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El legado indígena en los nombres de nuestros barrios


Domingo10 Octubre 2010

elsuralavista.com
Blog Barrios del Sur – Historia de nuestros barrios
Por Rafael Torrech San Inocencio
torrech.rafael@gmail.com

http://www.elsuralavista.com/periodico/?p=28324

Los nombres de gran parte de los barrios de Puerto Rico se remontan a tiempos muy antiguos.
En realidad, muchos de ellos anteceden a la fundación de los pueblos en donde están
localizados. Muchos de esos nombres o topónimos definen un vínculo cotidiano –pero
generalmente desconocido– con los albores de la colonización y con la era precolombina. Al
celebrar esta semana el encuentro de los europeos con las culturas indígenas de América, es
importante subrayar que en la toponimia puertorriqueña, particularmente en la de sus barrios, la
persistencia de las culturas indígenas es hoy aún muy marcada.

Contexto:

La toponimia es el estudio del origen y significación de los nombres propios de lugar. Según el
trabajo seminal del Dr. Manuel Álvarez Nazario sobre el tema, lo indígena y lo español y los
resultantes híbridos de ambos, determinan fundamentalmente la toponimia de Puerto Rico.
Investigadores como el Dr. Luis Hernández Aquino ha señalado que los nombres de lugar
indígena son el elemento de mayor permanencia en la denominación de la geografía insular.

Sin embargo, muchos de los topónimos indígenas originales fueron hispanizados. Otros fueron
recogidos de forma fonética por los colonizadores, muchos de los cuales eran analfabetos. La
ausencia de una lengua escrita entre los indígenas tampoco permite una corroboración exacta de
su forma original. En realidad, lo que sabemos de la mayoría de los topónimos indígenas es que
son los nombres propios de ríos, y en un distante segundo plano, de montañas. Aparte de su
función de denominación, poco conocemos sobre su significado original y sobre sus alusiones o
referencias a la sociedad y la vida cotidiana del indígena.

Los Barrios de Puerto Rico


Entre los 901 barrios rurales de Puerto Rico que reconoce el Censo, hay un total de 510
topónimos. La toponimia es una cantera valiosa de materia prima para reconstruir la poco
documentada historia rural de Puerto Rico. Esta es en muchas formas la historia más autóctona,
más distante del europeo, más exenta de la autoridad colonial, y más emblemática de la identidad
puertorriqueña. En cada nombre se hace patente la visión de mundo y de comunidad de los
denominadores, ya fuese expresada por indígena, europeo, o criollo, saturada de los elementos y
visiones de la vida cotidiana de cada uno. De esta manera, los nombres de los barrios han
capturado y descrito vívidamente el rastro del ser humano sobre la extensión geográfica de
Puerto Rico.

Los barrios rurales de Puerto Rico no emergen formalmente hasta principios del Siglo XIX. Es
de la Constitución de Cádiz y la Primera Diputación Provincial en adelante que encontramos las
primeras menciones y enumeraciones de los barrios constitutivos de los pocos pueblos de
entonces, que no pasaban de cincuenta. La función inicial de los barrios fue representativa, como
unidades para elegir compromisarios para seleccionar un Diputado a Cortes. Caída la
Constitución, persisten como comarcas funcionales para fijar la derrama para el cobro de los
impuestos. Más tarde, se vinculan a los intereses de seguridad del Estado del Gobernador
Miguel de la Torre, y como territorios de influencia y control de los notorios alcaldes o
comisarios de barrio, cuya importancia histórica es un tema aparte muy importante para entender
la función de los barrios en la historia del País.

Antes de 1812, en las crónicas de gobernadores y oficiales españoles, y en las reseñas de los
obispos y otros religiosos, la referencia más usual era a “sitios” y no a barrios. Por ejemplo, en
el Siglo XVII se informaba de un grupo de canarios que labraban cacao en el sitio de Sabana
Llana, antecedente del barrio de San Juan. El sitio no era un poblado ni una aldea, sino
meramente un lugar que había desarrollado carácter propio –ya no genérico– y por tanto mereció
un topónimo o nombre de lugar particular.

Además de “los sitios” estaban “los pasos” que eran puntos en donde se podían franquear los ríos
con cierta facilidad. Los pasos fueron muy importantes en una época de pocos poblados, vida
rural y precarias vías de comunicación. Por ejemplo, el paso que estableció Pedro Rodríguez de
Guzmán a fines del Siglo XVI en el Río Baramaya –en lo que entonces aún no era Ponce– se
conoció localmente como el Paso del Portugués, por el origen de la familia del poblador. Con el
tiempo, el paso denominó al río que hoy conocemos como Río Portugués, y el río, a su vez, a
todo el barrio Portugués de Ponce.

Otro denominador antiguo es el hato. Durante los primeros tres siglos de colonización europea,
en Puerto Rico predominaron dos tipos de propiedad territorial: las estancias y los hatos. Los
hatos eran amplias extensiones de terreno dedicadas al ganado, ya sea vacas, caballos, mulas,
cerdos, cabras y hasta ovejas. En 1771, el Gobernador Miguel de Muesas informó al Rey sobre
611 hatos en Puerto Rico; y cuatro años después, el Mariscal Alejandro O´Reilly reportaba 269
hatos y criaderos. Para esa misma época, el Cabildo de San Juan contabilizó 234 hatos.

Por tanto, aunque los pueblos sean más antiguos que los barrios, los nombres de los barrios son –
muy a menudo– mucho más antiguos que los pueblos. Antes de que denominaran los barrios, sus
nombres estuvieron presentes en ríos, en la topografía, en los hatos, cotos, sitios y estancias de la
antigüedad; y yendo aún más atrás, quizás en yucayeques y otros asentamientos indígenas.

La Toponimia
Las Ordenanzas de Descubrimiento y Población de Felipe II en 1573 tenían como propósito
reglamentar las nuevas poblaciones de América, con detalles tan particulares como su
localización junto a ríos y el ordenamiento específico de las edificaciones e instalaciones
centrales. Aunque algunos historiadores presentan argumentos de peso que sugieren que dicha
legislación meramente refrendó las situaciones ya existentes en la práctica, las ordenanzas
brindaron a los poblados americanos cierto grado de uniformidad y de elementos compartidos.

Las ordenanzas instruían a que “una vez que los descubridores lleguen a las provincias y tierras
que descubrieren, juntamente con nuestros oficiales, pongan nombre a toda tierra en común, y
en particular a los montes y ríos, ciudades y pueblos que hallaren, y los que fundaren“. Como
resultado, en la denominación de nuevos territorios se crearon nuevos topónimos europeos, se
adaptaron los nombres indígenas ya existentes, y se hispanizaron las denominaciones originales
que encontraron en la Isla. En todos los casos, los denominadores indígenas fueron ajustados
según los patrones de pronunciación y morfología propios del castellano.

Las comunidades indígenas pre-hispánicas habían definido topónimos para sus ríos y otros
cuerpos de agua, para sus montes, sierras y otros elementos topográficos, para la flora, la fauna,
y para sus comunidades o yucayeques. Aunque muchos persisten, no hay certeza del grado de
integridad con que han sobrevivido, y en el caso de los que definían territorios, tampoco está
claro la extensión precisa de los predios que denominaban originalmente.

Lo cierto es que el europeo, al adoptar muchos de estos nombres, a menudo los usó fuera de su
contexto original. Por tanto, es posible que aplicara el topónimo indígena de una región discreta
a una zona más amplia, o que traspusiera un topónimo de un río, un cerro, un yucayeque, o un
cacique a una región o territorio más amplio. Por tanto, nunca se sabrá la exactitud y el grado de
correspondencia entre los topónimos indígenas originales y los que los españoles adoptaron. Las
frecuentes contradicciones entre cronistas y exploradores en cuanto a los topónimos originales de
la Isla abonan más aún a estas dudas.

A pesar de estas limitaciones, podemos definir algunos vínculos entre los topónimos originales
de varios yucayeques o comunidades indígenas pre-europeas y los de algunos de nuestros barrios
actuales. Es frecuente que el topónimo indígena de un barrio se refiera al nombre pre-colombino
de un elemento hidrográfico o topográfico (un río, una quebrada, un monte, una sierra). Sin
embargo, hay instancias verificables donde el barrio ha adoptado el nombre del yucayeque pre-
hispánico de la zona, o el antropónimo de su antiguo cacique. Uno de los casos más obvios es el
Barrio Don Alonso en Utuado, una referencia directa a uno de los caciques que hicieron las
paces con Juan Ponce de León en la época de colonización.

Al menos diez posibles yucayeques documentados han prevalecido en la denominación actual de


varios pueblos y barrios: los yucayeques de Bayamón, Guaynabo, Guainía (Guánica), Toa y
Guayama; y los barrios localizados en los antiguos yucayeques de Turabo (Caguas), Guajataca
(Isabela), Guamá (San Germán), Cibuco (Vega Baja) y Daguao (Naguabo). Es de suponer que
estos topónimos indígenas de yucayeques que han prevalecido como nombres de barrios
constituyen las instancias más antiguas de denominación de núcleos o comunidades en la
geografía local.
De igual forma, al menos diez pueblos y diez barrios son hoy denominados según los nombres de
los caciques regentes de los antiguos yucayeques de esas localidades. Los nombres de los
antiguos caciques de Arasibo, Cayey, Caguax (señor del Turabo), Comerío, Coamex o Cuamo,
Jumacao, Yuisa (viuda del Cacique Haymanio), Orocobix (cacique de Hatibonico), Jayuya y
Canobana aún denominan los pueblos de Arecibo, Cayey, Caguas, Loíza, Orocovis, Jayuya y
Canóvanas. Además, los nombres de caciques persisten en los barrios de Guamaní (Guayama),
Bucarabón (Toa Baja) Caguana (Utuado), Cuyón o Macuya (Aibonito y Coamo), Daguey
(Añasco), Gua(ja)taca (Quebradillas y San Sebastián), Guaónico (Utuado) y Maná (Corozal).

En síntesis, de nuestros actuales 78 municipios, al menos 34 (43 por ciento) tienen topónimos de
origen indígena documentado.

Sin embargo, múltiples circunstancias limitaron la correspondencia territorial entre los antiguos
yucayeques y los actuales barrios. Primeramente, el régimen de encomiendas y repartimientos,
por el cual los caciques y sus indios eran asignados a trabajar para un europeo por disposición de
la autoridad colonizadora, fomentó la relocalización de los indios fuera de sus asentamientos
tradicionales. Las consecuencias de estos trabajos forzosos y relocalizaciones se hicieron
patentes en las rebeliones de 1511, 1514 y 1516, que a su vez propiciaron nuevas migraciones,
esta vez de indios al interior, buscando refugio de las penosas condiciones a las cuales estaban
siendo sometidos.

Esta migración no terminó, ya que los colonizadores se internaban en la sierra y tomaban los
indios como esclavos, ya fuera para venta o para uso en sus minas o sembradíos, y los
sometieron a condiciones de trabajo que contribuyeron a diezmar la población indígena en la
Isla. Todos estos factores borraron los últimos rastros de muchos de los yucayeques y
comunidades indígenas originales de la geografía territorial de Puerto Rico.

La Toponimia Indígena
La toponimia indígena persiste de forma muy prominente en la denominación de nuestros
barrios. Aproximadamente uno de cada tres barrios rurales de Puerto Rico tienen nombre de
origen indígena. Más aún, el 88 por ciento de todos los pueblos de Puerto Rico tienen al menos
un barrio de topónimo indígena.

En algunos pueblos, como San Germán, predomina la toponimia indígena (barrios de Caín,
Guamá, Hoconuco, Duey, Maresúa, Cotuí y Sabana). Por tanto, San Germán es el municipio de
mayor número de barrios con nombre indígena, para un total de doce, y de mayor proporción del
total de sus barrios, con 63 por ciento. Le sigue Ponce con diez, y Aguadilla, San Sebastián y
Yauco con siete cada uno. Aparte de San Germán, en sólo cuatro municipios –Arroyo, Dorado,
Jayuya, Juncos y Luquillo– los topónimos indígenas representan más de la mitad de los nombres
de sus barrios.

Los topónimos muy a menudo tienen vinculaciones hidrográficas. Por ejemplo, en el caso de San
Germán, citado anteriormente, los barrios de origen indígena homónimos coinciden con los ríos
Duey, Hoconuco y Caín. En la costa sur, también sucede con el Río Coamo (Coamo), el Río
Yauco (Yauco), el Río Jacaguas (Barrio Jacaguas de Juana Díaz), Río Tallaboa (Barrios Tallaboa
Alta, Saliente y Poniente de Peñuelas), entre otros. En algunos de estos casos se puede especular
que el río pudo servir de denominador para la zona o región, y eventualmente, para el municipio
y barrio resultante. El vínculo hidrográfico se hace patente en los sufijos “abo” y “abón”, que
significan río o corriente, y el sufijo “ni”, de referencia al agua. A veces la referencia también es
genérica, como en el Barrio Yahuecas de Adjuntas, que significa “pozos o pozos de agua”.

El Barrio Jácana de Yauco carece de un río o accidente topográfico homónimo, pero su nombre
puede haber nacido por la presencia o abundancia en aquella zona de jácanas, en la flora (árbol o
fruta) o en la fauna (ave), y no como topónimo territorial original. En este caso, el topónimo nos
da una idea de la historia ecológica de la zona, perdida por completo en la documentación de la
colonización. Igual sucede con el Barrio Guayacán de Ceiba. El barrio Lapa de Salinas alguna
vez se llamó Barrio Ausubos, creando una contrastante imagen con el llano árido y deforestado
del barrio en la actualidad.

Algunos topónimos indígenas han sido hispanizados, como Borínquen (Aguadilla, Caguas); otros
son diminutivos hispanos de una palabra indígena, como Bayamoncito (Aguas Buenas) y
Canovanillas (Canóvanas); o nombres compuestos que incluyen una palabra indígena, como
Sabana Grande (San Germán, Utuado) y Río Jueyes (Salinas).

Los antropónimos, o nombres de personas, están presentes en topónimos indígenas referentes a


caciques, como en los barrios Mabú de Humacao (algunas crónicas vinculan a Mabú con el
Cacique Macao de Humacao); y Canóvanas de Canóvanas con el Cacique Canóbana, señor de
Caynianon. Cayniabón o Caynabón fue nombre indígena de un río importante durante la
colonización, atribuido al Río Grande de Loíza, posible origen de los topónimo de Cañabón y
Cañaboncito de Caguas, aunque el río no discurra hoy por el territorio de estos barrios.

La vida cotidiana de los antiguos moradores indígenas persiste en varios topónimos de nuestros
barrios: la familia en Viví o madre en Utuado; los utensilios cotidianos en Guayo (Adjuntas), los
entretenimientos en Bateyes –la plaza ceremonial o de juego de pelota y también el juego
mismo– en Mayagüez; los astros en Camuy o Canuy, que puede significar sol; y la muerte y lo
sobrenatural en Macaná o matar, en Guayanilla y Peñuelas; y Coabey –la isla o sitio donde iban
los muertos– en Jayuya.

La lista de topónimos incluye también topónimos indígenas de significado desconocido. Por


ejemplo, no sabemos el significado de los topónimos del Barrio Galateo (Isabela y Toa Alta) de
posible origen indígena. Su ortografía actual puede ser el resultado del efecto deformador del
tiempo, la analogía y la etimología popular en la palabra indígena original.

También contamos con topónimos de barrios de origen europeo que hacen referencia genérica a
la cultura indígena, como lo son los del Barrio Indios de Guayanilla. El topónimo puede tener
raíz histórica. Fue “a la boca del Río Coayuco” (Río Yauco) que las fuerzas de Ponce de León
derrotaron los indígenas en la rebelión de 1511. Esta ubicación coincide o es aledaña con la del
Barrio Indios de Guayanilla.

Igualmente merecen destaque los Barrios Indiera Alta, Indiera Baja e Indiera Fría de Maricao. En
los tres barrios Indiera, de topografía muy escarpada, se hallaban las últimas comunidades de
indios. Allí, en Cayey y en la sierra de Luquillo, se refugiaron del contacto europeo al ser
emancipados de cautiverio y trabajo forzoso en 1544 por disposición de Carlos V. Para 1578, en
el vecindario de “La Indiera en lo más agrio de la sierra” se informaron 370 cabezas de familia
y casi 2,000 personas “exentos de cruzamientos“. Se vincula también a las Indieras, para
entonces barrio de San Germán, con la comunidad de indios puros que este municipio reportó tan
tarde como el Siglo XIX.

Al proyectar los barrios con topónimos indígenas en un mapa (ver abajo), éste no arroja
tendencias o patrones marcados en términos de ubicación geográfica o regional. Notaríamos una
escasez de estos barrios en la zona norte (Barceloneta-Manatí y parte de Arecibo y Vega Baja), y
en el centro (Lares y el oeste de Las Marías y San Sebastián). Aunque están presentes en casi
todas las partes de la Isla, estos barrios predominan de forma particular en la altura del sur-oeste
(de Villalba a San Germán, incluyendo Utuado y Jayuya) y en una franja norte-sur desde el sur
de San Juan hasta Guayama-Arroyo.

Poco más de una quinta parte de los barrios de nombre indígena (22%) tienen acceso al mar, un
poco más que la proporción general en la Isla, que es 18 por ciento, lo que indica que no
necesariamente predominan en el interior montañoso. Es también notable la tendencia al
agrupamiento de los barrios de nombre indígena: más del ochenta por ciento colinda con otro
barrio de nombre indígena.

A pesar de extinguirse, los indígenas aseguraron una presencia toponímica permanente en


nuestra vida cotidiana. Al identificar aquellos barrios con nombre indígena, especialmente los de
raíz topográfica o hidrográfica, definimos algunas de las denominaciones conocidas más antiguas
que han recibido nuestras tierras.

Bibliografía Mínima:

Buró del Censo de los Estados Unidos (Censo 2000 de población y Vivienda) Manuel Álvarez
Nazario (Arqueología Lingüística, 1996 y Orígenes y Desarrollo del Español en Puerto Rico,
1982) Luis Hernández Aquino (Diccionario de voces indígenas de Puerto Rico, 1993) Salvador
Arana Soto (Diccionario geográfico de Puerto Rico, 1978) Rafael Torrech San Inocencio (Los
barrios de Puerto Rico, 1999; y Orígenes, configuración y toponimia de los barrios de Puerto
Rico, 1994)
MAPA: Presencia Indígena en la Toponimia de los Barrios de Puerto Rico © Rafael A. Torrech

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