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Nombre del Padre laico

Papers 7
Angélica Marchessini

¿Cómo enfrentar el pánico sin la creencia religiosa en el padre? Todo puede andar bien, siempre
y cuando ellos no se enteren que ya no se cree en el padre. En un momento fugaz, cualquiera,
el sujeto es afectado por el pánico.
Hemos extraído del Seminario sobre La Ética, la problemática de la operación religiosa, que nos
resulta homogénea a la operación sobre el padre, producida por Lacan.
La religión, al igual que el NP, no ha sido inmune a los avatares de este mundo vertiginoso. En
ese sentido, quizás merezca nuestro particular interés observar la relación entre el fenómeno de
pánico y el retorno del padre en su forma actual. Podría ser que el pánico no fuera para todos
sino, más bien, el pánico de cada cual, el Pan de cada uno, cuya égida es el padre de hoy.
Miller destaca que en estos aires de la época no se habla del retorno de la religión o de las
religiones, y que sí se lo hace de aquello que retorna de “lo religioso”. Hay un flou, que lleva a
que lo religioso sea una neblina.[1] Tanto el NP como la religión se han conciliado con el
espíritu de la época. Lo religioso es la religión, pero light. En cierto modo, podríamos decir que
el NP es el NP aligerado, sin el peso de la religión.
En psicoanálisis, la muerte del padre quiere justamente decir que, no se puede matarlo. Él ya
esta muerto, sólo que, resta el nombre del padre y todo gira alrededor de eso. La muerte de
Dios es equivalente a lo que se llama el NP. Dios y NP pertenecen al mismo orden. En “Moisés
y el monoteísmo”, Freud muestra el recurso estructurante de la potencia paterna. Es la idea de la
religión monoteísta. Al referirse a la verdad histórica[2], afirma que al universalizarse el Dios
único y al preocuparse éste de todos los pueblos, de todos los países, se debía “sacrificar”
necesariamente una parte de la íntima relación mantenida con él. Freud alude allí al campo de la
castración.
También para Lacan, en su primera enseñanza, el padre juega su función de Nombre del Padre si
ocupa su lugar de garantía del Otro. Cuando en su enseñanza el punto de partida ya no es el
Otro, sino el goce, surge la pluralización. Ella sería el efecto de la suplencia a la falla
estructural del Otro.
La pluralización implica un cambio decisivo. El Dios, al igual que el padre, se ha
multiplicado con el politeísmo, hay una multiplicidad de dioses: así, esos múltiples y variados
dioses conforman una lista de nombres divinos, integrando un menú en el que hay disponible un
Dios para cada cosa, uno para cada ocasión.
Esta proliferación no es una modalidad del Otro que no existe, es la observación de
Laurent. Esta modalidad supone que el gran Pan[3] existe. Eso implica que cuando se difunda
que el Gran Pan está muerto, dejará de existir. Porque -siguiendo a Laurent en su razonamiento-
[4] la muerte de Dios, así como la del padre de “Totem y Tabú”, no pone fin ni a Dios, ni al
padre, sino que eterniza. ¿Creen que bailando sobre la tumba del padre muerto lo verán volver?
¡Lo verán volver! asegura Miller...
En Le Neveu de Lacan, él se refiere a la dialéctica moderna describiéndola como “teología de
carácter laico”. Esta es la paradoja que nos llevó a pensar en el fenómeno de pánico. Hasta
cierto punto, hacer entrar lo laico en el NP es una contradicción, en tanto lo laico niega lo
religioso, homogéneo con el NP.
Para el sujeto del pánico, Dios existe: no es un ateo, puesto que no niega la existencia de Dios,
Pan existe. El diccionario define al ateo como un sujeto ateológico. “Teología laica”, podría
formularse así: Hay Dios, existe, es terrorífico y frente a ese pánico no hay creencia religiosa en
el padre.
Lacan considera -divertido-, en su Seminario Aún, que “al ateísmo sólo pueden sustentarlo los
clérigos” [5]. Y dice que “para los laicos, cuya inocencia en la materia es siempre supina, es
mucho más difícil”, más bien son incrédulos.
Psicoanálisis y religión sostendrían un punto en común: la creencia. Si en los viejos tiempos se
creía en el padre, se creía en la religión, estamos en una época que tiende al aplazamiento de la
creencia.
Simplemente, favorezcamos la creencia. ¿En que reside la operación religiosa? En
efecto,“siempre tan interesante para ubicarnos”, como nos señala Lacan, en La Ética. “Es la
libra de carne, lo que la religión transforma en su oficio y se dedica a recuperar”. Habría una
libra de carne a pagar, ligada al sacrificio...Hay un pacto, y consiste en esa libra de carne que
-tal como dice el texto del Mercader de Venecia- ha de ser sacada “bien cerca del corazón”.
Entonces, ¿cuál es el punto de enlace entre la operación religiosa y la operación analítica?
Decimos, con Lacan, que la operación legítima es la castración. En “Problemas cruciales”... la
define como la operación analítica. En El reverso del psicoanálisis la castración será la
operación real introducida por la incidencia del significante, allí el Padre Real será el agente de
la castración.
Desde esta perspectiva el NP es una operación de sustitución significante, con efectos sobre el
goce, lo localiza como fálico. ¿Qué es un efecto de localización? Es un efecto de castración. En
virtud de ello, un NP de carácter laico es un NP lego, que falla como mecanismo de limitación
del goce, producido por su anudamiento con el significante. Podemos forzar el argumento y
decir: NP laico porque no es fruto de la castración y deja al sujeto librado al desliz.
Haciendo una parodia de la obra de Ionesco “Amadeo o cómo librarse de él” -"Amédée ou
comment s´en débarraser"-, Miller dice aquello que se profiere en el banquete de los analistas:
¡Sírvanse! ¡Sírvanse del NP! De lo contrario, les cae sobre la cabeza y los aplasta.[6] Poder
servirse del lugar estructural del NP, del al menos uno, es justamente lo que permite prescindir
de él.
También Miller se divierte, y en “Un esfuerzo de poesía” dice : “Atención, ateos y agnósticos:
no creer en nada parece predecir una mortalidad precoz”. Así, se llega a un punto clave: el
creyente corre con ventajas. El sujeto del pánico, en una situación de total indefensión, sin duda
no participa de la protección que pueda dispensarle su Dios.
Para acercarnos más a nuestra cuestión, el NP “laico” sería, en cambio, un NP desprovisto de la
operación religiosa, prescinde de ella y por eso no puede servirse del NP. No hay un buen uso
de este recurso para la civilización del goce, no le alcanza para resistir a la muerte.
Cabe preguntarse de qué manera en el pánico el efecto aplastador del NP alcanza al cuerpo, lo
agita de la manera más aterrorizante, lo turba, lo hace temblar, palpitar y gozar hasta sudar. No
puede valerse de él, porque no produce un efecto de sentido que capture el goce. El sentido es
siempre religioso o, lo que es lo mismo, la religión es la morada original del sentido.
Cuando pasamos del NP al S1, el NP -al ser tomado como función- supone una existencia, un
uso de goce particular. En el desorden del pánico no se puede disponer de ese S1 que ordena el
goce, significante central de la identificación. También ese S1 se ha pluralizado y promociona
un sujeto sin localización, sin efectos de castración. Es la deslocalización del goce que invade al
sujeto, y le hace perder los parámetros simbólicos.
El sujeto del pánico, separado de la cadena significante, no puede nominar sus experiencias en
el cuerpo. Los ataques son episodios que exceden su capacidad de tramitación. El NP no soporta
a lo simbólico, produciendo un punto de capitón con el correlato somático. Si el NP es una
manera de anudamiento, aquí se produce una desconexión entre lo simbólico y lo imaginario.
¿Por qué es importante el NP? Porque sería la suplencia más lograda, es la operación paterna
que produce la creación de una agujero. Se trata de la operación de la castración de goce, que
produce el apaciguamiento que en el pánico falta.
En estos tiempos de pánico, hay todo un Universo, poblado de dioses locales, contradictorios,
que no alcanzan a dar nombre a las cosas. Es “El ocaso de los dioses” (Wagner), algo que ya se
había iniciado con “El ocaso de los ídolos” ( Nietzsche) y, a propósito, podríamos agregar el
ocaso del Nombre del padre.
No pretendemos aquí, un elogio de lo religioso, sí aislar la operación religiosa, que nos ayuda a
pensar la relación del sujeto a la castración. Y en cuanto a la creencia, es un fenómeno.
Fenómeno que no hay que considerar como defecto sino como hecho de estructura.[7]
Creamos en el NP para después perderlo, “nombre a perder como los otros”. La religión como
ilusión le sirve al neurótico para orientarse: la religión privada de la neurosis es necesaria,
aunque luego será preciso librarse de ella. El creyente necesita de la trama de la ficción para
poder afrontar lo real del goce, hasta que llegue la hora de perturbar esas creencias. Si bien la
creencia no es la última palabra, en el caso del pánico es por allí por donde hay que pasar para
que el sujeto llegue a algún lugar. Si no, estamos perdidos.
Si el psicoanalista mira hacia adelante, observa un mundo individualista que se complace con
el auto-engaño, reticente hoy al engaño de la transferencia. Pero, todavía- señala Miller [8]-
sería preciso asumir el acto de fe que se encuentra en el principio del acto analítico, que Lacan
creyó laicizar hablando del sujeto supuesto saber.
Hace falta inventar, de la manera analítica, para que el sujeto invente su síntoma, dejándose
extraviar por los caminos del creyente. El síntoma lo llevará a la contención del goce... Por eso,
la función del padre es la función misma del síntoma.
El sujeto del pánico no es creyente, y no está dispuesto a pactar, no está dispuesto a pagar con la
operación mística -y aquí cito a Lacan- esa libra de carne. Él es un inocente, le toca al analista
intimidar su inocencia.

Bibliografía

[1] Miller J.A., Le neveu de Lacan, Verdier.


[2] Freud S., "Moisés y la religión monoteísta"
[3] El terror infundido por el Dios Pan fue retomado por el cristianismo, vehiculizado por lo
siniestro. La tarea de este Dios era conducir durante la noche la ronda de las Ninfas a las que
perseguía con sus avances amorosos al son de la flauta, lo hacía a la vez rechazable y deseable.
[4] Laurent, E.- Miller J.-A., "El Otro que no existe y sus comités de ética".
[5] Lacan, J., Libro 20, Seminario Aún, Paidós.
[6] Miller J.A., El banquete de los analistas, Paidós
[7] Lacan, J., Seminario “La lógica del fantasma”, inédito.
[8] Miller, J.A., "Un esfuerzo de poesía".

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