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Universidad Nacional Arturo Jauretche

Instituto de Estudios Iniciales


Taller de Lectura y Escritura
Comisiones 67 y 68, prof. Rodrigo Sáez
Material para el informe de lectura
Primer cuatrimestre, junio de 2019

Esa mujer
Rodolfo Walsh, 1966.

1 El coronel elogia mi puntualidad:


—Es puntual como los alemanes —dice.
—O como los ingleses.
El coronel tiene apellido alemán.
Es un hombre corpulento, canoso, de cara ancha, tostada.
—He leído sus cosas —propone—. Lo felicito.
Mientras sirve dos grandes vasos de whisky, me va informando, casualmente, que tiene veinte años de
servicios de informaciones, que ha estudiado filosofía y letras, que es un curioso del arte. No subraya nada,
simplemente deja establecido el terreno en el que podemos operar, una zona vagamente común.
2 Desde el gran ventanal del décimo piso se ve la ciudad en el atardecer, las luces pálidas del río. Desde aquí es
fácil amar, siquiera momentáneamente, a Buenos Aires. Pero no es ninguna forma concebible de amor lo que
nos ha reunido.
El coronel busca unos nombres, unos papeles que acaso yo tenga.
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de
fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el
misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la
encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un
momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
3 El coronel sabe dónde está.
Se mueve con facilidad en el piso de muebles ampulosos, ornado de marfiles y de bronces, de platos de
Meissen y Cantón. Sonrío ante el Jongkind falso, el Fígari dudoso. Pienso en la cara que pondría si le dijera quién
fabrica los Jongkind, pero en cambio elogio su whisky.
Él bebe con vigor, con salud, con entusiasmo, con alegría, con superioridad, con desprecio. Su cara cambia y
cambia, mientras sus manos gordas hacen girar el vaso lentamente.
—Esos papeles —dice.
Lo miro.
—Esa mujer, coronel.
Sonríe.
4 —Todo se encadena —filosofa.
A un potiche de porcelana de Viena le falta una esquirla en la base. Una lámpara de cristal está rajada. El
coronel, con los ojos brumosos y sonriendo, habla de la bomba.
—La pusieron en el palier. Creen que yo tengo la culpa. Si supieran lo que he hecho por ellos, esos roñosos.
—¿Mucho daño? —pregunto. Me importa un carajo.
—Bastante. Mi hija. La he puesto en manos de un psiquiatra. Tiene doce años —dice.
El coronel bebe, con ira, con tristeza, con miedo, con remordimiento.
Entra su mujer, con dos pocillos de café.
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—Contale vos, Negra.
Ella se va sin contestar; una mujer alta, orgullosa, con un rictus de neurosis. Su desdén queda flotando como
5 una nubecita.
—La pobre quedó muy afectada —explica el coronel—. Pero a usted no le importa esto.
—¡Cómo no me va a importar! Oí decir que al capitán N. y al mayor X. también les ocurrió alguna desgracia
después de aquello.
El coronel se ríe.
—La fantasía popular —dice—. Vea cómo trabaja. Pero en el fondo no inventan nada. No hacen más que
repetir.
Enciende un Marlboro, deja el paquete a mi alcance sobre la mesa.
—Cuénteme cualquier chiste —dice.
Pienso. No se me ocurre.
6 —Cuénteme cualquier chiste político, el que quiera, y yo le demostraré que estaba inventado hace veinte
años, cincuenta años, un siglo. Que se usó tras la derrota de Sedán, o a propósito de Hindenburg, de Dollfuss, de
Badoglio.
—¿Y esto?
—La tumba de Tutankamón —dice el coronel—. Lord Carnavon. Basura.
El coronel se seca la transpiración con la mano gorda y velluda.
—Pero el mayor X. tuvo un accidente, mató a su mujer.
—¿Qué más? —dice, haciendo tintinear el hielo en el vaso.
—Le pegó un tiro una madrugada.
—La confundió con un ladrón —sonríe el coronel—. Esas cosas ocurren.
7 —Pero el capitán N...
—Tuvo un choque de automóvil, que lo tiene cualquiera, y más él, que no ve un caballo ensillado cuando se
pone en pedo.
—¿Y usted, coronel?
—Lo mío es distinto —dice—. Me la tienen jurada.
Se para, da una vuelta alrededor de la mesa.
—Creen que yo tengo la culpa. Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir
la historia. A lo mejor la va a escribir usted.
—Me gustaría.
—Y yo voy a quedar limpio, yo voy a quedar bien. No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero
8 sí ante la historia, ¿comprende?
—Ojalá dependa de mí, coronel.
—Anduvieron rondando. Una noche, uno se animó. Dejó la bomba en el palier y salió corriendo.
Mete la mano en una vitrina, saca una figurita de porcelana policromada, una pastora con un cesto de flores.
—Mire.
A la pastora le falta un bracito.
—Derby —dice—. Doscientos años.
La pastora se pierde entre sus dedos repentinamente tiernos. El coronel tiene una mueca de fierro en la cara
nocturna, dolorida.
—¿Por qué creen que usted tiene la culpa?
9 —Porque yo la saqué de donde estaba, eso es cierto, y la llevé donde está ahora, eso también es cierto. Pero
ellos no saben lo que querían hacer, esos roñosos no saben nada, y no saben que fui yo quien lo impidió.
El coronel bebe, con ardor, con orgullo, con fiereza, con elocuencia, con método.
—Porque yo he estudiado historia. Puedo ver las cosas con perspectiva histórica. Yo he leído a Hegel.
—¿Qué querían hacer?
—Fondearla en el río, tirarla de un avión, quemarla y arrojar los restos por el inodoro, diluirla en ácido.
¡Cuánta basura tiene que oír uno! Este país está cubierto de basura, uno no sabe de dónde sale tanta basura,
pero estamos todos hasta el cogote.
—Todos, coronel. Porque en el fondo estamos de acuerdo, ¿no? Ha llegado la hora de destruir. Habría que
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romper todo.
10 —Y orinarle encima.
—Pero sin remordimientos, coronel. Enarbolando alegremente la bomba y la picana. ¡Salud! —digo
levantando el vaso.
No contesta. Estamos sentados junto al ventanal. Las luces del puerto brillan azul mercurio. De a ratos se
oyen las bocinas de los automóviles, arrastrándose lejanas como las voces de un sueño. El coronel es apenas la
mancha gris de su cara sobre la mancha blanca de su camisa.
—Esa mujer —le oigo murmurar—. Estaba desnuda en el ataúd y parecía una virgen. La piel se le había vuelto
transparente. Se veían las metástasis del cáncer, como esos dibujitos que uno hace en una ventanilla mojada.
El coronel bebe. Es duro.
—Desnuda —dice—. Éramos cuatro o cinco y no queríamos mirarnos. Estaba ese capitán de navío, y el
11 gallego que la embalsamó, y no me acuerdo quién más. Y cuando la sacamos del ataúd —el coronel se pasa la
mano por la frente—, cuando la sacamos, ese gallego asqueroso...
Oscurece por grados, como en un teatro. La cara del coronel es casi invisible. Sólo el whisky brilla en su vaso,
como un fuego que se apaga despacio. Por la puerta abierta del departamento llegan remotos ruidos.
La puerta del ascensor se ha cerrado en la planta baja, se ha abierto más cerca. El enorme edificio cuchichea,
respira, gorgotea con sus cañerías, sus incineradores, sus cocinas, sus chicos, sus televisores, sus sirvientas. Y
ahora el coronel se ha parado, empuña una metralleta que no le vi sacar de ninguna parte, y en puntas de pie
camina hacia el palier, enciende la luz de golpe, mira el ascético, geométrico, irónico vacío del palier, del
ascensor, de la escalera, donde no hay absolutamente nadie y regresa despacio, arrastrando la metralleta.
—Me pareció oír. Esos roñosos no me van a agarrar descuidado, como la vez pasada.
12 Se sienta, más cerca del ventanal ahora. La metralleta ha desaparecido y el coronel divaga nuevamente sobre
aquella gran escena de su vida.
—...se le tiró encima, ese gallego asqueroso. Estaba enamorado del cadáver, la tocaba, le manoseaba los
pezones. Le di una trompada, mire —el coronel se mira los nudillos—, que lo tiré contra la pared. Está todo
podrido, no respetan ni a la muerte. ¿Le molesta la oscuridad?
—No.
—Mejor. Desde aquí puedo ver la calle. Y pensar. Pienso siempre. En la oscuridad se piensa mejor.
Vuelve a servirse un whisky.
—Pero esa mujer estaba desnuda —dice, argumenta contra un invisible contradictor—. Tuve que taparle el
monte de Venus, le puse una mortaja y el cinturón franciscano.
13 Bruscamente se ríe.
—Tuve que pagar la mortaja de mi bolsillo. Mil cuatrocientos pesos. Eso le demuestra, ¿eh? Eso le
demuestra.
Repite varias veces “Eso le demuestra”, como un juguete mecánico, sin decir qué es lo que eso me
demuestra.
—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese como se
quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.
—¿Pobre gente?
—Sí, pobre gente —el coronel lucha contra una escurridiza cólera interior—. Yo también soy argentino.
—Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.
14 —Ah, bueno —dice.
—¿La vieron así?
—Sí, ya le dije que esa mujer estaba desnuda. Una diosa, y desnuda, y muerta. Con toda la muerte al aire,
¿sabe? Con todo, con todo...
La voz del coronel se pierde en una perspectiva surrealista, esa frasecita cada vez más remota encuadrada en
sus líneas de fuga, y el descenso de la voz manteniendo una divina proporción o qué. Yo también me sirvo un
whisky.
—Para mí no es nada —dice el coronel—. Yo estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Muchas en mi
vida. Y hombres muertos. Muchos en Polonia, el 39. Yo era agregado militar, dese cuenta.
Quiero darme cuenta, sumo mujeres desnudas más hombres muertos, pero el resultado no me da, no me da,
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15 no me da... Con un solo movimiento muscular me pongo sobrio, como un perro que se sacude el agua.
—A mí no me podía sorprender. Pero ellos...
—¿Se impresionaron?
—Uno se desmayó. Lo desperté a bofetadas. Le dije: “Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que
enterrar a tu reina? Acordate de San Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo”. Después me agradeció.
Miró la calle. “Coca” dice el letrero, plata sobre rojo. “Cola” dice el letrero, plata sobre rojo. La pupila
inmensa crece, círculo rojo tras concéntrico círculo rojo, invadiendo la noche, la ciudad, el mundo. “Beba”.
—Beba —dice el coronel.
Bebo.
—¿Me escucha?
16 —Lo escucho.
—Le cortamos un dedo.
—¿Era necesario?
El coronel es de plata, ahora. Se mira la punta del índice, la demarca con la uña del pulgar y la alza.
—Tantito así. Para identificarla.
—¿No sabían quién era?
Se ríe. La mano se vuelve roja. “Beba”.
—Sabíamos, sí. Las cosas tienen que ser legales. Era un acto histórico, ¿comprende?
—Comprendo.
—La impresión digital no agarra si el dedo está muerto. Hay que hidratarlo. Más tarde se lo pegamos.
17 —¿Y?
—Era ella. Esa mujer era ella.
—¿Muy cambiada?
—No, no, usted no me entiende. Igualita. Parecía que iba a hablar, que iba a... Lo del dedo es para que todo
fuera legal. El profesor R. controló todo, hasta le sacó radiografías.
—¿El profesor R.?
—Sí. Eso no lo podía hacer cualquiera. Hacía falta alguien con autoridad científica, moral.
En algún lugar de la casa suena, remota, entrecortada, una campanilla. No veo entrar a la mujer del coronel,
pero de pronto está ahí, su voz amarga, inconquistable.
—¿Enciendo?
18 —No.
—Teléfono.
—Deciles que no estoy.
Desaparece.
—Es para putearme —explica el coronel—. Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada, a las
cinco.
—Ganas de joder —digo alegremente.
—Cambié tres veces el número del teléfono. Pero siempre lo averiguan.
—¿Qué le dicen?
—Que a mi hija le agarre la polio. Que me van a cortar los huevos. Basura.
19 Oigo el hielo en el vaso, como un cencerro lejano.
—Hice una ceremonia, los arengué. Yo respeto las ideas, les dije. Esa mujer hizo mucho por ustedes. Yo la voy
a enterrar como cristiana. Pero tienen que ayudarme.
El coronel está de pie y bebe con coraje, con exasperación, con grandes y altas ideas que refluyen sobre él
como grandes y altas olas contra un peñasco y lo dejan intocado y seco, recortado y negro, rojo y plata.
—La sacamos en un furgón, la tuve en Viamonte, después en 25 de Mayo, siempre cuidándola,
protegiéndola, escondiéndola. Me la querían quitar, hacer algo con ella. La tapé con una lona, estaba en mi
despacho, sobre un armario, muy alto. Cuando me preguntaban qué era, les decía que era el transmisor de
Córdoba, la Voz de la Libertad.
Ya no sé dónde está el coronel. El reflejo plateado lo busca, la pupila roja. Tal vez ha salido. Tal vez deambula
20 entre los muebles. El edificio huele vagamente a sopa en la cocina, colonia en el baño, pañales en la cuna,
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remedios, cigarrillos, vida, muerte.
—Llueve —dice su voz extraña.
Miro el cielo: el perro Sirio, el cazador Orión.
—Llueve día por medio —dice el coronel—. Día por medio llueve en un jardín donde todo se pudre, las rosas,
el pino, el cinturón franciscano.
Dónde, pienso, dónde.
—¡Está parada! —grita el coronel—. ¡La enterré parada, como Facundo, porque era un macho!
Entonces lo veo, en la otra punta de la mesa. Y por un momento, cuando el resplandor cárdeno lo baña, creo
que llora, que gruesas lágrimas le resbalan por la cara.
21 —No me haga caso —dice, se sienta—. Estoy borracho.
Y largamente llueve en su memoria.
Me paro, le toco el hombro.
—¿Eh? —dice— ¿Eh? —dice.
Y me mira con desconfianza, como un ebrio que se despierta en un tren desconocido.
—¿La sacaron del país?
—Sí.
—¿La sacó usted?
—Sí.
—¿Cuántas personas saben?
22 —Dos.
—¿El Viejo sabe?
Se ríe.
—Cree que sabe…
—¿Dónde?
No contesta.
—Hay que escribirlo, publicarlo.
—Sí. Algún día.
Parece cansado, remoto.
—¡Ahora! —me exaspero—. ¿No le preocupa la historia? ¡Yo escribo la historia, y usted queda bien, bien para
23 siempre, coronel!
La lengua se le pega al paladar, a los dientes.
—Cuando llegue el momento... usted será el primero...
—No, ya mismo. Piense. Paris Match. Life. Cinco mil dólares. Diez mil. Lo que quiera.
Se ríe.
—¿Dónde, coronel, dónde?
Se para despacio, no me conoce. Tal vez va a preguntarme quién soy, qué hago ahí.
Y mientras salgo derrotado, pensando que tendré que volver, o que no volveré nunca. Mientras mi dedo índice
inicia ya ese infatigable itinerario por los mapas, uniendo probabilidades, complicidades. Mientras sé que ya no
me interesa, y que justamente no moveré un dedo, ni siquiera en un mapa, la voz del coronel me alcanza como
una revelación.
—Es mía —dice simplemente—. Esa mujer es mía.

Disponible en: http://www.fadu.uba.ar/post/412-171-esa-mujer-rodolfo-walsh.

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Actividades

 “Eva Perón en la literatura: cuerpo deshumanizado, mitificado y politizado”, por Martín Alberto
Cardón y Claudia Zalazar (fragmento adaptado)

(…) La ausencia de nombres propios hace del relato un eje transversal que permanece inalterable hasta el final. No solo
falta el cuerpo de “esa mujer”, sino también su nombre. El anonimato es, quizá, el rasgo más notorio de las condiciones
históricas de producción del cuento: la proscripción del peronismo, de sus líderes y, por consiguiente, de sus nombres. Así,
Eva es “esa mujer” y Perón es “el viejo”, dos denominaciones que los opositores le dieron luego de la caída del
movimiento. Por su parte, los protagonistas de la entrevista tampoco tienen nombres sino funciones sociales: uno es
coronel y otro periodista/escritor.
(…) El coronel es el principal actor de una historia poblada de incertidumbres y contradicciones. Él se muestra frente al
periodista como un sujeto que no es; todo el tiempo intenta demostrar su formación cultural, como si ese rasgo justificara
la profanación que ha cometido, ubicándolo por encima del resto de los sujetos implicados en el secuestro del cadáver y
de los “roñosos” que lo buscan.
En el diálogo van apareciendo una serie de indicios que develan acontecimientos históricos argentinos vinculados con
el peronismo y que permiten reconocer que el cadáver desaparecido del que hablan es el de Eva Perón: para los obreros
era una diosa, se le notaba la metástasis del cáncer, estaba embalsamada, le cortaron un dedo, su cadáver fue
secuestrado, etc. De este modo, la imagen de Eva se construye desde las alusiones que los personajes hacen a lo largo de
la conversación. El procedimiento de la elipsis permite detenerse en las formas alternativas de nombrarla, que van de un
estado divino e idealizado a una condición netamente masculina y cosificada. Así, Eva es considerada por el coronel como
una diosa, una virgen, una reina, “esa mujer”, hasta llegar a ser un “macho” al igual que Facundo Quiroga, y una cosa que
le pertenece. Equiparar a Eva con el caudillo riojano implica ubicarla en el campo de la barbarie, de lo irracional y de lo
popular, es una forma que tiene el coronel, acorde con su supuesta interpretación histórico-dialéctica de los
acontecimientos, para establecer un puente entre las montoneras no civilizadas del siglo XIX y el peronismo del XX.
Finalmente, la entrevista termina con la derrota del periodista, quien no consigue los datos del paradero del cuerpo. Al
mismo tiempo, el Coronel deja entrever su obsesión por el cuerpo-objeto de Eva al enunciar de manera categórica y
posesiva su propio deseo con el cadáver: “Es mía, esa mujer es mía”. Sin embargo, tal deseo no solo se reduce a la
obsesión personal del militar, sino que se extiende a todos los que apoyaron y realizaron el golpe de 1955, para quienes la
posesión del cadáver significaría simbólicamente el triunfo de la Revolución Libertadora.

Texto extraído y adaptado de La letra inversa. Disponible en: http://www.letrainversa.com.ar/li/literatura-


lecturas-criticas/114-eva-peron-en-la-literatura-cuerpo-deshumanizado-mitificado-y-politizado.

1. Representación de Eva Perón


1.1. ¿Qué referencias y expresiones concretas se utilizan en el relato para que el lector identifique que “esa mujer”
es Eva Perón? ¿Por qué el título del cuento destaca particularmente una de esas expresiones, “esa mujer”? ¿Se
trata de un subjetivema (ver p. 257 del manual)?
1.2. A lo largo del cuento, las palabras que se utilizan para referirse a “esa mujer” revelan diferentes valoraciones en
torno a la figura de Eva Perón (del periodista, del gallego embalsamador, de los obreros, del propio coronel).
Describa esas valoraciones: ¿qué representa Eva Perón para cada uno de esos personajes?
1.3. El coronel entierra del cuerpo en posición vertical, “como Facundo”. ¿Qué representa en la historia y la
literatura argentina el caudillo federal Facundo Quiroga? ¿Qué sentidos se asocian al compararlo con Eva Perón?
¿Por qué se dice que “era un macho”?
2. Representación de las fuerzas de seguridad
2.1. Realice un rastreo de los subjetivemas con los que se describe al coronel. ¿El cuento construye una valoración
positiva o negativa de las fuerzas de seguridad?

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3. Estrategias discursivas (procedimientos) y uso del lenguaje
3.1. Según Cardón y Zalazar, este relato utiliza el procedimiento de la “elipsis”. ¿En qué consiste y qué efecto de
sentido produce?
3.2. ¿Qué registro predomina en el relato: se utiliza un lenguaje formal o informal? ¿Qué efecto de sentido genera
el uso de ese lenguaje?
4. Contexto histórico
4.1. ¿Qué relación se puede establecer entre el contexto en el que se produce el cuento y las características de su
escritura?
4.2. ¿Qué referencias históricas aparecen en el relato? ¿Cómo influyen esas referencias en la representación de los
personajes (especialmente de Eva Perón y del coronel)?
5. Posicionamiento
5.1. A partir de las respuestas anteriores, ¿podría afirmarse que este cuento se posiciona en algún debate histórico?
5.2. ¿Qué idea central se construye en el relato acerca del significado sociohistórico de Eva Perón?

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Evita vive (en cada hotel organizado)
Néstor Perlongher, 1975 (publicado en 1987)

1.
1 Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero
negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía
mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa noche
justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos. Estábamos
agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por
bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a ella, con el Negro.
Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro
encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así
como: “Veníte que para vos también alcanza”. Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que
2 abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar… La cosa que le dije:
“Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?”. El Negro se mordió un labio porque vio que yo había entrado en la
sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era terrible –ahora no tanto, estoy, no sé, más
armoniosa–. Pero en ese tiempo era lo que podía decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó,
mirándome a los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las piernas del morocho y, claro, estaba
en la penumbra, muy bien no la había visto): “¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita”. “¿Evita?”, dije, yo no lo
podía creer. “¿Evita, vos?”, y le prendí la lámpara en la cara. Y era ella nomás, inconfundible, con esa piel
brillosa, brillosa, y las manchitas del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me quedé
como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que se desconcierta ante cualquier visita
inesperada. “Evita, querida”, ay, pensaba yo, “¿no querés un poco de cointreau?” (porque yo sabía que a ella le
3 encantaban las bebidas finas). “No te molestes, querida, ahora tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?”
“Ay, pero esperá”, le dije yo, “contame de dónde se conocen, por lo menos”. “De hace mucho, preciosa, de hace
mucho, casi como del África” (después, Jimmy me contó que se habían conocido hacía una hora, pero son
matices que no hacen a la personalidad de ella. ¡Era tan hermosa!) “¿Querés que te cuente cómo fue?” Yo,
ansiosa, total igual tenía el encame asegurado: “Sí, sí, ay, Evita, ¿no querés un cigarrillo?”, pero me quedé con
las ganas para siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá mentido el Negro, nunca lo supe), porque
Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo: “Bueno, basta”, le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que
tenía– y se la puso entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de él… Bueno, yo soy
tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo único que el Negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar
como una puerca, me llenó de chupones, en fin. Después, al otro día, ella se quedó a desayunar y mientras
4 Jimmy salió a comprar facturas, ella me dijo que era muy feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba
lleno de negros y rubios y muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a venir a
buscarlos nada menos que a la calle Reconquista, ¿no les parece...? Pero no le dije nada, para qué; le dije que
no, que por el momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera dicho “agotar la experiencia”, pero en esa
época no se usaba) y que, cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros, viste, nunca se
sabe. Con los generales tampoco, me acuerdo que dijo ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y
se fue. De recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado en hilo de oro, pero
después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y tenía
dibujado un barco… ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde –que en ese
tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el
5 marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa manera era como
más gozaba.

2.
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo que traía la droga ese día se apareció con

8
una mujer de unos 38 años, rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de maquillaje, con
rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los otros también, pero era un poco bobo, andaba con Jaime
que se estaba picando con Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y él me dijo algo así como:
"Cortala, loco, sabés que sí". Con los ojos en blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos sentamos todos
en el piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la droga le metía la mano por las tetas y ella se retorcía
6 como una víbora. Después quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban por el piso y los demás
mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para eso sí que era genial, porque dos pendejos
repálidos se rayaron totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero estaban los blues en la puerta y a los
cinco minutos se aparecieron todos con el subcomisario inclusive, chau, loco, acá perdimos, menos mal que no
había ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la semana pasada, pero igual, loco, le habíamos pedido
el rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy
decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el flaco que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo: “Un
momento, sargento”, pero el cana le dio un empujón brutal, entonces ella, que era la única mujer, se acomodó
el bretel de la solera y se alzó: “Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a llevar presa a Evita?” El ofiche pálido, los
dos agentes sacaron las pistolas, pero el comi les hizo un gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el
7 molde. “No, que oigan, que oigan todos –dijo la yegua–, ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años,
sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe, y vos eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo,
y si no me querés creer, si te querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas”. (Chau, fue un
delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y le descubrió una verruga roja gorda como una
frutilla y se la empezó a chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la puerta
fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar de pavor porque se dieron cuenta de
que sí, que la mina era Evita). Yo aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no sabían qué
hacer ni dónde meterse: de pronto, el flaco del trafic entró en el circo y se puso a gritar: “Compañeros,
compañeros, quieren llevar presa a Evita” por el pasillo. La gente de las otras piezas empezó a asomarse para
verla, y una vieja salió gritando: “Evita, Evita vino desde el cielo”. La cosa es que los canas se las tomaron,
8 largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los chetos, y ella se fue caminando muy tranquila con el
flaco, diciéndole a la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta: “Grasitas, grasitas míos, Evita
lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus
descamisados”. Chau, loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían acercar, pero ella les decía: “Ahora
debo irme, debo volver al cielo”, decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos íbamos,
entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para que les contáramos –las mismas que hasta
hacía una hora nos habían hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella
decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y chau, loco, si te quedabas down era imbancable.
Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo public relations
para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas dele coparse con
9 el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer
un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes
andaran superbien y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.

3.
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe haber causado ninguna impresión especial, la
flaca era una flaca entre las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven que las tenía
ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto. La cosa es que todos –y todas– sabían dónde
podían encontrarnos, en el snack de Independencia y Entre Ríos. Allí, el putito Alex nos mandaba, cada vez que
podía, viejos y viejas que nos adornaban con un par de palos, así después a él le hacíamos gratis el favor y no le
10 andábamos afanando el grabador o las pilchas. De esa me acuerdo por cómo se acercó, en un Carabela negro
manejado por un mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado una vez en el Rosemarie. Con las pibas
estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que me llamó aparte y me dijo: “Tengo una mina para
vos, está en el coche”. La cosa era conmigo, nomás. Subí.
“Me llamo Evita, ¿y vos?” “Chiche”, le contesté. “Seguro que no sos un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita
qué?”. “Eva Duarte”, me dijo, “y por favor, no seas insolente o te bajás”. “¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?”, le
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susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto. “Dejame tocarte la conchita, a ver si es cierto”. ¡Hubieras
visto cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa!
Así que fuimos al hotel de ella. El putito quiso ver mientras me duchaba y ella se tiraba en la cama. También,
con el pedazo que tengo, hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba como los dioses.
11 Con tres polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo merecía. La mina era
una mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que volviera, si precisaba algo. Le
contesté “No, gracias”. En la pieza había como un olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se descuidó, abrí
un estuche y le afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio cuenta, pero no dijo nada. Cuando me lo
terminé de garchar me dijo, con la boca chorreando leche: “Todos los machos del país te envidiarían, chiquito; te
acabás de coger a Eva”. Ni dos días habían pasado cuando llego a casa y me encuentro a la vieja llorando en la
cocina, rodeada por dos canas de civil. “Desgraciado –me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?”
La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque, según el Sosa, era demasiado valiosa para
comprarla él y no me quería estafar. Los de Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza brutal y me
advirtieron que si contaba algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto de los trolos, los
vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.

Disponible en: http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/evita-vive-de-nestor-perlongher.

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Actividades para el análisis

 “Bañando en ácido a Eva Perón”, por Mariano Pacheco (fragmento adaptado)

Con un humor ácido, la literatura de Perlongher logrará transgredir todas las normas y poner en jaque la moralidad de
las costumbres y los lugares comunes de las bellas letras. En “Evita vive”, la diversión, el goce, la fiesta, el juego y la
aventura lograrán construir una realidad muy diferente a la histórico-social y sus representaciones, tanto peronistas como
antiperonistas. A través de una mirada lúcida, Perlongher plantea una importante batalla contra todos aquellos que libran
“cruzadas morales”, se erigen en censores y que suelen ser los que pretenden instituirse en jueces, en quienes definen lo
que está bien y lo que está mal. Es que la Evita de Perlongher, al decir de Martín Kohan y Paola Cortes, es una “Evita de los
70, camisa y pelo suelto, que expresa en su cuerpo el puro goce”. Para Perlongher, militante del Frente para la Liberación
Homosexual, la lucha por la libertad no podía prescindir del combate por una liberación sexual plena. El cambio en las
relaciones de producción no es nada sin una transformación moral y cultural. En este sentido, en un guiño crítico con la
política misógina de los setenta, Perlongher erotiza la política y politiza el deseo.
De allí que, en este relato, Evita no solo no será “esa mujer”, “la Primera Dama” o la Eva combativa reivindicada por el
discurso militante (Montoneros), sino que el eje central del relato está puesto en el goce corporal. Evita vuelve, sí, pero
para ser puro sexo, droga y descontrol. Y para resignificar los lugares simbólicos o los mitos construidos en torno de su
figura. Así como el obrero resignificó el insulto de “cabecita negra” por una marca identitaria de “descamisado”, en este
relato Evita resignifica su lugar de “mediadora” entre Perón y las masas, su pasado de actriz-prostituta, su estigma por la
enfermedad que la llevó a la muerte, su lugar de santa una vez fallecida.
Irreverente, Perlongher presenta así una Evita prostituta, drogadicta, reventada. Y cuando “la cana” llegue, Evita será
mediadora, sí, pero esta vez no entre el líder y las masas sino entre el poder y los descarriados. Evita logra que no se lleven
presos a los drogadictos, y les aclara a “sus grasitas, sus descamisados” que ella lo vigila todo. De allí que su partida al cielo
sea reinterpretada por ellos como una ida para hacer “un rescate”, y su vuelta para “repartirle un lote de marihuana a
cada pobre, para que todos los humildes anden superbién, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife”. Porque el
cielo que habita Evita no es un espacio angelical, lleno de santos (“Santa Evita Montonera”), sino una suerte de edén
“lleno de negros y rubios y muchachos así”.
En contraste con la “historia oficial”, donde Evita aparece como la sombra de Perón, aquí es Evita la gran protagonista.
Es más: Perón, como general, es un equivalente de los marineros que transitan por el puerto en busca de maricas y
prostitutas: “Con ellos nunca se sabe”, dice uno de los personajes.

Texto extraído y adaptado de Página/12, Suplemento SOY, viernes 23 de noviembre de 2012. Disponible en:
https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/subnotas/2715-263-2012-11-23.html

1. Representación de Eva Perón


1.1. El cuento se compone por una secuencia de tres relatos, en cada uno de los cuales aparece una versión
diferente de Eva Perón. ¿Cómo se la representa en cada caso?
1.2. ¿Con qué tipo de personajes se vincula Eva en este cuento? ¿Qué valoraciones acerca de Evita se construyen a
partir de estas relaciones? ¿Eva tiene un valor positivo o negativo para estos personajes?
1.3. La descripción de Evita aparece cargada de subjetivemas de carácter —en principio— peyorativo. Sin embargo,
¿se construye una valoración negativa sobre la figura de Eva Perón? ¿Por qué?
1.4. Según Pacheco, Perlongher resignifica los símbolos que se han construido históricamente en torno de la figura
de Eva Perón. ¿Cuáles son las valoraciones históricas que se abandonan y cuáles son las que aparecen? ¿Hay alguna
valoración histórica que se mantenga en este cuento?
1.5. En uno de los relatos, Eva se presenta con nombre y apellido: “Eva Duarte”. ¿Qué valoraciones trae el uso de su
nombre de soltera? ¿Por qué no aparece el nombre de Perón en todo el relato? ¿Hay alguna referencia a él?
2. Representación de las fuerzas de seguridad
2.1. En el segundo relato aparece la policía. ¿Con qué fin? ¿Qué relación tiene la policía con Eva y con los personajes
a los que ella se asocia? ¿El cuento construye una valoración positiva o negativa de las fuerzas de seguridad?
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3. Estrategias discursivas (procedimientos) y uso del lenguaje
3.1. Según Pacheco, podría decirse que en el uso del lenguaje y en la construcción de los acontecimientos que narra
el cuento se advierte un carácter “irreverente”. ¿Por qué se puede afirmar esto? ¿Qué efecto de sentido genera el
uso de ese lenguaje, según Pacheco?
3.2. En los tres relatos hay un narrador en primera persona (es decir que es un personaje del relato el que cuenta la
aparición de Eva). ¿Utiliza un lenguaje formal o informal? ¿Qué efecto de sentido genera el uso de ese registro?
4. Contexto histórico
4.1. ¿Qué relación se puede establecer entre el contexto en el que se produce el cuento y las características de su
escritura? ¿Qué propone Pacheco al respecto?
4.2. ¿Qué referencias históricas aparecen en el relato? ¿Cómo influyen esas referencias en la representación de los
personajes?
5. Posicionamiento
5.1. A partir de las respuestas anteriores, ¿podría afirmarse que este cuento se posiciona en algún debate histórico?
5.2. ¿Qué idea central se construye en el relato acerca del significado sociohistórico de Eva Perón?

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Cuadro comparativo

TEXTO 1 TEXTO 2
Ejes de comparación “Esa mujer”, “Evita vive”,
de R. Walsh de N. Perlongher

Representación de Eva

Representación de las fuerzas de


seguridad (militar, policial)

Estrategias discursivas y uso del


lenguaje

Relación del texto con su contexto


histórico

Significado sociohistórico de la
figura de Eva Perón

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