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8/9/2018 Adiós a las vanguardias | ctxt.

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Adiós a las vanguardias

La crítica a las ‘identidades’ se ha convertido en el blanco de la izquierda


derrotada por Trump. En España, la polémica despertada por el libro de
Mark Lilla se ha convertido en un intento de calcular el recorrido que
puede tener esta ‘guerra cultural’

XANDRU FERNÁNDEZ

Escena de la película Vengadores: La era de Ultrón (2015).


MARVEL LATINOAMÉRICA OFICIAL

8 DE SEPTIEMBRE DE 2018

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Hace poco volví a ver Vengadores: La era de Ultrón, la segunda parte de la trilogía
diseñada por Joss Whedon y los hermanos Russo sobre el equipo de superhéroes más
famoso de Marvel Comics. Fue una noche de verano, después de una tarde de
aburrimiento y molicie, de modo que no insistiré mucho en el tema pero trataré de
explicar por qué me parece una película muy adecuada para ilustrar los conflictos de
cierta izquierda española con las llamadas políticas de identidad. El pie me lo
proporciona Joaquín Jesús Sánchez con un estupendo artículo sobre otra película de la
42 factoría Marvel, Black Panther, en el que desarrolla una tesis tremendamente sugerente
aunque, me temo, completamente equivocada.

Lo que plantea Sánchez es la vieja idea de que la llamada industria cultural no puede
de ningún modo ser revolucionaria. Por industria cultural hay que entender, aquí, el
cine de superhéroes, la música pop y los tebeos, no así el Festival de Bayreuth o la

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Bienal de Arquitectura de Venecia, eventos que cabría calificar como de lo más


industrial y de lo más cultural pero que siempre dejamos fuera del universo de discurso
porque son minoritarios / para ricos, no como la cultura popular, que es de consumo
masivo / para pobres / gente de pocas luces. Dejen de bostezar un minuto y presten
atención, porque vamos a orillar este asunto, rendir el obligado homenaje al Gran
Hotel Abismo y pasar a otra constelación de ideas mucho más ambiciosa y estimulante.

La llamada industria cultural/cultura popular no puede, según lo dicho, subvertir el


sistema porque está diseñada para reforzarlo. Correcto. También hemos leído las
advertencias de Adorno sobre el tema y no es que no tenga razón pero tampoco es que
la tenga, es que uno no sabe si comprar la dicotomía sobre la que se asienta ese tipo de
razón crítica: la dicotomía sistema/utopía o, si preferimos su versión procedimental, la
dupla sistema/revolución. Así de hecho concluye Sánchez su artículo: “No es la
revolución. Es el sistema, imbécil”. Bien, en ningún momento sostendré que Black
Panther o The Miseducation of Lauryn Hill sean la revolución, pero a cambio exigiré
una mayor claridad acerca de qué constituye aquí el dichoso sistema y por qué los
vectores de cambio que deberían subvertirlo no pasan por estas obras de arte y sí por
las novelas de Virginie Despentes o las películas, yo qué sé, de Michael Haneke.

Considero que el arte no es ni puede ser un

“ CONSIDERO QUE EL
ARTE NO ES NI PUEDE
arma de transformación política. Su utilidad
revolucionaria es, a mi juicio, inexistente, lo
SER UN ARMA DE
que no significa que carezca de valor en
TRANSFORMACIÓN
POLÍTICA. SU UTILIDAD términos políticos. (Si tengo que detenerme a
REVOLUCIONARIA ES, A explicar la diferencia entre utilidad y valor es
MI JUICIO,
que estamos peor de lo que yo creía, y hoy
INEXISTENTE, LO QUE
NO SIGNIFICA QUE
tengo el día optimista, dispensen.) El valor de
CAREZCA DE VALOR EN la obra de arte puede que no haya que medirlo
TÉRMINOS POLÍTICOS en función de su influencia inmediata sobre las

” estructuras sociales que uno aspira a


transformar, sino que resida en el modelaje
que ejerce sobre las formas culturales, mentales y conductuales que sostienen y
proyectan esas estructuras. En ese sentido y solo en ese merece la pena comentar y
analizar el impacto de una obra de arte en un contexto sociopolítico determinado,
tanto por lo que revela sobre este último como por las ideas que difunde entre los
agentes del cambio social. Pero hay que cuidarse mucho de confundir la dimensión
descriptiva del asunto con su dimensión normativa y de caer en la simplificación de
creer que, como Bourdieu mostró que la ópera es un signo de distinción y la distinción
un síntoma de la desigualdad de clases, el buen revolucionario odiará la ópera y amará
a Maluma sobre todas las cosas: el buen gusto no será necesariamente revolucionario,
pero el mal gusto, tampoco.

Resulta tremendamente ingenuo sostener que el estreno de Black Panther en Arabia


Saudí demuestra que esa película no tiene nada de subversivo y, en cambio, no
extrañarse de que el estreno de Novecento no trajera consigo el derrumbe del
capitalismo en Europa occidental. Y no parece imposible que las críticas dirigidas a

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Black Panther o a Wonder Woman por su aparente condición de obras subversivas


puedan extenderse a otros productos de marca blanca como la película de Bertolucci
o las muy comprometidas obras de Ken Loach o Michael Moore. En el fondo estoy de
acuerdo con la pretensión de esos críticos que, como Sánchez, niegan que se pueda
derrotar al capitalismo con películas. Pero también creo que solamente se acuerdan de
negarlo cuando los protagonistas de esas películas dejan de ser hombres blancos y
heterosexuales. Y ahí es donde La era de Ultrón puede enseñarnos muchas cosas.

No por su variedad cromática y genérica, claro: la mayoría de los Vengadores son


blancos y varones, hay solo una mujer y no tengo claro que la piel verde de Hulk lo
capacite para optar a minoría étnica. Pero es importante subrayar que La era de Ultrón
es una película sobre la imperfección. La trama es demasiado enrevesada para
comprimirla aquí, quedémonos con que trata de un superordenador que recibe la
orden de poner paz en el mundo y la interpreta con toda la literalidad que es capaz, a
saber, tratando de exterminar a la especie humana. En su visión del problema, Ultrón
concluye que una especie tan imperfecta no puede arrojar más que imperfección y
caos, ergo la especie deberá ser superada, eliminada y sustituida por una raza de
ciberculturistas con cerebro de colmena.

La mayor parte de los relatos de la

“ LA MAYOR PARTE DE
LOS RELATOS DE LA
emancipación comparten con Ultrón (y con
Kant) ese ideal melancólico de la insociable
EMANCIPACIÓN
sociabilidad: el ser humano debería ser capaz
COMPARTEN CON
ULTRÓN (Y CON KANT) de compaginar sus impulsos egoístas,
ESE IDEAL absolutamente parciales y derivados de su
MELANCÓLICO DE
situación transitoria y en última instancia de la
LA INSOCIABLE
SOCIABILIDAD fortuna, con la percepción racional de que la


colaboración social es la fuente del progreso. Y
en todos esos relatos (ya sea el relato ilustrado
original, con su confianza cuasi positivista en
el poder de la ciencia y la educación, ya sea el relato igualitarista posterior, tanto en su
versión rusoniana como en su versión marxista) se presupone una intuición originaria,
una especie de luz natural por la cual el sujeto será capaz de cifrar su propia sustancia
ética en función de su disposición a la elección racional, esto es, a anteponer el bien
común al beneficio privado. Si no somos capaces de elegir correctamente o, aun
siéndolo, somos incapaces de resistir al impulso egoísta, habrá que confiar en una
vanguardia desprovista de actitudes individualistas que tome decisiones en nuestro
nombre y ejecute las acciones programadas en el relato inicial. La cuestión aquí es
quién se arroga la condición de vanguardia y por qué.

Para ser vanguardia no basta con que te lo creas tú, tienen que creérselo los demás.
Así, también, los Vengadores. En la primera película de la trilogía, mientras los
alienígenas comandados por Loki arrasan Nueva York, el Capitán América da unas
instrucciones a un oficial de policía, el cual, no demasiado impresionado por el pijama
y el escudo con los colores de la bandera estadounidense, le pregunta a su vez que por
qué tendría que obedecerle. Inmediatamente aparecen unos monstruos a los que el

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Capitán América derrota en menos de cinco segundos. Lo siguiente que vemos es


cómo el policía transmite por radio las órdenes, ya no instrucciones, que el héroe
triunfante le había dado.

Si bien en esa primera entrega los Vengadores asumen su papel de vanguardia en su


condición de bichos raros pero altamente cualificados para espachurrar extraterrestres,
en La era de Ultrón aceptan sus limitaciones y renuncian, al menos transitoriamente, a
seguir desempeñándolo. Al verse reflejados en Ultrón pero, al mismo tiempo, al verse
sobrepasados y amenazados por los planes de este, reconocen en sí mismos la
complejidad de sus imperfecciones.

Hay una escena que recoge ese anticlímax ético, algo similar, mutatis mutandis, al
diálogo de Héctor con Andrómaca en el canto VI de la Ilíada, el momento en que la
trama del relato se repliega sobre sí misma y accedemos a la vida privada del héroe, de
Clint Burton en este caso, el cual, de todos los Vengadores, es el único que tiene esposa
e hijos y una casa en el campo donde retirarse entre batalla y batalla. Cuando la familia
Burton da refugio a los Vengadores después de que estos hayan sido humillados
públicamente y tildados de enemigos de la humanidad, la esposa de Burton le dice a
este: “Sabes que apoyo tu trabajo con los Vengadores, no podría estar más orgullosa.
Pero veo a esos tíos, a esos dioses…” Burton la interrumpe: “Crees que no me
necesitan”. Y ella le corrige: “Creo que sí te necesitan. Y eso me asusta mucho más”.

Lo que experimenta la señora Burton tiene mucho que ver con el pánico que
experimentó la izquierda mundial cuando cayó el Muro de Berlín y comprendió que lo
moderno había llegado a su fin. El fin de los grandes relatos que aplaudiera Lyotard y,
con él, buena parte de la intelligentsia alineada con el neoliberalismo, no era otra cosa
que una crisis de legitimidad de las vanguardias políticas e intelectuales, como el
propio Lyotard mostraba, aunque de manera superficial, en su panfleto de 1979. De
pronto ya no importaba quién tuviera razón al interpretar los textos de Marx porque lo
que se ponía en cuestión era el carácter inspirado de esos textos. Al proyecto ilustrado
le llovían las críticas y ni siquiera las ciencias “duras” se libraban del ataque
despiadado de la epistemología anarquista de Feyerabend. Al acabar con las
vanguardias, cualquiera podía ser vanguardia. Ese es el sentido del “eso me asusta
mucho más”: ya no hay nadie que nos proporcione una lectura convincente del libro
del destino.

No insistiré en la frivolidad que supone responsabilizar a los llamados “filósofos


posmodernos” del retroceso de las políticas de izquierda y de la derrota de la clase
obrera a nivel mundial: cualquier materialismo sano y consecuente relacionaría el
éxito de un vocabulario y la instauración de una episteme con mutaciones coetáneas
en las estructuras económicas y políticas. Tampoco perderé más de una frase en
señalar que las luchas por el reconocimiento son luchas materiales en la misma
medida en que las luchas sindicales son luchas culturales: ni las primeras tienen lugar
en un topos noetós ajeno a los dramas de las privaciones alimentarias y sanitarias, ni
las segundas pueden librarse sin disputar la hegemonía de los imaginarios sociales.

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¿Por qué, entonces, vuelve a abrirse ahora un debate que no parece ni urgente ni
novedoso, que está en la raíz de las discusiones postmarxistas y atraviesa las polémicas
epistemológicas desde hace al menos cuarenta años? ¿Cómo es posible que en 2018 se
acuse a la izquierda de haber traicionado a la clase trabajadora y se vislumbre un
horizonte cercano en el que esta se echa en brazos de la extrema derecha por culpa de
la acción disolvente de las luchas por el reconocimiento?

Creo que hay varios factores que confluyen y

“ ¿CÓMO ES POSIBLE QUE


EN 2018 SE ACUSE A LA
propician que llevemos todos estos meses
discutiendo sobre el tema. La discusión se
IZQUIERDA DE HABER
desencadena a rebufo de la frustración
TRAICIONADO A LA
CLASE TRABAJADORA? producida por el agotamiento de Podemos


como proyecto político: parece el momento
propicio para que muchos críticos de Podemos
se apunten a un “te lo dije” que desempolva mucha de la retórica obrerista con que
saludaron hace cuatro años la irrupción de un partido supuestamente plebeyo aunque
con vocación transversal e interclasista y dirigido por cuadros procedentes de las
clases medias e incluso de sectores periféricos de las elites económicas. Pero también
es cierto que se trata de un debate importado, que en los Estados Unidos ha acaparado
la atención de los analistas políticos desde el triunfo electoral de Donald Trump,
aunque su traducción a otros escenarios (al francés, sin ir más lejos) ha demostrado ser
condenadamente difícil y casi una pérdida de tiempo. Su mascarón de proa es el
profesor Mark Lilla, cuyas ideas han calado en los medios con mayor fortuna que las de
otros observadores y cuya proyección internacional no debería subestimarse.

La confluencia de estos dos factores (frustración ante el agotamiento de Podemos,


influencia del debate americano) se produce en buena medida porque ambos
comparten una misma orientación electoralista y cortoplacista: a la izquierda española
le preocupa que las clases populares prefieran votar al PSOE, al PP o a Ciudadanos
antes que a ella, sobre todo a partir de la crisis catalana del otoño de 2017, mientras
que los dardos de Lilla van dirigidos contra las élites del Partido Demócrata y muy
particularmente contra Hillary Clinton y su “retórica de la diversidad” durante la
campaña electoral de 2016. Se orillan aquí aspectos de más largo recorrido que han
estado en el foco de la filosofía y las ciencias sociales desde hace decenios, lo que no
es óbice para que cualquier aspirante a polemista se meta en harina sin sentir la
necesidad de ojear una sola página de Christopher Lasch o Axel Honneth, aunque no
hay semana en que no se nos recomiende profundizar en ese estercolero conceptual
que lleva por título Manifiesto Redneck.

Hay una escena al final de La era de Ultrón que merece un comentario a modo de
despedida: es cuando Hulk rehúsa escuchar a la Viuda Negra y volver a convertirse en
Bruce Banner. Se queda sentado en la cabina del jet que le aleja cada vez más de la
superficie terrestre, contemplando un horizonte azul. El sacrificio de Hulk es más ético,
en el sentido kierkegaardiano de la palabra, que el de Iron Man en la primera parte de
la trilogía: no se sacrifica para cumplir su misión, sino después de haberla cumplido,
cuando ya ha dejado de ser necesario. Tal vez lo mejor para el planeta sea dejar de

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chorrear testosterona en situaciones de estrés y que las Viudas Negras protagonicen sus
propias películas. Tal vez deberíamos reconocer que lo que algunos añoran del viejo
mito del trabajador concienciado no es su condición de trabajador ni de concienciado
sino de varón, y obrar en consecuencia. Esa hermosa enseñanza es la que nos señala lo
más ridículo de toda esta polémica estival: que ni la clase obrera ha muerto ni ha
dejado de estar organizada, y que si no la vemos es porque estamos buscando muchos
tíos haciendo mucho ruido en lugar de fijarnos en que hay muchas mujeres haciendo
muchas cosas.

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