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Paola Álvarez Moreno (200921255)

Tradiciones teóricas antropológicas.

De cuerpos biológicos e interpretaciones sociales

“Toda practica social es, de una manera u otra, una experiencia corporal” (Esteban, 2004, p.
67).
Varios son los temas que se han discutido y comentado en relación al cuerpo y la corporalidad en el
campo antropológico. A estos asuntos, se les ha concedido un puesto de vital atención desde el siglo
XIX, debido a que han ayudado a solucionar uno de los grandes problemas: el relativismo social; en otras
palabras, plantean la existencia de un ancestro común humano. Así mismo, el cuerpo se ha convertido en
relevante, ya que ha funcionado a la perfección como un sistema clasificatorio y un recurso natural para
las metáforas sociales. Dentro de este campo, el trabajo de Thomas Csordas se ha convertido en
revolucionario; pero, ¿a qué se debe esto?

Más allá de la corporalidad; Thomas Csordas y el embodiment.

Este antropólogo cultural y profesor de antropología y religión en Case Western Reserve University
(Cleveland, Ohio) se graduó de la Ohio State University y realizó su doctorado en la Duke University
(Durham, Carolina del Norte). Sus intereses principales son varios, entre los que se pueden mencionar la
teoría antropológica, la religión y la salud mental, el lenguaje y la cultura, la fenomenología cultural y,
lo que en el caso de este trabajo es más relevante, el embodiment (que se podría traducir como
encarnación o personificación) (University of California, San Diego).

En su texto “The Body’s Career in Anthropology”, Csordas hace un pequeño recorrido de cómo se ha
entendido el cuerpo en la antropología a través de diversos tiempos, corrientes, y personajes relevantes.
Este, comenzó entendiéndose, más bien, como algo implícito (como un aspecto social de la vida dado
por hecho), para transformarse, luego, en un tema explícito de la etnografía. Dentro de esta trayectoria,
es clave entender que, aunque hablamos de algo que está constantemente con y entre nosotros, el cuerpo
está siempre avanzando (se tiene, tanto ahora como antes, una concepción que cambia).

Para entender la propuesta de Csordas es clave tener en cuenta una distinción: Hay una diferencia clara
entre la antropología del cuerpo, que considera la corporalidad como un objeto de análisis externo, y el
embodiment, en el que se reflexiona la actual experiencia de vivir en un punto determinado. Aunque esta
“encarnación” puede entenderse como universal, ya que es una condición de la existencia de los seres
humanos (pues todos experimentamos el mundo desde nuestros cuerpos que son entidades materiales
biológicas), es, igualmente, subjetiva, debido a que es un campo indeterminado, definido por
experiencias personales: “el tema central es la manera en que el cuerpo es una condición existente de la
vida -claro que tenemos cuerpos, pero hay muchas formas de encarnarlos” (Csordas, 2000, p. 181).
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El embodiment, entonces, vendría siendo un complemento al cuerpo biológico y material; es un campo
metodológico que se define a través de una manera de “ser en el mundo”. Este, no se limita al
comportamiento ni a la esencia, sino que se acerca más a la práctica y la subjetividad. Csordas, apela a
un cambio importante, llegando a un concepto extraído de la fenomenología, en donde no se busca un
“paradigma del cuerpo” sino un “paradigma de la corporeidad”; es decir, se pretende entender el sentido
que esto tiene para las personas. Esta propuesta, se ha convertido en revolucionaria dentro del campo
antropológico, ya que ha llevado a “superar la idea de que lo social se inscribe en el cuerpo, para hablar
de lo corporal como auténtico campo de la cultura, como proceso «material de interacción social»”
(Esteban, 2004, p. 21).

Los estudios del cuerpo y el embodiment han crecido exponencialmente en la última década, y han
ayudado a superar la experiencia humana entendida a través del pensamiento occidental. Un caso que
puede ayudar a ejemplificar este punto, es el expuesto por Murphy Halliburton (antropólogo médico,
antropólogo de la ciencia y en especialista en cultura de Asia del sur) que expone el caso de Kerala, un
lugar de residencia de 30 millones de personas en el sur de la India. En Kerala, se distingue entre el
cuerpo, la mente, la conciencia y otros estados diferentes del ser.

Los individuos de este grupo social evidencian una fuerte conexión entre su corporalidad y diversas fases.
Debido a lo anterior, el sufrimiento es entendido como un proceso que articula su cuerpo y su
mente/conciencia: “A diferencia de otros ejemplos etnográficos…las personas sufriendo aflicciones y
enfermedades en Kerala distinguen la mente del cuerpo y sitúan la experiencia en espacios no corporales
que son muy importantes para ellos. Cuerpo y mente no son opuestos. Son simplemente diferentes”
(Halliburton, 2002, p. 1130). Esto refleja cómo, existen múltiples modos y experiencias que van desde
lo material hasta lo intangible.

Este tipo de estudios, se han convertido en relevantes, ya que han contribuido a dejar de lado esta idea
de que las sociedades “tradicionales” o “no occidentales” están mucho más cercanas a la corporalidad, y
que la “civilización” (como institución de regulación) es lo que arranca al hombre de su mundo natural.
Lo anterior hace referencia a la importancia de tener en cuenta que los sujetos pertenecientes a estos
grupos, no experimentan el mundo con una conciencia mucho más reducida y sutil de la conexión mente-
cuerpo: “Tal vez... la emoción de encontrar alternativas al pensamiento occidental nos ha llevado a
localizar el otro más firmemente en el cuerpo. Esto no solo lleva a la posibilidad de mal caracterizar al
sujeto no occidental. Implica, erróneamente, que se entiende que estos no viven en un estado de
embodiment y son incapaces de trascender el dualismo mente-cuerpo” (Halliburton, 2002, p. 1131).

Dejando a un lado este mundo antropológico, llegó el momento de tratar el tema que nos compete: El
mundo social. Aunque el cuerpo es innegablemente biológico, por lo cual podría pensarse como “estable”
y “natural”, no se puede olvidar que también se encuentra sujeto a creaciones y representaciones
individuales, pues cada quién construye el suyo de forma diferente y tomando los aspectos que desea.
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Independientemente de estas variables, es clave tener en cuenta que esta diversidad y relatividad no
pueden restar importancia a la vida social y cultural. Un análisis de la corporalidad que no tenga en cuenta
los contextos sociales y políticos (y sus transformaciones), no es suficiente, ya que cada grupo esboza un
saber y unas prácticas particulares sobre este: “el cuerpo es una superficie importante en la que las marcas
de condición social, posición familiar, afiliación tribal, edad, sexo y condición religiosa pueden
exponerse fácil y públicamente” (Turner, 1994, p. 15). La cultura otorga sentido y valor a esto tan innato
con lo que nacemos, por lo cual no se puede pensar que hablamos de una realidad en sí misma; por el
contrario, se trata de una construcción simbólica.

El cuerpo social y cultural.

“El cuerpo es el primer instrumento del hombre y el más natural… diremos que el objeto y medio
técnico más normal del hombre es su cuerpo” (Mauss, 1971, p. 342).

Dentro de los estudios antropológicos acerca de este tema es clave mencionar a dos autores: Mary
Douglas y Marcel Mauss. Mary Douglas (antropóloga británica) se ha rescatado de forma reiterada como
una de las precursoras en la temática, ya que rescata la importancia del cuerpo como primer sistema de
símbolos y estructura social (es el principal código, el más ubicuo y el más natural). Así mismo, Douglas
resalta que este elemento moldeado por la fuerza social, se puede entender como una representación de
cada grupo: “El esputo, la sangre, la leche, la orina, los excrementos o las lágrimas por el sólo hecho de
brotar han atravesado las fronteras del cuerpo. Lo mismo sucede con los restos corporales… El error
radica en considerar a los márgenes corporales como si estuviesen aislados de todos los demás márgenes”
(Douglas, 1973, p. 164).

Otro de los grandes contribuidores a la teoría del cuerpo social es el famoso sociólogo y antropólogo
francés Marcel Mauss, conocido como el pionero de una teoría socio-antropológica del cuerpo de tipo
general. Dentro de su propuesta, es clave entender que no se pretendía hacer un análisis universal, en el
que se encontraran las leyes compartidas que rigen los movimientos corporales. Por el contrario, se parte
de un punto subjetivo, en el se plantea la importancia de tener en cuenta cada una de las sociedades, con
sus características y costumbres particulares. Cosas tan sencillas, y que creemos bastante globales y
naturales, como nadar, caminar, correr etc, son específicas de cada grupo social: “La posición de los
brazos y manos mientras se anda constituye una idiosincrasia social y no es solo el resultado de no sé
qué movimientos y mecanismos puramente individuales, casi enteramente físicos” (Mauss, 1971, p.
339).

Estos modos y técnicas de utilizar el cuerpo, son consecuencia de unas formas educativas claras que
buscan la enseñanza de técnicas deseadas. Lo anterior, por supuesto, no se limita a la idea de imitación
o reproducción automática, ya que se entiende que detrás de los movimientos corporales hay un acto de
imposición realizado desde fuera (hablamos de un contexto de dominación y adiestramiento). Dentro del
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desarrollo humano, uno de los puntos clave es la adolescencia, debido a que es una especie de
“iniciación” pues, tanto para hombres como para mujeres, “es entonces cuando aprenden definitivamente
las técnicas corporales que luego conservarán en la edad adulta” (Mauss, 1971, p. 349).

La forma en la que vivimos nuestro cuerpo no se encuentra únicamente influenciada por nuestra
comunidad; también, está estructurada por nuestra posición y clase social: “Al igual que otros objetos, el
cuerpo marca la posición de los individuos en la jerarquía social, es un signo de estatus mayor” (Martínez
Barreiro, 2004, p. 141). Este indicador de adscripción y pertenencia a ciertos grupos, permite a las
personas aprender lo que deben o no hacer en diversas situaciones (actitudes permitidas o no). Lo anterior
refleja, que dentro del análisis de Mauss, la importancia del cuerpo no radica en la materialidad de este,
sino en que cada uno de los aprendizajes corporales permite a los sujetos convertirse en individuos
sociales.

El cuerpo construido socialmente: Una aproximación de Judith Lorber y Patricia Yancey.

Siguiendo la idea de un cuerpo construido de forma social, nos encontramos con dos autoras que plantean
temáticas claves y centrales para la discusión. Judith Lorber, es una profesora estadounidense que trabaja
en la ciudad de Nueva York en el Brooklyn College y en el CUNY Graduate Center; es reconocida como
una de las fundadoras teóricas de la construcción social del género e, igualmente, uno de los personajes
más relevantes en la formación y transformación de los estudios pertenecientes a esta materia (Sage
Publications). Patricia Yancey, es una socióloga profesora de la Florida State University, tremendamente
implicada en temas de mujeres, sociología del cuerpo y género (The Florida State University).

Dentro de su texto, se hace una distinción clave. Evidentemente, existe una parte biológica de los cuerpos
que es innegable, que se encuentra fuertemente influenciada por los genes, y que determina
(parcialmente) el desarrollo fisiológico de los seres humanos. Esta, se encuentra complementada por otra
fracción: los factores medioambientales como la nutrición, los regímenes de salud, la prevención y
tratamiento de enfermedades, entre otros.

Pero, los cuerpos no son única y exclusivamente intervenidos por estos aspectos “naturales”; por el
contrario, hay una fuerte influencia social: Se construyen bajo prácticas y juicios que varían según la
cultura, la etnicidad, el lugar, el tiempo y el papel que tengan y cumplan las personas. Es clave tener en
cuenta el poder social, ya que son los “miembros de la sociedad, no los genes ni la biología, los
determinan la forma apropiada del uso del cuerpo de mujeres, hombres, chicos y chicas” (Lorber &
Yancey, 2008, p. 228). Al igual que Mauss, estas dos autoras plantean que estas costumbres sobre la
corporalidad son mucho más, en el sentido de que se convierten en juicios morales, donde la falla se
entiende y se ve como una falta de control y respeto. Dentro del análisis realizado por Lorber y Yancey,
el género cumple un papel central en la forma en como los miembros de la sociedad crean y construyen
sus cuerpos, buscando cumplir las visiones ideales de masculinidad y feminidad.
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El género y su influencia en la corporalidad.

“Lo que ha cambiado el cuerpo de las mujeres son las normas y lo que se espera de sus
capacidades” (Lorber & Yancey, 2008, p. 235).

Según el análisis de Lorber y Yancey, el género es uno de los factores más significantes en la
transformación de los cuerpos físicos. Como institución social, este produce dos tipos de categorías:
Hombres y mujeres, que tienen características, personalidades, tipos de cuerpo y habilidades diversas.
Esta diferencia, aunque se podría pensar como natural, ya que, evidentemente, se tienen cuerpos
biológicos diferentes, no es tan sencilla como normalmente pensamos; posee una fuerte influencia
cultural.

En la cultura americana moderna analizada por las autoras, los ideales que se encuentran en boga son la
belleza y la femineidad (para las mujeres) y la fuerza masculina (para los hombres). Este ejemplo
evidencia, de forma clara, como los cuerpos físicos (naturales o biológicos) se trasforman en cuerpos
sociales y no se pueden librar de la influencia ejercida culturalmente. En la sociedad actual, el dominio
del género es tan fuerte y común, que nuestra identidad social se encuentra completamente marcada por
este, y lo vemos presente en todos los aspectos de nuestra vida, “todos tus papeles de identidad o
documentos burocráticos muestran el género una y otra vez” (Lorber & Yancey, 2008, p. 230).

Las ideas de cuerpos y capacidades físicas diversas, tienen como resultado prácticas sociales y “cuerpos
de género”. Estos, producen jerarquías y estratificaciones: El cuerpo de los hombres es mejor visto que
el de las mujeres. Sus características son, en la mayoría de los casos, consideradas superiores; son “más
grandes”, “más fuertes” y “más capaces” (especialmente en el ámbito físico). Esta dominancia social
hace referencia tanto a la percepción como a la materialidad, ya que implica que se ocupan diversas
posiciones y que se tengan diferentes oportunidades.

Pero, ¿quién decide que los cuerpos sean vistos de una forma u otra? Según el análisis de Lorber y
Yancey, muchas de las imágenes de las mujeres están creadas por hombres poderosos; la autoridad que
estos tienen, les permite representar los cuerpos de las chicas de formas que no son tan naturales y, que
a la larga, llegan a ser dañinas. Las mujeres, aprenden, entonces, a restringir sus movimientos, a proteger
su cuerpo y a usarlo de una forma “apropiada”.

El cuerpo moderno.

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Una interesante aproximación a este tema actual es la realizada por David le Breton. Este sociólogo y
antropólogo francés, presenta un análisis de cómo, hoy en día, entendemos nuestros cuerpos, y de cómo
estos se han visto afectados por el desarrollo de diversos campos. Según su propuesta, la corporalidad
actual se encuentra fuertemente marcada por una estructura social que tiene como base el individualismo.
Esto, por supuesto, ha tenido como resultado que el cuerpo (como tal) sea la prioridad del hombre,
mientras se olvida, cada vez más, su esencia. En este mundo, el ser humano se ha separado del cosmos,
de su espiritualidad, de los otros, y de sí mismo.

El cuerpo como un elemento aislado del hombre se encuentra fuertemente influenciado (y en palabras de
Le Breton, controlado) por una institución clara: La medicina. Esta, ha llevado a que entendamos nuestra
corporalidad cómo una posesión, y no cómo una base de identidad. Es decir, el hecho de que la medicina
no sea “del hombre” sino “del cuerpo”, ha fomentado que este se entienda como una simple colección
de órganos; una especie de vehículo con piezas intercambiables: “La dimensión simbólica está excluida,
la unidad individual fraccionada, el cuerpo disociado del sujeto y reducido al rango de lo manipulable,
sometido a proyectos de dominio que convierten a la biología humana en un conjunto de datos mecánicos,
desprovistos de valor en tanto tales pero, por el contrario, esenciales en tanto medios" (Le Breton, 1995,
p. 235).

Este estar incrustado en un saber anatómico/fisiológico no solo ha transformado a los seres humanos en
transparentes; también ha desarrollado una visión única y exclusiva de entender las cosas. El saber de la
medicina se ha transformado en el saber del cuerpo. Este conocimiento, claro está, no solo ha cambiado
la visión, sino que también ha afectado la función, pues se incrementó su valor técnico y comercial,
mientras se disminuyó su valor moral: El cuerpo se convirtió en un negocio rentable, en un mercado
floreciente. Así mismo, este conocimiento médico ha hecho que nuestro organismo se entienda en
pedazos; se comprende, no con una imagen de cohesión y estructura fuerte, sino como un conjunto de
piezas separadas y por aparte que pueden ser sustituidas cuando y como se desee.

Otro importante aporte acerca del tema del cuerpo moderno es el realizado por Lorber y Yancey. Estas
autoras hacen referencia a la sociedad americana actual y, en especial, al crecimiento de la cultura del
consumo y su influencia. Esta temática se encuentra desarrollada, igualmente, en el texto de Csordas, en
donde se recuerda como este consumismo tiene fuertes repercusiones en el modo particular en cómo
habitamos el mundo cómo individuos corpóreos, ya que nos encontramos en un momento y espacio en
donde los cuerpos (prácticamente a todos lados y a todas horas) se construyen y se refuerzan a través de
los medios.

Dentro de la sociedad actual, la promoción del consumo se ha vuelto muy influyente. Esta, se encarga de
crear “dioses”, es decir, tipos “ideales”, que derrochan un aire de juventud, belleza, sensación de higiene,
seducción y aire deportivo que no solamente producen castigos y juicios de valor a individuos que poseen
distintos tamaños, formas, pesos y musculaturas, sino que crean cuerpos mediáticos y prototípicos
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tremendamente alejados de la realidad: “los anuncios de cirugías de cuerpo y rostro empujan a las mujeres
y los hombres a juzgar su apariencia con imágenes que son culturalmente admiradas pero que, en la
mayoría de los casos, si no todos, las personas tienen dificultad de alcanzar” (Lorber & Yancey, 2008, p.
228). Independientemente de obligar a buscar ideales bastante lejanos al mundo real, estas
representaciones son bastante perjudiciales, ya que pueden producir enfermedades, como desórdenes
alimenticios, infecciones, daños por implantes, entre otras.

Bajo esta influencia, la relación con nuestro cuerpo, se basa en un culto total al mismo; es decir, este “se
ha convertido… en algo a reivindicar, a mostrar, algo que cuidamos con esmero, un objeto en sí mismo,
que centra muchas de nuestras actividades cotidianas” (Esteban, 2004, p.68). Han surgido entonces,
diversas maneras de mantenernos en forma, con un cuerpo “bonito” y “armonioso”, retrasando lo más
posible el paso de los años, y exteriorizando una imagen limpia. En este mundo, el control o
autodisciplina se vuelven un valor bastante apreciado; nosotros podemos intervenir para cambiar nuestra
forma, peso y silueta. Nuestro cuerpo, es una “tabula raza” con la cuál nacemos, pero a la cual agregamos
arreglos y accesorios teniendo, de esta manera, un papel activo en el proceso de construcción de nuestra
imagen. Si fallamos y no alcanzamos los ideales, somos vistos como débiles y poco disciplinados.

Este afán por “verse bien” no se debe entender únicamente como la respuesta que los individuos
desarrollan frente a las formas idealizadas de cómo deben lucir. Este, está igualmente relacionado con el
éxito que las personas alcanzan en la sociedad. La preocupación entonces, no es algo que se reduzca a
aspectos estéticos, sino que se encuentra fuertemente relacionada con el triunfo. “Hombres y mujeres de
todos los grupos raciales y étnicos, están preocupados por la búsqueda de un cuerpo perfecto. Esta
preocupación, no es únicamente acerca de buen look, sino de éxito” (Lorber & Yancey, 2008, p. 228).

La reproducción: Emily Martin, los óvulos y el esperma.

“La reproducción masculina es evaluada de forma distinta. En los textos en los que se ve la
menstruación como un mal de producción, se habla completamente distinto cuando se menciona
la maduración del esperma” (Martin, 2007, p. 418).

Emily Martin es una antropóloga, sinóloga (estudios acerca de la civilización China, su idioma y su
cultura) y feminista profesora de antropología socio-cultural en la New York University (New York
University). Su aporte es central dentro de los estudios del cuerpo y la reproducción, ya que nos recuerda
que la biología y la naturaleza son solo una pequeña parte de la concepción que tenemos de estas
temáticas; la mayor influencia se encuentra en las sociedades. En su texto, Martin habla acerca de las
percepciones que tenemos de las células sexuales humanas. En el proceso reproductivo, evidentemente,
esperma y óvulos son compañeros activos y trabajan juntos para lograr un fin común, pero, no son
valorados de la misma manera.

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Las ideas que saltan a la mente cuando se habla acerca de estas unidades se basan en estereotipos y
representaciones de lo masculino y lo femenino. Es por esto, que el proceso de movimiento natural de
las células se entiende de forma muy diversa. Primero, la mujer es vista como agresiva y peligrosa, debido
a que es ella la que se encarga de capturar y amarrar los espermatozoides que el hombre produce. Por
otro lado, el esperma se ve como el atacante, el que logra penetrar y entrar en el huevo por lo que, a la
larga, tiene un papel mucho más activo: “Es remarcable ver cómo se comportan los óvulos de forma tan
«femenina» y como lo hacen lo hace el esperma de forma tan «masculina». El ovulo es visto como pasivo.
No se mueve ni hace un viaje, pero pasivamente es transportado o depositado en los tubos de Falopio.
En contraste, el esperma es pequeño, aerodinámico y activo” (Martin, 2007, p. 420).

Así mismo, una de las mayores diferencias de la percepción de esta biología radica en los números:
Mientras la mujer produce pocos óvulos al mes, el hombre puede producir miles de espermatozoides por
día. Esta cantidad, se vuelve mucho más relevante y remarcada en una etapa crucial del desarrollo: La
menopausia. El ciclo reproductivo de las señoras se vuelve “inservible” en un punto; los ovarios se
vuelven viejos y se deterioran, mientras que el esperma sigue en optimas condiciones: “los textos
celebran la producción de esperma porque es continuo, de la pubertad a la vejez, en vez la ovulación es
inferior, porque finaliza” (Martin, 2007, p. 419).

La propuesta de Martin también refleja la vida contemporánea, y hace una reflexión interesante. La
percepción de las células sexuales, se encuentra fuertemente influenciada por el rendimiento que se puede
obtener. El ciclo de reproducción se entiende como una empresa productiva: A través de este se pueden
crear cosas de muy alto valor. Dentro de esta visión, el esperma es remarcado como superior, ya que
permite la culminación de este proceso tremendamente deseado. Por otro lado, la menstruación se
entiende como una falla pues, a la larga, es vista como las ruinas del útero (tejido de necrosis o muerto)
y evidencia la no existencia de un lindo bebé.

La reproducción asistida.

Siguiendo la idea de la modernidad, y de un cuerpo supremamente medicalizado nos encontramos ahora


con las técnicas de reproducción asistida. Estas, por supuesto, han desarrollado diversos cambios en las
estructuras existentes y en las relaciones que se tejen entre los individuos. Por un lado han, hecho que la
reproducción, la gestación y el parto ya no hagan parte del cuerpo, sino de la medicina. Así mismo, han
causado una gran revolución, ya que han disociado la reproducción de la sexualidad y el deseo de pareja,
y han logrado que este proceso se trasforme, más que todo, en una cosa o mercancía.

Aunque, evidentemente, todas las culturas han creado y cuentan con métodos de contracepción y
reproducción asistida (por lo cual no se podría decir que hablar de esto implica referirse a un tema
supremamente novedoso y nunca antes tratado e implementado), es claro que, hoy en día, nos
enfrentamos a técnicas que han revolucionado nuestro mundo. Estas, han cambiado completamente la
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concepción humana, que hoy “toma lugar en un plato de petri, afuera de útero y sin necesidad de contacto
sexual" (Stone, 2006, p. 278).

Son dos las técnicas a las que se hará referencia. La inseminación artificial, se produce a través del
esperma de un donante, el cuál es ubicado dentro del útero de la mujer en el estado correspondiente y
deseado de su ciclo menstrual. Por otro lado, la fertilización in vitro, es un procedimiento mucho más
complicado, más costoso y con menos resultados positivos. Se comienza haciendo una remoción
quirúrgica de los oocitos (óvulo inmaduro) de los ovarios de la mujer. Posteriormente, estos se incuban
con esperma en un plato de Petri y se espera que se dé la fertilización; después de unos días, el embrión
se remueve y se implanta en el útero. Dentro de este proceso, normalmente se sacan y se implantan
muchos embriones, pero pocos logran su cometido final.

La fertilización in vitro no solo implica más costos y trabajo, también lleva a que las mujeres se vean
obligadas a tomar medicamentos de fertilidad, entre otras cosas, que afectan su cuerpo. Igualmente, nos
enfrenta a una situación bien particular: Los embriones que sobran y no se implantan, se pueden congelar
y ser usados muchos años después. Dentro de estas técnicas de reproducción asistida, una que está siendo
ampliamente estudiada pero, por ahora, no se ha logrado con seres humanos es la clonación. Esta,
independientemente de los avances tecnológicos y científicos tan interesantes que plantearía, implicaría,
un cambio vital: La reproducción no sexual entre los hombres. Aunque de las técnicas anteriormente
descritas no todas requieran de contacto sexual (como tal), si necesitan de la combinación de ovarios y
esperma.

Estos procedimientos se crearon como medidas para resolver los problemas de infertilidad que poseen
(y poseían) algunas personas y parejas. Claro está, ser una mujer infértil no es lo mismo que ser un
hombre que tiene esta misma condición. Independientemente de su valoración cultural, hay una
distinción “natural” que cambia completamente el panorama. El padre, puede ser o estéril o no estéril;
por otro lado, la madre puede serlo en muchos más sentidos: Puede no ser capaz de concebir, o no tener
un sistema capacitado para llevar y nutrir un bebe, por lo cual, “puede ser infértil, que significa que no
puede concebir un hijo...sin embargo, una mujer estéril, también puede cargar un bebe y llevarlo” (Stone,
2006, p. 281).

Mucho se ha hablado de estas nuevas formas reproductivas, sus implicaciones y los cambios que
producen en las relaciones sociales y en la vida en general. Primero, se ha hecho énfasis en estos
procedimientos como un “negocio” (básicamente, no se trataría de una ayuda desinteresada, sino que
implicaría la búsqueda de dinero). Por esto mismo “algunas mujeres comentan que los verdaderos
beneficiarios de la reproducción asistida, son los bien pagados médicos y profesionales que explotan la
desesperación de las parejas que no pueden tener hijos y les ofrecen una falsa esperanza” (Stone, 2006,
p. 284). Por otro lado, se ha criticado la poca atención a la mujer, ya que, el feto al estar separado de la
madre, se convierte en el epicentro de atención.
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Reflexiones finales.

Aunque, evidentemente, el cuerpo es algo biológico, “natural” que todos compartimos, se puede
evidenciar, hoy en día, la existencia de muchas y diversas representaciones del mismo; “cada uno
«construye» una visión personal del cuerpo y la arma como si fuese un rompecabezas, sin preocuparse
por las contradicciones o por la heterogeneidad de saber que toma prestado” (Le Breton, 1995, p. 88).
Esta multiplicación de percepciones y creaciones, es claro, no surge de la nada, ya que se encuentra
fuertemente influenciada por el contexto social en el que nos movemos, el papel que cumplimos, y el
grupo particular al que pertenecemos (o deseamos pertenecer).

Como parte del cuerpo, la reproducción también se encuentra intervenida por aspectos culturales. Aunque
se suelen analizar como algo invariable e innato, las técnicas de reproducción asistida nos han servido
como ejemplo para pensar de forma contraria. Estas, han creado nuevos tipos de relaciones sociales, han
trasformado nuestro cuerpo y han fragmentado el mudo natural, separando la concepción, la gestación y
el cuidado. Así mismo, nos hemos visto enfrentados a nuevos dilemas éticos de los cuales nunca nos
habíamos tenido que preocupar: ¿Un donador de esperma se debe reconocer como el padre de todos los
embarazos que produzca? ¿Un embrión producido en un plato de Petri se puede considerar como un
individuo? Y las preguntas continúan y continúan apareciendo.

Evidentemente el cuerpo y la reproducción, aunque tengan una base biológica innegable, se encuentran
fuertemente influenciados por el grupo cultural y social al que pertenecemos; no hay aspecto de estos
que se logre salvar de su intervención. Hoy en día, en la cultura moderna (en la que nos vemos envueltos
todos los días) hay un aspecto que define muchos de las aristas de esta temática: La medicina. Esta, con
su influencia fuerte y sus saberes particulares, nos ha llevado a entender nuestros cuerpos, nuestra
reproducción, y nuestro vivir en el mundo de formas muy específicas y claras.

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http://anthropology.ucsd.edu/people/faculty/faculty-profiles/thomas-csordas.html

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