Anda di halaman 1dari 210

g§g^B v » Vv ’

v. v g . 1

"* WMh
C laude Lanzmann

Shoah
Prefacio de Simone de Beauvoir

Traducción de
F ed erico d e C a rlo s O t t o

A rena Libros
Título original:
Shoah

© Librairie Arthème Fayard, 1985, 2001


© A re n a lib ro s s.l. 2003
C / S a n ta C la r a , 10, 4°
28013 - M adrid
T el: 91 559 13 71

D iseño de l a c o le c c ió n y p o rta d a : E d u a rd o E s tra d a


ISBN: 84-95897-16-4

D epósito le g a l: M-43686-2003

Impreso en G rá fic a s P e d ra z a
Tels: 91 542 38 17 / 91 559 01 20
28015 - M ad rid

La edición de esta obra se beneficia del apoyo


del Ministerio Francés de Asuntos Exteriores y
del Servicio de Cooperación y de Acción Cultural
de la Embajada de Francia en España, en el marco
del programa de Participación en la Publicación
(EA.E «García Lorca»)
L a m e m o r ia d e l h o r r o r

N o resulta fá cil hablar de Shoah. L a película tiene magia y la magia


no se puede explicar. Después de la guerra, hemos leído gran cantidad de
testimonios sobre los guetos y sobre los campos de exterminio; hemos que­
dado conmocionados. Pero, a l ver ahora la extraordinaria película de
Claude Lanzm ann, caemos realmente en la cuenta de que no sabíamos
nada. A pesar de todos nuestros conocimientos, la experiencia, con todo su
espanto, permanecía a considerable distancia de nosotros. Por primera
vez, podemos vivirla dentro de nuestra cabeza, en nuestro corazón, en
nuestra carne. Se convierte en algo nuestro. N i mera ficción, ni estricto
documento. Shoah logra esta recreación del pasado con una impresionan­
te economía de medios: lugares, voces, rostros. E l gran arte de Claude
Lanzm ann consiste en hacer hablar a los lugares, resucitarlos a través de
las voces y , más allá de las palabras, expresar lo indecible mediante los
rostros.
Los lugares. Una de las grandes preocupaciones de los nazis fu e la de
borrar todas las huellas; pero no pudieron abolir todas las memorias y,
bajo los camuflajes — bosques jóvenes, hierba nueva — Claude L a n z­
mann ha sabido reencontrar las horribles realidades. E n esta pradera
reverdeciente, había fosas en form a de embudo donde los camiones des­
cargaban a los judíos, asfixiados durante el trayecto. A este río tan boni­
to iban a parar, arrojadas, las cenizas de los cadáveres calcinados. A quí
están las apacibles granjas desde donde los campesinos polacos podían
escuchar e incluso ver lo que estaba pasando en los campos. A q u í podemos
ver los pueblos con sus hermosas casas antiguas de donde salió, deporta­
da, toda la población judía.

7
Claude Lanzm ann nos muestra las estaciones de Treblinka, de Ausch­
w itz, de Sobibor. Pisa con sus propios pies las «rampas», cubiertas hoy de
hierba, por las que cientos de miles de víctimas eran echadas a la cámara
de gas. Para mí, una de las imágenes más desgarradoras, es, precisamen­
te, esa que muestra un montón de maletas, unas modestas, otras más lujo­
sas, todas ellas con los nombres y las direcciones bien visibles. Algunas
madres habían colocado allí, con esmero, la leche en polvo, el talco, los
potitos. Otras, los vestidos, los víveres y las medicinas. Y nadie, a la hora
de la verdad, necesitó nada de eso.
Las voces. R elatan; y, durante la mayor parte de la película, todas
hablan de lo mismo: la llegada de los trenes, la apertura de los vagones de
los que caían los cadáveres en cascada; la sed, la ignorancia atravesada
por el miedo, el desnudarse, la «desinfección», la apertura de las cámaras
de gas. Ahora bien, ni un solo momento tenemos la sensación de reitera­
ción. A nte todo, por la diferencia de las voces. Está aquella fría, objetiva
— con apenas cierto balbuceo de emoción, al principio —, la de Franz
Suchomel, el S S Unterscharfführer de Treblinka; él es quien hace la expo­
sición más precisa y más detallada del exterminio de cada convoy. Y la
voz, un tanto trémula, de algunos polacos: el conductor de la locomotora
al que los alemanes mantenían a base de vodka, pero que soportaba mal
los gritos de los niños que se morían de sed; el jefe de estación de Sobibor,
inquieto por el silencio que cae de repente sobre el campo cercano.
Pero, con frecuencia, las voces de los campesinos son indiferentes o,
incluso, un tanto guasonas. Y luego están las voces de los poquísimos
supervivientes judíos. Dos o tres logran reflejar una serenidad más apa­
rente que real. Pero son muchos los que a duras penas son capaces de
hablar; sus voces se hacen añicos, terminan fundiéndose en lágrimas. La
coincidencia de sus relatos nunca cansa, a l contrario. Uno piensa en el
ensayo, pretendido, de un tema musical o de un leitmotiv. Porque la sutil
construcción de Shoah evoca una composición musical con sus momentos
en donde el horror alcanza su cima, con sus paisajes apacibles, sus lamen­
tos, sus playas neutras. Y el conjunto se desarrolla al ritmo del estruendo
casi insoportable de los trenes que marchan rodando hacia los campos.
Rostros. Con frecuencia, hablan y dicen mucho más que las palabras.
Los campesinos polacos hacen alarde de compasión. Pero la mayoría
parecen indiferentes, irónicos o, incluso, satisfechos. Los rostros de los
judíos coinciden con sus palabras. Los más llamativos son los rostros ale­
manes. E l de Franz Suchomel permanece impasible, excepto cuando ento­
na una canción a la gloria de Treblinka y sus ojos se iluminan. Pero en el

8
caso de los demás, la expresión incómoda, zorruna, desmiente sus protes­
tas de ignorancia, de inocencia.
Una de las grandes habilidades de Claude Lanzm ann, ha consistido,
verdaderamente, en contarnos el Holocausto desde el punto de vista de las
víctimas, y también de los «técnicos» que lo hicieron posible y que, no obs­
tante, rechazan cualquier tipo de responsabilidad. Uno de los más carac­
terísticos es el burócrata que organizaba los transportes. Los trenes espe­
ciales, explica, se ponían a disposición de los grupos que iban de excursión
o marchaban de vacaciones y que pagaban media tarifa. E l no niega que
los convoyes que se dirigían a los campos fueran, también, trenes especia­
les. Pero tiene la pretensión de no haberse enterado de que los campos sig­
nificaban exterminio. Aquellos eran, pensaba él, campos de trabajo donde
los más débiles terminaban por morir. S u fisonomía marcada por la inco­
modidad, huidiza, le contradice cuando proclama ignorancia. Algo después,
el historiador Hilberg nos enseña que los judíos «trasladados», eran asimila­
dos por la agencia de viajes a gente de vacaciones y que los judíos, sin saber­
lo, autofinanciaban su deportación, y a que la Gestapo la pagaba con los bie­
nes que les había confiscado previamente.
Otro ejemplo llamativo de un desmentido en el que un rostro contradi­
ce a las palabras, es el de uno de los «administradores» del gueto de Var-
sovia: quería ayudar al gueto para que sobreviviera, preservarlo del tifus,
afirma. Pero a las preguntas que le hace Claude Lanzm ann, responde
balbuciendo, sus rasgos se descomponen, su mirada huye; está totalmente
desconcertado.
E l montaje de Claude Lanzm ann no obedece a un orden cronológico;
y o diría — si se puede emplear esta palabra a propósito de esto— que es
una construcción poética. Sería necesario un trabajo más detenido que
éste para poner de relieve las resonancias, las simetrías, las asimetrías y
las armonías sobre las que descansa. A sí se explica que el gueto de Varso-
via sólo aparezca descrito al fin a l de la película, cuando y a conocemos el
implacable destino de los sepultados. Tampoco entonces el relato es uní­
voco: es una cantata fúnebre a varias voces, correctamente ensambladas.
Karski, entonces correo del gobierno polaco en el exilio, cediendo a las
súplicas de dos importantes responsables judíos, visita el gueto para ofre­
cer su testimonio a l mundo (en vano, por lo demás). Sólo puede ver la
espantosa inhumanidad de aquel m undo agonizante. Los escasos supervi­
vientes de la rebelión, aplastada por las bombas alemanas, hablan, por el
contrario, de los esfuerzos llevados a cabo para preservar la humanidad
de esta comunidad condenada. E l gran historiador Hilberg, discute

Q
ampliamente con Lanzm ann sobre el suicidio de Czerniakow, que había
creído poder ayudar a los judíos del gueto y que perdió toda esperanza el
día de la primera deportación.
E l fin a l de la película es, a mi parecer, admirable. Uno de los pocos que
logran escapar de la rebelión, se encuentra solo en medio de las ruinas.
A firm a que experimentó entonces una especie de serenidad, al pensar:
«Soy el último de los judíos y estoy esperando a los alemanes». E inme­
diatamente, vemos cómo circula un tren que lleva un nuevo cargamento
hacia los campos.
Como todos los espectadores mezclo el pasado y el presente. H e afir­
mado que es en esta confusión donde reside el perfil milagroso de Shoah.
M e gustaría añadir que nunca jam ás hubiera podido imaginar semejante
alianza entre el horror y la belleza. Desde luego, la segunda no es capaz
de ocultar al primero, no se trata de esteticismo: al contrario, ella lo ilu­
mina con tal inventiva y con tal rigor, que podemos darnos cuenta de que
estamos contemplando una gran obra. Una obra maestra en estado puro.

Simone de Beauvoir.
P a l a b r a s p r e v ia s

Presento aquí al lector el texto íntegro —palabras y subtítulos— de


mi película, Shoah. Las lenguas que yo no entendía, como el polaco,
el hebreo o el yiddish, son traducidas al francés en el mismo cuerpo
de la película, y las intérpretes —Barbara Janicka, Francine Kauf­
mann, Madame Apfelbaum— están presentes en persona en la ima­
gen. He respetado totalmente su manera de traducir y, prácticamente
siempre, sus dudas, sus repeticiones y todas las muletillas propias del
lenguaje coloquial. No he querido pulir, tampoco, mis propias inter­
venciones. Las veces que, sin embargo, los protagonistas y yo podía­
mos conversar en alemán y en inglés, sin la mediación de una tra­
ductora, nuestro diálogo ha sido subtitulado para los espectadores de
la película; y son esos subtítulos, establecidos por Odette Audebeau-
Cadier e Irith Leker, además de por mí, los que pueden leerse aquí.
El subtitulado ha impuesto la disposición tipográfica de este libro:
los subtítulos, en su orden de aparición y de sucesión en la pantalla,
deben estar íntimamente ligados al habla, pero nunca son toda el
habla. El número de signos autorizado puede variar considerable­
mente de un subtítulo a otro, según el locutor esté relajado o se enco­
lerice, según aumente o disminuya la velocidad de su locución, per­
maneciendo invariable, por otro lado, el tiempo para descifrar el texto
y para leerlo. El rostro del que habla, su mímica, sus gestos, la ima­
gen, en una palabra, es el soporte natural del subtítulo, su encarna­
ción; puesto que éste debe, idealmente, no preceder o suceder al
habla, sino coincidir con ella, aparecer justo en el momento de su
emergencia. De esta forma, el mejor subtítulo satisface tanto al que,
por dominar perfectamente la lengua extranjera subtitulada, podría
11
prescindir de él, cuanto a aquel que, siendo capaz de captar sólo algu­
nas palabras, se hace, sin embargo, gracias a él la ilusión de compren­
derla por completo. Dicho de otra manera, se deja olvidar. En la pan­
talla, el subtítulo nace y muere apenas nacido, seguido de inmediato
por otro que vive, de idéntica forma, su corta vida. Cada uno fulgura
ante nuestra mirada, reenviado a la nada tan pronto como hace su
aparición. Y el número de signos, concedido a la vez por el tiempo de
lectura y el paso de un plano a otro, determina la longitud de la frase,
su corte final, violento la mayor parte de las veces, ya que es la casca­
da ininterrumpida de las palabras la que pronuncia brutalmente la
sentencia de muerte del subtítulo.
Por consiguiente, en la pantalla, los subtítulos son lo inesencial.
Reunirlos, sin embargo, en un libro, registrar, página a página, esta
sucesión de instantes puros que mantienen en la película la escan­
sión impuesta por el orden fílmico, les obliga a pasar, sin embargo,
de lo inesencial a lo esencial; les confiere, de golpe, un estatuto dife­
rente, una distinta dignidad y algo así como un sello de eternidad.
Tienen que existir solos, defenderse solos, sin ninguna indicación
de puesta en escena, sin una imagen, sin un rostro, sin un paisaje,
sin una lágrima, sin un silencio, sin las nueve horas y media de cine
que constituyen Shoah.
Incrédulo, leo y releo este texto exangüe y desnudo. Una extraña
fuerza lo recorre de parte a parte; él resiste, vive de su propia vida. Es
la escritura del desastre y, para mí, esto es otro misterio.

Claude L anzmann

12
Y les daré un nombre imperecedero.
Isaías, 56, V
P r im e r a é p o c a

L a acción comienza en nuestros días


en Chelmno-sur-Ner, Polonia.
A 80 kilómetros al noroeste de Lodz,
en el corazón de una región en otro tiempo con una gran
población judía, Chelmno fue, en Polonia,
el lugar del primer exterminio
de judíos mediante el gas. Comenzó
el 7 de diciembre de 1941. 400.000 judíos
fueron asesinados en Chelmno en dos
periodos diferentes: de diciembre de 1941
a la primavera de 1943 y de junio de 1944 a enero de 1945.
L a forma de ejecución sería
siempre la misma hasta el fin:
los camiones de gas.

D el total de 400.000 hombres, mujeres y


niños que llegaron a este lugar,
quedan dos supervivientes: Michael
Podchlebnik y Simón Srebnik.
Simón Srebnik, superviviente del último
periodo era, entonces, un niño de
trece años y medio. S u padre había sido
abatido ante sus ojos, en el guetto de
Lodz; su madre, asfixiada en las
cámaras de Chelmno. Las S S
le enrolaron en uno de los comandos
de «trabajadores judíos», que aseguraban el
mantenimiento de los campos de exterminio,
teniendo ellos mismos garantizada la muerte.

Con grilletes en los tobillos, como todos


sus compañeros, el niño atravesaba
cada día el pueblo de Chelmno.
Fue mejor tratado que los demás durante
más tiempo, gracias a su enorme agilidad,
que le permitía ganar las competiciones
que organizaban los nazis entre sus
prisioneros: concursos de saltos o de
velocidad. Y debido, también, a su voz melodiosa:
muchas veces, durante la semana, cuando
había que alimentar a los conejos del corral
de las S S , Simón Srebnik, vigilado por
un guardia, subía el N er en una barcaza
hasta el extremo del pueblo, cerca de las praderas de
alfalfa. Se ponía a cantar aires del folklore
polaco y el guardia, en compensación,
le instruía con estribillos militares prusianos.
E n Chelmno todos le conocían.
Los campesinos polacos, y también los civiles
alemanes, ya que esta provincia de Polonia
había sido anexionada al Reich desde la caída
de Varsovia; había sido germanizada y rebautizada
como Wartheland. También se había cambiado
Chelmno por Kulmhof, Lodz por
Litzmannstadt, Kolo por Warthbrücken, etc.
Por doquier, en el Wartheland, se habían
establecido colonos alemanes; y en el mismo
Chelmno, había una escuela primaria alemana.

E n la noche del 18 de enero de 1945,


dos días antes de la llegada de las tropas
soviéticas, los nazis mataron de un
tiro en la nuca a los últimos
«trabajadores judíos». También Simón Srebnik
fu e ejecutado. L a bala no interesó
sus centros vitales. Vuelto en sí,
se arrastró hasta una pocilga de cerdos.

16
L e recogió un campesino polaco.
Un oficial médico de la Armada Roja
le cuidó y le salvó. Algunos meses
más tarde, Simón partió hacia Tel-Aviv
con otros supervivientes.
L e he encontrado en Israel.
H e convencido al niño cantor
para que volviera conmigo a Chelmno.
Tenía 47 años.

Simón Srebnik

Una pequeña casa blanca


permanece en mi memoria
Cada noche sueño
con esta pequeña casa blanca

Campesinos de Chelmno

Tenía trece años y medio.


Tenía una hermosa voz, cantaba de una forma muy bella y se le entendía.

Una pequeña casa blanca


permanece en mi memoria
Cada noche sueño
con esta pequeña casa blanca

Cuando hoy le he vuelto a oír cantar,


mi corazón ha latido con mucha más fuerza,
porque lo que ocurrió aquí fue un asesinato.
Verdaderamente, yo he revivido lo que ocurrió.

Simón Srebnik

Es difícil de reconocer, pero era aquí.

Aquí se quemaba a la gente.

17
Mucha gente fue quemada aquí.
Sí, este es el lugar.
Jamás volvía nadie.

Los camiones para gasear llegaban ahí...


Había dos inmensos hornos...
e, inmediatamente, arrojaban los cuerpos a esos hornos
y las llamas subían hasta el cielo.
í Hasta el cielo?
Sí.
Era terrible.

Es algo que no se puede contar.


Nadie puede
imaginarse lo que ocurrió aquí.
Imposible. Y nadie puede comprender esto.
Incluso yo mismo, hoy día...

No me creo que yo esté aquí.


No, no puedo creerlo.
Aquí, estaba todo siempre tan tranquilo, siempre.
Cuando cada día se quemaba a dos mil personas, judíos,
estaba también tranquilo.
Nadie gritaba. Cada uno hacía su trabajo.
Era un lugar silencioso. Apacible.
Como ahora.

Tú, muchacha, no llores,


no te pongas tan triste,
porque llega el amado verano...
Y con él, volveré yo.
Las muchachas... ofrecen a sus soldados
un chato de tinto, un trozo de asado.
Cuando los soldados desfilan, las muchachas abren...
sus puertas y ventanas.

Campesinos de Chelmno

Pensaban que los alemanes le hacían cantar en el río adrede.

18
Era un juguete para divertirles.
Le obligaban a hacerlo.
Él cantaba, pero su corazón lloraba.
¿También llora su corazón
cuando vuelven a pensar en esto?
Sin duda, mucho.
Cuando la familia se reúne, todavía hablan de ello, en torno
a la mesa.
Porque era público;
en la calle, todo el mundo lo sabía.

Ésta era, realmente, la ironía de los alemanes,


mataban a la gente, pero él tenía que cantar.
Esto es lo que yo pensaba.

El otro superviviente, Michael Podchlebnik (Israel)

¿Qué es lo que ha muerto en usted en Chelmno?


Todo ha muerto.
Todo ha muerto, pero uno es sólo un hombre y quiere vivir.
Entonces, no hay más remedio que olvidar.
Uno da gracias a Dios por haber sobrevivido y
porque es capaz de olvidar.
Y que no se hable de esto.
¿Le parece correcto hablar de ello?
No es correcto, para mí no es correcto.
Entonces, ¿por qué también, incluso usted, habla de ello?
Uno habla, porque ahora tiene obligación de hablar,
pero ha recibido unos libros sobre el proceso de Eichmann
en los que era testigo y ni siquiera los ha leído.
¿Ha sobrevivido como vivo o...?
Cuando estaba en aquel sitio
uno ha vivido todo esto como un muerto,
porque jamás pensó que sobreviviría,
pero realmente está vivo.
¿Por qué sonríe todo el rato?
¿Qué queréis que haga? ¿Que llore?
Unas veces se ríe, otras veces se llora.

19
Y cuando se vive,
es preferible reír...

Hanna Zaidl, hija de Motke Zidl (Israel, superviviente de Vilna)

¿Por qué ha tenido tanta curiosidad en relación con esta historia?


Se trata de una historia muy larga.
Yo sé que cuando era una niña muy pequeña tenía
muy poco contacto con mi padre.
En primer lugar, él trabajaba fuera, yo le veía muy poco
y además era un hombre silencioso, nunca me hablaba.
Y después, cuando me hice mayor, cuando tuve valor de ponerme
ante él,
yo le he preguntado una y otra vez, siempre le he preguntado,
hasta que he logrado arrancarle
todas esas migajas de verdad que nunca llegó a decirme,
porque, en realidad, empezaba a responderme
con medias frases,
tenía, realmente, que arrancarle los detalles,
y, finalmente, cuando el señor Lanzmann vino
por primera vez
es cuando, me parece, he escuchado la historia en su totalidad.

Motke Zaidl e Isaac Dugin, supervivientes de Vilna

Todo el lugar recuerda a Ponari,


el bosque, las fosas.
Realmente, se diría que fue allí donde se quemaban los cuerpos.
La única diferencia es que en Ponari
no había piedras.
Pero, los bosques de Lituania,
son mucho más espesos
que los bosques de Israel, ¿no?
Ciertamente.
Sí, los árboles lo recuerdan,
pero ahí abajo eran mucho más altos y mucho mayores.

20
Jan Piwonski (Sobibor)

¿Se caza hoy


en este bosque de Sobibor?
Sí, aquí se caza siempre,
aquí hay muchos animales de todo tipo.
¿Se cazaba en aquella época?
No, en aquella época aquí sólo se llevaba a cabo
la caza del hombre.

Había intentos de huida.


Pero las víctimas conocían mal el terreno.
De cuando en cuando, oían explosiones
en el campo de minas,
y a veces encontraban a un corzo,
a veces a un desdichado judío
que trataba de huir.

Éste es el encanto de nuestros bosques: este silencio, esta belleza.

Pero debo decirle que este silencio


no siempre reinaba aquí.
Hubo una época en la que, aquí donde estamos,
no había más que gritos, disparos, ladridos,
y ése es, sobre todo, el periodo
que ha quedado grabado en la memoria de la gente
que vivía aquí en aquella época.

Después de la sublevación, los alemanes decidieron


liquidar el campo
y, al principio del invierno de 1943,
plantaron pequeños abetos de tres años, cuatro años,
para camuflar todas las huellas.
¿Esta arboleda?
Sí.
¿Era aquí donde estaban las fosas comunes?
Sí. Cuando uno vino por primera vez aquí, en 1944,
no podía sospechar lo que había pasado aquí.
No se podía adivinar
que estos árboles ocultaban el secreto de un campo de exterminio.

21
Michäel Podchlebnik

¿Qué es lo que sintió


la primera vez que descargó los cadáveres,
cuando abrió las puertas de su primer
camión para gasear?
¿Qué se podía hacer? Lloraba...
El tercer día uno vio a su mujer y a sus hijos.
Puso a su mujer en la fosa
y pidió que le mataran.
Los alemanes le dijeron
que todavía tenía fuerza para trabajar
y que de momento no le iban a matar.
¿Hacía mucho frío?
Era el invierno de 1942, a primeros de enero.
E n aquel momento no se quemaban los cadáveres,
¿se les enterraba, sencillamente?
Sí, se les enterraba
y cada fila se cubría con tierra,
todavía no se les quemaba.
Había, más o menos, cuatro o cinco pisos
y las fosas tenían forma de embudo.

Tiraban los cadáveres a estas fosas


y debían colocarlos como sardinas, pies contra cabeza.

Motke Zaidl e Isaac Dugin

Entonces, ¿fueron ustedes los que exhumaron y quemaron


a todos los judíos de Vilna?
Sí.
A primeros de enero de 1944, comenzaron a salir los cuerpos.

Cuando se abrió la última fosa


reconocí a toda mi familia.
¿A qué miembros de su fam ilia reconoció?

22
A mamá y a mis hermanas. Tres hermanas con sus hijos.
Todas estaban ahí abajo.
iCómo les pudo reconocer?
Como habían permanecido en tierra durante cuatro meses
y era invierno,
estaban en un estado de conservación francamente bueno.
Entonces, yo les reconocí por sus rostros y después, también,
por sus vestidos.
¿Les habían matado recientemente?
Sí.
¿ Y se trataba de la última fosa?
Sí.
O sea, que los nazis les habían hecho abrir las fosas
siguiendo un plan minucioso,
¿habían comenzado por las más antiguas?
Sí.
Las últimas fosas eran las más recientes
y se había comenzado por las más antiguas,
las del primer gueto.
En la primera fosa había 24.000 cadáveres.

Cuanto más se cavaba hacia el fondo los cuerpos estaban más aplastados,
lo que había, prácticamente, era una plancha plana.
Cuando se intentaba coger el cuerpo, se pulverizaba
totalmente,
era imposible cogerlo.
Cuando se nos obligó a abrir las fosas,
se nos prohibió utilizar herramientas,
se nos dijo: «tenéis que habituaros a esto:
¡trabajad con las manos!»
¡Con las manos!
Sí.
Al principio, cuando se abrieron las fosas, no fue posible
contenerse,
absolutamente todos rompieron a llorar.
Pero entonces, se nos acercaron los alemanes,
nos golpearon como para matarnos,
nos obligaron a trabajar
a un ritmo demencial durante dos días,

23
sin parar de golpearnos,
y sin herramientas.
Todos rompieron a llorar
Los alemanes, además, añadieron
que estaba prohibido emplear la palabra «muerte»
o la palabra «víctima»,
porque se trataba, exactamente, de tarugos de madera, pura mierda,
que todo eso no tenía absolutamente ninguna importancia,
no era nada.

El que pronunciaba la palabra «muerto» o «víctima»,


era golpeado.
Los alemanes nos obligaban a decir, en relación con los cuerpos,
que se trataba de Figuren,
es decir, d e -
marionetas, muñecas,
o de Schmattes, es decir, de andrajos.
¿Les habían dicho,
cuando comenzaron,
cuántas Figuren había en todas las fosas?
El jefe de la Gestapo de Vilna nos dijo:
«Hay 90.000 personas ahí tiradas
y es absolutamente necesario que no quede ni rastro».

Richard Glazar (Suiza), superviviente de Treblinka

Era a finales de noviembre de 1942.


Y como se nos echaba del trabajo
hacia nuestros barracones, de golpe,
en esta parte del campo, que se llamaba
el campo de la muerte, empezaron a brotar llamas.
Muy altas.
Y en un instante, todo el paisaje,
todo el campo pareció iluminarse.
Cuando ya empezó a haber sombra,
entramos en nuestro barracón,
comimos
y no dejamos de ver, a través de la ventana,

24
el fantástico resplandor de un fondo de llamas
de todos los colores imaginables:
rojo, amarillo, verde, violeta
y, de repente, uno de nosotros se levantó...
sabíamos que era cantante de ópera en Varsovia.
Se llamaba Salve
y ante esta cortina de llamas, comenzó
a salmodiar
un canto que me resultaba desconocido:

Dios mío, Dios mío,


¿por qué nos has abandonado?

E n otra ocasión se nos ha entregado al fuego,


Pero, jamás hemos renegado de Tu Santa Ley.

Lo cantó en yiddish,
mientras detrás de él prendían
las hogueras,
sobre las que, entonces, en noviembre de 1942, se comenzó
en Treblinka a quemar los cuerpos.
Era la primera vez que ocurría esto:
supimos aquella noche
que, en adelante, los muertos ya no serían enterrados,
serían quemados.

Motke Zaidl e Isaac Dugin

Desde el momento en que todo estaba preparado,


se comenzaba a derramar las materias inflamables,
y se prendía fuego.
Se esperaba a que hubiera viento fuerte
Y, en general, la hoguera ardía durante siete, ocho días.

Simón Srebnik

Un poco más lejos, ahí abajo, había un zócalo de hormigón,


y los huesos que no habían ardido,

25
por ejemplo, los huesos grandes de los pies,
nosotros los ...
había una caja con dos tiradores
y los llevábamos allá abajo,
donde otros
tenían el cometido de molerlos. Era muy fino
aquel polvo de hueso.
Enseguida, se ponía todo eso en sacos
y cuando había suficientes sacos,
íbamos hasta el Ner; ahí abajo había un puente
y los vaciábamos en el Ner, todo se marchaba con el agua,
todo se iba con la corriente.

Una pequeña casa blanca


permanece en mi memoria,
cada noche sueño
con esta pequeña casa blanca

Paula Biren (Cincinnati, Estados Unidos), superviviente de Auschwitz

¿Ha vuelto usted alguna vez a Polonia?


No. He querido hacerlo muchas veces.
Pero, ¿con qué me iba a encontrar?
¿Cómo afrontar todo aquello?

Mis abuelos están enterrados en Lodz.


Y he sabido por alguien
que ha ido allí, que pretenden arrasar el cementerio,
destruirlo.
¿Cómo iba a poder volver a visitar todo esto?
¿Cuándo murieron sus abuelos?
¿Mis abuelos?

En el gueto, rápidamente.
Eran mayores y después de un año
murió él; ella, al año siguiente.
En el gueto, sí.
Pana Pietyra, Oswiecin (Auschwitz)

Señora Pietyra, usted es ciudadana de Auschwitz


Sí, desde mi nacimiento
i Y nunca ha abandonado Auschwitz?
No, nunca
¿Había judíos en Auschwitz antes de la guerra?
Eran el 80% de la población,
e, incluso, tenían aquí una sinagoga.
¿Sólo una?
Me parece que solamente una
¿Sigue existiendo?
No, fue devastada.
Ahora, hay algo que han instalado ahí abajo
¿Había un cementerio judío en Auschwitz?
Ese cementerio sigue existiendo hoy.
Ahora está cerrado.
¿Sigue existiendo?


Está cerrado, ¿qué quiere decir eso?
Ya no se entierra ahí abajo

Pan Filipowicz (Wlodawa)

¿Había una sinagoga en Wlodawa?


Sí, había una sinagoga
27
y extraordinariamente hermosa.
Cuando Polonia estaba, todavía, bajo la dominación de los zares,
esta sinagoga ya existía.
Es incluso más antigua que la iglesia católica.

No funciona ya.
Ya no hay creyentes.

Todos esos edificios de ahí, ¿no han cambiado?

No, en absoluto. Aquí había toneles


con arenques
y los judíos vendían pescado.
Había puestos, pequeñas tiendas,
era el comercio judío,
como dice este señor.

Aquí estaba la casa de Barenholz.


Tenía un comercio de madera.
Ahí abajo estaba el almacén de Lipschitz,
que vendía pañuelos.
Aquí estaba Lichtenstein.
Y allí, ¿qué era eso de enfrente?
Había un almacén de alimentación.
¿Un almacén judío?
Sí.
Aquí estaba la pasamanería,
hilo, agujas y pequeñas fruslerías
y luego, ahí abajo, también tres peluqueros.
Esta casa tan bonita, ¿era judía?
Es judía.
¿ Y esta pequeña de aquí?
También.
¿ Y la otra de detrás?
Todo esto eran casas judías.
¿Aquella de la izquierda también?
También.
¿ Y quién vivía ahí: Borenstein?
Borenstein.
Comerciaba con cemento,
era muy buena persona y muy culto.

Aquí estaba un herrero que se llamaba Tepper.

Era una casa judía.

Aquí vivía un zapatero.


¿Cómo se llamaba el zapatero?
Yankel.
¿Yankel?
Sí.
D a la impresión de que Wlodawa era
una ciudad totalmente judía
Sí, porque es verdad.
Los polacos vivían un poco más lejos
y el centro de la ciudad estaba ocupado, únicamente,
por judíos.

Pana Pietyra

¿Qué les pasó a los judíos de Auschwitz?


Fueron expulsados y reinstalados,
pero no sé dónde.
¿En qué año?
La cosa comenzó en 1940, porque yo me instalé
aquí en 1940
y este apartamento pertenecía, también, a judíos.

Pero, según las informaciones de las que disponemos,


los judíos de Auschwitz fueron «reinstalados»,
ya que esta es la palabra,
no lejos de aquí, en Benzin y en Sosnowiecze,
en la A lta Silesia

Sí, porque se trataba, también, de ciudades judías,


Sosnowiecze y Benzin
Y usted, señora,
¿sabe lo que les ocurrió más tarde a los judíos de Auschwitz?
Creo que, enseguida, todos terminaron en el campo.

29
O sea, que volvieron a Auschwitz
Sí.

Aquí había todo tipo de gente,


de todas partes del mundo,
que vinieron aquí,
que fueron traídos aquí.

Todos los judíos vinieron aquí.


Para morir.

Pan Filipowicz

<Q ué pensó la gente cuando todos los judíos


de Wlodawa
fueron deportados a Sobibor?
¿Qué se podía pensar?
Que se trataba de su final, pero ellos mismos lo preveían.
Y eso, ipor qué?
Antes, incluso, de la guerra,
cuando se hablaba con los judíos,
ellos preveían su final,
uno no sabe cómo.
Ya, antes de la guerra, lo presentían.
¿Cómo fueron llevados a Sobibor? ¿A pie?
Era algo horrible,
él mismo estuvo allí,
se les arrastró a pie a una estación que se llama
Orkrobek.

Allí, lo primero de todo, se ponía a los ancianos


en los vagones para animales que les estaban esperando;
después, judíos más jóvenes
y por fin, los chavales.
Era lo más horrible, porque los tiraban sobre los otros
que ya estaban encerrados.

30
Pan Falborski (Kolo)

¿ Y también en Kolo había muchos judíos?


Muchísimos.
Había más judíos que polacos.
¿ Y cómo les fue, entonces,
a los judíos de Kolo?
¿Todo esto lo ha visto usted mismo?
Sí. Era horroroso.
Era horrible mirarlo.
Incluso los alemanes se escondían,
no querían ver todo aquello.
Cuando se arrastraba a los judíos hacia la estación, se les pegaba,
incluso se les mataba y había un carro especial
que seguía al convoy
donde se ponían los cadáveres.
¿Los que no podían seguir,
los que habían matado?
Sí, los que ya habían caído.
¿Dónde ocurría esto?
Los judíos estaban agrupados en la sinagoga de Kolo
y enseguida se les arrastraba hacia la estación,
donde estaba el ferrocarril de vía estrecha,
que llegaba hasta Chelmno.

Todo esto les ocurrió así a los judíos de Kolo,


pero ¿también a todos los judíos de la región...?
Sí, totalmente. En todas partes.
Se asesinaba a los judíos también en los bosques
al lado de Kalisz, no lejos de aquí...

Abraham Bomba (Israel), superviviente de Treblinka

Había una señal,


una señal muy pequeña, en la estación de Treblinka.
No sé
si estaba en la misma estación o inmediatamente antes.
En la vía en la que esperábamos,
había un panel muy pequeño:
Treblinka.

31
Yo no había oído hablar nunca de Treblinka,
porque nadie lo conocía, no es un lugar,
no es una ciudad, ni siquiera un pueblo pequeño.

Los judíos han soñado siempre,


eso estaba en el corazón mismo de su vida,
en el corazón de su espera mesiánica, soñar
que un día serían libres.

Este sueño era real, sobre todo, en el gueto.


Cada día, noche tras noche,
yo soñaba que esto iba a cambiar.

Algo más que el sueño,


la esperanza sostenida por el sueño...

La primera deportación dejó Czestochowa


el día de Yom Kippur.
La víspera de Succoth tuvo lugar la segunda deportación-
de la que yo formaba parte.
En mi fuero interno tenía un presentimiento:
si cogen a los niños y a los viejos,
mala señal.
«Ahí abajo vais a trabajar», les decían ellos.
Pero, para una anciana,
para un niño de pecho, para un niño de cinco años,
¿qué quiere decir trabajar?
Era absurdo y, sin embargo,
no había nada que hacer, nos lo creimos.

Czeslaw Borowi (Treblinka)

Nací aquí, en 1923,


y sigo viviendo aquí.
i Vivía exactamente en este entorno?
Sí, exactamente aquí.
Entonces, estaba en primera fila
para ver todo esto ahí abajo

32
Naturalmente,
era posible acercarse, se podía mirar a distancia.

Teníamos, también una parte de tierra al otro lado de la estación,


de modo que para ir a trabajar, no había más remedio que atravesar la vía,
entonces, podía verlo todo.

i Y se acuerda de la llegada
del primer convoy de judíos procedente de Varsovia
el 22 de julio de 1942?
Sí. Me acuerdo muy bien del primer convoy,
y de cuando hicieron venir a todos estos judíos aquí,
la gente comenzó a preguntarse:
«¿Qué van a hacer con ellos?»
Se daban perfectamente cuenta de que era para matarlos,
pero todavía no se sabía cómo.

Cuando la gente comenzó a comprender un poco


qué es lo que estaba pasando,
se quedaron estupefactos, comenzaron a decirse unos a otros
que desde que existe el mundo jamás se ha asesinado
a tanta gente de esta manera.
Durante todo el tiempo que ocurría esto
ante sus ojos,
icontinuaba la vida de cada día,
trabajaban los campos?

Naturalmente que trabajábamos,


pero no teníamos el ánimo de siempre.
No había más remedio que trabajar,
pero cuando se veía lo que estaba ocurriendo aquí,
nos decíamos:
¿y si rodean la casa por la noche y nos cogen
también a nosotros?
¿ Temían, también, por los judíos?
Si yo me golpeo el dedo
al otro no le hace daño.
Pero, de todas formas, se vio lo que estaba pasando
con los judíos, porque todos los convoyes que llegaban aquí
partían hacía el campo
y la gente desaparecía.

Campesinos de Treblinka

Había un terreno situado a cien metros del campo.


Y uno trabajaba, también, durante la ocupación.
¿Trabajaba en su terreno?
Sí.
Entonces, uno ha visto cómo se asfixiaba a los judíos,
ha oído cómo gritaban,
ha visto todo esto.
Había ahí una pequeña elevación del terreno
y desde ahí se podían ver las cosas no mal del todo.
¿Qué es lo que dijo?
No se podía parar y mirar.
Estaba prohibido,
porque los ucranianos disparaban hacia arriba
¿Se les permitía trabajar en su propia tierra,
aunque estuviera a cien metros del campo?
Se podía, sí, se podía,
de vez en cuando uno daba un vistazo,
cuando los ucranianos no le miraban.
Pero entonces, ¿trabajaba con la vista baja?
Sí.

Trabajaba justamente al lado de las alambradas,


se oían gritos espantosos.
¿Tenía su terreno ahí?
Sí, estaba muy cerca.
Podía trabajar ahí, eso no estaba prohibido.
¿Trabajaba, cultivaba la tierra ahí?
Sí. Incluso ahí, donde ahora está el campo,
era parte de mi terreno.
¡Ah, era parte de su terreno!
No se podía acceder,
pero se podía oír todo.
¿No le molestaba trabajar
tan sumamente cerca de aquellos gritos?
Al principio, ciertamente, era insoportable.

34
Después, se acostumbra uno...
¿Se acostumbra a todo?
Sí.

Actualmente, parece que es absolutamente...


que era imposible,
y sin embargo, es verdad.

Czeslaw Borowi

Vi los convoyes que llegaban,


cada convoy tenía entre sesenta y ochenta vagones
y a continuación había dos locomotoras,
que conducían a estos convoyes al campo
y cada vez las locomotoras enganchaban veinte vagones.
Veinte vagones, ¿y los vagones volvían vacíos?
Sí.
c'y se acuerda...?
Así pasaban las cosas:
la locomotora enganchaba veinte vagones y los llevaba
hacia el campo.
Esto podía durar, tal vez, una hora,
y los vagones vacíos volvían aquí,
se enganchaban los veinte vagones siguientes y durante ese tiempo,
los que habían sido transportados en primer lugar,
ya estaban muertos.

Ferroviarios de Treblinka

Esperaban, lloraban,
pedían agua, morían,
a veces estaban completamente desnudos en los vagones,
hasta ciento setenta personas.

Ahí es donde se les daba agua a los judíos.


¿Dónde se daba agua a los judíos?
Aquí. Cuando los convoyes habían llegado,
se daba agua a los judíos, aquí.
¿Quién daba agua a los judíos?
Nosotros, precisamente nosotros, los polacos.
Había ahí un pequeño pozo, se cogía una botella
y se les daba.
c'y no era peligroso eso de darles agua?
Era muy peligroso,
podían matarte si habías dado una botella de agua
o un vaso de agua.
Pero, a pesar de ello, se les daba.

Campesinos de Treblinka

¿Hace mucho frío aquí en invierno?


Depende. A veces, llega a haber menos 25, menos 30.
¿Qué era más penoso, según usted,
para los judíos? ¿el verano o el invierno, quiero decir,
la espera aquí?
Pienso que el invierno,
porque tenían mucho frío.

En el interior del vagón estaban de tal modo apretujados,


que, tal vez, incluso, no tuvieran frío.
Y en verano, se ahogaban porque hacía muchísimo calor.
Entonces los judíos tenían mucha sed, trataban de salir.

¿Había, ya , muertos en los vagones


cuando llegaban los convoyes?
Evidentemente, los había.
Iban tan sumamente apretujados, que, incluso, los que todavía vivían,
estaban sentados sobre los cadáveres,
porque había poco espacio.
Pero, cuando pasaban por el andén o por la vía,
¿miraban a través de las rendijas de los vagones?
Sí, se podía ver,
se podía mirar de vez en cuando al pasar.
A veces, cuando lo permitían, se les daba agua.
Sí. Pero dime,
¿cómo trataban de salir los judíos?
¿no abrían las puertas?

36
Por las ventanas.
Subían las rejas...
A h, los tragaluces tenían rejas...
Y salían por esas ventanas.
¿Saltaban?
Sí, desde luego, saltaban.
Y, a veces, lo hacían adrede,
simplemente, salían, se sentaban en tierra
y llegaban los guardias
y les golpeaban en el cráneo.

Ferroviarios de Treblinka

Saltaban de los vagones,


había que verlo.
Un día, estaba una madre con su hijo...
¿Una madre judía?
Sí, con un niño.
Huyó
y le dispararon al corazón, le dispararon en el corazón.
¿En el corazón de la madre?
Sí, de la madre.
Este señor vive aquí desde hace mucho tiempo,
no es posible olvidarlo...

Campesino de Treblinka

Ahora, cuando se piensa en ello,


no se comprende cómo un hombre
podía hacer eso a otro ser humano.
Es inconcebible, no se comprende.

Una vez, los judíos pedían agua,


un ucraniano paseaba
y prohibió dar agua,
entonces, la judía que pedía agua,
le tiró la cacerola que tenía a la cabeza,

37
entonces el ucraniano reculó un poco,
tal vez diez metros, y comenzó a disparar sobre el vagón
indiscriminadamente.
Entonces, aquí, no hubo más que sangre y sesos.

Czeslaw Borowi

Sí, había alguna gente


que abría las puertas; huían por las ventanas
y lo que pasaba es que los ucranianos disparaban a través
de los paneles del vagón.

Esto pasaba, sobre todo, por la noche,


porque cuando los judíos hablaban entre ellos,
los ucranianos que querían que hubiera calma,
les pedían que se callaran.
Entonces, los judíos se callaban, el guardia se marchaba, pero los judíos
volvían a hablar entre ellos, en su lengua, como dice este señor:
bla, bla, bla, etc.
Sí, ¿qué ha querido decir: bla, bla, bla,
qué es lo que trataba de imitar?
Su lengua.
¡No! ¡No! ¡Pregúntele!
E l ruido que hacían los judíos, ¿era un ruido especial?
Ellos hablaban en hebreo.
Ellos hablaban en hebreo,
Señor Borowi, ¿comprende el hebreo?
No.

Abraham Bomba

Estábamos en este vagón, el vagón rodaba,


rodaba hacia el este.
Ocurrió una cosa rara,
no es agradable, pero lo digo.
La mayoría aplastante de polacos,
cuando veían pasar el tren,
— íbamos como animales en ese vagón,

38
sólo se veían nuestros ojos —
reían, reían,
lo celebraban: se quitaban de encima a los judíos.
Lo que pasaba en el vagón, los empujones, los gritos:
«¿Dónde está mi hijo?» «¡Agua, por piedad!»
Se moría de hambre y, además, uno se ahogaba...
¡El calor! Esta era la suerte judía:
en septiembre, casi siempre llueve,
el tiempo refresca y ahí ¡un calor infernal!
Para un bebé como el mío, un bebé de tres semanas, no había ni una
gota de agua.
Ni una gota de agua para la madre, ni para nadie.

Henrik Gawkowski (Malkinia)

¿Oía gritos detrás,


detrás de su locomotora?
Evidentemente, ya que la locomotora estaba muy cerca
de los vagones.
Los judíos gritaban, pedían agua.
Los gritos que llegaban de los vagones que estaban muy cerca
de la locomotora podían oírse muy bien, escucharse muy bien...
¿Se acostumbra uno a eso?
No, no.
Era extraordinariamente penoso para uno.
Sabía que los seres que estaban detrás del él,
eran humanos como él.
Pero, hay que decir que los alemanes le daban,
igual que a sus camaradas,
vodka para que bebieran.
Porque sin haber bebido, no hubieran podido...
Había una especie de prima,
y esta prima se les daba, no en dinero,
sino en alcohol.
Los que trabajaban en otros trenes no recibían
esta prima.
Hay que decir que vaciaban absolutamente todo lo que recibían,
porque sin alcohol
no hubieran podido soportar el olor que encontraban
al llegar aqui,
e, incluso, compraban alcohol ellos mismos
para emborracharse.

Abraham Bomba

Llegamos por la mañana,


hacia las seis o las seis y media.
Sobre las vías paralelas
vi otros trenes en el andén.
Yo observaba...
Y vi unos dieciocho o veinte vagones,
tal vez más, que salían a la vez.
Y después, más o menos, de una hora,
vi volver a los vagones, pero sin la gente.
Mi tren se quedó ahí, más o menos, hasta mediodía.

Henrik Gawkowski

iCuántos kilómetros hay


entre la estación y la rampa
donde se desembarcaba a la gente,
dentro del campo?
Seis kilómetros.

Abraham Bomba

Mientras estábamos esperando en la estación


nuestro turno para ser trasladados al campo,
unos SS se acercaron y nos pidieron
lo que llevábamos con nosotros.
Respondimos: «Algunos tienen oro,
diamantes, pero lo que nosotros queremos es agua».
«Bien, dadnos los diamantes y tendréis agua».
Ellos los cogieron y nunca se vio el agua.
¿Cuánto duró el viaje?
El viaje, de Czestochowa a Treblinka, duró
cerca de veinticuatro horas,
contando con una parada en Varsovia
y la espera en la estación de Treblinka.
Nuestro tren fue el último en salir.
Pero, como ya he dicho,
vi muchos trenes volver y estaban vacíos.
Yo me pregunté:
«¿Qué ha pasado con la gente? No se ve a nadie».

Richard Glazar

Viajamos dos días.


Por la mañana del segundo día, vimos
que habíamos dejado Checoslovaquia,
que íbamos hacia el este.
No nos vigilaban los SS.
Lo hacía la Schupo
con uniforme verde. Nuestros vagones
eran vagones normales de pasajeros.
Cada sitio estaba ocupado.
No se podía escoger,
todo estaba numerado, todo estaba asignado.

En mi departamento, había una pareja de ancianos.


Me acuerdo, el buen hombre quería comer todo el rato y su mujer le
gruñía,
porque no les iba a quedar nada,
decía ella, para más adelante.

Era ya el segundo día,


cuando vi el cartel «Malkinia».
Todavía se continuó un poco.

De repente, muy lentamente,


el tren se separó de la vía principal y empezó a marchar a través de un
bosque.
Y como mirábamos,
— habíamos podido entreabrir la ventana —
el viejo de nuestro departamento vio a alguien...

J.1
había allí vacas paciendo...
y él preguntó, pero por signos:
«¿Dónde estamos?»
Y el otro hizo un gesto extraño. ¡Así!
Señalando el cuello.
¿ Un polaco?
Un polaco.
Pero, ¿dónde era esto? ¿en la estación?
Esto ocurría donde el tren se había parado.
En un lado estaba el bosque
y en el otro las praderas.
¿ Y había allí un campesino?
Y vimos vacas
vigiladas por un joven,
un...criado de granja... un criado.
Y uno de vosotros preguntó...
No preguntó con palabras, sino por señas:
«¿Qué es lo que pasa aquí?»
Y el otro hizo ese gesto. Así.
Pero, realmente no le prestamos atención,
No nos lo explicábamos.

Campesinos de Treblinka

Una vez, había unos judíos del extranjero,


estaban gordos, así...
¿Así?
Estaban en los vagones de pasajeros,
había, también, un vagón-restaurante, podían beber,
podían, también, pasearse
y decían que iban a trabajar en una fábrica.
Y cuando entraron en el bosque, vieron
¡qué tipo de fábrica que era!
Les hacían aquel gesto.
¿Qué gesto?
Que se les iba a estrangular.
A h , ¿ellos mismos les hacían ese gesto?
Sí, y los judíos no se lo creyeron,
los judíos no lo creían.
Pero ese gesto, ¿qué es lo que quería decir?
Que les esperaba la muerte.

Czeslaw Borowi

La gente que tenía ocasión


de acercarse a los judíos, les hacía ese gesto
para advertirlos...
¿ Y él también lo ha hecho? ¿él mismo, también, lo ha hecho?
Pregúntele...
...de que iban a ser colgados, asesinados
Sí.
Incluso los judíos extranjeros de Bélgica, de Checoslovaquia,
también de Francia, desde luego, de Holanda y de otras partes,
no lo sabían.
Mientras que los judíos polacos, sí lo sabían. Porque
en los pueblos,
en los alrededores, ya se hablaba de todo esto.
De modo que los judíos polacos estaban sobre aviso,
pero lo otros no.
Pero, ¿quién les ponía sobre aviso?
¿los judíos polacos o los otros?
Unos y otros.

Los judíos extranjeros llegaban, aquí, en vagón pullman,


iban muy bien vestidos, con camisa blanca,
había flores en sus vagones,
jugaban a las cartas...

Henrik Gawkowski

Pero, según lo que y o sé, era muy raro


el caso de judíos extranjeros transportados en vagones de pasajeros.
L a mayoría llegaba en vagones para animales.
No, eso no es cierto, eso no es cierto.
¿No es cierto? ¿qué dice ella, la señora Gawkowska?
La señora Gawkowska dice que, tal vez, su marido no lo vio todo.

Él dice que lo ha visto. Sucedió que una vez, por ejemplo,
en la estación de Malkinia,
un judío del extranjero salió del vagón,
fue a comprar algo en el bar,
pero el tren se puso en marcha, entonces él comenzó
a correr detrás...
¿Para alcanzar su vagón?
Sí.

Czeslaw Borowi

Entonces, él pasaba delante de estos vagones de pasajeros,


delante de estos pullmans, como él dice,
y, ¿hacía ese gesto
a aquellos judíos extranjeros que estaban m uy tranquilos,
que no presentían nada?
Sí.

A todos los judíos,


en principio, a todos los judíos.
¿Pasaba sobre el andén así? ¡Pregúntele!
Sí, el camino estaba como ahora,
cuando el guardián le miraba, cuando se paseaba,
justamente entonces, hacía aquel gesto...

Henrik Gawkowski

E va, pregunte al señor Gawkowski


por qué tiene un aspecto tan triste
Porque vi que los hombres marchaban hacia la muerte.
Y aquí, ¿dónde está aquel sitio exactamente?
No está muy lejos, está a dos kilómetros,
dos kilómetros y medio, más o menos...
Entonces, ¿qué? ¿el campo?
Sí.
cP ese camino de tierra que él muestra?
Ahí,
a h í e s t a b a la v ía , la v ía f é r r e a h a c i a e l c a m p o .

y, el señor Gawkowski, fuera de los trenes de deportados


que él ha conducido, bien desde Varsovia,
bien desde Bialystok, hasta la estación
de Treblinka, ¿tuvo que conducir
vagones de deportados
desde la estación de Treblinka hasta el interior del campo?
Sí.
¿Lo hizo con frecuencia?
Dos o tres veces por semana.
¿Durante cuánto tiempo?
Más o menos un año y medio.
E s decir, ¿durante todo el tiempo que duró la existencia del campo?
Sí.

A h í está la rampa.
E l está aquí, va hasta el fin a l con su locomotora,
¿y tiene los veinte vagones detrás de él?...
Plantéele la pregunta.
No, los tiene delante de él.
A h , ¿él los empuja?
Sí, exactamente, los empuja.
É l los empuja...

Han Piwonski (estación de Sobibor)

A partir del mes de febrero de 1942,


comencé a trabajar, aquí, como ayuda de guardagujas.

Los edificios de la estación, las vías, los andenes,


¿son exactamente los mismos que en 1942?
¿no ha cambiado nada desde 1942?
Nada.

¿Dónde comenzaba el campo exactamente?


¿Cuál era el límite del campo?
Les voy a mostrar, exactamente.
Aquí,

45
había una valla que llegaba hasta esos árboles
que se ven allí.
Y además, había otra valla,
que iba hasta los árboles que se ven allá abajo.

Aquí; si yo estoy ahí, estoy en el recinto


del campo,
¿es correcto?
¿en el interior del campo?
Exactamente.
Y después aquí, ahí, ahí estoy a quince metros de la estación,
¿estoy, ya, fuera del campo?
Todo esto es la parte polaca.
Y después de esto, ¿la muerte?
Sí.

Siguiendo las órdenes de los alemanes, los ferroviarios polacos eran


obligados a dividir los trenes:
la locomotora cogía veinte vagones,
iba en dirección a Chelm,
y ahí hay un cambio de agujas, el tren maniobraba,
y empujaba los vagones hacia el interior del campo-
sobre la otra vía que se ve allá abajo.
Ahí es donde comenzaba la rampa.

Por tanto, ahí, si entiendo bien, ahí estamos en el exterior


del campo...
Sí, se vuelve ahí,
se entra en el interior...
S i se compara Sobibor con Treblinka,
la estación, prácticamente, forma parte del campo.

Y después, entonces, ahí, aquí, estamos


en el interior del campo...
Esa vía estaba, ya, en el interior del campo.
¿ Y es, exactamente... Es exactamente la misma?
¡Sí! La misma vía.
La misma, esto no ha cambiado desde aquel tiempo.

46
Entonces, ahí donde nos encontramos,
está lo que se llama la rampa, ¿es correcto?
Sí, es la rampa,
donde se descargaban las víctimas destinadas al exterminio.
Entonces, pues, el sitio en el que estamos es donde
250.000 judíos han desembarcado
antes de ser gaseados...
¡Sí!

¿Los judíos extranjeros llegaban aquí,


como en Treblinka,
en vagones de pasajeros?
No siempre.
Con frecuencia, los judíos más ricos, de Bélgica, de Holanda,
de Francia,
llegaban en vagones de pasajeros, muchas veces, incluso,
en pullmans,
y como regla general, eran mejor tratados por los guardias.

Sobre todo, los convoyes de los judíos de la Europa Occidental


esperando, aquí, su turno...
Los ferroviarios polacos han visto cómo las mujeres
se maquillaban, se peinaban bien;
eran totalmente inconscientes de la suerte que les esperaba
en pocos minutos; ellas se arreglaban...
Ellas se arreglaban...
Y los ferroviarios polacos no les podían decir nada,
porque los guardias que vigilaban el tren,
prohibían entrar en contacto con las futuras víctimas.

Y me imagino que habría días hermosos como hoy...


¡Ah, sí, había días
todavía más hermosos que éstos!
Rudolf Vrba (New York), superviviente de Auschwitz

La rampa era el término de los trenes que llegaban a Auschwitz.


Llegaban día y noche, bien uno por día, bien cinco,
de todas partes del mundo.

Yo trabajé allí del 18 de agosto de 1942


al 7 de junio de 1943.
Los trenes se sucedían sin fin,
Yo, fácilmente, vi doscientos en mi puesto sobre la rampa:
se había convertido en una rutina.
Sin descanso, de todas partes, la gente llegaba al mismo sitio,
con la misma ignorancia sobre la suerte de los precedentes.

Y yo sabía perfectamente que, dos horas después,


de esta masa de gente, el 90% serían gaseados; lo sabía.

Y no comprendía que la gente pudiera desaparecer así...

Y no pasa nada y llega el siguiente transporte.


Y no saben nada sobre la suerte del precedente,
y esta situación continúa meses y meses.

Así es como pasaba:


por ejemplo, un tren judío era esperado a las dos de la mañana.
Cuando se acercaba a Auschwitz, se le anunciaba a las SS.
Un SS nos despertaba;
se nos escoltaba en la noche,

4S
hasta la rampa... Éramos alrededor de doscientos hombres.
Y todo se iluminaba.
Ahí estaba la rampa, los proyectores,
y bajo los proyectores, alineados, las SS;
cada metro, un SS con el arma calada.
Nosotros, los prisioneros, estábamos en medio,
esperando el tren, esperando las órdenes.
Cuando todo estaba preparado, llegaba el convoy.
Rodaba muy lentamente; la locomotora,
que estaba siempre en cabeza, llegaba a la rampa.
Y ese era el fin de la línea,
el fin del viaje.

Desde la parada del tren,


la dite de los gangsters se apostaba;
y todos, ante los dos o tres vagones,
a veces ante cada vagón,
uno de estos Unterscharfurer esperaba,
esperaba con una llave y abría las puertas,
porque estaban con el cerrojo echado.

En el interior, naturalmente, estaba la gente.


Miraban por las rendijas sin comprender,
después de tantas paradas —algunos llevaban
diez días de viaje—
qué significaba esa parada ahí.
Entonces, la puerta se abría,
y la primera orden lanzada era:
«¡Alie Heraus!». Todos fuera,
y para hacerse comprender, golpeaban con sus porras,
al primero, al segundo, etc.
Los judíos iban como sardinas dentro de estos vagones.

Sí, el mismo día, llegaban cinco o seis trenes,


la descarga se hacía con urgencia:
iban a garrotazos, les insultaban.

Pero con buen tiempo podían actuar de otra forma,


mostrarse de buen humor
y hacer gracias, diciendo por ejemplo:
«Buenos días señora, baje por favor».
fD e verdad?
Sí, oh sí.
O: «Qué bien que esté usted aquí, perdón por la incomodidad.
Todo va a cambiar ahora...».

Abraham Bomba

Entrando en Treblinka, no se sabía


quién era la gente:
algunos llevaban brazaletes rojos
o azules: los comandos judíos...

Cayendo del tren,


empujándonos unos a otros,
uno se perdía
en medio de los gritos, de los alaridos.
Una vez abajo,
se situaban en dos filas,
las mujeres a la izquierda, los hombres a la derecha.
Ni siquiera teníamos tiempo de mirarnos,
porque nos golpeaban en la cabeza
con cualquier cosa.
Es... Era muy muy doloroso... Tú no sabías qué pasaba,
no tenías tiempo de pensar, los gritos te enloquecían,
no podías oír otra cosa que los alaridos.

Richard Glazar

Y, de repente, comenzaba aquello: gritos, alaridos.


«¡Bajad, bajad todos!»
Nada de gritos, un alboroto, un tumulto.
«¡Fuera, fuera,
dejad las maletas!»
Salimos aplastándonos unos a otros.
Vimos a hombres

50
con brazaletes azules,
algunos iban armados con látigos.
Reconocimos a los SS.
Uniformes verdes,
uniformes negros...

Éramos una masa,


La masa nos arrastraba a todos,
era imposible de resistir,
debía llegar hasta otro lugar.
Yo vi desvestirse a los otros.
Y oí: «¡Desnúdense! ¡A la desinfección!»

Y como esperaba, ya desnudo,


caí en la cuenta
de que los SS ponían a algunos aparte;
ésos debían volver a vestirse.
Y, de repente, pasó un SS, se paró delante de mí,
me midió y dijo:
«Sí, sí, tú también, rápido, únete a los otros, vuelve a vestirte.
Tú vas a trabajar aquí y, si superas tus pruebas,
podrás ser jefe de equipo o kapo».

Abraham Bomba

Con los de mi transporte, yo esperaba, ya desnudo,


llegó un hombre y dijo: «Usted, usted, usted...».
Salimos de la fila y ellos nos miran de lado.
Algunos de los otros comprendían lo que estaba pasando
y presentían que no saldrían vivos.
Volvían para atrás, negándose a avanzar
—sabían, ya, a dónde iban—
hacia esta gran puerta...

Los llantos, los gritos, los alaridos,


lo que pasaba allí abajo era imposible...
Las llamadas, los gritos se te quedaban clavados en los oídos
y en la cabeza durante días y días,
y por la noche también.

51
No podía dormir durante noches enteras.

De repente, de golpe, todo se paró,


como respondiendo a una orden.
Todo se volvió silencioso
ahí abajo, donde la gente había desaparecido,
como si todo estuviera muerto.

Entonces, nos dijeron que limpiáramos todo


el lugar donde dos mil personas, más o menos,
se habían desnudado a la intemperie;
que lo cargáramos todo, que lo evacuáramos todo.
Y todo eso, ¡en un segundo!
Los alemanes, otros que estaban ahí,
los ucranianos, comenzaron a aullar,
a dar golpes para que lleváramos los paquetes con más rapidez
sobre nuestras espaldas, todavía más rápidamente,
hacia el puesto central,
donde había inmensas pilas de vestidos, de calzado, etc.
En un relámpago, todo estaba vacío como si no hubiera pasado nada.
Nada. Ni nadie. Nunca.

No quedaba ningún resto. ¡Ni rastro!


Como por arte de magia, todo había desparecido.

Rudolf Vrba

Antes de cada llegada,


la rampa estaba limpia totalmente.
No podía quedar ningún rastro del transporte precedente.
Ni rastro.

Richard Glazar

Se nos empujó a un barracón.


El barracón entero apestaba.
Sobre una altura, tal vez, de metro y medio,
amalgamados, formando una masa, se amontonaban

52
todos los objetos imaginables que la gente había podido llevar:
paños, maletas,
cualquier cosa,
amalgamado formando una masa.
Y sobre esta masa, saltando como diablos,
los individuos-
hacían bultos.
Y los sacaban afuera.
Se me asignó a uno de ellos.
Sobre su brazalete tenía la inscripción «Jefe de equipo».
Él gritó y comprendí
que yo también debía coger un paño, hacer un bulto,
y llevarlo a otra parte.
Estando trabajando, le pregunté:
«¿Qué pasa? ¿y los otros? ¿los desnudos? ¿dónde están?»
Y él respondió: «Toit. Todos muertos».

Pero yo no me daba cuenta. Todavía no me lo creía.


Es una palabra yiddish. Y confieso que oía hablar
yiddish por primera vez.

Él no me lo dijo muy alto


y vi que tenía los ojos llenos de lágrimas.
Pero, de repente, se puso a gritar,
levantó su látigo...
y me di cuenta, por el rabillo del ojo, de que se acercaba un SS.
Y comprendí que no debía plantear más preguntas,
sino solamente precipitarme fuera con el paquete.

Abraham Bomba

Entonces, fue cuando comenzamos a trabajar en este sitio,


que ellos llamaban Treblinka.
Y, sin embargo, yo no podía creer
lo que estaba pasando al otro lado de la puerta,
donde la gente había desaparecido
y donde se había hecho un silencio total.
Pero, enseguida, preguntando

53
a los que ya trabajaban ahí, comprendimos.

«¡Qué! ¿Es que no sabéis?


Todos han sido gaseados; ¡están todos muertos!»

No podíamos pronunciar una sola palabra:


estábamos petrificados.
«¿Qué le ha pasado a la mujer, al niño?
—¿Qué mujer? ¿Qué niño? No queda
nadie».
¡No queda nadie! Pero, ¿cómo han matado,
cómo han gaseado a tanta gente a la vez?
Ellos tenían su método...

Richard Glazar

Mi único pensamiento en aquel instante era Carel Unger, amigo mío.


Estaba detrás del tren,
en un ramal que se había separado y dejado fuera.
Necesitaba a alguien. Cerca de mí, conmigo.
Y, entonces, le vi. Estaba en el segundo grupo,
él también, vivo.
Y, durante el camino, no sé cómo, había captado,
ya sabía.
El me miró
y solamente dijo: «¡Richard, mi padre, mi madre,
mi hermano!...».
Lo había comprendido durante el camino.
Este encuentro entre Carel y tú,
¿cuánto tiempo después de la llegada se produjo?
Se produjo... unos veinte minutos después de llegar a Treblinka.

Entonces, yo salí del barracón


y, por primera vez, descubrí aquel inmenso lugar...
Se le llamaba —esto lo supe más tarde—
el «Lugar de clasificación».
Desaparecía bajo montañas de objetos de todo tipo.
Montañas de zapatos, de vestidos; diez metros de altura.
Entonces, pensé y le dije a Carel:

54
«Esto es un huracán, un mar monstruoso.
Hemos naufragado. Vivimos todavía.
No debemos hacer nada.
Solamente esperar cada nueva ola,
adaptarnos a ella,
prepararnos para la siguiente ola...
y permanecer sobre la ola a cualquier precio. Y nada más»

Abraham Bomba

Así es como pasó el día.


Veinticuatro horas sin agua, sin nada,
no podíamos beber nada, llevar nada a nuestra boca,
era imposible.
Sólo pensar que un minuto, una hora antes,
formabas parte de una familia, una mujer,
un marido...
Y, de repente, de golpe, todo había muerto.

Se nos puso en un barracón especial;


allí dormía yo, muy cerca del paso,
y ahí abajo, aquella noche
fue la noche más horrible para todos,
por el recuerdo
de todo lo que habíamos vivido y compartido:
alegrías, felicidad, nacimientos, matrimonios,
todo lo demás... Y, de repente, en un segundo,
cortar con todo esto, para nada, sin razón,
porque la gente no tenía culpa de nada,
sólo de ser judíos.

Para la mayoría fue una noche en blanco,


se intentaba hablar, estaba prohibido,
el guardia dormía en el mismo barracón.
No se podía comunicar
ni compartir nuestros pensamientos.
A las cinco de la mañana,
comenzamos a salir
y cuando hicieron el llamamiento.

55
descubrimos
que en nuestro grupo cuatro o cinco estaban muertos.
No sé cómo ocurrió esto, debían llevar
consigo
cianuro u otro veneno y se habían envenenado.
Al menos dos de ellos eran íntimos amigos.
No habían dicho nada ni siquiera se sabía que llevaban
consigo veneno.

Richard Glazar

Verde. Si no, por todas partes arena.


Por la noche, cuando se nos colocó en un barracón.
El suelo no era más que arena.
Nada más.
Y cada uno de nosotros, simplemente, se tumbó. Sobre aquel sitio.

En mi duermevela, oí
cómo algunos se ahorcaban.
No reaccionamos. Era casi normal.

Igual que era normal que detrás de cada uno de aquellos


sobre los que se cerraba la puerta de Treblinka,
estuviera la Muerte, debía estar ahí la Muerte,
porque nadie debía
nunca poder dar testimonio.

Y eso, después de las tres primeras horas en Treblinka


yo ya lo sabía
Berlín
Inge Deutschkron; nacida en Berlín,
permanecerá allí durante toda la guerra
(en la clandestinidad a partir de febrero de 1943);
hoy vive en Israel.

Éste ya no es mi país.
Sobre todo, no es mi país
cuando se atreven a decirme que no sabían...
Ellos no vieron...
«Sí, aquí había judíos, desaparecieron,
no se ha sabido nada más».
¿Cómo pudieron no ver?
¡Esto duró casi dos años!
Cada quince días se arrancaba a la gente de su hogar.
¿Cómo pudieron estar tan ciegos?

El día en que Berlín fue limpiado de sus últimos judíos,


nadie quería permanecer en las calles,
las calles estaban totalmente vacías.
Para no ver, hacían sus compras precipitadamente.
Era un sábado, estaban comprando para el domingo
y volvían a sus casas a toda velocidad.
Me acuerdo de aquel día como si fuera ayer:
los coches de policía surcaban las calles de Berlín,
arrancando a la gente de sus casas.
Hacían redadas en las fábricas, en los domicilios, por todas partes,
57
para concentrarlos en un sitio llamado el «klu».
El «klu» era un restaurante-dancing; muy grande.
Desde allí, fueron deportados en numerosos transportes.

Embarcaban no lejos de aquí, en la estación de Grünewald.


Y es el día en que...
De repente, ¡me sentí tan absolutamente sola!
¡tan absolutamente abandonada!:
sabía que en adelante no íbamos a ser más que un puñado;
¿cuántos otros clandestinos habría ahí?
Y me sentía muy culpable de no haberme dejado deportar,
de haber intentado escapar a un destino
del que los demás no podían huir.
No había calor humano,
ni un alma fraternal, ¿comprende?
Sólo pensábamos en ellos: «¿Y Elsa? ¿Y Hans?
¿Dónde está él y dónde está ella?
Dios mío, ¿y el niño?»
Estos eran nuestros pensamientos en aquel día de horror.
Y por encima de todo, ¡sentirse tan sola y tan culpable
de no haber marchado con ellos!

¿Por qué lo intentamos? ¿Qué fuerza nos empujó


a huir de lo que era, verdaderamente, nuestro destino y el
de nuestro pueblo?

Franz Suchomel, SS Unterscharführer

¿Está usted preparado?


Sí.
Podemos...
Se puede comenzar.
iCómo va su corazón? iE stá todo en orden?
Oh, mi corazón, de momento, va bien.
Sí, tengo dolores, ya se lo diré;
habrá que interrumpir.
Sí, sí, desde luego.
Pero, su salud, en general...

58
Oh, el tiempo hoy me favorece.
Alta presión barométrica, eso es bueno para mi.
E n cualquier caso, parece usted en plena forma.
Bien. Vamos a comenzar por Treblinka.
Cuando quiera.
S í, creo que es lo mejor.
S i usted pudiera damos
una descripción de Treblinka,
¿cómo era Treblinka a su llegada?
Usted llegó a Treblinka en agosto, ¿no?
E l 20. ¿O tal vez el 24 de agosto?
El 18.
¿El 18?
No lo sé exactamente. Alrededor del 20 de agosto...
Llegué con otros siete camaradas.
¿De Berlín?
De Berlín.
¿De Lublin?
De Berlín a Varsovia, de Varsovia a Lublin,
de Lublin vuelta a Varsovia y de Varsovia a Treblinka.
Sí. ¿ Y cómo era Treblinka en aquella época?
Treblinka, en aquella época, funcionaba a tope.
¿A tope?
A tope.
Lo que ocurría...
Entonces se estaba a punto de vaciar el gueto de Varsovia.
En dos días llegaron unos tres trenes,
siempre con tres, cuatro, cinco mil personas,
todas de Varsovia.
Pero al mismo tiempo, llegaban, también, trenes
procedentes de Kielce y de otras partes.
Entonces, llegaron tres trenes y, como la ofensiva contra Stalingrado
estaba en su apogeo, abandonaron los transportes de judíos en una
estación.
Y además, eran vagones franceses,
ellos iban enchironados.
De manera que llegaron a Treblinka cinco mil judíos
y entre ellos había tres mil muertos.
¿En los vagones?
En los vagones.

59
Se habían abierto las venas, o habían muerto así...
Se descargó a gente medio muerta
y a gente medio loca.

En los otros trenes que venían de Kielce


y de otras partes,
la mitad, al menos, estaban muertos.

Se les amontonó aquí, aquí,


aquí y aquí.
Eran miles de seres humanos
apilados unos sobre otros...
¿Sobre la rampa?
Sobre la rampa.
Apilados como leña.

Pero también,
otros judíos, vivos, esperaban ahí después de dos días,
porque las cámaras de gas pequeñas no eran suficientes.
Funcionaban día y noche en aquel tiempo.

Pero, por favor, ¿podría usted describir con toda precisión


su primera impresión de Treblinka?
M uy exactamente.
Esto es muy importante.
La primera impresión de Treblinka, para mí
y para una parte de mis camaradas, fue catastrófica.
Porque no se nos había dicho
cómo y qué... Que ahí abajo se mataba a la gente.
No se había dicho.
¿Usted no lo sabía?
No.
¡Es increíble!
Pero es así. Yo no quería ir allí.
Esto se ha probado en mi proceso.
Se me había dicho:
«Señor Suchomel, ahí abajo hay grandes talleres
de sastres y de zapateros,
y usted va para vigilarlos».

60
Pero, isabía usted que se trataba de un campo?
Sí. Se me había dicho:
«El Führer ha ordenado acciones de traslados.
Es una orden del Führer».
D e traslados...
Acciones de traslado.
Jamás se dijo «matar».
S í, si, comprendo.

Señor Suchomel, no hablamos de usted,


sino solamente de Treblinka.
Porque su testimonio es capital
y usted puede explicar lo que era Treblinka.
Pero no cite mi nombre.
No, no, se lo he prometido.
Bien, usted llegó a Treblinka.
Entonces, el brigada Stadie
nos enseñó el campo,
a lo largo y a lo ancho...
Y, justamente cuando estábamos pasando, ellos estaban
a punto de abrir las puertas de la cámara de gas...
Y tumbaron a la gente como si fueran patatas.
Desde luego, esto nos espantó y nos conmovió.
Volvimos a sentarnos en nuestras maletas
y lloramos como viejecitas.

Cada día se escogían cien judíos para trasladar los cadáveres a las fosas.
Por la tarde, los ucranianos arrastraban a estos judíos
a las cámaras de gas, donde los mataban.
Cada día.

Hacía el tremendo calor de agosto.


La tierra formaba ondas
—como las olas— a causa del gas.
¿Los cadáveres?
Imagine esto: las fosas tenían, tal vez, seis o
siete metros de profundidad
y todas abarrotadas de cadáveres.
Una fina cama de arena y el calor. ¿Veis?
Era un infierno allá arriba.

61
í Usted vio esto?
Sí. Una sola vez, el primer día.
Entonces, nos pusimos a gritar y a llorar.
¿A llorar?
También a llorar, sí.

El olor era infernal.


¿Infernal?
Sí, porque los gases se escapaban sin parar.
Apestaba horriblemente, apestaba a kilómetros...
¿Kilómetros?
A kilómetros.
¿Se sentía el olor por todas partes?
¿y no solamente en el campo?
Por todas partes. Dependía del viento. El hedor
era arrastrado por el viento.
¿Comprende?

Cada día llegaba más gente, cada día más


sin medios para matarlos.
Estos señores querían vaciar el gueto de Varsovia
a toda prisa.
Las cámaras de gas tenían una capacidad demasiado escasa.
Las cámaras de gas pequeñas.

Los judíos debían esperar su turno un día,


dos días, tres días.

Presentían su suerte.
La presentían.
Tal vez, dudaban; pero más de uno, lo sabía.
Por ejemplo, había mujeres judías
que, por la noche, abrían las venas de sus hijos
y después se las abrían ellas mismas.
Otros se envenenaban.

Oían el ruido del motor que alimentaba


la cámara de gas.

62
Era un motor de tanque.

En Treblinka, sólo se utilizó el gas del escape


de los motores.
En Auschwitz, el zyklón.

A causa de la espera,
Eberl —Eberl era el comandante del campo—
telefoneó a Lublin. Dijo:
«No se puede seguir así, yo no puedo más,
hay que parar».
Y una noche, llegó Wirth.
Lo inspeccionó todo, se marchó enseguida.
Volvió con gente de Belzec...
Con facultativos.
Y Wirth logró que se pararan los transportes.

Se despejaron los cadáveres que yacían ahí.


Era el periodo de las antiguas cámaras de gas.
Y como caía tanta gente, como había
tantos muertos
de los que era imposible desembarazarse,
los cuerpos se amontonaban alrededor de las cámaras de gas
y ahí se quedaban durante días.
Y debajo de estas pilas de cadáveres había una cloaca,
una cloaca de diez centímetros con sangre, con gusanos
y con mierda.
Nadie quería levantar esto.
Los judíos preferían dejarse fusilar
antes que trabajar allá arriba.
¿Preferían dejarse fusilar?
Era espantoso. Enterrar a los suyos y ver con sus ojos...
La carne de los cadáveres se les quedaba en las manos.
Entonces, Wirth en persona fue allí,
con algunos alemanes...
Hizo cortar largas correas
que pasaba alrededor del torso de los cadáveres para sacarlos.
¿Quién hizo esto?
Los alemanes.
¿Wirth?

63
Los alemanes y los judíos.
¡Los alemanes y los judíos!
Pero, ¿los judíos también?
Los judíos también.
S í, pero, ¿qué hacían los alemanes?
Forzaban a los judíos...
¿Les golpeaban?
... O participaban ellos mismos en la operación de limpieza.
¿Qué alemanes hicieron esto?
Hombres de nuestro destacamento que habían sido destinados
allá arriba.
¿alemanes ellos mismos?
Se les obligó.
¡Ellos mandaban!
Ellos mandaban... Eran mandados...
Y mandaban, también.
Para m í que son los judíos los que lo hicieron
En esos casos, los alemanes debían ponerse manos a la obra.

Philip Müller, judío checo, superviviente de las cinco liquidaciones


del «comando especial» de Auschwitz.

Philip, aquel domingo de mayo de 1942


en el que, por primera, vez.
entraste en el crematorio de Auschwitz 1,
¿qué edad tenías?
Veinte años.

Era un domingo, en mayo.


En el bloque once estábamos encerrados en una celda
subterránea.
Estábamos ocultos
cuando llegaron algunos SS,
que nos escoltaron por una de las calles del campo.

Pasamos por una puerta,


y a unos cien metros,
a cien metros de la puerta,
apareció ante mí, de repente, un edificio,
un edificio estrecho con una chimenea.
En la parte de atrás vi una entrada;
yo ignoraba adonde se nos llevaba, creía que se nos llevaba
a ejecutar.
De golpe, delante de una puerta,
bajo una pequeña linterna en medio de este edificio,
un joven Unterscharführer aulló:
«¡Dentro, basura, cerdos!».

Y nos encontramos en un corredor.


Nos arrojó al corredor.
Inmediatamente, el hedor, el humo, me sofocaron.
Corrimos, todavía,
y entonces distinguí los rasgos
de los dos primeros hornos.
Y entre los hornos, se agolpaban algunos detenidos judíos.

Nos encontrábamos en la sala de incineración del crematorio


del campo 1 de Auschwitz.

Y desde allí, se nos empujó hacia


otra gran sala.
Y recibimos la orden de desnudar a los cadáveres.
Miro a mi alrededor...
Hay centenares de cuerpos.
Estaban vestidos.
Entre los cadáveres, en desorden,
maletas, paquetes...
Y, un poco diseminados por todas partes,
extraños cristales azul-violeta.
Todo me resultaba incomprensible.
Era como un golpe en la cabeza, como si hubieras sido fulminado.
¡Ni siquiera sabía dónde me encontraba!
¡Y cómo era posible
matar a tanta gente a la vez!

Habíamos desnudado, ya, a algunos,


cuando se dio la orden de alimentar los hornos.
De repente, un Unterscharführer se volvió hacia mí y me dijo:
«¡Sal de aquí, vete a trasladar los cadáveres!»

65
Pero, ¿qué significaba
«trasladar los cadáveres»?
Entré en la sala de cremación.
Allí estaba un detenido judío,
Fischel, que más tarde llegó a ser jefe de equipo.
Me miró y yo vi
cómo hurgaba en el horno con una gran barra.
Entonces me dijo: «Haz como yo,
si no, el SS te mata».
Yo cogí una pica
y le imité.
¿Una pica?
Una pica para fuego, de hierro.
Y obedecí la orden de Fischel.

En aquel momento, yo estaba en estado de shock, como hipnotiza­


do,
dispuesto a ejecutar todo lo que me mandaran.
Había perdido el juicio hasta tal punto,
estaba de tal manera espantado,
que hice todo lo que Fischel me dijo.
Por tanto, fueron alimentados los hornos,
pero éramos inexpertos...
Y habíamos dejado funcionar los ventiladores
más tiempo del necesario.
¿Los ventiladores?
Sí. Había ventiladores para atizar el fuego.
Funcionaron durante demasiado tiempo.
Los ladrillos refractarios estallaron de golpe
y las canalizaciones que unían el crematorio de Auschwitz
a la chimenea
se obstruyeron.

La cremación quedó interrumpida.


Los hornos dejaron de funcionar.

Y, más tarde, al atardecer, llegaron unos camiones,


debíamos cargar el resto,
alrededor de trescientos cadáveres

66
en los camiones;
y nos embarcaron...
Todavía hoy, no sé adonde,
Pero, según todos los indicios, era un campo en Birkenau.
Recibimos la orden de descargar los cadáveres
y de ponerlos en una fosa.
Allí había una fosa, una fosa artificial...
De repente, brotó agua subterránea
y arrastró a los cuerpos hacia el fondo.

Por la noche,
tuvimos que parar ese horrible trabajo y se nos devolvió
a Auschwitz.

Al día siguiente, fuimos conducidos al mismo sitio.


Pero el agua había subido más todavía.
Llegó un coche de bomberos con SS
y achicaron el agua.
Tuvimos que bajar a esa fosa fangosa
para amontonar allí a los cadáveres.
Pero estaban pegajosos...
Por ejemplo, cuando quise coger a una mujer,
sus manos...
Su mano estaba resbaladiza, pegajosa y traté de sacarla...
Pero me caí para atrás, al agua, en el fango.
Y lo mismo pasaba con todos nosotros.
Allá arriba, al borde de la fosa, Aumeller y Grabner aullaban:
«¡Moveos, basura, canallas!»
«¡Os vamos a domar, atajo de mierderos!»
Y en estas... En estas...
circunstancias, si puedo decirlo, había dos compañeros míos
que no podían más. Entre ellos, un estudiante francés.
¿Judío?
Todos judíos... Estaban al límite de sus fuerzas
y se quedaron allí, tumbados en la arcilla.
Entonces, Aumeller llamó
a uno de sus SS:
«¡Vete ahí, acábame con esa basura!»
Estaban en situación límite. Y mis compañeros fueron
matados en el sitio.

67
¿No había crematorios en Birkenau en esta época?
No. Allí aún no los había.
Birkenau no estaba terminado.
Sólo el campo B1 —que se convirtió, más tarde,
en el campo de las mujeres— existía.
En la primavera de 1943,
fue cuando tuvieron que trabajar, aquí,
obreros cualificados
y peones, todos judíos,
y construir los cuatro crematorios.

Cada crematorio tenía quince hornos,


un gran guardarropa de alrededor de 280 m'
y una gran cámara de gas,
donde se podía gasear hasta tres mil personas a la vez.

Franz Suchomel

En septiembre de 1942, se edificaron las nuevas cámaras de gas.


¿Quién las construyó?
Bajo la dirección de Hackenhold y de Lambert,
fueron los judíos los que hicieron este trabajo.
El grueso de la obra, al menos.
Las puertas las construyeron
carpinteros ucranianos.
En cuanto a las puertas mismas de las cámaras de gas,
se trataba de puertas blindadas de bunkers.
Yo creo que las trajeron de Bialystok; allá abajo
había bunkers rusos.
¿Cuál era la capacidad de las nuevas
cámaras de gas?
Había dos ¿no?
Sí. Pero las antiguas, sin embargo, no fueron demolidas.
Cuando los transportes eran numerosos,
se las reutilizaba.
Y aquí... Los judíos dicen que había cinco a cada lado,
yo digo que cuatro,
pero no estoy seguro.

68
En cualquier caso, sólo la situada en alto,
a ese lado, estaba activa.
¿ Y p o r qué no la del otro lado?
Porque el transporte de los cadáveres habría sido
demasiado complicado.
¿Demasiado lejos?
Sí. Porque Wirth hizo construir, allá arriba, el «campo de la muerte»
y asignó un comando de «judíos trabajadores».
Se trataba de un comando fijo
de alrededor de doscientas personas
que siempre trabajaron en el «campo de la muerte».

Pero, icuál era la capacidad de las nuevas


cámaras de gas?
Las nuevas cámaras de gas... Veamos...
Se podía acabar con tres mil personas en dos horas.
Pero, ¿cuántas personas a la vez
en un sola cámara de gas?
No se lo puedo decir exactamente. Los judíos dicen doscientas.
¿Doscientas?
Sí, doscientas.
Imagínese una habitación del tamaño de ésta.
Pero, ¡en Auschwitz se metían más!
¡Pero Auschwitz era una fábrica!
¿ Y Treblinka?
Le voy a dar mi definición.
Quédese con esto:
Treblinka era una cadena de muerte, ciertamente primitiva,
pero que funcionaba bien.
¿ Una cadena?
... De muerte. ¿Comprende?
Sí.
¿Pero primitiva?
Primitiva. Sí, primitiva.
Pero esa cadena de muerte funcionaba bien.
¿ Y Belzec era más primitivo?
Belzec era el laboratorio.
El que mandaba el campo era Wirth.
Y Wirth, ahí abajo, realizó todos los ensayos imaginables.
Al principio, fue mal aceptado.

69
Las fosas rebosaban,
la cloaca chorreaba ante el comedor de los SS.
Aquello apestaba... Delante del comedor...
Delante de su barracón.
iEstuvo usted en Belzec?
No. Wirth con sus propios hombres...
Con Franz, con Oberhäuser
y Hackenhold lo ensayó todo ahí abajo.
Ellos mismos, los tres, debían poner los cadáveres
en la fosa,
para que Wirth supiera cuánto espacio necesitaba.
Cuando no lo querían hacer —Franz se negaba—,
Wirth pegaba a Franz golpes de látigo,
y Hackenhold, también, ¿comprende?
¿Kurt Franz?
Kurt Franz.
Así era Wirth. Y, gracias a esta experiencia, llegó
a Treblinka.

Munich
En una cervecería, Joseph Oberhäuser.

Dígame...
¿Cuántos litros de cerveza despacha usted al día?
¿No puede responder?
Tengo mis razones.
¿Por qué no?
¿Cuántos litros de cerveza despacha usted al día?

Otro camarero de la cervecería

¡Venga, díselo!

Joseph Oberhäuser

¿Decirle qué...?

70
Otro camarero de la cervecería

Más o menos. ¡Díselo más o menos!

Joseph Oberhäuser

Cuatro, cinco hectolitros.


¿Cuántos?
Cuatro, cinco hectolitros.
Cuatro, cinco hectolitros. Es mucho.
¿ Y usted trabaja aquí desde hace mucho?
Alrededor de veinte años.
Veinte años.
Pero, ¿por qué disimular...?
Tengo mis razones.
... S u rostro?
Tengo mis razones.
¿Qué razones?
Pero, ¿por qué?
¡Dígamelo!

¿Reconoce usted a este hombre?

¿No?
Christian Wirth...
¡Señor Oberhäuser!
¿ Usted se acuerda de Belzec?
¿Tiene usted recuerdos de Belzec? ¿No?
¿ Y las fosas que rebosaban?
¿No lo recuerda usted?

Señor Spiess, procurador general del proceso de Treblinka


que tuvo lugar en Franckfurt en 1960.

El comienzo de la Acción misma, estuvo caracterizado por


una total improvisación.
En Treblinka, por ejemplo,

71
Eberl, el comandante, dejó que llegaran
más transportes de los que el campo tenía posibilidad
de «manejar».
Esto fue la catástrofe,
iMon tañas de cadáveres!

La noticia de esta impericia


llegó al jefe de la «Aktion Reinhard»,
Odilio Globocznik, en Lublin.
Globocznik se presentó en Treblinka
para hacerse una idea de la situación.
Existe una relación muy concreta de este viaje gracias al relato
de su antiguo chófer, Oberhäuser.
Era un día caluroso de agosto...
De todo el campo llegaba el olor
de la carne putrefacta.
Globocznik ni siquiera se tomó la molestia de entrar
en el interior;
se paró aquí, ante el bloque del comandante.
Convocó al doctor Eberl
y le saludó con estas palabras:
«¿Cómo te atreves a aceptar tal cantidad cada día,
cuando no puedes ‘acabar’ más que con tres mil?»
Las operaciones, entonces, fueron interrumpidas,
Eberl fue relevado, Wirth llegó
seguido, inmediatamente, por Stangl
y el campo fue reorganizado por completo.
La «Aktion Reinhard» englobaba los tres campos
de exterminio:
Treblinka, Sobibor y Belzec.
Se habla, también, de tres campos de exterminio sobre el Bug,
porque se encontraban todos sobre el Bug o muy cerca del río Bug.

Las cámaras de gas ocupaban el centro del campo:


se construían, primero,
bien en un bosque, bien en un campo, como en Treblinka.
Las cámaras de gas eran los únicos edificios de piedra.
Todos los demás, eran barracones de madera:
estos campos no estaban hechos para durar.

72
Himmler tenía prisa en poner en marcha la «solución final».
Había que aprovechar el avance alemán hacia el Este
para perpetrar en este lejano país de retaguardia,
lo más secretamente posible, el asesinato en masa.

Al principio, pues, no existió


la perfección que se alcanzó tres meses más tarde.

Jan Piwonski (Sobibor)

Hacia el fin de marzo de 1942


hicieron venir aquí a grupos muy importantes de judíos,
Entre cincuenta y cien personas.
Llegaron numerosos trenes
con elementos de barracones, de postes,
con alambradas, con ladrillos,
y se comenzó la construcción, propiamente dicha, del campo.
Los judíos descargaban estos vagones
y transportaban los elementos de estos barracones hacia el campo.
El ritmo de trabajo impuesto por los alemanes
era extremadamente rápido.
Viendo el ritmo al que trabajaron
—era de una extrema brutalidad—
viendo esta instalación, después este recinto,
que, además, delimitaron una superficie enorme,
comprendimos que lo que los alemanes estaban
a punto de construir,
no serviría para hombres.

Al principio de junio,
llegó el primer convoy.
Tenía, tal vez, más de cuarenta vagones.
Este convoy iba acompañado de SS con uniforme negro.
Esto ocurrió una tarde, justo cuando yo
terminaba de trabajar.

... Pero, él cogió su bicicleta y volvió a su casa

73
¿Por qué?
Yo, simplemente, pensaba
que esas personas habían llegado allí para trabajar
en la construcción del campo.
Como los otros que habían trabajado allí antes.
Era imposible saber
que aquel convoy
era el primero destinado al exterminio.
Y, por otra parte, tampoco se podía saber
que Sobibor sería un lugar de exterminio de la nación judía en
masa.
Al día siguiente por la mañana,
cuando vine aquí para trabajar,
en la estación reinaba un silencio ideal;
y comprendimos, después de las conversaciones
con el personal polaco de la estación que trabajaba aquí,
que había pasado algo absolutamente incomprensible.

Lo primero de todo, cuando se construía el campo,


había una serie de órdenes gritadas en alemán,
había gritos, había judíos que trabajaban
a toda marcha, había disparos,
pero allí reinaba el silencio, no había comandos
de trabajo,
un silencio verdaderamente ideal.
Llegaron cuarenta vagones y después, nada.
De modo que era algo muy extraño.
¿Fue el silencio lo que les hizo comprender?
Así es. Sí.
¿Puede describir ese silencio?
Era un silencio...
Dentro del campo no pasaba nada,
no se veía nada, no se oía nada,
ningún movimiento.

Entonces, allí comenzaron a preguntarse:


«¿Dónde han puesto a estos judíos?»

74
Philip Müller

En el bloque 11, en Auschwitz 1, en la celda n° 13,


estaba detenido el comando especial.
Esta celda estaba bajo tierra, aislada;
en adelante, nosotros íbamos a ser
«portadores de secreto», muertos con prórroga.
No debíamos hablar a nadie,
ni entrar en contacto con ningún prisionero.
Ni siquiera, incluso, con los SS.
Excepto con los que estaban encargados de la «Aktion».

Había una ventana,


se oía lo que pasaba en el patio.
Las ejecuciones, los gritos de los que suplicaban,
los alaridos. Pero no podíamos ver.

Todo esto duró, así, unos cuantos días.


Una noche, llegó un SS
de la sección política.
Eran alrededor de las cuatro de la madrugada.
El campo estaba todavía dormido, todo dormía en el campo.
Ni un ruido en el campo.
Una vez más, se nos hizo salir de nuestra celda
y se nos condujo al crematorio.
Y ahí, yo vi, por primera vez,
cómo ocurrían las cosas
con los vivos.
Se nos alineó contra un muro
con la orden formal de no hablar con nadie.
Y, de repente, la puerta de madera del patio del crematorio
se abrió ante un grupo de doscientas cincuenta
a trescientas personas,
gente mayor, mujeres.
Llevaban bolsos... La estrella de David.
A pesar de la distancia, me di cuenta
de que se trataba de judíos polacos,
probablemente originarios de la Alta Silesia,
del gueto de Sosnowitz, más o menos a treinta kilómetros

75
de Auschwitz.
Yo cazaba al vuelo algunas de sus palabras.
Yo oía fachowitz...
Que significa: «trabajador cualificado».
Y también, Malach-Ha-Mawis...
En yiddish, es el «ángel de la muerte»,
Harginnen : «Nos van a matar».
Y, gracias a estas palabras que captaba,
comprendía, claramente, qué combate se libraba en ellos.
Unas veces, hablaban de trabajo,
tal vez esperaban, todavía...
Otras veces, evocaban a M alach-Ha-M awis, el ángel de la muerte.
La confrontación de las palabras traducía la de los sentimientos.
De repente, un silencio petrificó
al grupo reunido en el patio del crematorio.
Y todas las miradas se dirigieron
hacia el tejado plano del edificio.
¿Y quién estaba allí?
Aumeller, el SS,
Grabner, el jefe de la sección política
y el Untersturmführer, Hóssler.
Entonces, Aumeller tomó la palabra:
«Habéis venido aquí para trabajar
para nuestros soldados que pelean en el frente.
Y para aquellos que trabajen, todo irá bien».

Se veía claro que la gente recuperaba algo de esperanza.


Se percibía con toda claridad.
Los verdugos habían pasado el primer obstáculo.
Entonces, Grabner, a su vez, habló:
«Necesitamos albañiles, necesitamos electricistas.
Necesitamos todos los oficios».
Y después, Hóssler relevó a Grabner.
A dedo, designó entre la multitud a un hombrecillo.
Todavía puedo verlo hoy.
«¿Cuál es su oficio?»
El hombre dijo:
«Señor oficial, soy sastre.
—¿Es usted sastre? ¿Qué tipo de sastre?
—De caballeros. No; de caballeros y también de señoras.

76
—¡Formidable! ¡necesitamos gente así en nuestros talleres!»
Y entonces, interroga a una mujer:
«¿Cuál es su oficio?
—Enfermera.
—¡Bravo! Necesitamos enfermeras en
nuestros hospitales para nuestros soldados.
Os necesitamos a todos. Pero, para empezar,
desnudaos...
Tenéis que pasar a la desinfección.
Nos preocupa vuestra salud».
Me di cuenta de que parecían más tranquilos,
serenados por lo que se les había dicho;
y comenzaron a desnudarse.

Aunque tal vez dudaran...


Quien quiere vivir está condenado a la esperanza.

Las ropas quedaban en el patio.


Esparcidas por todas partes.
Aumeller resplandecía muy orgulloso por la forma
en que había procedido.
Se volvió hacia algunos de los SS y les dijo:
«¡Este es el método! ¡Proceded así!»
Mediante este subterfugio,
se había realizado un auténtico salto cualitativo,
en adelante, se podían utilizar las ropas.

Raúl Hilberg, historiador (Burlington, Estados Unidos)

Yo no he empezado por las grandes preguntas


porque temía respuestas escuetas.
Por el contrario, opté por atenerme
a las precisiones y a los detalles,
para organizados en una determinada «forma»,
una estructura que permitiera
si no explicar, al menos describir
más completamente lo que pasó.
Y así es como consideré el proceso
burocrático de destrucción —eso fue aquello, en efecto—

77
como una serie de etapas que se sucedían en un orden lógico
y que se deducían totalmente
de la experiencia pasada.
Todo esto sirve tanto para las medidas administrativas,
cuanto para el arsenal psicológico e, incluso, para la propaganda.
Sorprendentemente, se inventó poco
hasta el día en el que, ciertamente, hubo que ir más allá
de todo lo que ya se había hecho y gasear a esa gente,
es decir, aniquilarlos en masa.
Entonces, aquellos burócratas se convirtieron en inventores.
Pero como todos los fundadores, no patentaron
sus realizaciones, prefirieron la oscuridad.
¿Qué tomaron los nazis
del pasado?
El contenido mismo de las leyes que promulgaron, por ejemplo, la
exclusión de los judíos de los cargos públicos,
la prohibición de los matrimonios mixtos, la prohibición
de emplear servicio doméstico ario
de menos de cuarenta y cinco años,
los decretos de «mareaje», en particular la estrella amarilla,
el gueto obligatorio, el poner bajo tutela todo testamento judío
redactado para excluir
de la herencia a un cristiano.
Un gran número de medidas de este tipo se habían diseñado
a lo largo del tiempo, durante más de mil años, por la autoridades de
la Iglesia,
después por los gobiernos seculares
que siguieron sus pasos.
Y la experiencia, así acumulada, se convirtió en una reserva
de la que ellos echaron mano en un grado
verdaderamente impresionante.
¿Piensa usted que se puede comparar cada medida?
Se pueden comparar un gran número de leyes y decretos
alemanes con sus correspondientes en el pasado
y establecer paralelos absolutos,
incluso en los detalles, como si existiera una memoria
que se prolongara automáticamente hasta los años 1933,
1935, 1939 y más allá.

78
E n este sentido, ¿no inventaron nada?
Inventaron muy poco, ni siquiera la imagen del judío,
que tomaron prestada
de textos que se remontan al siglo XVI.
Y lo mismo puede decirse de la propaganda,
mundo de la imaginación,
de la invención; incluso en eso, fueron a remolque
de sus predecesores,
de Martín Lutero al siglo XIX.
En eso, incluso, no inventaron nada.
Lo que inventaron fue la Solución final.
Éste fue su gran invento y en eso es en lo que todo el proceso
fue diferente en relación con todo lo anterior.
En este sentido,
lo que se produjo cuando la Solución final fue adoptada
o, para ser más preciso,
cuando la burocracia hizo su papel,
supuso un giro histórico.
Incluso aquí, yo sugeriría una progresión lógica que llegó
a su madurez en lo que se podría llamar una culminación.
Porque, desde los primeros tiempos, desde el siglo IV,
V y VI,
los misioneros cristianos habían dicho a los judíos:
«Vosotros no podéis vivir entre nosotros como judíos».
Los jefes seculares que les siguieron desde la Alta Edad Media,
decidieron, entonces:
«Vosotros no podéis vivir entre nosotros».
Finalmente, los Nazis decretaron: «Vosotros no podéis vivir».
Entonces, las tres etapas fueron: la primera, la conversión,
seguida por la guetización...
La expulsión. Y la tercera fue la solución territorial, que fue realiza­
da en los territorios bajo control alemán, excluyendo la emigración:
la Muerte,
la Solución final.
Y, la Solución final, ya lo veis, es verdaderamente final,
porque los convertidos, siempre pueden seguir siendo
judíos en secreto;
los expulsados, un día pueden volver,
pero los muertos nunca reaparecerán.
Y, tratándose de la última fase,

79
¿fueron, realmente, pioneros?
Sí, eso no tenía precedente, era totalmente nuevo.
cT cómo es posible ofrecer
una idea de esta novedad absoluta? Porque yo pienso
que para ellos mismos, también, era algo nuevo, cno?
Sí, era nuevo y esta es la razón por la que
no se puede encontrar un solo documento,
un plan específico, un «memorándum»,
que estipule negro sobre blanco:
«En adelante, todos los judíos serán matados».
Todo se deduce de formulaciones generales.
iFormulaciones generales?
Sí, incluso el término de Solución final,
total o territorial,
permite al burócrata «inferir», a partir de él.
No se puede leer tal documento, ni siquiera la carta de Goering a
Heydrich (verano de 1941), que le encarga en dos párrafos
proceder a la Solución final
y examinando este texto, considerar que todo está ya dilucidado,
nada de eso.
¿Nada de eso?
En efecto. Se trataba de una autorización para inventar,
para comenzar algo
que, hasta ese momento, era imposible poner en palabras.
Así es como yo veo las cosas.
¿ Y esto era así en todos los dominios?
Absolutamente.
En cada fase de la operación fue necesario inventar.
Ciertamente, en ese punto,
porque cada problema carecía de precedente:
no sólo cómo matar a los judíos,
sino qué hacer con sus bienes y cómo impedir que el mundo
lo supiera.
Esa multitud de problemas... Todo era nuevo.

80
Franz Schalling (Alemania)

Ante todo, explíqueme:


iCómo llegó usted a K ulm hof a Chelmno?
Usted estaba en Lodz, ¿no?
Sí, en Lodz.
¿En Litzmannstadt?
En Litzmannstadt, sí.
Allí abajo montábamos guardia sin parar.
Protección de objetivos: los molinos,
las vías, cuando Hitler iba a Prusia Oriental.
Esto resultaba algo triste y se nos dijo:
«Se buscan hombres que quieran salir de esta rutina».
Aceptamos.
Nos pusimos un uniforme de invierno,
capa, gorro de piel, botas forradas, etc
y al cabo de dos o tres días se nos dijo: «¡En marcha!»
Se nos embarcó en dos, tres camiones...
No sé... Con asientos;
y viajamos, viajamos
y llegamos.
Aquello rebosaba de SS y de policía.
Nuestra primera pregunta: «¿Qué hay que hacer aquí?»
— «¡Ya lo veréis!»
¿Ya lo veréis?
¡Ya lo veréis!
Usted no pertenecía a las S S , pero...
A la policía.

81
iQ ué policía ?
«i Protección!»
Y después, orden de concentración: «¡A la Deutsches Haus!»,
el único edificio grande de piedra del pueblo.
Nos hicieron entrar.
E, inmediatamente, un hombre de las SS dijo:
«¡Secreto obligatorio!»
¿Secreto?
«Secreto obligatorio».
«Firme aquí». Cada uno tuvo que firmar.
Había un formulario preparado para cada uno.
¿Cuál era su contenido?
«Secreto... obligatorio, secreto obligatorio», etc.
Ni siquiera lo leimos entero.
¿Tenía que prestar juramento?
No, nuestra firma. Firmar
que se cerraría el pico sobre todo lo que viéramos.
¿«Se cerraría el pico»?
Ni una palabra. Después de que
firmamos todos, se nos dijo: «Solución final
de la cuestión judía».
No entendimos.
¡Ah! Alguien dijo...
Anunció lo que iba a ocurrir allí.
¿Alguien dijo: «Solución Final...»?
¿Ustedes se encargarían de la «Solución Final»?
Sí. Pero nunca se entendió qué podía
querer decir aquello.
Entonces, él nos explicó.
¿Cuándo era esto, exactamente?
Veamos... ¿cuándo era esto?...
En invierno, en invierno de 1941-1942.
Inmediatamente, nos asignaron nuestros puestos.
Nuestro puesto de guardia estaba al borde del camino.
Delante del castillo, una garita.
Entonces, ¿usted estaba en el «comando del castillo»?
Sí.
¿Puede usted describir lo que vio?
Podíambs ver, estábamos en el porche.
Cuando los judíos llegaban, andrajosos...

82
Medio helados, hambrientos, sucios...
Medio muertos ya. Viejos, niños,
¡imagínese! Un viaje largo,
en camión, de pie, amontonados.
¿Se lo sospechaban? Es imposible saberlo.
Sin duda, desconfiaban.
Imagínese: después de meses de gueto...
Yo oía a un SS arengarles:
«Se os va a desnudar,
a bañar,
vais a trabajar aquí».
Los judíos daban su aprobación:
«Sí, eso es lo que queremos».
¿Era grande el castillo?
Muy grande, con una notable escalinata;
y ahí, encima de las escaleras, se ponía el SS.
Y después, ¿qué ocurría?
Arrastraban a los judíos a dos o tres grandes salas
en el primer piso.
Allí, se debían desnudar y entregarlo todo,
los anillos, el oro, todo.
Sí,
¿y cuánto tiempo permanecían ahí los judíos?
El tiempo necesario para desnudarse.
Después, completamente desnudos, bajaban otra escalera
hasta un pasillo subterráneo,
por el cual subían hacia la rampa
donde les esperaba el camión para gasearlos.
¿Los judíos entraban en ese camión de buen grado?
No, a golpes.
Les golpeaban dando palos como de ciego.
Y los judíos comprendían, gritaban...
¡Horroroso! ¡Era horroroso!
Lo sé porque bajábamos al sótano cuando estaban todos en el
camión.
Allí, abríamos las celdas de los «judíos trabajadores»
que debían recoger,
en el patio, los objetos tirados por la ventana del primer piso.
Descríbame los camiones para gasear
Pesos pesados.

83
¿M uy grandes?
Eh... Veamos...
como de aquí a la ventana.
Simples camiones de mudanza, con dos portones atrás.
¿ Y cuál era el sistema?
¿Cómo, por medio de qué se mataba?
Con los gases de escape.
¿El gas de escape?
La cosa era así: uno de los polacos gritaba: «¡Gas!»
Entonces, el conductor iba debajo del camión, para fijar el tubo
y que éste permitiera el paso del gas hacia el interior del vehículo.
El gas del motor.
¿Cómo penetraba el gas?
A través de una manga. Un conducto.
Pasaba por debajo del camión,
hasta dónde justamente, la verdad es que no lo sé.
¿Era sólo el gas de escape?
Sí.
¿Quiénes eran los conductores?
Eran SS.
Toda esa gente era SS.
Estos conductores, ¿eran muchos?
No lo sé.
¿Eran dos, tres, cinco, diez?
No, no tanto, dos o tres nada más.
Había, me parece, dos camiones...
Uno grande y uno más pequeño, creo.
Entonces, el conductor, ¿se instalaba...
en la cabina?
Sí, subía a la cabina después de cerrar las puertas y
ponía en marcha el motor.
¿Lo ponía a todo gas?
Eso... no lo sé, no lo sé.
Pero, ¿oía usted el ruido del motor?
Sí, se le oía girar detrás de la puerta.
¿ Y se trataba de un ruido fuerte?
El ruido del motor de un camión.
cEstaba parado el camión cuando giraba el motor?
Sí, estaba parado.
S í...

84
Después empezaba a moverse,
abríamos el portón y salía hacia el bosque.
¿La gente estaba ya muerta?
Eso no lo sé.
Había tranquilidad. Ni un grito.
¿N i un grito?
Ya no se oía nada.

Mordechaí Podlechbnik, superviviente del primer periodo


del exterminio
en Chelmno (Kulmhof), el «periodo del castillo».

Recuerda que era a finales de 1941,


dos días antes de Año Nuevo.
Les hicieron salir por la noche
y a la mañana siguiente llegaron a Chelmno.
Ahí abajo había un castillo.

Cuando llegó al patio del castillo,


ya sabía que se trataba de algo terrible.
Ya había comprendido.
Vieron los vestidos, los zapatos dispersos
por el patio.
Vio que, aparte de ellos, no había nadie
y sabía que sus padres habían pasado por allí.
Y no quedaba ningún judío.
Se les hizo bajar a una cueva.
Sobre los muros estaba grabado:
«de aquí no sale vivo nadie».
Se trataba de inscripciones en yiddish.
Había muchos nombres.
Piensa que se trataba de judíos de pequeños pueblos
alrededor de Chelmno,
que habían llegado antes que él
y que habían escrito sus nombres.

Algunos días después de Año Nuevo, una mañana,


oyeron que llegaba un camión cargado de gente.
Entonces, los SS sacaron a esa gente del camión

85
y les hicieron subir a la primera planta del castillo.
Los alemanes engañaban a la gente diciéndoles
que les llevaban a un cuarto de baño.
Les hicieron bajar por el otro lado
donde había un camión.
Los alemanes estaban al lado y les empujaban
y les golpeaban con armas
para que subieran más rápidamente a los camiones.
Oyó a gente cantar el «Shema Israel»,
y oyó cómo se cerraban las puertas del camión.

Se les oía gritar


y los gritos se iban haciendo progresivamente más débiles;
y cuando el silencio fue total,
partió el camión.

Le hicieron salir de esa cueva con sus cuatro compañeros;


subieron y
reunieron las ropas que habían quedado
delante de ese supuesto cuarto de baño.
¿Cayó usted en la cuenta en ese momento
de cómo estaban muriendo?
Sí, me di cuenta.
En primer lugar, porque los rumores se hacían eco de ello.
Y al salir, vi los camiones cerrados.
Entonces, ya sabía.
¿Se dio usted cuenta de que los camiones eran...
que se gaseaba a la gente en los mismos camiones?
Sí, porque oí todos los gritos
Y oí cómo esos gritos se iban debilitando
y vi que enseguida los camiones salían hacia el bosque.
¿ Y cómo eran esos camiones?
Los camiones recordaban a los que traen aquí
cigarrillos, es decir, que van cerrados,
pero que en la parte de atrás tienen dos portones abatibles.
¿De qué color?
Del color de los alemanes, un color verde, como éste.

86
Señora Michelsohn (Alemania),
mujer del instructor nazi de Chelmno.

iC uántas familias Alemanas había


en Chelmno y en Kulmhof?
Yo diría que diez u once.
alemanes de Wolhynie y dos familias del Reich.
Los Bauer y nosotros.
¿ Y ustedes?
Nosotros, los Michelsohn.
Pero, ¿cómo es que se encontraban ustedes en KulmhoP
Yo nací en Laage,
fui enviada a Kulmhof.
Buscaban voluntarios para la colonización...
Me inscribí. Y llegué ahí abajo.
En primer lugar, a Warthbrücken {Kolo),
después a Chelmno, Kulmhof.
D e Laage directamente...
No, vine de Münster.
Pero, usted escogió K ulm hof
No, yo había escogido el Wartheland.
¿Por qué?
«¡Espíritu emprendedor!»
¿Era usted joven?
Sí, joven; era joven.
¿Quería usted servir?
Sí.
¿ Y cuál fu e su primera impresión de Wartheland?
Primitivo, archiprimitivo.
¿Es decir?
Aún peor;
peor que primitivo.
Es difícil de entender, ¿no?
Pero, ¿por qué...?
Los sanitarios eran una verdadera catástrofe.
Sólo había WC en Warthbrücken, la capital,
y allí era adonde se iba. El resto, era una catástrofe.
¿Por qué una catástrofe?
Los servicios, ¡no había servicios!

87
¿Si?
Eran cabañas.
No es posible describirlo,
¡era tan primitivo!
Resulta sorprendente,
¿por qué escogió usted un sitio tan primitivo?
¡Oh! Cuando uno es joven, está dispuesto a todo.
Ni siquiera se imagina que exista eso.
Uno no se lo cree. Pero así era.

Era todo el pueblo.


Un pueblo muy pequeño.
Se extendía a lo largo del camino, simplemente algunas casas.
Había iglesia, el castillo.
También una tienda,
el edificio administrativo y la escuela.
El castillo lindaba con la iglesia.
Les rodeaba una empalizada alta.
Sí.
¿A cuántos metros de la iglesia estaba su casa?
Justo enfrente, cincuenta metros.
¿ Vio usted aquellos camiones para gasear?
No. Sí, ¡desde fuera! Iban y venían.
Pero, ¡yo no estuve dentro viendo... a los judíos en el interior!
Lo único que vi fue el exterior,
la llegada de los judíos y su partida...
Y cómo los cargaban.

Después de la guerra de 1914-1918, el castillo


estaba en ruinas.
Sólo una parte era utilizable y a ésa es a la que llevaban a los judíos.
Es decir, que ese castillo en ruinas...
... Servía para el alojamiento, y el despioje de los polacos, etc.
¡De los judíos!
De los judíos, sí.
¿Por qué dice usted «polacos» en vez de decir «judíos»?
¡Oh! Con frecuencia me pasa que mezclo.
Pero, ¡hay una diferencia entre judíos y polacos!
¡Oh, sí! ¡Oh, sí, sí!
¿Qué diferencia?

88
Bien... Los polacos no fueron exterminados.
Y los judíos lo fueron. Esa es la diferencia.
La diferencia externa, ¿no?
¿ Y la interna?
Eso yo no puedo juzgarlo, no estoy lo suficientemente versada
en psicología y en antropología...
¿La diferencia entre judíos y polacos?...
Se detestaban, eso es seguro.

Grabow (Polonia).
Claude Lanzmann lee una carta delante de un edificio
que, en otro tiempo, era la sinagoga de Grabow.

El 19 de enero de 1942,
el rabino de Grabow, Jacob Schulmann, escribía a sus amigos de
Lodz la siguiente carta:
«Muy queridos míos: hasta ahora no os he respondido
porque no sabía nada concreto sobre todo lo que me han dicho.
Pero ¡ay! Para nuestra desgracia, ahora ya lo
sabemos todo.
He estado con un testigo ocular
que, gracias al azar, se salvó.
Lo he sabido todo gracias a él.
El lugar donde fueron exterminados se llama Chelmno,
cerca de Dombie, y a todos los entierran en el cercano bosque de Rzuszow.
Los judíos son asesinados de dos maneras,
por fusilamiento o mediante el gas.
Después de algunos días,
trasladan a miles de judíos de Lodz
y hacen con ellos lo mismo.
No penséis que todo esto os lo está escribiendo
un hombre que se ha vuelto loco.
¡Ay! Es la trágica, la horrible verdad.
‘Horror, horror, hombre, rasga tus vestiduras,
cubre tu cabeza con cenizas, corre por las calles
y danza, preso de locura’.
Estoy tan sumamente cansado, que mi pluma ya no puede escribir.
Creador del universo, ¡ven en nuestra ayuda!»

89
El creador del universo no vino en ayuda de los judíos
de Grabow.
Todos fueron asesinados,
con su rabino,
en los camiones para gasear de Chelmno
algunas semanas después.

De Grabow a Chelmno hay, exactamente, diecinueve kilómetros.

Grupo de mujeres

¿ Y había muchos judíos aquí en Grabow?


Muchos. Fueron deportados a Chelmno.
Y la señora, ¿ha vivido siempre cerca de la sinagoga?
Sí, en polaco se dice Buzinika
y no sinagoga, en lenguaje popular.
Dice que ahora es un depósito de muebles,
pero, de todas formas, ellos no hicieron aquí nada malo desde el
punto de vista religioso,
no fue profanada.
¿Se acuerda la señora del rabino de la sinagoga?
Dice que ahora tiene ochenta años, por lo tanto
no se acuerda ya muy bien,
porque los judíos no están desde hace, al menos,
cuarenta años.

Una pareja en Grabow

Bárbara, diles al señor y a la señora


que viven en una casa muy hermosa.
¿Están de acuerdo? ¿Les parece a ellos hermosa esta casa?
Sí, sí.
Dime, ¿en qué consiste la decoración de esta casa,
de sus puertas? ¿Qué es lo que significa?
Antiguamente, se hacían esculturas así.
¿Fueron ellos los que la decoraron así?
No, no, pertenece, todavía, a los judíos.
Eran judíos...

90
Esta puerta tiene, por lo menos, cien años.
Tiene, por lo menos, cien años.
¿Era una casa judía?
Sí,
en todas estas casas, había judíos.
¿Todas las casas de la plaza
eran casas judías?
Sí, todas las casas de delante, de enfrente, estaban habitadas
por judíos. Sí.
¿ Y dónde vivían los polacos?
En los patios, donde estaban los WC.
A h, detrás, donde estaban los W C ...
Y aquí, delante, había un almacén, una tienda...
¿De qué?
...Alimentación
¿Regentada por judíos?
Sí.
Entonces, si he entendido bien,
¿los judíos vivían en la calle,
y los polacos en el palio, con los WC?
Sí.
Y ellos dos, ¿desde cuando viven aquí?
Quince años, hace quince años que están aquí.
¿Y dónde vivían antes?
Vivían, precisamente, en un patio
al otro lado de la plaza.
¿Se volvieron ricos, después?
¡Sí!
¿ Y cómo se hicieron ricos?
Trabajaron.
¿Qué edad tiene el señor?
Setenta años.
Tiene un aspecto joven y saludable
¿Recuerdan a los judíos de Grabow?
Sí. Cuando les deportaron de la misma manera.
¿Recuerdan la deportación de los judíos de Grabow?
El señor dice que habla bien hebreo.
¿Habla el hebreo?
Sí.
Cuando era pequeño,

91
jugaba con los judíos,
entonces, hablaba hebreo.

... Entonces, lo primero de todo, reunían a los judíos ahí donde


ahora está el restaurante,
o bien, en esta plaza, y se les cogía el oro.
Entonces, había un anciano entre los judíos que reunía ese oro
y después, este anciano entregaba ese oro a los gendarmes.
Cuando los judíos no tenían más oro, los llevaron a todos
a la iglesia católica.
¿Había mucho oro?
Sí, los judíos tenían oro
y tenían, también, unos candelabros muy bonitos.

Un hombre

¿Sabían los polacos que los judíos


iban a ser asesinados en Chelmno?
Sí, se sabía.
Los judíos, incluso, lo sabían también.
Los judíos lo sabían también...
¿ Y trataron de hacer algo en contra,
trataron los judíos de sublevarse,
de escapar, de... ?
Los jóvenes trataban de salvarse,
pero los alemanes los recuperaban
y se puede decir que los asesinaban con mayor salvajismo todavía.
En cada ciudad o pequeño pueblo,
había dos o tres calles que estaban cerradas
y los judíos estaban vigilados en ellas.
No podían salir de ese barrio.
Después, los encerraron en la iglesia polaca, aquí, en Grabow
y los llevaron a Chelmno.

La pareja

Y cogían, también, a niños tan pequeños como esos que se ven

92
ahí abajo. Los cogían por las piernas
y los arrojaban a los camiones.
Usted, señora ¿vio eso?
Los viejos también.
¿Arrojaban a los niños a los camiones?
Sí.
¿Sabían los polacos que los judíos
iban a ser gaseados en Chelmno?
Usted, señor ¿lo sabía?
Sí.

Otro hombre

¿Se acuerda usted de la deportación de los judíos de Grabow?


Sí,
en aquella época trabajaba en el molino.
Sí. ¿Enfrente?
Sí, enfrente. Lo vieron todo.
¿ Y que pensó sobre ello?
Era un espectáculo triste, ¿no es verdad, señor?
Sí, era muy triste mirarlo.
No era posible mirarlo a la ligera.
¿Qué oficio practicaban los judíos?
Eran curtidores, comerciantes, sastres,
sí.
Practicaban, también, el comercio: vendían huevos,
pollos, mantequilla.

El primer hombre

Había bastantes sastres


y comerciantes, también.
Pero, normalmente, la mayoría eran curtidores.
Tenían barba y llevaban cachivaches, eran presuntuosos, desde
luego, no eran simpáticos.
¿No eran simpáticos?
No, además, apestaban.
¿Apestaban?

93
Sí.
¿Por qué apestaban?
Porque eran curtidores y las pieles apestan.

Un grupo de mujeres

Esta señora dice que las judías eran muy guapas.


A los polacos les gustaba mucho
hacer el amor con las judías.
¿ Y las mujeres polacas están satisfechas
de que y a no haya mujeres judías, hoy?
Dice que...
a las mujeres que ahora tienen la misma edad que ella,
también les gustaba hacer el amor, fíjese.
y las mujeres judías, ¿eran la competencia?
A los polacos les gustaban las judías pequeñas,
es una locura que las amaran.
c y los polacos echaban de menos a las pequeñas judías?
Sin duda, mujeres tan guapas. ¡Sin duda!
¿Por qué? ¿En qué consistía tanta belleza?
Bien,
eran guapas porque no hacían nada.
Las polacas trabajaban.
Las judías no hacían nada, sólo pensaban
en su belleza, se arreglaban muy bien.
¡Ah! ¿Las mujeres judías no trabajaban?
No hacían absolutamente nada.
¿ Y eso por qué?
Eran ricas.
Eran ricas y las polacas tenían que servirlas
y trabajar.
H e oído la palabra «capital»...
Tenían... En fin, estaba el capital que se encontraba
en manos de los judíos.
A h sí, pero eso no lo has traducido.
Plantéale, de nuevo, la pregunta a esa señora.
E l capital, ¿estaba, pues, en manos de los judíos?
Toda Polonia estaba en manos de los judíos.

94
El primer hombre

¿Están contentos o están tristes de que ya no haya


judíos aquí?

En cualquier caso, eso no les molestaba,


pero, como usted sabe,
toda la industria en Polonia, antes de la guerra, estaba
en manos de los judíos
y de los alemanes.
Pero, en conjunto, ¿consideraban simpáticos a los judíos?
Para los polacos, puf... Los judíos no eran demasiado
simpáticos y, sobre todo, eran poco honrados.
¡Eran poco honrados!
Cuando había judíos en Grabow, ¿era allí más alegre
la vida que ahora?
No se puede decir.
N o lo sabe.
¿Por qué dice que los judíos eran poco honrados?
Explotaban a los polacos.
Es de eso de lo que, principalmente, vivían.
¿De qué forma los explotaban?
Les imponían sus precios.

Una mujer

Pregúntele si le gusta su casa


Sí,
pero sus hijos viven en casas mucho mejores.
¿En casas modernas?
Todos ellos han terminado sus estudios superiores.
A h, bravo, ¡muy bien! Eso es el progreso.
Sí, sus hijos son los más instruidos de toda la ciudad.
Bravo, señora, ¡muy bien!
¡Viva la instrucción!
Pero, dígame, esta casa es muy antigua, ¿no?
Sí, es una casa en la que antes vivían judíos.
A h, antes vivían aquí judíos.

95
¿Los conocía?
Sí.
¿Cómo se llamaban?
No.
No sabe.
¿Qué oficio tenían?
Se llamaban Benkel.
¿ Y qué oficio tenían?
Tenían una carnicería.
Tenían una carnicería.
Señora, ¿por qué se ríe?
No, era un carnicero.
Se ríe porque el señor le ha dicho que
era una carnicería en la que se podía comprar a precios
muy bajos y carne de buey.
D e buey...

El primer hombre

¿Qué piensa de que se les gaseara en los camiones?


Dice que no está nada satisfecho de ello.
Si los judíos se hubieran largado todos a Israel
por su propia voluntad,
tal vez, se hubiera alegrado.
Pero, el que se les asesinara resulta muy desagradable.

El otro hombre

¿Echa de menos a los judíos?


Sí, porque había judías muy guapas;
entonces, cuando uno era joven, eso estaba muy bien.

El grupo de mujeres

¿Lamentan que los judíos no estén y a allí


o piensan, más bien, que es mejor?
¿Qué puedo yo saber de eso?

96
Yo soy una persona sin estudios,
de modo que solamente me fijo en cómo estoy ahora.
Y ahora estoy muy bien.
¿Se encuentra mejor?
Antes de la guerra, tenía que arrancar patatas,
mientras que ahora tiene una huevería,
de modo que le va mucho mejor...
Pero todo esto, (es porque y a no hay judíos
o a causa del socialismo?
Eso es un asunto que no le interesa;
está contenta porque ahora está bien.

La pareja

Y eso de perder así a sus camaradas de clase,


¿qué efecto le ha hecho al señor?
Incluso ahora, le produce pena.
Sí, si.
¿Echan de menos a los judíos?
¡Desde luego!
Se trataba de buenos judíos, dice la señora.

Señora Michelsohn

Los judíos llegaban en camiones.


Y después, por ferrocarril
de vía estrecha.
En desorden, amontonados en los camiones,
o en los vagones
del pequeño tren.
Llenos de mujeres y de niños,
también de hombres, aunque la mayoría de ellos, ancianos.

Los más fuertes eran seleccionados para el trabajo.


Andaban con cadenas en los pies,
por la mañana iban a sacar agua
y a buscar comida, etc.
A éstos no les mataban de primeras.

97
Eso se hacía más tarde.
No sé qué ha sido de ellos.
En cualquier caso, no han sobrevivido.
Solamente dos...
Solamente dos.
¿Estaban encadenados?
Por los pies.
¿Todos?
Aquellos sí. Los otros
fueron matados enseguida.
¿ Y aquellos judíos, iban por la ciudad encadenados?
Sí.
(S e podía hablar con ellos o no?
No, no. Era imposible.
¿Por qué?
Nadie se atrevía.
¿Cómo?
Nadie se atrevía.
Sí.
¿Lo ha comprendido?
Sí. Nadie se atrevía. ¿Por qué?
¿acaso era peligroso?
Sí. Había guardias.
Y de todas maneras,
era preferible no tener nada que ver con aquello,
¿comprende?
Pone nervioso ver eso todos los días.
Obligar a toda una población a asistir a esta miseria,
resulta demasiado.
Cuando llegaban los judíos,
cuando se les metía en la iglesia o en el castillo...
Y aquellos gritos, ¡era espantoso!
¡Deprimente!
Y un día tras otro, el mismo teatro...
Terrible, era terrible. Muy triste tener que verlo.
Ellos gritaban. Se daban perfectamente cuenta.
Los judíos creían, de primeras, que se les iba a despiojar.
Pero enseguida se daban cuenta,
los gritos se volvían cada vez más alocados.
Gritos terroríficos. ¡Gritos de angustia!

98
Porque se daban cuenta de lo que les estaba pasando.
iSabe usted cuántos judíos
fueron exterminados ahí abajo?

¡Oh! Una cifra con cuatro. Cuatrocientos mil,


cuarenta mil...
Cuatrocientos mil.
Cuatrocientos mil... Sí, yo estaba segura del cuatro.
Triste, triste, triste.

Simon Srebnik, superviviente del segundo periodo


del exterminio en Chelmno,
(el «periodo de la Iglesia»).

Cuando los soldados desfilan,


las jovencitas abren
sus puertas y sus ventanas

Señora Michelsohn

¿Se acuerda usted de un niño judío de trece años?,


era un «judío trabajador».
Cantaba a orillas del río.
¿En el Ner?
Sí.
¿Vive todavía?
Sí, está vivo.
Cantaba una canción alemana,
que le habían enseñado las S S en K ulm hof y en Chelmno:
Cuando los soldados desfilan...

Señora Michelsohn

...L a s jovencitas abren


sus puertas y sus ventanas...

99
Simon Srebnik

Cuando los soldados desfilan,


las jovencitas abren...
sus puertas y sus ventanas.

Grupo de paisanos ante la iglesia de Chelmno


rodeando a Simon Srebnik.

¿De modo que es fiesta en Chelmno?


Sí.
iQ ué fiesta?
El nacimiento de la Virgen. Es su aniversario.
¡Ah! ¡Es el aniversario de la Virgen!
Sí, sí.
Pero, hay muchísima gente, ¿no?
Menos de lo normal.
Porque no hace buen tiempo, está lloviendo...
¿Están satisfechos de reencontrar a Srebnik?
Mucho. Les produce una gran satisfacción.
¿Por qué?
Sí, les produce satisfacción
porque lo han vuelto a ver
y porque conocen todo lo que ha vivido.
Ahora, cuando ven
cómo está en la actualidad,
están sumamente contentos.
¿Por qué se acuerda de él todo el pueblo?
Bien.
Se acuerdan perfectamente
porque él andaba con cadenas en los tobillos
y cantaba a orillas del río.
Era muy joven.
Era muy delgado,
daba la impresión de estar a punto de morir.
Era tan sumamente delgado, que estaba maduro para la tumba.
Sí.
cF tenía un aspecto alegre o triste?
Incluso

100
la señora, cuando vio a este niño,
dijo al alemán: «Oiga, ¡deje que se marche este niño!»
Entonces, él le preguntó: «¿Pero adonde?
— ¡Pues con su padre y con su madre!».
Entonces el alemán miró al cielo y le dijo:
«Sí, enseguida, ¡él irá allá arriba, con su padre y con su madre!»
¿El alemán dijo eso?
Sí.
¿Recuerdan el tiempo en que los judíos
estaban encerrados en esta iglesia?
Sí, lo recuerdan.
Les trajeron aquí, a la iglesia, en camión.
¿A qué hora les trajeron en camión?
Durante todo el día e, incluso, por la noche.
Entonces, ¿cómo se desarrollaban los acontecimientos?
¿lo pueden describir en detalle?
Al principio, llevaban a los judíos al castillo;
sólo después los metían en la iglesia.
Sí, en el segundo periodo.
Y por la mañana, los llevaban al bosque.
¿ Y cómo eran transportados al bosque?
En camiones muy grandes blindados.
Y por la parte de abajo, salía el gas.
Entonces,
Se les transportaba en los camiones para gasear...
¿Es correcto?
Sí, en camiones para gasear.
¿ Y dónde venían los camiones a buscarlos?
¿A los judíos?
Sí.
Aquí, a la puerta de la iglesia.
Aquí, ¿donde están ellos ahora?
No, los camiones llegaban hasta la misma entrada.
¡Los camiones llegaban hasta la puerta de la iglesia!
¿ Y sabían todos
que se trataba de camiones de muerte,
que se trataba de camiones en los que se gaseaba a los judíos?
Sí, ¡era imposible no saberlo!
¿Se oían los gritos por la noche?
Gemían. Además, tenían hambre.

101
¡Gemían, tenían hambre!
Todo estaba cerrado, tenían mucha hambre.
¿Tenían algo que comer?
Desde este lado no se podía ver.
No se podía hablar con un judío.
¿No se podía?
No,
Aunque pasara por aquí, por el camino,
no se podía echar un vistazo desde este lado.
Y ustedes, por su parte, ¿miraban?
Sí. Había camiones que llegaban aquí
y enseguida llevaban a los judíos más lejos.
Se les podía ver, pero discretamente.
A h, discretamente
Exactamente.
¿Oblicuamente?
Sí, totalmente. Se echaba un vistazo en oblicuo.
Y por la noche; ¿qué tipo de gritos se oían, qué gemidos?
Los judíos invocaban a Jesús, a María y al Buen Dios,
a veces en alemán, como dice esta señora.
¡Los judíos invocaban a Jesús, a María y al Buen Dios!
Y ahí, en el presbiterio,
había un depósito que estaba lleno de maletas.
A h, ¿eran
maletas de los judíos?
Sí, ahí había oro.
Había oro.
¿ Y cómo es que esta señora sabe que había oro?
Pregúntele... A h , ¡es la procesión!
Entonces, vamos a parar.

¿Había tantos judíos en la iglesia


como cristianos ha habido hoy?
Casi.
¿ Y cuántos camiones de gasear hacían falta
para vaciar todo esto?
Una media de cincuenta.
¡Hacían falta cincuenta camiones para vaciar todo esto!
¿Era un tráfico incesante?

102
Sí.
Esta señora decía, ahora mismo, que
en la casa de enfrente se colocaban las maletas de los judíos.
¿Qué es lo que había en esos equipajes?
Había cacerolas de doble fondo.
¿ Y qué es lo que había en las cacerolas de doble fondo;
en el doble fondo de las cacerolas?
Había objetos preciosos, objetos de valor.
Sí, también había oro en los...
En los vestidos.
Cuando se les daba de comer, los judíos, a veces,
nos tiraban objetos preciosos, a veces dinero.
Pero ellos acaban de decir que no podían hablar
a los judíos, que estaba prohibido.
Absolutamente prohibido.
¿Echan de menos a los judíos?
Sin duda.
Hemos llorado igual que ellos, dice esta señora.
Y, el señor Cantarowski les daba
alimentos, pan y pepinos.
A su juicio, ¿por qué les pasó a los judíos toda esta historia?
¡Porque eran los más ricos!

Hubo no pocos polacos que fueron exterminados,


es cierto. Sacerdotes.

El señor Cantarowski va a contar


lo que le ha dicho uno de sus amigos.
Eso ocurrió en Mindjewyce, cerca de Varsovia.
Los judíos de Mindjewyce fueron agrupados en una plaza
y el rabino les quería hablar.
Preguntó a un SS: «¿Puedo hablarles?»
Y el otro le respondió: «Sí».
Entonces, el rabino dijo que hace mucho, mucho tiempo de esto,
cerca de dos mil años, los judíos condenaron a muerte a Cristo,
que era completamente inocente.
Entonces, cuando lo hicieron,
cuando le condenaron a muerte,
gritaron:

103
«¡Que caiga su sangre sobre nuestras cabezas
y sobre la de nuestros hijos!»
Entonces el rabino les dijo: «Es posible que haya llegado
el momento de que esa
sangre deba caer sobre nuestras cabezas.
Por tanto, no hagamos nada,
vayamos y hagamos lo que se nos pide, ¡vamos!»
O sea,¿piensa que los judíos expiaron por la muerte de Cristo?
Él...
Él no lo cree e, incluso, no piensa que Cristo
quisiera vengarse.
No, él no es de esa opinión.
¡El que lo ha dicho es el rabino!
A h, ¡lo ha dicho el rabino!
Era la voluntad de Dios, eso es todo.
S í, si. .. cQué dice ella?
Entonces, Poncio Pilato se lavó las manos diciendo:
«Este hombre es inocente,
no quiero tener nada que ver con esta historia»,
y envió a Barrabás.
Pero los judíos gritaron:
«¡Que su sangre caiga sobre nuestras cabezas!»

Y el final, usted lo conoce perfectamente.

Pan Falborski

¿Estaba asfaltado el camino entre Chelmno,


el pueblo y el bosque,
el lugar de las fosas, como lo está hoy?
Este camino era más estrecho que ahora,
pero estaba también asfaltado.
¿A cuántos metros del camino estaban las fosas?
Aproximadamente, a quinientos, tal vez, a seiscientos o setecientos
metros del camino;
por eso, cuando se miraba al camino en esta dirección,
no se les veía.
¿A qué velocidad circulaban los camiones?
Aquellos camiones llevaban una velocidad media, más bien lenta.

104
Era una velocidad calculada,
porque había que matar, durante el trayecto,
a la gente que estaba en el interior.
Cuando los camiones circulaban demasiado deprisa,
la gente no estaba todavía
completamente muerta
cuando llegaba al bosque.
Cuando circulaban más lentamente, tenían tiempo
de matar a la gente que estaba dentro.

Una vez, un camión derrapó,


fue en una curva.

Yo llegué media hora después donde


un guardia forestal que se llamaba Sendjak.
Él me dijo:
«Es una lástima que te hayas retrasado.
Podrías haber visto a un camión que ha derrapado.
La parte de atrás se ha abierto y
los judíos han caído sobre el camino.
Todavía estaban vivos.

Entonces, un hombre de la Gestapo, viendo a estos judíos


arrastrarse,
ha cogido su revólver y les ha disparado a la cabeza.
Ha acabado con todos.
Inmediatamente, han hecho venir a los judíos que trabajaban
en el bosque,
han puesto en pie el camión y han vuelto a colocar a los cuerpos
en el mismo camión».

Simon Srebnik

Éste era el camino


que enfilaban los camiones de gasear.

En cada camión había ochenta personas.


Cuando llegaban, los SS decían:

105
«¡Abrid las puertas!»
Nosotros lo hacíamos. E inmediatamente, los cuerpos caían rodan­
do.
Un SS decía: «¡Dos hombres dentro!» Eran dos
que trabajaban en los hornos, estaban acostumbrados.
Otro SS aullaba:
«¡Arrojad más deprisa. Más deprisa! ¡Está llegando el otro camión!»
Y se trabajaba hasta que el transporte
fuera quemado en su totalidad.
Y así, durante todo el día... Así era la cosa.

Me acuerdo que una vez, vivían todavía,


todavía estaban vivos;
los hornos ya estaban llenos
y se quedaron sobre el suelo,
se movían todos, volvían
en sí, esos vivos...
Y cuando les arrojaron aquí, a los hornos,
estaban todos reanimados:
fueron quemados vivos.

Cuando construimos los hornos, yo me preguntaba


por qué.
Uno de las SS me respondió:
«¡Se va a fabricar carbón de madera para las planchas!»
Eso me dijo. Yo no tenía ni idea.
Cuando los hornos estuvieron terminados,
los leños dispuestos, la gasolina derramada y prendida,
cuando llegó el primer camión de gasear,
entonces supimos por qué habían sido construidos los hornos.

Cuando vi todo esto, no me impresionó.


Y el segundo, el tercer transporte,
tampoco me impresionaron.
Sólo tenía trece años y todo
lo que había visto hasta entonces
eran muertos, cadáveres. Tal vez,

106
no comprendí.
Si hubiera sido mayor, tal vez...
Desde luego, no comprendí.
Nunca había visto otra cosa.
En el gueto yo veía... En Lodz, en el gueto,
en el momento en que uno daba un paso, caía muerto, muerto.
Yo pensaba: debe ser así,
es normal, es así. Andaba por las calles de Lodz,
recorría, digamos, cien metros y había doscientos muertos...

La gente tenía hambre.


Andaban y caían, caían...
El hijo cogía el pan del padre, el padre el pan del hijo,
todos querían seguir viviendo.
Entonces, cuando llegué aquí, a Chelmno, yo estaba ya...
Todo esto me daba igual...

También pensaba: si sobrevivo,


sólo deseo una cosa:
que me den cinco panes. Para comer... Nada más.
Así pensaba yo. Pero también soñaba:
si sobrevivo, seré el único en el mundo.
Ningún otro ser humano, yo sólo. Único.

Si salgo de aquí, no quedará nadie en el mundo más que yo.

Geheime Reichssache. Documento secreto del Reich.

Berlín, 5 de junio de 1942.


Cambios que deben realizarse en los vehículos especiales, actualmente en
servicio, en Kulmhof, Chelmno y en aquellos que se están construyendo.

Desde el mes de diciembre de 1941,


noventa y siete mil han sido tratados (Werarbeitet)
por los tres vehículos en servicio sin incidentes de consideración.
N o obstante, habida cuenta de las observaciones realizadas hasta ahora,

107
se imponen los cambios técnicos siguientes:

1. L a carga normal de los camiones,


generalmente, es de nueve a diez por metro cuadrado.
E n los vehículos Saurer, que son muy voluminosos,
no es posible una utilización máxima del espacio.
Podrían darse repercusiones en el mantenimiento en ruta del vehículo,
no por causa de una sobrecarga eventual,
sino porque la carga tiene la capacidad máxima.
Por consiguiente, parece necesaria una disminución del espacio de carga.
Sería absolutamente imprescindible reducir este espacio de un metro,
en lugar de buscar la solución del problema,
como se ha hecho hasta ahora,
disminuyendo el número de piezas que han de cargarse.
Este último procedimiento tiene la desventaja de que exige
un tiempo de funcionamiento más largo,
porque el espacio vacío debe, también, llenarse con óxido de carbono.
E n cambio, si se disminuye el espacio de carga,
cargando en bloque todo el vehículo,
el tiempo de funcionamiento puede abreviarse considerablemente.
Los constructores del ingenio nos han dicho durante una conversación,
que la reducción de la parte trasera del camión
entrañaría un desequilibrio problemático.
E l tren delantero, alegan ellos, quedaría, efectivamente, sobrecargado.
Pero, en realidad, el equilibrio se restablece involuntariamente
por el hecho de que la mercancía cargada muestra,
durante el funcionamiento,
una tendencia natural a bascular hacia las puertas traseras
y, al fin de la operación, se encuentra tumbada, sobre todo, en este lugar.
A sí, no se produce ninguna sobrecarga del tren delantero.

2. E s necesario proteger la iluminación contra su destrucción,


en mayor medida de lo que se ha hecho hasta el presente.
Las lámparas deben ser rodeadas por unas rejas de hierro,
a fin de evitar su deterioro.
L a práctica ha demostrado que se podría prescindir de lámparas,
dado que, aparentemente, nunca son utilizadas.
N o obstante, se ha podido observar
que, en el momento de cerrar las puertas, la carga se apretuja

108
siempre fuertemente, cerca de éstas,
desde que se hace la oscuridad.
Esto ocurre por el hecho de que la carga se precipita, naturalmente,
hacia la lu z desde el momento en que sobreviene la oscuridad,
lo que hace difícil el cierre de las puertas.
Por otra parte, se ha podido observar que, a causa del carácter inquietante
de la oscuridad,
los gritos siempre estallan en el momento del cierre de las puertas.
Por consiguiente, sería oportuno encender el alumbrado
antes y durante los primeros minutos de funcionamiento.

3. D e cara a una fácil limpieza del vehículo,


es necesario disponer, en medio del piso, de un agujero de evacuación
bien cerrado.
L a tapadera del agujero, de un diámetro de 200 a 300 mm,
estará provista de un tubo inclinado,
de modo que los líquidos fluidos
puedan evacuarse, ya, durante el funcionamiento.
E n el momento de la limpieza,
el agujero de evacuación servirá para drenar las grandes suciedades.
Los cambios técnicos mencionados más arriba,
deben aplicarse a los vehículos en servicio,
únicamente, en el momento en que tengan necesidad de ser reparados.
E n cuanto a los diez vehículos nuevos encargados en Saurer,
todos ellos deberán, en la medida de lo posible,
ser provistos de todas las innovaciones y cambios
que se deduzcan de la práctica y de la experiencia.

Sometido a la decisión del Gruppenleiter I I D ,


SS-Obersturmbannführer Walter Rauff.

Firmado.

109
Se g u n d a épo ca

Franz Suchomel, SS Untersturmführer

Mirando sobre el mundo, de frente y lejos,


siempre intrépidos y alegres,
marchan los comandos al trabajo.
Hoy, para nosotros, no hay más que Treblinka, que es nuestro destino.
Hemos asimilado Treblinka en un abrir y cerrar de ojos.
Sólo conocemos la palabra del comandante
y sólo la obediencia y el deber,
queremos servir, seguir sirviendo
hasta que un día la pequeña felicidad
nos haga señas. ¡Hurra!

Comience de nuevo, pero más fuerte.


Sí, nos reímos y, sin embargo, ¡es tan triste!
¡Nadie se ríe!
No me líe.
Usted quiere la Historia, yo le cuento la Historia.
El que ha escrito la letra es Franz.
La melodía proviene de Buchenwald,
del campo de concentración en el que Franz era guardia
cuando nuevos judíos llegaban por la mañana.
«Judíos trabajadores»
Sí. Tenían que aprender esto lo primero de todo
y por la tarde, ya, cantarlo.
Está bien, pero comience de nuevo.
De acuerdo.

111
Es fundamental, ¡pero muy fuerte!
Sí...

E l paso firme, mirando sobre el mundo,


de frente y lejos,
siempre intrépidos y alegres
marchan los comandos al trabajo.
Hoy, para nosotros, no hay más que Treblinka, que es nuestro destino.
Hemos asimilado Treblinka en un abrir y cerrar de ojos.
Sólo conocemos la palabra del comandante,
y sólo la obediencia y el deber,
queremos servir, seguir sirviendo
hasta que un día, la pequeña felicidad
nos haga señas. ¡Hurra!

¿Ya está satisfecho?


Es un «original». Es más, un judío no conocía esto.

¿Cómo era posible, en Treblinka,


en los días punta,
«tratar» a dieciocho mil personas... ?
Dieciocho, es demasiado...
¡Ah! Eso lo he leído en las actas...
Sí, sí.
«Tratar» a dieciocho mil personas...
Liquidar a dieciocho mil personas...
Señor Lanzmann, eso es una exageración,
puede usted creerme.
¿Cuántos?
De doce a quince mil;
pero, entonces, se pasaba la mitad de la noche ahí.
En enero, los transportes llegaban a las seis de la mañana.
¿Siempre a las seis de la mañana?
Siempre no, frecuentemente.
Sí.
No llegaban a una hora fija.
Sí.
A veces, uno llegaba a las seis, después
otro a mediodía, o incluso por la tarde. ¿Se da cuenta?

112
Bien. Llega un transporte:
M e gustaría que describiera usted con gran precisión
todo el proceso en temporada alta...
Los transportes salían de la estación de Malkinia
en dirección a la estación de Treblinka.
¿Cuántos kilómetros hay entre M alkinia y Treblinka?
Diez kilómetros más o menos.

Treblinka era un pueblo.


Un pueblo pequeño.
La estación había ganado en importancia
gracias a los transportes de judíos.

Cada convoy tenía entre treinta y cincuenta vagones.


Se les veía siempre en tramos de diez, doce
e incluso quince vagones, que eran llevados al campo
y conducidos a la rampa.
Los otros vagones permanecían a la espera con la gente
en la estación de Treblinka.
Los tragaluces estaban alambrados
para que nadie pudiera salir.
Y sobre los techos se encontraban los «perros de raza»,
los ucranianos y los letones.
Los letones eran los peores.
Sobre la rampa, ante cada vagón,
estaban preparados dos judíos del comando azul
para que todo fuera rápido.
Decían: «¡Salid, salid, rápido, rápido, rápido!»

Había, también, ucranianos y alemanes.


¿Cuántos alemanes?
De tres a cinco.
¿Nada más?
No, se lo garantizo.
¿ Y cuántos ucranianos?
Diez.
D iez ukranianos, cinco alemanes.
Sí, sí.

113
D os... Es decir, veinte hombres del comando azul
Sí. Los del comando azul estaban aquí
y aquí enviaban a la gente al interior.
Allí estaba el comando rojo.
Sí.
¿Cuál era el trabajo del comando rojo?
Los vestidos. Debía recoger
los vestidos de los hombres,
los vestidos de las mujeres
y subirlos aquí inmediatamente.
cCuánto tiempo entre la rampa
y la operación de desnudarse, cuántos minutos?
Veamos... En el caso de las mujeres,
en el caso de las mujeres, digamos que una hora en total.
Una hora, una hora y media.
Todo un tren, en dos horas.
Sí.
En dos horas todo había acabado...
Entre la llegada...
... Y la muerte.
Y la muerte, todo acababa en dos horas.
Dos horas, dos horas y media, tres horas.
¿Todo un tren?
Todo un tren.
Y para una parte solamente, ¿para diez vagones?
No es posible evaluarlo: los tramos se sucedían.
La gente afluía sin cesar, ¿comprende?

A los hombres que esperaban agarrados ahí,


se les mandaba inmediatamente arriba por el «pasillo».
Las mujeres iban al final...
Al final.
Tenían, también, que subir y, frecuentemente, esperaban aquí.
Siempre cinco, ¿no? Cinco.
Cincuenta personas, sesenta mujeres con los niños
que debían esperar hasta que hubiera sitio aquí.
¿Desnudos?
¡Desnudos! Tanto en verano como en invierno.
E n invierno puede hacer mucho frío en Treblinka.

114
Fíjese, en invierno, en diciembre, en cualquier caso
después de Navidad...
Sí.
Pero, ya antes de Navidad, hacía... un frío de perros;
fácilmente había entre -10° y - 20°.
Lo sé porque al principio nosotros, también, reventábamos de frío.
No teníamos uniformes adecuados. Para nosotros
también hacía frío.
Pero, más todavía...
...para los desdichados...
... E n el «pasillo»...
... en el «pasillo», hacía muchísimo frío. Mucho frío.
Sí.
¿Ypuede usted
describir con exactitud ese «pasillo»?
¿cómo era?
¿cuántos metros? ¿cómo estaba la gente en ese «pasillo»?
El «pasillo» tenía alrededor de cuatro metros de largo.
Como esta habitación.
Estaba rodeado de palizadas altas como ésta, o digamos
como ésta.
¿Muros?
No, no, alambradas
con lazos muy tupidos de ramas de árboles,
de ramas de pino.
¿Comprende?
Es lo que se llamaba el «camuflaje».
Había un comando camuflaje de veinte judíos
que cada día iban a buscar ramas.
¿En los bosques?
Sí, en los bosques.
Y todo estaba cubierto. Todo, todo.
No veían fuera, ni a derecha ni a izquierda.
Absolutamente nada.
No se podía ver a través.
¿Imposible?
Imposible.
Y lo mismo aquí, aquí, aquí y aquí...
Y aquí...
Imposible ver a través.

115
Treblinka, donde fue exterminada tanta gente,
no era grande, ¿no es cierto?
No era grande.
Quinientos metros en la parte más extensa.
No era un rectángulo, más bien un rombo.
Imagíneselo: aquí estaba llano
y allí se comenzaba a subir.
Y en la cumbre de la colina se encontraba la cámara de gas.

Era necesario subir.


E l «pasillo» era llamado «Camino del Cielo», ¿no?
Los judíos le habían puesto el nombre de «la Ascensión»
y también «el Último Camino».
Son las únicas expresiones que yo oí.
Necesito imaginar,
ellos entran en el «pasillo»...
¿ Y qué es lo que sucede? ¿Van completamente desnudos?
Completamente desnudos.
Aquí estaban apostados dos grandes ucranianos .
Sí.
Sobre todo, para los hombres, ¿ve usted?
Los hombres, cuando refunfuñaban,
eran atizados
a latigazos. A latigazos. Y aquí también. Y aquí.
A h , sí.
Se «forzaba» a los hombres. No a las mujeres.
¿A las mujeres no?
No, no se les pegaba.
¿ Y p o r qué tanta humanidad?
Yo no lo vi.
Sí.
Yo no lo vi. Tal vez, les pegaban también.
¿Por qué no?
¿Por qué no?
D e cualquier forma, era la muerte.
¿Por qué no?
A la entrada de las cámaras de gas, sí, no hay duda.

116
Abraham Bomba (Israel)

Abraham, dígame, ¿qué es lo que pasó,


cómo le escogieron a usted?
Hubo una orden
de los alemanes para seleccionar a los peluqueros
para un determinado trabajo.
Nosotros, entonces, ignorábamos qué tipo de trabajo,
pero nos unimos todos los peluqueros.
¿Desde cuando estaba usted en Treblinka?
Hacía cuatro semanas más o menos.
¿Era una mañana?
Sí, una mañana hacia las diez,
cuando llegó un transporte,
cuando las mujeres fueron llevadas a la cámara de gas.
Reunieron a cierto número de
«judíos trabajadores»
y pidieron que se identificaran los peluqueros.
Yo era peluquero desde hacia no pocos años,
los que venían de mi ciudad, Czestochowa,
y de sus alrededores lo sabían.
Y así, yo fui elegido
y, a mi vez, designé a otros peluqueros
que yo conocía.
¿Profesionales?
Sí... Y nosotros esperábamos...
Recibimos la orden de ir con ellos, con los alemanes.
Nos escoltaron hasta la cámara de gas,
situada en la segunda parte del campo.
¿Estaba lejos?
No, no muy lejos.
Pero, todo estaba camuflado: palizadas, alambradas
cubiertas de ramas,
para que nadie pudiera ver, imaginar
que ese camino conducía a las cámaras de gas.
¿Eso era lo que los S S llamaban el «pasillo»?
No, decían, veamos... «El Camino del Cielo»
¿Himmelweg?
Sí, Himmelweg: el Camino del Cielo.
Nosotros lo sabíamos, ya, incluso antes

117
de ir a trabajar a la cámara de gas.
A nuestra llegada, pusieron bancos para que
las mujeres se pudieran sentar ahí.
Y para que no sospecharan
que se trataba de su última etapa, su último instante,
su último aliento. Para que no presintieran nada.
¿Durante cuántos días trabajó usted
en el interior mismo de la cámara de gas?
Trabajamos allí durante una semana o diez días.
Después, decidieron que cortáramos
el pelo en el barracón destinado a desnudarse.
¿ Y la cámara de gas?
No era grande, era una habitación
de cuatro metros por cuatro, más o menos.
Sin embargo, en esta habitación se apretujaban de tal manera las
mujeres,
estaban unas encima de otras...
Pero como ya he dicho,
nosotros ignorábamos cuál iba a ser nuestro trabajo.
De repente, apareció un Kapo:
«Peluqueros, debéis proceder de tal modo,
que todas estas mujeres que entren aquí, crean
que, simplemente, van a tener un corte de pelo,
tomar una ducha
y que, enseguida, saldrán».
Pero sabíamos ya, que de este lugar no se salía,
que era el último,
que no saldrían vivas.
¿Puede usted describir con precisión?
Describir con precisión...
Nosotros esperábamos...
De repente el transporte...
Mujeres con los niños.
Un desgarramiento...
Nosotros, los peluqueros, comenzamos a cortar el pelo y
algunas, debería decir casi todas, saben ya
lo que les va a pasar.
Nosotros intentamos hacer lo mejor...
No, no...
Ser lo más humanos posible.

118
Perdón, cuando entraban en la cámara de gas,
¿usted estaba y a allí o entraba después de ellas?
Se lo he dicho ya: estábamos ya allí.
Las esperábamos.
¿Dentro?
Sí, en la cámara de gas.
¿ Y de repente llegaban?
Sí, entraban.
¿Cómo eran?
Estaban desvestidas, totalmente desnudas, sin ropa, sin nada.
¿Completamente desnudas?
Completamente desnudas.
Todas las mujeres y todos los niños.
¿Los niños también?
Los niños también, porque salían de los barracones preparados
para desnudarse y debían desvestirse allí antes de ir
a la cámara de gas.
¿Qué experimentó usted
la primera vez que los vio entrar desnudos?
Obedecía órdenes:
cortar el pelo
como lo habría hecho un peluquero
que hace un corte normal,
pero que, al mismo tiempo, debe apurar al máximo.
Porque ellos necesitaban el pelo de las mujeres,
que expedían a Alemania.
¿Usted no las rapaba?
No, simplemente cortábamos:
había que hacerles creer
que se trataba de un corte normal.
¿Tenía tijeras?
Sí, tijeras y un peine, pero no maquinilla.
Se procedía como para un corte masculino.
No cortar al cero, sino
dejarles con la ilusión de un corte normal.
¿Había espejos?
No, ni espejos ni sillas;
solamente algunos bancos y dieciséis o diecisiete peluqueros...
Pero ellas, ¡eran tan numerosas!
Cada corte llevaba alrededor de dos minutos, no más.

119
Había tantas, que esperaban su turno.
¿Puede usted hacer una imitación? ¿Cómo hacía usted?
Bien, bien... Trabajábamos tan rápido como podíamos,
porque todos éramos profesionales.
¿Que cómo hacíamos...?
Se cortaba así, aquí... allí... y allá...
De este lado... De este otro lado... Y se acabó.
¿Con gran rapidez?
Con gran rapidez, evidentemente,
porque no había ni un segundo que perder;
el otro grupo esperaba, ya, fuera,
para pasar por el mismo proceso.
Entonces, ¿eran dieciséis peluqueros?
Sí.
¿Cuántas mujeres trataba usted en una hornada?
¿En una hornada...? Más o menos...
sesenta o setenta mujeres.
¿E inmediatamente se cerraban las puertas?
No. Cuando se había terminado con el primer grupo,
entraba el siguiente: entonces había ciento cuarenta
o ciento cincuenta mujeres
y ellos se ocupaban inmediatamente de ellas.
Nos ordenaban dejar la cámara de gas
Durante algunos minutos, alrededor de cinco minutos:
entonces, enviaban el gas y les asfixiaban hasta hacerlas morir.
¿Dónde esperaba usted?
Fuera de la cámara de gas.
Y en el otro lado... Bien, ellas entraban por este lado de aquí...
Por el otro lado había un comando
que sacaba, ya, los cadáveres:
no todos estaban muertos todavía.
y en dos minutos, ni siquiera dos minutos,
en un minuto... Todo quedaba limpio, todo estaba en orden:
podía entrar el otro grupo
y sufrir la misma suerte.
Estas mujeres, ¿tenían el pelo largo?
Largo o corto importa poco,
nosotros teníamos que hacer el trabajo.
Los alemanes querían los cabellos,
ellos tenían sus razones.

120
Pero, se lo he preguntado a usted:
«¿Qué experimentó la primera vez que vio
a esas mujeres desnudas con los niños, qué es lo que sintió?»
Usted no ha respondido.
En fin, ¿sabe? «Sentir» ahí abajo...
Era muy duro tener cualquier sentimiento:
imagínese, trabajar día y noche entre los muertos, los cadáveres,
los sentimientos de uno desaparecían,
uno estaba muerto al sentimiento, muerto a todo.
Le voy a contar una cosa:
durante el periodo en el que fui peluquero en la cámara de gas,
llegaron algunas mujeres en un transporte que procedía
de mi ciudad, Czestochowa.
Conocía a un gran número de ellas.
¿Usted las conocía?
Sí, yo las conocía, vivía en la misma ciudad.
Vivía en la misma calle.
Algunas eran amigas cercanas.
Y desde que me vieron, todas se agarraron a mí.
«Abe, ¿qué haces tú aquí? ¿qué es lo que nos vas a hacer?»
¿Qué podías tú decirles?
¿Qué podías tú decirles?
Un amigo mío estaba conmigo,
era también un buen peluquero en mi ciudad.
Cuando su mujer y su hermana fueron
introducidas en la cámara de gas...

Continúe, Abe. Usted debe hacerlo.


Es necesario.
Es demasiado horrible...
S e lo ruego,
debemos hacerlo. Usted lo sabe.
Sería incapaz.
Es necesario. S é que es muy duro,
lo sé, perdóneme.
No prolongue esto...
S e lo ruego. Continúe.
Ya se lo he dicho, esto será muy duro.

121
Ellos metían esto en sacos y
era enviado a Alemania1.

Bien. Prosigamos.
Sí. ¿Qué respondió
cuando su mujer y su hermana fueron introducidas?
Trataba de hablarles, pero tanto a una
como a la otra
era imposible decirles que se trataba del último instante
de su vida,
porque detrás estaban los nazis,
los SS,
y sabía que si decía una sola palabra
compartiría la suerte de esas dos mujeres
que eran ya como muertos.
Pero sin embargo, hacía por ellas lo máximo,
quedarse con ellas un segundo, un minuto más,
las estrechaba, las abrazaba.
Porque sabía que no las volvería a ver jamás.

Franz Suchomel

En el pasillo, las mujeres debían esperar.


Ellas oían los motores de las cámaras de gas.
Y probablemente, también los gritos y las súplicas.

Entonces, sobrevenía la angustia de muerte.


Y, ante la angustia de muerte, el ser humano se relaja,
se vacía, bien por delante, bien por detrás...
Y por esta razón, allí donde las mujeres
habían estado esperando, se encontraban, frecuentemente, cinco o
seis montones de excrementos.
D e pie...
No, no, ellas podían ponerse en cuclillas, o también de pie...
De hecho, yo no las vi «en acción», yo sólo vi
los excrementos.

Esta frase murmurada en yiddish

122
¿Solamente las mujeres?
Sí. Los hombres no.
Los hombres atravesaban rápidamente el pasillo. A la carrera.
Las mujeres se quedaban allí
hasta que quedaba libre una cámara de gas.
¿ Y los hombres?
No, ellos eran «obligados», en primer lugar, a latigazos.
A h , sí.
¿Se da cuenta?
¿Siempre en primer lugar?
Los hombres pasaban, siempre, los primeros.
¿Sin ningún tipo de espera?
No se les daba tiempo para esperar. ¡No, no!
No.
Y, la angustia de muerte...

Con la angustia de muerte,


uno se vacía.
Es algo bien sabido... Cuando el ser humano sabe
que va a morir, esto le puede pasar también en la cama.
Mi madre estaba de rodillas ante su cama...
¿Su madre?
Mi madre... Y había, allí, una gran taza...
Las cosas son así. Está establecido médicamente,
¿no es cierto?

Ya que usted lo quiere saber todo:


desde que se les descargaba, aunque esto ya pasaba
cuando se les cargaba, en Varsovia o en otras partes,
la gente era vapuleada.
Duramente vapuleada, más duramente que en Treblinka,
se lo garantizo.
Además, estaba el transporte, de pie, en el vagón,
ninguna higiene, nada, apenas agua,
la angustia.
Después, se abrían las puertas y todo comenzaba de nuevo.
«Bremze, Bremze, Bremze».
«Shipse, shipse, shipse»...
No logro pronunciarlo
a causa de mi... dentadura. Es polaco:

123
Bremze o shipse...
¿Qué significa Bremze?
Se trata de una expresión ucraniana: «¡Rápido, rápido!».
De nuevo, la caza. Una lluvia de golpes de látigo.
El SS Küttner tenía uno tan grande como él,
las mujeres a la izquierda. Los hombres a la derecha.
Y siempre, siempre, los golpes.
¿Ningún respiro?
Ningún respiro.
Por aquí, por allá, shipse, shipse, lo ve?
¡A la carrera!
Siempre a la carrera, siempre.
¡Carrera y gritos!
Y así es como se les ha «liquidado»...
¿Esta era la técnica?
Ésta era la técnica.
Porque no lo olvide usted nunca: todo debía suceder deprisa.

Y el comando azul tenía, también, como tarea,


llevar a los viejos y a los enfermos al «hospital». Porque
ellos habrían frenado el ritmo de las operaciones hacia las
cámaras de gas.
Aquello hubiera durado mucho más con los viejos.

Eran los alemanes los que decidían enviar


a éste o a aquél al «hospital»:
los judíos del comando azul no eran
más que el «instrumento de ejecución»:
guiaban a la gente hacia el «hospital»
o les llevaban allí en camillas.
Mujeres ancianas, niños enfermos,
niños cuya madre estaba enferma;
o también, la abuela demasiado mayor,
entonces, se dejaba al niño a la abuela,
porque ella no sabía. ¡El «hospital»!
Una bandera blanca con una cruz roja lo señalaba.
Se llegaba a él por un pasadizo.
Hasta el final, ellos no veían nada. Después...
Descubrían a los muertos en la fosa.

124
Sí.
Entonces, debían desnudarse,
sentarse sobre un terraplén
y se los mataba con un tiro en la nuca.
Caían en la fosa.
Siempre ardía todo dentro de la fosa: un fuego
alimentado por basuras de papel y de gasolina

y el ser humano arde muy bien.

Richard Glazar (Suiza, superviviente de Treblinka)

El «hospital» era un sitio estrecho


al lado de la rampa.
Allí se llevaba a los viejos.
Yo mismo fui obligado a hacerlo.
Este lugar de ejecución — el «hospital» — estaba a cielo abierto,
sin techo,
pero, también él camuflado,
para que nadie pudiera verlo por dentro.
Se accedía a él a través de un corredor estrecho,
muy corto, que recordaba al «Schlauch» (pasillo).
Un minilaberinto.
En medio había una fosa.
A la izquierda, cuando se entraba,
cerca de una pequeña cabaña, había una especie de viga.
Una especie de trampolín.
Cuando no tenían fuerza para mantenerse en pie,
las víctimas se tenían que sentar allí...
Y, entonces, — así es como se decía
en la jerga de Treblinka —
el Unterscharführer Miete
«curaba a cada uno con una píldora».
Es decir, de un tiro en la nuca.

En horas punta,
esto pasaba a diario.
La fosa, que fácilmente podía tener
tres metros y medio por cuatro de profundidad,

125
rebosaba, entonces, de cadáveres.

Pero, a veces ocurría


que, por una u otra razón, algunos niños llegaban
completamente solos,
separados, no sé por qué, de sus padres.
Estos niños eran llevados, también, al «hospital»
para ser, allí, abatidos.

Y, el «hospital» era, también para nosotros,


los esclavos en Treblinka,
la última etapa.
No la cámara de gas.
Nosotros terminábamos, siempre, en el «hospital».

Rudolf Vrba (New York) superviviente de Auschwitz

Siempre había gente que no podía salir de los vagones:


los que morían en ruta,
o los que estaban tan sumamente enfermos,
que, hasta la persuasión a base de golpes, no lograba
hacer que se movieran.
Entonces, se quedaban en los vagones.
Nuestro primer cometido consistía en subir,
sacar de allí a los muertos y a los moribundos
y transportarlos laufschritt,
según la expresión SS, es decir, a la carrera.

Laufschritt, sí, nunca andar,


siempre laufschritt...
...Im m er laufen...
... Immer laufen, siempre correr...
Muy deportivos... ¡Se trata de una nación deportiva, ya sabe!

De modo que teníamos que sacar esos cuerpos


y, a la carrera, transportarlos
hasta un camión en la cabecera de la rampa.

126
Siempre había camiones preparados, en espera:
cinco o seis, algunas veces más,
esto dependía... Pero, el primero
era para los muertos y los moribundos.
Ellos se preocupaban poco de diagnosticar, concretamente,
quién estaba muerto y quién fingía estarlo,
¿comprende?, los simuladores...

Se llenaba el camión.
Tras lo cual, los camiones arrancaban:
el de los muertos iba en cabeza, derecho al crematorio
que se encontraba a dos kilómetros, más o menos, de la rampa.
¡Dos kilómetros en aquel tiempo!
¿ Y esto pasaba antes de la construcción de la nueva rampa?
Sí, antes de la construcción de la nueva rampa.
Ésta era la vieja rampa.
Y por ella,
pasó el primer millón setecientos cincuenta mil judíos.

Por esta vieja rampa.


Es decir, la mayoría.

La nueva rampa fue construida, simplemente, en previsión


del exterminio «relámpago» de un millón de judíos húngaros.

Toda la maquinaria de muerte reposaba sobre este único principio:


que la gente no sepa ni a dónde va,
ni qué les espera.
Se suponía que marcharían sin pánico
y ordenadamente hacia la cámara de gas.
El pánico resultaba peligroso, sobre todo, en el caso de las mujeres
con niños pequeños. Para los nazis era, por tanto, capital
que ninguno de nosotros pudiera pronunciar cualquier palabra que
provocara pánico, ni siquiera en el último instante.
Y aquel que tratara de establecer un contacto,
era, o bien fusilado,
o matado de un tiro, detrás de un vagón.
Un estallido de pánico

127
que provocara una masacre allí, sobre la rampa,
y toda la maquinaria dejaría de funcionar.
El siguiente tren no entraba cargado de muertos y entonces,
¡sangre por todas partes!
El pánico no hizo más que crecer.
Para los nazis, un imperativo:
que todo se desarrollara sin tropiezos,
sin ningún incidente. No había tiempo que perder.

Filip Müller, superviviente de cinco liquidaciones


del «comando especial» de Auschwitz.

Antes de cada «gaseamiento»,


las SS tomaban medidas muy estrictas.
El crematorio estaba rodeado por un cordón de SS
y sus hombres, en gran número, rodeaban el patio
con perros y metralletas.

A la derecha, salían las escaleras


que conducían al vestuario subterráneo.
En Birkenau había cuatro crematorios,
los crematorios II y III; y IV y V.
Los crematorios II y III eran idénticos.
En los crematorios II y III, el vestuario
y la cámara de gas se encontraban en el sótano.
Un vestuario enorme,
alrededor de 280 metros cuadrados
y una cámara de gas grande
donde se podía
gasear hasta 3000 personas a la vez.
Los crematorios IV y V eran de otro tipo:
no tenían salas subterráneas,
todo estaba al nivel del piso.
Los crematorios IV y V albergaban
tres cámaras de gas:
su capacidad global era de entre mil ochocientos y dos mil
personas, tal vez, más.
Los crematorios II y III tenían cada uno catorce hornos
Los crematorios IV y V, ocho hornos.

128
La gente, cuando se acercaba al crematorio,
veía todo...
Esta terrible violencia,
todo el terreno rodeado de SS en armas,
los perros ladrando,
las metralletas.

Todos dudaban, sobre todo, los judíos polacos.


Sin duda, se encontraban abrumados por un negro presentimiento.
Pero ninguno de ellos, en sus peores pesadillas,
habría podido imaginar
que, en tres o cuatro horas, iban a ser reducidos a cenizas.

Cuando llegaban al vestuario,


les parecía un verdadero
Centro Internacional de Información.
En las paredes estaban clavadas
unas perchas
y cada una tenía un número.
Debajo, bancos de madera
para que la gente pudiera desnudarse
«más a gusto», como ellos decían.
Y, sobre los numerosos pilares de sostenimiento
de este vestuario subterráneo,
estaban fijados eslóganes
en todas las lenguas:
«¡Sé limpio!»,
«¡Un piojo, tu muerte!»,
«¡Lávate!»,
«Hacia la sala de desinfección».
Todos estos paneles
tenían como finalidad
llevar engañada a la gente, ya desnuda, hacia la cámara de gas.

Y a la izquierda, en perpendicular,
la cámara de gas, equipada con una puerta maciza.

129
En los crematorios II y III, los autollamados «desinfectores SS»
introducían los cristales de gas Zyclón
por el techo;
y en los crematorios IV y V, por los huecos laterales.

Con cinco o seis cajas de gas


mataban a dos mil personas.
Los «desinfectores»
llegaban en un vehículo marcado con una cruz roja
y escoltaban a las columnas
para hacerles creer
que los acompañaban al baño.
Pero, en realidad, la cruz roja sólo era una máscara;
ocultaba las cajas de Zyclón y los martillos para
abrirlas.

La muerte mediante gas duraba


de diez a quince minutos.
El momento más espantoso era
la apertura de la cámara de gas,
un espectáculo insoportable:
la gente, apretujada, como el basalto,
bloques compactos de piedra.
¡Cómo se desplomaban fuera de las cámaras de gas!
Esto lo he visto muchas veces.
Y era lo más duro de todo.
A eso no se acostumbraba uno jamás.
Resultaba imposible.
Imposible.
Sí. Hay que imaginárselo: el gas,
cuando empezaba a actuar,
se propagaba de abajo a arriba.
Y, en el tremendo combate que empezaba entonces,
— porque era un combate —
la luz se apagaba dentro de las cámaras de gas,
todo quedaba a oscuras, no se veía nada;
y los más fuertes siempre querían subir, subir más arriba.
Sin duda, tenían la impresión

130
de que cuanto más subieran,
menos aire les faltaría,
mejor podrían respirar.
Se libraba una verdadera batalla.
Y, al mismo tiempo, casi todos se precipitaban hacia la puerta.
Era algo psicológico, la puerta
estaba ahí... se lanzaban a ella tratando de forzarla.
Instinto irreprimible
en este combate de la muerte.
Y por eso, los niños y los más débiles,
los viejos, se encontraban debajo.
Y los más fuertes, arriba.
En este combate mortal,
el padre ya no sabía que su hijo estaba ahí,
debajo de él.
¿ Y cuando se abrían las puertas?
Se caían...
Se caían como un bloque de piedra...
Una avalancha de grandes bloques cayendo, estrepitosamente, de un
camión.
Y, allí donde se había derramado el Zyklon, no había nada: vacío.
En el lugar de los cristales no había nadie.
Sí. Un espacio totalmente vacío.
Probablemente, las víctimas percibían
que allí el Zyklon actuaba al máximo.
La gente estaba... estaban heridos,
porque en medio de la oscuridad se producía una amalgama,
luchaban, se combatían.
Sucios, manchados,
sangrientos,
sangrando por las orejas, por la nariz.

Algunas veces se veía, también,


que los que yacían sobre el suelo,
estaban, a causa de la presión de los otros,
totalmente irreconocibles...
Algunos niños tenían el cráneo destrozado...
Sí.
¿Cómo?
Horroroso.

131
Sí. Vomitonas,
Hemorragias. Por las orejas, por la nariz...
Probablemente, también, sangre menstrual; no, probablemente no,
seguro.
Allí había de todo, en aquel combate por la vida...
Aquel combate de la muerte. Era un espectáculo espantoso.
Y esto era lo más difícil.

Era un sinsentido
decir la verdad a cualquiera
que atravesaba el umbral del crematorio.
Allí no se podía salvar nadie.
Allí, era demasiado tarde.

Un día, en 1943,
— yo me encontraba, ya, en el crematorio V —
llegó un transporte de Bialystok.
Y un detenido del «comando especial»
reconoció, en el vestuario,
a la mujer de uno de sus amigos.
Sin rodeos, le soltó:
«Os van a exterminar.
En tres horas, os habréis convertido en cenizas».
Y esta mujer le creyó porque le conocía.
Se puso a correr
y advirtió a las otras mujeres:
«¡Nos van a matar!»
«¡Nos van a gasear!»
Las madres, con sus hijos
sobre las espaldas, no querían ni oirlo.
Decidieron que aquella tipa estaba loca.
La rechazaron.
Entonces, se dirigió a los hombres.
Fue en vano.
No que ellos no le creyeran,
el rumor se había filtrado en Byalistok, en el gueto,
en Grodno y en otras partes...
Pero, ¡quién era el guapo que quería enterarse de esto!

132
Y cuando se dio cuenta de que nadie la escuchaba,
se desgarró totalmente el rostro
por la desesperación. Por efecto del shock.
Y empezó a dar alaridos.

¿Y cuál fue el final?


Todos fueron a la cámara de gas; retuvieron a la mujer.
Nosotros tuvimos que alinearnos delante de los hornos.
De entrada, torturaron a la mujer; terriblemente
torturada,
porque ella no quería delatar.
Al final, señaló al que había hablado.
Ellos lo sacaron de las filas y lo arrojaron vivo al horno.
Nos dijeron: «El que se vaya de la lengua, terminará así».

Muchas veces nos preguntamos


en el «comando especial»:
¿cómo decir
la verdad a la gente?
Cómo enseñarles...
Pero
la experiencia —esto no fue un caso único,
sucedió muchas veces—
nos demostró que era inútil.
Que eso hacía que sus últimos momentos
fueran, todavía, más difíciles.
En rigor, al menos es lo que habíamos pensado,
en el caso de los judíos de Polonia
—o los de Theresienstadt (del campo de las familias checas)
que habían vivido, ya, seis meses en Birkenau—
hubiera podido tener un cierto sentido
hablarles.
Pero a los otros, podéis imaginar:
los judíos de Grecia, los de Hungría, los de Corfú,
que habían viajado durante diez o doce días,
hambrientos,
sin una gota de agua, muertos de sed;
al llegar, todos estos estaban como locos.
Con ellos procedían de otra forma.
Les decían:
«Desnudaos y enseguida, cada uno tendrá una taza
de té».
Y esos judíos estaban en tal estado,
dada la interminable experiencia del viaje,
que todo su pensamiento, el pensamiento en su totalidad,
estaba centrado en este único fin: apagar su sed.
Y los verdugos lo sabían perfectamente.
Todo esto, yo diría, estaba programado con antelación,
un proceso de exterminio programado, calculado:
se les debilitaba hasta ese punto,
no se les daba nada de beber,
para que fueran corriendo a las cámaras de gas.
En realidad,
toda esa gente estaba ya, prácticamente exterminada
antes, incluso, de la cámara de gas.

Imagínese a los niños.


Suplicaban a sus madres, gritaban:
«¡Mamá, por piedad, agua, agua!»
Y los adultos que llevaban días sin beber, también
tenían la misma obsesión.
Hablar con ellos no hubiera tenido ningún sentido.

Corfú.
Un superviviente de Auschwitz.

Éstos son mis sobrinos; los quemaron en Birkenau.


Los dos, hijos de mi hermano.
Los llevaron al crematorio con su mamá.
Todos quemados en Birkenau.
Mi hermano estaba enfermo
y lo echaron al horno,
al crematorio y lo quemaron
en Birkenau.

134
Moshe Mordo

Mi primogénito tenía diecisiete años,


el otro chaval, quince años.
Y otros dos niños más, todavía, asesinados con su mamá.
Sí, cuatro hijos.
¿ Y s u padre también?
Mi papá también.
E l padre, ¿qué edad tenía?
Mi papá, ochenta y cinco años,
era viejo.
¿Murió en Auschwitz?
Sí, Auschwitz,
ochenta y cinco años y murió en Birkenau, mi padre.
¿Hizo él todo el viaje?
Sí,
murió toda la familia.
Primero el gas, después el crematorio.

Armando Aaron, presidente de la comunidad judía de Corfú

El viernes 9 de junio de 1944, por la mañana,


vinieron todos los miembros de la comunidad judía de Corfú
llenos de miedo
y se iban presentando ante los alemanes.
Este sitio estaba lleno de fuerzas de la Gestapo y de la policía
y nos acercamos. Allí, estaban,
incluso, los traidores, los hermanos Rekanati, judíos de Atenas,
los cuáles, después de la guerra, fueron condenados a pasar
toda su vida en la cárcel.
Pero ahora, ya están en libertad.
Nosotros nos acercamos; recibimos la orden de
acercarnos y nos...
¿Llegaron por esta calle?
Sí, por esta calle.
¿Cuántas personas había allí?
Un total de mil seiscientas cincuenta.
¿Esto suponía mucha gente?
Allí había gente y gente.

135
Los cristianos estaban
parados ahí abajo.
Los cristianos, sí,
que miraban.
¿Dónde estaban los cristianos?
¿Estaban en la esquina de la calle?
Sí. Y en los balcones.
Aquí, después de habernos reunido,
vino detrás de nosotros la Gestapo con la metralleta.
¿Qué hora era?
Las seis de la mañana.
¿Hacía buen día?
Un día muy bueno.
Sí, las seis de la mañana.
Era mucha gente,
mil seiscientas personas...
La gente se había reunido.
Poco a poco, los cristianos se dieron cuenta de que reunían
a los judíos.
Se reunieron ahí.
Y eso, ¿para qué
Para ver el cine.
Esperemos que esto no vuelva a pasar nunca.
¿ Y usted tenía miedo?
Mucho miedo. Cuando se veía...
Allí había gente joven, enfermos,
niños pequeños, viejos, locos, etc.
Cuando vimos que llevaban, incluso, a los locos,
también a los enfermos del hospital,
entonces nos entró mucho miedo
y empezamos a temer, seriamente, por la vida de toda
la comunidad.
¿Qué es lo que les habían dicho?
Que debíamos presentarnos aquí, en la fortaleza,
para que nos llevaran a trabajar a Alemania.

No; a Polonia, a Polonia.

A Polonia, sí.

136
Los alemanes colgaron en todos los muros de Corfú
un bando que decía: todos los judíos
deben presentarse.
Y ahora que ya estamos reunidos,
se va a vivir mejor en Grecia sin nuestra presencia.
Y todo esto iba firmado por los prefectos, por los
directores de la policía y por los alcaldes.
E s decir, ¿que se va a vivir mejor sin los judíos?
Sí, nos dimos cuenta después de haber vuelto,
¿sabe?
¿Había antisemitismo en Corfú?
¿Existió, siempre el antisemitismo en Corfú?
Sí, existía, existía;
pero los últimos años no era
tan fuerte.
¿Por qué?
Porque no se pensaba así contra los judíos.
¿ Y hoy?
Hoy, no. Hoy somos libres.
¿Ycuáles son, hoy día, sus relaciones con los cristianos?
Buenas, muy buenas. Muy buenas.
Y ese señor, ¿qué dice?
Me pregunta que qué es lo que me está usted preguntando.
El dice, también, que son muy buenas
las relaciones con los cristianos.

¿Todos los judíos estaban concentrados en un gueto?


Sí, si, la mayoría.
¿Qué es lo que pasó tras la marcha de los judíos?
Cogieron todas nuestras propiedades,
nos cogieron todo el oro que teníamos,
cogieron las llaves de nuestra casa
y se nos robó todo.
¿Quién robó todo aquello?
Según la ley, se donó al Estado griego.
Pero, sólo una pequeña parte llegó al Estado griego;
Todo el resto fue robado, usurpado.
¿ Usurpado por quién?

137
Por todo el mundo; y por los alemanes.
D el total de mil setecientas personas que fueron deportadas...
... ciento veintidós sobrevivieron. El 95% pereció.
¿Fue largo el viaje de Corfú a Auschwitz?
Nosotros paramos aquí el 9 de junio
y llegamos, definitivamente, el 29.
Y el 29, por la noche, fueron quemados la mayor parte.
¿El viaje duró del 9 al 21 de junio?
Aquí nos quedamos unos cinco días.
Aquí, en la fortaleza.
Nadie se atrevía a escaparse dejando a su padre, a su madre,
a sus hermanos.
Teníamos una solidaridad, tanto religiosa
como familiar. El 11 de junio salió el primer grupo. Yo
salí en la segunda tanda, el 15 de junio.
¿Qué tipo de barco era?
Záttera, es decir, barriles con tablas.
Iba arrastrado por un barco pequeño
en el que había alemanes.
En nuestro barco había uno, dos o tres guardias;
es decir, no muchos alemanes, pero el mejor
guardián,
como podéis comprender perfectamente,
era el terror.
¿ Y las condiciones del viaje?
Terribles.
Sin agua, sin nada para comer, noventa vagones
donde sólo cabían veinte bestias,
todos de pie; muchos murieron.
Y a los muertos los ponían en otro vagón,
con cloro. Quemaron a todos, incluso a los muertos,
en Auschwitz.

Walter Stier, ex miembro del partido nazi,


antiguo jefe de la oficina 33
de la «Reichsbahn» (ferrocarriles del Reich).

¿Usted no vio nunca un tren?


No, nunca. Jamás.

138
Estábamos desbordados, yo no salía de mi oficina.
Trabajábamos día y noche.
«Gedob».
«Gedob», esto quiere decir...
«Dirección General del Tráfico al Este».
En enero de 1940, yo estaba adscrito a la «Gedob», en Cracovia.
A mediados de 1943, fui trasladado a Varsovia.
Allí, fui nombrado «Jefe de la Dirección de los Horarios».
O mejor: «Jefe de la Sección de los Horarios».
Pero, su actividad, ¿era la misma después de 1943?
Sí. La única diferencia
es que me habían hecho jefe.
¿Cuáles eran sus tareas específicas en la Gedob,
en el Este, durante la guerra?
El trabajo era, prácticamente,
el mismo que en Alemania.
Establecer los horarios, la coordinación
de los «trenes especiales» con los trenes ordinarios.
¿Había diferentes oficinas?
Sí.
La oficina 33 estaba encargada de los «trenes especiales»...
y de los trenes ordinarios.
Los «trenes especiales» dependían todos de la 33.
Usted, ¿estaba siempre con los «trenes especiales»?
Sí.
¿En qué se diferencia un tren especial de un tren normal?
Un tren normal, lo puede coger cualquiera;
basta con comprar un billete.
Un tren especial hay que encargarlo expresamente,
— sólo se forma por una orden —
y la gente paga, entonces, una tarifa de grupo.
¿ Y existen, todavía, hoy?
Desde luego.
Exactamente como entonces. Sí.
¿Se forma un tren especial para un viaje organizado?
Sí, por ejemplo, los trabajadores inmigrantes
cuando vuelven a su casa para las fiestas;
se ponen a su disposición trenes especiales.
Si no, nunca se podría dirigir el tráfico.
Usted me ha dicho que, después de la guerra,

139
se ocupaba de los viajes protocolarios.
Después de la guerra, sí.
Cuando viene un rey a Alemania en tren,
¿se trata de un tren especial?
Sí, es un tren especial.
Pero, entonces, se sigue un procedimiento diferente
del de los trenes especiales para viajes organizados, etc.
Las visitas de Estado pertenecen a Asuntos Exteriores.
Pero, ¿por qué hubo más trenes especiales
durante la guerra que antes o después?
¡Ah, ah! Ya veo por dónde va.
Usted hace alusión a los «transportes de transferidos»,
¿no es cierto?
Sí, si, «transferidos»
Así es como se les llamaba. Aquellos trenes dependían
del ministerio de Transportes del Reich.
Es decir, ¿de Berlín?
Berlín, sí.
Y, en lo que se refiere al funcionamiento práctico,
era la Dirección General del Tráfico-Este,
en Berlín, la que se hacía cargo.
Sí, sí. Comprendo.
¿He sido suficientemente claro?
Sí, mucho.
Pero, en general, en aquella época, ¿qué es lo que se «transfería?
¡No! Eso nosotros lo ignorábamos.
Sólo al huir de Varsovia
lo supimos: se debía tratar de judíos,
de criminales y otros...
judíos, criminales...
Criminales. De todo.
¿«Trenes especiales» para criminales?
No, no. No era más que una forma de hablar.
Ahí arriba había que callarse.
A no ser que tuvieras muy garantizada la vida,
era mejor no decir ni pío.
Pero entonces, usted sabía que esos transportes
con destino a Treblinka o a A uschw itz...
¡Desde luego que lo sabíamos!
Yo era la última Dirección:

140
sin mí, aquellos trenes no llegaban a su destino.
Por ejemplo, se formaba un tren en Essen,
debía pasar por los distritos de Wuppertal,
Hannover, Magdeburg, Berlín,
Francfurt/Oder, Possen, Varsovia, etc.
Entonces, era yo...
¿Sabía usted que Treblinka significaba exterminio?
¡No, de ninguna manera!
¿Usted no sabía nada?
¡Dios mío, no! ¿Cómo hubiéramos podido saberlo?
Yo jamás puse los pies en Treblinka. Me quedé
en Cracovia, en Varsovia, atado a mi oficina.
Usted era un...
Yo era un burócrata puro.
Ya veo. Pero es sorprendente
que usted, de la «sección de los trenes especiales»,
no supiera nunca nada de la Solución final.
Es que era la guerra...
Había otras personas,
en los ferrocarriles, que sí sabían.
Por ejemplo, los jefes de los trenes...
Ellos vieron, ellos vieron,
pero lo que estaba pasando, yo...
¿Qué era Treblinka para usted? ¿O Auschwitz?
Sí, sí. Treblinka, Belzec y todos aquellos nombres,
para nosotros eran campos de concentración.
Un destino...
Sí, nada más.
Pero no la muerte.
No, no, un alojamiento.
Por ejemplo, un tren que llegaba de Essen
o de Colonia o de otra parte;
ahí abajo necesitaban sitio.
La guerra, los Aliados que avanzaban siempre más...
y a aquellas gentes teníamos que concentrarlas en un campo.
¿Cuándo se enteró usted exactamente?
Bien... cuando todo esto fue divulgado... Divulgado, cuchicheado...
nunca dicho abiertamente. ¡Dios mío, no,
habrían venido rápidamente a buscarnos! Ruidos...
¿Rumores?

141
Rumores, exactamente...
¿Durante la guerra?
Hacia el fin de la guerra.
¿En 1942 no?
No, no. ¡Dios mío, no! ¡Ningún indicio!
Veamos... era, tal vez, a finales de 1944.
¿Finales de 1944?
No antes.
Y usted, ¿qué ha...
Se contaba
que la gente era enviada a campos de concentración
y que los menos fuertes, desde luego, no podrían sobrevivir.
Para usted, ¿fue una sorpresal exterminio?
Total, sí.
¿Ninguna idea?
¡La más mínima! Como este campo, ¿cómo se llama?
Veamos... pertenecía al distrito de Oppeln...
ya caigo: ¡Auschwitz!
SC
Auschwitz dependía de Oppeln.
Oppeln, sí. Auschwitz no estaba lejos de Cracovia.
Es cierto.
Sin embargo, jamás se oyó hablar.
Auschwitz-Cracovia son sesenta kilómetros.
Sí, ciertamente muy cerca.
Y nosotros no sabíamos nada. Ni un solo indicio.
Pero usted sabría, por lo menos, que los Nazis,
que Hitler, no amaban a los judíos.
Eso, desde luego, sí, sí. Era algo notorio,
sabido públicamente. No era ningún secreto.
Pero su exterminio,
¡primera noticia!
Incluso, hoy día, hay quien la niega:
«¡Es imposible que hubiera tantos judíos!»
¿Tienen razón? No lo sé;
eso es lo que se dice.
De todas maneras, perdone la palabra, ¡se trata de una guarrería!
¿Entonces, qué?
El exterminio:
cada uno la ha condenado. ¡Toda la gente de bien!

142
Pero, en cuanto a haberlo sabido... ¡eso no!
S í, pero lo polacos, por ejemplo,
— la población polaca— lo supieron todo.
Eso no tiene nada de extraño, doctor Sorel...
Ellos vivían muy cerca, oían,
hablaban...
y no estaban obligados a callarse.

Raúl Hilberg, historiador (Burlington, Estados Unidos).

Ésta es «la orden de ruta» nu 587,


típica de los trenes especiales.
La numeración os permite haceros una idea de la cantidad.
Debajo, N u r fu r den Dienstgebrauch :
«Reservado para uso interno»,
lo que supone una posición muy baja en la escala de los secretos.
Y, el hecho de que sobre este documento relativo a los trenes de la
muerte,
no aparezca
—no sólo sobre éste, sino sobre ningún otro—
la palabra geheim, secreto, me resulta muy extraño.
Pero, pensándolo bien, el término «secreto» hubiera inducido
a los destinatarios a preguntarse,
a plantear, tal vez, más preguntas; hubiera
llamado su atención.
Ahora bien, la clave de toda la operación en el plano psicológico,
Estaba en no nombrar jamás
lo que estaba a punto de realizarse.
No decir nada.
Hacer las cosas.
No describirlas.
De ahí, el: «Reservado para uso interno».
Y fijaos, también, ¡cuántos conocen este documento!
«Bfe»: estaciones.
Sobre esta línea, tenemos...
ocho; y aquí, estamos en Malkinia, que es, sin duda,
la última estación antes de Treblinka.
Por tanto, tenemos ocho destinatarios
para esta distancia relativamente corta,

143
vía Radom, hasta el distrito de Varsovia;
ocho, porque el tren pasa por estas ocho estaciones
y cada una debe ser avisada.
Pero, ¿por qué dos folios, si uno es suficiente?
Encontramos, entonces, PKR, sigla que designa
a un tren de la muerte, que marcha hacia su destino;
pero también, al tren vacío después de su llegada a Treblinka,
que ahora vuelve a salir.
Y se sabe que está vacío por la letra L,
leer, que aparece aquí.
Sí, «Ruckleitung des Leerzuges»,
que significa, «retomo del tren vacío».
Fíjese
en la escasa sutileza del sistema de numeración:
pasamos de 9228 a 9229,
después, 9230, 9231, 9232.
No hay aquí ninguna originalidad, un tráfico de los más ordinario.
¡Tráfico de muerte!
Tráfico de muerte.

Y ahora, el tren parte de un gueto


dirigiéndose hacia la liquidación,
camino de Treblinka.
Sale el 30 de septiembre de 1942
a las 4h 18 —al menos, de acuerdo con el horario—
y llega a Treblinka la mañana siguiente a las 1lh 24.
Se trata de un tren largo,
eso explica su lentitud.
Se puede leer: «50G»,
cincuenta vagones de mercancía abarrotados de gente:
un transporte excepcionalmente «pesado».
Hora de llegada: 1lh 24
de la mañana;
15h 59, hora de salida. En este lapso de tiempo,
el tren debe ser descargado, limpiado
y quedar en disposición de volver a salir.
Y la numeración prosigue
con el tren vacío.
Parte a las 4 de la tarde

144
y se dirige a otra pequeña ciudad,
donde coge víctimas.
Y, como podéis ver, son las tres de la mañana
cuando vuelve a salir con destino a Treblinka,
a donde llega al día siguiente.
Pero, se diría que se trata del mismo tren, ¿no?
Es el mismo, sí, el mismo;
sólo cambia el número cada vez.
Entonces, vuelve a Treblinka.
Un largo trayecto, una vez más.
Llega, después vuelve a salir hacia otra parte.
La misma situación, el mismo viaje.
Vuelve a partir con dirección a Treblinka
y, finalmente, llega a Czestochowa, el 29 de septiembre.
Y se riza el rizo.
Es lo que se llama una «orden de ruta».
Y si usted saca la cuenta de los trenes llenos...
Estaríamos hablando, probablemente, de diez mil judíos muertos,
sólo con esta «orden de ruta».
¡Más de diez mil!
Seamos modestos.
Pero, ¿por qué semejante documento resulta tan fascinante?
Porque yo estaba en Treblinka
y fijarse, a la vez, en Treblinka y en el documento...
Cuando llega a mis manos una pieza como ésta,
sobre todo, tratándose de una pieza original,
me doy cuenta de que el burócrata de aquella época,
también la tuvo en sus manos.
Es un verdadero artefacto. Es lo único que queda.
Los muertos ya no están ahí.

La Reichsbahn estaba preparada para transportar


cualquier cargamento a cambio de dinero.
Y, por tanto, a mandar a los judíos
hacia Treblinka,
a Auschwitz, Sobibor o a cualquier otra parte,
a la vista de que pagaban por kilómetro, según el precio en vigor,
a tantos pfennigs por kilómetro.
El sistema fue el mismo durante toda la guerra:

145
Mitad de precio para los menores de diez años, gratuito
para los menores de cuatro años.
Se pagaba, simplemente, la ida.
Sólo estaba incluida la vuelta para los guardias.
Perdón, los niños menores de cuatro años
enviados a los campos de exterminio,
ieran gaseados gratuitamente?
Sí, el transporte era gratuito.
Por otra parte, el organismo que pagaba
era el que encargaba los trenes
—la Gestapo, los servicios de Eichmann—
y, como este organismo
tenía problemas de tesorería,
la Reichsbahn admitió tarifas de grupo.
Los judíos fueron transportados, por tanto, con tarifa de excursión.
Ésta se aplicaba
a partir de un mínimum de 400 personas:
tarifa charter.
Pero los judíos se beneficiaron de ella,
aun cuando fueran menos de cuatrocientos;
y, por ello, en el caso de los adultos, también, se aplicó
mitad de precio.
Ahora bien, si los vagones estaban manchados
o dañados —lo que no era raro—
a causa de esos trayectos tan largos
y, habida cuenta de que del 5 al 10% de los prisioneros
moría en ruta,
se añadía un suplemento para los desperfectos.
Pero, en principio,
mientras hubo pago, hubo transporte.
A veces, las SS lograban un crédito
y los transportes precedían al pago.
Porque, fíjese, todo el asunto
—y esto era lo que pasaba en cualquier viaje
individual o de grupo—
era llevado por una agencia de viajes.
«La Agencia de viajes de Europa central»
que se ocupaba de la facturación, de los billetes...
¿De verdad que era la misma agencia?
Totalmente, ¡la agencia de viajes oficial!

146
Ella mandaba a la gente a las cámaras de gas
o a la gente de vacaciones a sus ciudades preferidas.
Era la misma oficina, el mismo procedimiento,
la misma facturación.
¡Ninguna diferencia!
Ninguna diferencia.
Y cada uno realizaba este trabajo como
si fuera la cosa más normal del mundo.
¡ Y no lo era!
No, no lo era.

Incluso, las complicadas reglas de cambio, se observaban


si había que pasar diversas fronteras,
lo cual no era infrecuente.
¿Por ejemplo?
Bien, el caso más interesante es Grecia;
los transportes de Salónica en la primavera de 1943:
cuarenta y seis mil víctimas, una distancia considerable.
Aun con tarifa de grupo, la factura ascendía a dos millones
de marcos.
¡Una buena suma!
Y el principio básico es, todavía hoy, el mismo,
en todas partes del mundo.
Se paga en la moneda del país de origen.
Pero hay que reembolsar a los ferrocarriles de los países por los que
se pasa
en su propia moneda.
Desde Salónica, pasaban a través de Grecia...
Eran dracmas.
Sí, y después pedían prestadas las redes serbia y croata;
y, al final, la Reichsbahn, que quería marcos.
Y, ¡qué ironía!, el comandante militar de Salónica,
responsable, en última instancia,
del pago de la operación,
no tenía los marcos.
Pero tenía dracmas.
Éstas procedían de bienes judíos confiscados,
utilizados, precisamente, para este fin:
era la autofinanciación.
Las SS o la armada confiscaban los bienes judíos

147
y con los depósitos bancarios financiaban los transportes.
¡Los mismos judíos
costeaban, pues, su muerte!
Totalmente. No lo olvide nunca:
no había presupuesto para la Destrucción.

Perfecto, los depósitos judíos habían sido confiscados;


pero estaban en moneda griega.
¡La Reichsbahn exigía marcos!
Pero, ¿cómo cambiar las dracmas en marcos?
Había controles de cambio por todas partes
en la Europa ocupada. Una solución:
encontrar marcos allí, en el mismo país.
Pero, ¿cómo?
Eso no era tan fácil en tiempo de guerra.
Y por tanto, por una vez, hubo un fallo:
el transporte a Auschwitz se realizó sin compensación.

148
Filip Müller

La vida del «comando especial» dependía


de los transportes destinados al exterminio.

Cuando éstos llegaban en gran número,


el «comando especial» «se hinchaba».
El «comando» resultaba indispensable para los alemanes;
por tanto, no había selección.

Cuando, por el contrario, los transportes eran menos frecuentes,


ello significaba para nosotros un exterminio inmediato.

En el «comando especial», sabíamos


que la ausencia de transportes
supondría nuestra liquidación.

El «comando especial» vivía en una situación extrema.


Cada día, ante nuestros ojos, miles
y miles de inocentes
desaparecían por la chimenea.
Podíamos darnos cuenta, con nuestros propios ojos,
del significado profundo del ser humano:
ellos llegaban allí:

149
hombres, mujeres, niños; todos inocentes...
Desaparecían de golpe...
¡Y el mundo permanecía mudo!
Nos sentíamos abandonados.
Del mundo, de la humanidad.
Y, precisamente en estas circunstancias,
fue cuando comprendimos mejor
lo que suponía la posibilidad de sobrevivir.
Porque valorábamos
el precio infinito de la vida humana.
Y estábamos convencidos de que la esperanza
permanece en el hombre mientras vive.
No hay que abdicar de la esperanza jamás, mientras se vive.
Y por eso, luchamos en nuestra vida tan duramente,
día a día, semana a semana, mes a mes,
año tras año.
Con la esperanza, podríamos lograr, tal vez,
contra toda esperanza,
escapar de ese infierno.

Franz Suchomel, Unterscharfürhrer SS

En este período, digamos: enero, febrero, marzo,


apenas llegaban transportes.
cEstaba triste Treblinka sin transportes?
Yo no diría que los judíos estuvieran tristes.
Terminaron estándolo, cuando comprendieron...
Le debo contar todo esto aparte; se trata de un asunto peculiar.
L o sé, constituye un asunto diferente.
Los judíos, al principio, creyeron —los «judíos trabajadores»—
que ellos iban a sobrevivir.
Pero, cuando en enero comenzaron a suprimirles la alimentación,
porque Wirth había decretado que eran demasiado numerosos,
eran, fácilmente, quinientos o seiscientos en el campo I...
¿Ahí arriba?
Sí.
Y, para que no se rebelaran,
no se les fusiló ni se les gaseó;
pero, a causa del hambre,

150
se declararon entonces una serie de epidemias;
el tifus, una especie de tifus.
Entonces, los judíos no pudieron creer a nadie.
Se les dejaba reventar, caían como moscas.
Se había acabado.
Ya no creían en nada.
Habría sido hermoso decirles...
Yo... nosotros se lo repetíamos cada día:
«¡vais a vivir!»
Casi nos lo creíamos nosotros mismos.
A fuerza de mentir, uno se cree sus propias mentiras.
Pero, me respondían:
«no, jefe, no somos más que cadáveres con prórroga».

Richard Glazar

La «temporada mala», como se la ha llamado,


comenzó en febrero de 1943,
después de los grandes transportes de Grozno y Byalistok.
La calma chicha.
Ya a finales de enero, todo febrero y hasta marzo,
se producía un período de calma.
Nada. No llegaba ningún transporte,
el campo entero estaba vacío;
y, de repente, por todas partes, comenzó el hambre.
Y el hambre no dejaba de aumentar...
Y un día — el hambre estaba, entonces, en el punto álgido—
el Obersharführer Kurt Franz
apareció delante de nosotros y nos soltó:
«Bien... a partir de mañana, vuelven los transportes».
Nosotros no dijimos nada,
simplemente nos miramos
y cada uno pensó:
«Mañana se acabará el hambre».
En aquel momento, estábamos ya
en plena preparación de la rebelión.
Todos queríamos sobrevivir hasta la rebelión.

Los transportes provenían de un campo de agrupamiento,

151
en Salónica.
Allí se había reunido a judíos de Bulgaria y de Macedonia.
Se trataba de gente rica y sus vagones de pasajeros
rebosaban.
Entonces, se apoderó de todos nosotros un sentimiento espantoso,
tanto de mis camaradas como de mi mismo:
un sentimiento de absoluta impotencia, un sentimiento de odio.
Porque nos lanzamos sobre la comida.
Un comando transportaba una caja llena de galletas,
una caja llena de mermelada.
Ellos hicieron caer, de golpe, las cajas a tierra;
tropezaban unos con otros,
llenándose la boca de galletas y de mermelada.

Los transportes de los países balcánicos nos llevaron a


una terrible toma de conciencia:
nosotros éramos los trabajadores de la fábrica de Treblinka
y participábamos en todo el proceso de fabricación...
es decir, en el proceso de muerte de Treblinka.
Esta toma de conciencia, ¿sobrevino
repentinamente con estos nuevos traslados?
La cosa no debió de ser tan repentina;
pero sólo con los transportes de los Balcanes
caímos claramente en la cuenta del asunto;
sin tapujos. ¿Por qué?
Veinticuatro mil personas,
entre las que no había, sin duda, ni un solo enfermo,
ni un solo inválido, en perfecto estado de salud, fuertes.
Yo lo recuerdo: les observábamos desde nuestro barracón;
desnudos ya, se volvían locos con sus maletas
y David, David Bratt, me dijo:
«¡Macabeos!»
«¡Han llegado a Treblinka Macabeos!»
Sí, gente fuerte, fuertes físicamente,
con las características de los...
Combatientes.
Sí, podrían haber sido combatientes.
Para nosotros era inquietante,
porque estos hombres y estas mujeres, todos magníficos,

152
eran absolutamente inconscientes de lo que les esperaba.
Absolutamente inconscientes.

Hasta entonces, nunca se habían desarrollado los acontecimientos


con tanta perfección y rapidez. Jamás.

En nosotros surgía el odio y también el sentimiento


de que eso no podía durar más tiempo;
que tenía que ocurrir algo.
No una acción limitada,
sino una acción de todos.

La idea había madurado, prácticamente ya, en noviembre de 1942.


A partir de noviembre de 1942, nos habíamos dado cuenta
de que se nos «protegía», entre comillas.
Habíamos constatado y asumido
que Stangl (el comandante) quería,
para lograr un rendimiento mayor, mantener a los hombres,
ya adiestrados:
los especialistas en diferentes trabajos,
especialistas de la selección, sirgadores de cadáveres,
peluqueros capaces de cortar el cabello de las mujeres, etc.
Y precisamente esto es lo que, más tarde,
nos brindó la posibilidad
de preparar,
de organizar la sublevación.

Hubo un plan, desde enero de 1943,


cuyo nombre cifrado era «la Hora».
Debíamos, a una hora determinada,
atacar a los SS por todos los sitios donde se encontraran;
hacernos con sus armas, tomar por asalto
la Kommandantur.
Pero no se pudo hacer,
por culpa de la «calma chicha» que vino y porque el tifus
ya se había declarado.

153
Filip Müller

En otoño de 1943,
cuando todos nosotros tuvimos claro
que nadie vendría a ayudarnos,
si no nos ayudábamos a nosotros mismos,
se nos planteaba una cuestión fundamental:
¿teníamos, en el «comando especial»,
alguna posibilidad de parar esta ola de exterminio
y, al mismo tiempo, salvar nuestras vidas?
Nos pareció que sólo había una:
la rebelión armada.
Éramos conscientes de que si llegábamos a hacernos
con algunas armas
y a lograr la participación del conjunto de los detenidos
de todo el campo, la insurrección tendría posibilidad
de triunfar.
Esa participación resultaba indispensable.
Por eso, nuestros enlaces tomaron contacto con
la Central del Movimiento de Resistencia,
al principio en Birkenau
y después en Auschwitz I,
para planificar la rebelión por todas partes.
Nos respondieron que la Central de la Resistencia
del Movimiento de Resistencia en Auschwitz I,
estaba de acuerdo con nuestro proyecto y dispuesta a colaborar.
Lamentablemente, entre los Jefes de la Resistencia
apenas había judíos.
La mayor parte eran presos políticos,
cuya vida no estaba en juego
y para los que
cada día ganado, representaba una gran posibilidad
de supervivencia.
Para nosotros, en el «comando especial»,
era lo contrario.

Rudolf Vrba

Auschwitz-Birkenau no era, simplemente,

154
un campo de exterminio.
Era, también, un campo de concentración clásico,
que tenía su ley interna, como Mathausen,
Buchenwald, Dachau y Sachsenhausen.
Pero, si en Mathausen, el producto número uno
del trabajo esclavo era la piedra extraída de una cantera,
este producto, en Auschwitz, era la Muerte.

Todo confluía en el camino del crematorio.


Éste era el término: los presos
construían los crematorios, los caminos que llevaban hasta allá
y sus propios barracones.

Pero Auschwitz era, también,


un campo de concentración clásico
porque las fábricas Krupp y Siemens estaban instaladas,
en parte, dentro del campo
y utilizaban mano de obra esclava.

Por tradición, los campos de concentración


albergaban a numerosos presos políticos:
sindicalistas, socialdemócratas,
comunistas y antiguos combatientes en la guerra de España.
Había una circunstancia muy singular:
la Dirección de la Resistencia en Auschwitz,
estaba totalmente en manos de antinazis germanófonos,
alemanes de nacimiento,
considerados por la jerarquía nazi como racialmente puros.

Ellos eran mejor tratados que los demás presos.


Desde luego, no con guantes de seda.
Pero, a la larga, lograron
hacerse con ascendiente sobre ciertos dignatarios SS;
el resultado fue una mejora
sistemática de las condiciones de vida
dentro del mismo campo de concentración.
Mientras que en 1943... 1942,

155
en diciembre y enero, en Birkenau,
era habitual un total de cuatrocientos muertos diarios,
en mayo de 1943, menos por la bonanza del tiempo
que por la actividad de la Resistencia,
el progreso fue tan sensible,
que decreció, drásticamente, la mortalidad en el campo
de concentración.
Para ellos, esto supuso una gran victoria.

Pero, la mejora de las condiciones de vida


en el campo de concentración,
tal vez, no iba en contra
de la política de las más altas esferas de las SS,
en la medida en que no chocaba con el objetivo del campo,
es decir, la producción de muerte para
los que llegaban.
Como regla general,
aquellos que eran aptos para el trabajo
—buena salud, no mucha edad, no demasiado jóvenes,
ni niños, ni mujeres con hijos—
eran los que iban al campo de concentración
en calidad de fuerzas de refresco para reemplazar a los que morían allí.
Yo fui testigo de la siguiente escena:
acababa de llegar un transporte...
...d e Holanda o de Bélgica,
no lo sé ya exactamente;
y el médico SS escogía a algunos judíos
de aspecto saludable
entre los miembros de ese transporte destinado a ser gaseado
y que, de hecho, lo fue.
Pero, el SS delegado del campo de concentración,
los rechazó.
Entonces, comenzó una discusión y yo le oí al médico decir:
«¿Por qué no los coges?
Se trata de judíos
generosamente alimentados con queso de Holanda;
son el ideal para el campo».
Y, el Hauptscharführer Fries respondió:
«No los puedo coger

156
porque hoy
la gente no la palma demasiado rápidamente en el campo».
Quería decir esto:
si las necesidades del campo eran, digamos,
de treinta mil prisioneros,
si morían cinco mil,
eran reemplazados por nuevas fuerzas
tomadas de los transportes judíos.
Y si morían solamente mil,
eran reemplazados mil.
Y entonces, era gaseado un número mucho mayor.
Por tanto, la mejora de las condiciones de vida
en el campo de concentración,
elevaba la tasa de mortalidad en las cámaras de gas.
Y hacía que decreciera entre los detenidos del campo.
Entonces, comprendí que la mejora de la situación
en el campo de concentración
no frenaba, en absoluto, el proceso de ejecuciones masivas.
Por consiguiente,
mi idea del movimiento de Resistencia
y de su finalidad era ésta:
la mejora sólo es una primera etapa;
el movimiento de Resistencia tiene plena conciencia
de que el objetivo esencial
consiste en parar el proceso de exterminio,
la maquinaria de muerte.
Y, por tanto, es la hora de la organización,
del reagrupamiento de fuerzas para atacar
a las SS del interior,
aunque se tratara de una misión suicida;
¡hay que destruir la maquinaria!
Y en este sentido,
considero el objetivo razonable
y totalmente justificado.
Pero, también sabía que todo esto
no se puede realizar en un día,
sin preparativos ni circunstancias favorables.

Como no era más que una pieza de la Resistencia, yo no podía

157
ni conocerles, ni tomar decisiones.
Pero, me parecía evidente
que la finalidad de toda acción de resistencia
en un campo de concentración como Auschwitz,
no podía ser la misma que en Mauthausen y Dachau.
Porque mientras que en estos dos campos
la política de la Resistencia permitía la supervivencia
de los presos políticos,
en Auschwitz
esa misma noble política
perfeccionaba y engrasaba la maquinaria
de aniquilación masiva.

Ruth Elias (Israel), deportada de Theresienstadt,


superviviente de Auschwitz.

En Therensienstadt, el transporte hacia el Este


nos tocó, esta vez, a nosotros.
Fuimos cargados en el vagón destinado a los animales
y la cosa duró dos días
y una noche.
... Esto ocurría en diciembre (1943),
sin embargo, dentro de los vagones hacía calor,
porque nosotros mismos producíamos el calor
con nuestros propios cuerpos.
Una tarde, el tren se paró
al atardecer del segundo día;
se abrieron las puertas
y se produjo allí un tremendo rugido:
«¡Fuera, fuera, fuera!»
Estábamos petrificados:
¿qué estaba pasando?
¿dónde estábamos?
Vimos solamente a los SS y a los perros.
En la lejanía,
una hilera de luces.
Pero, ¿dónde estábamos?
¿por qué esos miles de luces?
Sólo podíamos oír un aullido:

158
«¡Fuera, fuera, fuera!»
Raus!
Sí, exactamente;
y, «¡rápido, rápido, rápido!»
Salimos de los vagones,
nos pusieron en fila.
Allí había hombres vestidos con uniformes a rayas.
Y pregunté a uno de ellos en checo:
«¿Dónde estamos?»
Se trataba de un polaco, entendió mi checo y me dijo:
«¡Auschwitz!»
Aquello no significaba nada para mí.
¿Qué era Auschwitz?
Yo no sabía nada...

Fuimos conducidos a un campo llamado


«campo de las familias» BIIB,
niños, hombres y mujeres juntos,
sin selección previa de ningún tipo.
Unos detenidos del campo de los hombres
vinieron junto a nosotros y nos dijeron
que Auschwitz era un campo de exterminio,
que allí se quemaba a la gente.
No nos creimos una palabra.
En el campo BIIB, había, ya, un transporte
que había salido de Theresienstadt en septiembre,
tres meses antes que nosotros.
Tampoco ellos se creían nada,
porque todos nosotros estábamos juntos.
No nos llevaron a ninguno,
ninguno fue quemado:
no nos los creimos.

Rudolf Vrba

Estos judíos de Theresienstadt, el gueto cercano a Praga,


fueron instalados
en una parte reservada del campo

159
llamada Bauabschnitt IIB (BIIB).
Entonces yo estaba encargado del registro de los presos
del campo BIIA.
BIIA y BIIB sólo estaban separados por un cierre
Electrificado e infranqueable,
pero a través del cual era posible hablar.

Por la mañana, yo estudiaba la situación.


Se daban particularidades sorprendentes:
las familias —hombres, mujeres y niños—
habían permanecido juntas
y nadie había sido gaseado.
Habían podido mantener sus equipajes,
no estaban pelados,
se les había permitido que conservaran sus cabellos.

Su situación, por tanto, era distinta


de todo lo que yo había visto hasta entonces.
Yo no entendía nada,
nadie comprendía.
Pero en la oficina central del registro,
se sabía que toda esta gente tenía una carta especial
con la siguiente inscripción:
S B con cuarentena de seis meses.
Sabíamos lo que significaba SB,
Sonderbehandlung,
«Tratamiento especial»,
es decir, gaseamiento.
Y también sabíamos lo que quería decir cuarentena.
Pero, a nuestro juicio, era absurdo mantener a alguien en el campo
durante seis meses para gasearlo a continuación.
Por consiguiente,
nos preguntábamos si SB,
«tratamiento especial»,
significaba
siempre la muerte mediante el gas
o si, tal vez, no había
un doble sentido.
Los seis meses expiraban el 7 de marzo.

160
En diciembre,
en torno al 20, me parece,
llegó otro transporte de Theresienstadt,
cargado, también, con cuatro mil personas
que se unieron a las del primer transporte al campo BIIB.
Tampoco allí fueron separadas las familias;
viejos, jóvenes, no tocaron a nadie...
ni su pelo, ni sus equipajes;
llevaban sus vestidos civiles.
Tuvieron derecho a un trato diferente.
En un barracón se puso en marcha una escuela
y los niños, inmediatamente, montaron allí un teatro.
Desde luego, su vida no era excesivamente cómoda,
porque estaban hacinados y, en seis meses,
sobre un total de cuatro mil personas del primer transporte,
murieron mil.
¿Tenían que trabajar?
Sí,
pero solamente en su campo
para hacer una nueva calzada
y para adornar sus barracones.
Sobre todo, las SS les animaban
a que escribieran a sus conocidos
que permanecían en Theresienstadt,
para decirles que estaban juntos, etc.
¿Se les alimentaba mejor?
Sin duda;
estaban mejor nutridos,
mejor tratados.
Fíjese, las condiciones eran tan buenas que, en seis meses,
sólo murió una cuarta parte, incluidos viejos y niños.
Para Auschwitz, ¡era algo excepcional!
Y a los SS les gustaba acudir al teatro de los niños,
jugaban con ellos:
se entablaron relaciones.

Evidentemente, uno de mis cometidos consistía en descubrir


quién, entre los judíos checos,
tenía un espíritu de resistencia,

161
para establecer contactos.
¿Usted era y a miembro de la Resistencia?
Sí.
Mi posición me permitía desplazarme
con distintos pretextos,
como por ejemplo, llevar algunos papeles a la oficina central;
y, entonces, podía hacer pasar ciertos mensajes
y recibir otros.
Y como mi campo estaba junto al campo de los checos,
yo me encargaba de descubrir
si, entre ellos, había algunos con capacidad para formar
un núcleo de resistencia.
Encontramos enseguida muchos veteranos
de las Brigadas Internacionales de España
y rápidamente
me hice con una lista de unas cuarenta personas
que habían tenido, en el pasado,
una actividad antinazi.
Apareció una personalidad excepcional:
un hombre llamado Freddy Hirsch.
Se trataba de un judío alemán
que había emigrado a Praga.
Demostraba un considerable interés
por la educación de los niños que estaban allí.
Sabía el nombre de cada uno
Y, gracias a su rectitud
y a su sorprendente dignidad,
se convirtió, en alguna medida, en el jefe espiritual del campo
de las familias.
Pero se acercaba el 7 de marzo.
Y estábamos al acecho de los signos precursores
de lo que se suponía que iba a pasar.
Y sobre eso, no sabíamos nada con certeza.

Filip Müller

A finales de febrero,
me encontraba yo con un equipo de noche en el crematorio V.
A eso de la medianoche, llegó

162
el Oberscharführer Hustek,
de la sección política
y entregó un pliego al Oberschsrführer Voss.
El Oberscharführer Voss era, entonces,
el jefe de los cuatro crematorios.
Yo vi a Voss abrir el pliego
y comenzar a hablar solo:
«Sí, sí, siempre Voss.
¡Qué podrían hacer sin Voss!
¿Cómo llegar allí?»
Se planteaba las preguntas a sí mismo.
De repente, me dijo:
«¡Venga, haz venir a los kapos!»
Llamé a los kapos...
el kapo Schloime y el kapo Wacek.
Entraron y él les preguntó:
«¿Cuántas piezas todavía?»
Hablaba de cadáveres.
«Más o menos, quinientas piezas.
— De aquí a mañana, las quinientas piezas
tienen que ser, ya, cenizas. ¿Está bien quinientas?
— Más o menos.
— ¡Qué! ¡Cretinos!
¿Qué quiere decir eso de más o menos?»
Y, se fue
—para informarse de primera mano—
hacia el vestuario donde estaban los cadáveres amontonados;
porque en el crematorio V,
el vestuario servía, también, de depósito de cadáveres.
e.Después del gaseamiento?
Después de los gaseamientos se llevaban los cuerpos al vestuario.
Voss fue allí para verificar.
Se dejó olvidado el pliego sobre su mesa.
Yo aproveché aquel instante para dar un vistazo
y lo que leí me desconcertó:
todo tenía que estar preparado en el crematorio
para el «tratamiento especial» del campo de las familias checas.

Y por la mañana, cuando llegó el equipo de día,


me crucé con el kapo Kaminski,

163
que era uno de los jefes más importantes de la Resistencia
en el «comando especial»;
le di cuenta de la novedad.
El me contó que en el crematorio II
se estaban llevando a cabo preparativos.
Que allí abajo, también estaban preparados los hornos.
Y me exhortó:
«Tú tienes camaradas, compatriotas'.
Ve a verlos;
ellos son cerrajeros y pueden desplazarse
y, por tanto, ir al campo BIIB.
Que adviertan a aquellas gentes
de la suerte que les espera
y que les anuncien, que si se defienden,
reduciremos los crematorios a cenizas.
Y, en el campo BIIB, pueden, inmediatamente,
prender fuego a sus barracones».

Estábamos convencidos
de que serían gaseados la noche siguiente.
Pero, al no ver salir a ningún equipo de noche,
nos sentimos aliviados.
El plazo se había ampliado...
algunos días.
Pero, numerosos presos
— y entre ellos, checos del campo de las familias —
nos reprocharon que hubiéramos sembrado el pánico,
que hubiéramos dado una falsa noticia.

Rudolf Vrba

A finales de febrero (1944), se propaló un rumor entre los nazis:


las familias iban a ser trasladadas a un sitio llamado
Heidebreck.
La primera medida consistió
en separar el primer transporte del segundo,

i Philip Müller es eél mismo un judío checo.

164
desmontándolo en una noche
en el campo de cuarentena BIIA,
mi campo.

Por tanto, en adelante, yo podía hablar directamente con esa gente.


Tuve un encuentro con Freddy Hirsch
y le expliqué que una de las razones
del traslado de su transporte
al campo de cuarentena,
era, tal vez,
que todos ellos iban
a ser gaseados el 7 de marzo.
Él me preguntó si estaba seguro de eso.
No, le dije,
pero la posibilidad es muy seria
porque no hay ningún indicio sobre un transporte
que esté preparado para dejar Auschwitz.
Las oficinas en las que la Resistencia
tenía gente afiliada,
habrían sido informadas de ello.
Sin embargo, tal información no existía.

Le expuse el carácter único de la situación:


por primera vez, hay, en el campo,
gente con una condición física relativamente buena,
que han mantenido cierta moral,
que están abocados a la muerte
según el proceso clásico de ejecución.
Y lo van a saber.
No se logrará engañarlos.
¡Quizás sea éste el momento de actuar!
La acción, desde luego,
tendrá que partir de ellos,
porque también otros están en inminente peligro de muerte:
los hombres del comando especial del crematorio,
periódicamente liquidados.
Éstos están preparados
—si los checos, antes del gaseamiento, atacan a los SS—
para unirse a ellos.

165
Freddy Hirsch puso objeciones.
Era un tipo racionalista.
Según su criterio, era un sinsentido
que se les cuidara durante seis meses, dando leche y pan blanco
a los niños, para terminar gaseándolos.

Al día siguiente, la Resistencia me confirmó


que el gaseamiento era seguro:
el comando especial había recibido el carbón
para quemarlos;
ellos sabían, exactamente, cuántos iban a ser gaseados,
quién iba a serlo...
¡Estaba planificado!
Volví a entrar en contacto con Freddy
y le expliqué que no había ninguna duda:
su transporte, incluido él, sería gaseado
en cuarenta y ocho horas.

Entonces, él comenzó a atormentarse.


Dijo:
¿Qué les va a pasar a los niños si nos sublevamos?
Estaba muy unido a ellos.
iCuántos niños?
Un centenar.
¿ Y adultos dispuestos a luchar?
El núcleo estaba compuesto por una treintena, más o menos;
Además, la prudencia, en adelante, era ya totalmente inútil
y entonces, todo dependía...
Llegada la hora,
hasta una vieja puede agarrar una piedra.
Es muy difícil prever quién va a luchar,
pero se requería un núcleo
y también un jefe con personalidad.
Estos pequeños detalles tienen su importancia.

Entonces él me dijo:
«Si nos rebelamos,
¿qué les va a pasar a nuestros niños?
¿quién se hará cargo de ellos?»
Yo respondí:

166
«Una cosa es cierta: ellos no tienen salida.
Van a morir en cualquier caso.
Esto es seguro.
Contra eso no podemos nada.
Pero, esto otro, sin embargo, depende de nosotros:
¿quién perecerá con ellos?
¿cuántos SS morirán?
¿hasta qué punto lograremos bloquear la maquinaria?
Sin hablar de la posibilidad de que algunos
se puedan fugar durante el combate,
intentar abrir una brecha;
porque, una vez puesta en marcha la rebelión,
las armas pueden cambiar de manos».
Y le expliqué a Freddy
que no había ninguna oportunidad
ni para él ni para ningún otro de su transporte,
—en la medida que podíamos saberlo—
de sobrevivir más allá de cuarenta y ocho horas.
¿Dónde tenía lugar esta conversación?
En mi habitación, en el bloque.
También le dije que resultaba indispensable un jefe
y que había sido elegido él.
Me respondió que comprendía la situación,
que le era imposible decidir
a causa de los niños:
no veía cómo
podía abandonarles a su suerte de esa forma.
Él era su «padre».
Sólo tenía treinta años.
Pero su relación con los niños era muy profunda.

Ciertamente, comprendía la lógica de mi razonamiento


y le hubiera gustado reflexionar durante una hora sobre aquello.
¿Podía dejarle solo una hora?
Como entonces tenía, dada mi función, un apartamento propio,
le dejé en mi habitación,
en la que había una mesa, una silla, una cama
y material de escritura.

Una hora más tarde, a mi vuelta, le encontré

167
tumbado sobre mi cama, agonizando.
Su rostro era cianótico, su boca llena de espuma blanca.
Comprendí que se había envenenado.
Pero no estaba muerto.
Yo conocía a un tal doctor Kleinmann.
Era un judío francés de origen polaco, muy competente.
Le hice venir inmediatamente
y le rogué que hiciera todo lo posible por Hirsch.
Porque es un hombre importante.
Kleinmann concluyó que se trataba de un envenenamiento,
provocado por una fuerte dosis de barbitúricos.
Tal vez se pudiera llegar a salvarlo,
pero no podrá levantarse antes de que pasase mucho tiempo.
Y, como va a ser gaseado en cuarenta y ocho horas,
él —Kleinmann— consideró que era preferible dejar las cosas
como estaban y no hacer nada.

Tras el suicidio de Freddy Hirsch,


todo fue muy rápido.
Lo primero de todo, advertí a los demás
igual que había advertido a Hirsch.
Después, fui al campo IID
para conectar con los líderes de la Resistencia.
Ellos me dieron pan para los judíos checos
¡y cebollas!
Me dijeron
que no se había tomado ninguna decisión,
que volviera más tarde-
justo cuando estaba distribuyendo el pan,
se impuso en el campo un brutal toque de queda:
parón de las actividades administrativas,
incremento al doble del número de guardias,
quedando la cuarentena
rodeada de ametralladoras.
Perdí el contacto.
Aquella misma tarde, fue gaseado el transporte.
Se les cargó en varios camiones.
Todos lo sabían.
Se mantuvieron muy bien.

168
Una duda, sin embargo...
hasta el final...
Porque, una vez más,
las SS habían asegurado: «Heydebreck!»
Si ellos se iban del campo,
los camiones debían girar a la derecha,
si giraban a la izquierda, un único destino final
a quinientos metros:
¡el crematorio!

Filip Müller

Aquella noche, yo me encontraba en el crematorio 2.


Nada más bajar la gente de los camiones,
quedaron cegados por los proyectores
y, a través de un corredor, tuvieron que ganar la escalera
que desembocaba en el vestuario.
Deslumbrados y a la carrera.
Estaban molidos a palos.
El que no corría lo suficientemente rápido, era fusilado
por los SS.
La violencia desplegada contra ellos, fue inaudita.
Y a palo limpio...
¿Sin una palabra, sin una explicación?
Nada.
Desde que bajaron de los camiones,
comenzaron a llover los golpes.
Cuando entraron en el vestuario,
yo estaba cerca de la puerta del fondo
y, ahí plantado,
fui testigo de lo espantoso de la escena.
Estaban bañados en sangre,
sabían, ya, dónde se encontraban.
Ellos miraban fijamente a las columnas del llamado
«Centro Internacional de Información»,
del que ya he hablado
y se quedaban aterrorizados.
Lo que leían no les aportaba ninguna seguridad,
sino al contrario, les sumergía en el horror,

169
porque no ignoraban nada:
habían aprendido en el campo BIIB qué era lo que ocurría allí.
Estaban desesperados, los niños se abrazaban,
las madres,
los padres,
los más viejos lloraban.
En el colmo de la desdicha.
De golpe, aparecieron,
a ritmo de marcha,
algunos oficiales SS,
entre los cuáles estaba el jefe del campo,
Schwarzhuber,
Que, previamente, les había dado su palabra de oficial SS,
de que serían
trasladados a Heydebreck.
Entonces, se pusieron todos a gritar, a implorar:
«¡Heydebreck era un engaño!
¡Se nos ha mentido!
¡Queremos vivir!
¡Queremos trabajar!»
Miraban fijamente a los ojos de los verdugos SS.
Pero, éstos permanecían impasibles,
contentándose con mirar.
De repente, se produjo un movimiento en la multitud;
sin duda, querían abalanzarse hacia los esbirros
y hacerles saber hasta qué punto les habían engañado.
Pero, entonces aparecieron una serie de guardias,
armados con garrotes
y todavía resultaron heridos otros cuantos.
¿En el vestuario?
Sí.
La violencia llegó al colmo
cuando pretendieron forzarlos a desnudarse.
Algunos obedecieron,
solamente unos pocos.
La mayoría se opuso a ejecutar esta orden.
Y, de repente, aquello fue como un coro.
Un coro...
Todos empezaron a cantar.
El canto llenó por completo el vestuario:

170
el himno nacional checo;
después hicieron retumbar la Hatikva.
Aquello me emocionó terriblemente, aque... aque.

¡Parad, por favor!

Todo esto le sucedía a mis compatriotas...


Y me di cuenta
que mi vida no tenía ya ningún valor.
¿A santo de qué vivir?
¿Para qué?
Entonces, entré con ellos
en la cámara de gas
y decidí morir.
Con ellos.
De repente, se me acercaron algunos
que me habían reconocido.
Porque había estado muchas veces en el campo de las familias
con mis amigos cerrajeros.
Se acercó un pequeño grupo de mujeres.
Me miraron
y me dijeron:
i Ya en la cámara de gas?
¿Tú estabas, ya , dentro?
Sí. Una de ellas de me dijo:
«Por lo visto, quieres morir. Pero eso
no tiene ningún sentido.
Tu muerte no nos devolverá la vida.
No es esta la acción.
Debes salir de aquí,
debes dar testimonio de nuestro sufrimiento
y de la injusticia
que se ha cometido con nosotros».

Rudolf Vrba

Así fue como acabó el primer transporte.


Desde entonces, tuve claro
que la Resistencia no debía tener como fin la rebelión,

171
sino la supervivencia.
La supervivencia de los miembros de la Resistencia.
Por consiguiente, hice una opción,
calificada por ellos de anárquica e individualista:
evadirme,
dejar la comunidad de la que era corresponsable
en aquel momento.
Esta decisión,
contraria a la política de la Resistencia,
fue mantenida desde ese momento.
Y yo puse en marcha,
con mi amigo Wetzler,
los preparativos.
Wetzler jugaba un papel clave en el asunto de nuestra evasión.
Antes de salir,
tuvo un encuentro con Hugo Lenek.
Éste era responsable del núcleo de resistencia
del segundo transporte de las familias.
Yo le expliqué que no había nada que esperar de la
Central de la Resistencia,
Nada, excepto pan.
Llegada la hora,
no tendrían que contar mas que con ellos mismos.
En cuanto a mi,
pensaba que si lograba evadirme
y difundir la verdad
en altas esferas y a tiempo,
podría resultar útil.
Tal vez, llegaría a conseguir ayuda del exterior.

Porque yo estaba convencido de que Auschwitz sólo era posible,


bien porque las víctimas que llegaban
ignoraban lo que allí ocurría,
bien porque si alguien de fuera sabía...
digamos...
... ellos no sabían...
¡Así es!

172
En mi opinion, si se lograba que se conociera la verdad,
en Europa y, sobre todo, en Hungría,
de donde estaba previsto el transporte a Auschwitz
de un millón de judíos,
desde mayo; — yo estaba al corriente —
la Resistencia en el exterior
se movilizaría para ayudar a Auschwitz.
Así, fueron elaborados nuestros planes de evasión.
Mi evasión tuvo lugar el 7 de abril (1944).
¿Fue éste, por tanto, el motivo esencial de su evasión?
Sí, el motivo fue actuar inmediatamente.
Dicho de otra manera: no perder ni un instante más,
huir lo antes posible
para advertir al mundo.
D e lo que estaba pasando...
Sí.
¿En Auschwitz?
Sí.
Jan Karski, profesor de universidad (Estados Unidos),
antiguo correo del gobierno polaco en el exilio.

Ahora... yo vuelvo
treinta y cinco años hacia atrás...
no, yo no vuelvo... no... no...

Estoy preparado...

A mediados del año 1942,


decidí reemprender mi misión como agente,
entre la Resistencia polaca
y el gobierno polaco en el exilio, en Londres.
Los líderes judíos en Varsovia fueron avisados de ello.
Se organizó un encuentro fuera del gueto.
Ellos eran dos.
No vivían en el gueto.
Cada uno se presentó:
responsable del Bund,
responsable sionista.

Y ahora, ¿cómo contárselo?


¿Cuál fue nuestra conversación?
En primer lugar, yo no estaba preparado para ello.
Estaba relativamente aislado a causa de mi trabajo en Polonia.
Estaba poco informado.

174
Han pasado treinta y cinco años desde la guerra.
Yo no recuerdo el pasado.
Durante veintiséis años he sido profesor,
jamás he hablado del problema judío a mis estudiantes.
Comprendo esta película.
Es un testimonio para la historia, por tanto, voy a tratar de...
Ellos me describieron lo que les estaba pasando a los judíos.
¿Estaba yo al corriente?
No, no lo estaba,
ellos me explicaron:
lo primero de todo, que el problema judío no tiene precedente
y no se puede comparar con el problema polaco,
con el problema ruso, con ningún otro.
Hitler perderá esta guerra,
pero va a exterminar a todo el pueblo judío.
¿Comprende?
Los Aliados luchan a favor de sus pueblos.
A favor de la humanidad.
Los Aliados no tienen derecho a olvidar
que los judíos van a ser totalmente exterminados en Polonia.
Los judíos polacos
y los judíos de toda Europa.

Estaban destrozados.
Daban zancadas por la habitación, cuchicheaban,
hablaban entre ellos en voz baja.
Para mi aquello era una pesadilla.
¿Se percibía una total desesperación?
Sí.
En muchos momentos a lo largo de la conversación,
no eran ya capaces de controlarse.
Yo permanecía inmóvil en mi silla
y escuchaba; eso era todo.
No reaccionaba,
no preguntaba.
Solamente escuchaba.
¿Ellos pretendían convencerle?
Creo que habían
percibido de golpe mi ignorancia
y mi desconocimiento del asunto.

175
Después de que hube aceptado llevar sus mensajes,
siguieron informándome de su situación.
Yo no había estado jamás en un gueto.
Nunca me había ocupado de asuntos judíos.
¿Sabía usted que la mayor parte de los judíos de Varsovia
habían sido, ya, asesinados?
Yo lo sabía,
pero no había visto nada.
No se me había ofrecido ningún relato.
Nunca había estado allá abajo...
Las estadísticas son algo...
También habían sido asesinados cientos de miles de polacos,
de rusos, de serbios, de griegos;
todo esto lo sabíamos.
¡Era pura estadística!
Pero, ¿ellos insistían en el carácter absolutamente único?
Sí, éste era su cometido: persuadirme.
Y ésta era mi misión:
persuadir a todos aquellos con los que iba a entrar en contacto
de que la situación judía no tenía precedente en la Historia.
Los faraones egipcios no habían hecho algo así.
Los babilonios tampoco lo habían hecho.
Ahora, por primera vez en la Historia...
Y llegaban a esta conclusión:
si los Aliados no toman medidas sin precedentes,
independientes de la estrategia militar,
los judíos serán totalmente exterminados.
Y ellos no lo podían aceptar.
¿Exigían, por tanto, medidas excepcionales?
Sí, por turno,
bien el líder del bund,
bien el sionista...
¿Entonces, qué es lo que esperaban?
¿de qué mensajes debía ser yo portador?
Entonces, me entregaron sus mensajes.
Diferentes mensajes.
En primer lugar, para los gobiernos aliados.
Yo debía acudir a cuantos responsables políticos pudiera.
Al gobierno polaco.
Al presidente de la República polaca.

176
A los responsables judíos del mundo entero.
A grandes personalidades políticas e intelectuales.
«Acuda usted al mayor número posible de gente».
Y empezaron a entrar en detalles.
¿Qué mensajes y a quién?
Tuve con ellos dos entrevistas de pesadilla.
¡Una pesadilla!
Al final, me presentaron sus demandas.
Toda una lista.

El mensaje:
no se puede permitir que Hitler prosiga
el exterminio.
Cada día tiene su importancia.
Los Aliados no tienen derecho a considerar esta guerra
únicamente desde el punto de vista de la estrategia militar.
Actuando así, ellos van a ganar la guerra.
Pero a nosotros, ¿qué más nos da esa victoria?
¡No sobreviviremos a esta guerra!
Los gobiernos aliados no pueden quedarse en eso.
Nosotros hemos contribuido a la Humanidad,
hemos dado sabios a lo largo de los siglos.
Estamos en el origen de las grandes religiones.
Somos humanos.
¿Lo comprende usted?
¿Lo comprende usted?
Lo que le está sucediendo a nuestro pueblo
no tiene precedente en la Historia,
¿se despertará, tal vez, la conciencia del mundo?

Desde luego, nosotros no tenemos un país.


No tenemos un gobierno.
Ninguna voz en el consejo de las Naciones.
Por esta razón, recurrimos a personas como usted.
¿Va usted a hacerlo?
¿Cumplirá usted su misión?
Acuda a los jefes aliados.
Queremos una declaración oficial de las naciones aliadas
estableciendo que, más allá de su estrategia militar
que pretende asegurar la victoria,
el exterminio de los judíos
merece un capítulo aparte.

Que las naciones aliadas anuncien, sin demora,


públicamente,
que este problema les atañe,
que lo integren
en su estrategia global en esta guerra.
No se trata, únicamente, de vencer a Alemania,
sino también de salvar lo que queda del pueblo judío.
Publicada esta declaración,
los Aliados, que poseen una aviación
y bombardean Alemania,
¿por qué no podrían lanzar
millones de octavillas que hicieran saber a los alemanes
lo que su gobierno está haciendo a los judíos?
¡Tal vez no lo saben!
Entonces, que proclamen, una vez más,
oficialmente:
si la nación alemana no demuestra
que trata de cambiar la política de su gobierno,
será considerada responsable de los crímenes cometidos.
En ausencia de tales signos,
los Aliados advertirán
que ciertos objetivos de Alemania
serán bombardeados, destruidos,
en represalia por los crímenes
perpetrados contra los judíos.

Que estos bombardeos no tienen nada que ver


con la estrategia militar,
sino que están, únicamente, en relación con el problema judío.

Que se haga saber a los alemanes,


antes y después de estos bombardeos,
que éstos han tenido lugar y tendrán lugar

178
porque los judíos están siendo exterminados en Polonia.

Esto ayudará...
¡Tal vez!
Ellos lo pueden hacer.
Sí, ¡lo pueden hacer!

Ésta era mi primera misión.

La segunda:
ambos,
el líder sionista sobre todo, cuchicheaban de nuevo,
murmuraban:
«Algo va a pasar.
Los judíos, en el gueto de Varsovia, hablan de ello,
sobre todo, los jóvenes.
Ellos quieren luchar.
Hablan de una declaración de guerra contra
el Tercer Reich.
Una guerra única en la Historia.
Jamás existió una guerra semejante.
Quieren morir con las armas en la mano.
Nosotros no podemos impedirles esta muerte».
Yo ignoraba entonces, que se había creado una organización judía
de combate.
De eso no me dijeron nada.
Solamente:
«Algo va a suceder.
Los judíos van a luchar.
Necesitan armas.
Hemos entrado en contacto con el jefe del ‘Ejército del Interior’,
la Resistencia clandestina polaca.
Nuestra petición ha sido rechazada.
No se les pueden negar las armas — en caso de que existan —
¡y nosotros sabemos que las tenéis!»
Éste es mensaje para el comandante en jefe,
el general Sikorsky,

179
para que ordene que se entreguen armas a los judíos.

Mi tercera misión:
«En el mundo existen líderes judíos.
Entre en contacto con ellos.
Dígales esto:
Ellos son líderes judíos.
Su pueblo se está muriendo.
No van a quedar judíos.
Entonces, ¿para qué necesitamos líderes?

Nosotros dos vamos a morir también.


No tratamos de huir, nos quedamos aquí.

Que los demás pongan la sede de los ministerios


en Londres o en otra parte,
que exijan hechos.
Si no se hace nada,
que se manifiesten en las calles,
que se dejen morir de hambre,
de sed.
Que mueran.
¡Ante la vista y sabiéndolo toda la humanidad!
¿Quién sabe?
¡Tal vez, esto despierte la conciencia del mundo!»

Entre estos líderes judíos,


en lo referente a las afinidades,
yo me sentía más cerca del bundista.
Sin duda, por su clase.
Recordaba a un aristócrata polaco,
un señor.
Rectitud, nobleza en los gestos, dignidad.
Me da la impresión de que a él también le agradaba yo.
De repente, en un determinado momento, fue él quien tuvo la idea:
«Señor Vitold, yo conozco el Oeste. Usted va a negociar con los Ingleses,

180
a ofrecerles un informe oral.
Estoy seguro de que usted resultará más convincente,
si está en condiciones de decirles:
‘Lo he visto con mis propios ojos’.
Nosotros podemos organizar para usted una visita al gueto.
¿Acepta?
Si usted acepta, yo le acompañaré.
De este modo, cuidaré personalmente de su seguridad».

Algunos días más tarde, reanudamos el contacto.


En esa época, el gueto de Varsovia
no tenía otros límites que los que le eran propios
hasta julio de 1942.
Sobre un total de, aproximadamente, cuatrocientos mil judíos,
alrededor de trescientos mil ya habían sido deportados.
Dentro del muro del recinto,
se podían distinguir cuatro unidades.
La más importante era el «gueto central».
Todas ellas estaban separadas por zonas,
algunas habitadas, ya, por los arios;
otras, despobladas.

Había allí un edificio...


El ala de atrás era parte integrante del muro del recinto del gueto.
Su fachada, por tanto, estaba del lado ario.
Debajo del edificio, un túnel:
lo atravesamos sin la menor dificultad.
Pero, de repente, ¡otro hombre!
El líder del Bund, el aristócrata polaco.
Me encuentro a su lado:
está herido, inclinado como un judío del gueto,
como si hubiera vivido allí siempre.
Aparentemente, ésa era su naturaleza,
aquél era su mundo.

Recorrimos las calles.


Él iba a mi derecha.

181
No hablábamos demasiado...

Bien, entonces, ¿quiere usted que me ponga a contar?

Está bien.
¡Cuerpos desnudos en la calle!
Le pregunto: «¿Por qué están aquí?»
¿Los cadáveres?
Los cadáveres.
Él me dijo:
«Tienen un problema:
cuando muere un judío
y si la familia quiere una sepultura,
tiene que pagar una tasa.
Entonces, se arroja a los muertos a la calle».
¿Es que no pueden pagar?
No. No tienen medios.
Y me dijo:
«El harapo más pequeño tiene un valor.
Por eso, guardan los vestidos.
Y una vez que el cuerpo, el cadáver, está en la calle,
se hace cargo de él el Consejo Judío».

Las mujeres con sus bebés; los amamantan en público,


pero, ellas no tienen-
no tienen senos-
están planas.
Esos bebés con los ojos locos, que le miran a uno.

¿Se trataba totalmente de otro mundo?


¿Un mundo distinto?
Aquello no era un mundo.
Aquello no era la Humanidad.

Las calles llenas. Llenas.


Como si vivieran todos fuera.

182
La gente intercambia sus escasas riquezas.
Cada uno quiere vender lo que tiene.
Tres cebollas, dos cebollas.
Algunas galletas.
Todos venden,
todos mendigan.
Las lágrimas.
El hambre.
Esos niños horribles.
Niños corriendo,
completamente solos;
otros, junto a sus madres,
agarrados.
Eso no era la Humanidad.
Era una especie d e -
una especie d e -
de infierno.
Ahora,
en esta parte del gueto,
en el gueto central,
pasaban oficiales alemanes.
Acabado su servicio, los oficiales de la Gestapo
atravesaban el gueto.
Entonces, los alemanes de uniforme,
se acercan...
¡Silencio!
Todos paralizados por el miedo a su paso.
Ni un movimiento, ni una palabra.
Nada.
Los alemanes: ¡desprecio!
Evidentemente, aquí están estos sucios infrahumanos.
No son seres humanos.

De repente, el pánico.
Los judíos huyen de la calle en la que me encuentro.
Saltamos a una casa.
Él murmura: «¡La puerta! ¡Abre la puerta! ¡Abre!»
Se abre.
Entramos.
Se lanza hacia las ventanas que dan a la calle.
Vuelve a la puerta donde está la mujer que nos ha abierto.
Él le dice:
«¡No tengas miedo, somos judíos!»
Me empuja hacia la ventana:
«¡Mire, mire!»
Estaban allí dos chavales.
Rostros agradables, juventudes hitlerianas, de uniforme.
Desfilaban.
A cada paso que daban, los judíos desaparecían, huían.
Ellos charlaban.
De golpe, uno de ellos se lleva la mano a su bolsillo,
sin pensárselo dos veces.
¡Disparos!
Ruido de vasos rotos.
Alaridos.
El otro le felicita.
Ellos regresan.

Yo estaba petrificado.
Entonces, la mujer judía
— indudablemente se había dado cuenta de que yo no era judío
me abrazó:
«Márchese, márchese, esto no es para usted.
Márchese».
Abandonamos la casa.
Abandonamos el gueto.
Él me dijo: «Usted no lo ha visto todo...
¿Quiere volver? Yo le acompañaría.
Quiero que lo vea todo.
—Lo haré».

Al día siguiente volvimos.


El mismo edificio, el mismo camino.
Esta vez, yo estaba menos impresionado.
Entonces, me llamaron la atención otras cosas:
la pestilencia... la suciedad... la pestilencia.
Resultaba todo sofocante. Calles mugrientas.

184
Agitación. Tensión.
Locura.
Estábamos en la plaza Muranowski.
En una esquina de la plaza, juegan unos niños.
Con unos trapos.
Se lanzan los trapos.
El me dice:
«Ya ve, ellos juegan.
La vida continúa,
la vida continúa».
Yo le respondí:
«Ellos parecen jugar.
Pero no juegan».
¿Había árboles allí?
Algunos árboles, raquíticos.
Bien.
Caminamos.
Solos.
Sin hablar a nadie.
Caminamos alrededor de una hora.
De vez en cuando, él me paraba:
«¡Fíjese en ese judío!»
Un judío de pie, inmóvil.
Yo preguntaba: «¿Está muerto?»
Él: «No, no, está vivo.
Señor Vitold, ¡recuérdelo usted!
Está a punto de morir.
Se está muriendo.
¡Mírelo!
¡Dígalo allá abajo!
Usted lo ha visto.
¡No lo olvide!»
Caminamos.
¡Macabro!
De vez en cuando, él murmuraba:
«Recuerde usted todo esto, recuerde todo esto».
O, también, me decía:
«¡Mírela!» ¡Una mujer!
Muchas veces, yo le preguntaba:
«¿Qué les pasa?»

185
Su respuesta: «Se mueren».
Y siempre: «Acuérdese, acuérdese».

Estuvimos, tal vez, una hora.


Y regresamos.
Yo ya no podía más.
«Sáqueme de aquí».
Nunca le he vuelto a ver.
Yo estaba enfermo.
Yo no...
Incluso, ahora, no quiero...
Comprendo lo que usted hace. Yo estoy aquí.
No vuelvo a mis recuerdos.
Ya no podía más...

Pero hice mi informe:


¡Dije lo que había visto!

Eso no era un mundo.


Aquello no era la Humanidad.
Yo no era de los suyos.
No pertenecía a aquello.
Jamás había visto nada semejante.
Nadie había escrito sobre una realidad como aquélla.
No había visto ninguna obra, ninguna película.
Eso no era el mundo.
Se me decía que eran seres humanos.
Pero no parecían, en absoluto, seres humanos.
Y nos marchamos.
El me abrazó.
«Buena suerte.
—Buena suerte».
Nunca más le he vuelto a ver.

186
Dr. Franz Grassier (Alemania), adjunto del Dr. Auerswald,
el comisario nazi del gueto de Varsovia.

¿No tiene usted recuerdos de aquel tiempo?


Muy escasos.
Me acuerdo mejor de mis excursiones a la montaña,
antes de la guerra,
que de todo el periodo de la guerra en Varsovia.
Porque... a fin de cuentas, fue una época triste.
Existe una regla: el hombre — gracias a Dios — olvida
más fácilmente los momentos malos que los buenos...
Los momentos sucios, los rechaza.
Voy a ayudarle a recordar.
Usted era, en Varsovia, el adjunto del Dr. Auerswald.
Sí.
E l Dr. Auerswald era...
Comisario del «distrito judío» de Varsovia.
Dr. Grassier, aquí tiene el diario de C zem iakow '.
E n él, habla de usted.
Ah... está impreso... ceso existe?
E l ha conservado un diario que ha sido publicado
muy recientemente.
É l escribe — y esto es el 7 de julio de 1941 —...
¿El 7 de julio de 1941? Es la primera vez que vuelvo a tener noticia
de una fecha...
¿Puedo tomar notas?
Después de todo, también me interesa todo esto...
O sea, en julio yo estaba allá abajo.
S í; y él escribe: 7 de julio de 1941, «por la mañana
en la Comunidad»,
es decir, en la sede del Consejo Judío
«... y después con Auerswald, Schlosser...».
Schlosser era...
«...y Grassier. Asuntos corrientes».
Es la primera vez que usted...
¿Qué se menciona mi nombre?

i Adam Czerniakow era el Presidente del «Judenrat» (Consejo Judío) de


Varsovia.

187
Sí, pero fíjese, allí había tres...
Schlosser era... veamos... «departamento económico».
Si no recuerdo mal, ese nombre está unido a la economía.
Y la segunda vez, es el 22 de julio.
¿Él ha escrito cada día?
Sí, cada día.
Resulta muy sorprendente...
¡Que se haya salvado esto!
¡Impresionante que todo esto se haya salvado!

Raúl Hilberg

Adam Czerniakow
comenzó a llevar un diario la primera semana de la guerra,
antes de la entrada de los alemanes en Varsovia
y antes, incluso, de convertirse en responsable de
la comunidad judía.
Y continuó escribiendo todos los días,
hasta después del mediodía del día que se suicidó.
Nos ha dejado
una ventana, gracias a la que podemos observar
a una comunidad judía en la fase final de su existencia.
Comunidad agonizante, condenada realmente desde el comienzo.

Y, de esta forma, Adam Czerniakow ha hecho


algo sumamente importante.
No ha salvado a los suyos.
No más que los otros jefes judíos.
Pero nos ha brindado, día tras día,
el relato de lo que les sucedió.
Y lo ha hecho, a pesar de trabajar sin parar.
Porque era un hombre que no conocía ni la tregua ni el descanso.

Cada día, o casi, escribía:


sobre el tiempo que hacía,
sobre sus citas matinales,
sobre todo.

188
Pero nunca dejó de escribir.
Algo, dentro de él, le llevaba, le empujaba, le obligaba
a lo largo de los años,
casi tres años de su vida,
bajo la ley alemana.
Y por eso, quizá porque su estilo estaba completamente desprovisto
de énfasis,
sabemos hoy, cómo vivió la realidad,
cómo la percibió, la identificó,
cuál fue su reacción ante ella.
E, incluso por aquello sobre lo que calla,
podemos deducir qué es lo que ocurrió.

Hay, en el diario, continuas alusiones al final.


Herido por la mitología griega,
se describe llevando una túnica envenenada como Hércules.

En el fondo de sí mismo sabe que los judíos de Varsovia


están condenados.

Y algunos pasajes resultan impresionantes a este respecto;


sarcásticamente, si se puede hablar así,
anota, en diciembre de 1941, que la Intelligentsia se muere.
Hasta entonces, sólo morían los pobres,
pero, en adelante, es el tumo de la Intelligentsia...
¿Por qué se fija, especialmente, en la Intelligentsia?
Porque en el gueto, había diversos límites de resistencia al hambre,
que variaban en función de las clases.
Ante todo, los pobres, después la clase media.
Y en la cumbre, por encima de ésta, la Intelligentsia.
Cuando a ella le llega el turno de morir, la cosa va muy muy mal.
No lo olvide:
la ración media era de 1200 calorías.

Otro ejemplo:
Un hombre se acerca a él y le dice:
«Déme dinero, no para comer,

189
sino para el alquiler,
para pagar mi alquiler, porque no quiero morir en la calle».
Esto, para Czerniakow, merece ser relatado.
Signo de dignidad.
Él aprueba.
Alguien le presentó una petición...
iU n a petición de dinero?
Sí, pero no para pan.
«Para pagar el alquiler,
porque no quiero morir en la calle».
Esto era algo corriente:
se les recubría con periódicos.
iPor qué el techo más que el pan?
Este hombre no comía lo suficiente como para permanecer vivo,
pero rechazaba desplomarse en la calle.
Como la muerte era segura,
él la aceptaba para sí...
Totalmente, ahí aparece una de las observaciones sardónicas
cuyo secreto domina Czerniakow.
Tiene siempre extrañas descripciones:
una charanga ante una funeraria,
una carroza fúnebre conducida por cocheros ebrios,
un niño muerto que corta esto y aquello.
Él era sardónico con la muerte.
Vivía con la muerte.

Dr. Franz Grassier

¿Iba usted al gueto?


Sí, pero rara vez. Cuando tenía que ver a Czerniakow.
¿ Y cómo era aquello?
M e refiero a las condiciones de vida
Horribles.
Sí, espantosas.
¿Sí?
Yo no volví a poner el pie en el gueto
después de haber visto lo que era aquello.
Salvo en caso de fuerza mayor;
por esta razón, probablemente, no fui allí más que una o dos veces,

190
en total.
Nosotros, en el Comisariado, tratábamos de mantener
el gueto por la mano de obra,
pero, sobre todo, para luchar contra las epidemias,
contra el tifus.
Éste era el gran peligro.
Sí.
Hábleme un poco del tifus...
¡Oh! Yo no soy médico,
yo sólo sé que el tifus es una epidemia
muy peligrosa,
que contagia a la gente — prácticamente como la peste —
y que no se puede controlar dentro de un gueto.
De haberse declarado el tifus,
—en realidad, no lo creo, pero existía ese miedo—
no nos hubiera perdonado ni a los polacos, ni a nosotros.
Pero, cpor qué había tifus en el gueto?
El tifus, yo no lo sé.
El peligro del tifus, sí.
Precisamente, a causa del hambre.
Porque la gente tenía demasiado poco para comer.
Esto era lo terrible...
... Nuestros servicios, en el Comisariado,
actuaban lo mejor posible para alimentar al gueto,
precisamente para que no se convirtiera en un foco de epidemias.
Al margen de toda consideración humanitaria,
esto era lo importante.
Porque, si el tifus se hubiera extendido,
—éste no fue nunca el caso—
no se hubiera limitado al gueto.
Czerniakow escribe, también,
que una de las razones para la edificación
del muro del gueto
era, precisamente, este miedo alemán.
Sí, sí, desde luego. Miedo al tifus.
É l dice que los alemanes
siempre identificaron
a los judíos con el tifus.
Es posible, sí.
No sé si tenía fundamento...

191
Pero imagínese a esa masa humana amontonada dentro del gueto.
Porque si sólo hubieran estado los judíos de Varsovia,
pero, a continuación, los otros.
El peligro no dejaba de aumentar.

Raúl Hilberg

En el gueto, había una mujer enamorada.


La persona a la que amaba resultó gravemente herida,
sus órganos se le salían.
Ella los sujetó con sus propias manos,
lo llevó al hospital.
El murió.
Lo pusieron en la fosa común,
ella lo exhumó, le dio sepultura.
Para Czerniakow, este sencillo episodio es el colmo de la virtud.

¿El no se rebeló nunca?


No era ésa su preocupación.
Nunca expresó su rebelión.
Ni su disgusto, excepto con respecto a ciertos judíos:
aquellos que desertaron de la comunidad emigrando rápidamente;
u otros que, como Ganzweich, colaboraron.
Y ni una palabra desagradable para los alemanes.
El estaba por encima...
no criticaba a los alemanes por ellos mismos.
Y raramente confiesa
que hubiera discutido alguno de sus decretos.
No discutía con ellos.
Proclamaba, intercedía. No discutía.
Discutió cuando no sólo hubo que construir el muro,
sino pagarlo.
Si el muro, decía, es una medida de higiene
que protege a los alemanes y a los polacos de las epidemias judías,
entonces, ¿por qué tenían que pagar los judíos?
¡Que paguen la vacuna los inmunizados!
¡Que paguen los alemanes!
Y Auerswald, replicaba:

192
«Bonito argumento, usted deberá defenderlo...
algún día en una conferencia internacional.
Mientras tanto, ¡pague!»
Czerniakow relata todo esto;
incluso la respuesta de Auerswald.
Su crítica de los alemanes nunca va más lejos.
Nada que venga de ellos le sorprende.
Presenta,
anticipa todo lo que les pasa a los judíos,
incluso, lo peor.

Dr. Franz Grassier

Existía una política alemana para el gueto,


en Varsovia.
¿Cuál era esta política?
Sobre este asunto usted me pide demasiado.
Sobre la política que, finalmente, desembocó en el exterminio,
en la «Solución final», lo ignoramos todo, desde luego.
Nuestro cometido consistía en mantener el gueto
y conservar a los judíos, en la medida de lo posible,
como fuerza de trabajo.
La pretensión del Comisariado era totalmente distinta,
a fin de cuentas, de la que, más tarde, desembocó
en el exterminio.
Pero, ¿sabe usted cuánta gente moría,
cada mes, en el gueto, en 1941?
No.
O si en algún momento lo supe, lo he olvidado.
Pero, usted lo sabía: existen estadísticas muy precisas.
Probablemente, probablemente yo lo supe...
Sí. Cinco m il por mes.
¿Cinco mil por mes? Sí. Pues bien...
Eso es mucho.
Es mucho, ciertamente. Pero, había mucha gente
en el gueto.
Mucha gente, demasiada, eso era el quid.
¡Demasiada cantidad!
¡Demasiada cantidad!

193
M i pregunta es una pregunta filosófica.
¿Qué significa para usted un gueto?
¡Dios mío! Guetos los ha habido en la historia,
en lo que se me alcanza,
desde muchos siglos atrás.
La persecución de los judíos no es una invención alemana
y no data de la Segunda Guerra mundial.
Los polacos también los persiguieron.
Pero, un gueto como en Varsovia, en una gran capital,
en el corazón de la ciudad...
Eso era poco corriente.
Usted dice que pretendía mantener el gueto.
Nuestra misión no consistía en aniquilar el gueto,
sino mantenerlo vivo,
mantenerlo...
Pero, ¿qué significa «vivo» en tales
condiciones?...
Ahí estaba el problema.
Ahí estaba todo el problema...
Pero, la gente moría en las calles.
Había cadáveres por todas partes.
Precisamente... ¡ésta era la paradoja!
¿A usted le parece una paradoja?
Sin duda.
Pero, ¿por qué? ¿Puede explicarlo usted?
No.
¿Por qué no?
¿Explicar qué?
Eso no era «mantener,»
esos judíos eran exterminados cada día en el gueto.
Czemiakow escribe...
Para mantenerlo realmente,
se hubieran necesitado raciones más sustanciales
y no aquella acumulación.
Pero, ¿por qué no había raciones más humanas?
¿Por qué?
S e trataba de una decisión alemana, ¿no?
Realmente, no hubo una decisión de matar de hambre al gueto:

194
la gran decision de exterminar fue tomada mucho más tarde.
Sí, sí. M ás tarde, en 1942.
Exactamente, exactamente.
Un año más tarde.
Ciertamente. Nuestra misión
—éste es el recuerdo que tengo de ello—
consistía en gestionar el gueto
y, naturalmente, con aquellas raciones insuficientes
y aquella superpoblación,
no se podía evitar una mortalidad elevada, incluso, excesiva.
Sí.
Pero, ¿qué quiere decir «mantener» el gueto
en semejantes condiciones: alimentación, higiene, etc.?
¿Qué podían hacer los judíos contra semejantes
medidas?
Los judíos no podían hacer nada.

Raúl Hilberg

C zemiakow había visto una película antes de la guerra:


E l comandante de un buque, a punto de hundirse,
ordena a la orquesta tocar una pieza de jazz.
E n su diario, el 8 de julio de 1942,
ni siquiera dos semanas antes de su muerte,
él se identifica con el comandante de ese navio que zozobra.
Pero él,
lo que hace es organizar un festival para los niños en
el gueto.
Sí, competiciones de ajedrez, teatro, fiesta infantil;
de todo hay hasta el último instante.
Pero, ¡todo eso son símbolos!
Esas manifestaciones culturales
no sólo sirven para afirmar la moral,
como Czemiakow quiere creer,
sino que son símbolos de una postura constante en el gueto:
curar o tratar de curar a los enfermos
que muy pronto serían gaseados,
tratar de educar a los jóvenes
que nunca crecerán,

195
dar trabajo y crear empleos
en una situación de quiebra.
Una huida hacia delante,
como si la vida fuera a continuar.
Tienen una fe militante en la supervivencia del gueto,
aunque todo les pruebe lo contrario.
La estrategia, hasta el final, es ésta:
«Debemos perseverar.
Ésta es la única estrategia.
Debemos minimizar los estragos, los daños, las pérdidas;
debemos continuar».
La continuidad es la única salvación.
Pero, cuando se compara
a ese comandante de un buque que se hunde,
él sabe que todo...
Lo sabe, sí.
En mi opinión, él sabía o presentía el final,
desde octubre de 1941:
en esta fecha, se hace eco de rumores alarmantes
respecto a la suerte de los judíos de Varsovia, en primavera.
Y también, cuando Bischoff, el SS encargado de los intercambios,
le dice que el gueto no es más que una simple transición,
sin más precisiones.
Él sabe, tiene premoniciones
porque en enero, se habla de la llegada de lituanos...
Se inquieta cuando Auerswald desaparece para ir a Berlín,
hacia el 20 de enero de 1942,
fecha, se sabe, de la conferencia sobre la Solución final,
la conferencia de Wansee.
Y aunque él, Czerniakow,
detrás de su muro,
lo ignora todo,
permanece atormentado por el viaje de Auerswald.
No sabe cuál es el motivo,
pero está seguro de ello:
nada bueno puede salir de él.
En febrero, los rumores se multiplican;
en marzo, se concretan:
él toma nota de la salida de los judíos del gueto de Lublin,
de Mielecz, de Cracovia y de Lwow.

196
Y se malicia que algo se está preparando,
tal vez, para la misma Varsovia.
Y desde entonces, cada página
está preñada de inmensa angustia.

Cuando Czemiakow se da cuenta, en marzo de 1942,


de que se está deportando a los judíos de Lublin, Lw ow
y Cracovia — y ahora sabemos
que salían en dirección a Belzek —
¿se pregunta a dónde son llevados y por qué?
No.
Nunca.
No cita ningún lugar.

Pero, no podemos asegurar


que desconociera esos campos.

No habla de ellos en su diario.


¡Eso es todo!

Y sabemos, por otra parte,


que la existencia de campos de la muerte era algo ya conocido
en Varsovia,
en cualquier caso, en junio.

Dr. Franz Grassier

<Por qué se suicidó Czemiakow?


Exactamente, porque cayó en la cuenta de que el gueto
carecía totalmente de porvenir:
sin duda, él tuvo claro —antes que yo— que a los judíos
les iban a matar.
Yo supongo, cómo decir...
que los judíos tenían, ya, sus excelentes servicios secretos.
Sabían de todo esto más de lo que hubieran debido,
más que nosotros.
i Usted cree?
Sí, lo creo.

197
¿Los judíos sabían más que ustedes?
Estoy convencido de ello. Convencido.
Resulta difícil de aceptar.
La administración alemana jamás fue informada
de lo que iba a pasarles a los judíos.
¿En qué fecha tiene lugar la primera deportación
a Treblinka?
Yo creo que antes del suicidio de Auerswald.
¿De Auerswald?
No... de Czerniakow. Perdón.
E l 22 de julio.
Éstas eran... estas son fechas... entonces,
el 22 de julio de 1942,
comienzo de las deportaciones.
Sí.
A Treblinka.
Y Czerniakow se suicidó el 23.
Pues sí, al día siguiente, pues.
De modo que, esto es realmente lo correcto, él se había dado cuenta
de que su idea
—ésta era su idea, pienso yo—
de un trabajo honesto con los alemanes
a fin de mejorar el trato con los judíos;
se había dado cuenta de que esta idea,
este sueño, habían sido destruidos.
Que esa idea era un sueño.
Sí. Y cuando el sueño se esfumó,
él llegó hasta el final.

Raúl Hilberg

¿Cuándo escribió Czerniakow por última vez?


Unas horas antes de su suicidio.
¿ Y qué es lo que dice?

«Son las 15 horas.


Cuatro mil, están, ya, preparados para salir.
Nueve mil, lo han de estar a las 16 horas».

198
Éstas son las últimas palabras de un hombre que va a morir
a la caída de la tarde.
E l primer «transporte» de judíos de Varsovia
en dirección a Treblinka, tiene lugar el 22 de julio de 1942,
y Czerniakow se suicida al día siguiente.
Exacto. Por tanto, el 22, se presenta el SS Höfler,
responsable del «traslado»,
encargado expresamente de toda la operación.
Höfler, el día 22,
—y aquí hay que subrayar este detalle:
Czerniakow está tan trastornado, que se equivoca de fecha,
en lugar de 22 de julio de 1942, escribe 22 de julio de 1940—
Höfler, pues, entra en su oficina a las diez,
corta el teléfono, hace evacuar a los niños que están jugando
frente al edificio del Judenrat
y le dice:
«Todos los judíos, sin distinción de edad ni de sexo,
excepto algunos eximidos,
serán deportados al Este».
¡Siempre el Este!
«Desde hoy, a las dieciséis horas, deben ser entregados
seis mil.
Éste será el mínimo diario».
Esto se le comunica el 22 de julio de 1942.
Sin embargo, él todavía intercede,
solicita otras excepciones,
las de los miembros del Consejo judío
y de los organismos de asistencia;
pero lo que le atormenta, es que los huérfanos
vayan a ser deportados,
sin tregua: intercede por ellos.
El 23 no tiene garantías de que serán eximidos.

Si no puede ser, ya, el protector del orfanato,


entonces, ha perdido su guerra,
ha perdido su batalla.
Pero, ipor qué los huérfanos?
Son los más débiles.
Son los pequeñines...

199
Son el futuro.
No pueden hacer nada por sí mismos.
Si los huérfanos no son eximidos,
si ni siquiera tiene el «sí» de un oficial SS,
ni la promesa cuya vaciedad conoce;
si se le niega, incluso, la palabra,
entonces, ¿qué concluir?

Si ya no puede hacer nada por los niños...

Se cuenta
que después de haber cerrado su diario,
dejó una última nota:
«Ellos quieren que mate a los niños con mis propias manos».

Dr. Franz Grassier

Entonces, usted creía que el gueto era algo positivo,


una especie de autogestión, ¿no es cierto?
Sí, autogestión.
¿Un mini-Estado?
¡Funcionó muy bien la autogestión judía!
Pero se trataba de una autogestión para la Muerte, ¿no?
Sí. Eso se sabe hoy día.
Pero, en aquel momento...
¡En aquel momento también!
No.
Czemiakow lo escribe:
«Somos marionetas, no tenemos
ningún poder»
Sí.
«Ningún poder».
Cierto, cierto... aquello era...
Ustedes eran los señores: ustedes, los alemanes.
Sí.
Los señores, los amos.
Evidentemente.

200
Y Czemiakow no era más que un instrumento...
Un instrumento, sí. Pero un buen instrumento.
La autogestión judía funcionó bien, esto lo sé,
créame.
Funcionó bien durante tres años...
1940, 1941,1942... dos años y medio; y, al fin a l...
Al final...
«¿Funcionó bien», por qué? ¿con qué objetivo?
¡Pues para la autoconservación...!
No, ¡para la Muerte!
Sí... pero...
Autogestión, autoconservación... ¡para la muerte!
¡Es fácil decir todo esto hoy!
Pero usted ha admitido que las condiciones eran
inhumanas.
Atroces... horribles...
Sí, sí.
Por tanto, todo estaba y a claro entonces...
No. El exterminio, no...
Hoy, ¡sí está claro!
E l exterminio, eso no es algo tan simple;
hubo una medida,
después otra, y otra y otra...
Sí.
Pero, para comprender todo este proceso, hace falta...
El exterminio, lo repito, no tuvo lugar en el gueto mismo
— al menos, al comienzo —
procede de la época de los transportes.
¿Qué transportes?
Los transportes a Treblinka.

Se hubiera podido aniquilar el gueto con las armas,


o sabe Dios cómo.
Como se terminó haciendo. Después de la rebelión.
Cuando yo ya no estaba allí...
Pero, al principio...
Sr. Lanzmann, todo esto no nos lleva a ninguna parte.
¡No descubrimos nada nuevo!
E n efecto, y o creo que no se puede innovar...

201
Lo que yo sé hoy, no lo sabía entonces.
Usted era el segundo de a bordo del comisario
del «distrito judío» de Varsovia...
¡Pues sí!
Usted era importante.
Sobrestima usted mi papel.
No.
Usted era el segundo del comisario
del «distrito judío» de Varsovia...
Pero... ¡sin poder!
¡Eso no quiere decir nada!
Usted era una parte de ese inmenso poder alemán.
Exacto. Exacto. ¡Pero una pequeña parte!
Usted sobrestima la autoridad de un adjunto de veintiocho años
en aquel momento.
Treinta años.
Veintiocho.
Treinta años, la madurez.
Sí. Pero para un jurista, diplomado a los veintisiete años,
eso no es más que un comienzo.
Usted era «doctor».
El título no prueba nada.
¿También Auerswald era doctor?
No. pero el título no viene al caso.
Doctor en derecho. Y después de la guerra,
¿a qué se ha dedicado usted?
He estado en una casa editorial alpina.
¿Ah sí?
Sí, sí. He escrito y publicado guías de montaña.
He editado una revista alpina.
¿Es la montaña su deporte favorito?
Sí, sí.
L a montaña, el aire y ...
Sí...
. . . E l sol, el aire puro...
Desde luego, no el aire del gueto.

202
New York
Gertrude Schneider y su madre, supervivientes del gueto.

Die Wörter, die welche ich schreib zu dir,


seinen nit m it Tint, nur mit Treren,
Jahren, die beste, gendigt sich,
Und schoin verfallen nit zu werden.
Schwer ist’s, su verrichten, was ist zerstört,
und schwer ist’s, z u verbinden unsere Liebe,
ah, schau, die Treren deine,
die Schuld, sie ist nit meine,
weil azoi muss sein.
A zo i muss sein, azoi muss sein,
mir müssen beide sich zerscheiden,
azoi muss seis, azoi muss sein,
die Liebe , die endigt sich von beiden.
Z u gedenkst du, wenn ich hab dich
gelassen im Weg,
mein Goirel hat gesagt, ich muss von dir aweg,
weil in den Weg will ich schon keinmal mehr nit steren
weil azoi muss sein.

203
Museo del Kibbutz Lohame Haghettaot
(Kibbutz de los combatientes del gueto), Israel.

E n el gueto de Varsovia, la Organización Ju d ía de Combate


fue constituida, oficialmente, el 28 de julio de 1942.
Después de la primera deportación en masa a Treblinka, interrumpida
el 30 de septiembre, permanecían en el gueto alrededor de 60.000 judíos.
E l 18 de enero de 1943, se reanudaron las deportaciones.
A pesar de una cruel falta de armas, los miembros de la O.J.C., llamaron
a la resistencia y se comprometieron la luchar ante la total sorpresa
de los alemanes. E l combate duró 3 días. Los nazis se retiraron
con pérdidas, abandonando sobre el terreno armas
con las que se hicieron los judíos. Las deportaciones fueron interrumpidas.
Los alemanes sabían que, en adelante, no podrían dominar el gueto
más que entrando en combate. Este comenzó
al atardecer del 19 de abril de 1943,
la víspera de la Pascua judía (Pessah).
Iba a ser una batalla de aniquilación.

Itzhak Zuckermann, llamado «Antek»,


comandante segundo de la Organización Judía de Combate.

Yo comencé a beber después de la guerra.


La situación era muy difícil...
Claude, usted me ha preguntado cuál era mi impresión.
Si usted pudiera chupar mi corazón, se envenenaría.

205
A ruegos de Mordechaï Anielewicz, Comandante de Jefe
de la O.J.C., A ntek había dejado el gueto
seis días antes del ataque alemán.
S u misión: obtener de los jefes de la Resistencia polaca
que entregaran armas a los judíos. Ellos se negaron a hacerlo.

Simha Rottem (Kajik)

Estoy convencido de que la lengua humana es incapaz


de describir el horror
que nosotros conocimos dentro del gueto.
En las calles del gueto,
si podemos, todavía, usar la palabra calle,
porque ya no quedaban calles,
estábamos obligados a pasar por encima de montones de cadáveres,
que estaban apilados unos sobre otros.
Ya no teníamos dónde ponernos;
y además de la lucha contra los alemanes,
teníamos que luchar contra el hambre, contra la sed;
no teníamos ningún contacto con el mundo exterior,
estábamos completamente aislados,
cortada toda relación con el mundo.
Estábamos en un estado tal, que, incluso, habíamos
dejado de ver qué significado podía tener
proseguir la lucha.
Llegamos a pensar en el intento de abrir un paso hacia la zona aria
de Varsovia, fuera del gueto.

Justo antes del 1 de mayo, nos enviaron,


a Sigmundo y a mi,
para que tratáramos de entrar en contacto, en la zona aria
de Varsovia, con Antek.

Terminamos encontrando un túnel debajo la calle Bonifraterka,


que permitía llegar a la zona aria de Varsovia.

A primera hora de la mañana,

2U6
nos encontramos, de repente, en la calle
en pleno día.
Imagínese aquel 1 de mayo soleado,
estupefactos por encontrarnos allí, en medio de gente normal,
en la calle,
como si saliéramos de otro planeta.

Inmediatamente, una serie de gente saltó sobre nosotros desde arriba,


porque, ciertamente, teníamos pinta de estar muy agotados,
flacos,
harapientos.
En torno al gueto, había, siempre, algunos polacos
muy suspicaces,
que atrapaban a los judíos.
De milagro, logramos escapar de ellos.
En la zona aria de Varsovia,
la vida continuaba de la forma más natural
y más normal, como en el pasado.
Los cafés funcionaban con toda normalidad,
los restaurantes, los autobuses y los tranvías también;
y los cines estaban abiertos.
El gueto era una isla en medio de la vida normal.

Nuestra tarea consistía en entrar en contacto


con Yitzhak Zuckermann (Antek)
para intentar poner en marcha una operación de sabotaje,
para tratar de salvar a algunos combatientes
que podían encontrarse todavía con vida en el gueto.
Logramos establecer contacto
con Yitzhak Zuckermann.
Encontramos a dos empleados de la Compañía
de los alcantarillados.
En la noche del 8 al 9,
decidimos, entonces, volver al gueto con
otro camarada, Riszek,
ambos alcantarilleros, y después del toque de queda, nos metimos
en las alcantarillas.
Estábamos totalmente en manos de la buena voluntad de estos dos

207
alcantarillen«,
porque sólo ellos conocían la topografía subterránea
del gueto.
A mitad de nuestro recorrido subterráneo, decidieron
desandar lo andado,
no querían seguir acompañándonos;
tuvimos que amenazarlos con nuestras armas.
Progresamos por el interior de la alcantarilla
y, en determinado momento, uno de los alcantarillen« nos dijo
que nos encontrábamos debajo del gueto.
Riszek estaba encargado de vigilar a los dos alcantarillen« para que
no se pudieran evadir.
Fui yo quien levantó la tapadera de las alcantarillas
para entrar en el gueto.

En Mila 181, los dejé, de hecho, durante una jornada.


Mi vuelta tuvo lugar en la noche del 8 al 9,
el bunker fue descubierto por los alemanes la mañana del 8.
La mayor parte de los supervivientes del bunker, o se suicidaron,
o fueron envenenados por los gases.

Me marché al bunker de Francziskanska 22.


No había nadie cuando grité la contraseña
y, por tanto, me vi obligado a seguir en el gueto;
y, de repente, oí una voz de mujer que llamaba
desde el centro de la ruinas.
Era de noche, noche negra,
no se veía nada; nada estaba iluminado,
sólo había ruinas,
casas derrumbadas y yo no oía más que una voz,
me parecía que, verdaderamente, era una especie de mala
suerte que había caído:
una voz de mujer que hablaba desde el fondo de los escombros.
Yo...
di una vuelta alrededor de estas ruinas;
desde luego, no había mirado mi reloj,

El bunker de Mila 18 era el cuartel general de la Organización Judía de


Combate.

208
pero tengo la impresión de que, fácilmente, tardé media hora
en dar la vuelta,
en intentar localizarla siguiendo su voz
que me guiaba;
y, lamentablemente, no la encontré.
¿Había incendios?
Realmente no se puede hablar de incendio,
puesto que no había llamas que subieran.
Sin embargo, todavía había humo
y después, aquel horrible olor de carne asada; de gente
que, sin ninguna duda, había sido quemada viva.
Entonces, continué mi camino.
Me presenté en otros bunkers donde pensaba encontrar
a las unidades combatientes;
y cada vez, se reproducía la misma historia:
yo gritaba la contraseña: «Jan»...
J a n es un nombre polaco
Sí.
... Ninguna respuesta.
Dejaba el bunker para dirigirme a otro bunker
Y, después de horas caminando a través del gueto,
yo... me volví a las alcantarillas.
¿Estaba solo en aquel momento?
Sí, estaba todo el tiempo solo.
Aparte de la voz de mujer, de la que le he hablado
y de un hombre con el que me encontré cuando salí
de las alcantarillas,
yo estuve solo a lo largo de todo mi recorrido por el gueto;
no encontré una sola alma que estuviera viva.

Y recuerdo un momento
en el que experimenté una especie de tranquilidad,
de serenidad,
en que yo me dije:
«Yo soy el último judío,
voy a esperar la mañana,
voy a esperar a los alemanes».

209
I n d ic e

La m em oria d e l h o rro r ..................................................................................... 7

Palabras previas 11

P rim e ra é p o c a 15

S e g u n d a é p o c a ...... 111
No resulta fácil hablar de Shoah. La película tiene magia y la
magia no se puede explicar. Después de la guerra, hemos leído
gran cantidad de testimonios sobre los guetos y sobre los campos
de exterminio; hemos quedado conmocionados. Pero, al vn
ahora la extraordinaria película de Claude Lanzmann, caemos
realmente en la cuenta de que no sabíamos nada. A pesar de iod< >s
nuestros conocimientos, la experiencia, con todo su espanto,
permanecía a considerable distancia de nosotros. Por primera
vez, podemos vivirla dentro de nuestra cabeza, en nuestro
corazón, en nuestra carne. Se convierte en algo nuestro. Ni mera
ficción, ni estricto documento, Shoah logra esta recreación del
pasado con una impresionante economía de medios: lugares,
voces, rostros. El gran arte de Claude Lanzmann consiste en
hacer hablar a los lugares, resucitarlos a través de las voces y, mas
allá de las palabras, expresar lo indecible mediante los rostros.
El montaje de Claude Lanzmann no obedece a un orden
cronológico; yo diría -si se puede emplear esta palabra a
propósito de esto- que es una construcción poética.
Nunca jamás hubiera podido imaginar semejante alianza entre
el horror y la belleza. Desde luego, la segunda no es capaz de
ro, no se trata de esteticismo: al contrario, ella la
ilumina con tal inventiva y con tal rigor, que podemos darnos
cuenta de que estamos contemplando una gran obra. Una obra
maestra en estado puro.
L Simone de Beauvoir
I.

9 788495 897169 A*e.n A LibROS

Anda mungkin juga menyukai