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El bien y el mal son conceptos o nociones relativos al sentido, al valor o a las consecuencias de la actuación humana, y también

son entendidos como lo que afirma —el bien— o lo que niega —el mal—ciertas exigencias o valoraciones. Así entendidos
ambos, el bien es lo que se ajusta a lo exigido o satisface valoraciones como la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el
equilibrio, la paz o la libertad, o todo lo que favorece el bienestar, ya sea en el ámbito individual o comunitario. El mal, por su
parte, es todo lo contrario a lo anterior. Fernando Savater —filósofo especializado en ética— afirma que el bien es todo lo que
está de acuerdo con lo que somos y lo que conviene al ser humano, y el mal es lo contrario: lo que significa la negación de l o
que somos y lo que no nos conviene como seres humanos.

Al hablar sobre el bien y el mal, tres aspectos importantes llaman nuestra atención: primero, al calificar algo como bueno o
malo lo hacemos desde nuestra propia conciencia personal, y lo hacemos —actuando como jueces veritativos— aún desde
que somos niños; segundo, los integrantes de un grupo o comunidad humana —generalmente—llegamos con relativa facilidad
a un punto de acuerdo o coincidencia acerca de lo que es bueno o malo con respecto a algo que conocemos o nos afecta a todos,
y rara vez sucede lo contrario; y tercero, el mal relacionado de manera específica con una valoración ética o estética —como
amor, orden, justicia, armonía, equilibrio, bienestar, paz o libertad— no se define o describe en función de sí mismo sino que
se hace —directa o indirectamente— por ser lo opuesto a algo otro que constituye la valoración positiva; por ejemplo: el
desorden es la carencia de orden, el odio es lo opuesto al amor; el malestar es la carencia o lo opuesto al bienestar.

Un intento de teorizar sobre el bien y el mal —entre otras opciones metodológicas—consiste en un esquema representado
por un continuo con dos polos o extremos, en cada uno de los cuales existe un concepto límite (relativo a lo bueno o a lo malo).
En este continuo, toda acción humana se ubica en un punto, más cercano al bien o más cercano al mal. Ejemplos de polos:
amor/odio; orden/desorden; paz/guerra; equilibrio/desequilibrio.

Ahora bien, nos damos cuenta que además de las especificidades de significación de cada uno de estos pares dicotómicos —
amor/odio, orden/desorden—, cada elemento del par nos impacta en un sentido o en otro sentido opuesto. El cómo nos
impacta se traduce en el valor, no sólo del concepto, sino de su concreción en nuestra vida, lo cual nos lleva a preferir el orden
sobre el desorden, el amor sobre el odio. Esto parece sugerirnos la noción de “supra orden subyacente” o de “estructura
superior invisible” del universo, “orientada con un sentido positivo”. Esta noción es reforzada por nuestra (¿innata?)
capacidad valorativa, presente en todas las culturas, vinculada con las nociones positivas mencionadas, por lo cual no resulta
nada difícil lograr consenso o conseguir el respaldo de la gente en cuanto a favorecer condiciones asociadas a los conceptos
de orden, equilibrio, justicia y amor, a menos que algunos se sitúen —febrilmente o a ciegas— en posiciones fundamentalistas,
que pongan lo doctrinario o ideológico por encima del bien común.

Entre los animales no es pertinente hablar del bien y del mal, sino sólo de lo adecuado y lo inadecuado, lo que les conviene y
lo que no les conviene, pues ellos están programados genéticamente para hacer lo que corresponde a su especie, y así lo hacen,
dentro de lo programado. Además, los conceptos bien y mal surgen de nuestra conciencia, y los animales no tienen conciencia
de sí mismos ni conciencia valorativa más allá de lo meramente objetivo (valorar la comida, por ejemplo). Por otra parte, los
humanos podemos actuar —y de hecho actuamos— en un sentido o en otro, hacia lo bueno o lo malo, hacia lo que conviene o
lo que no conviene, aún en contra del criterio de conservación de la vida o de lo simplemente biológico. O sea, los humanos
hacemos el bien o el mal según nuestra elección, preferencia o capricho, es lo que se ha llamado libre albedrío. Los animales
han demostrado moverse o reaccionar según preferencias —aunque sólo de carácter fisiológico— cuando hay a la vista
opciones para escoger, tales como estar expuestos al sol o buscar la sombra, o comer ciertas cosas en lugar de otras.

Las preferencias en los seres humanos no son sólo de tipo fisiológico, sino también de carácter simbólico, o sea, derivadas de
conexiones entre significados, expectativas y valores, con una noción de ‘sentido’. Los valores son algo abstracto, propio de
nuestro pensamiento, y éste se desarrolla mediante simbolismos, o sea, de conexiones entre significados y significantes con
sentido valorativo. La noción de ‘sentido’ implica que los humanos, además de satisfacer nuestras necesidades fisiológicas, nos
dirigimos hacia algo más allá de lo que está a la vista, buscamos o perseguimos algo más. Fernando Savater afirma que los
humanos no sólo usamos las cosas, sino que les damos valor o le asignamos una importancia, específica según cada quien. En
este sentido, según él, las cosas no sólo son lo que son, sino lo que significan para cada quien, según el valor que les otorgamos.

Y los humanos, además, tenemos conciencia de que somos sujetos, de nuestra individualidad. La noción de sujeto —la
percepción del yo— es para cada quien la noción más importante, vinculada a una historia personal, muy propia. Y por ello
cada persona, en la medida en que puede, busca singularidad: ser él mismo, tener y realizar sus preferencias, vivir su propia
vida, alcanzar sus propios logros. Esto, sumado a la condición más significativa de la praxis humana como lo es la libertad, nos
lleva a un verdadero drama. Es el drama de la actuación humana, que se desplaza ‘a discreción’ —o más bien, a su criterio
personal— entre los límites del bien y el mal.

¿Hasta qué punto actúa libremente el sujeto ante el dilema ético? Pues el libre albedrío, como señala Savater, es un concepto
que presenta ciertas deficiencias de significación y hasta de factibilidad, debido según él a “nuestra imposibilidad de querer
racionalmente el mal” (El Valor de Elegir). En efecto, un auténtico libre albedrío debería significar el poder desear y elegir
tanto el bien como el mal, como opciones equiparables. Y resulta que el bien lo podemos desear y, además, elegir
racionalmente. En cambio, podemos desear el mal y hasta elegirlo, pero tal elección no sería nunca racional o sujeta a la
racionalidad, pues significaría la negación de lo que somos y de cómo somos los humanos. Y, en los casos extremos, el mal
significa la negación de la existencia. Savater cita al filósofo Jean-Luc Nancy, quien señala —en “La Experiencia de la
Libertad”— que el mal está presente en cada existente como “…su posibilidad más propia de rechazo de la existencia”, y hasta
enfatiza que “el mal es el odio de la existencia como tal”. Esto es remarcado por Savater, al decir que “…es inevitable aceptar
que lo irracional existe también como una de nuestras posibilidades”.

Entonces, aceptar el mal —en cuanto desearlo y elegirlo como opción de vida—, si somos sinceros, significa tener que aceptar
que somos malos por decisión personal. Pero aquí no está el escollo, porque tal cosa puede acontecer —y de hecho acontece—
, sino que también, al mismo tiempo, significaría aceptar que elegimos la negación de la existencia, que elegimos lo irracional.
He aquí el problema, pues el ser humano siente la necesidad de creer que está tomando decisiones correctas o por lo menos
acertadas, que va por un camino acertado. Por ello, es problemática tal sinceridad con respeto al mal, y por ello nos engañamos
a nosotros mismos y, a la vez, intentamos engañar a otros acerca de las ‘razones’ o argumentos sobre la elección del mal. El
mismo Hitler invocaba razones sublimes para justificar sus acciones criminales, y declaraba que la Providencia estaba de su
parte.

Más arriba decíamos que nosotros calificamos algo de ‘bueno’ o ‘malo’ desde nuestra propia conciencia, y lo hacemos actuando
como jueces veritativos, o sea, capaces de comprender y aplicar criterios de verdad. En relación con el mal, la conciencia juega
un papel de primera importancia, y así lo indica Savater al opinar que, si descargamos la conciencia de malas elecciones, o sea,
que todo lo considere bueno o aceptable “…acaba desapareciendo como tal conciencia” (El Valor de Elegir), quedando
convertida sólo en un espejo empañado que refleja mal la realidad, un espejo de autoengaño. Y en relación con esa necesidad
de auto justificación, Aristóteles —al referirse a la debilidad de la voluntad o akrasia— establece una diferencia, como comenta
Savater, entre el akrates o el pasionalmente débil, y el akolastos o el desenfrenado malvado, a quien sus “reiteradas
perversiones le han llevado a convencerse de que obra bien cuando hace lo peor”.

Los positivistas, pragmáticos y relativistas afirman que los criterios para calificar algo de bueno o malo son netamente
culturales, y como la cultura cambia así también pueden cambiar tales criterios. Así, cualquier cosa puede ser calificada como
buena —y lo contrario a ella como mala— si tal cosa es aceptada o respaldada por una comunidad o conglomerado humano.
Sin embargo, es necesario destacar que todo lo que hacemos lo hacemos con un propósito o intención. La intención es un
criterio central en la consideración o valoración ética. Y toda intención se traduce en un objeto y un resultado. No hay intención
inocente, pues toda intención humana lo es hacia un objeto, con un propósito determinado. Y tampoco hay intención
practicada sin resultado. El objeto es lo que se persigue con la acción, y el resultado es lo que deriva de esa acción.

Filosófico

Si observamos lo que ocurre en el mundo a nuestro alrededor podemos ver todos los días hechos de violencia, agresividad,
muerte y destrucción. Es difícil creer que no exista la maldad en forma absoluta. Por el contrario, la maldad parece reinar en
todos los órdenes de la existencia.

¿Qué es el bien?, porque lo que es bueno para uno puede ser malo para otro. ¿Es acaso el bien algo relativo a las circunstancias
o el bien es absoluto?
Platón dice que el Bien es la idea suprema y que el mal es la ignorancia.
San Agustín pasó gran parte de su vida cuestionándose sobre la existencia del mal, hasta que leyó a Platón y a San Pablo y se
pudo convencer que el mal no existe, que no es en sí, no tiene Ser, que el mal es ausencia de bien.
Aristóteles considera una acción buena aquella que conduce al logro del bien del hombre o a su fin, por lo tanto, toda acción
que se oponga a ello será mala.
Para Aristóteles, la bondad es un atributo trascendental del Ser.
Sócrates identificaba a la bondad con la virtud moral y a ésta con el saber. La virtud es inherente al hombre que es virtuoso
por naturaleza y los valores éticos son constantes, por lo tanto, el mal es el resultado de la falta de conocimiento.
Con respecto a la existencia del mal, Santo Tomás de Aquino nos dice que al crear este Universo, Dios no deseó los males que
contiene, porque no puede crear lo que se opone a su bondad infinita.
Nos sigue diciendo que el mal no fue creado, el mal es una privación de lo que en si mismo como Ser, es bueno; y el mal, como
tal, no es querido tampoco por el hombre, porque el objeto de la voluntad humana es necesariamente el bien. El pecador no
quiere el mal, lo que quiere es el placer sensible de un acto, que se supone malo, pero su fin no es hacer el mal. No hay voluntad
alguna que quiera el mal como tal.
Agrega que Dios creó un Universo cuyo orden exigía la capacidad de defecto y corrupción por parte de algunos seres.
Nos propone que la justicia exige que el mal moral sea castigado y postula que el castigo existe no por si mismo sino para que
el orden de la justicia sea preservado.
La libertad es un bien para Santo Tomás porque hace que el hombre se parezca más a Dios. Él no quiso el pecado, pero lo
permitió en razón de un bien mayor, que el hombre sea libre y pudiera amarlo y servirlo por propia elección. No quiso el mal
físico por si mismo sino en provecho de la perfección del Universo.
Krishnamurti nos dice que el Bien es el orden total y el Mal es el desorden. El orden, en relación con la conducta en el aquí y
ahora, es virtud; y el desorden es no virtud, destructivo, dañino, impuro.
Krishnamurti nos dice que uno puede sentir en el fondo de si mismo que la bondad absoluta existe, o sea el orden verdadero,
libre de prejuicios. No se trata de aceptar un patrón o modelo externo sobre lo que es ordenado y bueno, porque todo patrón
externo produce conflicto con el sí mismo y el conflicto es origen del desorden.
Sostiene que somos el mundo y el mundo es lo que somos, que la conciencia del mundo es nuestra conciencia y si
comprendemos esto habrá compasión verdadera por todo y por todos, y que esta compasión es la libertad.
Está convencido que la sociedad es el desorden organizado; y que la negación de la continuidad de la violencia y del rencor, es
el Bien. La sociedad soy yo y si yo no cambio la sociedad no puede cambiar.
Para él el Bien es absoluto y el mal no existe. En el momento que afirmamos la existencia del mal absoluto esa misma
afirmación es la negación del Bien. La bondad implica renuncia total del yo; y salirse del egocentrismo es alcanzar el orden
completo, la libertad, y la bondad.
Orden para Krishnamurti, significa conducta en libertad y la libertad es amor y no placer.

El mal para la psicología


Una investigación en que han participado psicólogos daneses y alemanes y que realizó 2500 encuestas7 ha resumido el
carácter de la maldad humana o perversidad en nueve rasgos que han llamado "factor oscuro de la personalidad" o "Factor D".
Estos rasgos "maximizan el interés individual" conscientemente "sin tener en cuenta su inutilidad ni el daño que puede ejercer
sobre otra persona o los demás". Esos "nueve rasgos oscuros" son
-Egoísmo, definido como "preocupación excesiva por el beneficio propio a expensas de los demás y de la comunidad".
-Maquiavelismo: "Actitud manipuladora e insensible hacia los demás, acompañada de la convicción de que el fin justifica los
medios".
-Desconexión moral: "Un estilo de procesamiento cognitivo que permite comportarse de manera amoral sin
sentir remordimiento alguno por ello".
-Narcisismo: "Una auto-admiración excesiva, acompañada de un sentimiento de superioridad y de una necesidad extrema de
atraer constantemente la atención de los demás".
"Creencia persistente en que uno es mejor que los demás y por tanto merece ser tratado mejor: se llama derecho psicológico".
-Psicopatía: "Falta de empatía y autocontrol, a lo que se agrega el comportamiento impulsivo".
-Sadismo: "Deseo de infligir daño" o violencia "mental o física a otros por placer".
-Interés propio: "Deseo de promover y destacar el propio estatus social"
Rencor: "Destructividad y disposición a causar violencia o daño a otros, incluso a costa de infligirse daño a sí mismo".
El mal para la ética
Para la ética es una condición negativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de principios morales, bondad, caridad o
afecto natural por el entorno y los entes que figuran en él.
El mal para la sociología
Actuar con maldad también implica contravenir deliberadamente los códigos de conducta, moral o comportamiento
oficialmente correctos u ortodoxos en un grupo social, acercándose al concepto sociológico de anomia. Philip
Zimbardo sugirió en 2007 que los actos malvados de la gente son el resultado de la identidad colectiva, fundándose en su
experiencia previa del Experimento de la cárcel de Stanford, que fue publicada en el libro The Lucifer Effect: Understanding
How Good People Turn Evil.
El mal para la religión

Para las religiones abrahamánicas (judaísmo, cristianismo, islamismo) la concepción del mal deriva del dualismo con el bien y
de la relación con un principio llamado Dios; se reduce al concepto de pecado. Para el teólogo liberal Walter Wink y la teología
de la liberación, sin embargo, el mal puede ser también estructural y una forma de violencia. El budismo cree más bien en el
principio del karma y que el sufrimiento es la consecuencia inevitable de afectos klesa que impiden la liberación o nirvana,
principalmente tres: la ignorancia, la aversión o ira y la avidez o deseo (conocidas entre los budistas como los tres venenos).
Porque el concepto de mal de la ética budista es consecuencialista en la naturaleza y no se funda en deberes para con una
divinidad. Otras veces aparece personificado con diversos nombres: Satanás, Ahrimán, Mara...

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