Forma y estilo
del periodismo literario
CIENCIAS
DOCTORADO
EDUCACIÓN
RUDECOLOMBIA
Rudecolombia
Universidad Tecnológica de Pereira
1a edición, 2007
Rudecolombia
Universidad Tecnológica de Pereira
ISBN
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Preámbulos 13
Celebración académica 85
Efemérides 94
Memoria de mis días 95
Una imagen de infancia 98
En la ciudad, las letras 100
Cuando la ciudad me sobreviva 103
En estado de sitio 105
El Flâneur 107
Meridiano desde el puente grecolatino 110
El arte como rebeldía diabólica 113
Escribir y respirar: el cuerpo del periodismo y la política 115
Libros, locuras y mujeres 120
De la vida no, de la vida no me canso 124
Acercamientos:
Creencias, mitos, el drama de la historia 369
Las extrañas creencias de los gnósticos y su vigencia en
Colombia. Relaciones de luz entre el sexo y el espíritu 369
Brujos y demonios invaden el mundo,
hombres y mujeres ofician desnudos 373
¡Lovecraft está vivo! 379
Prende en Colombia la llama del satanismo 387
A propósito de “Halloween”.
La brujería no es cosa de niños 395
El rock‘n roll, esa revolución 401
Elvis tendría hoy 50 años 405
¿Qué hay detrás de la pornografía? 409
El arte de matar. 2000 años de “civilización” 417
En los ochenta años,
aproximación al hombre y al paisaje de Caldas 425
Medio siglo después Gardel es todo el tango.
Monumento al malevaje, el arrabal y las tragedias 433
El imperio mundial de los poderes ocultos.
Que los hay, los hay 444
Los amish: Secta paralizada en el tiempo.
Viven como hace tres siglos 456
50 años del canto de Escalona 462
Entre Heráclito y Ortega: ¿Amor fugaz? ¿amor eterno? 469
Sentido crítico de la historia:
Evocación cordial de don Elías Recio 472
Bibliografía 483
. Variedades, Revista semanal e ilustrada, No. 49, Serie X, Volumen II, Pereira,
Departamento de Caldas, enero 23 de 1926.
. Eduardo Santa, La colonización antioqueña: una empresa de caminos, Bogotá,
Tercer Mundo Editores, 1993, pp. 122-123.
12. Euclides Jaramillo Arango, ¡Terror! (Crónicas del viejo Pereira, que era el nuevo),
Armenia, Cosmográfica Ltda., 1984, p. 70.
13. Bernardo Arias Trujillo, Risaralda, Medellín, Ediciones Académicas Rafael
Montoya y Montoya, Bedout, cuarta edición, 1960.
14. Rita Andrión de Mejía Robledo, Mis recuerdos de colegio, Pereira, Editorial
Panoramas, 1938.
15. Miguel Rojas Mix, “La cultura hispanoamericana del siglo XIX”, en Historia
de la Literatura Hispanoamericana. Del Neoclasicismo al Modernismo. Tomo II.
Luis Madrigal Iñigo (comp.), Madrid, Cátedra, 1999, pp. 57-58.
16. Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América Hispánica,
Biblioteca Americana, Santafé de Bogotá, Fondo de Cultura Económica,
1994, p. 155.
17. Op. cit., p. 189.
20. “Los poetas hablan de política”, en revista Consigna, Año 4, No. 139, Bogotá,
15 de junio de 1979, pp. 5-10.
21. Miguel Álvarez de los Ríos, “Eastman, visión trifásica”, en revista Consigna,
Año 5, No. 170, Bogotá, 15 de octubre de 1980, p. 21.
tada por unos seres arrinconados frente a los cambios que exhibe
la ciudad. Como miembro del Grupo de Barranquilla, Cepeda
Samudio convierte el periodismo en una variante de la literatura,
cuyo logro mayor, por esta vía, es la escritura de su libro de cuen-
tos Todos estábamos a la espera (1954) y lo que el lector podrá hallar
detrás de la complejidad en la estructura de estos relatos que sur-
gen de una labor experimental con las formas, bajo la impronta
de lo que Dos Passos inaugura en Manhattan Transfer (1925), un
escritor que gozaba de prestigio en el país como escritor realista y
a quien el cronista caldense José Gers tuvo ocasión de entrevistar
en 1948, a su paso por Cali.22 Se trasluce en el autor de Ciénaga
una poderosa influencia norteamericana, la misma que allanará
el camino del joven reportero Gabriel García Márquez.
Valga decir que el responsable de Macondo no sólo apostará
por una literatura que pretende alejarse del ostracismo que un
crítico agudo, Eduardo Zalamea Borda (Ulises), resaltara en su
columna “La ciudad y el mundo” (El Espectador)23, como parte
del estancamiento en los procesos de escritura en el país, sino
también por un tipo de periodismo más elaborado y cercano a
la estructura del texto literario, donde podría encontrarse la veta
que décadas después Gonzalo Arango, Castro Caycedo, Germán
Santamaría y el propio Álvarez de los Ríos explotarán a su mane-
ra. De esta primera época García Márquez publicará un reportaje
emblemático de los nuevos tiempos, “Caracas sin agua” (1958)
y una serie de crónicas sobre su experiencia en el Chocó, donde
incluso –confesará años después– se vio obligado a inventar el
escenario de sus reportes para ofrecer un ambiente más intere-
sante a la noticia y al mismo tiempo para darle un sentido de
protesta social a lo que ocurría en Quibdó como tierra de nadie.24
22. José Gers, “John Dos Passos, un gigante de la novela moderna”, en Crónicas
y Reportajes, Manizales, Biblioteca de Escritores Caldenses, Imprenta
Departamental, 1983.
23. Ángel Rama, Primeros cuentos de diez maestros latinoamericanos, Barcelona,
Planeta, 1975, pp. 233-234.
24. Gabriel García Márquez, “Historia íntima de una manifestación de 400
horas”, “Una familia unida, sin vías de comunicación”, “Aquí se aprende
a leer en el Código Civil” y otras, en Crónicas y reportajes, Bogotá, Instituto
Colombiano de Cultura, 1976.
25. Gabriel García Márquez, “El olor de la guayaba”. Conversaciones con Plinio
Apuleyo Mendoza. Bogotá, Oveja Negra, 1982, pp. 27-28.
26. Emilia Pardo Umaña, La letra con sangre entra, Nota y compilación
“Camándula”, Bogotá, Colección Literaria, Vol. 3, Fundación Simón y Lola
Guberek, 1984.
27. Daniel Samper Pizano, Grandes reportajes, Bogotá, Intermedio Editores, 1990,
p. 19.
29. Alberto Rivera, “Miguel, faro del periodismo”, en Periódico El Diario del
Otún, Pereira, 8 de febrero de 2004, Sección C.
32. Miguel Álvarez de los Ríos, “La brujería de Gómez Valderrama”, en Lecturas
Dominicales, periódico El Tiempo, Bogotá, noviembre 4 de 1984, pp. 4-5.
33. Ibid, p. 3.
34. Miguel Álvarez de los Ríos, “Con José Umaña Bernal el gran poeta que brilló
en la política”, en revista Consigna, Año 4, No. 145, Bogotá, 15 de septiembre
de 1979, p. 13.
35. Miguel Álvarez de los Ríos, “Juan Lozano y Lozano nos habla de la vida y
de la muerte”, en Revista Consigna, Año 4, No. 143, Bogotá, 15 de agosto de
1979, p. 6.
36. Miguel Álvarez de los Ríos, “Alzate Avendaño veinte años después de su
muerte”, en revista Consigna, Año 5, No. 173, Bogotá, 23 de noviembre de
1980, p. 31.
37. Miguel Álvarez de los Ríos, “Felipe Lleras Camargo anticipa sus memorias.
De la muerte del general Camargo al suicidio de Rendón”, en Lecturas
Dominicales, periódico El Tiempo, Bogotá, 7 de agosto de 1983, p. 6.
48. Con este mismo título Álvarez lo publicó en el Magazín Dominical del
periódico La Tarde, edición No. 983, Pereira, 7 de septiembre de 2003, pp. 6-8.
Allí se informa que esta crónica data de 1985.
49. Miguel Álvarez de los Ríos, “¡Villon es un satánico! Luis Vidales traduce al
primer poeta francés”, en Lecturas Dominicales, periódico El Tiempo, Bogotá,
enero 29 de 1985, p. 6.
. Ibid., p. 30.
. Ibid., p. 80.
. Ibid., pp. 84-85.
Comunidad de huellas
13. Nueva Frontera, “Los cinco Leopardos: El ocaso de una generación rebelde”,
Op. cit., p. 20.
14. María Teresa Herrán, Op. cit., p. 5.
15. Jorge Valencia Jaramillo, “José María Vargas Vila”, conferencia dictada en la
Academia Pereirana de Historia, octubre de 2006.
22. Frase atribuida a Benjamín Disraeli que repetía con frecuencia el Leopardo
Augusto Ramírez Moreno; véase: Forero Benavides, Op. cit.
23. Nueva Frontera, “Los cinco Leopardos: El ocaso de una generación rebelde”,
Op. cit., p. 20.
24. Valencia Llano, Bernardo Arias Trujillo: el intelectual, Op. cit., pp. 8- 9.
25. Marco Palacios, “Segunda parte: Desde 1875 hasta el presente”, en Marco
Palacios y Frank Safford, Colombia: país fragmentado, sociedad dividida, Bogotá,
Norma, 2002, p. 540.
26. Malcolm Deas, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y
literatura, Bogotá, Tercer Mundo, 1993, p. 27.
27. Albeiro Valencia Llano, Bernardo Arias Trujillo: el intelectual, Op. cit., p. 30.
28. Albeiro Valencia Llano, Otto Morales Benítez: De la región a la nación y al
continente, Op. cit., p. 208.
29. Albeiro Valencia Llano, Bernardo Arias Trujillo: el intelectual., Op. cit. p. 15.
30. Ibid., pp. 12-13.
De tiznados Leopardos
33. Albeiro Valencia Llano, Bernardo Arias Trujillo: el intelectual., Op. cit., p. 20.
34. Frank Safford, Op. cit., p. 536.
43. Abelardo Forero Benavides, Op. cit., p. 13. La cita es retomada de Jorge
Padilla.
44. Miguel Álvarez de los Ríos, “Yo, periodista”, en El imparcial, Año XXIX,
diciembre de 1977.
los Ríos Duque, consolidaba una cierta fortuna en las nuevas tie-
rras de la colonización. Su nombre se registra en Marmato como
firmante de la Sociedad Minera de Libia y San Francisco, con
personas no menos distinguidas en el ámbito empresarial mi-
nero, como el coronel Clemente Díaz Morkum, Francisco Senén
Tascón, José de Jesús Hernández, Felipe Lenis, León Hernández
y Vicente de la Cuesta. En 1882 también se registra el nombre de
Juan de Dios de los Ríos en Supía (escritura 154 de 1882) en la So-
ciedad de Amalgamiento de Taborda, para beneficiar minerales
de plata, junto a los nombres de Clemente Díaz Morkum, Bar-
tolomé Chávez, Julio Richter y Francisco Stephens.45 Ese mismo
año Juan de Dios de los Ríos hace parte de la Sociedad de Amal-
gamación de Imurrá, junto con Jorge Tomás y Carlos Eugenio
Gartner, Zacarías Fortunato Cock y Vicente de la Cuesta.46
De esta corriente migratoria europea provienen otros apelli-
dos extranjeros hoy muy reconocidos en el Gran Caldas: East-
man, Branche, Styles, Nicholls, Gartner, Bayer y de la Roche, en-
tre otros. A estas familias extranjeras, que se mezclaron en Supía
y Marmato con gentes locales y también colonos provenientes
de Antioquia y del Tolima, se suman otras conformaciones cul-
turales heredadas de corrientes migratorias de origen diverso
en el Gran Caldas, que convierten a la región en una amalga-
ma de tradiciones culturales y étnicas muy difícil de agrupar:
antioqueños que habían penetrado masivamente por el norte,
desde Arma hasta Manizales; por el sur, antioqueños, caucanos
y tolimenses que penetraron desde Villamaría hasta Pereira y el
Quindío –además de los radicales liberales y de aquellos de la
guerra de los Mil Días que se asentaron en el Quindío–; por el
occidente, antioqueños que se asentaron en pueblos de indios;
y en el valle del Risaralda, negros huidos de las minas y de los
reclutamientos.47 Después de creado el departamento en 1905 los
dirigentes veían con enorme preocupación esta diversidad, por
45. Emilio Gutiérrez, Ángel Díaz Castellanos y los Díaz Morkum, 2006 (Documento
inédito).
46. Álvaro Gartner, Los místeres de las minas, Manizales, Universidad de Caldas,
2005, p. 355.
47. Albeiro Valencia Llano, Bernardo Arias Trujillo: el intelectual, Op. cit., pp. 33-
34.
48. Víctor Zuluaga Gómez, La nueva historia de Pereira: Fundación, 2ª ed., Pereira,
Litoformas, 2005.
49. Este dato y argumentos se corroboran en la última versión que sobre la
historia de la fundación de Pereira entregó Emilio Gutiérrez Díaz a la
Academia Pereirana de Historia. Véase: Emilio Gutiérrez Díaz, “La cesión de
tierras de Guillermo Pereira Gamba a los primeros pobladores de la ciudad
de Pereira”(estudio documentario, noviembre de 2006).
Política y periodismo
Convicciones y deseos
52. Malcolm Deas, Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y
literatura, Op. cit., pp. 176-177 y 185.
53. Fernán E. González, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estado
nación en Colombia (1830-1900), Medellín, La Carreta, 2006, p. 189.
54. Ibid., p. 190.
56. Citado por Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador, Op.
cit., pp. 45-46.
57 Oscar Wilde, “El crítico artista”, en Ensayos y Artículos, Biblioteca Personal
Jorge Luis Borges, No. 3, Barcelona, Hyspamerica, Orbis, 1986, p. 65.
58. Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador, Op. cit., pp. 45-
46.
59. Héctor Ocampo Marín, “Álvarez de los Ríos y sus coetáneos”, en El Diario del
Otún, Pereira, 31de julio de 2005.
60. Gonzalo Sánchez, Guerras, memoria e historia, Medellín, La Carreta, 2006, p.
22.
cosas por decir, otras por explicar. La memoria pasa por la escri-
tura y la supera. Nada reemplaza la experiencia vital, el sentido
mismo del ser, la complejidad de una personalidad como esta.
En Álvarez de los Ríos, a veces, las apreciaciones tienen sólo dos
matices: blanco-negro, bruto-inteligente, feo-bonito. Por eso las
cosas pueden ser “inmundas o deliciosas, soberbiamente inte-
ligentes o brillantemente pobres”. ¡Cuántas cosas aún no habrá
revelado! ¡Cuántas cosas habrá dicho en sus silencios y habrá
preferido callar en estas conversaciones atravesadas por el dolor
y la melancolía! Los silencios en sus relatos pueden ser tan largos
como las digresiones, y, ay, del que se distraiga, pues con un tono
más alto llama al “orden”: “¿sí me está escuchando?”. Y el relato
prosigue antes de salir por la puerta.
Es pasado el mediodía. Ahora está hablando de comidas, de
vinos y del sancocho de gallina de patio que su madre solía pre-
parar. De pronto recupera una imagen y reconstruye para no-
sotros la noche aquella en que degustó un plato extrañísimo en
un restaurante en Holanda. De pronto recita un soneto de Luis
Carlos López y es inevitable la carcajada. Sus manos son flacas
y alargadas. Juega con ellas y matiza con ellas un subrayado, un
punto y coma, una gran parrafada. Una risa irónica se prefigura
en sus labios. Tiene razón: la vida es demasiado breve para asu-
mirla con tanta seriedad y el subrayado es nuestro. Nos ve desde
lejos, nos abandona y sabemos que ya es hora de salir a la calle,
para buscar el pálpito y el fragor de su ciudad y la de Eduardo
López y la de Luis Carlos González y la de Albalucía Ángel, ese
pedazo de ciudad que Álvarez de los Ríos todavía señala con la
nomenclatura de pueblo y que en los versos del poeta Luis Fer-
nando Mejía se vuelve misterio y escenario para la búsqueda que
pronto se tornará memoria:
Te busco
en
la ciudad de la infancia:
En la calle,
donde a don Pedro le quitaron la esquina y las naranjas
por orden del alcalde.
En el domingo
–hélices de papel despedazando el aire–
Te busco
en
la ciudad del amor:
61. Luis Fernando Mejía, “Poema”, en Alquimia de los relojes clausurados, s/e,
s/f.
2 3
Ludatio
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector
vvvvvv
Lectio
Miguel Álvarez de los Ríos
Escritor
En estado de sitio
El Flâneur
Escribir y respirar:
el cuerpo del periodismo y la política
lo. En Vea me pagaban bien esas crónicas, unas más o menos de-
centes con el nombre mío, y otras tenía un seudónimo, Leonardo
Botero, allí ocultaba un poco mis escrúpulos. Había una prima
hermana de mi papá que se llamaba Leonarda Botero, entonces
decidí ocultarme bajo el nombre de Leonardo Botero. Los críme-
nes más atroces y las crónicas más feas e indignas de un escritor
las firmaba como Leonardo Botero en la revista Vea. Allí trabajé
con la ahora famosa Negra Candela.
Yo nunca usé grabadora, siempre me apoyé en la conversa-
ción, en el deseo de dialogar con el otro sobre temas y problemas
que a los dos pudieran interesarnos. Yo introduje una forma del
reportaje que bien podría catalogar de intelectual. El hecho es
que se crea un atmósfera donde uno penetra en la médula y en el
cerebro de la persona y se pone a su altura. Ahí se hace posible el
diálogo, la confrontación por vía de las ideas.
Me informo y busco libros y me gusta escribir sobre eso. Ad-
mito que la originalidad de un escritor, además del buen estilo
literario, consiste en buscar cosas distintas y proponer desde allí
otras miradas. Me gusta un escritor por lo que busca y propo-
ne. Aunque Kundera no es muy profundo ni escribe muy bien,
plantea cosas novedosas y distintas y esto lo salva y lo hace ac-
tual. Hace poco estuve en la ciudad portuaria de Corpus Christi
(Texas), a un lado de Houston, viendo el sepulcro de una can-
tante muy linda, una indiecita de origen mexicano pero norte-
americana, que se llamaba Selena Quintanilla. A ella la mató una
mujer madura, Yolanda Saldívar, que quizá se habría enamorado
de su hermoso porte y figura, aunque otras versiones hablan de
estafa y extorsión, es decir, un crimen por asuntos económicos.
La asesinó el 31 de marzo del año 95 y esta mujer fue condenada
a prisión perpetua. Recuerdo el juicio, pues lo vi por televisión
en los Estados Unidos y nunca olvidaré lo que se dijo entonces
de la cantante Selena. De ella rememoro una canción hermosa “I
could fall in love”, es decir, “Yo podría enamorarme”.Y allá la
han vuelto un mito y un icono. Entonces la gente va a la tumba a
pedirle favores al alma de Selena, le piden favores directamente
y uno escucha cuando la gente le pide una “manito”, una “em-
pujadita”. Creo que se le atribuyen algunos milagros. Todo esto
me motivó a viajar hasta Corpus Christi, esa ciudad situada junto
a la desembocadura del río Nueces. Quería visitar el cementerio
donde reposan los restos de Selena. Es un cementerio ecléctico,
* En los largos diálogos sostenidos con el escritor, Miguel Álvarez de los Ríos
aludió con cierta nostalgia a la breve entrevista que le hiciera a Porfirio
Rubirosa en el año 55. Y se comprende: era un periodista muy joven, de
escasos veinte años, que apenas comenzaba a hacer sus primeros trabajos
como reportero. Destaca, sin embargo, ya en este texto su fina ironía, su
capacidad para inventar un escenario en medio de la parquedad y aprensión
de su entrevistado, el amor como uno de sus grandes temas, la pertinencia
de sus acotaciones eruditas y librescas.
tañez tiene tan sólo 18, igual que Odile. La diferencia de edades
es de 62 años. Ah, y Charles Chaplin, cuando se casó con Oona
O´Neill, andaba en los 55 años. Su novia tenía 18.
–Lo cual hizo que el padre rompiera relaciones con su hija– le
digo por decirle.
–Sí, claro. Pero es que don Eugenio, un dramaturgo genial
(por cierto, murió hace dos años), fue un hombre irascible, de
pésimo carácter. Sus biógrafos dicen que ni siquiera pudo en-
tenderse con su propio padre, tan malgeniado como él. En todo
caso, a las mujeres jóvenes les gustan los hombres maduros, se
sienten más seguras con ellos.
Reprimo la tentación de decirle que con él, con Rubirosa, nin-
guna mujer puede estar segura. Sus matrimonios han durado tan
poco. En cambio, le pregunto, suave:
–¿Usted se considera romántico?
– Ciento por ciento, sí, señor.
–¿Ha leído la novela María?
–No. No he tenido ese placer. Pero la semana antepasada, en
Nueva York, vi una película del mismo nombre y basada en el
mismo libro. Por cierto, con Romina Power (hija de Tyrone, mi
amigo) como la protagonista. Romina tiene cierto tipo latino,
pero es gringa por punta y punta. Me pareció curioso verla en-
carnar una heroína colombiana.
–Pues esa novela la escribió un poeta nacido en Cali y su es-
cenario fue la hacienda “El Paraíso”, que dista de acá unos pocos
kilómetros.
–Sería muy interesante leer la novela y conocer su escenario,
si usted me sirviera de guía. Prometo que regreso pronto con ese
único objetivo.
–¿Va a correr al Ecuador?
– No. No. Me estoy cuidando para Italia.
–¿ Y a Odile le gusta que usted corra?
–No. En eso nos diferenciamos. Yo no soy una luminaria del
automovilismo, pero he competido con los más grandes –Fan-
gio, Stirling Moss, Carrol Shelby, Jean Behra, Harry Schell, Mas-
ter Gregory, Phil Hill y otros más– y mis actuaciones han sido
buenas.
–¿Le gusta más casarse que pilotear?
con una decisión rotunda las palancas del poder. Olaya tuvo de
natural el dominio de gentes y situaciones difíciles. Lozano vuel-
ve a recordarlo:
–Fui, como todo el mundo sabe, su secretario. Y seguí muy de
cerca parte fundamental de su trayectoria. Era un tipo exquisito
y enérgico, desconcertante. Un hombre que sabía gobernar.
¿Quiere eso decir que los demás no lo han hecho bien?
–No. No, señor. Cada uno ha hecho su propia historia. El es-
tilo de mando, como todos los estilos, resulta personal e intrans-
ferible. Quiero decir que Olaya sabía gobernar el país que le co-
rrespondió gobernar. Con carácter y firmeza.
“Los Nuevos”
El grupo de ‘Los Nuevos’, cuyo funcionamiento hay que si-
tuarlo entre 1920 y 1927, no admite un análisis muy a fondo en
relación con su valor de conjunto, pues fueron sus componentes
personalidades insulares, y algunas antagónicas entre sí, congre-
gadas en las tabernas por la época tormentosa.
En el viejo ‘Café Windsor’ de los Nieto Caballero, localizado
“en la calle 13, abajito de la Calle Real”, y en otro de las vecinda-
des, denominado ‘Rondinela’, ‘Los Nuevos’ bebían menta legíti-
ma de Marie Brizard, y desafiaban el poder y la influencia de la
‘Generación del Centenario’.
–Eso no es rigurosamente cierto, corrige Umaña Bernal. Nin-
guno de nosotros peleó jamás con los centenaristas, quienes eran,
por lo demás, los dueños e inspiradores de los medios de co-
municación en los cuales nos formamos todos. Era rivalidad de
caballeros, por cuestiones estéticas. No asunto de alquilar bal-
El prestigio de Turbay
Pero, para quien fue dos veces presidente del Senado y otras
tantas de la Cámara de Representantes, en una época de singular
brillo parlamentario; para quien fue orador recursivo y rampante
en el curso de memorables debates, siempre en defensa de la doc-
trina y los programas del liberal partido; para quien ha sido, sin
interrupción, amigo cercano de los hombres que han hecho por
lo menos medio siglo de historia colombiana; para un individuo
como José Umaña Bernal, “sensible; y sensitivo”, como él mismo
se define parafraseando a Darío; un para hombre como él, viejo
actor y espectador de la vida nacional, no resulta fácil sustraerse
a los hechos y situaciones de la actualidad política que tienen,
ante todo, su ‘música de ideas’ y su ‘música de sentimientos’;
sus sonidos y leyes eufónicas. Umaña me enseña el ejemplar que
posee de su propio poema, ‘Cuando yo digo Francia’, que el pre-
sidente Turbay Ayala le envió, con afectuosa dedicatoria, antes
de viajar a Méjico y Europa. Es un bello trabajo editorial, en sus
versiones francesa y española, con tapas de cuero y letras de oro,
idéntico a los que recibieron como obsequio el presidente Valéry
Giscard d’Estaing y el alcalde Jacques Chirac. La coyuntura es
propicia, y Umaña la aprovecha para satisfacer mi curiosidad:
Rojo escarlata
Consecuente con su manera de pensar en filosofía y en po-
lítica, Germán Arciniegas confiesa sus preferencias por el color
rojo. Rojo escarlata. Este tono es el color del Renacimiento, se-
gún algún ocioso historiador a quien le dio por pintar de colores
las distintas etapas de la civilización humana. En este orden de
ideas, la Edad Media tuvo color de rata; y el siglo XVIII un acen-
tuado matiz de blanco curtido.
Historia de un escritor
“Entremos en la taberna de la historia. . .”
Esta invitación recuerda el primer libro de Arciniegas, El estu-
diante de la mesa redonda, cuya historia él la resume diciendo que
lo escribió porque ninguno de los tipos a quienes les propuso
que lo escribieran, quiso hacerlo. Pero su historia literaria y pe-
riodística viene de mucho más atrás, en el tiempo, y en El Tiempo,
del cual es probablemente el más antiguo de sus colaboradores
vivos.
Arciniegas maneja, en sus libros y en sus artículos, un estilo
de gran precisión idiomática; una prosa trabajada y noble, que
encuentra a la vuelta de cada esquina la expresión exacta, ro-
tunda, fulgurante. Todo eso supone una juiciosa experiencia en
el conocimiento del valor conceptual de los vocablos, no menos
que de la artesanía para ir fundiendo letras e ideas en una sola
Su primer editorial
Hace alrededor de sesenta años publicó, también en El Tiem-
po, su primer editorial.
“Ese editorial –recuerda– tiene su historia…”.
Los ojos del grande escritor se iluminan con una luz recién
lavada en las aguas lustrales de la nostalgia. Lo veo, entonces, en
el total ejercicio de su autonomía espiritual. Un hombre que re-
cuerda, y que recuerda con gratitud, decía el tarambana de Ezra
Pound, es un hombre que se salva.
“Ese editorial –repite– es el comienzo de todo este tremedal
literario y periodístico en que ando metido hace tiempos.
››Yo andaba por los 18 años. Estaba en Panamá. Había via-
jado para que operaran a mi padre, y encontré que los ameri-
canos cometían allí toda clase de desafueros. Inclusive, habían
Cuarenta libros
Entre El estudiante de la mesa redonda y el más reciente y aún in-
édito, El revés de la historia, Germán Arciniegas ha publicado más
de cuarenta libros en un estilo que seduce por lo fluido y uni-
forme; varios de ellos han sido vertidos a casi todos los idiomas
cultos de occidente, en ediciones sucesivas. Su magistral Biografía
del Caribe apareció hace poco en rumano.
Para muchos, es el más grande escritor vivo de Colombia y
uno de los más grandes en idioma español. Él refuta esta apre-
ciación con una frase humorística:
“Si la grandeza se mide por el número de páginas, entonces
sí creeré que tienen razón. Pero, no hay que equivocarse, hay
mejores...”
“Yo he dicho –continúa– que mi mayor aspiración es llegar a
escribir un libro que me deje plenamente satisfecho. Eso, quién
sabe si lo logre. Cada vez que releo los que tengo hechos les en-
cuentro deplorables defectos. Todo es una calamidad. ¿Usted
qué opina?
Opino, maestro, le respondo, que es una exageración de la
autocrítica. Un escritor, decía Balzac, no tiene derecho a juzgarse
a sí mismo. En cuanto a su obra, el veredicto “absolutorio” ha
sido dado de manera unánime.
“No crea –me replica–. Le voy a contar algo en relación con
mi primer libro: Yo pensaba hacer una obra que contara la vida
de los estudiantes en el mundo. Estaba seguro que podía ser un
tema sensacional. Pero no me atrevía a intentarlo personalmente.
Entonces traté de convencer a otros amigos de que lo hicieran, el
libro. Le dije a Rafael Maya. El proyecto quedó en el aire. En esa
época salí de Colombia, ¿sabe por qué? Porque estaba arruinando
a mi familia. Había perdido lo que tenía de plata. Recién casado
llegué a Nueva York, donde no conseguí trabajo. Incidentalmen-
te pasó por allí, de Presidente electo, el doctor Olaya Herrera;
Juan Lozano, que era secretario suyo, me consiguió un puesto
en el Consulado de Colombia en Londres. Allá me trasladé. El
titular del despacho era el doctor Alejandro López, a quien poco
le gustaba que yo hiciera nada distinto a las labores rutinarias de
oficina. En un movimiento de escapismo resolví escribir el libro
que no habían querido escribir los demás, El estudiante de la mesa
redonda. Sin mayor entusiasmo porque eso pudiera conducirme a
ser lo que soy. Mis amigos decían que yo podía servir para todo,
menos para escribir. Hoy pienso que tenían razón:
››Debí de haberme quedado en aquellas primeras emociones
de mi juventud intelectual, cuando fundaba revistas y periódicos
para que hablaran los demás, para que escribieran los otros; algo
así como lo que hacía Plinio Mendoza Neira...”
–¿Qué ocurrió con El estudiante…?
“Ah, sí. Le envié los originales a Puello, un editor español, y
no volví a saber nada. Transcurrió un año. Un día recibí un aviso
del correo. Había llegado mi libro, hecho en España”.
Uno se equivoca
Después de escuchar mis razonamientos sobre su elevada ca-
lidad literaria, siempre sonriente y escéptico, Arciniegas observa
filosóficamente:
En la cárcel
Germán Arciniegas estuvo en la cárcel, en Nueva York, por
cuenta del gobierno de Colombia. Prefiere no hablar de eso. Pero,
a instancias mías, y dado el hecho de que es lo único que ha es-
crito en inglés, accede a confesar que todo se debió a unas cartas
enviadas por él al The New York Times, acerca de la situación de
desastre que se vivía en Colombia.
Pero usted ha escrito libros en inglés, le digo.
“Ninguno –me responde–. Yo no sé inglés. La que sabe un
poco de eso es mi hija...”
Hay un libro de Arciniegas que registra once ediciones. Tiene
un título magnífico: Entre la libertad y el miedo. Es, si se quiere, la
mejor contribución suya a la lucha por la libertad y la dignidad
de los pueblos de América sojuzgados por las dictaduras.
“Ese libro –me dice–, cuando lo escribí era periodístico. Esta-
ba, lo que se llama, al día. Hoy sería un libro de historia. En cada
edición yo le fui agregando nueva documentación…Era un libro
que crecía”.
La Cátedra de América
Germán Arciniegas enaltece hoy la Decanatura de Filosofía y
Letras de la Universidad de los Andes. En desarrollo de sus fun-
ciones, siempre novedosas, ha creado allí la Cátedra de América.
¿Qué es esto? Él mismo lo explica:
“Es una consecuencia de lo que yo vengo estudiando desde
hace unos diez años. Viviendo en Europa he llegado a la conclu-
sión de que nosotros hablamos mucho de las influencias de aquel
continente sobre el nuestro, y nos olvidamos siempre de que fue
el surgimiento de América lo que dio origen a los cambios más
profundos en el pensamiento, en la vida diaria, en las costum-
bres y en la cultura de Occidente. Sin América, Europa seguiría
siendo un mundo limitado, mágico, y con poco uso de razón. El
europeo cambió su personalidad el día en que se estableció en
América, y la contradicción más profunda que ha habido a lo
Hombre de libros
El hombre que así habla tiene una vasta experiencia política.
Y una, todavía más vasta experiencia intelectual, vertida en más
de veinte libros, en su mayoría de carácter histórico. El último de
ellos, intitulado Grandes fechas, con el cual se inicia la colección
Escritores Parlamentarios patrocinada por la Cámara de Represen-
tantes, analiza esquemáticamente las efemérides patrias del 12
de octubre, el 20 de julio y el 7 de agosto, lo mismo que ciertas
Historiador contemporáneo
Además de recrear los acontecimientos del pasado, Forero
Benavides es un historiador de lo contemporáneo, como ya se ha
dicho. Algunos sucesos o insucesos colombianos lo han tenido
como testigo presencial, justamente por su vinculación a la acti-
vidad política, de la cual se desprende si no toda, por lo menos
parte considerable de la historia nacional.
Su relato sobre la muerte del representante Jiménez, en el sa-
lón de sesiones de la Cámara, es una obra maestra de crónica pe-
riodística y además, un testimonio imparcial sobre un episodio
inverosímil de la barbarie política de los años cincuenta.
Más recientemente escribió una reseña magistral del 13 de ju-
nio, con sus proyecciones hacia el futuro inmediato y la suma de
factores de varia naturaleza que hicieron posible ese movimiento
en apariencia restaurador. Forero desenreda la intrincada madeja
La relatividad de la historia
La historia, sin embargo, es relativa. Los hombres hacen la
historia, pero no saben qué historia hacen.
¿Existe la verdad histórica? ¿Se puede atribuir un valor abso-
luto al juicio de un historiador sobre un fenómeno político, eco-
nómico, social?
Philippe Erlanger aprecia que todo historiador, por mucho
que se esfuerce para ser objetivo, por vastos que sean sus conoci-
mientos, por elevados que sean sus puntos de mira, no se libra de
ser prisionero a la vez del espacio y del tiempo. Su juicio, quié-
ralo o no, estará totalmente influido de los conceptos políticos e
intelectuales del medio que lo rodea.
Lo que es válido para las causas, lo es mucho más para sus
consecuencias. Éstas, en efecto, no cesan de prolongarse en el
tiempo, y a menudo revisten los aspectos más inesperados, lo
que da lugar a espectaculares revisiones en la mayor parte de los
juicios históricos.
A veces ocurre que las revisiones se producen muy rápida-
mente, como en el caso de los acuerdos de Munich en 1938. Da-
ladier fue considerado entonces como el salvador de la paz. Pero
la guerra se desató un año después. Lo más frecuente es que se
precisen varias décadas, y hasta varios siglos, para revisar un jui-
cio histórico; y luego, esta revisión podrá ser puesta en litigio.
Luis XV no fue censurado por sus contemporáneos por haber
abandonado la India y el Canadá. Cien años más tarde, en vista
del éxito del Imperio Británico, los lectores de Michelet le atri-
buían a aquellos abandonos la categoría de crimen de Estado.
Bolivariano y Santanderista
¿Cómo ha podido conciliar Abelardo Forero Benavides su ta-
rea intelectual con su tarea política?
“Ambas actividades –dice – no son antagónicas en absoluto.
Yo he escrito sobre historia. La historia es el conocimiento de los
hombres. Si yo no hubiera tenido desde siempre una vocación
política, tampoco le hubiera encontrado su verdadera significa-
ción a las figuras de la historia”.
Acaba de entregar a su editor los originales de un nuevo libro,
Las cartas infidentes. Naturalmente, de intención y fondo históri-
cos. La obra se refiere a todo lo que acontece en 1830, desde la
llegada de Bolívar a Bogotá, después de la campaña del Perú,
hasta su muerte.
Para Forero Benavides, el Libertador es la grande figura de
América. Respecto a Santander tiene dos puntos concretos:
Geminiano “vidente”
Abelardo Forero Benavides nació en Facatativá, en 1912, un
5 de junio, bajo el signo de Géminis, al igual que el Presidente
Turbay Ayala, si es que este dato sirve para que los astrólogos
encuentren el origen de sus profusas devociones.
Los geminianos, o son escritores, o son estadistas, o son artis-
tas, a juicio de un experto en la materia, el doctor Rudolf Tomas-
chec, quien, dicho sea de paso, estudió la posición de los astros
en las fechas correspondientes a 134 terremotos (terremotos de
carácter telúrico y terremotos de carácter político), y comprobó
una extraña similitud en la del planeta Urano durante los sis-
mos.
Geminiano fue Kennedy. Geminiano es el doctor Santofimio
Botero. También lo fue Marilyn Monroe. Sin embargo, Géminis
es un signo positivo, masculino y diurno. La piedra del gemi-
niano es el topacio. Que simboliza la paz, la convivencia, la tole-
rancia, la alegría, la elocuencia, en fin, toda una serie de valores
y fijaciones sicológicas que encuentran su expresión humana en
este cartesiano político e intelectual que es Forero Benavides.
Las cartas astrológicas no lo dicen, pero parece ser que los
geminianos poseen muy acentuado el don de la clarividencia.
Forero Benavides no es la excepción.
En 1951 escribía que sólo “un gran movimiento nacional” po-
dría ser el contrapeso adecuado a las corrientes disolventes que
minaban por la base y por el centro la estructura jurídica y moral
del país. Pocos años después se instauró el Frente Nacional. A
Gilberto Alzate le pronosticó que Urdaneta sería el Designado y
por consiguiente el Encargado del poder ejecutivo. Así ocurrió.
Al representante Jiménez intentó disuadirlo, “haciéndole suave-
Espíritu convivente
También se dice de él, desde hace más de treinta años, que
es un “hombre fuerte”, porque predica reconciliación, paz y ar-
monía. Semanalmente lanzaba sus ofensivas de paz desde las
páginas de su célebre revista Sábado en peligrosas épocas de exa-
cerbación.
Hoy actúa con el mismo criterio, acaso porque jamás ha sido
un revolucionario sino, lo que dirían los marxistas, un reformista
burgués de la escuela López, con acción en el jockey. En fin, para
muchos es el hombre más parecido a su país.
En 1951 hablaba de convivencia en los siguientes términos:
“El país es de todos. Y para siempre, los conservadores y los
liberales, ellos y sus hijos, y los hijos de sus hijos, están obligados
a vivir en el mismo lote que nos dieron el destino y la historia. No
puede existir en ninguna colectividad el propósito de entregar o
recibir una magra herencia de cenizas…”
Su vocación de diálogo le es reconocida por todo el mundo.
Al igual que su arraigada noción de la tolerancia, que Forero ha
aplicado a la administración pública con magníficos resultados.
Esta conducta suya no parece estrategia. Corresponde más bien
a una calidad superior de su espíritu; a su concepción filosófica
del liberalismo.
Es escéptico respecto al presunto origen bolivariano de los
partidos liberal y conservador, cuyos primeros programas los
redactaron don Ezequiel Rojas y don Mariano Ospina, ambos
conspiradores septembrinos.
“Entonces –observa– no se puede decir que los partidos na-
cen con Bolívar; al contrario, nacen contra Bolívar”.
Libertad y seguridad
Hay un problema de fondo, que no es colombiano sino uni-
versal. Se sintetiza en el hecho de que la mayor parte de los pue-
blos, entre la seguridad y la libertad, optan por la seguridad…
La universidad
A la Universidad oficial le atribuye Forero Benavides buena
parte de culpa en su esquema de la crisis:
“La Universidad oficial –dice– no está dando la plenitud de
sus rendimientos, y los jóvenes que acuden a ella malbaratan
amargamente su tiempo. Por otra parte, la justicia obtiene la ma-
yoría de sus funcionarios de ese ambiente en el cual no existen
investigación científica, ni cátedras magistrales, ni la predicación
de una ética. La primera reforma de la justicia debería empezar
por la reforma de la Universidad”.
Satisfacciones al pueblo
Habla, además, de lo que él denomina “las satisfacciones del
pueblo”, porque “el problema social es hondo y grave. Y dentro
de él, hay temas prioritarios, como el de la salud”.
“Estoy seguro, por ejemplo, que el alcalde de Bogotá, doctor
Durán Dussán, estaría en capacidad de fundar en los distintos
barrios de la ciudad, treinta o cincuenta puestos de salud, sen-
cillos, modestos, que presten los primeros servicios, para evitar,
así, la acumulación humana frente a los hospitales, que están to-
dos en el sur. Ese es un problema prioritario. Ahora bien: todos
los esfuerzos que se hagan para reabrir en toda su capacidad el
hospital de San Juan de Dios, serían muy bien recibidos por la
opinión”.
El otro problema es el de las clases políticas, “que se preocu-
pan esencialmente por la burocracia”.
“Un partido –dice Forero– es ante todo un programa en movi-
miento. La tarea programática, en consecuencia, tiene prelación
sobre las otras. ¿Para qué estamos unidos los liberales? Para rea-
lizar una obra de transformación, previamente definida, y para
colaborar con el gobierno en sus propósitos cardinales. La solida-
ridad no debe ser pasiva; no basta con decir respaldamos al go-
bierno, sino respaldarlo de hecho, con autonomía de juicio para
hacer sugerencias”.
Empezó temprano
Londoño empezó temprano. Nació en 1910, al igual que Al-
zate, y a una cuadra de distancia de donde vino al mundo el
propio Gilberto. Fueron amigos desde niños; hicieron juntos la
primera comunión (por ahí hay una foto en que ambos aparecen
de la mano), y juntos se iniciaron en la vida, en la literatura y en
la política, aunque Londoño jamás fue alzatista y a Alzate se lo
dijo tantas veces cuantas fue necesario.
“Tenía sí –dice– un alzatismo hondo, alma adentro, huesos
adentro, nacido del ferviente afecto por el compañero; eso no en-
traba en la política, correspondía a una calidad del espíritu”.
Siguiendo el método plutarquiano de la comparación, tam-
bién recomendado por Ortega para la adecuada ponderación de
la historia, el mismo Alzate se encargó de alinderar su propia
parcela humana con relación a la de su amigo Londoño.
“Londoño –dijo Alzate– es un apolíneo. Yo soy un dionisía-
co. Su mismo trance oratorio revela una embriaguez serena, el
predominio de la lógica sobre la indisciplina de los sentimientos.
Londoño no abandona la dialéctica nunca, aun en los períodos
más amplificados, ciceronianos, en que se necesita contenido de
relleno. Londoño es clásico, sujeto a norma, sin arrebatos excesi-
vos. Yo, en cambio, cuando no ejerzo mi ‘self control’, y me dejo
llevar un poco por el dominio de la elocuencia, aparezco como
Grande orador
No sé si a alguien se le ha ocurrido, pero tengo para mí desde
hace tiempos que Londoño es una versión conservadora de Car-
los Lozano y Lozano. Igual sabiduría, igual “talante”, igual an-
gustia patriótica, e idéntica capacidad oratoria, además de cierta
similitud física y cierta aureola de formalidad y lejanía, que en
Lozano provenía, según su hermano Juan, de una invencible ti-
midez, y que en Londoño es más bien una apariencia, por el res-
peto que suscita su personalidad, severa y aplomada.
Es un grande orador. Ramírez Moreno, en su original tridi-
visión de la elocuencia, lo encasilla –a Londoño– en la melódica,
que va desde el canario hasta el gallo de riña, pasando por el sin-
El problema cafetero
Retirado de la vida pública, prácticamente confinado en su
casa de habitación, Londoño ha asumido, sin embargo, la de-
fensa de los caficultores colombianos, “siguiendo la cavilosa he-
rencia de mi padre, Justiniano Londoño, quien fue un caficultor
mediano y un líder irreductible de los campesinos”.
“En esta actitud mía –reitera– interviene mucho más la voz
de la sangre”. Y agrega:
“A Caldas y a las comarcas vecinas donde el grano se pro-
duce, las alentó el café para su desarrollo; las ha sostenido físi-
Visión espectral
Le pido a Londoño que concrete sus puntos de vista en rela-
ción con el café, puntos de vista que lo han conducido a disentir
de la política oficial en la materia y de la conducción de la misma
política por parte de la Federación Nacional del ramo. He aquí
su respuesta:
–Los datos que no pueden perderse de vista son los siguien-
tes:
En el censo de 1970 aparecen 306 mil propiedades cafeteras,
con lo que se tiene una población de más de dos millones de
personas vinculadas al café y dependientes de su suerte. A esto
habría que agregar toda la mano de obra exigida por su propia
explotación, y ampliando el círculo, la dependencia de esta in-
dustria, en beneficio, transporte, trilla y comercio, para deducir
qué porción demasiado importante de la población colombiana
está comprometida directamente en el café. Así, cuando se tienen
sumas aproximadas a los 40.000 millones de pesos, como proba-
ble valor interno de la cosecha, se piensa que es esta una rique-
za exorbitante, capaz de soportar todo género de limitaciones y
castigos tributarios. Pero, cuando a ese dividendo se le aplica el
divisor de las 300.000 familias, se verá cómo el cuociente resulta
increíblemente bajo para los costos de la producción, el rendi-
miento razonable del capital invertido y el esfuerzo del caficul-
tor, sobre todo del minifundista. Ocurre, además, que de estas
300.000 propiedades sólo 267 corresponden a dueños de más de
100 hectáreas, que son los capitalistas del café, casi todos neo-
caficultores provenientes de la industria y el alto comercio, que
en los últimos tiempos han diversificado allí su economía, espe-
cialmente por razones tributarias. Son los que dan la apariencia
de un capitalismo cafetero, al que apuntan con injusticia y con
encono la crítica económica y el fiscalismo insaciable. Sin reparar
que en el otro extremo más de 200.000 propiedades pertenecen al
minifundio de una hectárea, y otras a la pequeña propiedad que
alcanza a las cuatro hectáreas, dejando también campo para la
caficultura mediana que es, por definición, la que suele padecer
mayores estrecheces y dificultades. Periodistas desinformados,
políticos fuera de órbita y ministros de hacienda desajustados de
la realidad, apuntan también hacia los 267 millonarios del café,
para herir así, en lo más sensible, a una inmensa porción de la-
briegos o de gentes de clase media acosadas por todo género de
infortunios.
“En materia de café nos estamos quejando por el hecho de
que excepcionalmente nos han puesto por fuera de las leyes, y
nuestros patrimonios y nuestros derechos están siendo tratados
con criterio arbitrario, dándole la espalda al orden jurídico y a las
garantías constitucionales”.
¿Por qué razón?
–Porque los impuestos al café, que en principio se originaron
en la ley, que es única fuente posible, pasaron luego a ser trami-
tados por el decreto legislativo, que también es válido; pero más
adelante por el decreto ordinario, que ya no tiene poder, y luego
por la resolución de una junta, y ahora por una simple manipu-
lación de precios de referencia, para desembocar en el contrasen-
tido lógico de una retención que no retiene, de una retención en
política de plena oferta, atendida además por un ilegítimo mono-
polio de compras, puesto en cabeza de la Federación Nacional de
Cafeteros. En esas condiciones, estamos dispuestos, ya que no se
nos oye a niveles de Federación ni de gobierno, a llevar el asunto
a los Tribunales Contenciosos y a la Corte, para que se decida so-
bre la notoria invalidez de las medidas de opresión conque está,
ahora, castigada la industria básica.
“Por otra parte, y finalmente, quiero hacer la afirmación de
que empieza un descenso peligroso en la producción de café, en
El último grecolatino
Caldas es, en el centro geográfico del país, la más afortunada
creación de un nuevo estilo de vida. El caldense de verdad es
un hecho nuevo, en el que pueden reconocerse predominantes
influencias de Antioquia, pero muchas otras calidades del modo
de ser y de reaccionar del Cauca Grande y del Tolima Grande, re-
unidos dentro de una singular hechura política. El tipo caldense
se magnificó en dos figuras cenitales: Aquilino Villegas y Silvio
Villegas. Alzate es más universal, y pudo haber sido de cualquier
parte. Y a otros, como a Fernando Londoño y Londoño, se les
nota residuos de antioqueñidad o de caucanismo, no suficien-
temente absorbidos en una nueva resultante cultural. Pero es lo
cierto que Caldas asumió un papel en la vida nacional, que co-
rrespondía tanto a sus condiciones de ser punto de convergencia
y punto de partida para nuevos hechos, como por la vocación de
sus tierras y el destino manifiesto de sus grupos pobladores. En
lo político los caldenses fueron, y son, preponderantemente de
estilo republicano. Allí tuvo auge el republicanismo de Carlos E.
Restrepo y de Tomás O. Eastman; allí funcionó con éxito la coa-
lición de Valencia, la concentración de Olaya, la unión nacional
de Ospina y el nacionalismo de los grecolatinos. En general los
caldenses, en política, aspiraron siempre a modelos de gobiernos
sobrios, honestos, progresistas, justicieros, con una definición,
repito, de tipo republicano.
Pruebas al canto
Londoño, es evidente, se encuentra en trance oratorio, y habla
largo, tendido y fluido sobre la materia, para comprobar que los
grandes autores europeos fueron de alguna manera grecolatinos
en el mejor sentido de la palabra. Lo fue el Dante en el “Canto
IV” de la Divina Comedia, y Camoens en el versículo 30 del Canto
1o. de Las Lusiadas; y Cervantes, en Los Trabajos de Pérsiles y Segis-
munda; y Rabelais, en el capítulo XII de su Pantagruel; y Racine,
en Iphigénie en Aulide, y Maquiavelo, en su Discurso sobre Tito Li-
vio; y Goethe, en su Segundo Fausto, y Erasmo, en el capítulo 1o de
su Elogio de la Locura, y Torcuato Tasso en el Canto IV, versículo
V de La Jerusalén libertada; y Montaigne, en sus ensayos, al hacer
la defensa de Séneca y Plutarco, y Renán, en su Oración sobre la
Acrópolis; y D’Annunzio, en el tomo II, p. 157 de El Fuego; y Kier-
kegaard, en el capítulo II de su Tratado de la Desesperación; y Be-
nedetto Croce, en el capítulo II de la Aesthetica In Nuce; y Proust,
Colombiano ideal
Más de una hora ha durado esta saltuaria conversación con
los Santos Castillo, frecuentemente interrumpida por el teléfono
que repica sin pausa y por la atención que ambos deben prestar a
sus respectivas esferas de trabajo. El Tiempo es un complejo inve-
rosímil que solamente ellos hacen funcionar con una eficacia pas-
mosa. Desaparecidos los viejos talleres y transformada la sede
del periódico en un vasto laboratorio electrónico, les manifiesto
francamente mi nostalgia por la antigua atmósfera saturada de
tinta de imprenta, dentro de la cual el periodismo se ejercía con
un sentido más romántico y bohemio.
–Sí –dice Hernando–. Tienes razón. Yo estoy seguro que no
soy el mismo sujeto que vivía prácticamente en los talleres ha-
ciendo, como era forzoso, el periódico desde allí. El contacto del
periodista con los equipos de la imprenta, vengo a confirmarlo
hoy, es más hondo de lo que se cree. Como en los mitos clásicos,
hombre y máquina forman un consorcio de hermandad impre-
sionante. No obstante, los adelantos técnicos no afectarán para
nada la estirpe, la fisonomía de El Tiempo; que no es, ni mucho
Despedida de poeta.
La última polémica del maestro Rafael Maya
con Miguel Álvarez de los Ríos*
Alta indulgencia
“La más importante de todas las fiestas del satanismo –obser-
va La Vey con una convicción perentoria– es la del cumpleaños
de uno mismo. Nosotros adoramos la individualidad; nos que-
La Puta de Babilonia
De toda la “mitología” judaico-cristiana Anton Szandor La
Vey prefiere un personaje muy sugestivo: La Gran Puta de Babi-
lonia, madre de todas las prostitutas que en el mundo son y han
sido, a quien se menciona con lujo de detalles en el Libro de las
Revelaciones. Se dice que cabalgó en la Bestia Roja, un monstruo
de siete cabezas y diez cuernos, en cuyo lomo se escribieron to-
das las frases acuñadas por el erotismo bíblico.
La Sagrada Ramera usó ropas púrpuras, transparentes, sin
nada más debajo que su propia piel pulida por la fornicación
reiterada; lució joyas radiantes y bebió todas las abominaciones
en un cáliz de oro purísimo. La Vey la admira y hace de ella su
mito preferido, porque simboliza el gran poder del mundo para
el goce sexual.
En cuanto al “Anticristo”, su criterio es el de que “está aquí,
entre nosotros, enmascarado bajo ciertos personajes de la televi-
sión” norteamericana. La Vey está seguro que el Anticristo es un
mito, pero usa la imagen de la Biblia para referirse a la contra-
Estrellita de Hollywood
En la Mayan el oficio de Tony era ejecutar música para que las
chicas se desvistieran muy lentamente. Una de las ‘striptiseras’
más codiciadas por la clientela era una mujer voluptuosa, de 22
años, quien decía llamarse Marion Marlow. Se la conocía con el
nombre artístico de “Estrellita de Hollywood”. La futura Mari-
lyn Monroe atravesaba una época malísima. Había filmado su
primera película en que hizo de desnudista, Ladies of Chorus, y
su contrato no fue renovado.
Un poquito sucia
En septiembre de 1948, la Monroe debía tres meses al Ho-
llywood Studio Club. Para mantener su anonimato alquilaba
una habitación en el Oban Hotel. Allí se instaló con La Vey.
“Ella era magnífica para hacer el amor; tenía carro propio y
ganaba dos dólares diarios. Yo no me ganaba uno sólo”, confiesa
La Vey.
“El carro era un viejo Pontiac, convertible. Marilyn llevaba
todos sus efectos en el baúl, en cajas de cartón. Era de muy mal
carácter esta mujer, su carro era un desastre y ella era pésima
conductora”.
Jayne Mansfield
La Monroe no alcanzó a meterse de lleno al satanismo. Por-
que murió a destiempo, envenenada con píldoras, acribillada
por la soledad. Pero otra rubia y voluptuosa diosa del sexo –Ja-
yne Mansfield– durante su visita a San Francisco en el otoño de
1966, buscó a La Vey, se hizo su “amiga” y entró al satanismo con
todas las de la Ley. “Jayne –dice La Vey– me saludó y, de inme-
diato, me dijo: ‘Quiero acostarme en tu infierno, Szandor’. Y yo
le di gusto. En esa época tuvo problemas con su ex-marido, Matt
Cimber, quien le había quitado la custodia de sus hijos. Yo le hice
La iglesia hoy
La Vey ha dejado, pues, el manejo de la Iglesia de Satán a sus
ministros. La Iglesia ha sido reconocida oficialmente por el Pen-
tágono. En el Museo de Ateísmo de Moscú hay un retrato grande
de La Vey con la Biblia Satánica en sus manos.
En estos días, el jefe demoníaco gasta su tiempo viajando, le-
yendo, escribiendo y trabajando en Hollywood. Las últimas ase-
sorías suyas han sido para los filmes “Poor Devil” y “The Omen”
y para otra más dramática, “Masacre en Texas”, con sierras de
gasolina. Como Gran sacerdote La Vey todavía preside algunos
rituales, para ayudarle a algún miembro de la Iglesia que esté en
dificultades. Pero jamás ha vuelto a maldecir a nadie. Después
del marido de Jayne Mansfield.
Este “demonio del siglo XX” se cree un hombre de bien. Tra-
baja con la policía, la asesora en la investigación de crímenes con
huellas de brujería. No fuma. Pero bebe lo mejor. Y disfruta de las
más bellas mujeres, especialmente rubias, de cuerpos enormes.
Un poco lejos de los escándalos de los años 60, La Vey quiere
hacer del mundo un lugar grato a los sentidos, a la carne, a los
apetitos del amor desbordado. Un lugar para regodearse el de-
monio. “Nosotros los satanistas –me dice, mirándome fijamente,
con gran seguridad– estamos orgullosos de ser damas y caballe-
ros –pecadores quizás–, pero sin embargo damas y caballeros”.
Hombre consecuente
Sin darnos cuenta llegamos a casa. La periodista de Viña del
Mar (porque es de Viña del Mar, según me previene para que yo
no crea que es de Santiago, donde está Pinochet, o de Temuco
en el sur, de donde era el Neruda ferroviario), la mujercita ésta
ha tomado ya en serio su misión. Se aplica un coñac cerrero y no
le sale ni una lágrima. Eastman desea vino blanco, chileno. Voy
a buscarlo con Julio Eastman –el padre solícito– y traemos uno
envasado en Cali o en Cartago. Hay protestas. Pero todo se nor-
maliza cuando le mezclamos agua mineral en cantidades.
Yo no dejo mi whisky. Para mí es lo único decente que le que-
da al mundo.
Eastman vuelve sobre los pasos de su disertación:
–La administración Reagan está haciendo énfasis en la ayuda
bilateral y no a través de las instituciones multilaterales de cré-
dito. Los embajadores latinoamericanos nos quejamos por la re-
ducción del aporte norteamericano al BID. Ya hay una respuesta
a la carta. Todo permite pensar que dicha actitud será revisada.
Para el Embajador Eastman, el presidente Reagan ha sido un
hombre consecuente en el sentido de que pretende ejecutar lo
que prometió a lo largo de su campaña. Consecuente y consisten-
te en su posición doctrinaria: ya empezó a reducir la intervención
del Estado en la economía. Seguramente le dará un viraje a la
más sólida de las estructuras en la democracia del dólar.
(La imagen suya de ella es una fijación: tan completa, tan ín-
tegra, que desvirtúa el hilo de mi propio raciocinio, lo desbarata
y lo convierte en un manantial de canciones):
Yo también, consecuente
Quiero ser consecuente yo también, les digo.
A Jorge Mario y a la periodista. Entonces hablo así:
–Pienso que Reagan lo que desea es desvirtuar las profecías
según las cuales el capitalismo habrá de morir ¿...?
–Marx, continúo, lo desahució desde el siglo pasado, debido
al cáncer inevitable de su propia expansión. Moriría, de muerte
política en el caso de que los desposeídos, unificados, destruye-
ran a los privilegiados y dieran origen a la sociedad sin clases.
O de muerte económica, cuando las empresas supergigantes no
tengan a quién venderle y tengan que comerse su propia produc-
ción. En este caso lo matará un colapso abdominal.
–En l943, Joseph Schumpeter vaticinó también su desapari-
ción absoluta, a causa de dos males nefastos: el odio de los in-
telectuales, que es una enfermedad de naturaleza cultural; y la
inflación, que es una enfermedad de naturaleza estructural. Des-
de luego, el “odio” de los intelectuales al capitalismo –como lo
recuerda de manera pertinente Mariano Grondona– no les im-
pide disfrutar de todas sus ventajas, aún de las más frívolas. Es-
criben con la izquierda pero toman champaña y comen langosta
a la termidor, con la derecha; usan zapatos de Saint Laurent, de
doscientos dólares, y camisas cuya seda ha sido laboriosamente
tejida por gusanos asiáticos.
–Galbraith (The New Industrial State, Hougton Mifflin Com-
pany, 1967), supone en cambio que el capitalismo morirá debido
a su propia evolución: evolucionará hasta el punto en que dejará
de ser él mismo.
–Pero, Galbraith predice otra muerte simultánea: la del comu-
nismo. Y la consecuente convergencia de ambos hacia una nueva
estructura política, que podría denominarse “social democra-
cia”.
–Reagan sabe que en épocas de inflación es mucho más mar-
cada la intervención del Estado en la economía, y piensa que re-
duciendo dicha intervención ataca los gérmenes inflacionarios,
por lo menos desde un punto neurálgico, para una mentalidad
conservadora como la suya.
sus ojos. Pero, para mí, hay otros más altos. Cae la tarde mansa-
mente. Y me despido con los versos de Carlos Martín, para que
tengan tema:
Revista Contrastes, periódico El Pueblo,
Cali, 17 de mayo de 1981
* Con este reportaje Miguel Álvarez de los Ríos obtuvo una Mención de Honor
en el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Actuaron como jurados
Fabio Lozano Simonelli, Germán Vargas Cantillo, Alberto Dangond Uribe,
Tulio Ángel Arbeláez, Reinaldo Ramírez García y Antonio Ramírez Caro (El
Tiempo, Bogotá, jueves 28 de julio de 1983, p. 8A).
Política y dialéctica
El colombiano cree en la paz como un “don de Dios”; como
algo que se funda en supuestos metafísicos y no en posibilidades
sociales y jurídicas. Como diría Ortega, la paz es un deseo ge-
neral pero sus teorías lucen falsas, abstraídas, utópicas. Le digo
esto a Álvaro Pío, tratando de darle cauce y forma a un fallido
reportaje, que deviene, a la postre, en mera charla sin orden ni
concierto. Está ahora frente a mí; gafas inútiles, manos en reposo,
sonrisa indulgente. Valor indiscutible del humanismo materia-
lista (¿será esto un pleonasmo?), Valencia no es un político; no lo
es en el sentido más usual del vocablo. Tampoco lo fue el maestro
Valencia, cuyas alas de albatros le impidieron avanzar más allá
de lo previsible sobre la superficie falaz de la política. En cambio,
sí lo fue, con todas sus características, inclusive con su cultura
exigua y fragmentaria –aun cuando en él alentaran la lealtad
y el sentimiento poético del mundo–, el mayorazgo Guillermo
León. Entonces, ¿es filósofo Valencia? A su juicio filosofía y po-
lítica apenas difieren en su esencia. La filosofía es profunda en
la medida en que es dialéctica; la lógica dialéctica permite pene-
trar los secretos de la naturaleza, sus grandes leyes inmutables,
cuyo descubrimiento e interpretación han abierto los horizontes
del progreso humano. (No hace Valencia la pertinente distinción
Dificultades de la paz
Filósofo, científico o político en el mejor sentido de la palabra,
Valencia es un radical. Ser radical es tomar las cosas por la raíz,
y la raíz para el hombre es el hombre mismo. Álvaro Pío recobra
el hilo de mi inquietud, y agrega esto otro al conciso diagnóstico
anterior sobre las dificultades de la paz:
a) –Sin resolver el gran problema de la tierra, es difícil la paz.
(Valencia considera que las relaciones tradicionales de poder
sólo podrán alterarse mediante una reforma agraria estructural,
integrada a un proceso nacional de transformaciones revolucio-
narias);
b) –El consumismo a ultranza y la especulación mercantil
desaforada, dificultan más aún la coexistencia pacífica entre un
pueblo sin trabajo, hambriento e ignorante, y el exiguo grupo
social abastecido hasta la hartura, que ha venido de espaldas a su
triste destino. (Valencia recuerda a Maquiavelo; “Pueblos ricos
son los que viven como pobres y piensan más en lo que necesitan
que en lo que les hace falta”.
c) –Conspira también contra el ideal de paz el hecho de haber-
se desarrollado en el país un complejo monopolístico –industrial,
bancario, financiero–, que ha conducido la moneda a desempe-
ñar un papel contrario a su propia función lógica, transformán-
dola en bien productivo y quitándole su carácter fundamental de
signo de cambio, y
d) –Betancur representa seguramente la última posibilidad
para hacer autorreflexión sobre el futuro de Colombia. (Sin em-
bargo, los generosos esfuerzos del Presidente nacional podrían
resultar muy débiles frente al criterio imperante sobre riqueza,
abuso de poder y satisfacciones egoístas).
–El gobernante que quiere hacer una cosa, la hace; el que no
quiere o desea dilatar el asunto, transfiere su responsabilidad a
A la parra subireme
como atrevido chicuelo
y, agarrado a los racimos
néctar beberé del Cielo.
vueltas tras las gafas a sus ojillos de ratón, y me dijo con voz
chillona: “El doctor Rengifo me ha ordenado que le dé a usted
la mejor habitación, y como la única decorosa es la mía, pues se
la cedo con el mayor gusto”. “Muchas gracias, don ratón, por su
madriguera”, intenté decirle. En ese momento llegó, a visitarme,
tal como lo había prometido, el ministro Rengifo, atareado con
tres botellas de brandy y abundante provisión de cigarrillos, y
a recomendarme personalmente a las autoridades de la prisión.
Rengifo, atragantado de risa, y poniéndome su dedo índice en el
pecho, me dijo: “¡Te lo advertí! ¡Te lo advertí!”. Diez días estuve
preso. Mi cautiverio, que yo deseaba más prolongado, para ex-
plotarlo políticamente, no lo fue tanto, debido a la intervención
ante las autoridades de mis colegas congresistas. Yo había sido
elegido representante a la Cámara, uno o dos meses antes. En mi
caso, procedía la inmunidad parlamentaria. Finalizaba el mes de
junio de 1926.
¡Villon es un satánico!
Luis Vidales traduce al primer poeta francés
François Villon
Escuchad, lectores, el canto que se forja: al lirida
truhán huyendo con su alforja
colmada de miserias, testamentos y odas,
y que otrora fuera el rey de los rapsodas.
Fue François Villon un pillo acontista,
pulió la melopea con talante de artista,
contrastó el argot con giros novedosos
y compartió su vino con vagos apestosos.
Fue también el errátil amo del suburbio,
mezcló la ambrosía con el ajenjo turbio,
vagó su sombra por la canícula y la nieve;
era el lis del hampa, por su sonrisa aleve.
En riñas y asaltos esgrimió su cuchillo,
en otras tantas lides le guiñó el ojillo
a las damas de antaño y a la gorda adorada,
y a la cual, el muy pillo, exaltó en su balada.
Héctor Escobar Gutiérrez
… Vivir es incierto,
y después de muertos
ningún remedio hay;
me voy a un país remoto,
por eso establezco este legado…
¡Villon es un farsante!
vvvvvv
vvvvvv
a morir en la horca! Pronto “scaura mon col que mon cul poise”
(sabrá mi cuello cuánto pesa mi culo), dice. Y escribe su patética
ballade des pendús. Desde la prisión, sin embargo, pide clemencia
al rey. Luis XI, desde luego, tiene noticias suyas; sabe que ha pon-
derado sus reales virtudes y que le ha deseado tanta vida como
tuvo Matusalén y tanto honor y gloria como los de Salomón. El
monarca lo llama a su presencia. En el gran salón de Palacio, se
mece una enorme jaula de madera y dentro de ella, como un si-
lencioso papagayo, está el cardenal Le Value. Luis XI lo conside-
ra enemigo de la unidad nacional y ha decidido mantenerlo pri-
sionero en tan humillantes condiciones, hasta que “cante”. Villon
se prosterna. No le importa la triste suerte del jerarca, amigo y
benefactor de su padre. Le importa la suya propia.
–Señor– dice con voz trémula después de impetrar el favor
para sí mismo –es sabia justicia tener a este hombre enjaulado, si
se ha atrevido a dudar de vuestra grandeza.
El rey sonríe de buena gana.
Y el Parlamento le conmuta a Villon la pena de muerte por la
de destierro.
“¿Auténtico creyente, verdadero cristiano?”
Vaya... vaya...
Así hablaba Zaratustra: “Si alguien me dice que los poetas
mienten demasiado, yo le respondo: sí, los poetas mienten de-
masiado”. En alguna parte Camus alude a la “falacia del poeta”,
que impide penetrar su alma aun a los genios de la instropección
y del análisis sicológico. Un poeta jamás dirá la verdad –mucho
menos en materia religiosa– asegura el abate Renard en su injus-
ta acusación a Rimbaud. Debido a su espíritu cambiante y con-
tradictorio, Platón no le encuentra cabida a los poetas en su Re-
pública. Mienten los intelectuales y las mujeres de lance, de ahí su
propensión a corromperse, dijo uno que sabía más que los otros.
Villon conoce el agua que lo moja o el fuego que podría abrasar-
lo. Su rezumante misticismo lírico es hábil estratagema para ga-
nar indulgencia de príncipes y prelados. En la Edad Media es tan
arriesgado disentir del cura y del profuso santoral católico, como
atentar contra el rey que encarna, fundamentalmente, la potes-
tad divina; mucho más a partir del año 1229, en que el Concilio
de Toulouse pone en funciones el tribunal del Santo Oficio, cuyo
objetivo primario es castigar la herejía. En Francia las hogueras
se encienden desde el siglo XIII.
¡Villon es un satánico!
El poeta ama la vida, aunque la haya vivido trágica y peligro-
samente. O acaso por eso mismo. (Nietzsche, que todo lo sabe,
dirá siglos después: “Vivir peligrosamente, ¡eso es vivir!”)… Es
la convicción de que más vale estar vivo, así sea en las miserables
condiciones del poeta, que “pudrirse en rico sepulcro”…
“La lírica de Villon es una exaltación de la vida temporal, la
invitación al deleite inmediato, al gozo cierto”, admite Andrés
Holguín. ¡Atención a la segunda afirmación diabólica!: “Satán
represents vital existence, instead of spiritual pipe dreams!” (The
Satanic Bible, Edit. Avon Chicago, U.S.A., 1969, p. 25).
En Villon, decía, el terror de la muerte –su visión obsesiva
de la destrucción de la carne es una magnificación de la existen-
cia en la cual se complace, porque ninguna cosa es mejor, ni es
más alta y deleitosa, que amar. Y ¡amar es vivir! De todos modos,
la noción cristiana de la muerte difiere radicalmente de lo que
François Villon expresa en sus baladas. El creyente sabe que la
muerte es un tránsito feliz hacia Dios. Para el poeta, en cambio,
la muerte es una fatalidad inevitable y terrible, porque implica
ante todo la disolución de los elementos vitales. La muerte sigue
siendo la más grande abstinencia; la vida, la más grande satis-
facción. ¡Finge y vive! Lo dice probablemente el código secreto
de Les Coquillard, en un prodigio de síntesis satánico–filosófica
tan valedera hoy como en el crepúsculo medioeval. Fingir muy
poco cuesta. La vida todo lo vale. ¿Qué mucho, entonces, que a
Villon se le exigía la alabanza constante al Dios del cielo y a los
poderosos de la tierra, si en esto le va ganancia sin riesgo alguno
de su parte?
Hoy, finalmente, un hecho histórico; Villon es producto de un
siglo al que apenas rescata de su ignominia al Descubrimiento de
América; siglo de penurias, de guerras, de convulsiones, de ¡bru-
jería! El mismo año de su nacimiento (1431), sube a la hoguera
Juana de Arco y viene al mundo Alejandro VI, es decir, Rodrigo
Borgia, y en la misma década (1439), es coronado por fanáticos
el antipapa Felix V. En Francia mueren por causas apocalípticas
cincuenta mil personas: en Arras y Lille el fuego inquisitorial de-
vora por igual a prostitutas y burgueses, “culpables” e inocentes.
Villon, infante, es alimentado “con nabos y maldiciones” ya en
edad escolar, “sólo sabe de látigos y azotes”. Michelet lo subra-
ya: “¡Así se hace un demonio en la Edad Media!”…
Suspendo mi perorata sinceramente ruborizado.
Nadie me había pedido que fuera más allá de una simple re-
ferencia, y yo descendí, por mi cuenta y riesgo, hasta el infierno.
Como Rimbaud.
Luis Vidales me mira con semblante afligido; no puedo cal-
cular el esfuerzo que hizo para soportar mis ínfulas de erudición
vituperable. El alcalde Ángel Mejía invita a brindar con vitriolo
francés, ¡para satánicos! Eduardo López Jaramillo sonríe silen-
ciosamente. Sólo el poeta Escobar, por ser quien es, expresa con
desenfado su complacencia.
–¿Qué te parece un gin tonic?, me dice el alcalde.
–Suficiente con el agua tónica.
Vidales me entrega un papel mecanografiado, con tachadu-
ras de su puño y letra; con enmendaduras. Tiene, ahora, un aire
tolerante.
–Esta es mi versión “diabólica” de La gorda Margot, espero
que te guste1.
–¿Quieres jugo de toronja?
–Tanto como comer vidrio, le respondo a Eduardo López.
–¡Qué suerte!, dice, confundido, Vidales.
Villon es el primero de los poetas malditos, el más consecuen-
te y radical de todos. Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, murieron
arrepentidos. Villon desapareció de París, con el diablo adentro,
una mañana de enero; jamás se supo de él, aunque Rabelais lo
“descubre” años después (¿en 1584, oficiando la misa negra?) en
una aldea meridional, concluyo, como si no fuera suficiente.
–Bueno, prendía una vela a Dios y otra al diablo, dice, conci-
liador, Juan Guillermo Ángel.
–Como Cocteau, murmura Eduardo López.
–Estaba más cerca del diablo, dice con énfasis Escobar Gutié-
rrez.
El viento es cálido y húmedo, tarde en la noche. Empuja y dis-
persa unas nubes espectrales. Dios es inaccesible e incognoscible,
pienso. Por eso, el demonio está más cerca del corazón del artista
que su propia vena yugular. Es lo cósmico y humano: la rosa y
la piedra, el viento, la nube, el fuego, el agua, la mirada de una
mujer; los ojos de maleza quemada de Catalina Blake, desnuda,
bajo la luz en ascuas de diciembre...
vvvvvv
François Villon
Traducción de Luis Vidales
Pereira, 28 de diciembre de 1983
Escritor histórico
La obra literaria de Gómez Valderrama revela –como se pre-
dica de la de cierto clásico francés contemporáneo– un noble
sentimiento en busca de unos nobles actos; un sentimiento vi-
vaz, constante, activo, consubstancial con su propia razón de ser.
Difícilmente se hallaría como definitorio en esta obra esplendo-
rosa el ingrediente del mal. Y, a diferencia de García Márquez,
cuyas ficciones más simbólicas suponen por lo menos actos au-
tónomos de su imaginación, las ficciones de Gómez Valderrama
–en el ensayo y en la narrativa, en sus recreaciones de la his-
toria– son reveladoras de una eficaz inquietud intelectual que
pugna por afirmar la existencia de un hombre y su destino de
artista. Puntualicemos los supuestos de este juicio trivial: a) En
Gómez Valderrama se descubre, como se descubre en Valencia
Tradición mágica
Ha publicado diez o doce libros. El penúltimo –Los infiernos
del jerarca Brown– subraya la línea histórico-mágica que caracte-
riza y define a los anteriores, y posiblemente al último –La nave
de los locos– que apareció hace dos semanas en España. Brown,
un negro trotamundos, le cuenta su vida, su larga vida de hom-
bre fugitivo de su propia piel; desde que, niño aún, se embarca
subrepticiamente en un pesquero que leva anclas desde el lago
Michigan, hasta que el mar lo arroja como resto de naufragio a
playas colombianas. A Brown se le encuentra en El Havre, en
Y la brujería
¿De dónde nace el interés de Pedro Gómez Valderrama por
la brujería?
Sin duda, del hecho mismo consagrado por la historia ameri-
cana; pero, de modo particular –según confesión propia– de su
estadía en Europa.
En Inglaterra, al promediar el siglo, abunda la brujería (magia
y brujería son, en teoría literaria, términos afines y aun sinóni-
mos, aunque difieran sustancialmente a la luz de la historia y
la semántica. Magos, brujas, hechiceros, demonios, aquelarres,
pactos con el diablo, misas negras, resurgen de improviso de sus
cenizas en el convaleciente Reino Unido y confirman el aserto de
que la brujería en sí misma, y en sus resultados, no es más que
un aspecto de las crisis sociales. (Hay, efectivamente, una extraña
correlación entre ciertos hechos políticos –guerras civiles o inva-
siones enemigas– y ciertas perturbaciones económicas –pestes,
epizzotias, hambres–, con los fenómenos de brujería, por lo me-
nos entre la Edad Media y finales del siglo XVII). Sin embargo, la
vvvvvv
¡Soledad!
Rojas ha sido y sigue siendo fiel a este nombre evanescente;
tiene dos tomos de poemas denominados Soledades I y Soledades
II y prepara en la actualidad un tercero, que también se llamará
Soledades.
“No sé –dice– hasta dónde pueda el hombre buscar la sole-
dad, como un elixir deleitoso, como un refugio del alma, como
una voluptuosidad; pero, de mí puedo decir dos cosas: primera,
pese a que mi espíritu está hondamente aferrado al amor de los
seres y a los prodigios reiterados de la Creación, suelo hacer abs-
tracción de lo que me rodea, para experimentar esa sensación
ambigua entre el placer y el dolor, que es la soledad; y segunda:
mi soledad se expresa no en un verso, no en uno o varios poe-
mas, sino en el contexto de una obra, acaso ya ofensivamente
larga, sobre la cual flota la soledad como una niebla húmeda y
sensual, como un vaho de ternura...
–¿Y la muerte?
Rojas no responde; deja el campo propicio a mi digresión im-
pertinente.
Magno poeta
“Magno poeta, superior a toda crítica”, dijo de Rojas Juan
Lozano y Lozano. Lozano enmendó de esta suerte un anterior
veredicto suyo según el cual la poesía “‘piedracielista’ era dé-
bil, morbosa, extraviada, disociadora, decadente, erostrática; un
galimatías sin originalidad, sin duración”. “Rojas es un poeta
mayor”, sentenció Hernando Téllez, a tiempo que quiso ensa-
yar una analogía entre sus versos eróticos, botánicos, cósmicos,
con la pintura suntuosa de algunos genios del Renacimiento. Y el
mismo Rojas acabó por admitir que Boticelli se le parece. Tal vez
así parezca, si comparamos las doncellas letárgicas del poeta con
la Simonetta del Nacimiento de Venus. Pero, a mi juicio, la poesía
de Rojas puede encontrar una respuesta plástica bella y digna en
la pintura de Magritte; en la mirada deslumbrada, perdida, “en-
cantada”, que lanza sobre el mundo el genio belga; en su visión
exaltada, obsesiva y erótica: la mujer desnuda, de pie, ofrecida
y vulnerable, objetivada y estatuificada; el hombre mítico y so-
brevestido; los elementos: el cielo, las nubes, las manzanas, los
árboles (metamórficos en el caso de Magritte), la puerta que se
abre hacia la noche... Todo un catálogo sistemático de imágenes
y formas, detrás de lo cual está el drama de la soledad, el grito de
rebelión de un alma pasional contra el absurdo del mundo.
Óscar Giraldo murió joven, como dicen que mueren los ama-
dos de los dioses. Él lo fue en grado sumo. Oficiante de ritos
báquicos, su corazón hedonista se sabía perecedero y bombeaba,
por tanto, su líquido vital a más alto ritmo que la mayoría de
los corazones a quienes su voz y su inteligencia puso siempre a
vibrar, en función de las cosas, el paisaje, los valores auténticos
de su comunidad.
Periódico El Imparcial,
Pereira, 16 de junio de 1978
Gilberto Alzate:
Su paisaje, su estilo, su lucha, su agonía*
A los cincuenta años –justamente cumplidos muy escasos
días antes de su muerte–, Gilberto Alzate Avendaño conservaba
la totalidad de sus potencias físicas e intelectuales; acrecentadas
estas últimas por el exasperante rigor del estudio, por las sun-
tuosas cavilaciones en torno “a la suerte final de la cultura”, de su
partido y del país, y por esa pasmosa capacidad de asimilación,
que hacía de su mente un formidable arsenal de conocimientos,
ideas e iniciativas. La erudición libresca de Alzate Avendaño, su
disposición de ánimo para la investigación y el análisis, para la
aprehensión de toda fenomenología cósmica, no tienen contra-
partida en ninguno de sus coetáneos; ni siquiera Silvio Villegas,
vinculado a la generación inmediatamente anterior, de cultura
desconcertante y, según Juan Lozano, uno de los más grandes in-
telectuales y uno de los más grandes artistas que haya producido
nuestro medio, se le asemeja. Alzate es un caso insular, mucho
más en la esquiva región de la cual es oriundo; “una individua-
lidad áspera, solitaria y orgullosa”, aunque en el fondo román-
tica y tierna. Y, sin embargo, es difícil encontrar a alguien más
parecido a su raza y a su gente; alguien que, como él, desborde
la medida del arquetipo caldense, lo contraríe, lo exalte y lo re-
suelva en sí mismo.
“Predestinado al goce del alma y del sentido”, este hombre,
en su aspecto externo, era una fiesta sorprendente de la biología;
El hombre y su medio
Nacido en Manizales, el 10 de octubre de 1910, “por las inme-
diaciones del Parque de Caldas”, Gilberto Alzate tuvo de natural
la vocación literaria, a la par que el pathos demoníaco de la polí-
tica, dos aficiones misteriosamente consustanciales al individuo
caldense, no se sabe si por la influencia telúrica, en cuanto el pai-
saje es una prolongación spengleriana de sí mismo, del hombre;
o por la tumultuosa exaltación de la sangre, que recoge la remota
y triple llamada de su origen. Para estudiar la vida y la obra de
Alzate, para dar una visión aproximada de sus dimensiones, es
forzoso situar al sujeto en el medio geográfico y humano en que
se formó; reconstruir idealmente su ámbito social e histórico.
Porque estos elementos incoercibles son los que habrán de mo-
delar su alma y su espíritu.
vvvvvv
El estilo es el hombre
El estilo de Alzate, un mucho o un poco barroco, de perío-
dos breves y cláusulas severas, fundado sobre un conocimiento
inaudito del idioma, rampante y preciosista, “grecolatino” en
suma, le sirvió lo mismo para escribir una erudita página litera-
ria, como aquella de las campanas, o aquella otra, en que parece
que se agota el abundante manantial estético y humano del arte
negro, que para redactar un manifiesto partidista, un belicoso
panfleto o un editorial de combate. Alzate no diferenciaba la es-
critura periodística de la escritura literaria, en lo cual sus críticos
encuentran un defecto de apreciación. Y, por lo que respecta a sí
mismo –a Alzate–, es notoria su desconfianza sobre la calidad,
sobre el peso específico de su trabajo artístico. Sin embargo, ese
estilo y esas páginas, son el trasunto de su espíritu arrebatado,
de su alma en permanente forcejeo, de sus pasiones flamígeras
y sus espléndidas alegrías. El alzatismo, que no pudo ser jamás
una ideología, nació del estilo de Alzate, de la actitud de Alzate,
de los ademanes de Alzate. No tuvo, pues, un cuerpo de doctri-
Aleister Crowley,
el hombre más perverso de la tierra
Poeta y deportista
En 1895 Aleister ingresó en el Trinity College de Cambridge,
a estudiar –¡quién creyera!– Ciencias Morales. Había perdido a
su padre desde los once años, pero recibió de él una herencia de
40.000 libras esterlinas. Vivía por consiguiente una vida muelle.
Estudiaba poco desde el punto de vista académico. En cambio,
leía bastante, y escribía poemas, a la vez que se entusiasmaba
por el montañismo. Hasta 1898 viajó con regularidad a los Alpes
para practicar este deporte.
Según lo dijo después, se encontraba en Estocolmo cuando
tuvo la “clara visión” de que debía dedicarse por entero al cul-
tivo de la magia negra. Entonces, se aplica a la lectura de todo
lo que encuentra a su paso en este campo. De regreso a Londres
conoce a George Cecil Jones, miembro de una secta ocultista de-
nominada Hermetic Order of the Golden Dawn.
Presentado por Jones a la misteriosa comunidad, Crowley es
admitido como neófito. Rápidamente escala todas las posiciones
jerárquicas. En mayo de 1899 ya era Philosophus y, en apariencia,
ejercía dominio absoluto sobre la organización.
Esplendor mágico
En la Golden Dawn Crowley fue conocido primero como el
hermano Perdurabo. Con esta personalidad pasa a las verdade-
ras prácticas reservadas a los miembros del Segundo Orden; los
del Primero, cuya última categoría era la de Philosophus –ya con-
quistada por Crowley– practicaban exclusivamente ritos esotéri-
co-cabalísticos.
La Golden Dawn llegó a tener alrededor de ciento cincuenta
miembros de notoria influencia en la sociedad, la cultura y la po-
lítica, entre ellos el mediocre pero famoso escritor Bram Stoker,
creador de Drácula.
Al despuntar el siglo la extraña congregación posee por lo
menos tres lugares de reunión: el Ahathoor en París; el Templo
de Isis Urania, en Londres, y el de Horus, en Bradford.
Crowley arrienda un piso en Chancery Lane y adopta una
nueva personalidad: la del conde Vladimir Svareff, de supues-
to origen eslavo. Viste como un aristócrata excéntrico y come y
bebe de lo mejor. Se inicia, además, en el consumo de drogas:
opio, cocaína y haschisch. Por esta misma época empieza su es-
peluznante vida sexual. Nadie, como él, será capaz de agotar las
infinitas posibilidades de la aventura erótica.
Viajes y excesos
Entre 1901 y 1903, Crowley viaja a la India, Ceylán y El Cairo
y se dedica al estudio de viejos “grimorios”: el Enchiridion Leonis
Papae y el Nuctemerón de Apolonio, entre otros. Se traslada a París
y regresa a Inglaterra. Contrae matrimonio con Rose Kelly, mujer
de noble cuna y de indiscutibles encantos físicos. Ya había funda-
do en Escocia, cerca del lago Ness, un nuevo templo para oficiar
los rituales prescritos por Abra-Melin en su Magia Sacra.
Guerra de magos
En el otoño de 1910, por motivos que de todos modos se
originan en rivalidad profesional, Crowley y S.L. Mac Gregor
Mathers, otro poderoso ocultista vinculado a la Golden Dawn, se
trenzan en una guerra ruidosa por el control absoluto de la or-
ganización. Mathers le envía a Crowley una legión de demonios
para que lo destruyan; sus sabuesos mueren misteriosamente y
su propio criado se vuelve loco tratando de matar a Rose. Esta
adquiere de pronto una fuerza brutal, casi inhumana, una fuer-
za que es impropia de una mujer. Y antes de que el criado pue-
da evitarlo, ya tiene su propio cinturón en torno al cuello. Rose
aprieta con una furia exquisita. La lengua del criado va a saltar.
Sus ojos se desencajan. Grita, suplica:
–¡No! ¡Piedad! ¡No! ¡NOOOO!
El demonio femenino parece no oírlo, pero sí lo oye Crowley.
Armado con un arpón de pescar atunes, rescata a su criado y lo
encierra en el sótano. De allí es sacado por la policía.
A continuación, Crowley evoca a las fuerzas goéticas y res-
ponde al ataque de Mathers. Lo hostiliza, implacable, en su resi-
Mujeres, y ¡hombres!
–¿Cuántas mujeres tuvo Crowley? Es difícil saberlo. Con Rose
vivió una pasión ardorosa, una vida caótica, una orgía ininte-
rrumpida. Rose fue acometida muchas veces por tres hombres
al mismo tiempo, en presencia de Crowley, quien, a su vez, eje-
cutaba actos de sodomía, todo en medio de un ambiente místico.
Para Aleister el sexo no tuvo sentido sino como un complicado
ritual mágico.
La esposa de un coronel, una viuda, la esposa de un abogado
norteamericano, una actriz célebre, la hija de un diplomático ale-
mán, damas de la más encopetada sociedad, además de numero-
sas prostitutas, participaron en sus ritos, especialmente en el de-
nominado Babalon, en homenaje al demonio del mismo nombre,
que consistía en un acto de autosatisfacción de Crowley, lento y
metódico, mientras visualizaba la imagen de la “Mujer escarla-
ta” del momento. O del “Hombre escarlata”. En sus ceremonias
eróticas Crowley fue bisexual hasta las últimas consecuencias.
Lo propio le ocurrió con el tiempo a Rose. La antigua Lady de
la aristocracia londinense, hermana de Sir Gerald Kelly, purita-
na y reposada, llegó a convertirse en una voraz sacerdotisa del
amor lesbiano. Durante su permanencia en los Estados Unidos,
Crowley no utilizó mujeres para sus prácticas místico-sexuales,
excepto a su propia esposa. “Las mujeres norteamericanas son
animales y no es posible obtener con ellas energía ni entusiasmo”,
dijo. Utilizó hombres, entre ellos un joven compañero, estudiante
de Harvard, quien encarnó para Crowley la “Mujer escarlata”.
El mago erigió en la Plaza Washington de Nueva York un al-
tar a los dioses de la lujuria. Rose era atacada por todos los flan-
cos por varones desaforados. A todos los vencía, después de diez
horas de incesante acrobacia. Hizo de Afrodita y de Eleusis, de
Friné y de Lamia. Crowley introdujo en sus rituales invocaciones
griegas y egipcias y llegó a dominar los misterios de la corriente
sexual, un aspecto del Kundalini o Serpiente del Poder, que se
manifiestan a través de centros ocultos del cuerpo o chakras.
Ritos escabrosos
De todas los ritos mágico-sexuales de Crowley, el más prolijo
y escandaloso parece ser el que denominó Most Holy Trinity en el
cual el mago jugaba un papel pasivo, con Walter Gray, un músico
negro y bohemio, de tamaño descomunal; Crowley, a su vez, se
unía a Ana Miller o a Roddie Minor, en tanto que otros diez indi-
viduos, desnudos y ejecutando actos de onanismo, hacían corro
a la tripleta.
El acto tenía variantes caprichosas: Gray trocaba su papel por
el de Crowley, y la mujer buscaba su propia satisfacción. Al final,
todos brindaban con un elixir de amor, hecho de fluidos huma-
nos y de yerbas fragantes, e invocaban a Júpiter, consumiendo
opio, también denominado Our Lady of Dreams.
Verdadero maestro
–¿Fue Crowley un mago verdadero, un verdadero iniciado?
La respuesta parece afirmativa. De hecho, se asegura, tuvo
poderes extraños. En Cambridge, durante su época de estudian-
te, apagaba velas a diez metros de distancia con la sola fuerza de
su voluntad. En Cefalú predijo la muerte de una de sus mujeres,
“Muñeca Voraz’,” la de su discípulo Raúl Loveday, y el suicidio
del profesor Norman Mudd. Estos dramas se cumplieron en fe-
chas y horas señaladas previamente por Aleister. Y, en París de-
rrotó, en memorable partida, al maestro de ajedrez Tartakower.
Crowley apenas si sabía mover las piezas.
También fue expulsado de Francia, como antes lo había sido
de Italia. Por los años cuarenta y pico empezó su descenso. En-
fermo y viejo se recluyó en una pequeña pensión en Hastings,
al sur de Inglaterra. Su soledad afectiva era total, como total su
pobreza. Antes de morir, el primero de diciembre de 1947, sólo
pudo decir: ¡Estoy perplejo! Un viento iracundo sacudió la mo-
desta habitación. Crowley llegó, por fin, al absoluto mundo de
las sombras.
Homo eroticus
A pesar de sus 250 años bien cumplidos, Juan Jacobo Casano-
va –encarnación y símbolo universal del homo eroticus– aún fasci-
na a las mujeres, acompleja a los hombres y suscita la curiosidad
de los médicos y de los genios de la introspección del análisis si-
cológico. Su vida ofrece cierta prestancia demoníaca, la envuelve
La “Historia de mi vida”
En la Historie de ma vie (Edition integrale, F.A Brockhaus,
Wiesbaden, Librairie Plon París, 1960), Casanova relata minucio-
samente su espléndida existencia. Esas páginas autobiográficas
fueron escritas en el castillo del Conde de Waldstein, en Bohe-
mia, cuando el viejo fauno, vencido por la edad, “esa enferme-
dad cruel e inevitable que me obliga a estar bien a pesar de mí
mismo”, hubo de refugiarse en sus recuerdos. Empieza Casano-
va sus cuatro mil páginas memoriosas comentando sus enferme-
dades, aunque no se refiere a las numerosas infecciones venéreas
que contrajo en sus citas mercenarias y a las hemorroides que
adquirió durante su cautiverio en la cárcel de Los Plomos, debi-
do seguramente a que la naturaleza de dichos males no se avenía
muy bien con su prestigio de seductor. En cambio, hace pública
confesión de sus indigestiones crónicas causadas por la alimen-
tación suculenta, y de una herida de bala que recibió durante un
duelo en Polonia, de la cual se restableció sin ayuda médica ni
tratamiento específico. En apariencia, tal hecho lo indujo a prac-
ticar la medicina, “compensando con su labia la falta de prepa-
ración” y tomándola como un nuevo expediente de su habilidad
amatoria. “La locura –dijo alguna vez ante un selecto auditorio
Pujante macho
Alto de cuerpo, de nariz grande y ojos profundos. Moreno
“de verde luna”. Viste lujosa, ostentosamente, y se adorna a más
no poder. El príncipe Carlos de Ligne dice de él que sería muy
buen mozo si no fuera por su fealdad. “¿Sabéis que sois un ga
llardo mozo?”, le dice Federico el Grande, en 1764. Como quiera
que fuese. Su estampa concertaba la admiración de las mujeres y
despertaba la envidia de los varones, “por representar Casano-
va, de alguna manera, cierto equívoco, galante y turbulento ideal
que alienta secretamente en el alma de los hombres”.
Los técnicos casanovianos desvirtúan la presunta semejanza de
su héroe con el mito de don Juan, que se originaría en Maquia-
velo, Tirso de Molina y Moliére; fundados en la circunstancia de
que el aventurero veneciano no destrozó corazones como el per-
sonaje de Zorrilla, sino que dio placer a cuanta dama se cruzó en
su camino. Además, observan, Casanova vivió y murió en su ley,
esto es, ajeno a cualquier sentimiento espiritual o religioso. Don
Juan, por el contrario, sinceramente arrepentido, fue sepultado
bajo un rosal en Sevilla.
Tampoco parece acertada su comparación con famosos aman-
tes de la literatura real, Como Pushkin, Lord Byron o Benjamin
Constant, reconocidos como puritanos en medio de su frívola y
exaltada pasión. Casanova los contraría, inclusive, como se ha
dicho, en la escogencia de sus amantes, la mayoría de ellas mu
jeres inexpresivas o francamente ordinarias, como las “grand-
trottoirs” de París o las “frauleins” de Viena. Pero es lo cierto
que Casanova no distingue. Casanova no hace diferencia. Para
él es lo mismo una princesa que una camarera. Aunque tiene un
tope en la edad, Casanova no lleva a su lecho a mujeres de más
de cuarenta años. A Casanova le causa miedo el medio día vital
en las damas. Mucho más la edad crepuscular. Casanova no se
Sicosexual hipoviril
Don Gregorio Marañón, que clasificó el amor donjuanesco
dentro de una conducta sicosexual hipoviril, rindió también su
diagnóstico sobre el Caballero Casanova –justamente el nombre
de su libro–, al considerarlo “dentro del tipo morfológico euno-
coide de reducida potencia sexual”. Su tesis la reforzó con ciertas
pruebas, a su juicio históricas, en el sentido de que ninguna de
las mujeres seducidas por el galante impostor lo acompañó por
segunda vez al lecho. No es exacto. Casanova no se prodigaba
más de una vez, con las mujerucas.
Repetía sí con las aristócratas. En lo de no repetir estaba su
deseo infinito de conocer a cuantas mujeres le fuera posible, en
una lucha desesperada contra el tiempo. Tiene también defenso-
res de oficio, como Havelock Ellis, para quien Casanova, “lejos
de ser víctima de estados morbosos y perversidades, se nos pre-
senta como el hombre natural in excelsis”.
ción Francesa, demos por caso, también fue una de sus víctimas,
aunque su cabeza no hubiera rodado bajo la guillotina.
Como bibliotecario del conde Waldstein en Dux, anciano y
achacoso, debió soportar las impertinencias de la servidumbre
contagiada de jacobinismo. Ya no le quedan ni los estoperoles de
su remoto esplendor. Ni la fuerza elemental de sus fibras sensi-
tivas.
Una doncella pasa frente a él y se alza las faldas y le muestra
las posaderas; otra le trae una bebida caliente y deja que un seno
se le escape; otra se sienta mal delante suyo. Casanova intenta
“funcionar”, Casanova persigue a las muchachas en flor, pero le
crujen los huesos, se le desbarata el corazón en un manantial de
frases impúdicas que despiertan la risa de las muchachas, más
que su rechazo o su escándalo.
Casanova no lee ya a su amigo Voltaire ni a su tocayo Rous-
seau; ni siquiera a los enciclopedistas. Escribe largo y tendido en
sus páginas autobiográficas que más de veinte años después se-
rán publicadas, en su estilo denso, sofocante, descarnado, mien-
tras maldice a Robespierre que ha permitido el acceso al poder
de la menuda, de la ínfima canalla; la misma que lo mortifica
hasta el final en 1798.
En fin. A pesar de que en París se fundó hace muchos años la
Societé Canoviennne “con el fin de someter a estudio minucioso
todo papel o billetito escrito por sus manos” (por las de Casa-
nova) y a pesar de que miles de estudiosos han analizado las
múltiples facetas de su vida, nadie ha dicho la última palabra
sobre esta figura apasionante, cuyas hazañas de alcoba y cuyas
pillerías, que llegaron al colmo cuando estafó a Cagliostro, cons-
tituyen el libro mas delicioso de su tiempo. Por lo pronto convie-
ne recordar lo que a propósito de la fascinación que despierta su
nombre –inmune a las costumbres y los vicios del tiempo, por lo
visto– escribió el doctor Félix Martí Ibáñez:
Diciembre y enero
son los meses de Verlaine
Llamado de sangre
Nieta por línea materna de don Roberto Marulanda, Gober-
nador de Caldas y Ministro de Estado de los años cuarenta e in-
dividuo que, al decir de Silvio Villegas, tenía no solamente un
gran talento sino un gran criterio de gobierno; hija y nieta de
médicos ilustres y pariente cercana por línea paterna de Cami-
lo Mejía Duque, quien dominó durante cuarenta años, hasta su
Flor de la política
A María Isabel Mejía, que es una flor exquisita, no le tocó por
eso ser reina de un jardín de ilusiones, en medio de poetas que
templaran sus liras frente a la lumbre en ascuas de sus ojos, sino
vivir y luchar en un medio abrupto y desconsolador; cuando
muy pocos sujetos le ceden el andén o el asiento del bus a las
damas, y cuando a ciertas damas como María Isabel Mejía, que
21 Personajes
Apuntes para una futura geografía humana de Risaralda.
Pereira, 1990. s/e
Fuente: Biblioteca Banco de la República, sede Pereira
vvvvvv
Diario de Occidente,
Cali, domingo 25 de febrero de 1990
* El perfil sobre César Gaviria Trujillo encabezará años después, con leves
modificaciones, la lista de su libro 22 personajes. Apuntes para una futura
geografía humana de Risaralda (Pereira, Fondo Editorial de Risaralda, 1994), al
lado de figuras como Jorge Mario Eastman, Luis Carlos Villegas, Luis Carlos
González, Emiliano Isaza Henao, Óscar Vélez Marulanda, Juan Guillermo
Ángel, entre otros.
Escucha y decide
No pontificaba Gaviria; en alegre camaradería comentaba con
sus contertulios asuntos diversos, la mayoría relativos a la situa-
ción política del departamento en las manos irreductibles del se-
nador Mejía Duque, casado con su tía Josefina Trujillo; algunos
pocos de su especialidad y, entre estos (es feliz mi memoria) un
muy reciente libro de Galbraith, El nuevo Estado industrial, libro
de moda entre estudiosos y diletantes, que predecía la simultá-
nea desaparición del comunismo y el capitalismo en recíproca
convergencia hacia una nueva concepción económica y política,
que podría ser la socialdemocracia.
El ingenio del poeta Mejía atizaba aquel chispeante “fogón”
de amigos; afuera, en cambio, la borrasca diluvial barría todo
germen viviente. Como el tono del coloquio era apto a mi contri-
bución, aventuré, con cautela, que creía en el vaticinio de Schum-
peter según el cual el capitalismo habrá de morir por causa de
dos males, uno de ellos ciertamente curioso: el odio de los inte-
lectuales, cada vez más acerbo, y la plaga inflacionaria que des-
medra a Occidente y no sólo en estricto sentido monetario: tam-
Disidencia lugareña
Arriba de cinco o seis veces no he conferenciado con el señor
Gaviria, en los últimos años, durante los mismos en que nuestro
amigo se ha dedicado por completo a la función política. Recuer-
do haber hablado con él (y con los señores Eastman y Vélez Ma-
rulanda), ocasionalmente, en las oficinas de la Revista Consigna,
hace una década, sobre un tema concreto: la necesidad en que
estaba la nación (en que quizá se encuentra todavía), de reelegir
a López; hablamos luego, deliberadamente, bajo el cielo de nues-
tro común paisaje familiar (...).
Gaviria era ya, de tiempo atrás, uno de los jefes indiscuti-
bles de “Unidad Liberal”, movimiento fundado en Pereira des-
de 1970 por el señor Óscar Vélez Marulanda, para oponerlo a la
vieja empresa eleccionaria del señor Camilo Mejía Duque; había
ingresado a la disidencia con la convicción de que era necesario
cambiar los términos y los personajes de la política lugareña, y a
contrapelo de su familia, con la que el senador Mejía Duque tenía
generales de la ley.
Hay que recordar que el congresista Mejía dominó a Caldas y
a Risaralda, por largo de cuarenta años. Su autoridad fue absolu-
Travesía paciente
En 1969 César Gaviria inicia una lucha subrepticia y tenaz –en
el café, en el club, en el ambiente hostil y caviloso de la calle–,
contra la dictadura de su pariente Mejía Duque. Consigue sus
primeros adeptos entre las gentes tradicionalmente opuestas al
caciquismo, que les impide su acceso al servicio público. Traba-
ja con pasión y con fe. El senador, dormido sobre sus laureles,
no levanta la cabeza; su fortaleza electoral es inexpugnable: nu-
merosas conjuras ha descubierto y desbaratado desde los años
cuarenta, y sigue tan campante. Estos nuevos enemigos, toda-
vía desperdigados, hablan, sin embargo, un lenguaje sutil cuya
inteligencia fuerza a que se les escuche en círculos gremiales y
académicos políticamente fríos.
Mejía Duque se preocupa, y es fama que actúa con sigilo para
quitarse un estorbo que lo es más en su pecho que en la plaza pú-
blica, sin lesionar las relaciones familiares. Súbitamente, Gaviria
es nombrado en Planeación Nacional, como segundo de Roberto
Arenas, y el agraciado recibe su designación con curiosidad y
sorpresa.
Hay versiones distintas; pero cualquiera que haya sido el ori-
gen de su nombramiento, el funcionario escogido parece inme-
Malicia glacial
Al saber lo llaman suerte. Gaviria Trujillo no recién aparece
en la actividad política: más de veinte años lleva fabricándose
el destino que al país, sin razón, asombra. De sangre le viene su
cerrero liberalismo. Los apellidos de su padre –Gaviria Londo-
ño– identifican en el Gran Caldas a familias de muy marcada
tradición radical. Don Néstor Gaviria Jaramillo, tío-abuelo suyo,
fue notorio dirigente liberal y dos veces alcalde de Pereira. Otro
de sus tíos-abuelos, el doctor Santiago Londoño, fundó, también
en Pereira, antes del año veinte, con Jorge Uribe Márquez y Jesús
Antonio Cardona, un núcleo socialista llamado “La Golconda”.
Gavirias y Londoños contribuyen a sus expensas al famoso
cementerio libre de Circasia. Su mismo padre, Byron Gaviria
Londoño, fue concejal y congresista. A Gaviria hay que admirar-
le, en primer término, la malicia indígena con la que ha realizado
su extraordinaria carrera.
En la Cámara, por ejemplo, actuó durante varios años con un
criterio exclusivamente técnico; era allí, en la abundante compa-
ñía de los políticos rasos, el representante que sabía de economía.
Esta circunstancia, seguramente, le abrió aún más el camino ha-
cia la presidencia de la Corporación, y ya le había evitado proble-
mas de rivalidad con el resto de la gallada.
Políticamente, Gaviria es el sujeto más semejante a Turbay;
tiene su mismo tino, su mismo olfato; a ambos los supera el tema
literario. Técnica e ideológicamente, se aproxima a López. La su-
presión de la doble tributación, su obra cumbre en el Ministerio
de Hacienda, tiene la marca del ex presidente.
Su temperamento glacial lo pone a salvo de cualquier traición
de su ser afectivo. Es un apolíneo; en él predomina la lógica. Y
un philosophe, en el sentido que el Iluminismo le concedió a la
palabra, para diferenciarla de filósofo, que alude, por lo gene-
ral, a un humanista. Philosophe es alguien a quien no le interesan
las ideas en abstracto, sino por su capacidad de reflejarse en los
hechos y modificarlos. Gaviria, como Turbay, no casa peleas in-
útiles, no se ensaya en escaramuzas, no pierde tiempo y energías
en responder agravios; ya estamos viendo cómo se reserva para
batallas a fondo; sigue apaciblemente el curso de toda controver-
sia y procura decir la palabra final, cuando ya los demás se han
desgastado en el debate. Eso sí, y esto será difícil para quienes
pretendan imitar al prócer risaraldense, sin ceder un centímetro
en el terreno de sus convicciones.
Me llevarás en ti
aunque no quieras…
como llevan las rosas
las espinas…
Y ternura en la despedida; la duda, que es certidumbre:
Pertenece a todos
Suntuosa canción, Espumas, voló por los aires del mundo; aún
es llevada en andas por las cítaras del viento. Javier Solís la can-
Valor y vigencia
Macías, buen guitarrero, como muchos de sus colegas tuvo
por vocación la noche; de esta fue estrella radiante. Entre copas y
mujeres, y bambucos melancólicos, el alba lo sorprendía con sus
agujas de hielo. Solo o con acompañante (durante 27 años for-
mó con Octavio Ríos el dueto Ríos y Macías) o como compositor,
conquistó fama y prestigio, pero ninguna fortuna en términos
económicos. Su música, que empezó a oírse en suave ritmo de
bambuco, que es su mejor expresión, hace más de medio siglo,
y que alcanzó su esplendor en la década del sesenta, permanece
aún inserta en el alma popular, con raíces tan profundas como
las de los grandes árboles, de los cuales también posee lo que
Nietzsche denominaba “el sentido de la tierra”, que es apenas
la lealtad hacia nuestro espacio cósmico, más la disposición fer-
viente, común a todo creador, para encontrar la relación entre su
realidad física y su entraña espiritual. Hoy, esta música se escu-
cha con la misma emoción ferviente que produjo su aparición
en una época ya remota de la vida nacional, porque sus valores
estéticos no se han deteriorado y está intacta su capacidad de
penetración sicológica.
El prestigio de Macías se funda, pues, en cien canciones, mu-
chas clásicas en su género (Muchacha de risa loca, Las moras, Ojos
miradme, Alma y vida, Bonita, Copito de yerbabuena, de su absoluta
inspiración, y La ruana y Mi casta, que son pequeñas joyas líricas
del poeta Luis Carlos González, a las que puso una bella música),
y hace tiempos desbordó las fronteras nacionales. Miles de vo-
ces provenientes de los países limítrofes y de España y la franja
hispana de E.U., siguen aclamando a Macías como a un “abuelo
preclaro” de la música colombiana; como el genio creativo que
trasladó al pentagrama, con auténtica pasión y en un tono que es
sólo suyo, las más hondas vibraciones del sentimiento popular.
Vibraciones frente al amor y vibraciones frente al paisaje; el pai-
saje como símil:
Bonita como el lucero
que alumbra la madrugada,
como la flor perfumada,
como la luna en desvelo…
gradúan los tonos del paisaje y el mundo flota entre gasas azu-
les, verdes, grises vagos y lampos de oro bruñido. La abundante
naturaleza dispensa el agua y el pan a los buenos campesinos,
esforzados, de yantar sobrio, con un estoico sentido de la vida.
Hijo de labriegos humildes, trabajaba como peón en la parcela
que su padre, después de ingentes esfuerzos, le había arranca-
do a la selva, ya en los últimos jadeos de la colonización. Hacía,
además, de mandadero, repartiendo en las cercanías las sencillas
golosinas que su madre elaboraba para reforzar los ingresos del
presupuesto familiar.
En 1926, con ocasión de su cumpleaños, su madre le regaló un
tiple y, en posesión del instrumento, la vida de José Mazo (que
se trocó en José Macías, sin duda como homenaje a Macías el
Enamorado, trovador español de comienzos del siglo XV, cuyas
estrofas galantes hacen parte del tesoro del Cancionero de Baena,
y cuya vida de aventuras inspiró a otros poetas, incluso a Lope
de Vega), registró un alegre cambio. De día, sus manos conti-
nuaban en las faenas de los encargos maternos; de noche, en el
corredor florecido de begonias, rasgueaban el instrumento, los
dedos buscando a tientas, entre las notas remisas, la aún oculta
melodía.
Trabajo duro y constante; años y años de aprendizaje, sin es-
cuela, sin maestros. La madre observa que en su hijo pugnan la
pasión artística, aunque todavía indefinible, y la función que le
imponen el medio y las circunstancias. Lo aconseja y lo conforta;
le recuerda que el destino suele moldear en hormas trágicas la
vida de los artistas; le repite una frase extraña, que parece de su
invención: el ideal es el antídoto para la desesperación. Y él, de-
finitivamente, decide “cambiar de piel”, esto es, hacerse músico
y, por supuesto, poeta. Ya llegará a comprender que el mundo
del sentimiento, tanto como el del paisaje, se construyen en ar-
monías, y aparecerá su música, rústica pero no plebeya, aérea
edificación hecha de tenues acordes, de notas simples y puras,
que vibra con rumor nostálgico en las playas de la memoria y
aún se prende a los balcones, como lírica enredadera, en noches
de luna y guitarras, con aquella misma frescura “del arroyo en
la montaña”.
Mosca en la leche
En esta exclusivista y puritana sociedad, a la que había ingre-
sado por su matrimonio, Isabel fue vista desde el principio como
una mosca entre la leche. Era rica de nacimiento, pero no noble,
y procedía de Nueva York, una ciudad, según decían, “terrible-
mente democrática”. A todo lo cual se agregaba su insoportable
liberalidad. “Hago lo que quiero y lo que me gusta”, era su divi-
sa. Y actuaba, efectivamente, conforme a su voluntad. Las gran-
des damas de Boston tomaban té todas las tardes, según la añeja
costumbre inglesa. Isabel detestaba dicha infusión tanto como
cualquier costumbre y, a cambio, bebía cerveza en grandes jarros
de porcelana. Aquellas mismas señoras, fieles a su gazmoñería,
paseaban por las calles únicamente en coches cerrados. Isabel lo
hacía a pie, a lo largo de la calle Tremont, llevando del cabestro a
un león amaestrado. Cuando decidía pasear en coche, utilizaba
un landó con capota descubierta ornado con herrajes de oro y se
hacía preceder de dos lacayos a pie; éstos tenían instrucciones
de hacer relinchar los caballos para llamar la atención. La buena
reputación de las damas de la época se juzgaba, entre otras cosas,
por la modestia en el vestir y la ninguna ostentación, especial-
mente de joyas. Isabel encargaba sus trajes a París, y salía de visi-
ta o de paseo cargada de collares y pulseras y anillos de piedras
finísimas, y en sus cabellos relucían dos espléndidos diamantes.
Retrato de la dama
Isabel Stewart, mujer extraordinaria por tantos títulos, no fue,
sin embargo, una Venus. Más bien de baja estatura, con ojos de
un verde intenso y cabellos rubios rojizos, solamente su cuerpo
elástico, su piel de oro macizo y su resolución perentoria ante la
vida, la hacían aparecer hermosa. Muchos artistas de renombre
ejecutaron su retrato sin que ella se los pidiera. Pero en 1888 Isa-
bel accedió a posar para John Singer Sargent, con un vestido muy
escotado y un suntuoso collar de perlas. Tenía 48 años. La pro-
testa fue general. En lugar de sofocar los rumores maledicentes,
Isabel los avivaba exagerando sus licencias. Al final, su marido
resolvió retirar el retrato, que permanecía en exhibición en un
club muy exclusivo.
En 1863 Isabel dio a luz un niño, que murió dos años después,
y para alivianar su pena se embarcó con su esposo para Europa.
Visitó sus grandes ciudades y, a su regreso, trajo la idea de trans-
formar la sociedad conservadora en que vivía en un activo centro
de cultura. Hizo primero de su casa una ilustrada academia; allí
acudían con regularidad las personalidades más egregias de su
tiempo: William James, su hermano Henry, el enorme poeta Walt
Whitman, el filósofo del Trascendentalismo, Emerson, el mismo
maestro del pincel Singer, en fin. Poco a poco, las familias que le
eran francamente hostiles comenzaron a mirarla con otros ojos,
tal vez porque a Isabel la visitaban los jóvenes más prestantes,
La totalidad cósmica
El vocablo griego “gnosis” significa conocimiento. Un cono-
cimiento que se refiere al Ser en su totalidad cósmica y a las po-
sibilidades de la conciencia humana para abarcar los diferentes
niveles de manifestación de la energía material y espiritual.
Los gnósticos pretenden, así, unificar en la mente del hombre
la dualidad fundamental de la vida, para producir la irrupción
de la luz interior.
Gnósticos negros
Para los gnósticos cristianos, que parecen ser la mayoría, el
mundo es irremediablemente malo y tendrá que ser sustituido
por el Reino de Dios. De ahí que exalten la destrucción de lo que
ellos denominan “el cosmos tenebroso”.
Sin embargo, no siempre fueron blancos los seguidores de este
credo extraño, en cuya simbología se funden elementos religio-
sos ortodoxos con mitos y supersticiones ancestrales. Hubo –y
seguramente hay– gnósticos licenciosos.
Cierta secta alejandrina que, según cuentas, pretendió atra-
par en sus redes al casto San Epifanio, efectuaba ritos perversos
junto a los cuales las orgías satánicas parecen retozos cándidos.
Fibionitas y barbeliotas erigieron el desenfreno como método
de elevación espiritual. Algo así como la “prostitución sagrada”,
común a ciertos cultos orientales en los que predomina la figura
ambivalente de la Madre.
El libro secreto atribuido a Noria, presunta mujer de Noé,
habla de las delicias de la vida sensual y de las “diez y seis”
maneras de apaciguar los ardores de una hembra encabritada,
en virtud de la alquimia seminal. Este libro desvirtúa la creencia
generalizada de que el primer gnóstico fue Cristo.
Como quiera que sea, fundamentalmente la palabra gnóstico
identifica al individuo que se “cristifica” mediante la trasmuta-
ción sexual de las energías “crísticas”, o sea el semen del varón
trasmutado en luz durante el connubio.
Estas enseñanzas parten del principio de que el ser humano
es una entidad dividida en hombre y mujer, y sólo alcanzando el
estado del andrógino primordial puede la pareja elevarse hasta
el Padre, es decir, hasta el Verdadero Yo, síntesis del hombre y de
la mujer, de lo positivo y de lo negativo, de la luz y las tinieblas.
Los gnósticos afirman que practican la unión sexual con fina-
lidades estrictamente espirituales, y enseñan que sólo en el sexo
Misterio de la alquimia
El alma humana –decía el patriarca Zózimo– es por esencia
una parte separada del alma divina. Esta doctrina fundamental
de la gnosis vuelve a encontrarse en la alquimia, que trata de
obtener, para contemplarla, la encarnación de la Luz Divina, del
“Logos” en la materia tenebrosa.
A su turno, un partidario moderno de la alquimia tradicio-
nal, Rene Alleau, procura aclarar el objetivo iluminador de ese arte
oculto:
Los esfuerzos que exigía la elaboración de la Gran Obra, dice,
parecen haber estado dirigidos a producir, por una parte, la pro-
yección de la ciencia en estado de vigilia sobre el plano de un
estado trans-racional; y, por otra parte, el ascenso de la materia
hasta la luz ígnea constituye su límite.
La alquimia así entendida –y no la que buscaba en la Edad
Media la piedra filosofal– es la clave del amor mágico en los tex-
tos hindúes. Es el “tantrismo” que practican y dominan como
cosa propia los satánicos.
El líquido seminal, en lugar de ser expulsado por el frenesí
erótico, se transmuta en luz y por consiguiente en nueva ener-
gía.
Cristo y Satanás
Los gnósticos colombianos, y probablemente los de todo el
mundo, giran alrededor de la figura de Cristo. Es su inspiración,
su luz y su guía. En apariencia, quien no adore a Cristo no podrá
penetrar en el mundo pausado de la gnosis. No obstante –y he
aquí lo extraño desde el punto de vista de la ortodoxia religio-
sa– tienen también una “especial consideración” por el diablo, a
través de la figura medieval del Bafomet.
¿Por qué?
Porque el Bafomet, al cual se representa como un macho ca-
brío sentado en un trono, encima del mundo, es el entrenador
En Colombia
La gnosis fue revelada en Colombia por el gran iniciado ale-
mán Krum Heller, esotéricamente conocido como el maestro
Huiracocha. Fue él quien difundió las verdades esenciales me-
diante conferencias y libros. De estos últimos pueden citarse La
iglesia gnóstica, La novela rosacruz y El Tatwametro.
Más adelante dos de sus más conocidos continuadores fueron
Israel Rojas y Víctor Manuel Gómez. Este Gómez, quien adoptó
el nombre de Samael Aun Weor, retomó las enseñanzas de Hui-
racocha y, profundizándolas, organizó en el país, desde 1950, el
Movimiento Gnóstico Cristiano Universal.
En las principales ciudades del país hay templos gnósticos
que funcionan regularmente. Pero el Santuario Supremo –así
llamado efectivamente– fue construido en la Sierra Nevada de
Santa Marta, entre las rocas.
Samael, máximo jerarca de los gnósticos colombianos, murió
el 24 de diciembre de 1977. Fue reemplazado por dos de sus in-
mediatos. Durante su vida el bogotano Víctor Manuel Gómez, es
decir, Samael Aun Weor, escribió varios libros en los que desa-
rrolla la doctrina gnóstica y sistematiza las bases perdurables de
esta enseñanza. De ellos merecen citarse: El matrimonio perfecto,
La revolución de Bel, El misterio de áureo florecer y Alquimia sexual.
Una fascinación
El ocultismo es una fascinación, apuntan quienes se abstie-
nen de profundizar en el tema; y eluden, por previsión, formular
cualquier diagnóstico acerca de lo que casi todo el mundo consi-
dera un misterio indescifrable.
En los Estados Unidos comenzó con el auge de la astrología,
reducto del mundo inmaterial de Babilonia. Los horóscopos, que
carecen de fundamento científico y se afincan, a menudo, en ge-
Verdadera alquimia
Parte considerable de esta actividad se manifiesta en las libre-
rías que, con frecuencia, ofrecen cursos y servicios subsidiarios
sobre la materia. Una de las que más vende, en San Francisco,
es el Centro Metafísico. Cada mes realiza el 70 por ciento de su
existencia. En dicho centro se dan clases de cartomancia, y qui-
romancia y sobre proyecciones astrales, numerología y Cábala.
Funciona allí también una tienda de regalos donde es posible
adquirir túnicas rituales, ropa interior para mujer, muy sofistica-
da, amuletos fálicos, incienso hecho de yerbas fragantes, bolas de
cristal para “mirar” el porvenir de diferentes tamaños y precios.
Los textos diabólicos y de brujería en general, han desalojado
de sus estantes a las viejas obras de filosofía escogida y literatu-
ra escogida en las grandes librerías de Nueva York y París. Lo
propio acontece, parcialmente, en las de Méjico, Buenos Aires y
Bogotá.
De cierta manera, el ocultismo ha descubierto lo que los al-
quimistas buscaron durante siglos: el poder de transformar los
metales viles en oro. A todo lo cual contribuye, además, la pu-
blicidad sobre toda clase de productos, menjurjes, y aptitudes
personales de quienes a sí mismos se reputan de magos o vi-
dentes. En términos de derecho, la intención y los efectos de la
publicidad, que ahonda en el subconsciente, cabe dentro de la
calificación de dolus bonus, y no parece posible encontrar la lí-
nea divisoria entre lo lícito y lo ilícito. He aquí otra argucia de la
brujería.
Brujería y brujerías
El ocultismo suele confundirse con la brujería, que es un tér-
mino genérico, y ésta, a su turno, involucra numerosas prácticas,
que van desde el satanismo y la hechicería, hasta los límites de
la ciencia experimental y la tecnología, como las experiencias de
percepción extrasensorial que efectuó el astronauta Edgar Mit-
chel, a bordo del “Apolo XIV”.
Una revista mensual, The Occult Trade Journal, inserta en sus
páginas anuncios muy sugestivos, como la Tournée psíquica a la
Gran Bretaña, ofrecida por una línea aérea de prestigio. Incluye
una visita a un centro síquico curativo, una sesión de espiritismo
en Londres y un día en Stonehenge con el jefe de los Druidas.
Cada turista recibe su propia ficha astronumerológica, y las fe-
chas de los vuelos se planifican astrológicamente para que resul-
ten favorables.
En las más exclusivas perfumerías se venden, hoy, lociones y
aguas fragantes que consultan los intereses astrológicos del com-
prador. El jacinto corresponde al geminiano y la verbena al nativo
de Leo, por ejemplo. Con las piedras preciosas sucede algo seme-
jante. Un Tauro no podrá lucir un reluciente topacio; le vendrá
mejor la esmeralda. Hay brasieres para las de Libra y “tangas” de
uso exclusivo de las Piscis. La especialización, que es una tenden-
cia inevitable de nuestro tiempo, ha invadido también el mundo
alucinante de la franja lunática.
Aquí y allá
En Francia, Madame Soleil da consejos amorosos por radio,
con fundamento en los rasgos personales del solicitante; la misa
negra se celebra en Lyon. En los Estados Unidos, la bruja Sybil se
ha llenado de dólares fumando el tabaco y descifrando el porve-
nir; y en Bogotá, proliferan los pitonisos y videntes como Regina
XI, líder de un movimiento de fanáticos que se ha atrevido, in-
clusive, a presentarse en pruebas electorales.
El periodista alemán Horst Knaut estima que por lo menos
tres millones de sus compatriotas occidentales son adeptos del
ocultismo, y probablemente ocho millones más simpatizan con
las ciencias secretas. En Suiza abundan las sectas esotéricas, los
hechiceros y adivinos. En Italia no es tanto la cantidad cuanto la
calidad del ocultismo. Durante muchos años fue una manifesta-
ción de la cultura campesina meridional. Hoy, el ocultismo ha
Un mundo vastísimo
Leer las cartas de la baraja, o las líneas de las manos, o las
de los pies; fabricar y vender amuletos y talismanes; leer signos
inquietantes en los ojos; adivinar la suerte; mezclar sangre, pelos
púbicos y recortes de uñas de determinada persona, para “obli-
garla” a aceptar requerimientos amorosos; al igual que vender
prendas de vestir, perfumes, dijes y aretes, con “poderes” ex-
traordinarios, todo eso corresponde al mundo vastísimo de la
brujería, y todo eso ha dado vida a poderosas industrias, cuyos
negocios se rigen por leyes cartesianas. El ansia de utilidad eco-
nómica no se detiene ante nada, y si el mundo quiere magia, ma-
gia se le sirve, según un conocido fabricante de artículos exóticos
para mujer.
Para la prensa internacional, especializada o no, la brujería
seguirá aumentando en esta década, como consecuencia de las
grandes crisis económicas que se avecinan. Contra ella, de segu-
ro, no podrán ni la religión, ni la filosofía racional, ni la ciencia
experimental, ni el marxismo... ni la policía. Sobre todo si apa-
rece respaldada por las palabras del científico C.G. Jung, el más
Un pagano anhelante
¿Cuál es, entonces, la magia de Lovecraft?
Lovecraft posee una magia perturbadora, una magia que no
fluye ciertamente de su estilo, a veces irregular y por lo general
ampuloso; ni mucho menos de su estrambótica actitud existen-
cial, que lo impele a vivir en la ilusión de un tiempo que no es
el suyo: ama el siglo XVIII anglosajón y se considera asimismo
súbdito supérstite de la Corona. “Siempre he abrigado el senti-
miento subconsciente de que a partir de ese siglo –el XVIII– todo
es irreal y caricaturesco”, dice. Su anglofilia incurable lo fuerza a
marchar a contrapelo de una época convulsa, en que parece in-
evitable el agrietamiento del Imperio. Cuando sus compatriotas
gritan, exultantes, “¡América! ¡América!”, él responde iracundo,
desde su entornada ventana: ”¡Eh, malditos, ni siquiera habéis
nacido, ni lo haréis hasta dentro de siglo y medio! ¡Dios salve
al Rey; y a su colonia de Rhode Island!”. Y en alguna página de
su Silver key, se lee: “... Durante la Primera Guerra Mundial odié
amargamente al Presidente Wilson por no haber hecho interve-
nir a los Estados Unidos en la guerra, en el bando británico, en
lugar de mantenerse neutral durante dos años y medio”.
Lovecraft es ateo y reaccionario. De niño, y de joven, reempla-
za sistemáticamente las imágenes religiosas de la Iglesia Nacio-
nal Inglesa, por las deidades escabrosas del paganismo clásico.
En lugar del Dios Uno y Trino de la ortodoxia cristiana, entroni-
za en el altar de su aposento, a Pan, a Artemisa y al “benévolo
Saturno”. “Si un cristiano me dice que ha sentido la realidad de
su Jesús –declara alguna vez con intención burlesca–, yo puedo
contestarle que he visto, danzando, al Pan de pezuñas hendidas
y a los hermanos de la hespérica Phaethusa”. Lo cual no descon-
cierta a quienes procuran encontrar en el subfondo de su alma,
“un profundo anhelo religioso”, una sociedad metafísica que
pugna por sublimarse a través del arte. Ni a quienes, como An-
La posesión diabólica
La iniciada se arrodilla y alza los brazos frente al altar, en ac-
titud de ofrenda. Sus ojos son ahora débiles fulgores contra un
fondo triste, de un rosa triste en el que parece llamear el infierno.
Vuelve a su anterior posición. El oficiante se coloca a horcajadas
sobre ella. La mujer jadea, ni extática ni dormida. Apenas hip-
notizada. Y permite que se dibuje en su vientre el Pantáculo de
la Sexualidad, con la pluma de los pactos mojada en sangre de
cerdo.
“Desde este momento –murmura el oficiante– yo te bautizo
con el nombre de Isis. Yo te bautizo, Isis, en nombre de Agla; yo
te bautizo Isis, en nombre de Aum; yo te bautizo, Isis, en nombre
de Tetragrammatón”.
La mujer quiere retroceder, empujada por el estupor. Un ins-
tante apenas. Su esfuerzo es vano. Sus fuerzas parecen escapar
desde sus huesos con un crujido lúgubre. Le abandonan sus de-
fensas instintivas. Él se inclina, dispuesto a crispar todas las fi-
bras de este cuerpo perfectamente receptivo. Su beso sobre los
labios exangües resuena hasta en el vientre. Ella gime lángui-
damente y levanta la casulla del oficiante y desliza su mano y
se siente abrumada por un peso real y oprimente. Luego parece
derretirse en su propio jugo de animal indefenso, mientras cede
a las tretas del juego convulso y terrible, y ambos empiezan a
navegar sin fingimiento en una oleada plácida.
Los asistentes se encrespan. La mujer se estremece, picada
por los clavos de su sangre. Lanza gritos sin énfasis, y cada vez
la concurrencia repite, Laus Satani. De repente, como locos, todos
se lanzan hacia el altar. El oficiante los aplaca con su mirada, y
sus ayudantes musitan en coro:
“Oh Satán, santo e impío, símbolo del universo, tú que sabes
y tú que gozas, penetra para siempre en el alma y en las carnes
de esta mujer”.
El arcano XV
El Pontífice Satánico es un hombre todavía joven, inteligente,
optimista a su manera. Cuando oficia, se mueve con ademanes
densos y efectistas. Tiene el pelo escaso y triste, pero sus ojos
brillan de una forma particular. En cambio, fuera de escena –si
así puede decirse– resaltan su vigor físico, su paso franco, su pa-
labra metálica.
“Un esqueleto –observa– es una evidencia científica. El es-
queleto del Bafomet ha sido reconstruido íntegramente en virtud
de estudios realizados por investigadores serios del ocultismo,
decididos a demostrar objetivamente la realidad del mito bíbli-
co”.
Lo constituyen quince piezas óseas, auténticas, de serpiente.
El 15 es un número cabalístico que, según el Tarot, corresponde
al “Arcano 15”, es decir, al diablo. La suma mágica de dicho ar-
cano da como resultado 6; este número, elevado potencialmente
a los tres mundos de la Cábala, reproduce el 666 a que alude la
leyenda apocalíptica.
Sin duda, el esqueleto constituye un hallazgo sorprendente
de la paleontología fantástica. Sus partes forman con prodigiosa
exactitud el macho cabrío o mito del Bafomet. Su cabeza simula
la estrella de cinco puntas invertida, que significa la potencia ins-
tintiva y el talento al servicio de la materia. Tiene (¿o tuvo?) bra-
zos humanos, senos femeninos y falo masculino, y por lo menos
los vestigios óseos inclinan a creer en patas caprinas. Finalmente,
ostenta una cola rudimentaria. La cola es denominada por los
ocultistas el órgano Kundertiguador.
El jerarca diabólico asegura que dicha reliquia llegó a sus ma-
nos “de manera misteriosa” y, desde luego, consecuente con la
virtualidad esotérica que practican él y sus adeptos. Pero explica
también que la escritura y frecuente declamación de cientos de
El pez Lucífugo
Pero, sin duda, lo más interesante del museo ocultista de Pe-
reira (existe en realidad por el acopio que de muestras diversas
han venido haciendo los satánicos), es un raro ejemplar mari-
no, cuya clasificación no aparece en ninguna obra especializada
sobre la fauna acuática. Su aspecto fuerza la imaginación más
allá de la simple deducción lógica. El especimen sería conocido
en el Necronomicon –un texto escabroso y ficticio de la hechicería
clásica– con los nombres de Pez Lucífugo o Mandrágora Abisal.
A falta de referencias bibliográficas, resulta forzoso acudir a una
referencia sui generis.
Según la leyenda, en los abismos oceánicos habita un pez fa-
buloso. De él se asegura que es la materialización de un demonio
acuático, dotado de poderes terribles sobre el líquido elemento y
sobre todas las especies que en él se desarrollan. Este pez habría
sido conocido por los primitivos arios con el nombre de Makara.
El texto sugiere que es la forma biológica de una raza de seres
que poblaron la tierra antes de la aparición del hombre, y que
de él evolucionaron en el curso de millones de años las primeras
criaturas humanas que se asentaron en el planeta.
El ejemplar de propiedad de la hermandad satánica mide
exactamente 51 centímetros y fue encontrado muerto en una isla
del Pacífico. En esta rara pieza zoológica (?) pueden observarse
caracteres anatómicos muy distintos a los de los peces conocidos,
ya que las extremidades inferiores –porque las tiene– dan la im-
presión de que podría caminar erecto como un animal bípedo.
Por la extensión y disposición de su cola, se infiere que podría
¿Y el satanismo literario?
“Un artista que no tenga alguna familiaridad con el diablo,
no puede ser un verdadero artista”, puntualizó Papini en sus
“Apuntes para una futura diabología”, que terminaron por ser
la más documentada defensa de oficio del Gran Enemigo. El jefe
de la iglesia satánica de Pereira es un poeta en cuya inspiración
serpentea un aura demoníaca. Canta en las sombras no con el
delgado caramillo de Garcilaso, sino con el cuerno de hierro de
los magos de Atlante.
Lo seduce el misterio, lo obsede lo tenebroso. Es el tercer hom-
bre de Caldas que afina su instrumento al compás de la sonata
infernal. Antes lo hicieron Gonzalo Ocampo Trujillo (“Gritos en
la Hoguera”) y Bernardo Pareja (“Arcilla Iluminada”), pero qui-
zá no lograron ese acento frenético, esa sonoridad silbante, esa
entonación melancólica y espectral que riza de pavor la obra ya
abundante del llamado Profeta de la nueva oscuridad.
A lo largo de la historia de la cultura, han sido precisamente
los poetas quienes han despertado la imaginación respecto a la
presencia evidente del diablo. Ocupan, al decir de un pensador
católico, el puesto dejado por los teólogos desertores. El “emba-
jador de las tinieblas” –que así le denomina su sacerdotisa predi-
lecta– escribió hace varios años veintisiete odas a los más carac-
terizados aedos luciferinos. Allí están en su retablo lírico, entre
otros, el Conde de Lautréamont, François Villon, Rimbaud, Bau-
delaire, Huysmans, Poe, Barba Jacob, inclusive León de Greiff.
El escepticismo racionalista respecto a la existencia del de-
monio, ha ido cediendo en los últimos tiempos. Después de un
interregno de medio siglo, durante el cual el mundo se olvidó
prácticamente de su “gigantesca figura”, el diablo se manifiesta
nuevamente. El arte literario y cinematográfico procura trans-
mitir algunos de sus mensajes innumerables. Y la aparición de
sectas destinadas a su culto son pruebas de que, por lo menos
quiere hacerse más notorio, esclavizante y maléfico. “La más be-
lla astucia del diablo es la de persuadirnos de que él no existe”,
dijo Baudelaire, el de las “Letanías”.
* Una versión de este ensayo fue publicada en El Diario del Otún de Pereira el
31 de octubre de 2005.
Brujería y religión
Pero la brujería, que es un término genérico dentro del cual
caben cómodamente las plurales variantes del ocultismo, pese
Anatomía de la brujería
Existen o han existido más brujas que brujos. “Para un brujo,
diez mil brujas”, dijo Michelet. No tanto. El supuesto se funda
no en estadísticas históricas sino en la leyenda bíblica, según la
cual la mujer, desde el Génesis, hizo el “primer pacto” con el De-
monio; y porque, según Jules Bois, la mujer, vaciada de religiosi-
dad, engendró en sus entrañas al espíritu del Mal. Pero hubo –y
hay– infinidad de brujos del sexo masculino, si así puede decirse.
El Santo Oficio no hizo distinción a este respecto, aunque las mu-
jeres llevaron la peor parte por su notoria indefensión frente a la
suspicacia colectiva y por el ingrediente de sexualidad que lleva
implícita la brujería. ¿De dónde proceden las brujas, qué hay de
cierto y de falso en relación con ellas a través de la historia de la
cultura?
Gritos en la hoguera
No todas las brujas fueron quemadas. Si bien es cierto que la
mayoría de ellas –y de ellos– se consumió en la pavorosa hogue-
ra prendida, casi simultáneamente, en varios países de Europa,
también lo es que algunas –no muchas– murieron ahorcadas. Las
de Salem, en Nueva Inglaterra, por ejemplo, cuyo ajusticiamien-
to hizo retractar, y arrepentir, con posterioridad, a jueces y ver-
dugos. O las de Hastings, que fallecieron durante las torturas.
Semejantes al “Malleus Maleficorum”, redactado por Jacob
Sprenger y Heinrich Kranmers en 1478, fueron muchos los ma-
nuales de inquisidores que se editaron en Europa para perfeccio-
nar las torturas de los autos de fe. Además de la pira, los dichos
manuales recomendaron las agujas de acero, para atravesar los
cuerpos de los “herejes”, las tenazas para apretar los testículos en
el caso de los “brujos”, y los falos monstruosos provistos de púas
para destrozar los órganos genésicos presuntamente entregados
a la concupiscencia del Diablo.
* Una segunda versión de este texto Álvarez de los Ríos la publicó en Lecturas
Dominicales de El Tiempo, el 3 de febrero de 1985, bajo el título “Elvis tendría
hoy 50 años”. Basta cotejar ambas versiones para apreciar el riguroso trabajo
de reescritura en el que se empeña el autor, como si de entrada hiciera divisa
la consigna de que ningún texto jamás está acabado y la materia que lo
compone es maleable.
Eran ya viejas, sin duda, cuando a Elvis Presley, cuya cuna fue
mecida por los vientos eternos del Mississippi, le dio por cantar-
las, dislocadamente, con su boca de chicle y bailarlas, meneando
el torso y las nalgas, como una impúdica mujer. Sin embargo,
“That´s all right mama”, la primera canción que graba Presley
(en honor de su madre) es una pieza de ritmo y blues, posible-
mente deformada en su ejecución por la incorporación de la gui-
tarra como primer instrumento orquestal, y por la simplificación
del ritmo, al situar obsesivamente los acentos en el cuarto tiempo
del compás de 4/4.
Rock and roll… ¿Música afroamericana, entonces? ¡En ab-
soluto!, protestan sus perseverantes enemigos. Nada tiene que
ver el “desastroso” rock con la música del negro de los Estados
Unidos, música de origen campesino y fluvial, con referencias
específicas: boat: boat song, corn song, work song, negro spiritual,
balades, shout, rhythm and blues. Cantos y danzas con “mensaje”
cuyo origen parece ser el mismo de la vida nómade y triste de
la raza de Cam, violentamente arrancada de su paisaje tórrido y
propicio y conducida, entre hierros, bajo el fuego silbante del lá-
tigo, hasta los mismos umbrales de la desesperación y la muerte.
¡Dolorida carne de esclavitud! ¡Clamante pena del desarraigo!
La negredumbre rueda por los caminos trémulos del agua, los
va llenando con las notas de su quejumbre desgarradora. Voces
implorativas. Sollozos. Gemidos ululantes. Y en las noches hir-
vientes, sonora exaltación de músculo y del esfuerzo cotidiano.
Películas, revistas...
En el período 1980-1983, el país gastó alrededor de veinticinco
millones de dólares en la adquisición de películas pornográficas
extranjeras, para ser exhibidas en por lo menos el 15 por ciento
de los 600 teatros que funcionan en el territorio nacional (la cifra
excluye naturalmente los recintos clandestinos de proyección,
que se proveen de material introducido de contrabando); y poco
más de cinco millones de dólares en la compra de revistas de
igual naturaleza, material procedente de los Estados Unidos y
Europa.
El “cine rojo” atrae y nivela multitudes. En Bogotá funcio-
nan veinte teatros “pornográficos” y por lo menos uno de ellos
–el Novedades, de la calle 12 con carreras sexta y séptima– ofrece
al espectador, contiguo a su platea, una alternativa de strip-tease
vivo y la posibilidad de experimentar en carne propia todos los
disparates eróticos contemplados en la película de turno. En el
teatro Esmeralda de la carrera séptima con calles 22 y 23, que dis-
pone de 320 sillas, es difícil encontrar asiento en cualquiera de
las seis tandas diarias de proyección continua, que comienza a
las once de la mañana. Lo mismo acontece en el teatro Tequen-
Escritores porno
En este tremedal de “sexo y saxofón” sobreagua visiblemente
un recursivo escritor: Hernán Hoyos, autor de treinta títulos ve-
dados a toda timorata curiosidad; algunos tan expresivos como
Un alegre cabrón y El club del beso negro. Hoyos se da el lujo de vi-
vir cómodamente de unas historias noveladas a vuela máquina,
en las que sus personajes procuran agotar las posibilidades y va-
riantes de la lujuria, con barroquismo y teatralidad; poco o nada
le importa la crítica de los “especialistas”, menos la de quienes,
sin conocimientos a fondo, proceden inducidos por una moral
antisexual que sólo admite como conducta humana el macerado
ejemplo de San Agustín o Tertuliano. Hoy, parece decirse el no-
velista Hoyos, se imponen al sujeto otras exigencias y en todo
caso en lugar de ascetismo se le demanda capacidad de goce. La
moral cambia. Si es un valor absoluto en el campo de la filoso-
fía, no lo es, ciertamente, en el campo social. Cambia, por consi-
guiente, al modificarse las condiciones de trabajo del hombre. Y
Hoyos, místico de la pornografía novelística, se considera obli-
gado a llenar con su literatura parte por lo menos de las horas
francas y muertas de una clase media-baja intelectual, paulatina-
mente liberada de la antigua esclavitud laboral que favorecía la
modalidad capitalista de producción.
¿Es Hoyos un clásico del porno-erotismo?
No tanto. Digamos, en honor a la verdad, que es el escritor
popular colombiano de temas libidinosos de mayor éxito com-
probado, a través de ediciones sucesivas que se consumen como
pan caliente. Los inmortales del asunto son otros; entre ellos, Al-
fredo de Musset –en la cúspide gloriosa del romanticismo fran-
cés–, con su novela Gamiani o Dos noches de placer; D.H. Lawrence,
a quien algunos críticos entusiastas colocan a la cabeza de las
letras inglesas contemporáneas, con Joyce: “...Tomó los senos en-
cantadores y pesados de Constanza, uno en cada mano, y los
oprimió contra sí, frenéticamente, inmóvil y tembloroso bajo la
lluvia. De repente, la levantó y cayó con ella en el sendero, en
el silencio rugiente de la lluvia, y prestamente, prontamente, la
poseyó allí como un animal... “ (El Amante de lady Chatterley, Bol-
silibros Bedout, vol. 150, Medellín, 1978, p. 259).
Vladimir Nabokov: “...También comprendí que la niña, mi
niña, se sabía observada, que gozaba con la lujuria de esa mirada
¿Qué es la pornografía?
¿Qué es al fin y al cabo la pornografía, qué es lo que involu-
cra esta palabra equívoca, terror de beatas supérstites y martillo
propicio de inquisidores de nuevo cuño? El término suele con-
fundirse con los de “obscenidad” y “erotismo”, y aún con el de
“perversión’’, porque el límite entre todos es en apariencia muy
sutil e indeciso a los ojos de muchos, más todavía para quienes
preconizan rigurosos modelos de censura. De hecho, la porno-
grafía es la parte del vasto complejo sicosexual. Y el intento de
definir el contenido pornográfico resulta tremendamente difícil.
Depende, sin duda, de los factores religiosos, educativos y filosó-
ficos a los cuales responda la moral del juzgador.
“Los adultos necesitan pornografía como los niños precisan
cuentos de hadas para liberarse de la fuerza opresiva de las con-
venciones”, dice Havelock Ellis.
El arte de matar.
2000 años de “civilización”
Roma y Mesopotamia
La legislación romana perfeccionó la tortura, como forzoso
preámbulo de muerte. Se aplicaba a individuos de condición
servil; los poderosos no sufrían sino la coacción pecuniaria. Tito
Livio relata cómo a los humildes se les destrozaba en público,
con un látigo de puntas metálicas, o se les mutilaba con el hacha.
La cruz, la horca y la muela estuvieron reservadas a los esclavos.
Las adúlteras eran empaladas. Y el efebo “infiel” al César homo-
sexual, era apaleado, entregado después a varios hombres quie-
nes lo atormentaban sin descanso con las puntas de su perversi-
dad y tirado por último, envilecido hasta el escarnio, como una
Un problema complejo
Cualquier reseña histórica sobre la tortura y el cadalso, será
de todos modos incompleta; podrá dar apenas una exigua visión
del asunto, cuya complejidad suscita el interés de penalistas, fi-
lósofos, teólogos y políticos. Los así denominados por don Al-
fonso El Sabio, “recursos de la autoridad”, parecen infinitos no
en su naturaleza sino en su variedad. Lo son en la medida en que
reyes y legisladores han afilado sus garras para producir el tor-
mento corporal y la muerte, con fines de profilaxia social, como
castigo por la comisión de delitos, o por mezquinos motivos de
religión o de política. El hombre, dijo alguien, se ha convertido
en la especie asesina de la Creación. Los animales, en cambio,
poseen una inhibición instintiva respecto a sus congéneres. Ma-
tar a un hombre es matarlo, diría Perogrullo. Pero lo dijo Ber-
trand Russell, refiriéndose al hecho de que fundamentalmente
es lo mismo el garrote vil, la horca infamante, el fusilamiento o
la silla eléctrica.
Acaso esta sea la razón por la cual la pena de muerte ha sido
cortada de raíz en casi todos los países de Europa Occidental. En
Austria, fue abolida en 1950; en Bélgica en 1863; en Dinamarca,
en 1933; en los Países Bajos, en 1870; en Noruega, en 1905; en
Suecia, en 1921; en Suiza, en 1942; en Portugal, en 1967; en Italia,
en 1890; restablecida por Mussolini en 1931, fue abrogada por
segunda vez en 1944; Finlandia la suprimió desde 1826, y Alema-
nia del Oeste, en 1949. Irlanda y Grecia no la practican. Francia,
inspirada por Mitterrand, la eliminó en 1982.
Inglaterra la conserva para quien mate alevosamente a un po-
licía (los policías ingleses andan desarmados). Y la Unión Norte-
americana le permite a cada Estado su propia legislación penal,
siguiendo el criterio de Montesquieu, de que las leyes deben
ajustarse al medio social como el guante a la mano. Como quiera
que sea, hay en los Estados Unidos alrededor de 1.000 hombres
en la antesala del patíbulo. Muy pocos escaparán a la muerte.
* Este texto servirá de base al discurso que Álvarez de los Ríos pronunciara
al recibir el Premio “Bernardo Arias Trujillo” (1985), de manos del entonces
gobernador de Risaralda, Luis Carlos Villegas Echeverri. El premio, como
lo recuerda el propio Álvarez de los Ríos al inicio de su intervención, había
sido recibido, en años anteriores, por Hugo Ángel Jaramillo y Eduardo
López Jaramillo. El discurso de aquella ocasión se publicará en la revista
Sociedad de Mejoras de Pereira (Año 4, No. 2, diciembre de 1985), con el título
“Aproximación al hombre y al paisaje de Caldas”.
El medio físico
El territorio caldense se sitúa de occidente a oriente, entre el río
Magdalena y la vertiente chocoana de la Cordillera Occidental,
Hombre y medio
La cultura en general y la economía en particular son, en la
fórmula de Spengler, el resultado de la acción solidaria de dos
fuerzas, hombre y medio. Y en Caldas han coincidido el medio
ambiente físico propicio por sus virtudes inherentes de morfolo-
gía, recursivas y climáticas, con una comunidad que en su proce-
so histórico ha llegado a formas técnicas muy elaboradas y a un
alto estadio de cultura.
A todo lo cual han contribuido las vías de comunicación; que
estuvieron limitadas, durante el transcurso de su desenvolvi-
miento histórico, a las trochas y caminos de herradura. Caldas
fue paso obligado para el comercio entre Sur (Cauca, Valle del
Cauca y Nariño), y el Norte, que en el pasado siglo mantuvo un
intenso tráfico de ganado, cacao y otros productos, con destino
a Antioquia, principalmente; y paso igualmente forzado para las
comunicaciones entre el Occidente y el Oriente. Esta circunstan-
cia hizo posible la Colonización por parte de los antioqueños;
o, mejor, la favoreció, para no incurrir en el error de reducir las
dimensiones de su hazaña. Los colonizadores eran campesinos,
buscadores de tierras libres para reemplazar las suyas, agotadas
por las siembras reiteradas. Y, además, fugitivos de las guerras
civiles. Estamos en 1834. Aguadas ya ha sido fundada desde
1812. También lo han sido desde el siglo XVI, Marmato, Anser-
ma y Supía, y desde el siglo XVIII, Mistrató. Fermín López y José
María Hurtado, los jefes de la expedición, curtidos y barbados
como los patriarcas del Antiguo Testamento, marchan adelante.
Los siguen hijos, primos y mujeres. Se establecen primero en Sa-
banalarga (Salamina). Y empieza, así, el capítulo más importante
de la historia colombiana después de las guerras libertadoras.
Notas
(1) Aquí se habla de raza no en el sentido de una que lo sea de veras por
sus rasgos somáticos, su particular origen y su historia desvinculada de la de
los demás colombianos, sino de sentimientos de comunidad espiritual y por la
presencia de ciertos rasgos comunes del carácter. Nota del autor.
(2) “En Antioquia la raza, tan mezclada como en cualquiera otra parte, no es
un factor determinante”. Eduardo Caballero Calderón, en Historia privada de los
colombianos. Ed. Antares, 1960, p. 99.
(3) Obra citada, traducida al español por el doctor Emilio Robledo Correa.
(4) Caldas –Memoria explicativa del Atlas socioeconómico. Edic. Ministerio del
Trabajo, 1955, p. 19.
(5) Caldas –Estudio de su situación geográfica, económica y social. Edic. Emp. Nal.
de Publicaciones, p. 29.
(6) Testimonio de un pueblo, Colección Antares, edición de 1951, p. 56.
(7) Vol. 17 de la Biblioteca de Escritores Caldenses. Imprenta Deptal. de Cal-
das, segunda edición, p. 161.
taba ese hombre de ser, de afirmarse, aunque sólo fuera sobre los
muñones de su propia tristeza emasculada.
(El problema de afirmarse en el mundo, principalmente en los
héroes de la farándula, es un problema vinculado a su misma
circunstancia sexual. Freud pudo decirlo –¿o lo dijo?– así).
El gardelismo, decíamos, es en nosotros herencia recibida sin
beneficio de inventario; no hicimos nada para merecerla, salvo
ser hijos de nuestros padres. A estas horas, sin embargo, sería un
inútil acto de hipocresía su repentina abominación.
De Gardel no heredamos ni siquiera el sombrero (nuestra ge-
neración impuso definitivamente la moda del sinsombrerismo, al
igual que el uso frecuente del champú anticaspa y los desodo-
rantes, inclusive el talco para los pies; sin aludir a la rebeldía,
que es lo más distinto al tango que se pueda concebir). Y nuestro
compromiso sigue siendo con la historia y no con una nostalgia
bohemia, que tampoco debería estrujarnos el corazón porque
está fundada en emociones muy remotas y en todo caso ajenas a
nuestra circunstancia vital.
Pero, Gardel y el gardelismo son casi todo el tango y el tango
ha dado origen en Colombia a una curiosa subcultura, que val-
dría la pena examinar a la luz entre romántica y canalla de sus
proyecciones sociológicas. No hay tiempo para esta seductora
empresa; otra vez podría ser, naturalmente con discos de Carlitos
Gardel, luz de candil y alta botella de grappa. Por ahora, procu-
remos avanzar en lo que nos propusimos: una reseña trivial para
espíritus desprevenidos.
Tango y tango
Hay que avanzar no menos de medio siglo, hasta encontrar
la danza llamada tango entre los matarifes de la Convalescencia
Canción-música-danza
Como quiera que sea, el tango se vuelve canción y, funda-
mentalmente melodía, sin que muchos sepan cómo ni cuándo. Es
un proceso lento como sus primeros compases. Subsiste también
como danza, acaso por el brillo sin parangón que le imprime un
“bailarín compadrito”, apodado El Cachafaz (Benito Blanquet),
procedente del Abasto, en cuyo Salón A.B.C., ataviado a la usan-
za maleva, con los pies abotinados en negra cabritilla charolada
con caña de gamuza gris y taco militar, somete cuerpo, volun-
tad y espíritu a una prodigiosa gimnasia de “corridas”, “ochos”,
“vuelos” y “quiebres”. El Cachafaz vence en espectacular “duelo
de piernas” al dominador de Palermo, “el pardo” Santillán; con-
solida un prestigio que nadie osará disputarle durante el resto de
Y Carlitos Gardel
¿Basta todo lo anterior para entender e interpretar el “mito
Gardel”? No. No basta. Gardel es casi todo el tango, y el tango es
un universo profundo y difuso, con límites, leyes, gentes procli-
ves, frustración y miseria; algo así no se explica en unas cuantas
Manera de vida
Durante los reinados de Jacobo I y de su hijo Carlos, Ingla-
terra quemó y llevó a la horca a setenta mil brujas. La última en
subir a la hoguera, al promediar 1648, fue Mary Alice Mollards,
una dulce muchacha que decía escuchar la voz de las estrellas.
Tres siglos y medio después, en esta nueva época isabelina, la
patria de Locke sigue discriminando a hebreos e irlandeses, po-
lacos e italianos, y a un millón de negros inmigrantes, no sólo
jamaiquinos sino pakistaníes. Para todos reserva los mismos
adjetivos: lazy, dirty, troublemaker, ignorant. Pero en cambio ce-
lebra y recomienda a trescientos mil brujos entreverados en su
población. “Somos una nación subordinada a las cosas peores, y
Mundo lunático
La fascinación por la brujería envuelve al mundo entero; ya
no hay persona o cosa que escape a su dominio. Después de lar-
gos años de su aparente desaparición, el fenómeno vuelve con la
postguerra: resurge, vigorosa, la astrología –rezago del mundo
inmaterial de Babilonia–, que se expresa rudimentariamente en
los horóscopos y, de modo más amplio, en las cartas astrales;
y reflorece el arte adivinatorio en sus mil modalidades. Pero la
brujería es un mundo infinito; para los analistas, va desde el sata-
nismo, que sacraliza el sexo, y la más primitiva hechicería, hasta
las prácticas “extrasensoriales” que efectuó el astronauta Edgar
Mitchell, a bordo de la Apolo XIV.
En E.U parte apreciable de esta actividad parece concentrarse
en las llamadas “librerías de brujos”. Una, muy prestigiosa, es el
Metaphysical Center de San Francisco, que vende cada mes el
setenta por ciento de su existencia. Allí, entre los libros, se dictan
clases de cartomancia y quiromancia y sobre “proyecciones as-
trales”, numerología y cábala; y allí también funciona una exóti-
ca tienda, con un amplio surtido de túnicas rituales, ropa interior
muy sexi (para brujas y brujos); amuletos, inciensos, perfumes
“hechizantes” y bolas de cristal de diferentes precios y tamaño.
Por otra parte, la creciente demanda de obras esotéricas, ha he-
cho que librerías tradicionales hayan modificado el género de su
mercancía.
La Scribner de Manhattan, por ejemplo, dedicada por mu-
chos años a vender textos de filosofía y de literatura religiosa, ha
matizado visiblemente sus estantes con libros de magia negra y
de brujería en general.
¿Le agradaría a usted viajar a Gran Bretaña en una excursión
de brujos? Puede hacerlo desde Nueva York. En las páginas de
The Occult Trade Journal se invita con regularidad a participar en
En Colombia
En Colombia, la brujería prolifera como la verdolaga familiar;
es planta ruderal que prende y fertiliza entre los escombros del
amor y los intersticios de la política; aunque mejor parece ador-
midera, en cuanto su adicción conduce a una mentalidad irracio-
nal, muy favorable al pensamiento carente de rigor, coherencia y
objetividad, a la literatura sin contenido y, sobre todo, al mundo
profuso y difuso de los negocios.
Vamos otra vez con ejemplos: Cierta marca de jabón de to-
cador promete “el embrujo del mar Caribe” a quienes recojan
y envíen el mayor número de sus envolturas; se habla, en tér-
minos literarios, de la “magia del estilo”, de los “ojos brujos”
de una mujer, de que alguien “es un mago” para hacer dinero
(a los denominados narcotraficantes también se les ha llamado
de mejor manera: “mágicos”). Magia y brujería son, para este
efecto, términos afines y aun sinónimos, aunque difieran a la luz
de la semántica.
Ahora bien: como se trata de convertir en oro la escoria bruje-
ril que nos rodea y nos inunda, la industria y el comercio obran
en consecuencia y de consumo y los “vivos”, por su lado, hacen
su agosto.
Los amish:
Secta paralizada en el tiempo.
Viven como hace tres siglos
Secta suiza
Los amish proceden de los mennonitas; la secta fue fundada
por el obispo suizo Jacobo Amman, al promediar 1693. Los men-
nonitas, sujetos saludables, laboriosos, pacíficos, con un alma
benévola que los ha sustraído del ritmo utilitario y pagano en el
que gira el resto de los hombres, encarnan para muchos analistas
religiosos, la quintaesencia, el extracto más puro que es posible
encontrar de la Reforma luterana después de transcurridos poco
menos de quinientos años. Deben su nombre a quien fundó el
movimiento y adoctrinó a sus primeros catecúmenos: el relapso
holandés Menno Simonsz, más conocido por sus detractores, e
inscrito en los registros negros del Vaticano, como ‘Mennon el
Pérfido’. En cambio, su conservadurismo de puerta cerrada y
trancada por dentro lo atribuyen los mismos analistas al hecho
de que los primeros mennonitas, que supuestamente eran más
liberales, buscando fortalecerse ante un enemigo poderoso cada
Una rareza
Hoy, al cabo de 271 años de haberse establecido en lo que
poco tiempo después de su llegada fueron los Estados Unidos,
los amish norteamericanos pueden ser más de un centenar de
miles de individuos distribuidos en prósperas colonias, princi-
palmente en los estados de Pennsylvania, Ohio, Illinois, Kansas
y Missouri.
Su modelo de vida es, ciertamente, una rareza. A muchos nos
sigue sorprendiendo que en tanto tiempo de residir en un país
cuya filosofía liberal dista tanto de parecerse a la suya, esta gente
no haya modificado en lo más mínimo ni sus normas de conduc-
ta, ni sus costumbres, ni la moda de sus vestidos, ni su criterio
acerca de la riqueza y la ganancia, ni mucho menos sus princi-
pios religiosos. Viven como en el siglo XVII. El progreso material
es para ellos un fenómeno que se opone al progreso espiritual.
Postulan que todas las cosas que rodean a la humana criatura,
deben permanecer inmutables, en tanto esa sea la voluntad de
Dios. Excelentes agricultores, dueños de considerables extensio-
nes que cultivan y hacen rendir al máximo con métodos anticua-
dos que exigen un gran esfuerzo personal, jamás enajenan sus
propiedades y, por el contrario, adquieren nuevos predios cada
vez que sus ahorros se los permite.
Pero una de las cosas que más sorprende en la vida econó-
mica de estos campesinos, es que venden lo que cosechan, por
ejemplo el maíz que recogen en cantidades incalculables, a un
precio más bajo que su costo. Los amish observan a este respecto
que el valor de su trabajo, que es el que no agregan a sus pre-
cios de venta, apenas representa un pequeño aporte que todos
los miembros de la comunidad están obligados a hacer para la
empresa que ellos estiman más importante: la salvación de sus
almas. Son malos compradores y, por tanto, es muy exiguo el
monto de lo que suelen adquirir en el mercado en ropa, efectos
personales y subsistencias, y sus gastos excesivos, como los que
ha ocasionado la recepción de esta noche, no son frecuentes. Por
lo demás, los amish consumen parte importante de lo que pro-
ducen sus granjas: cereales, fríjoles, verduras, raíces salutíferas,
tallos suculentos, frutas, ganado, leche, cerdos, pollos, gallinas,
huevos; otra parte, la intercambian entre ellos, y los últimos ex-
cedentes de producción, los venden libremente. De modo que
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