AiSThESiS
ESTéTiCA y TEoríA
DE lAS ArTES
3
Comité asesor
José Francisco Zúñiga García (Universidad de Granada)
Carmen rodríguez Martín (Universidad de Granada)
José García leal (Universidad de Granada)
Sixto J. Castro (Universidad de Valladolid)
Alberto ruiz de Samaniego (Universidad de Vigo)
rafael Argullol (Universitat Pompeu Fabra)
José luis Molinuevo (Universidad de Salamanca)
Jorge Juanes lópez (Universidad de Puebla, México)
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ix
Aitor Aurrekoetxea y Fernando Golvano
1
Benjamin (1975), p. 129.
2
Bourriaud (2009), p. 22.
2 Gerard Vilar
3
Foster (2009).
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 3
4
«J-F. Lyotard, «Adorno come Diavolo», en Los dispositivos pulsionales, Madrid:
Fundamentos, 1981.
5
T. Baumeister y J. Kulenkampff, «Geschichtsphilosophie und Philosophische
Ästhetik. Zu Adornos Ästhetischer Theorie», Neue Hefte für Philosophie, 5 (1973), pp.
74-104.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 5
6
R. Bubner, «Über einige Bedingungen gegenwärtiger Ästhetik», en Neue Hefte
für Philosophie 5 (1973), luego reproducido en R. Bubner, Ästhetische Erfahrung, Frankfurt:
Suhrkamp, 1989, pp. 9-51. H.-R- Jauss, Ästhetische Erfahrung und literarische Hermeneutik,
vol I, Munich, 1977, pp. 37-46.
7
Acerca de Adorno y el intelectual melancólico véase Gillian Rose, Melancholy
Science, Londres: MacMillan, 1978; Wolf Lepenies, Melencholie und Gesellchaft, Frankfurt:
Suhrkamp, 1998; Jordi Gracia, El intelectual melancólico, Barcelona: Anagrama, 2011; Félix
de Azúa, «Adorno, el reaccionario», Letras libres (2004): http://www.letraslibres.com/
revista/tertulia/adorno-el-reaccionario. Asimismo, «El Arte y la Crisis», El Boomeran(g)
9 y 14 de junio de 2010: http://www.elboomeran.com/blog-post/1/9114/felix-de-azua/
congreso-en-berlin-el-arte-y-la-crisis-conferencia-inaugural/.
8
A. Wellmer, La dialéctica de la modernidad y la postmodernidad, Madrid: Visor,
1993; «La unidad no coactive de lo multiple», en A. Wellmer/V. Gómez, Teoría crítica
y estética, Valencia, 1994; «¿Podemos aún hoy aprender algo de la estética de Adorno?».
9
La dialéctica…, cit, p. 50, 155. «La unidad…», cit., p. 34.
6 Gerard Vilar
10
Citaré siempre las traducciones por la edición siguiente: T. W. Adorno, Obra
Completa, Madrid: Akal, 2006 y ss.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 7
Crítica normativa
En tanto que piezas de una teoría crítica, las tesis de la estética ador-
niana son siempre normativas. Así, cuando Adorno escribe acerca del arte
junto a este substantivo no es nada extraño encontrar el adjetivo calificati-
vo de «auténtico». Hay un «arte auténtico del pasado» (7, 61) 11, al igual
que hay un «auténtico arte nuevo» (7, 45), «obras de arte auténticas» (7,
90), «auténticos artistas» (7, 65), e incluso la autenticidad tiene grados ya
que hay «las obras de arte más auténticas» (7, 147). Por supuesto también
hay «música auténtica» (7, 333), «experiencia estética auténtica», «formas
auténticas», y un largo etcétera. Lo auténtico se opone a inauténtico, lo
falso o lo incorrecto. Por consiguiente, hay también, y presumiblemente
en mayor abundancia, lo contrario del arte auténtico. ¿Cómo distingue
Adorno lo auténtico de lo inauténtico? Quien tenga cierta familiaridad
con la filosofía de Adorno, sabrá que para él no hay puntos de vista ab-
solutos o ahistóricos, y en cualquier materia, pero especialmente en la
estética, no valen las definiciones 12. Toda cuestión estética depende de la
configuración histórica en la que se planeta y en la que se resuelve. No
hay una definición universal e intemporal de arte, solo hay constelaciones
históricas. Solo los conservadores culturales «quieren encontrar unas in-
variantes del arte que, modeladas patente o latentemente de acuerdo con
algo pasado, sirvan para difamar lo actual y lo futuro» (10/1, 387). Ello
significa que la autenticidad o inautenticidad de una obra de arte depende
de su presente histórico y no de criterios invariables. De hecho, además,
aunque toda la filosofía de Adorno está impregnada de filosofía de la his-
toria y hasta en cierto modo bien pudiera definirse como una filosofía de
la historia, se trata de una concepción negativa de la misma, que incluye
el elemento de la discontinuidad, algo desconocido por la tradición filo-
sófica que se inició con la Ilustración y el idealismo alemán. Adorno no
renuncia al progreso, pero va mucho más allá de la mera visión trágica de
la historia universal de Hegel y Marx —la historia avanza, pero siempre
por su lado malo—. Para él la historia universal es «la unidad de la conti-
11
Cito según volumen y página de la edición castellana de la Obra Completa, de
Akal, Madrid, 2003 y ss.
12
«La negatividad del concepto de arte concierne a éste en su contenido. La propia
naturaleza del arte, no la impotencia de los pensamientos sobre él, prohíbe definirlo; su
principio interior, el principio utópico, se rebela contra el principio del dominio de la
naturaleza de la definición» (10/1, 395).
8 Gerard Vilar
13
Véase también, las lecciones editadas con el título Zur Lehre von der Geschichte
und von der Freiheit, Frankfurt: Suhrkamp, 2001, pp. 134 ss.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 9
genes y los nombres, una intuición de clara raíz teológica que le acercaba
a Benjamin 14. El último párrafo de Minima moralia, Adorno formula su
radical intuición epistémica y ético-política en unos términos cercanos a
la teología, tan familiares por otra parte en el discurso de Walter Benja-
min. Permítaseme citarlo en toda su extensión porque formula una clave
decisiva de su filosofía en general:
El único modo que aún le queda a la filosofía de responsabilizarse a
la vista de la desesperación es intentar ver las cosas tal como aparecen
desde la perspectiva de la redención. El conocimiento no tiene otra luz
iluminadora del mundo que la que arroja la idea de la redención: todo
lo demás se agota en reconstrucciones y se reduce a mera técnica. Es
preciso fijar perspectivas en las que el mundo aparezca trastrocado, ena-
jenado, mostrando sus grietas y desgarros, menesteroso y deforme en el
grado en que aparece bajo la luz mesiánica. Situarse en tales perspectivas
sin arbitrariedad ni violencia, desde el contacto con los objetos, sólo le
es dado al pensamiento. Y es la cosa más sencilla, porque la situación
misma incita perentoriamente a tal conocimiento, más aún, porque
la negatividad consumada, cuando se la tiene a la vista sin recortes,
compone la imagen invertida de lo contrario a ella. Pero esta posición
representa también lo absolutamente imposible, puesto que presupone
una ubicación fuera del círculo mágico de la existencia, aunque sólo
sea en un grado mínimo, cuando todo conocimiento posible, para que
adquiera validez no sólo hay que extraerlo primariamente de lo que es,
sino que también, y por lo mismo, está afectado por la deformación y la
precariedad mismas de las que intenta salir. Cuanto más afanosamente
se hermetiza el pensamiento a su ser condicionado en aras de lo incon-
dicionado es cuando más inconsciente y, por ende, fatalmente sucumbe
al mundo. Hasta su propia imposibilidad debe asumirla en aras de la
posibilidad. Pero frente a la exigencia que de ese modo se impone, la
pregunta por la realidad o irrealidad de la redención misma resulta poco
menos que indiferente (4, 257).
Vemos ahora cómo se encadenan los tres grandes conceptos adornia-
nos de los que quería tratar. La negatividad del arte, en el primer sentido,
significa que el arte es crítico con la sociedad, es una fuerza de resisten-
cia social. Lo ha sido de distintas maneras en la historia, pero esa crítica
siempre tiene un último anclaje en la perspectiva de la redención que es
14
Véase D. Kaufmann, «Beyond Use, Within Reason: Adorno, Benjamin and
the Question of Theology», New German Critique 83 (2001), pp. 151-173. Para una
interpretación más arriesgada, véase J. Wells, «Theodor Adorno’s Augustinian Project»,
Telos 137 (2006), pp. 7-35.
10 Gerard Vilar
histórico, el mostrar la falta de sentido del orden social, que aparece como
perfectamente desordenado, imposibilitando la existencia de individuos
libres, la reverberación de la perspectiva de la redención. Pero con Proust
o Picasso es todo más confuso, porque en ambos domina una celebración
de la vida solo cuestionada en pocos momentos. Cierto que para ambos
la verdadera vida se encuentra en el arte, porque nos reconcilia con ella,
aunque sea mera ilusión o esa mentira que nos hace comprender la verdad,
según afirmó Picasso. Pero no es muy fácil ver en qué sentido las obras de
estos grandes artistas fueron crítica de la configuración determinada de
una sociedad determinada. En Proust hay más bien una constatación de
la imposibilidad del amor y de la felicidad, algo sostenible en cualquier
momento histórico y en cualquier sociedad. La crítica proustiana sería,
entonces, más bien de naturaleza existencial o metafísica. Y en el caso de
Picasso todo es menos evidente. En sus años comunistas Picasso hizo obras
deleznables. Y el resto de su obra difícilmente puede interpretarse como
una mirada desde la perspectiva de la redención, salvo quizás el Guernica.
Ayuda a comprender la posición de Adorno los casos de artistas y obras a
los que puso objeciones con algún detenimiento, algo que se produce solo
ante músicos, como por ejemplo, Sibelius, Hindemith o, claro está, Strav-
inski. En todos ellos encontramos la falta de autenticidad por ausencia de
una conexión con el momento histórico. El primero por haberse quedado
anclado en un lenguaje decimonónico y los otros por haber retrocedido
sobre sus pasos a partir de los años veinte con una vuelta al orden pedido
por Cocteau y no haber superado nunca posteriormente el reaccionarismo
neoclásico. En este sentido la obra de estos compositores, para Adorno, no
representa una negatividad frente a la sociedad, sino que está dominada
por la (falsa) reconciliación con ella y, por consiguiente, carece de carácter
crítico. Pero ¿no resulta muy unilateral esta crítica? ¿No es cierto que en
la música de Sibelius, por ejemplo, habla, como dice el tópico, a menudo
una naturaleza que reivindica su belleza frente al horrible mundo urbano
e industrial moderno, y que el propio Adorno defiende la belleza natural
como utopía de un mundo verdaderamente habitable más allá de la socie-
dad burguesa, de su trabajo y de sus mercancías, como «alegoría de este
más allá» (7, 98), y que se le parece lo reconciliado» (7, 104). La respuesta
de Adorno sería seguramente que la música de Sibelius no es naturaleza
sino arte, y que su belleza es inauténtica, ya que en el mundo deformado
de la sociedad administrada no hay lugar para el arte bello, a diferencia de
lo que todavía era posible en siglo xix, porque detrás la belleza hoy sólo
hay heteronomía, ideología, ocultación del horror.
Se podría preguntar entonces si el arte auténtico, en tanto que crítica
de lo existente, no es él mismo también en cierto modo ideológico, si no
12 Gerard Vilar
Autonomía y negatividad
El arte auténtico es negativo respecto a la sociedad y al mundo real
en general porque es autónomo y cuando no lo es tampoco es auténtico.
Como es sabido, para Adorno todas aquellas obras artísticas que renie-
gan de la autonomía para venderse al mercado, a la cultura de masas y
al espectáculo son heterónomas. Así, su rechazo en bloque de la música
de jazz, de la música pop, de casi todo el cine, y de compositores del
siglo xx como Stravinski o Gershwin se basaba en reprocharles su falta
de autonomía en un grado u otro. De hecho, este concepto es la piedra
miliar desde la que se traza la línea divisoria entre la auténtica cultura
y la industria cultural y es el fulcro a partir del cual levanta su teoría
estética. Adorno no inventa el concepto de autonomía. Lo asume como
un logro de la cultura burguesa en su primera época, cuando el arte se
emancipó de sus tareas tradicionales en el culto religioso y sus secuelas.
Y contra todas las tendencias persistentes e insistentes en el siglo xx de
abandonar la autonomía defendidas por tantos movimientos artísticos
en vida de Adorno, desde el Rodchenko y Mayakovski hasta John Cage
y los happenings de los sesenta, él defendió hasta el último día que el
arte debe ser autónomo y debe distinguirse de la vida so pena de desa-
parecer, una posibilidad que siempre contempló. Naturalmente, Adorno
jamás fue ingenuo en su pensamiento y sus manifestaciones acerca de
la problemática de la autonomía del arte. La Teoría estética lo deja claro
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 13
desde los primeros párrafos: «Es incierto si el arte sigue siendo posible;
si, tras su emancipación completa, no habrá socavado y perdido sus
propios presupuestos» (7, 10). Adorno es de los pocos pensadores que
comprendió el alcance de la precariedad del arte una vez que alcanzó
su autonomía respecto a las tradicionales funciones religiosa, política,
moral, o de entretenimiento. Antes que él, claro, lo entendió Hegel,
quien, sin embargo, sentenció al arte por su progresiva desconexión de
la verdad y lo condenó a una progresiva irrelevancia, a pesar de haberlo
tenido por una de las formas del Espíritu Absoluto. Adorno cree que el
arte aún tiene un papel relevante como forma de acceso a lo verdadero,
junto a la filosofía, en un momento histórico en el que amenaza el triunfo
de la cosificación y la sinrazón. Entonces, si el arte auténtico es el arte
autónomo que no sirve a ningún señor, ¿cómo cabe en este concepto de
arte que éste tenga alguna función crítica de la sociedad y de resistencia
frente al dominio de la racionalidad instrumental? Y, si se ha definido
la autenticidad de las obras por su conexión con la realidad histórica de
su presente, ¿cómo puede hablarse de autonomía del arte?
Para responder a estas dos cuestiones es necesario introducir una dis-
tinción que no encontramos en las reflexiones del propio Adorno y que éste
no estableció nunca como tal, pero que a efectos al menos expositivos, nos
puede ayudar a comprender de qué estamos hablando. Distinguiremos la
autonomía estética de la autonomía social. La relatividad de ésta última
nunca la cuestionó. Para Adorno el arte era un fait social, esto es, todo
arte es hijo de su tiempo y objeto posible de las ciencias sociales. La idea
misma de teoría crítica pretende hermanar filosofía y ciencias sociales. Él
mismo, en este sentido, fue fundador, por ejemplo, de la sociología de
la música y una parte sustancial de su obra está dedicada a ella. La auto-
nomía social del arte puede variar mucho con las culturas y las épocas.
En la Europa cristiana del románico el arte era mucho menos autónomo
socialmente que en la Grecia clásica. Y en los regímenes autoritarios del
siglo XX menos que en los regímenes democráticos. La Teoría Estética co-
mienza reconociendo «el carácter doble del arte en tanto que autónomo y
en tanto que fait social» (7, 15). Pero lo que quiere decir Adorno con esta
fórmula es que hay otra cosa que la relativa y variable autonomía social,
esto es, hay la autonomía estética, esa condición precaria que alcanzó el arte
en el siglo XVIII y que es permanentemente cuestionada desde entonces,
es otra cosa que la autonomía social. La autonomía estética significa para
el arte la ausencia de sometimiento a función alguna, libertad respecto
a toda norma o regla. Tal como la defiende Adorno, la autonomía no se
contradice con la función crítica. Adorno emplea una fórmula paradójica
que traduce la kantiana «finalidad sin fin»: «la función del arte en el
14 Gerard Vilar
15
Véase, asimismo: (7, 300).
16
También en la Teoría estética: «Muchas veces se ha dicho (primero, tal vez, por
Karl Krauss) que en la sociedad total el arte ha de traer antes el caos al orden que lo
contrario» (7, 130).
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 15
opta por una praxis liberada del hechizo del trabajo. Promesse de bonheur no
significa simplemente que hasta ahora la praxis ha impedido la felicidad:
la felicidad estaría por encima de la praxis. El abismo entre la praxis y la
dicha lo mide la fuerza de la negatividad en la obra de arte» (7, 24).
Sin duda, el estatus del arte autónomo defendido por Adorno es de
gran precariedad y la evolución histórica ha mostrado que su posición era
demasiado radical y partidaria, hasta el punto que resulta una tarea muy
difícil explicarle a un joven de hoy por qué al autor de la Teoría estética
casi todo el arte del siglo xx le parecía reaccionario y hasta descartaba el
calificativo de arte para el jazz o el cine, y al tiempo hacerle ver el lado
positivo de la estética de este importante pensador. En el último tramo
de su vida, Adorno comprendió que el paso del tiempo también estaba
afectando a la fuerza crítica y resistente del arte que había elegido como
modelo crítico y autónomo. En los años sesenta, aquella música que venía
calificando de «nueva» desde su juventud empezaba a ser sexagenaria y
su importancia histórica estaba relativizándose a toda velocidad. La libre
atonalidad representa una línea compositiva más entre otras que igual-
mente han representado al arte autónomo, innovador y revolucionario,
crítico y hasta políticamente subversivo en el ámbito de la música. Ador-
no ya lo reconoció en las composiciones atmosféricas de Ligeti, la música
electrónica de Stockhausen o los happenings musicales de Cage 17. En un
artículo de 1964 sobre las dificultades para componer música reconoce
el gran mérito de éste último es haber hecho perder la confianza en una
lógica musical que se convierte en su contrario, la confianza en el ciego
ideal de una dominación completa de la naturaleza dentro de la música»,
y que «no es posible una vuelta atrás. Se caería casi necesariamente en el
reaccionarismo si, frente a la técnica dodecafónica, el principio serial y la
aleatoriedad se quisiera recobrar sencillamente la libertad subjetiva, es
decir el atonalismo libre en el sentido de Erwartung de Schönberg» (17,
290). Pero la precariedad de esta música autónoma se evidencia en que si
bien es cierto que «se opone obstinadamente a toda neutralización», por
otro lado, «sus happenings, en concordancia con la situación política, no
tienen ya un contenido político demoledor y por ello asumen fácilmente
un aspecto de scéances sectarias: mientras que todos creen haber asistido
a algo tremendo, no ocurre nada, no aparece ningún espíritu» (ibid.).
Así que, la envejecida «música nueva» pierde progresivamente su fuerza
crítica, como toda obra vanguardista con el paso de los años, y, además,
17
Véase, por ejemplo, el artículo de 1961 «Ver une musique informelle», en Quasi
una Fantasia (16, 503-549).
16 Gerard Vilar
18
Sobre el fenómeno de la neutralización véase el cap. vii («¿Muerte del arte o
neutralización?») de mi libro Desartización. Paradojas del arte sin fin, Salamanca: eusal,
2010, pp. 167-190.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 17
19
Véase mi trabajo «Composición: Adorno y el lenguaje de la filosofía», Isegoría
11 (1995), pp. 195-203.
18 Gerard Vilar
de las obras 20. La crítica explicita el contendido de verdad de las obras así
como su no verdad (7, 460 s.), y en esa tarea visibiliza y pone conceptos
a la relación histórica de las obras de arte unas con otras. Ese trabajo de
la crítica desemboca en la formación del canon. Que ese canon sea con-
servador o no depende de cómo se plantee. Los conservadores culturales
quieren un canon para tener una definición de arte con la que defenderse
de lo nuevo y lo actual. Sin embargo el canon puede estar perfectamente
abierto a lo nuevo. «Las obras auténticas son críticas de las pasadas. La
estética se vuelve normativa al articular esta crítica» (7, 476). Así, en la
obra de Adorno encontramos claramente un canon. Y en él no hay obras
equivocadas. Todos los artistas que él celebró son comúnmente aceptados
hoy en el canon: Proust, Beckett, Mann, Schönberg, Berg, Webern, Valéry,
Celan, incluso John Cage. No estoy tan seguro del trabajo de reflexión
que hacen hoy tantas instituciones en el campo del arte contemporáneo
decididas a formar su canon crítico desde dogmatismos supuestamente
radicales, y como si ello no tuviera mucho de acto de poder. Todo ello, sin
embargo, no es otra cosa que signo de la precariedad creciente en la que se
encuentra el arte desde hace algo más de un siglo. Dicha precariedad está
instalada hoy en el corazón del arte más allá de su condición histórica, en
su condición temporal. Adorno creía como Baudelaire que las genuinas
obras de arte tienen una dimensión intemporal y otra histórica y caduca, la
que éste denominó modernité. Pero Adorno reconoció la posibilidad que la
dimensión intemporal desapareciera intensificando la precariedad del arte.
Frente a la pretensión tradicional de permanencia de las obras de arte, éstas
están hoy comúnmente dominadas por el carácter efímero característico de
las artes performativas. Aunque sus afinidades electivas no iban por ahí,
lo reconoció en muchos momentos de su reflexión. Por ejemplo, cuando
escribe: «Hoy son pensables, tal vez necesarias, las obras que mediante
su núcleo temporal se queman a sí mismas, entregan su vida al instante
de aparición de la verdad y desaparecen sin dejar huella, lo cual no las
empequeñece lo más mínimo» (7, 237). Adorno murió demasiado pronto
para tematizar por extenso este rasgo del arte contemporáneo. Sin embargo
dejó constancia de él en su estética y en su crítica. Una nueva tendencia
que afecta también directamente a la filosofía y a la crítica. Más adelante
volveremos sobre la precariedad de la crítica. Pero ahora hay que pasar al
último momento de la negatividad del arte según Adorno.
20
Véase mi trabajo «La crítica como redención de la obra. Una tradición alemana»,
en mi libro El desorden estético, Barcelona: Idea Books, 2000, pp. 123-142.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 19
21
Esa cercanía ya fue puesta de manifiesto a finales de los ochenta por Ch. Menke en
su libro sobre La soberanía del arte, Madrid: Visor, 1997. Véase también, A.G. Düttmann,
Teilnahme. Bewusstsein des Scheins, Konstanz u.p., 2011.
20 Gerard Vilar
22
di, 189.
23
Véase, por ejemplo, J. Clair.
La precariedad del arte. Adorno, telos del arte y reconciliación 21