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Desde un punto de vista histórico, fueron varias las tensiones que presidieron las luchas

inaugurales por la definición social del maestro. En muchos países occidentales esas luchas
se desplegaron en diversas oposiciones. Unos pensaban que la enseñanza estaba
relacionada con la vocación, y otros la asociaban con la idea de profesión.
El principal elemento de la idea de vocación estaba relacionado con lo innato, los maestros
nacían para enseñar y ya poseían el dominio de ciertos conocimientos básicos como los
contenidos o métodos. Otro componente de la vocación es la gratuidad, el docente hace lo
que debe hacer sin obtener un beneficio, En otras palabras, Esta idea está vinculada con la
entrega y la generosidad.
La idea de profesión se diferencia con la vocación, en estos aspectos, una profesión es
resultado de decisión, no de algo innato, un profesional debe tener una serie de
conocimientos que son el resultado de una formación prolongada con un fin
De todas maneras se podriá decir que vocación y profesión no son términos contradictorios,
sino complementarios. Se puede afirmar que por lo general, un trabajo bien hecho es por lo
general obra de alguien a quien le gusta lo que hace, que encuentra satisfacción haciendo lo
que hace (vocación) y que al mismo tiempo espera una recompensa por el trabajo realizado,
ya que vive “de él”. Por lo tanto, la figura del “vocacional” (amateur) y la del profesional son
figuras típicas que configuran un contínuum, es decir un espacio de posibilidades donde
ambos componentes pueden estar presentes en proporciones desiguales.
En el contexto tradicional, los docentes se consideraron una “cuasi-profesión”. En
efecto, la docencia, como actividad, comparte ciertas características típicas de las
profesiones constituidas, tales como, una preparación académica, la posesión de un titulo
que habilita y garantiza una exclusividad en la ocupación de ciertas funciones, un conjunto
de reglas éticas que conforman una deontología, etc. Sin embargo, al contrario de lo que
sucede con las profesiones liberales clásicas, los docentes trabajan en grandes
organizaciones, están sometidos a un control jerárquico, no eligen a sus ‘clientes’, su carrera
o depende inexorablemente de sus performances.
También es importante recordar que el oficio docente siempre tendió a definirse como una
mezcla no siempre equilibrada de profesionalismo y de vocación. La idea de “misión” impone
un deber de humildad y de dedicación cualidades clásicas del buen maestro de escuela. Este
modelo tiene su edad de oro en la tercera república francesa.
En la actualidad adiquirió primacía la idea de maestro relacionado a lo profesional y la idea
de vocación se va debilitando debido a la complejidad del trabajo docente y el desarrollo de
los conocimientos científicos y tecnológicos necesarios para realizar con éxito el proceso de
enseñanza.
los cambios acontecidos en la sociedad y en las condiciones organizacionales del trabajo
docente han terminado por poner en crisis las viejas identidades de esta ocupación. Mientras
que el componente vocacional de este oficio se niega a desaparecer, puede decirse que se
redefine en función de las realidades contemporáneas. Dos dimensiones clásicas de la
ideología de la vocación están definitivamente en crisis. Estas son la vocación como actividad
no elegida o como mandato innato que el agente está obligado a asumir como una misión y
el componente de gratuidad, desinterés, sacrificio, etc. Sin embargo, en todos los trabajos
que se realizan de persona a persona (servicios personales) se exige el dominio de ciertas
competencias técnicas instrumentales más un plus ético de “compromiso”, “respeto” y
“cuidado” por el otro, en este caso el niño, adolescente o alumno con quien trabaja el docente.
Este elemento que bien puede denominarse “vocacional” se considera que es un componente
necesario en la definición de la excelencia en la realización del trabajo docente y por lo tanto
debe ser desarrollado y fortalecido mediante políticas específicas de formación y mediante
dispositivos colectivos gestionados por el propio cuerpo docente. Este elemento “no racional”
del oficio debe ser incorporado en la definición de una nueva profesionalidad de la docencia.
A su vez, la profesión, que en ciertas ocasiones tiende a reducirse a la cuestión de formación
y de incorporación de dosis crecientes de conocimiento científico técnico en el trabajo del
docente, que no se reduce a esta cuestión, sino que también abarca el control sobre el desarrollo del
oficio. Este es el lado más conflictivo de la cuestión de la profesionalización y es aquí donde se
enfrentan distintas posiciones, intereses y actores colectivos. En la mayoría de los países de América
Latina, al igual que en Francia, en la lucha por el contenido de la profesionalización participan tanto
los responsables de la gestión de los sistemas educativos (los políticos y los altos funcionarios,
asesores y expertos), el personal jerárquico y territorial (los supervisores y directores de
establecimientos), el cuerpo de los especialistas, investigadores y formadores de docentes, y los
propios sindicatos que expresan al colectivo de los “trabajadores de la educación”.

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