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La extraña pareja

Los relatos hacen las veces de cimientos y pilares de las sociedades humanas. A
medida que la historia se desarrollaba, los relatos sobre dioses, naciones y empresas
se hicieron tan poderosos que empezaron a dominar la realidad objetiva. Creer en el
gran dios Sobek, en el Mandato del Cielo o en la Biblia capacitó a la gente para construir
el lago Fayum, la Gran Muralla de China y la catedral de Chartres. Lamentablemente, la
fe ciega en estos relatos supuso con frecuencia que los esfuerzos humanos se centraran
ante todo en aumentar la gloria de entidades ficticias tales como dioses y naciones en
lugar de mejorar la vida de seres conscientes reales.

Podríamos aducir, que las teorías científicas son un nuevo tipo de mito, y que nuestra
creencia en la ciencia no es diferente de la fe de los antiguos egipcios en el gran dios
Sobek. A pesar que Sobek existía solo en la imaginación de sus devotos, rezarle ayudó
a cohesionar el sistema social egipcio, con lo que permitió que la gente construyera
presas y canales que evitaban las inundaciones y las sequías. A menudo se dice que
Dios ayuda a quienes se ayudan. Esta es una manera indirecta de decir que Dios no
existe, pero si nuestra fe en Él nos inspira a hacer algo, ayuda.

Los faraones egipcios y los emperadores chinos no consiguieron vencer el hambre, la


peste y la guerra a pesar de miles de esfuerzos. Las sociedades modernas lo
consiguieron en unos pocos siglos. A medida que la tecnología nos permita mejorar a
los humanos, superar la vejez y encontrar la clave de la felicidad, la gente se preocupará
menos de los dioses, las naciones y las empresas ficticios, y se centrará en descifrar la
realidad física y biológica Los mitos continúan dominando a la humanidad. La ciencia
solo hace que esos mitos sean más fuertes. Gracias a los ordenadores y la
bioingeniería, la diferencia entre ficción y realidad se difuminará.

Los sacerdotes de Sobek imaginaron la existencia de cocodrilos divinos, mientras que


el faraón soñaba con la inmortalidad. Después de que muriese, su cuerpo era
momificado mediante el empleo de ungüentos conservantes y perfumes, pero estaba
tan muerto como se puede estar. En cambio, los científicos del siglo XXI podrían ser
capaces de producir supercocodrilos y de proporcionar a la élite humana la juventud
eterna aquí, en la Tierra. En consecuencia, el auge de la ciencia hará que al menos
algunos mitos y religiones sean más poderosos que nunca.

GÉRMENES Y DEMONIOS

Con demasiada frecuencia, la gente confunde la religión con superstición, espiritualidad,


creencia en poderes sobrenaturales o creencia en dioses. La religión no puede
equipararse con la superstición, porque es improbable que la mayoría de la gente llame
a sus amadas creencias «supersticiones». Siempre creemos en «la verdad». Solo son
los demás los que creen en supersticiones. De manera parecida, pocas personas
depositan su fe en poderes sobrenaturales. Los médicos modernos achacan la
enfermedad a gérmenes invisibles, y los sacerdotes del vudú la atribuyen a demonios
invisibles. No hay nada de sobrenatural en ello: hacemos enfadar a algún demonio, y el
demonio entra en nuestro cuerpo y nos causa dolor.

Una vez que hemos comprendido perfectamente bien toda la naturaleza, podemos
decidir si añadimos o no algún dogma religioso «sobrenatural». Sin embargo, la mayoría
de las religiones aducen que no es posible entender el mundo sin ellas. Uno no
comprenderá la verdadera razón de las enfermedades, las sequías o los terremotos si
no tiene en cuenta su dogma. Definir la religión como la «creencia en dioses» también
es problemático. Sin embargo, la religión la crean los humanos y no los dioses, y se
define por su función social y no por la existencia de deidades. La religión asevera que
los humanos estamos sujetos a un sistema de leyes morales que no hemos inventado
y que no podemos cambiar.

A los liberales, comunistas y seguidores de otros credos modernos no les gusta describir
sus respectivos sistemas como «religión», porque identifican la religión con
supersticiones y poderes sobrenaturales. Si decimos a comunistas o liberales que son
religiosos, pensarán que les acusamos de creer ciegamente en sueños dorados sin
fundamento. De hecho, ello significa únicamente que creen en algún sistema de leyes
morales que no fue inventado por los humanos pero que, no obstante, los humanos
tienen que obedecer. Hasta donde sabemos, todas las sociedades humanas creen en
esto. Todas las sociedades dicen a sus miembros que tienen que creer en alguna ley
moral superhumana, y que infringir dicha ley acarreará una catástrofe. Desde luego, las
religiones difieren entre sí en los detalles de sus narraciones, en sus mandamientos
particulares, y en los premios y castigos que prometen. Los seguidores de cada una de
las religiones están convencidos que solo la suya es la verdadera. Quizá los seguidores
de una religión estén en lo cierto.

SI TE ENCUENTRAS A BUDA

La afirmación de que la religión es una herramienta para preservar el orden social y para
organizar la cooperación a gran escala puede ofender a muchas personas para las que
representa, ante todo, un camino espiritual. Sin embargo, la brecha entre la religión y la
espiritualidad es amplia. La religión proporciona una descripción completa del mundo y
nos ofrece un contrato bien definido con objetivos predeterminados. Si obedecemos a
Dios, seremos admitidos en el cielo. Si Lo desobedecemos, arderemos en el infierno.»
Los viajes espirituales no se parecen en nada a esto. Por lo general, llevan a las
personas de manera misteriosa hacia destinos desconocidos.

Para la mayoría de la gente, los estudios académicos son un pacto y no un viaje


espiritual, porque nos conducen a un objetivo predeterminado aprobado por nuestros
mayores, nuestros gobiernos y nuestros bancos. Los estudios académicos podrían
transformarse en un viaje espiritual si las grandes preguntas que fuéramos encontrando
por el camino nos desviaran hacia destinos inesperados, que al principio ni siquiera
habríamos imaginado.

Según el dualismo, el dios bueno creó almas puras y eternas que vivían en un
maravilloso mundo de espíritu. Sin embargo, el dios malo (a veces llamado Satanás)
creó otro mundo con materia. Satanás no supo cómo hacer que su creación perdurara,
de manera que en el mundo de la materia todo se pudre y se desintegra. Puesto que la
prisión del alma (el cuerpo) se deteriora y acaba por morir, Satanás tienta sin cesar al
alma con placeres corporales y, por encima de todo, con comida, sexo y poder. Cuando
el cuerpo se desintegra y el alma tiene la posibilidad de escapar de nuevo al mundo
espiritual, su anhelo de deleites corporales la retiene dentro de algún nuevo cuerpo
material. Así, el alma transmigra de cuerpo en cuerpo.

En el budismo zen se dice que «Si te encuentras a Buda por el camino, mátalo», lo que
significa que si mientras caminas por la senda espiritual te encuentras con las ideas
rígidas y las rígidas leyes del budismo institucionalizado, también debes liberarte de
ellas. Para las religiones, la espiritualidad es una amenaza peligrosa. Las religiones se
esfuerzan típicamente por refrenar las búsquedas espirituales de sus seguidores, y
muchos sistemas religiosos fueron puestos en tela de juicio, no por seglares
preocupados por la comida, el sexo y el poder, sino más bien por buscadores de la
verdad espiritual.

Desde una perspectiva histórica, el viaje espiritual siempre resulta trágico, porque es
una senda solitaria adecuada para individuos y no para sociedades enteras. La
cooperación humana requiere respuestas firmes y no solo preguntas, y los que se
enfurecen contra las estructuras religiosas anquilosadas acaban forjando nuevas
estructuras en su lugar. Les ocurrió a los dualistas, cuyos viajes espirituales se
convirtieron en instituciones religiosas. Le ocurrió a Martín Lutero, quien después de
cuestionar las leyes, las instituciones y los rituales de la Iglesia católica escribió nuevos
libros de leyes, fundó nuevas instituciones e inventó nuevas ceremonias En su
búsqueda intransigente de la verdad subvirtieron las leyes, los rituales y las estructuras
del hinduismo y el judaísmo tradicionales. Pero al cabo se crearon más leyes, más
rituales y más estructuras en su nombre que en el nombre de ninguna otra persona de
la historia.

FALSIFICAR A DIOS

Una de las teorías afirma que la ciencia y la religión son enemigas juradas, y que la
historia moderna fue modelada por la lucha a vida o muerte del saber científico contra
la superstición religiosa. Con el tiempo, la luz de la ciencia disipó la oscuridad de la
religión, y el mundo se hizo cada vez más secular, racional y próspero. Sin embargo,
aunque algunos descubrimientos científicos socaven ciertamente los dogmas religiosos,
no es algo inevitable. Por ejemplo, el dogma musulmán sostiene que el islamismo fue
fundado por el profeta Mahoma en la Arabia del siglo VII, y hay sobradas pruebas
científicas que lo respaldan.

Los científicos estudian cómo funciona el mundo, pero no existe método científico
alguno para determinar cómo deberían comportarse los humanos. La ciencia nos dice
que los humanos no pueden sobrevivir sin oxígeno. Sin embargo, ¿es correcto ejecutar
a criminales asfixiándolos? La ciencia no sabe cómo dar respuesta a esta pregunta.
Solo las religiones nos proporcionan la orientación necesaria. De ahí que cada proyecto
práctico que los científicos emprenden se base asimismo en percepciones religiosas.

La ciencia estudia hechos, la religión habla de valores, y las dos nunca se encontrarán.
La religión no tiene nada que decir a propósito de los hechos científicos, y la ciencia
debe mantener la boca cerrada en lo que concierne a las convicciones religiosas.
Aunque es cierto que la ciencia solo aborda hechos, la religión no se limita a los juicios
éticos. La religión no puede proporcionarnos ninguna guía práctica a menos que también
haga algunas afirmaciones fácticas, y es ahí donde puede entrar en conflicto con la
ciencia. Los segmentos más importantes de muchos dogmas religiosos no son sus
principios éticos, sino más bien afirmaciones fácticas tales como «Dios existe», «El alma
es castigada por sus pecados en la otra vida», etc. Todas estas afirmaciones son
fácticas. Muchos de los debates religiosos más acalorados, y muchos de los conflictos
entre ciencia y religión, implican estas afirmaciones fácticas y no tanto juicios éticos.

Cuando las religiones se promocionan a sí mismas, tienden a destacar sus valores


bonitos. Pero a menudo Dios se esconde en la letra pequeña de las afirmaciones
fácticas. La religión católica se anuncia como la religión del amor y la compasión
universales. Pero, el catolicismo también exige obediencia ciega a un papa «que nunca
se equivoca», ni siquiera cuando nos ordena que organicemos cruzadas y que
quememos a los herejes en la hoguera. Los relatos religiosos casi siempre incluyen tres
partes:

1. Juicios éticos, como «La vida humana es sagrada».

2. Afirmaciones fácticas, como «La vida humana empieza en el momento de la


concepción».

3. Una mezcla de juicios éticos y afirmaciones fácticas, cuyo resultado son directrices
tales como «Nunca debes permitir el aborto, ni siquiera un solo día después de la
concepción».

La mayoría de los estudios científicos sometidos a evaluación paritaria coinciden en que


la Biblia es una colección de numerosos textos diferentes elaborados por personas
diferentes en épocas diferentes, y que dichos textos no fueron reunidos en un único libro
sagrado hasta mucho después de los tiempos bíblicos.

Aunque la ciencia no puede decidir si las personas deberían obedecer las órdenes de
Dios, sí tiene muchas cosas relevantes que decir acerca de la procedencia de la Biblia.
Si los políticos ugandeses creen que el poder que creó el cosmos, las galaxias y los
agujeros negros se disgusta enormemente siempre que dos machos de Homo sapiens
se divierten un poco juntos, la ciencia puede ayudar a abrirles los ojos con respecto a
esta idea más bien estrafalaria

DOGMA SAGRADO

Las religiones tienen una molesta tendencia a transformar las declaraciones fácticas en
juicios éticos, con lo que crean una confusión terrible y complican lo que tendrían que
haber sido debates relativamente sencillos. Así, la declaración fáctica «Dios escribió la
Biblia» se transforma con demasiada frecuencia en el mandamiento ético «Tienes que
creer que Dios escribió la Biblia». El simple hecho de creer en esta declaración fáctica
se convierte en una virtud, mientras que dudar de ella se convierte en un pecado terrible.
Y viceversa: los juicios éticos esconden a menudo en su interior declaraciones fácticas
que la gente no se molesta en mencionar, porque cree que se han demostrado más allá
de toda duda. Así, el juicio ético «La vida humana es sagrada» (que la ciencia no puede
poner a prueba) podría ocultar la declaración fáctica «Todo humano posee un alma
eterna» (que está abierta al debate científico).

Los fundamentalistas islámicos quieren alcanzar el cielo para ser felices, los liberales
creen que aumentar la libertad humana maximiza la felicidad, y los nacionalistas
alemanes consideran que a todos nos iría mucho mejor si se dejara que Berlín dirigiera
este planeta.

En consecuencia, aunque la ciencia tiene mucho más que aportar a los debates éticos
de lo que solemos creer, hay una línea que no puede cruzar; al menos, todavía no. Sin
la mano orientadora de alguna religión, es imposible mantener órdenes sociales a gran
escala. Incluso las universidades y los laboratorios necesitan el respaldo religioso. La
religión proporciona la justificación ética de la investigación científica, y a cambio obtiene
la influencia en la agenda científica y en el uso de los descubrimientos científicos. De
ahí que no sea posible entender la historia de la ciencia sin tener en cuenta las creencias
religiosas.

LA CAZA DE BRUJAS

Solemos asociar la ciencia a los valores del secularismo y la tolerancia. Si así fuera, el
albor de la Europa moderna es el último lugar donde que uno habría esperado que se
produjera una revolución científica. En la época de Colón, Copérnico y Newton, Europa
tenía la mayor concentración de fanáticos religiosos del mundo, y el nivel más bajo de
tolerancia. Las celebridades de la revolución científica vivían en una sociedad que
expulsaba a judíos y a musulmanes, quemaba herejes en masa, veía una bruja en toda
anciana que amara a los gatos e iniciaba una nueva guerra religiosa con cada luna llena.
Si hubiéramos viajado a El Cairo o a Estambul hacia 1600, habríamos encontrado allí
una metrópolis multicultural y tolerante en la que suníes, chiíes, cristianos ortodoxos,
católicos, armenios, coptos, judíos e incluso algún que otro hindú vivían en relativa
armonía. Si hubiéramos viajado al París o al Londres de la misma época, habríamos
encontrado ciudades llenas de extremismo religioso en las que solo podían vivir los
pertenecientes a la secta dominante. En Londres mataban a los católicos, en París
asesinaban a los protestantes, los judíos hacía tiempo que habían sido expulsados, y
nadie en sus cabales habría soñado con permitir que entrara ningún musulmán. Y, no
obstante, la revolución científica empezó en Londres y en París y no en El Cairo ni en
Estambul.

En realidad, ni a la ciencia ni a la religión les importa demasiado la verdad, y por lo tanto


pueden alcanzar fácilmente acuerdos, coexistir e incluso cooperar. La religión está
interesada por encima de todo en el orden. Pretende crear y mantener la estructura
social. La ciencia está interesada por encima de todo en el poder. Pretende adquirir el
poder de curar las enfermedades, combatir las guerras y producir alimento.

La búsqueda intransigente de la verdad es un viaje espiritual que raramente puede


permanecer dentro de los confines de las instituciones religiosas o científicas. En
consecuencia, sería mucho más correcto considerar la historia moderna como el
proceso de formular un pacto entre la ciencia y una religión particular, a saber: el
humanismo. La sociedad moderna cree en los dogmas humanistas y usa la ciencia no
con la finalidad de cuestionar dichos dogmas, sino con la finalidad de ponerlos en
marcha.

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