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La teorización de lo transnacional: un enfoque materialista histórico1

Bastiaan van Apeldoorn


Departamento de Ciencia Política, Vrije Universiteit Amterdam,
De Boelelaan 1081, 1081 HV Ámsterdam, Países Bajos.
Correo electrónico: EB.van.Apeldoorn@fsw.vu.nl

Desde los primeros debates de la década de 1970, el término "relaciones


transnacionales" se ha utilizado con frecuencia en el campo de las relaciones
internacionales (RRII), aunque llama la atención la escasa teorización que ha recibido el
concepto en la bibliografía disponible. Con la intención de teorizar sobre "lo
transnacional" más allá de lo existente en el discurso predominante de las RRII, este
artículo sostiene que el campo de las relaciones transnacionales tiene, de hecho, mucho
que ganar a partir de las ideas articuladas por la perspectiva transnacionalista elaborada
dentro del "materialismo histórico transnacional" y, en particular, por el "Proyecto
Ámsterdam" en la economía política internacional. Después de presentar una revisión
crítica de lo que se interpreta como perspectivas liberales, ahistóricas y centradas en los
actores sobre las relaciones que dominan la corriente principal, este artículo aborda y se
construye a partir de esta perspectiva transnacionalista alternativa; muestra cómo se basa
en un materialismo histórico que destaca el poder constitutivo de las estructuras
(económicas) transnacionales y recupera el rol de la agencia de clases. Con una breve
reseña del desarrollo de las relaciones transnacionales en la economía política global a
partir de esta base, el artículo examina las implicancias teóricas de tal análisis
(materialista) histórico para una teoría de las relaciones transnacionales. En lugar de ver a
las relaciones transnacionales como un factor que nos hace trascender las relaciones
internacionales, se concluye que la cuestión es cómo las primeras le dan contenido a las
segundas. Se argumenta que lo crítico aquí es el proceso de formación de clase
transnacional y el papel de la estrategia de clase capitalista más allá de las fronteras
nacionales en la reestructuración de las relaciones sociales capitalistas globales.

Journal of International Relations and Development (2004) 7, 142–176.


doi:10.1057/palgrave.jird.1800010

Palabras claves: agencia-estructura; globalización; materialismo histórico; teoría de las


RRII; relaciones sociales; relaciones transnacionales


Este artículo fue publicado originalmente en el Journal of International Relations and Development
(Vol. 7, No 2) en el marco de un número especial titulado “Materialismo histórico transnacional: el
proyecto Ámsterdam en economía política internacional”. Aquí se presenta una traducción realizada
por Mariana Dellavale y Juan Ignacio Staricco.
Introducción
Las relaciones transnacionales son tan antiguas como las relaciones
internacionales. No obstante, podría decirse que las transnacionales se han intensificado a
causa del denominado proceso de globalización. En este sentido, es sorprendente que a
pesar de la gran cantidad de estudiosos pertenecientes a los campos de las relaciones
internacionales (RRII) y de la economía política internacional (EPI) que conciben su
objeto de estudio desde el punto de vista de una "globalización de la economía mundial"
(Baylis y Smith 2001), la teoría de las RRII ha hecho pocos avances en la teorización de la
naturaleza y el impacto de las relaciones transnacionales. Esto es así, como manifiesta
Nölke (2003a), a pesar de la cantidad de estudios empíricos (relativamente dispersos)
sobre los fenómenos transnacionales que se están produciendo. Han pasado tres décadas
desde la edición especial de International Organization coordinada por Keohane y Nye
(1971) que aborda el tema y todavía no hay suficiente material que pueda considerarse
teoría de las relaciones transnacionales. La falta de reflexión teórica sobre "lo
transnacional" se evidencia particularmente en el debate de la corriente principal de las
RRII/EPI. Por el contrario, el interés por las relaciones transnacionales ha estado más vivo
en lo que podría denominarse EPI "crítica" o "radical" (en sentido amplio).
Particularmente, este es el caso de la amplia gama de perspectivas neogramscianas
(Morton 2001) dentro de la EPI. En esta vertiente, han sido pioneros los trabajos de Robert
Cox (1986, 1987) y Stephen Gill (1990). Dicho esto, ni Cox ni Gill ofrecen una
comprensión teórica integral sobre "lo transnacional" (como en relación a lo internacional,
lo global, etc.). En lo que también se ha denominado materialismo histórico transnacional
(Gill y Law 1988: 65; Overbeek 2000) el proyecto en EPI de Ámsterdam - el foco de esta
edición especial - representaría el enfoque más elaborado teóricamente sobre relaciones
transnacionales. También representa un enfoque relativamente específico - que se
construye sobre una perspectiva particular de análisis de clases - que tiene estrecha
afinidad con el trabajo de Cox y Gill, pero en otros aspectos importantes trasciende esta
perspectiva neogramsciana (ver Overbeek en esta publicación).
Con la intención de teorizar sobre "lo transnacional" más allá de lo existente en el
discurso predominante de las RRII, este artículo sostiene que el campo de las relaciones
transnacionales tiene, de hecho, mucho que ganar a partir de las ideas articuladas por la
perspectiva transnacionalista elaborada dentro del programa de investigación en EPI de
Ámsterdam. Por lo tanto, esta contribución busca puntualizar y avanzar sobre esta
perspectiva transnacionalista ubicándola dentro del contexto más amplio de la teoría de
RRII actual en este campo. En contraposición a la perspectiva liberal y centrada en los
actores sobre relaciones transnacionales que domina la corriente principal, la perspectiva
que se presenta aquí tiene sus bases en el materialismo histórico y destaca la importancia
de las estructuras transnacionales (económicas), a la vez que recupera el rol de agencia de
clases. Desde esta perspectiva, se dice que el mundo de las relaciones internacionales ha
estado desde siempre indisolublemente unido a la economía mundial en expansión y, por
ende, inmerso y moldeado por las relaciones sociales transnacionales que surgen de ese
capitalismo globalizante. El crecimiento de estas relaciones no lleva a la finalización de
las relaciones internacionales, sino que estas últimas, en términos de contenido, solo
pueden comprenderse dentro de un contexto que no sea nacional ni internacional, sino que
reúna ambas dimensiones; esto es, que sea transnacional.
Aunque individuos dentro y fuera de la EPI han reconocido la importancia del
capitalismo transnacional en este sentido, la contribución específica del Proyecto
Ámsterdam (AP) subyace en su enfoque sobre lo que se concibe como un proceso de
formación de clase transnacional. El argumento central esgrimido es que a medida que se
forman las clases transnacionalmente - proceso restringido en gran parte a (fracciones de)
la clase capitalista - las instancias de agencia de clase transnacional se convierten en
vectores importantes de la política global contemporánea. Otro aspecto que se relaciona
específicamente - también en comparación con otras perspectivas neogramscianas - con el
trabajo del grupo de Ámsterdam es el énfasis en la lucha dentro de la clase capitalista,
luchas entre lo que puede considerarse como "fracciones" rivales que compiten por la
hegemonía dentro de la burguesía y, posteriormente, sobre otros grupos sociales.
Este artículo se encuentra organizado en cuatro secciones principales. A
continuación expongo el interrogante de cómo teorizar "lo transnacional" en el contexto
de la teoría de las RRII/EPI y proporciono una revisión crítica de las principales
teorizaciones de la corriente principal de las relaciones transnacionales. Una vez expuesta
esta crítica, puntualizo las bases del materialismo histórico de una perspectiva
transnacionalista alternativa en la segunda sección. Sobre esta base teórica, la tercera
sección considera el origen de las relaciones transnacionales dentro del mercado mundial
capitalista y analiza brevemente cómo los procesos de formación de clase transnacional
subsecuentes se desarrollaron y moldearon dentro de la economía política global. La
sección final analiza las implicancias teóricas de dicho análisis (materialista) histórico
sobre nuestra intención de teorizar las relaciones transnacionales.

Relaciones transnacionales y teoría predominante de las RRII/EPI: Una


crítica
La pregunta central de este artículo es cómo se conceptualizarían más
óptimamente las relaciones transnacionales y cómo se incorporaría su análisis en nuestro
entendimiento de la política internacional (cf. Risse 2002; Nölke 2003a). Lo que
deberíamos hacer primero es responder qué son realmente las relaciones transnacionales.
Más que simplemente una definición de las relaciones transnacionales, una teoría debería
ayudarnos a comprender su naturaleza en sentido ontológico. Antes de revisar la
bibliografía predominante, permítanme explicar algunas consideraciones básicas sobre mi
crítica.
Un primer punto de partida para la conceptualización de "lo transnacional" aquí
expuesto es que esta noción no constituye un "nivel", en contraposición con el "nivel
nacional" y posiblemente sinónimo de los niveles "europeo" y "global". Considerando la
abundancia de menciones sobre niveles en el discurso de las RRII, ésta es de hecho una
forma discursiva bastante común. No obstante, esta jerga tiende a perder la perspectiva
sobre transnacionalismo, el cual es precisamente un fenómeno que se extiende más allá - e
incluso trasciende - distintos "niveles" (territoriales). Por eso, Anderson menciona que lo
transnacional incluye "estado, supra-estado y sub-estado en una concepción multinivel,
que también puede incluir fenómenos no territoriales" (Anderson 2002: 16; también
Overbeek 2003: 4). En la siguiente revisión, observo que efectivamente gran parte de la
literatura no parece captar demasiado esta multiplicidad de niveles, ya que se
conceptualiza a los actores transnacionales como operando a un nivel superior al estado
(-nación), o bien fuera de él. Naturalmente, esta última noción es empíricamente
imposible (a menos que los actores transnacionales operen desde aguas internacionales o
desde el espacio sideral), siempre y cuando el mundo, al menos formalmente, continúe
dividido en unidades territoriales denominadas estados. Aunque una cosa es argumentar
que las fuerzas sociales han trascendido esas fronteras territoriales en su constitución
como actores transnacionales, esto no significa que su agencia deje de tener lugar en
cualquier contexto nacional. En cambio, ocurre en varios contextos nacionales
simultáneamente. Por definición, entonces, las fuerzas sociales transnacionales no operan
fuera de los estados, sino dentro de distintos estados al mismo tiempo.
En segundo lugar, al pasar de la pregunta sobre qué son las relaciones
transnacionales a la de qué las constituye (para explicar su existencia), sostengo que
necesitamos una teoría de relaciones transnacionales que conceptualice lo transnacional
desde el punto de vista de ambos, la estructura y la agencia. A continuación, menciono que
muchos enfoques convencionales (liberales) de las relaciones transnacionales están, de
hecho, centrados en los actores, incluso al punto de ignorar estructuras (o verlas como
"meras" limitantes del comportamiento racional de actores que, en otras circunstancias,
serían autónomos). Como puntualizaron muchos críticos del individualismo, el problema
de hablar de actores sin hacer referencia a ninguna estructura es que los mismos actores -
su surgimiento, identidades e intereses - quedan sin explicación (por ejemplo, Wendt
1987: 343). Por ejemplo, poner el foco sobre los actores transnacionales no permite
conocer completamente cómo estos actores se constituyen a partir de estructuras, ni cómo
al mismo tiempo, según Roy Bhaskar (1979), reproducen o transforman esas estructuras a
través de su agencia (desarrollo esta conceptualización de las relaciones entre estructura y
agencia en la próxima sección). La noción de que la existencia de estructuras sociales
depende de su instanciación en la agencia humana también implica la posibilidad de una
práctica emancipatoria. En efecto, esta postura proveniente de la teórica crítica (para una
formulación clásica, ver Cox 1986: 208) proporciona un importante punto de partida
normativo para nuestra perspectiva teórica. Luego de este compromiso crítico-teórico, se
requiere una historización de las estructuras sociales para comprender cómo se
constituyen socialmente, en lugar de verlas como un "fenómeno natural" y, a partir de
esto, cómo podrían modificarse.

Del liberalismo al constructivismo liberal


La teoría neofuncionalista de la integración europea, desarrollada fuera de la
corriente principal de las RRII en su momento (Haas 1958; Lindberg 1963), así como
también los estudios sobre transacciones transnacionales y creación de comunidades de
seguridad supranacional de Karl Deutsch (Deutsch et al. 1957), podrían considerarse los
primeros intentos más o menos sistemáticos (de la corriente predominante) de teorizar el
papel de las relaciones transnacionales. No obstante, el neofuncionalismo tendía
particularmente a conceptualizar las relaciones transnacionales que emergían dentro de
Europa occidental (las que constituían su objeto de estudio) como un fenómeno sui
generis, amenazado por la presunta lógica funcional de la integración regional. De hecho,
el neofuncionalismo en su etapa final se inclinaba por igualar al transnacionalismo con el
supranacionalismo europeo, o bien con el (supuesto) nivel central o federal emergente
(Haas empleó los términos supranacional, central y federal indistintamente; Haas 1958:
9). Más aún, mientras que estas teorías se concentraban en actores transnacionales, no se
interesaban demasiado por las relaciones sociales y las asimetrías de poder concomitantes
(Van Apeldoorn 2002: 18–19; Van Apeldoorn et al. 2003a). Por el contrario, afirmadas
sobre el pluralismo de la ciencia política estadounidense, asumían que el surgimiento de
un interés socioeconómico en particular “propiciaría la generación de agregados
compensatorios de intereses económicos" (Haas 1958: 359).
Mientras tanto, en Estados Unidos (EEUU) particularmente, el realismo centrado
en el estado pasó a dominar la disciplina. El primer estudio importante dentro del discurso
de la corriente preponderante que intentaría terminar con ese paradigma - aunque estaba
lejos de ofrecer algo como una teoría de relaciones transnacionales – fue el volumen de
Keohane y Nye (1971) mencionado anteriormente. Aunque contenía una diversa
recopilación de ensayos, la mayoría de las contribuciones de este número evidenciaba la
impronta de la concepción pluralista de la política internacional que surgía de la détente de
la década de 1970. Aquí también se asumió una especie de equilibrio competitivo entre
intereses, pero a nivel mundial. El marco que ofrecían estaba más bien centrado en los
actores e ignoraba las estructuras sociales subyacentes. Tal como lo manifestaron los
editores en la introducción (1971: xv), el concepto de "relaciones transnacionales" se
utiliza para englobar a actores y organizaciones transnacionales que constituyen una
pluralidad de nuevos actores en el panorama mundial junto - y en ocasiones contrapuestos
- a los estados. Esta noción de actores transnacionales como rivales de los estados y sus
intereses, involucrados en una "confrontación" que los estados pueden ganar o no (1971:
xxv), es, de hecho, característica de gran parte de la bibliografía hasta la actualidad –
dejando de lado el hecho de que los actores transnacionales operan, por definición,
simultáneamente dentro de distintos "estados nacionales", en lugar de "confrontar" con
aquellos estados desde el exterior.
De todos modos, dentro de la corriente principal estadounidense, la agenda de
investigación transnacionalista fue ampliamente rechazada, incluso desde antes de que
tuviera una oportunidad de dar resultados empíricos importantes. En un momento en que
las afirmaciones de Kenneth Waltz sobre el neorrealismo (1979) caían en suelo fértil en el
contexto de la Segunda Guerra Fría, muchos adherentes al "paradigma transnacional" de
la primera hora — Keohane (1984), el más significativo — cedieron en su aceptación de
gran parte del estado centrismo neorrealista. En efecto, como se ha mencionado en varias
oportunidades, el "debate neo-neo" (neorrealismo vs. "neoliberalismo") de las décadas de
1980 y principios de 1990 en las corrientes principales de EEUU era más bien
intraparadigmático, en lugar de ser un verdadero debate interparadigmático (por ejemplo,
Wæver 1994). Indudablemente, este debate no permitía demasiado espacio discursivo
para el fenómeno transnacional. El estudio de las relaciones transnacionales fue quedando
relegado a la por entonces emergente, relativamente marginada (y, según la corriente
dominante del "neo-neo", relativamente marginal), subdisciplina de la EPI.
En relación a los actores, gran parte del trabajo realizado en el área se
concentraba en el papel de las corporaciones transnacionales (CTN), que atrajo un
significativo interés en la década de 1970 (por ejemplo, Modelski 1979). Más allá de los
actores, es justamente en la EPI que, desde sus fundamentos, se presta más atención a las
estructuras. Efectivamente, en 1976 Susan Strange (1976: 337–38) pidió prestar "mucha
más atención [...] a las estructuras económicas — es decir, a los patrones de
investigación, producción, intercambio y distribución y a la ubicación del poder para
tomar decisiones económicas [...] que afectan estos patrones", con la finalidad de "abordar
el desequilibrio en el estudio de relaciones transnacionales", un tema reflejado en sus
últimos trabajos sobre "poder estructural" (por ejemplo, Strange 1996: 16–30). Sin
embargo, cabe destacar que al menos dentro de la corriente preponderante (neo-neo
estadounidense) de la EPI, esta recomendación no ha sido muy aceptada. Evidentemente,
las estructuras tienen un papel particularmente significativo en, por ejemplo, la teoría de la
dependencia y los sistemas-mundo, así como también (aunque no de forma estructuralista)
en la EPI neogramsciana. Pero ya que esta perspectiva, o su variante desarrollada en
Ámsterdam, es objeto de mi argumento en las secciones subsiguientes, me focalizo aquí
solo en los desarrollos más "predominantes".
Lo sorprendente de gran parte de la literatura dominante en EPI es, a pesar de los
diversos estudios empíricos sobre el fenómeno, la falta de desarrollo teórico sobre las
relaciones transnacionales (Underhill 2000). Por ejemplo, Strange dedica algo de atención
sistemática a los actores no estatales, particularmente por el hecho de considerar que
estaba surgiendo un poder estructural de diversas fuentes de autoridad no estatal, el cual
era inherente a un "repliegue del estado" (Strange 1996). Aunque lejos de ser una escritora
de la corriente dominante, su trabajo lamentablemente carece de rigor para teorizar el
papel de los actores transnacionales, por ejemplo en relación a las diversas "estructuras" a
las que se refiere la autora.
Más aun, el trabajo de Strange (1991, 1996; Stopford y Strange 1991) sobre CTN
particularmente, tiende a compartir (a pesar de otras diferencias importantes) la
inclinación de la corriente dominante a considerar a estos actores transnacionales como
externos a las sociedades nacionales, en lugar de ser parte de una transnacionalización de
relaciones socioestatales anteriormente nacionales. Con un enfoque en "la tensión entre
estados y multinacionales" (Eden 1991: 197, énfasis añadido) o en sus intereses opuestos
en un entorno globalmente competitivo (Stopford y Strange 1991), este marco se inclina
por considerar a las CTN un "contrapunto adecuado" (Eden 1991: 197) al estado que
ejerce su influencia desde "afuera" y, por ende, menos como actor transnacional que
influye sobre los estados también desde "adentro". Tal como indicaron Gill y Law (1988:
205) "el poder de las transnacionales aparece [solo] como una fuerza externa", ignorando
"el estado del poder estructural de las [CTN] internamente, particularmente a nivel
ideológico" (ibid.).
Este abordaje de las CTN no trasciende la corriente dominante estadounidense de
las RRII/EPI, excepto en que la segunda suele dar más peso a actores estatales que a no
estatales. Stephen Krasner (1995), quien intentó sorprendentemente (para un escritor
realista) abordar explícitamente la cuestión de las relaciones transnacionales, podría
considerarse un representante de este último enfoque, ya que conceptualiza - basándose en
Keohane y Nye – a las transnacionales ubicándolas en una negociación con actores
estatales (racionales), en donde los estados "suelen ganar, pero no siempre" (Krasner
1995: 260, 268; también Gilpin 1987: capítulo 6; 2001: capítulo 11). En sintonía con el
neorrealismo, Krasner (1995: 257) considera a los estados y a los intereses estatales como
"hechos ontológicos", independientemente de la sociedad nacional o transnacional. Al fin
y al cabo, la conceptualización dicotómica de las CTN como actores transnacionales vs.
actores estatales que subyace en toda esta literatura traiciona una concepción pluralista y
ahistórica de la relación estado-mercado, en donde "estados" y "mercados" se consideran
entidades separadas y opuestas (cf. Underhill 2000).
Después de una ausencia prolongada, la teorización de las relaciones
transnacionales volvió a la corriente dominante de las RRII a mediados de la década de
1990 de la mano de un libro editado por Risse-Kappen (1995a), que se ha convertido en un
trabajo estándar dentro de la corriente dominante de las RRII, así como también lo que
podría considerarse la EPI dominante y centrada en los actores. Risse-Kappen et al.
intentan retomar donde dejaron Keohane y Nye y desarrollan un enfoque más restrictivo y
parsimonioso de las relaciones transnacionales (Risse-Kappen 1995b: 8–9). En efecto,
como el volumen de la década de 1970, representa más bien una teoría sobre actores
transnacionales que sobre relaciones transnacionales en sentido estricto. La tendencia
hacia la agencia surge claramente de la definición del libro - ahora aceptada ampliamente
en la disciplina - de las relaciones transnacionales como "interacciones regulares a través
de las fronteras nacionales cuando al menos uno de los actores no es un agente estatal o no
opera en nombre de un gobierno nacional o de una organización intergubernamental"
(Risse-Kappen 1995b: 3). Este enfoque centrado en los actores (también Risse 2002)
tiende a considerar a los actores transnacionales como entidades autónomas, en lugar de
estar incrustrados [embedded] en estructuras transnacionales y constituidos por éstas. Por
ejemplo, mientras Risse-Kappen (1995a) y otros colaboradores del libro consideran a las
estructuras nacionales como "variables intervinientes" que limitan y permiten la agencia
de actores transnacionales, y determinan el éxito de su influencia sobre las políticas
estatales, su concepción de las estructuras más allá de los complejos estado-sociedad
nacionales sigue restringida a un enfoque de instituciones internacionales (como
organizaciones internacionales, regímenes internacionales, etc.). En su perspectiva liberal,
sigue sin explicarse la creciente importancia de las relaciones transnacionales dentro de la
política mundial contemporánea, al igual que los intereses de los actores transnacionales.
Más aun, el enfoque de esta perspectiva liberal sobre el impacto de los actores
transnacionales en las políticas de sus denominados "estados objetivo" (Risse-Kappen
1995a; Risse 2002; también Keck y Sikkink 1998) revela una especie de enfoque
externo-interno -en donde los actores transnacionales operan desde afuera, tratando de
acceder a la creación de políticas dentro de algunos estados- que solo podría ser adecuado
para un conjunto de interrogantes de investigación relativamente limitados.
En efecto, quizás en línea con su desatención de las estructuras (económicas)
globales, la mayor parte del trabajo empírico proveniente de esta agenda ha abordado
exclusivamente el papel de las denominadas Organizaciones No Gubernamentales
Internacionales (ONGI) "de principios" - que apuntan a estados a través de "coaliciones de
apoyo transnacional" (Keck y Sikkink 1998), con el objetivo de generar un "cambio de
norma"- en lugar de actores socioeconómicos, como por ejemplo el empresariado
transnacional (también Risse et al. . 1999; Risse 2002). Por cierto, la agenda
transnacionalista liberal se ha fusionado con - o bien ha sido tomada por - la agenda de
investigación constructivista liberal emergente dentro de las RRII, focalizada en
"cuestiones constructivistas" que dominan la búsqueda de un entendimiento de lo
"transnacional" (cf. Cısar 2003). Puede parecer irónico que en una era en donde la
transnacionalización del capital se ha acelerado y profundizado (ver a continuación) y la
acumulación privada transnacional ha adoptado nuevas formas extremas, "el nuevo
transnacionalismo de la década de 1990”, como concluye Risse (2002: 259) "se concentra
más ampliamente en el sector transnacional sin fines de lucro". Lo que puede parecer más
problemático es que subyaciendo a este enfoque constructivista se halla, desde mi punto
de vista, una insostenible dicotomía (cf. Cowles 2003) entre actores impulsados por
intereses (materiales) por un lado, y actores impulsados por ideas por el otro. Keck and
Sikkink (1998: 30) clasifican a los actores transnacionales según sus supuestas
motivaciones, con corporaciones transnacionales y bancos motivados por "metas
instrumentales", comunidades epistémicas por "ideas causales compartidas" y,
finalmente, redes de defensa transnacional por "ideas o valores principistas compartidos".
Contrario a lo que sugieren Keck y Sikkink, aquí se mantiene que los actores
socioeconómicos podrían perfectamente estar en el negocio de generar y propagar normas
(como aquellas de iniciativa y acumulación privadas) y que, por ejemplo, una elite
empresarial transnacional puede ser vista como una comunidad epistémica relativamente
poderosa.
Recientemente, Nölke presentó un enfoque que no adopta la agenda
constructivista pero intenta llenar el vacío teórico en la bibliografía sobre relaciones
transnacionales. Esto incluye la combinación del concepto de transnacionalismo de
Risse-Kappen con la escuela de la dependencia de recursos de la sociología
organizacional hacia una teoría de redes de política transnacional (Nölke 2003b: 278;
también 2003a). Trata de desarrollar un marco riguroso para analizar los intercambios
transfronterizos de recursos, focalizándose en el significativo rol de los actores públicos y
privados (cf. la bibliografía emergente sobre "autoridad privada" en la gobernanza global,
Hall y Biersteker 2002) en la generación de políticas transnacionales. A pesar de su
fortaleza analítica sobre cómo la política transnacional y las condiciones concretas en las
que ciertas formas de política transnacional se vuelven relevantes, este enfoque - al
explicar la naturaleza y el contenido de las relaciones transnacionales - también se ve
obstaculizado por su ahistórico centramiento en los actores y su énfasis concomitante en el
poder "relacional" antes que "estructural" (Van Apeldoorn et al. 2003b: 7).
En síntesis, el concepto de transnacionalismo en las corrientes dominantes de
RRII/EPI sigue estando claramente subdesarrollado teóricamente. La teorización que ha
tenido lugar hasta el momento está centrada en los actores hasta el punto de ignorar el
carácter estructural de las relaciones transnacionales (y, en particular, de las estructuras
socioeconómicas subyacentes). Más aun, las teorizaciones recientes se ven relativamente
limitadas a un conjunto particular de actores dentro de la sociedad civil global. A
continuación, expongo una conceptualización alternativa de relaciones transnacionales
que intenta trascender estos límites y suele estar ausente en las revisiones (dominantes) de
la bibliografía (Cısar 2003; ver Risse 2002 para una excepción). Mi argumento es que para
comprender a los actores transnacionales - ya tengan fines de lucro o no - y su rol en su
agencia, necesitamos tener ciertos conocimientos a nivel estructural de qué hace posible
esta agencia en primer lugar. ¿Qué es lo que promueve el proceso de
transnacionalización? ¿Cómo podemos explicar la transnacionalización del espacio
social? Para esto necesitamos historizar las relaciones transnacionales y preguntarnos
cómo surgieron; examinar cómo se constituyen los actores transnacionales y sus
identidades e intereses a partir de estructuras que trascienden lo nacional. A continuación,
expongo las bases materialistas históricas específicas sobre las cuales podría construirse
un entendimiento histórico del transnacionalismo.

Hacia una teoría materialista histórica sobre las relaciones transnacionales:


bases teóricas
A diferencia del neorrealismo (y, en mayor medida, del neoliberalismo), donde el
poder estatal se concibe como las capacidades materiales acumuladas del "estado como
actor", el materialismo histórico intenta examinar los orígenes sociales de dicho poder.
Por ende, Cox (1986: 205, énfasis añadido) sugiere "considerar al complejo
estado-sociedad como la entidad básica de las relaciones internacionales". Destacando la
naturaleza capitalista de la sociedad, una teoría materialista histórica de la política
mundial supondría, como diría Mark Rupert (199 84) tomar "como punto de partida la
proposición que la política internacional como la conocemos está históricamente
incrustada en - e internamente relacionada con - las relaciones sociales capitalistas". Lo
que nuestra perspectiva transnacionalista agregaría es la afirmación de que estas
relaciones sociales han sido desde el inicio de una naturaleza transnacional, al menos en
parte, y que a través de distintas fases en la historia del capitalismo moderno (aunque no
en línea recta vertical), estas relaciones sociales se volvieron cada vez más
transnacionales.
Este enfoque transnacionalista no solo rompe con el centrismo estatal de las RRII
neorrealistas, sino también con otras facetas del materialismo histórico. Lo que podría
verse como uno de los cuerpos de pensamiento marxistas contemporáneos más elaborados
y sofisticados, el denominado "marxismo abierto" (por ejemplo, Burnham 1994), es un
ejemplo concreto (cf. Bieler y Morton 2003: 475). Aunque en abstracto se hace hincapié
en la naturaleza global de las relaciones de clase capitalistas, estas se consideran
expresadas solo a través de relaciones entre "estados soberanos" que, dentro de un entorno
de rivalidad (realista), "están [a través del mecanismo de tasa de intercambio]
internacionalmente entrelazados en una jerarquía de sistemas de precios" (Burnham 1994:
229–30). La agencia de fuerzas sociales permanece, por ende, recluida dentro del
contenedor del estado-nación.
Dentro del materialismo histórico (en sentido amplio), un importante intento de
trascender el “nacionalismo metodológico” para entender el capitalismo ha venido de la
mano de la teoría de la dependencia, así como también su elaboración holística en la teoría
del sistema-mundo de Wallerstein. Estas perspectivas han sido muy útiles para reconocer
la naturaleza transnacional del capitalismo. Los escritores de la dependencia de fines de la
década de 1970 fueron de los primeros en desarrollar estudios sobre los vínculos
local-globales como estructuras transnacionales, que unían la periferia con el centro (por
ejemplo, Evans 1979), incluyendo lo que Sunkel y Fuenzalida (1979) identificaron como
"comunidad transnacional", que consistía en el estrato superior de propietarios y gerentes
de multinacionales, así como también políticos y profesionales afiliados. Además de su
enfoque analítico sobre relaciones transnacionales entre centro y periferia, en lugar de
abordar las relaciones dentro del centro, la bibliografía de la dependencia no desarrolló,
sin embargo, una explicación teórica de la formación de clase/agencia transnacional. La
conceptualización de Wallerstein del capitalismo transnacional (1974, 1979) no es lo
suficientemente útil, ya que su determinismo estructural no toma seriamente al rol de la
agencia (de clase) (al respecto, ver Overbeek 2004).
Considerando estas observaciones, a continuación presento brevemente las
principales bases teóricas de una perspectiva transnacionalista diferente. Esta perspectiva
se apoya en una ontología social materialista histórica que apunta no solo a trascender el
centrismo estatal inherente a muchas otras variantes de materialismo histórico, sino
también el holismo estructuralista de, por ejemplo, la teoría de los sistemas-mundo,
acordando un papel central a las relaciones de clase y a la agencia de clase, sin recaer en
voluntarismos. Más específicamente, el materialismo histórico expuesto aquí se halla
inspirado por la intención de Antonio Gramsci - y por la lectura e introducción que realiza
Cox (1983) de su trabajo a las RRII - de reconstruir el materialismo histórico como una
"teoría de la praxis", dando lugar al rol de la conciencia, la ideología y la cultura en la
reproducción y transformación de las formaciones sociales y, por ende, al papel de la
agencia colectiva (clase), que producen estas fuerzas intersubjetivas (Gramsci 1971).
Aunque mi comprensión sobre el materialismo histórico está influida por lo que se conoce
como EPI neogramsciana (Gill y Law 1993; Rupert 1995; Bieler 2000; Bieler y Morton
2001a; Van Apeldoorn 2002), aclaro que, a continuación, no pretendo hacer una
interpretación "correcta" de Gramsci (cf. Germain y Kenny 1998; Morton 2003) ni hablar
en nombre de ninguna perspectiva neogramsciana (cf. Morton 2001), ya sea desarrollada
en Ámsterdam o en otro lugar.
A un nivel metateórico, considero que el materialismo histórico se apoya en una
filosofía científica "realista y crítica", como la desarrollada principalmente por Roy
Bhaskar (1979, 1997) particularmente por su "Modelo transformacional de actividad
social" en lo que respecta al problema de estructura-agencia (Bhaskar 1979:
particularmente 43–47). La gran ventaja de la ontología realista de Bhaskar es que permite
una profundidad ontológica mucho mayor (también Ryner 2002: 196) que la posible desde
una perspectiva positivista "empiricista de la ciencia, según el cual su contenido válido
queda agotado por hechos atomistas y sus conjunciones" (Bhaskar 1997: 27). Más allá del
"nivel" de eventos y acciones - los "datos" por los cuales los positivistas (erróneamente
según el realismo crítico dada la naturaleza abierta de los sistemas) intentan descubrir
regularidades similares a leyes – el realismo crítico presenta una ontología estratificada
por la cual estructuras reales (aunque no observables) en un "nivel profundo" (Fleetwood
2002: 67) pueden explicar los eventos observados. Tal como sugirió Bhaskar (1979: 39 y
pássim; también Bhaskar 1997), dicha ontología encaja en el método del materialismo
histórico de develar, desplazándose desde lo concreto hacia lo abstracto y viceversa, las
relaciones sociales detrás de las formas concretas (sobre la relación entre marxismo y
realismo crítico, ver Brown et. at. 2002b). Contra el individualismo, Bhaskar (1979: 43)
destacó la importancia de las estructuras necesarias para cualquier forma de praxis
humana: "Toda actividad presupone la existencia previa de formas sociales [...] El
discurso requiere de la lengua; creación de material; condiciones de acciones; recursos de
agencia; reglas de actividad". No existen actores pre-sociales; la agencia humana siempre
está incrustada en relaciones preexistentes que constituyen la identidad e intereses de
dicho agente.
Esto, no obstante, no debe llevarnos hacia el determinismo. Tal como se indicó
anteriormente, la estructura y la agencia deben considerarse mutuamente constitutivos. La
estructura también presupone a la agencia ya que solo existe en virtud de la acción humana
intencional, en la cual las estructuras sociales se reproducen o transforman (Bhaskar 1979:
49). Cabe destacar que estructura y agencia en esta conceptualización no se encuentran
relacionadas "dialécticamente" (Bhaskar 1979: 42; cf. Bieler y Morton 2001b) con las
estructuras que "crean" agencia, las cuales configuran a la agencia independientemente de
ella:
las personas no crean la sociedad; siempre ha existido antes que ellas y es
una condición necesaria para su actividad. En cambio, la sociedad debe
considerarse como un ensamblaje de estructuras, prácticas y convenciones que los
individuos reproducen o transforman, pero que no existiría a menos que la crearan.
La sociedad no existe independientemente de la actividad humana (el error de la
cosificación) Pero no es su producto (el error del voluntarismo) (Bhaskar 1979: 45–
46).
Naturalmente, esto no ofrece una teoría sustantiva que sea una ontología más allá
del nivel filosófico. En su ontología sustancial, el materialismo histórico se focaliza en las
relaciones sociales de producción, donde esas relaciones tienen que ser entendidas como
estructuras (profundas) instanciadas por la agencia humana, a través de la lucha y la
resistencia, consciente e inconscientemente. No debe entenderse que la primacía conferida
a estas relaciones (también Overbeek 2000: 168; Bieler y Morton 2001b: 24) implica
algún economicismo en el sentido de asumir, tal como lo manifestó recientemente una
crítica, "la materialidad indisputable de los factores y objetos económicos" (De Goede
2003: 90). En el materialismo histórico, el materialismo suele malinterpretarse. No denota
que estamos gobernados por fuerzas materiales (como en la consciencia determinada por
la materia), ni que las estructuras sociales más importantes son materiales, en
contraposición a ideacionales. De hecho, aunque una ontología del materialismo histórico
optaría por trascender esta dicotomía cartesiana de “lo ideal” y “lo material” al hablar de
estructuras sociales, permaneciendo en dicho dualismo es obvio que estas son más
“ideales” que “materiales” (de hecho, desde una perspectiva realista crítica sería correcto
decir que las estructuras sociales son “reales” aunque no observables; no están hechas de
materia ni de ideas, si bien no son independientes del pensamiento humano como parte de
la praxis humana). Los constructivistas liberales como Alexander Wendt (1999: 94)
aciertan en puntualizar que las denominadas relaciones de producción dependen en gran
medida, y se constituyen de, estructuras "ideacionales", como las leyes, reglas, normas e
ideas que permiten que el capital explote a la fuerza laboral (por ejemplo, derechos de
propiedad). Abandonando una antigua metáfora marxista, debemos reconocer que la
denominada superestructura ideacional no refleja tanto una base material, sino que permea
dicha base desde el principio. En este sentido, las relaciones sociales de producción no
están confinadas a la economía, sino que desde el comienzo implican (la reproducción de)
estructuras sociales al nivel del estado, el derecho, la cultura, etc. (ver Wood 1995: 49–
75).
Lo materialista sobre esta ontología es que los mismos seres humanos son seres
materiales (biológicos) con necesidades materiales que solo pueden satisfacer en su
interacción (social) con la naturaleza, es decir, a través de la producción como proceso
social (en el último punto, Cox 2002: 31). Es más, visto desde una perspectiva realista
crítica, un enfoque materialista histórico focalizado en las relaciones sociales del
capitalismo pone en evidencia la cuestión de cómo y por qué ciertos grupos sociales tienen
más poder para reproducir o transformar las estructuras sociales según su ventaja
percibida que otros (Holman 1993: 13). Las relaciones sociales capitalistas son relaciones
de dominación que conllevan una distribución desigual de capacidades materiales como
resultado de un control desigual sobre los medios de producción. Esto redirige nuestro
enfoque hacia cómo "la distribución de las condiciones estructurales de acción" (Bhaskar
1979: 54) específicas del capitalismo dan como resultado asimetrías estructurales con
respecto al ejercicio de la agencia; una agencia que se ejerce en el contexto de la lucha (de
clases).
La organización social de la producción capitalista propicia el surgimiento de
intereses contrapuestos y, en consecuencia, del conflicto entre quienes ejercen el control
sobre los medios de producción y supervisan los procesos de producción, y quienes
efectivamente llevan a cabo las tareas de producción. Fundamentalmente, dentro de la
clase capitalista misma también encontramos intereses en conflicto y divisiones
estructurales relacionadas. En efecto, el conflicto dentro de la clase capitalista es
endémico, ya que la competencia es un principio esencial de la acumulación capitalista. Es
solo a partir de la confrontación con otros grupos y clases sociales y, en particular con el
trabajo, que los capitalistas pueden tomar consciencia de sí mismos como (miembros de)
una clase y actuar en consecuencia. Esto nos muestra la importancia de la agencia de
clases y fracciones de clases; esto es, la agencia de las fuerzas sociales engendradas por las
relaciones sociales de producción.
Aunque tal como Cox (1987:1) manifestó, la producción crea la base material
necesaria para el ejercicio del poder a nivel estatal; la reproducción de las relaciones de
producción capitalistas, al mismo tiempo, implica el estado (y la regulación estatal). Esto,
no obstante, no garantiza una visión funcionalista del estado. Por el contrario, en palabras
de Bob Jessop (2002: 41), "no existen garantías de que los resultados políticos favorecerán
las necesidades del capital". Lo que se sugiere es la importancia del rol de la agencia en la
creación (o reproducción) de condiciones a nivel estatal (y de políticas estatales) que son
necesarias para la continuación de la acumulación capitalista, pero que no están
predeterminadas. Particularmente, la hegemonía de la clase capitalista no está segura sin
la lucha continua dentro de lo que Gramsci (1971: 263) denomina el "estado integral", que
es "sociedad política + sociedad civil". Desde esta perspectiva, podemos reclamar la
importancia de la agencia de clases en la comprensión de la relación entre la producción y
el poder (político).
Por ende, dos premisas teóricas subyacen a esta empresa. En primer lugar, la
sociedad capitalista sigue siendo una sociedad de clases, en la cual la clase capitalista es
una clase dominante. En segundo lugar, esta dominación de clase que caracteriza a las
sociedades capitalistas no puede entenderse desde una perspectiva
estructuralista-determinista que se focaliza meramente en la dominación estructural del
capital sobre el trabajo, sino que la reproducción de este poder del capital -y de la clase
capitalista- también tiene que ser explicada en materia de agencia humana colectiva dentro
de las luchas de poder social concretas. Para constituirse como clase, los capitalistas deben
de algún modo "descubrir" sus intereses comunes y construir un panorama e identidad
compartidos que trascienda la estrecha visión de su posición como capitalistas
individuales y en competencia. Por ende, el momento de agencia de clases - o el proceso
de formación de clases - es siempre un proceso político en el cual los capitalistas
trascienden la lógica de la competencia de mercado y alcanzan una unidad de orientación
y propósito estratégicos, lo que les permite articular (con otras clases o grupos sociales, así
como también con el estado) un "interés capitalista general". Como menciona Van der Pijl
(1984, 1998), cualquier formulación de los intereses capitalistas siempre se hace desde la
perspectiva de lo que es solo una sección o fracción del capital total; una fracción que con
el tiempo ha alcanzado una posición de liderazgo dentro de la clase capitalista (ver
también las contribuciones de Overbeek y Van der Pijl en esta publicación).
Dado que las estructuras sociales "no existen independientemente de las
concepciones de los agentes sobre lo que hacen en su actividad" (Bhaskar 1979: 48-49), la
dimensión intersubjetiva y discursiva de la formación de clases es sumamente importante.
Parafraseando a Van der Pijl (1998: 98), los miembros de una clase deben imaginarse
como parte de una comunidad mayor (posiblemente transnacional) para constituirse como
actores de clase. En este proceso, la forma más desarrollada de conciencia de clase se
refleja en lo que en la perspectiva de Ámsterdam se denominaron conceptos
comprehensivos de control (ver también las otras contribuciones de esta publicación, en
especial las de Van der Pijl). Como reflejo de la noción gramsciana de hegemonía
(Gramsci 1971: 169-70), "los conceptos de control son marcos de pensamiento y práctica
por los cuales una visión particular del mundo de la clase dominante se extiende hacia un
sentido más amplio sobre los 'límites de lo posible' para la sociedad en general" (Van der
Pijl 1998: 51). Aquí, un concepto de control hegemónico refleja el poder de la clase
(fracción) o grupo social "que ha podido articular los intereses de otros grupos sociales
con su propio medio de lucha ideológica" (Mouffe 1979: 181; también Laclau y Mouffe
1985: 67). Los conceptos de control pueden verse como dando dirección a - y como
resultado de - la estrategia de clase (transnacional). Fundamentalmente, aunque se origina
en las relaciones de producción y refleja una configuración particular de las distintas
fracciones históricas de la clase capitalista y sus relaciones con las clases subordinadas,
los conceptos de control deben traducirse en políticas de estado para que sean eficaces. En
otras palabras, los conceptos de control pueden considerarse como la expresión de una
configuración particular de las clases sociales (y sus fracciones) a nivel ideacional, lo que
da "contenido a un estado histórico" en palabras de Cox (1987: 409).
Ahora, si aplicamos este marco a nuestro interrogante central sobre cómo
comprender las relaciones transnacionales, el punto crítico es que este contenido de
estados históricos no es solo de naturaleza nacional, sino también transnacional. A
continuación, desarrollo esta dimensión transnacional crucial y expongo cómo podría
considerarse de haberse desarrollado históricamente. En la sección final, expongo cómo el
entendimiento histórico puede acompañar a la teoría materialista histórica de las
relaciones transnacionales en sintonía con la ontología transnacional mencionada
anteriormente, integrando estructura con agencia a través del concepto de formación de
clase transnacional.
Relaciones transnacionales, capitalismo global y el sistema interestatal
Como ya se mencionó, la dimensión transnacional de nuestro materialismo
histórico se apoya en la afirmación de que las relaciones internacionales y la política
interestatal se han integrado históricamente con las relaciones sociales capitalistas
transnacionales, que también han servido de mediadoras. Al mismo tiempo, el concepto
de relaciones transnacionales presupone la existencia de relaciones internacionales. Por
ende, surgen solo con la aparición del sistema de estados modernos. Examinemos más de
cerca cómo las relaciones transnacionales, el capitalismo y el sistema interestatal se han
entrelazado.
Recientemente, la idea de que el sistema de estados modernos se creó a través de
la Paz de Westfalia en 1648 fue puesta en tela de juicio por Teschke (2002: 6),
argumentando que, claramente, el sistema westfaliano no era moderno, ya que se basaba
en "relaciones de propiedad social precapitalistas". Según Teschke, recién en el siglo XIX
hubo una transición total hacia la modernidad (ibid). En efecto, lo que subyace a este
argumento es el polémico interrogante sobre cómo y por qué tuvo lugar la transición del
feudalismo al capitalismo (por ejemplo, Wood 1999). Mientras Wallerstein (1974) ubicó
la transición hacia el capitalismo en el siglo 16 con el desarrollo de la economía
internacional capitalista, algunos críticos han señalado que esta teoría del sistema mundial
pierde su referencia al capitalismo al focalizarse en las relaciones de intercambio, en lugar
de las relaciones de producción (por ej., Brenner 1977; cf. Wood 1999). En este sentido,
Van der Pijl (1998: capítulo 3) ha señalado que la Revolución Gloriosa de 1688 en
Inglaterra ayudó a materializar el primer complejo socioestatal capitalista.
A pesar de la importancia de las relaciones de producción, es necesario reconocer
cómo las relaciones transnacionales ya se habían desarrollado antes de la llegada del
capitalismo propiamente dicho y, como consecuencia, prefiguraron las relaciones sociales
capitalistas transnacionales posteriores. Estos primeros vínculos económicos
transnacionales modernos -principalmente relaciones comerciales y financieras, no
todavía de producción- se desarrollaron en simultáneo con el sistema de los primeros
estados modernos que surgía de la crisis del feudalismo. Uno de los argumentos claves
que ofrecía Wallerstein (1974: 348) era que el "capitalismo había logrado florecer
precisamente porque la economía mundial tenía en su entramado no solo un sistema
político, sino una multiplicidad de ellos". A diferencia de los "imperios mundiales", la
escala geográfica del mercado capitalista superó desde el comienzo aquella de la autoridad
política; es decir, la escala del estado. Aunque podríamos cuestionar la naturaleza
capitalista del mercado, ya que era principalmente un "mercado como oportunidad" en
lugar de un "mercado como imperativo" bajo la producción capitalista (Wood 1999:
5-8-62), el nacimiento de este mercado más allá del alcance territorial de cualquier estado
propició la creación de relaciones económicas transnacionales que se extendían por gran
parte del globo. El desarrollo del mercado mundial había sido clave para el crecimiento de
las relaciones sociales transnacionales en el contexto de un sistema político internacional
emergente.
Si el mercado mundial tuvo un papel significativo en la preparación del terreno
para que el capitalismo rompiera las estructuras del feudalismo es un tema que genera
controversia. No obstante, la siguiente cita (de El capital, Vol. 3) de Marx parece expresar
un argumento plausible en donde sugiere que el mercado mundial tuvo este rol, pero que
luego se transformó a partir de que se estableciera el modo de producción capitalista:
mientras que en el siglo dieciséis y parte del diecisiete la repentina
expansión del comercio y la creación de un nuevo mercado mundial tuvieron una
abrumadora influencia en la derrota del antiguo modo de producción y el
surgimiento del modo capitalista, esto ocurrió a la inversa en base al modo de
producción capitalista una vez creado. El mercado mundial en sí conforma la base
de este modo de producción. Por otro lado, la inmanente necesidad de que este
modo de producción tenga que producir a una escala mayor que antes promueve la
expansión constante del mercado mundial, por lo cual ahora no es el comercio lo
que revoluciona la industria, sino la industria que constantemente revoluciona el
comercio (Marx 1991: 450–51).
Es desde esta perspectiva que podemos comprender el desarrollo de las
relaciones transnacionales hacia las relaciones de producción capitalista. El mercado
mundial en sí generó redes comerciales y financieras transnacionales que permitían la
formación de fuerzas sociales transnacionales. No obstante, cuando el capitalismo se
extendió desde el complejo socioestatal inglés hacia el exterior, el mercado mundial se
convirtió en un mercado capitalista basado en la expansión continua y esas relaciones
capitalistas, cada vez más profundas, comenzaron a desarrollarse a través de unidades
territoriales recientemente establecidas, denominadas estados. Por ende, el proceso de
formación de clases (capitalistas) transnacionales solo pudo haberse desarrollado a partir
de este mercado mundial capitalista - y del impulso de internacionalización del capital que
indujo (relaciones de clase y, por ende, formación de clases, presuponiendo relaciones de
producción).
El surgimiento de una burguesía transnacional fue más allá de las estructuras
transnacionales de socialización tempranas, ya que se había creado un espacio
transnacional para el ejercicio y reproducción de la clase dominante capitalista. Dicho
espacio transnacional surgió por primera vez en el siglo XVIII, bajo la forma de lo que
Van der Pijl (1998: capítulo 3) denominó el núcleo - heartland - lockeano, formado por la
expansión del complejo socioestatal británico, incluyendo partes de Norteamérica y otras
regiones hasta asentamientos colonos; en su expansión comercial y política confrontando
(por lo que podían generarse guerras) a los denominados contendientes hobbesianos. A
través de esta expansión podemos ver - aunque crisis y altibajos mediante - una expansión
gradual del área de los complejos socioestatales sujetos a la imposición de la disciplina
capitalista y una mercantilización concomitante (profundizante) de las relaciones sociales.
Con la revolución industrial, esta dinámica de expansión del capitalismo llegó para
quedarse. Este desarrollo alcanzó un nuevo clímax cuando en el siglo XIX, bajo la Pax
Britannica, se profundizó la internacionalización del capital y el sector
liberal-internacionalista de la burguesía anglosajona adoptó una visión más cosmopolita.
Luego de la caída del orden liberal del siglo 19, los años de crisis del interbellum
fueron testigos de una (re)inserción del capital en el estado nacional (y nacionalizante).
Sin embargo, la internacionalización del capital se retomó después de la Segunda Guerra
Mundial bajo el patrocinio de la hegemonía estadounidense. Fue una expansión de capital
(primero estadounidense) apoyado por el nuevo concepto de control hegemónico, el
liberalismo corporativo (Van der Pijl 1984), que representaba la proyección de un
concepto que había reestructurado el complejo socioestatal estadounidense desde la
década de 1930 en adelante y se afirmaba sobre el compromiso de clase entre el capital y
la fuerza laboral, además de una síntesis entre las fracciones financieras e industriales de
la burguesía estadounidense. En el contexto de la Guerra Fría, este concepto de control
comenzó a circular dentro de la zona del Atlántico, unificada a través de un proceso de
formación de clases transatlántico, proceso que podría decirse que estaba en el corazón de
los orígenes del proceso de integración europea (Van der Pijl 1984).

La transnacionalización en la era de la globalización


Dentro del contexto de una crisis del liberalismo corporativo, el capitalismo
global ingresó a una nueva fase con la transnacionalización global y sostenida de la
producción (ver Van Apeldoorn 2002: 55-60, para evidencia empírica) y las finanzas. Con
respecto a la producción, el capital se veía amenazado por el deterioro de la rentabilidad,
descenso de la productividad y el estancamiento de la demanda, por lo cual una estrategia
de expansión geográfica - lo que Harvey (1989: 183) denominó "solución espacial" - fue
una "salida" a la crisis de acumulación que eligieron varias grandes empresas. Al mismo
tiempo, constituía una forma por la cual el capital se evadiría parcialmente de las
regulaciones nacionales, que comenzaban a ser un obstáculo, y para realzar el poder de
negociación con la fuerza laboral, inclinando el balance de clase nuevamente a su favor.
Esto apunta al poder estructural crítico del capital transnacional (Gill y Law
1993) que describió gran parte de la reestructuración de la economía política global de
fines del siglo XX. El poder estructural del capital transnacional tiene una dimensión tanto
material como ideológica (aunque ambas están muy interrelacionadas). La dimensión
material hace referencia a la mayor opción de salida - esto es, su capacidad para reubicarse
trascendiendo las fronteras - por parte del capital transnacionalmente móvil. De forma
más abstracta y en base al argumento de Wallerstein, podríamos decir que el poder del
capital transnacional se apoya en la no coincidencia territorial entre el estado y el mercado
(Murray 1975). El poder ideológico del capital transnacional debe verse como ejercido en
un nivel más colectivo como poder de clase. El proceso contemporáneo de formación de
clases tiene lugar a través de canales organizacionales como las interconexiones
corporativas, aunque también a través de la socialización selectiva en toda clase de foros
transnacionales o "grupos de planificación" (Van der Pijl 1998), en donde los ejecutivos
jerárquicos de las CTN y quienes tienen importantes intereses propietarios en el capital
transnacional, así como también dirigentes políticos y referentes de opinión claves (o
elites políticas globalizantes que el capital transnacional intenta cooptar), se reúnen para
intercambiar ideas y, de ser posible, formar una perspectiva y estrategia común.
En particular, Stephen Gill (1990) sugirió que a fines del siglo XX, el proceso de
formación de clases transnacional, que principalmente se limitaba al área del Atlántico, se
extendió hacia un patrón trilateral. Aunque dentro de "la Tríada" el vínculo del Atlántico
siempre haya sido fuerte, y mientras el capital japonés se haya debilitado más
globalmente, podemos observar patrones de profundización global en la integración de la
clase capitalista (no solo limitado a la Tríada), con elites empresariales de la (anterior)
periferia que también se incorporan en las redes capitalistas globales selectas, por
ejemplo, a través del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés). Sin
embargo, es importante destacar que la formación de clases transnacional siempre tiene
lugar dentro de ciertas configuraciones históricas e institucionales que pueden ser más o
menos abarcativas desde el punto de vista del alcance geográfico (incluso si siempre se
trascienden estados simples). Particularmente, podríamos identificar ciertos patrones
macrorregionales de formación de clases transnacional, dentro de un patrón global general
de integración capitalista. Por ende, en otros lugares (Van Apeldoorn 2002; también
Holman 1992; Holman y Van der Pijl 2003) he analizado lo que considero un patrón
regional específico de formación de clases transnacional dentro del sector europeo que
surgió con la emancipación de la burguesía europea mediante el capital estadounidense
después de la crisis del Atlántico en la década de 1970 y en respuesta a la crisis del
capitalismo europeo.
Ya sea dentro del sector europeo o en el vasto sector Atlántico y global, la
agencia de clases transnacional amenazada por procesos regionales y globales de
formación de clases transnacional pasó a centrarse en torno al concepto neoliberal de
control, que expresa el objetivo general de "deshacer" el compromiso de clase de
posguerra y una reestructuración fundamental de las relaciones sociales en favor de la
iniciativa privada y los intereses de propiedad. El concepto de control neoliberal debe
verse como una articulación hegemónica de las visiones mundiales de la mayoría de las
secciones transnacionalizadas de capital industrial, así como también de un capital
financiero global liberalizado y, como tal, diseminado a través de la agencia de esta clase
capitalista transnacional a través de foros de elite como el WEF a nivel global, o la Mesa
Redonda Europea de Industriales (ERT, por sus siglas en inglés) dentro del sector europeo
(Van Apeldoorn 2002).
La naturaleza y los límites del proyecto (de globalización) neoliberal se analizan
en esta publicación (particularmente por Van der Pijl). Lo clave para este aporte es la
naturaleza transnacional fundamental de este proceso de reestructuraición social y el
hecho de que el neoliberalismo, como concepto de control, promueve y refleja la
transnacionalización del capital que ingresa con el capital que se desprende de su anclaje
nacional (de posguerra), permitiéndole como nunca antes alcanzar "soberanía" a escala
global, superando y trascendiendo la soberanía de los estados.
En síntesis, aunque no se trate necesariamente de un proceso irreversible,
podríamos decir que lo que surgió como un conjunto limitado de enlaces transnacionales
que se establecieron en los comienzos de la economía mundial (capitalista) ha alcanzado
una profundidad en cuanto a su influencia en las vidas de muchos a través de la
mercantilización de la vida social, y un alcance sin precedentes, que abarca todo el globo.
De este modo, como escribe Van der Pijl (1998: 98), "podríamos decir que la relación
integral del capital se ha vuelto global". Esto es lo nuevo del actual proceso de
globalización: se trata no solo de la globalización, sino también de la profundización de
una transnacionalización de las relaciones sociales capitalistas instauradas al menos tres
siglos atrás; un proceso precedido y parcialmente habilitado por enlaces transnacionales
creados por la economía mundial mercantil y que fue evolucionando junto con el sistema
de los primeros estados modernos.
Implicaciones para una teoría de relaciones transnacionales
Veamos ahora algunas de las implicaciones de lo hasta ahora expuesto para una
teoría más general de relaciones transnacionales. En particular, ¿cómo conceptualiza
nuestro enfoque materialista histórico a las relaciones transnacionales en términos de
estructura y agencia y en términos del proceso que los vincula? Además, ¿cómo
conceptualizamos en términos de proceso al rol de las relaciones transnacionales en la
política mundial? ¿Cómo se relacionan las relaciones transnacionales con las relaciones
internacionales? ¿El proceso de globalización nos lleva más allá de las últimas y, por lo
tanto, también más allá de las relaciones transnacionales como se entienden aquí
(considerándose que ambos conjuntos de relaciones son, lógicamente, las dos caras de la
misma moneda)? Aquí argumentaré que no nos encontramos en un mundo “postmoderno”
tal que haya trascendido al sistema de estados modernos definitivamente (cf. Ruffie 1993).
En dicho sentido, si bien han ocurrido cambios estructurales mayores en otros aspectos,
todavía existe más continuidad estructural – desde los mismos orígenes del mercado
mundial capitalista en adelante – de la que se sugiere en algunos trabajos, incluso si es
posible divisar más transformaciones profundas en el horizonte. Por el momento, sin
embargo, creo que todavía necesitamos teorizar lo transnacional (en relación con lo
internacional) como parte de nuestro esfuerzo continuo para comprender la naturaleza de
la política mundial.
Estructura, agencia, proceso
Lo primero que se podría destacarse es que desde este perspective histórico
materialista definimos a las relaciones transnacionales como relaciones sociales a través y
más allá de las fronteras “nacionales”. Esta definición pone el énfasis, de manera
inmediata, en la (profunda) dimensión estructural de “lo transnacional”. A diferencia de la
centralidad otorgada a los actores por parte de los enfoques dominantes, una teorización
materialista histórica enfatiza las estructuras en virtud de las cuales existen ciertos actores
transnacionales. Mientras que una definición estándar (Risse-Kappen 1995b) de
relaciones transnacionales se refiere (solo) a las relaciones directas entre actores
(corporativos) individuales y sus interacciones, enfocarse en relaciones sociales pone en
evidencia cómo grupos de personas también se hayan vinculados transnacionalmente sin
ningún tipo de relación (personal) directa. De hecho, es característico de las relaciones
sociales capitalistas el que a menudo involucren una ausencia de cualquier tipo de relación
directa, si bien los destines de las personas (a través de distintas culturas y territorios) se
hallan directamente entrelazados los unos con los otros a través del mercado (mundial) – a
través de los que Van der Pijl llama “socialización mercantil” en esta edición. Por lo tanto,
las relaciones sociales de la producción transnacional pueden vincular a trabajadores en
Nueva York con trabajadores en Nueva Delhi sin que jamás ocurra ninguna interacción
directa entre los miembros de estos dos grupos, excepto, como lo diría Marx (1990:166), a
través del intercambio de mercancías, “las relaciones sociales entre sus trabajos privados
se les aparecen como lo que son, esto es, no como relaciones sociales inmediatas entre las
personas mismas en sus trabajos, sino más bien como relaciones materiales [dinglich]
entre personas y relaciones sociales entre las cosas”. De hecho, desde una perspectiva
realista crítica, se podría aducir que estas relaciones sociales se hallan ocultas porque
dentro de una ontología estratificada yacen bajo la superficie de eventos y acciones al
nivel de “estructuras profundas”. Estas estructuras, sin embargo, tienen – a través de “la
asignación diferencial de […] recursos” y de personas y grupos a “funciones y roles (por
ejemplo, en la división del trabajo)” (Bhaskar 1979:52) – poderes reales para limitar y
posibilitar la agencia (de clase) de grupos sociales específicos.
Por supuesto, sin interacciones humanas no pueden existir relaciones (sociales)
transnacionales, pero, en la medida en que las interacciones son engendradas por las
relaciones establecidas por el capital que se expande más allá de complejos
estado-sociedad nacionales individuales, es éste origen el que debemos considerar para
entender su significado. Para entender la naturaleza del transnacionalismo cuenta más la
calidad – esto es, la naturaleza de las relaciones sociales – que la cantidad de
interacciones. De hecho, desde una crítica marxiana, podemos argumentar que el énfasis,
a menudo exclusivo, en la cantidad de transacciones transfronterizas, esto es, el flujo de
bienes, capital, etc., en los estudios convencionales sobre el capital transnacional como así
también en algunas críticas de la literatura sobre la globalización (por ejemplo, Hirst y
Thompson 1999; cf. Overbeek 2003) constituye una forma de fetichismo de la mercancía
en la medida en que en estos análisis las relaciones sociales – esto es, relaciones entre
personas – que subyacen a estas relaciones entre “cosas” quedan ocultas.
Las relaciones sociales transnacionales, por lo tanto, se refieren a estructuras que
vinculan las vidas sociales de las personas a través de fronteras, incluyendo a aquellos que
no establecen ningún tipo de contacto directo. Por supuesto, el contacto directo puede
existir y es entonces cuando las relaciones transnacionales pueden – a través de la
socialización – constituir actores transnacionales. Desde nuestra perspectiva materialista
histórica vemos a las (fracciones de) clases como las principales entre aquellos actores. Es
importante destacar que, históricamente, el proceso de formación se clase se encuentra
mediado en diferentes grados por varias identidades que no son de clase, por los que las
clases resultantes pueden ser conceptualizadas como comunidades imaginadas
transnacionales (Van der Pijl 1998:98, y en esta edición; sobre la noción de “comunidad
imaginada”, ver Anderson 1983). Sin embargo, en el proceso de la expansión del capital a
través de las fronteras, los capitalistas – a diferencia de los trabajadores – tienden
efectivamente a entablar contacto directo los uno con los otros. La clase capitalista
transnacional es, de hecho, una clase transnacionalmente móvil. A pesar de compartir una
posición social, una mirada y estrategia colectivas de clase no se hallan simplemente
dadas, sino que deben ser construidas políticamente en el marco de una lucha por la
hegemonía. Como se ha indicado, la persecución de una estrategia tal, esto es, del ejercicio
de la agencia de clase, es indispensable para la reproducción de la hegemonía de la clase
capitalista. Esto es, la agencia de clase es necesaria para la reproducción del dominio de
clase como una estructura. Es por ello que existen funciones de planeamiento críticas (Van
der Pijl 1998) a ser realizadas, para las que a nivel transnacional existen foros de negocios
exclusivos como el WEF y la ERT en los cuales los capitalistas transnacionales pueden
conocerse, sociales y, sobre todo, discutir e intentar sintetizar diferentes puntos de vista en
una misma orientación cohesiva.14 Por lo tanto, junto con las llamadas ONGI de
“principios” y las comunidades epistémicas “científicas” de los estudios constructivistas
de las relaciones transnacionales, estos grupos de elite pueden ser considerados como
actores transnacionales clave dentro de escenarios internacionales particulares. Su
agencia, sin embargo, no debe ser entendida como autónoma de la agencia de las fuerzas
sociales que operan a través de ellos. En efecto, éstos son vehículos de estrategia de clase
transnacional, tanto un resultado del proceso de formación de clase transnacional como el
medio organizacional a través del cual el proceso adquiere forma (ver Van Apeldoorn
2002: especialmente el capítulo 3).
La perspectiva que presento aquí no afirma que las elites de la clase transnacional
son los únicos actores importantes. Sin embargo, sí afirma la primacía de las relaciones
sociales de producción transnacionales constitutivas de estos actores. Lo que esto significa
que es que los actores conocidos como sin fines de lucro – ONGI de principios, etc. – se
encuentran también incrustados dentro de un contexto estructural conformado por los
procesos de transnacionalización de capital y la formación transnacional de clase. La
expansión histórica del capital a escala global es lo que ha permitido, en el primer lugar, el
crecimiento de las relaciones transnacionales, ya sean económicas o de cualquier otro tipo.
Desde que el mercado mundial se volvió un “imperativo de mercado” (Wood 1999), el
capitalismo ha revolucionado continuamente los medios de producción, esto es, ha
motorizado un incesante desarrollo de nuevas tecnologías, entre las cuales las tecnologías
de transporte y comunicación – responsables de la compresión del tiempo-espacio que a
menudo es identificada como un aspecto definitorio de la globalización (Harvey 1989) –
no ocupan un lugar menor.
Todavía más importante que el hecho de que otros actores transnacionales se
encuentren en parte constituidos (o vean su agencia posibilitada) por la
transnacionalización del capital es que operan en un campo de acción estructurado
fundamentalmente por relaciones sociales capitalistas. A diferencia de la teoría pluralista,
no asumimos que existe un equilibrio competitivo de intereses pero, por el contrario,
afirmamos que existen asimetrías de poder estructurales y, junto con ellas, una jerarquía
de problemáticas. Es por ello que, al analizar la agencia de una variedad de actores
transnacionales dentro de la arena emergente conocida como gobernanza global, no
podemos sino tomar en cuenta al poder estructural del capital transnacional (algo que los
análisis liberales constructivistas no hacen para nada, sugiriendo, en cambio, que las
llamadas ONGI de principios y las CTN “motivadas instrumentalmente” no sólo exhiben
lógicas de comportamiento diferentes, sino que también pertenecen a ámbitos sociales
parcialmente independientes.
De hecho, muchos – si bien no todos – actores transnacionales, por fuera de la
clase capitalista, parecen reconocer aquel poder, ya que suelen conformarse como
respuesta a aquel poder o a sus efectos social y medioambientalmente perniciosos. Esto no
equivale a decir que estos actores transnacionales sean impotentes ante el poder
estructural del capital, que las redes de acción transnacional no puedan tener éxito en
colocar algunas problemáticas en la agenda o, en efecto, producir cambios a nivel
doméstico. En particular, el movimiento dialéctico dentro del proceso de globalización
neoliberal contemporáneo, en el cual un grupo hasta ahora relativamente difuso de
manifestantes anti globalización se encuentra conformándose en un destacado
movimiento social transnacional, se está volviendo cada vez más importante para
comprender las relaciones transnacionales contemporáneas. Sin embargo, esto también
confirma nuestro punto en la medida en que este movimiento sólo puede ser entendido,
por definición, en el contexto de un capitalismo transnacional globalizado.
Una última pregunta que exige ser respondida en este contexto es en qué medida
los estados deberían aún ser considerados actores. Como hemos visto, las teorías afincadas
(liberales) tienen a ver a los actores transnacionales como adicionales a los estados – y a
menudo como opuestos a los últimos. Si bien el modelo del estado-como-actor ha sido
mitigado por algunos, aduciendo que en realidad uno se refiere más a gobiernos que a
estados (Risse 1995b: 18-19; Nölke 2003a), en la práctica, la mayor parte de la literatura
actual se apega al modelo al no distinguir entre los dos. Desde nuestra perspectiva
materialista histórica el modelo del estado-como-actor es problemático en la medida en
que no tiene sentido separar al estado capitalista de las fuerzas sociales – ya sean
nacionales o transnacionales – que le otorgan su contenido. Así, Van der Pijl (1995:40)
reformuló la problemática básica del estudio de la política mundial sugiriendo que, más
que en lugar de tomar a los estados como actores, deberíamos verlos como estructuras que
son reproducidas o transformadas por fuerzas sociales (transnacionales). Si bien para
algunas preguntas de investigación aún pueda resultar conveniente utilizar la “ficción
conveniente” (Jessop 2002: 40) de los estados como actores, sugiero que para un análisis
de las relaciones transnacionales en la política mundial es necesario abandonar esta
ficción en cuanto nos lleva más allá de la conceptualización de los actores transnacionales
como fuerzas que se oponen a los estados desde afuera, de los estados y los actores
transnacionales como mutuamente autónomos enfrentados en una competencia pluralista.
Estructura y agencia, juntas, dan cuenta del proceso de transnacionalización y
sus resultados en términos de organización de la política global. Desde nuestra
perspectiva, el proceso de transnacionalización se halla motorizado, principalmente, por la
expansión del capital a través de las fronteras nacionales y el concomitante surgimiento de
una transnacionalización del dominio de la clase capitalista a través de la operación
transnacional de conceptos comprehensivos de control. Es dentro del heartland lockeano,
entendido como ambos, “un grupo de estados unificado orgánicamente” (Van del Pijl
1998: 64) y como un espacio social constituido transnacionalmente, que estos conceptos
de control circulan principalmente (Overbeek 2000: 178) Es dentro de esta área que “la
lucha por la hegemonía entre fracciones de la burguesía […] reemplaza a la forma
tradicional de política mundial cada vez más por una ‘política doméstica global’” (Van der
Pijl 1989: 19). La expansión del heartland lockeano, por ejemplo, a través de la extensión
del proceso de integración europeo (ver Holman en esta edición), implica una
transnacionalización de complejos estado-sociedad (también Holman 1996) que se
mantenían hasta entonces fuera de la órbita neoliberal y, de hecho, a menudo resistiendo la
liberalización lockeana. Las relaciones transnacionales (capitalistas) también se extienden
más allá del heartland lockeano, por supuesto, ya que en realidad todo el sistema de
estados debe ser entendido como incrustado en aquellas relaciones a través del mercado
capitalista mundial. Sin embargo, fuera de esta área “unificada orgánicamente”, el grado
en el que el transnacionalismo alcanza esta unidad y cohesión, creando una hegemonía
transnacional de un cierto concepto de control, es más limitado. En ambos casos, no
obstante, las implicaciones son que no podemos continuar estudiando de manera fructífera
la llamada política doméstica exclusivamente en un contexto nacional ni podemos
comprender la llamada política internacional fuera del contexto de una sociedad
“doméstica” transnacionalizada.
Esta teorización, por lo tanto, enfatiza la primacía de la lucha entre fuerzas
sociales transnacionales, dando contenido a los complejos estado-nación y sus relaciones.
Lo que no hace, y esto debe quedar claro, es ofrecer una conceptualización en la que los
actores transnacionales (clases) reemplazan a los estados en modo algunos ni los hacen,
siquiera, menos relevantes. Ipso facto, tampoco supone que las relaciones internacionales
hayan perdido relevancia.

Más allá de las relaciones internacionales/transnacionales?


Si el crecimiento de las relaciones transnacionales implica la desaparición del
estado (nacional), tampoco supone la superación de las relaciones internacionales como
un todo. Lo último es a veces sugerido por parte de la literatura sobre la globalización en la
cual, por ejemplo, la globalización es se encuentra definida por procesos de
desterritorialización (Scholte 2000; cf. Ruggie 1993) o desnacionalización (Zürn 1998) en
un grado tal que el concepto de relaciones transnacionales termina volviéndose obsoleto
(cf. Risse 2002: 262).
Con todo, el mundo continúa estando dividido en estados (nacionales) incluso si,
como se afirma, la forma y el contenido de los estados se ven transformados como
resultado de la globalización (neoliberal). El mundo no está (en el proceso de hallarse)
unido políticamente y la gobernanza global no es un sustituto del gobierno global. De
hecho, si, para usar la terminología de Wallerstein (1974), el mundo fuera uno
políticamente bajo la forma de un “imperio global”, el mismo concepto de
transnacionalismo no tendría mucho sentido. Podríamos todavía hablar de procesos
“transmundiales” (Scholte 2000) que conectan a eventos y personas en lugares distantes
(dentro del imperio), pero éstos tendrían un significado, y una significancia, diferente que
los procesos transnacionales actuales. Cuando se habla de “lo transnacional”, es todavía
pertinente, por lo tanto, (y no sólo por razones de claridad terminológica) referirnos a
procesos a través de las fronteras nacionales, y, por lo tanto, reconocer implícitamente la
existencia y relevancia continuadas de las últimas (si bien de una manera diferente a la que
uno podría esperar) y, por ello, también de “lo internacional”.
Como se ha dicho (y en acuerdo con Wallerstein), las relaciones capitalistas
transnacionales que se desarrollaron en el marco de la economía mundial pudieron
prosperar, precisamente, gracias a la fragmentación territorial de la soberanía. Por lo tanto,
si Scholte (2000: 48) escribe que muchos flujos “transfronterizos” “escapan de manera
importante al control de los límites estatales”, éste es exactamente el punto central.
Además, si algunos de estos flujos pueden hallarse también constituidos por fenómenos
desterritorializados, como las finanzas globales, es todavía crítico entender cómo estos
procesos afectan las vidas de las personas que viven en diferentes lugares y territorios, con
sus identidades, al menos parcialmente, todavía ancladas a la entidad territorial del estado
y con sus esperanzas y aspiraciones políticas orientadas, también, a aquel nivel que
continúa siendo el sitio principal donde legitimar la autoridad política. Si bien no se
entienden como actores autónomos, los estados como tales son estructuras necesarias para
la efectuación de cualquier concepto de control. Es cierto que “el estado” no se refiere per
se solamente al “estado nacional”. De hecho, nos encontramos atestiguando varias nuevas
formas de estatalidad, sobre todo en la Unión Europea (UE) donde la ‘forma de gobierno’
[polity] multinivel emergente en Europa (Marks et at 1996) en parte representa una nueva
forma de dominación política (Schimitter 1991; cf. Ruggie 1993; Caporaso 1996).
Sin embargo, ni si quiera la UE (que, de hecho, representa una procesos
relativamente único en este respecto) refleja una trascendencia del estado y las funciones
estatales como tales ni tampoco una completa trascendencia de la política territorial
basada en el estado nacional. Fundamentalmente, si bien en el ámbito de los asuntos de
seguridad la lógica realista de la anarquía ha sido importantemente trascendida en el
marco de las relaciones internacionales intra-europeas, la rivalidad entre estados
miembros continúa incorporada en un sistema multinivel en el cual los estados mantienen
la responsabilidad de asegurar el crecimiento, empleo y bienestar, mientras que, al mismo
tiempo, los instrumentos para conseguir dichos objetivos se han visto reducidos por le
mercado único supranacional (y la moneda única). El fenómeno de la competencia entre
regímenes (Streeck 1998; Scharpf 1999) no es un efecto secundario inintencionado del
proceso de integración actual, sino que se halla en el centro del propósito social que le
subyace – como un concepto de control transnacional – al proyecto de integración desde
los 1990 (Van Apeldoorn 2002). También, y esto tampoco es coincidencia, dentro de la
UE son los estados miembros los que continúan como los principales sitios de legitimidad,
proveyendo no solo los medios de coerción, sino también los aparatos institucionales e
ideológicos a través de los cuales se organiza y reproduce el consentimiento.
Los estados y (por implicancia) la política interestatal, por lo tanto, continúan
siendo importantes. Las relaciones internacionales se encuentran afectadas de manera
fundamental por las relaciones transnacionales, pero las primeras, sin lugar a dudas, no
pueden reducirse a las segundas. Como escriba Van del Pijl (1998: 64):
En realidad, toda acción social se encuentra estructurada
simultáneamente por la tendencia hacía la unificación global representada por el
capital y por el hecho de que cada complejo estado-sociedad concreto se mantiene
unido, en última instancia, por una estructura de poder y autoridad específica que
media sus relaciones con otros complejos.
El poder de las clases transnacionales se halla apoyado, necesariamente, por el
poder estatal y por la proyección internacional de ese poder estatal. Es por ello que el
proceso de formación de clase transnacional en el siglo XIX se encontraba asociado con la
hegemonía británica, y en el siglo XX con la de Estados Unidos. Es más, ña teoría de Van
der Pijl del heartland Lockeano, destaca cómo la hegemonía de la burguesía transnacional
dentro de ese heartland está basada parcialmente (en términos de apuntalar la legitimidad
de su proyecto) sobre la confrontación política con estados contendientes hobbesianos. En
consecuencia, con la caída del estado contendiente hobbesiano de la Guerra Fría, el rol
central de Estados Unidos en la economía política global ya no puede derivar parte de su
legitimidad internacional y transnacional de su rol geopolítico fundamental como
defensor de los intereses de “occidente”.
Las tensiones inherentes a la dualidad de la política mundial mencionada –
aquella entre la unidad global del capital y la continuada fragmentación nacional (también
Cafrunt 2003: 95) – se están volviendo manifiestas en el contexto del desorden global
precipitado por el proyecto neoconservador del imperialismo estadounidense. Con el
beneficio que otorga una comprensión retrospectiva podemos concluir que la hegemonía
transnacional del neoliberalismo de los 1990 estuvo, de hecho, centrada en los Estados
Unidos (Gill 1990), pero que esto no fue tanto una demostración de la continuidad de la
hegemonía del poder de Estados Unidos como tal, sino que en realidad coincidió con la
continuidad de la decadencia estructural de éste (Wallerstein 2003). Como el mundo
continúa estando dividido en estados, y como, en consecuencia, el sistema de estados
perdura (incluso si las nociones de soberanía cambian de significado e incluso si,
especialmente en un contexto europeo, la lógica realista de la anarquía ha sido en parte
superada), cualquier unidad entre estados (no importan cuan “orgánica”) será transitoria y
contingente si no logra asegurar la reproducción de una configuración (transnacional)
particular de fuerzas sociales y políticas. La crisis actual del transnacionalismo atlántico
es un caso testigo, inclusio si la profundidad de la integración transnacional de la
producción y finanzas capitalistas hagan parecer poco probable un desmembramiento
total de la unidad lockeana en el futuro próximo.
Lo que pareciéramos atestiguar, en cambio, es una crisis de gobernanza global
que es, precisamente, el producto de las contradicciones del capitalismo global y
transnacional. Mientras que, por un lado, el poder del capital transnacional se basa en la
fragmentación territorial del poder político, por el otro lado, esta fragmentación necesaria
(desde el punto de vista capitalista) puede también ser percibida como un barrera que
impide la solución efectiva de problemas asociados con la globalización histórica del
capitalismo. Tras el colapso de la Unión Soviética, incluso ante la ausencia de una
amenaza común a su libertad capitalista, los estados liberales capitalistas (lockeanos) se
encontraron inicialmente todavía unidos bajo una hegemonía transnacional apuntalada
materialmente por una aceleración transnacional del capital e, ideológicamente, por el
penetrante discurso de la globalización neoliberal. La profundización de la crisis del
capitalismo global, que se ha vuelto manifiesta tras el cambio de milenio, sin embargo,
sólo ha servido – al menos desde la perspectiva de un creciente movimiento social
transnacional – para subrayar que el capital transnacional y el neoliberalismo son sólo
parte del problema. También entre la población en general, la recesión global se encuentra
erosionando en todas partes la hegemonía del concepto de control neoliberal. Mientras
tanto, a pesar de los esfuerzos determinados de Bush, en el plano geopolítico, la gerra
contra el “terrorismo global” aún no ha probado ser un punto de encuentro transnatlántico
alrededor del cual los estados centrales de la economía política global puedan unir sus
fuerzas una vez más.

Conclusión
Habiendo notado la escasez de teorizaciones sistemáticas sobre lo transnacional,
y argumentando que tal teorización continúa siendo necesaria para un entendimiento de la
economía política global actual, este artículo ha avanzado una perspectiva materialista
histórica particular sobre las relaciones transnacionales – como la ha elaborado,
especialmente, el grupo de EPI de Ámsterdam – que trasciende un número de limitaciones
inherentes al debate dominante sobre transacionalismo en la política mundial. Una
revisión crítica de este debate ha demostrado cómo la mayoría de los enfoques
convencionales están relativamente centrados en los actores y son ahístoricos, lo que los
lleva a ignorar la estructuras de poder social generadas históricamente. Superando esta
concepción liberal, nuestro enfoque materialista histórico define a las relaciones
transnacionales en términos de relaciones sociales y afirma que con la emergencia del
mercado mundial capitalista, las relaciones sociales de producción capitalista se
convirtieron en las principales de dichas relaciones. Las relaciones transnacionales,
relaciones internacionales y el capitalismo global han terminado por constituir una tríada
histórica. A partir de esta constelación se han engendrado procesos de formación de clase
transnacional que han convertido a las clases transnacionales en importantes actores de la
política mundial. Se ha afirmado que las fuerzas sociales (clases) transnacionales le dan
contenido a – para utilizar la frase de Cox – diferentes formas de estado (Cox 1987) como
así también a diferentes formas de relaciones interestatales. Al respecto, hemos destacado
en particular el desarrollo de un heartland lockeano de estados centrales y una sociedad
civil concomitante que forman el espacio en el cual el dominio de la clase capitalista se
efectúa a través de las fronteras nacionales.
Habiendo enfatizado la relevancia tanto histórica como contemporánea de las
relaciones transnacionales para la política mundial, también he destacado que el
transnacionalismo no se basa en la negación del sistema de estados sino, por el contrario,
que las relaciones transnacionales no sólo presuponen lógicamente a las relaciones
internacionales, sino que también se encuentran mediadas de manera significativa por
ellas. Aquí, sin embargo, podemos también identificar algunas limitaciones del programa
de investigación de Ámsterdam y, a la vez, delinear una posible agenda para
investigaciones futura.
Primero, si bien se reconoce que las relaciones internacionales (es decir, la
política interestatal) no puede reducirse a las relaciones (capitalistas) transnacionales, ya
que las primeras también forman una estructura histórica de socialización en sí mismas
(de hecho, necesaria para el capitalismo global y el poder del capital transnacional), las
implicancias que de allí se derivan no han sido examinadas en profundida hasta la fecha.
Las implicancias de lo que Jessop (2002:40 y passim) llama selectividad estratégica del
estado como una forma institucional autónoma (incluso si el contenido dependa siempre
de las fuerzas sociales subyacentes) han parmanecido en buena parte alejadas del interés
de la perspectiva de Ámsterda, que tiene a ver al estado sólo como una arena para las
fuerzas (transnacionales) de clases. De manera similar, a nivel interestatal esto también ha
tendido a traducirse en una visión del heratland lockeano del centro capitalista como
principalmente una arena transnacional y no ya como el ámbito de la política interestatal.
Por supuesto que debe destacarse que el argumento que se ha hecho es, precisamente, que
dentro es dentro del heartland lockeano que las relaciones internacionales “realistas” son
trascendidas y la política internacional se vuelve más “domética”. Sin embargo, y aparte
del hecho de que tal unidad transnacional puede no ser completa ni eterna, esta
conceptualización no para perder de vista el hecho de que, por ejemplo, la “arena europea”
de la UE (que, de hecho, exhibe una gran especificidad en términos de su forma
instituconal) se encuentra separada y diferenciada de, por ejemplo, la arena transatlántica,
sin mencionar de otros patrones regionales de transnacionalización fuera del área
atlántica.
Segundo, podemos también destacar el hecho de que el enfoque materialista de
las relaciones transnacionales desarrollado por el proyecto Ámsterdam es primero y
principal una teoría de la integración capitalista transnacional en el centro de la economía
política global, esto es, Europa occidental y América del Norte. Dada la centralidad
histórica de estas regiones en la formación del sistema de estados como hoy lo conocemos
(internamente relacionado con el capitalismo) este enfoque está, por supuesto, justificado.
Sin embargo, no dejá de ser cierto que todavía no estamos bien equipados para analizar las
relaciones sociales transnacionales, y cómo son mediadoras de políticas estatales, en, por
ejemplo, Asia Oriental. Dado que el centro de gravedad de la economía política global
puede girar en aquella dirección, parece cada vez más relevante producir más
investigaciones y teorización sobre “lo transnacional” más allá de nuestro centro de
interés geográfico tradicional.

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