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Alfonso Maya Trejo Pastoral Juvenil

REVITALIZAR LA PASTORAL JUVENIL DIOCESANA


VER
Actualmente se mira una juventud que pareciera no se comprende: hay quien dice que ya son parte no sólo de
otra época, sino hasta de una “nueva era”, una era post-cristiana, como si el cristianismo hubiera sido superado, así
como en su momento, los cristianos pensamos que éramos una suerte de judaísmo superado por el cumplimiento de
la Promesa.
Y es que, si miramos con atención los signos de los tiempos, miramos una humanidad cansada y profundamente
herida, que ha heredado a sus niños y jóvenes los traumas del pasado y los odios del presente, junto con la desesperanza
del futuro. Una humanidad anclada en tradiciones que ya no entiende y en creencias que, por malos testimonios y
abusos antiguos, han perdido mucho de su sentido original.
Y aunque la juventud siempre se ha caracterizado por ser reaccionaria y contestataria, al final terminaba
“alineándose” si no es que “alienándose” y aceptaba como incuestionables los principios eternos de la existencia
humana, sus valores y sus ideales, algunos antiguos y caducos, otros, aunque antiguos, siempre actuales y vigentes.
Pero la clave de interpretación siempre ha sido la fuerza, la imposición y la manipulación de esas mentes sin permiso
para pensar.
Y, en medio de esta realidad, hay un grito que es muy claro y fuerte: los jóvenes suelen ser tratados como carne
de cañón, y así ha sido siempre su historia; ellos, a los que enviamos a la guerra; ellos, los que encabezan las protestas;
ellos, a los que, por su “fortaleza juvenil”, les hemos encomendado las tareas más serviles; ellos, a los que no les
hemos dado ni oportunidad ni permiso de ser lo que son realmente: “promotores del cambio”.
Ciertamente, por tradiciones que han surgido quién sabe de dónde, tenemos imagen de un Cristo serio, poco
sonriente, y nada joven. En consecuencia, a sus apóstoles los miramos viejos y decrépitos, pero nunca ancianos y
sabios; nos detenemos mucho (aunque esto es muy bueno) en sus grandes discursos, enseñanzas, curaciones y
milagros, pero poco (y esto es la falla) en su fortaleza y vivacidad, poco en sus relaciones de amistad y fraternidad.
Ponemos ojos curiosos (y esto es lo fatal) y llenos de dudas y prejuicios en aquellos a quienes Jesús amó buscando en
esas relaciones la justificación para las enfermedades del alma y la afectividad.
Jesús fue un hombre joven, y amante de la vida, por algo lo sabemos la Palabra-Hecha-Carne, el Dios-con-
nosotros, Dios mismo; y fue un hombre joven que se relacionó y rodeó con hombres y mujeres jóvenes, todos viviendo
acordes a su época y cultura. Por eso, Jesús, sus Apóstoles y discípulos, renovaron, más que revolucionar, el modo
preciso de relacionarse con Dios, consigo mismo, con el prójimo y hasta con la naturaleza, proponiendo y viviendo
un criterio fundamental: El Amor. Ellos fundaron la Civilización del Amor (que creemos algo nuevo, a partir del
Papa Paulo VI). Y a través de esa civilización del amor fundaron una comunidad nueva y distinta, humana y divina.
Sin embargo, no supimos conservar esta frescura y esta novedad. La vejez nos fue ganando.
JUZGAR
En este sentido, nosotros hoy, en los albores del tercer milenio y ya entrado el siglo XXI, como Iglesia,
necesitamos con urgencia y emergencia, levantarnos nuevamente y dejarnos refrescar por los ideales de juventud,
despertar a esta juventud para que vuelva a mirar a Cristo vivo y le volvamos a preguntar, ahora con más valentía:
“Maestro bueno, que debo hacer para ganar la vida eterna” (Mc 10,17); y dejarnos amar -y tocar- con esa mirada de
la caridad que sólo Jesús mismo puede otorgarnos (Cfr. Mc 10,21).
Se trata nuevamente, de repetir aquél episodio evangélico del hijo de la viuda (Lc 7,11-17): Jesús devuelve la
vida a ese joven, único sostén de su madre. Y enfatizo: “único sostén de su madre”. Nuestra Madre, la Iglesia, que
vive hoy como esa viuda que ha perdido al amado esposo (Jesús, en nuestro caso), se siente sola y desamparada,
porque su hijo ha muerto (los jóvenes de nuestra época). Por eso, Jesús mismo y en esta “nueva era” nuevamente nos
Alfonso Maya Trejo Pastoral Juvenil

sale al paso e interrumpe nuestro camino doliente; detiene a la viuda (la Iglesia) y, mirándola con compasión le
recuerda (en nuestro hoy es un recordar lo que ya dijo antes): “No llores”. Una vez más, detiene a los portadores del
féretro (la Iglesia misma), toca el féretro y ordena al muerto (los jóvenes actuales): “¡Joven, a ti te digo, levántate!”.
Aún más, el Evangelio nos ofrece otro pasaje donde Jesús devuelve la vida, o más bien, despierta a una joven, la
hija de Jairo, un jefe de la sinagoga (Mc 5,21-24.35-43). En esta ocasión, Jesús, al ser informado de la muerte de la
joven, anima a Jairo: “No temas; basta con que tengas fe”, una actitud que hemos perdido, hoy día, puesto que creemos
que con ser Iglesia, la fe, como por arte de magia, está en nosotros. Al llegar a su casa, encuentran una escena típica
de un suceso semejante: “todos la lloraban y se lamentaban”, quizá la Iglesia que llora y se lamenta la pérdida de la
juventud, pero que no hace más, ni siquiera por recobrarla. Sin embargo, la declaración de Jesús suena muy desafiante
y hasta osada: “No lloren, no ha muerto; está dormida”; se trata de un desafío, darnos cuenta que nuestros jóvenes no
están muertos, sino sólo dormidos. Se suscitan burlas y desprecio: cuántos niegan esta realidad, y hasta presumen la
cantidad de jóvenes que hay en las parroquias, grupos juveniles y movimientos. Por eso, Jesús exige que se retiren
los incrédulos, aquellos que no dejan actuar, pero que tampoco actúan, especialmente aquellos que no creen en la
muchacha. Y nuevamente, Jesús da una orden a quien se presume muerta: “Talitá Kum”, es decir, “¡muchacha, a ti
te digo, levántate!”; curiosamente las mismas palabras que al joven, hijo de la viuda del pasaje anterior. Y llama la
atención el tratamiento final: “les dijo que le dieran de comer”; alimentar al recién despierto: el alimento verdadero,
Eucaristía y Palabra; somos Iglesia, no un grupo de autoayuda, somos Iglesia, no un despacho de psiquiatría, ni una
organización de couching… somos Iglesia, nuestra misión es evangelizar, no ideologizar y, mucho menos, manipular.
¿Comprendemos la lección?, ¿comprendemos esta “actualización” del misterio? Jesús nos ofrece una vez más
una nueva oportunidad: ¡Levantarnos nuevamente a la vida!
ACTUAR
Resucitar a los jóvenes de hoy, para “revitalizar” la “pastoral juvenil” es un darle (o devolver) a los jóvenes una
voz propia, a partir de los principios cristianos, para que ellos griten y armen lío, y promuevan ese cambio de
mentalidad eclesial que desde hace cincuenta años se ha intentado.
Y por eso, tenemos que usar las nuevas armas (la tecnología digital, sobretodo), renovando las ambiciones de
Cristo, y con el mismo mensaje de siempre -éste nunca puede cambiar-: el Dios que ama, salva y lleva de la alegría a
la verdadera felicidad. Dejar de mirar al Cristo y Apóstoles viejos y adustos, para redescubrir a esos jóvenes del primer
siglo que revolucionaron el mundo con la alegría de anunciar el Evangelio.
Sabemos que vivimos tiempos muy similares a la época de Cristo, guardando la debida distancia histórica y ahora
con una sabiduría eclesial de veintiún siglos, lo que sería realmente volver a las fuentes. Buscamos, entonces, una
Iglesia joven para un mundo viejo que necesita ser rejuvenecido, jóvenes que evangelicen a los jóvenes, con un
lenguaje juvenil y con esa vitalidad que les es característica.
Sólo espero que ellos se lo crean y le crean a Dios...

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