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La Comunión de la Amistad

Mientras el hombre no haya vivido la experiencia de una amistad sólida y auténtica, es


más que probable que no salga de una opinión pesimista sobre la naturaleza humana.
Mirando al mundo objetivamente, ve en él tantos engaños, tantas luchas, tantos egoísmos, no
sorprende que descubra en todo rostro humano con que tropieza por primera vez un peligro
en vez de una promesa. Quien inventó el proverbio: «el hombre es un lobo para el hombre»,
era sin duda un ser que jamás conoció la amistad verdadera. En cambio, una única
experiencia de amistad auténtica basta para darnos esa certeza cuyo contenido estimamos
metafísica y universalmente válido, a saber: que hay en el hombre algo más que maldad, y
que más que amenazas, el Otro trae promesas. Aun si todos los hombres que hemos
encontrado sólo fuesen mentirosos y egoístas, un único amigo verdadero bastaría para que
conservásemos una concepción optimista de la naturaleza humana y de las relaciones
interhumanas. Y en lugar de creer en la malignidad, indignidad o mala voluntad de los
hombres, el recuerdo de nuestro amigo nos haría esperar en ellos un amigo posible y la única
actitud que a priori estaremos y ligados a adoptar será brindarles de antemano una acogida
benévola.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, p. 144.

La Comunión de la Amistad
Puesto que la amistad se dirige a la totalidad de la persona espiritual, no excluye una
cierta efusión sentimental ni el apego sensible y tierno entre dos amigos. La simple presencia
del amigo, un gesto o una palabra sin gran trascendencia objetiva, puede procurar una alegría
muy grande y brindar un socorro sumamente eficaz en la lucha con las tribulaciones de la
vida. Sin embargo, por propia naturaleza, la amistad es un sentimiento más viril que el amor,
y le es inherente el miedo a degenerar en amaneramiento. Al deseo de evitar ese peligro, real
o imaginario, poco importa, se debe que los amigos den a sus relaciones un cierto aire de
rudeza y que sobre todo entre muchachos de agresividad viril normal, la amistad se exprese a
golpes más que con palabras tiernas.
En la amistad que ha crecido normalmente, la comunión de las inteligencias debe
ocupar un lugar destacado sin suprimir por eso o reprimir la comunión de los corazones. En
seres evolucionados, la amistad se manifiesta generalmente por la búsqueda en común de una
verdad trascendente o por el combate en común por un mismo ideal. El intercambio
intelectual y espiritual con el amigo es el único capaz de procurar una experiencia auténtica
de la vida del espíritu, de establecer que la verdad no es una simple proposición lógicamente
impecable sino una realidad metafísicamente concreta.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, p. 145.

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La Comunión de la Amistad

Por el contrario la amistad espontáneamente, casi sin esfuerzo, se transforma en


comunidad abierta. Cuanto mayor y más fuerte es nuestra amistad con una persona en
particular, más nos sentimos dispuestos a ofrecer nuestra amistad a todo hombre que se cruza
en nuestro camino. En los casos privilegiados, nuestra amistad abrazará hasta los animales,
los árboles, las fuentes, todo lo que vive y existe. Para un hombre normal, se necesita que una
experiencia lo haya decepcionado cruelmente para que deje de encontrar en toda palabra que
le es dirigida, en toda mirada que se cruza con la suya, mensajes de amistad. La disposición
del corazón humano para la amistad universal es probablemente el factor psicológico más
eficaz para encontrar a Dios y vivir en comunión con Él. En efecto, la misma intensidad del
gozo que aporta una amistad más y más abierta nos lleva a experimentar que ninguna amistad
en particular, ni el conjunto de nuestras amistades con seres contingentes, son capaces de
llenar la necesidad de amistad absoluta que se agita en nuestro interior.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, p. 147.

La Comunión de la Amistad
Un prejuicio muy difundido entre jóvenes estima que sólo puede haber
amistad verdadera entre dos personas y que nadie es capaz de poseer a
la vez más de un auténtico "amigo verdadero". Como resultado de esto,
muchos se cierran a las solicitudes y ofrecimientos de amistades nuevas,
por temor de faltar a la fidelidad al amigo si por acaso llegan a encontrar
otros. Así limitada, la amistad deja de aportar la plenitud moral y
ontológica que tenemos derecho a esperar de ella. El egoísmo
compartido con dos personas, que es a lo que se reducen muchas
amistades, sólo es una perversión refinada de las comuniones
existenciales. Las famosas parejas de amigos que todos conocemos, y que
florecen sobre todo en medios cerrados, sólo son la mayor parte de las
veces miserables caricaturas de la amistad auténtica. Estos amigos tan
exclusivos que en la medida que lo posible jamás se separan, viven como
pegados el uno al otro, impidiendo así que cada uno realice su vocación
personal y cumpla su misión particular en el seno de la comunidad
humana. La amistad cerraba es celosa, encadena mutuamente a dos
seres, más de cuanto lo hace la más carnal de las pasiones de amor. Y no
es raro que el Eros venga a instalarse efectivamente en el corazón de
esos amigos, ya que es un hecho que la mayoría de las perversiones e
inversiones sexuales encuentran en estas "amistades particulares" el
terreno abonado que necesitan para su trabajo de destrucción. Y aun en
los casos donde no sean de temer consecuencias tan nefastas, siempre
habrá una disminución de eficacia creadora en esos amigos, y su amistad
no conocerá la fecundidad verdadera. En lugar de temer compartir
amistad, sería de desear que toda amistad fuese para el hombre una

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invitación a buscar otras amistades tan bellas y profundas como la
primera.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, pp. 147- 148.

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La Comunión de la Amistad

Es por tanto acertado decir que, en cierto sentido, sólo los santos son auténticamente
amigos, pues su amistad se basa enteramente sobre el amor común de Dios. Nuestras
amistades personales participan de la autenticidad en la medida que se alimentan en la Fuente
de toda santidad y nos ayudan a caminar adelante en la senda que lleva al Señor. Consciente o
no, toda verdadera amistad tiende hacia esto, aun entre no creyentes. Pero quienes tienen
conciencia de las posibilidades y aspiraciones profundas de su amistad, pueden contribuir
activamente a su éxito y avanzan más rápidamente en el camino hacia el Absoluto que ella
indica. Las amistades de Jesucristo serán siempre la escuela más excelente de la amistad
auténtica.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, p. 152.

La Comunión de la Amistad
Quien entiende la amistad pasivamente es lo más probable que no la encuentre jamás.
Debemos prepararnos para la amistad y salir a su encuentro. Y para que la amistad de frutos,
debemos tratarla como una planta rara y frágil, cuidándola, luchando contra sus enemigos,
trabajando por su progreso.
No se entra en la amistad de la misma manera que se inscribe uno en un partido o en un
club, a los que se puede abandonar cuando ya no satisfacen. La amistad compromete la
totalidad de la existencia y por tal motivo comporta siempre un riesgo. No hay método ni
técnica infalible para lograr éxito en la amistad y aun nuestras experiencias anteriores de poco
sirven en el caso.

Ignace Lepp, La Comunicación de las Existencias, Lohlé, Buenos Aires, 1964, p. 154.

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