypic characteristics in pedophilia. Journal
of psychiatric research, 47(5), 678-685.
Ponseti, J., Granert, O., Jansen, O., Wolff, S., Beier, K., Neutze, J.,
et al. (2012).Assessment of pedophilia using hemodynamic brain
response to sexual stimuli. Archives of General Psychiatry, 69,
187-194.
Green, A. M., Chapman, C. E., Kalaska, J. F., & Lepore, F.
(2011). Real-time functional magnetic imaging —brain-
computer interface and virtual reality: promising tools for the
treatment of pedophilia. Enhancing Performance fo r Action and
Perception: Multisensory Integration, Neuroplasticity and Neu­
roprosthetics, 263.
Rice, M. E., & Harris, G. T. (2011). Is androgen deprivation therapy
effective in the treatment of sex offenders?. Psychology, Public Pol­
icy, and Law, 77(2), 315.
Schiffer, B., & Vonlaufen, C. (2011). Executive dysfunctions in
pedophilic and nonpedophilic child molesters. The Journal of Sexual
Medicine, 8(1), 1975-1984.
Schmidt, A. F., Mokros, A., & Banse, R. (2013). Is pedophilic sexual
preference continuous? A taxometric analysis based on direct and
indirect measures. Psychological assessment, 25(4), 1146.
Seto, M. C. (2009). Pedophilia. Annual Review of Clinical Psychol­
ogy, 5,391-407.
Strickland, S. M. (2008). Female sex offenders: Exploring issues of
personality, trauma, and cognitive distortions. Journal o f Interper­
sonal Violence.

53
J osé Moya

Sullivan, J., & Beech, A. (2002). Professional perpetrators: Sex of­


fenders who use their employment to target and sexually abuse the
children with whom they work. Child Abuse Review, 77(3), 153-167.
Sullivan, J., & Beech, A. (2004). Assessing Internet sex offenders. In
M. C. Calder (Ed.), Child sexual abuse and the Internet: Tackling the
new frontier (pp. 69-83). Lyme Regis, UK: Russell House.
Sullivan, J., Beech, A. R., Craig, L. A., & Gannon, T. A. (2011).
Comparing intra-familial and extra-familial child sexual abusers with
professionals who have sexually abused children with whom they
work. International journal of offender therapy and comparative
criminology, 55(1), 56-1A.
Terry, K. J. (2006). Sexual offenses and offenders: Theory, practice,
and policy. Belmont, CA: Wadsworth.
Thibaut, F. (2012). Pharmacological Treatment of Paraphilias. Isr J
Psychiatry Relat Sci, 49(4), 297-305.
Thibaut, F., Barra, F. D. L., Gordon, H., Cosyns, P., & Bradford, J.
M. (2010). The World Federation of Societies of Biological Psychia­
try (WFSBP) guidelines for the biological treatment of paraphilias.
World Journal o f Biological Psychiatry, 77(4), 604-655.
Turner, D., Rettenberger, M., Lohmann, L., Eher, R., & Briken, P.
(2013). Pedophilic sexual interests and psychopathy in child sexual
abusers working with children. Child abuse & neglect, 38, 326-333.
U.S. Department of Justice (2010). Prevention, Child Exploitation
The National Strategy for Child Exploitation Prevention and Inter­
diction. A report to Congress.
Vandiver, D. M. (2006). Female sex offenders: A comparison of solo
offenders and co-offenders. Violence and Victims, 21,339-354.
Vandiver, D. M., & Kercher, G. (2004). Offender and victim charac­
teristics of registered female sex offenders in Texas: A proposed
typology of female sex offenders. Sexual Abuse: A Journal of Re­
search and Treatment, 16, 121-137.
Vandiver, D. M., & Walker, J. T. (2002). Female sex offenders: An
overview and analysis of 40 cases. Criminal Justice Review, 27(2),
284-300.

54
La pedofilia, ¿enfermedad neurológica?

Wijkman, M., Bijleveld, C., & Hendriks, J. (2010). Women don't do


such things! Characteristics of female sex offenders and offender
types. Sexual Abuse: A Journal o f Research and Treatment.
Winslade, W. J. (2014). Surgical castration, Texas law and the case
of Mr T. Journal of medical ethics, medethics-2013.
Copyright of Moralia is the property of Moralia and its content may not be copied or emailed
to multiple sites or posted to a listserv without the copyright holder's express written
permission. However, users may print, download, or email articles for individual use.

Anda mungkin juga menyukai