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INVESTIGACIÓN Y ANÁLISIS

De la trialéctica utópica
a los distópicos límites
planetarios: América Latina
y la periferialización del
impacto ambiental

Paula Medina García

Introducción

El presente trabajo, nutrido de disciplinas como la Ecología Política,


la Economía Ecológica y la Geopolítica se constituye como intento
teórico-conceptual de superar la primacía otorgada a la dimensión
económica cuando se plantea la necesidad de alcanzar el denominado
“desarrollo sostenible”. Ecología, la cual incorpora un análisis integral
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que se ocupa de la interrelación de tres dimensiones: ambiental,


social y económica e introduce conceptos como la sostenibilidad y la
“resiliencia” como claves para entender el complejo escenario en el
que nos encontramos.

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De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

Si bien es cierto que el trabajo parece quedarse en una esfera de análisis


propiamente sistémico, se ha optado por dicha opción a sabiendas de
que se está obviando una parte importante de la compleja realidad
con el fin de abarcar, en esta primera toma de contacto, el proceso
que a modo de generalidad impera y se perpetua, causando inconta-
bles transformaciones ambientales que no atienden a fronteras y se
expanden más allá de ellas, a escala global.

A su vez, el trabajo se vertebra en torno a dos ejes centrales pero inter-


conectados. El primero de ellos intenta situar al lector en la realidad del
cambio global como producto de la “antropización”, es decir, la creciente
alteración del medio como consecuencia de la actividad humana. Dicho
de otro modo, desde que se inaugurara el Antropoceno, la biosfera ha
venido sufriendo irreversibles daños, poniendo al sistema Tierra en su
conjunto al borde de sus límites, superando lo que algunos autores han
llamado “espacio operativo seguro” y cuestionando la sostenibilidad de
dichos patrones de interacción entre el macrosistema naturaleza, socie-
dad y economía. La toma de conciencia de dicha cuestión, por su parte,
suscitaría el interés de la comunidad científica, pasando a formar parte
de la agenda internacional a partir de la década de los 70. Como podrá
verse a continuación, la politización del problema del deterioro ambien-
tal se acompañó de un amplio debate en torno al binomio “desarrollo
sostenible” –1987, Informe Brundtland–. Tanto su definición como las
connotaciones que de él se desprendían generarían la mixtificación e
incluso falseamiento del mismo por su vaguedad de tratamiento y los
conflictos de intereses que subyacían a tal conceptualización. En un in-
tento por superar tal ambigüedad, autores como Martínez Alier, Gómez
Sal, Gómez Gutiérrez, Rescia, Gudynas y otros, pugnarían por el uso del
término “sostenibilidad” entendida en este trabajo como la “capacidad
de la humanidad para vivir dentro de los límites que le impone el medio
natural” (Gómez Gutiérrez y Gómez Sal, 2013).

En el caso concreto de América Latina, además, se observan determi-


nados patrones que la convierten en un caso paradigmático no sólo
porque puede verse afectada por los límites ambientales globales, sino
porque también se está acercando a sus propios límites regionales y
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locales. Esto es, los nuevos reordenamientos a nivel biofísico acaecidos


en el sistema global, junto con los límites planetarios que ya hemos
rebasado, ofrecen un panorama en el que determinados umbrales están

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siendo sobrepasados como producto de la intensa explotación de re-


cursos naturales –de acuerdo a fenómenos como el “neoextractivismo”
y la “reprimarización”–. Así, las vicisitudes que América Latina tendrá
que contrarrestar se presentan a dos escalas pero con formas conexas,
ya que la colonización de la naturaleza, como fenómeno enraizado,
agrava el cambio global en sus diversas formas –sobreexplotación de
suelos, incremento del consumo de agua dulce, pérdida de biodiversi-
dad, etc.– convirtiéndose en una peligrosa combinación de fuerzas que
exponen a la región a crecientes vulnerabilidades socio-ambientales.
Es, por tanto, una llamada a la reflexión en torno a la sostenibilidad
global, pero también a la sostenibilidad regional/local, entendidas como
cuestiones interdependientes, que anejas, plantean nuevos impactos y
retos a América Latina –escasez física, geopolítica, socio-económica y
medioambiental–. Por otro lado, y reconociendo la heterogeneidad de
Latinoamérica y las importantes divergencias y particularidades que se
presentan entre los distintos Estados, no se pretende tratar al conjunto
de éstos como un todo homogéneo, sino advertir la dinámica general
que se ciñe sobre toda la región. Lo cierto es que aunque se abarcara
de una forma más micro el estudio y se descendiera de lo puramente
sistémico, los retos ecológicos que se observan incidirán en la región,
como ya se ha dicho, sin discriminar entre unos y otros.

El antropoceno: retos a la sostenibilidad

El triángulo de interrelación: dimensiones ambiental, social


y económica

Desde una línea de análisis crítica proveniente de la Ecología se par-


te de “la imagen de un triángulo donde se busca el equilibrio entre
objetivos ecológicos, económicos y sociales” (Gudynas, 2004: 240), es
decir, la equiparación y balance de tres dimensiones o variables: eco-
nómica, social y ambiental. Así, y desde esta perspectiva, se incorpora
al ser humano y su actividad social como parte de las “comunidades
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bióticas” y por tanto, como agente que altera los ecosistemas a gran
escala1. El impacto de la actuación humana en los ecosistemas ha sido
una constante inalterable en el tiempo, presentando una diversidad de

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formas, velocidades e intensidad. La interrelación con el medio se viene


observando desde las sociedades cazadoras-recolectoras, pasando por
las sociedades agrícolas sedentarias, hasta la actualidad. Sin embargo,
será desde la Revolución Industrial, en el siglo XVIII y la revolución
científico-técnica, en el siglo XX, cuando se agraven las consecuencias
del exponencial aumento de la explotación de las posibilidades y re-
cursos que ofrece la naturaleza. La lógica del crecimiento económico
constante, la idea del progreso lineal, el régimen de acumulación
capitalista, los patrones intensivos de consumo y la vigorización de
la globalización, en última instancia, han terminado de acelerar el
denominado “cambio global” –que a pesar de ser global por ceñirse
a todo el Sistema Tierra, tiene múltiples y diversas manifestaciones
también a nivel local–. Se entiende por “cambio global”:

“…el conjunto de cambios ambientales afectados por la actividad huma-


na, con especial referencia a cambios en los procesos que determinan el
funcionamiento del sistema Tierra. Dos características del cambio global
hacen que los cambios asociados sean únicos en la historia del planeta:
la rapidez con la que este cambio está teniendo lugar y el hecho de que
una única especie, el Homo sapiens, es el motor de todos estos cambios”
(Duarte, 2006: 23).

Debido al origen antropogénico los cambios ambientales constatados,


en el año 2000 se acuñó el término “Antropoceno” para definir la era
geológica inaugurada en el siglo XVIII, caracterizada por el rol central
del ser humano como fuerza que altera los procesos de la biosfera
(Crutzen y Stoermer, 2000: 17-18) planteando límites a su capacidad
de carga –la “población máxima de una especia dada, que pueden
vivir en ese territorio sosteniblemente, es decir, sin estropear su base
de recursos” (Martínez Alier, 2004: 72).

La inclusión en la agenda internacional de la cuestión medioambien-


tal, adoptó diversos términos y referencias conceptuales hasta que el
Informe Brundtland –Our Common Future o Nuestro Futuro Común–
de 1987, realizado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y
Desarrollo, acuñara por primera vez el término“desarrollo sostenible”,
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contemplado en lo siguiente:

“Está en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, es


decir, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer

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la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias. El


concepto de desarrollo sostenible implica límites –no límites absolutos,
sino limitaciones que imponen a los recursos del medio ambiente el
estado actual de la tecnología y de la organización social y la capacidad
de la biosfera de absorber los efectos de las actividades humanas–, pero
tanto la tecnología como la organización social pueden ser ordenadas y
mejoradas de manera que abran el camino a una nueva era de crecimien-
toeconómico” (Informe Brundtland, 1987).

Este concepto, que habría sido constantemente debatido debido a la


ambigüedad e indefinición que paradójicamente presenta, derivó en
la escisión de dos posturas encontradas entre ambientalistas y eco-
nomistas. En definitiva, ¿qué entiende la economía por “desarrollo”?
¿Qué entiende por “sostenible”? ¿Es posible hablar de “desarrollo”,
como “crecimiento económico continuo”, al margen de su contexto
físico y social (Naredo, 1996: 51)? El marcado conformismo oculto
en el discurso del “desarrollo sostenible” se evidenció al soslayar una
cuestión prioritaria: la conservación de los ecosistemas.

Cuando se apela a los “límites no absolutos” y se recurre a argumentos


tecnocráticos y científicos para defender la viabilidad de la continua-
ción del sistema de producción vigente... algo no funciona. En última
instancia, el acriticismo del que hace gala el concepto de “desarrollo
sostenible” se observa en i) la ausencia de un cuestionamiento real en
torno a la plausibilidad a largo plazo de los actuales patrones productivos
y de consumo que se extienden a nivel global y ii) la capacidad para
“mantener en los países industrializados la fe en el crecimiento, hacien-
do las veces de burladero para escapar a la problemática ecológica y a las
connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva” (Naredo, 1996: 50).

Las reflexiones más críticas en torno a este fenómeno de cambio am-


biental global, por su parte, establecen la necesidad de abandonar la
idea de que el crecimiento económico como progreso continuo es el fin
deseable e irrenunciable a nivel mundial y que el desarrollo científico-
tecnológico podrá hacer frente a los efectos observados en el medio
ambiente. Por el contrario, es necesario asumir que la sostenibilidad no
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es fruto de la eficiencia y el crecimiento económico sino de la equidad


actual e intergeneracional. Así, se reivindica la necesidad de un enfoque
capaz de reformar la idea tradicional de sistema económico, estudiando
el enfrentamiento entre la expansión económica y la conservación del

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medio ambiente y las formas en las que se presenta (Naredo, 1996;


MartínezAlier, 2004).

Múltiples voces han cuestionado el discurso desarrollista del pensa-


miento económico clásico, planteando en su defecto nuevas formas
de entender lo “sostenible”o la “sostenibilidad”, entendiendo ésta
última como un concepto que no se ciñe al componente cuantitativo
del desarrollo como crecimiento, sino que reafirma la importancia de
su componente cualitativo así como de la necesidad de construir pro-
cesos que aseguren una sociedad equitativa a la vez que garanticen el
equilibrio y bienestar de la biosfera como sistema general que enmarca
los diferentes subsistemas.

Así, una vez asumida dicha conceptualización, fueron apareciendo


matizaciones y consideraciones más específicas en torno a la misma,
las cuales se tradujeron en un aluvión de nuevas formas de entender
la sostenibilidad: i) la “sostenibilidad débil”, de carácter puramente
antropocéntrico, no incorpora un debate ético y considera que el pro-
blema de los límites ambientales al capital natural puede solventarse
a través del capital humano y tecnológico de acuerdo a la racionalidad
netamente económica; ii) la “sostenibilidad fuerte”, que presta especial
atención a la salud de los ecosistemas, incorpora nuevos valores como
la equidad y justicia social y defiende una conservación utilitarista pero
responsable del medio natural (Gómez Gutiérrez y Gómez Sal, 2013); y
por último, iii) la “sostenibilidad súper-fuerte” que, incorporando todo
lo anterior y con una dimensión marcadamente biocéntrica, reconoce
que “la defensa de la naturaleza puede incorporar las justificaciones de
la utilidad para el ser humano, pero además debe atender los valores
propios de las especies vivas y sus ambientes, generando derechos y
responsabilidades” (Gudynas, 2004: 198) pugnando por la conserva-
ción de ésta dado su valor intrínseco. Naredo (1996: 55), por su parte,
entiende que la “sostenibilidad”, más allá de sus connotaciones, debe
entenderse también siguiendo un criterio espacial y temporal, esto es:
i) “sostenibilidad global”, el sistema Tierra como escala de referencia y
análisis a largo plazo; ii) “sostenibilidad local”, con procesos limitados
en espacio y tiempo; y iii) “sostenibilidad parcial”, en referencia a un
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subsistema o un elemento concreto como podría ser el agua.2

La lógica de este debate, a su vez, llevó al cuestionamiento de las


formas deseables de actuación para la protección y conservación del

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medio natural. Por un lado, la corriente más tecnocrática –dentro de la


tendencia de sostenibilidad débil– aupaba la visión de progreso y avance
científico-técnico como solución a los límites ambientales y contrarres-
to a los efectos de destrucción de la biosfera; mientras, las tendencias
de sostenibilidad fuerte y súper-fuerte han pugnado por otras formas
de valoración y de desarrollo adoptando un enfoque político que resalta
la importancia de la participación social en la adopción de políticas
de conservación, así como la necesidad de eliminar las desigualdades
e injusticias socio-ambientales imperantes en pos de la equidad y la
mejora de la calidad de vida (Gómez Gutiérrez y Gómez Sal, 2013).

“Planetary boundaries”: transformaciones del medio


natural y riesgos a la sostenibilidad global y local

En un intento por analizar el complejo fenómeno de “cambio am-


biental global”, una investigación encabezada por Johan Rockström
y publicada en 2009 en Ecology and Society, planteó la existencia de
“límites planetarios” –planetary boundaries– cuyo rebasamiento supone
amenazas a la seguridad ambiental pues genera vulnerabilidades tanto
a las poblaciones como a los propios ecosistemas en las que éstas se
insertan, lo que obliga a tomar en serio la dimensión biogeofísica de
la inseguridad y a otorgarle una centralidad preeminente al enfoque
ecológico (Dalby, 2009). Este grupo de investigadores, por tanto,
cuestionará la reversibilidad de los cambios ambientales identificados
desde el advenimiento del Antropoceno, planteando la existencia de
puntos de no retorno que condicionarán la “resiliencia” del planeta y,
por ende, el propio bienestar humano. El concepto de “límites planeta-
rios” sirvió como herramienta analítica y estimativa, capaz de calcular
el “espacio operativo seguro” para la humanidad, en relación con el
funcionamiento del Sistema Tierra. Para ello, se identificaron aquellos
procesos clave [del Sistema Tierra] en un intento por cuantificar qué
nivel de dichos límites no debía ser rebasado si se quería evitar un
irreversible cambio ambiental global. Así, y dado el reconocimiento del
impacto de factores antropogénicos en la aceleración de tal fenómeno,
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¿qué precondiciones planetarias no son negociables para garantizar el


bienestar de la humanidad, la sostenibilidad global y local? De acuerdo
al estudio de Rockström et al. (2009) se hablaría de nueve límites pla-
netarios circunscritos en torno a: i) la carga atmosférica de aerosoles;

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ii) la pérdida de biodiversidad; iii) los cambios en los usos del suelo;
iv) el uso mundial de agua dulce; v) el ciclo del nitrógeno y ciclo del
fósforo –que se puede simplificar como flujo biogeoquímico–; vi) la
reducción del ozono estratosférico; vii) la acidificación de océanos;
viii) el cambio climático y ix) la contaminación química.

Los límites de tres de los sistemas fijados –pérdida de biodiversidad,


cambio climático e interferencia humana con el ciclo del nitrógeno–
han sido notablemente rebasados (Rockström et al. en Nature, 2009),
mientras que dos de las variables asociadas al cambio antropogénico,
carga de aerosoles en la atmósfera y la contaminación química, se
hayan todavía sin cuantificar.

A modo de resumen, resulta necesario reseñar que a pesar de la trans-


versalidad y complejidad del “cambio global”, como se ha podido
comprobar, la preocupación creciente por dichos retos ambientales ha
generado una producción científica sin precedentes cuyo fin es esbozar
las herramientas necesarias para hacer frente a las perturbaciones de
origen antropogénico derivadas de la conversión de ecosistemas, la
multiplicación del consumo de energía y agua potable, la sobreexplo-
tación de suelos, la contaminación, etc., y las consecuencias que éstas
tienen sobre los procesos físicos, químicos y biológicos de la biosfera.
Éstos, por su parte, han cristalizado en impactos en el clima –cambio
climático–; en el ciclo del agua; en los ciclos del fósforo, nitrógeno y
carbono; y en la biodiversidad (Duarte, 2006; Rockström et al., 2009
y Costanza et al., 1997).

A escala regional, en América Latina, los concatenados impactos am-


bientales se han observado en torno a procesos vinculados a las nuevas
estrategias de crecimiento o estilos de desarrollo que han provocado
el aumento del nivel de residuos –desechos sólidos–, el incremento
de las emisiones de CO2 a la atmósfera, la acumulación de sustancias
tóxicas, la deforestación, el aumento del consumo de agua potable,
etc. (Gudynas, 2004: 69) lo que a grandes rasgos se ha traducido en
un aumento de la pérdida de biodiversidad –entendida esta como
amalgama de elementos que incluye las diferentes especies de fauna,
flora y microorganismos; la variabilidad genética de dichas especies
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y los ecosistemas (Gudynas, 2004: 20), y en la escasez de recursos


naturales, no renovables y renovables cuya explotación se realiza por
encima de su tasa de renovación. Como ya se ha adelantado, el cambio

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global es resultado principalmente de la antropización y la estructural


subyugación y control del medio natural para satisfacer las demandas
intensivas energéticas y materiales del sistema productivo actual.

“El proceso de transformación de la naturaleza es, pues, mayor, y la


tendencia se ahonda no solo por la generalizada erosión de las reservas
de energía y los materiales de calidad (y por tanto de bajo costo), la alte-
ración de los ecosistemas y la transgresión o aproximación a las fronteras
ecológicas de los ciclos biogeoquímicos, sino además como resultado del
actual auge de las actividades extractivas a escala mundial, vinculadas
a la crisis económica y a la especulación en el mercado de la tierra y las
materias primas (commodities)” (Delgado Ramos, 2013a: 50).

La preocupación de la Ecología Política por i) los “procesos de coloni-


zación de la Naturaleza”, ii) los conflictos “por el acceso, despojo, uso y
usufructo de los territorios y los recursos que éstos contienen” (Delgado
Ramos, 2013a: 47), iii) la desigualdad de los patrones de consumo
de recursos –observado, por ejemplo, en que un 20% de la población
total consume el 80% de los recursos totales (Gudynas, 2004: 86)– y
iv) la asimetría de los impactos derivados de los cambios ambientales
globales sobre las poblaciones en función de su geolocalización y nivel
socio-económico –entre otros–, la convierte en una disciplina idónea
para analizar los problemas que asolan la región latinoamericana. En un
marco en el que la ecuación actual de producción-circulación-consumo
–utilitarista y con marcado carácter neoliberal– está perpetrando una
alteración en los sistemas naturales, nos permite no sólo entender los
efectos de dichos procesos sino la causa de los mismos. Esta corriente
teórica vertebra su análisis a través de la vinculación “de las relaciones
de poder y los procesos de apropiación [del medio natural], con la
producción, distribución y consumo propios de cada sistema de pro-
ducción y de cara a los límites ambientales o la finitud de la naturaleza”
(Delgado Ramos, 2013a: 52). Por ello, los siguientes apartados tratarán
de perfilar cómo dichas relaciones de poder y procesos de colonización
del medio se han materializado en América Latina, paralelamente a
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la perpetuación de una estrategia regional de inserción económica en


el escenario internacional, basada en la explotación endógena –pero
extravertida– de su patrimonio natural.

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América Latina: un caso paradigmático

Tras el esbozo y planteamiento de cómo el cambio global –y sus mate-


rializaciones múltiples– pueden afectar a la inmensa riqueza ecológica
de América Latina, es menester proceder al análisis pormenorizado de
dicho escenario regional. Para ello, es necesario partir del reconocimien-
to de una constante histórica, capaz de determinar el comportamiento
de individuos, sociedades, Estados y regiones: la escasez. De acuerdo a
Judith Rees (en Stephan Libiszewski, 1992), existen diversos tipos de
escasez en relación a los recursos naturales: i) escasez física, entendida
en función de la finitud de los recursos en sí mismos; ii) escasez geopo-
lítica, esto es, la distribución desigual de los recursos a nivel espacial
o geográfico, lo que genera interdependencias entre los Estados; iii)
escasez socio-económica, entendida como distribución desigual de
los derechos de propiedad y el poder adquisitivo en una sociedad; y
iv) escasez medioambiental, resultado de la degradación ambiental
provocada por la actividad humana, a través de la sobreexplotación de
recursos no renovables –una explotación exponencialmente superior
a la tasa de renovación del recurso– y la contaminación del medio,
alterando el equilibrio de la biosfera. Dichas formas de escasez están
intrínsecamente relacionadas entre sí, por lo que una forma de escasez
no es excluyente de otra.

Teniendo en cuenta lo anterior, América Latina presenta todas las


formas de escasez de una forma u otra, excepto la escasez geopolítica
–aunque se está aproximando a sus límites–, ya que la región presenta,
paradójicamente un gran volumen de recursos naturales, lo que ha
derivado en la teoría conocida como “paradoja de la abundancia” o
paradox of plenty– lo cual será tratado en siguientes apartados–. Puesto
que ya se introdujo en la primera parte del trabajo la cuestión de la
escasez medioambiental como resultado de factores antropogénicos,
es necesario ahondar ahora en cómo el grado de escasez geopolítica y
la escasez socio-económica se convierten en factores influyentes en la
configuración de las relaciones internacionales de dicha región –asu-
miendo, además, que la escasez física es una generalidad estructural
compartida en todo el globo.
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América Latina cuenta con dos millones aproximadamente de hectá-


reas de superficie terrestre, poseyendo la mayor diversidad de especies
–entre ellas, un gran número de especies endémicas– y ecorregiones3

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del mundo en las que pueden diferenciarse ecosistemas naturales: 1)


terrestres: bosques húmedos tropicales y subtropicales –destacando,
entre muchos otros, la selva tropical de la Amazonía–, bosques secos,
bosques templados, bosques de matorrales mediterráneos, bosques
de coníferas, pastizales, matorrales, manglares, desiertos, etc. y 2)
marinos y costeros –con importantes humedales–. Además, cuenta
con importantes reservas de recursos hídricos así como de reservas
de recursos energéticos –petróleo, gas natural y carbón, entre otros–
(CEPAL, 2002: 75-149).

Empero, no hay que perder de vista el escenario menos halagüeño: la


sobreexplotación de los suelos y el mayor uso de la cobertura vegetal
están produciendo una creciente deforestación, con los riesgos que tales
procesos plantean para los ecosistemas terrestres, la biodiversidad de
especies de flora y fauna y los seres humanos que interrelacionan con
éstos. De igual modo ocurre en relación al exponencial aumento de
la explotación de los recursos pesqueros, las grandes amenazas sobre
los manglares, la extracción del agua de los acuíferos por encima de
su tasa de renovación y la contaminación in crescendo de tales aguas
subterráneas debido a la intensidad de la generación de desechos.
Desechos, a su vez, que pueden relacionarse con el aumento de la
explotación de las reservas de recursos energéticos y la intensificación
de la minería, fenómenos que no sólo se está produciendo a un ritmo
mayor al de las tasas de renovación de tales recursos sino que también
están obligando a la región a hacer frente a la intensa generación de
residuos materiales derivados de dichas actividades. En definitiva,
dichos problemas ambientales suponen nuevos riesgos para la región,
más teniendo en cuenta que ciertos procesos de degradación ambiental,
como ya hemos podido ver, escapan a fronteras geográficas y generan
impactos indiscriminadamente sobre todo el globo.

La racionalidad ecológica y la materialización de las


relaciones de poder
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Sin perder de vista la escasez y el cambio global –en su intrínseca re-


lación con la dimensión ambiental–, pero incorporando ahora los dos
vértices de nuestra imagen triangular, sociedad y economía, es menester
proceder al análisis del modo en el que cada sociedad “regula el aprove-

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chamiento productivo de la naturaleza [...] y desarrolla su propia racio-


nalidad ecológica” através de las representaciones materiales de ésta y
del sistema de producción adoptado”(Raza, 2000: 154). En base a que
la naturaleza es fuente de recursos, depósito de emisiones y desechos
y prestadora de servicios naturales, la “distribución ecológica”4 de ésta
debería realizarse a partir de las decisiones adoptadas por los actores
sociales con relación a la regulación y la “restricción ecológica” de las
condiciones de apropiación y explotación con el fin de garantizar la
sostenibilidad socioambiental. Sin embargo, se parte de la premisa de
que dichos actores, con diversos y encontrados intereses, no disfrutan
del mismo poder para hacerlos valer; es decir, las transformaciones
geohistóricas de la naturaleza habrían estado condicionadas por una
desigualdad de facto en el poder que ostentan los diversos actores
involucrados en la toma de decisiones respecto a la regulación de los
regímenes de acumulación.

En base a este supuesto de “racionalidad ecológica”, Raza (2000: 155-


162) realiza una periodización en cuatro etapas circunscritas a América
Latina a fin de analizar las peculiaridades asociadas a la articulación
sociedad-naturaleza que en cada una de ellas se han presentado:

1. Desde 1500 hasta 1820 aproximadamente. Con el advenimiento de


la colonización llevada a cabo por los Estados europeos, la región lati-
noamericana se convirtió en principal proveedora de recursos naturales
para las potencias coloniales. La riqueza ecológica de América Latina,
la tecnología minera y la desarrollada agricultura local permitieron que
se impusiera una economía colonial de exportación basada en la extrac-
ción de recursos naturales adoptando una visión instrumentalista que
consideraba la naturaleza una mera “canasta de recursos” (Raza, 2000
y Gudynas, 2004) alterándose las formas de explotación precolombinas
e incorporando a la región en la lógica económica mercantilista como
preconizadora del capitalismo moderno.

2. Desde 1830 hasta 1930 aproximadamente. A pesar de la consecución


en este periodo de la independencia de las repúblicas latinoamericanas
de las colonias europeas, la orientación de sus economías se mantuvo
inalterable. Las grandes élites y oligarquías nacionales, en pos de su
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beneficio privado, presionaron por el mantenimiento de lo que se


denomina “régimen de acumulación extravertido”, esto es, la orienta-
ción de las economías de extracción hacia el exterior posibilitado por

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la industrialización de los centros y como consecuencia, el aumento


exponencial de la demanda industrial de materias primas. La perife-
ria, para dar respuesta a dicha demanda, intensificó la extracción de
recursos naturales con todos los impactos socioambientales que ello
conllevaría. El “extractivismo” y la “primarización”, por tanto, se im-
plantarían de facto en los países latinoamericanos ya en el siglo XIX,
aunque como se ha visto, hundan sus raíces en el siglo XVI.

3. Desde 1930 hasta 1970 aproximadamente. La crisis de los años ’20


del siglo XX, puso en relieve la necesidad de avanzar más allá de los
patrones extractivos extravertidos, a la luz del deterioro constante de
los términos de intercambio entre los centros económicos y la periferia.
En el caso de América Latina, el comercio exterior basado en recursos
naturales habría arrastrado a la región a una situación no sólo de gran
dependencia respecto a dichos centros sino de vulnerabilidad dada la
alta volatilidad de los precios de las materias primas en el mercado
mundial. La respuesta regional planteada por Raúl Prebisch y asumida
por CEPAL, encontraría su materialización en el modelo de Industria-
lización por Sustitución de Importaciones (ISI), con una orientación
marcada hacia el interior.

El objetivo de dicho modelo se basaba en el fomento del mercado na-


cional interno a través de la consolidación de un tejido industrial que
sustituyera las importaciones de aquellos bienes con alto valor añadido
que procedían de los países industrializados, y que en definitiva, per-
petuaban el deterioro de los términos de intercambio. La competencia
internacional se mitigó através de la implantación de barreras arance-
larias al comercio exterior. Los flujos monetarios generados gracias a
la exportación de materias primas o productos basados en éstas serían
reinvertidos en el mercado nacional, pero para ello sería necesario proce-
der a la nacionalización de dichos recursos naturales y materias primas.
El triunfo en términos económicos de este modelo fue observable sobre
todo en las décadas de los ’50 y ’60 cuando alcanzó su punto álgido. Sin
embargo, se estancaría en los ’70 como consecuencia de la corrupción,
las ineficientes políticas económicas en términos de redistribución de
riqueza y rentas, etc. Finalmente, entraría en crisis definitivamente en
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los ’80 con el estallido de la denominada “crisis de deuda”.

En términos ecológicos, durante este periodo, el fomento del sector


agropecuario y la intensificación de los patrones extractivistas para

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mantener el ritmo de las exportaciones y sustentar el modelo ISI, llevó


en los ’70 a la adopción de lo que se conoce como “Revolución verde”,
basada en la convención de que a través de la innovación científico-
técnica se podría superar la escasez –física, geopolítica, socio-económi-
ca y medioambiental– de los propios recursos alimentarios, generando
notables impactos, visibles, como ya se adelantó, en el nivel de pérdida
de selvas tropicales, la erosión de suelos y el desplazamiento de la
frontera agropecuaria, entre otros.

4. Desde 1970 hasta la actualidad. La crisis mundial de los años ’70


primero, y la crisis de la deuda, después, acabaron por evidenciar la
existencia de importantes déficits estructurales en el seno de las eco-
nomías nacionales latinoamericanas. Los efectos corrosivos de la crisis
económica sumados a los procesos de democratización en los que se
encontraban inmersos muchos de los países latinoamericanos, dificul-
tó que los nuevos gobiernos que llegaron al poder pudieran impulsar
modelos económicos al margen de la lógica neoliberal del Consenso de
Washington y las reformas estructurales impuestas por los organismos
internacionales –Banco Mundial (BM) y Fondo Monetario Interna-
cional (FMI)–. Para contextualizar, en este periodo, en los centros
económicos, la instauración del fordismo permitiría la reorganización
geográfica y sectorial de la producción –la deslocalización empresarial,
la diversificación de la producción, la terciarización de la economía,
etc.–a la vez que se iniciaba un proceso de separación creciente entre
la esfera de la economía real y la esfera de la economía financiera, todo
ello enmarcado en la dinámica de la incipiente globalización. Dicho
esto, el papel de los organismos internacionales como el BM y el FMI
se tradujo en una mayor presión en el centro y la periferia –como ya se
esbozó previamente– para que se adoptaran políticas de privatización
de la producción, y por ende, del medio natural y los recursos que la
sostienen. Como consecuencia, en la década de los ’70, la política
internacional introduciría en la agenda la cuestión ambiental dada la
preocupación por los bienes globales. Sin embargo, la política ambiental
internacional se topó con una realidad compleja, y es que a pesar del
reconocimiento de la existencia de límites planetarios, el motor de la
economía mundial capitalista ha requerido ininterrumpidamente la
PENSAMIENTO PROPIO 46

subsunción de la naturaleza. Tal contradicción, en última instancia,


ha dificultado la adopción de acciones realmente firmes y eficaces, ob-
servable a nivel discursivo en la controvertida definición de “desarrollo

40
Paula Medina García

sostenible” que se adoptó en dicha etapa –lo cual ya fue introducido en


mayor profundidad en epígrafes anteriores–. En América Latina, por
su parte, es a través del pensamiento cepalino cómo se ha reafirmado
la tendencia de “sostenibilidad débil” erigida sobre el argumento de
que a través de una mayor producción y renta, podrían realizarse las
inversiones científico-técnicas necesarias para alcanzar las requeridas
mejoras ambientales, lo cual es observable diacrónicamente en las
estrategias de inserción económica que se han impulsado desde y
para la región.

5. Desde el año 2002-20035. La transformación del panorama interna-


cional que ha tenido lugar en esta última década, con el desplazamiento
del poder económico del Atlántico al Pacífico –y China como centro
neurálgico–, plantea nuevos y serios retos sobre la región latinoamerica-
na. En concreto, se ha asistido a un aumento del grado de dependencia
con respecto al crecimiento y la demanda de productos de los países de
la región Asia-Pacífico –en especial de China. Tal es así, que se habla
del “efecto China” para referirse al profundo impacto del crecimiento
acelerado de éste país en la demanda y en los precios internacionales
(Jenkins, 2011). Se habla de una “década dorada” (Núñez, 2014) de
un “súper-ciclo” en el precio de las materias primas, productos básicos
o commodities. Algunos autores sitúan el fin de este ciclo en el año
2008 –con el estallido de la crisis económica mundial–; otros la sitúan
en 2013, cuando se perciben los primeros síntomas de ralentización
y desaceleración del crecimiento de la potencia asiática. En defini-
tiva, el mismo “efecto China” que dio lugar al “súper-ciclo” de los
commodities, generó una década de relativa estabilidad para la región.
Empero, se redujeron los márgenes de autonomía y se incrementó el
grado de dependencia de la región con respecto a terceros dentro del
orden económico mundial. De cara a los problemas identificados en
torno a la sostenibilidad global y local, el reordenamiento en el peso
de los socios comerciales, en tanto y en cuanto no ha transformado
los patrones productivos y comerciales, no ha supuesto un cambio
con respecto a las externalidades desprendidas de ellos. Esto es, ya
sea para suplir la demanda de las economías occidentales y los socios
tradicionales –EEUU, UE– o para suplir la demanda de las economías
PENSAMIENTO PROPIO 46

asiáticas y su principal socio –China–; el patrón (neo)extractivista y


la (re)primarización creciente de las economías de la región presenta
signos de continuidad. Lo único que se ha conseguido es aprovechar

41
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

los “vientos de cola” y el derrame del crecimiento de una mastodón-


tica economía como la china. A efectos económicos, estabilidad en
la balanza comercial y crecimiento para la región. Desde el punto de
vista de la Ecología Política, continúa el proceso de “colonización de la
naturaleza”, con un fuerte impacto sobre los propios límites ecológicos
y la resiliencia de la región. La traducción en el medio natural de dichas
dinámicas comerciales, no deja de ser análogo a los que se han venido
produciendo desde los albores del siglo XVI, con la gran diferencia de
que a partir del Antropoceno, el ritmo, la intensidad y el volumen de
los impactos biogeofísicos y socio-ambientales se están presentando
de un modo más abrupto y visible.

El dilema de América Latina, el dilema de la periferia

Adoptar una mirada más holística para entender el “conflicto de


distribución de las condiciones de acceso a los recursos naturales y al
ambiente, así como de la distribución en el espacio y en el tiempo de
las consecuencias positivas y negativas de la explotación ambiental”
(Raza, 2000: 161), significa introducir nuevas variables insoslayables,
a saber: los actores, procesos e interacciones que tienen lugar entre
éstos, partiendo del reconocimiento de un tablero de juego en el que
la premisa incontestable gira en torno a la asimetría estructural de
poder –en este caso con respecto a la explotación y apropiación de
la naturaleza–. Por ello, para comprender mejor estos procesos, es
conveniente observar la Teoría de los sistemas-mundo de Immanuel
Wallerstein, dado que dicho análisis es funcional al planteamiento de
este objeto de estudio al enmarcar los procesos de explotación, con-
sumo y distribución de recursos naturales –de forma complementaria
al análisis propio de la Ecología Política en torno a las relaciones de
poder y la racionalidad ecológica–.

América Latina ha sufrido el despojo y colonización de los recursos


naturales presentes en la región: desde las colonias europeas, pasando
por las grandes oligarquías y élites dominantes que se habían instau-
rado tras las independencia, hasta llegar a la incursión masiva de em-
PENSAMIENTO PROPIO 46

presas privadas extranjeras –occidentales y crecientemente asiáticas,


principalmente chinas– con el beneplácito e incluso coordinación de
los propios Estados latinoamericanos en pos de atraer inversiones a

42
Paula Medina García

la región e impulsar la inserción económica de ésta en la economía


internacional. La “economía internacional”, entendida como “una
sola economía pero muchos Estados” que pueden ser categorizados,
a su vez, en función de los procesos en los que operen como “centro”,
“semiperiferia” y “periferia” (Taylor y Flint, 2002), es fundamental
para entender cómo la región habría quedado relegada a una posición
subalterna dentro del sistema internacional. Para acercarnos a dicha
categorización, es necesario remitir a la teoría de Wallerstein que cla-
sifica los diferentes sistemas históricos en base a “la forma en la que
se dividen las actividades productivas, las decisiones sobre la cantidad
de bienes que hay que producir, sobre el consumo o acumulación y
sobre su posterior distribución”. Así, el sistema vigente en la actuali-
dad, según Wallerstein (Taylor y Flint, 2002), sería el “sistema-mundo
moderno” que presenta una extensión global e incorpora a los actores
internacionales como partes de un todo mayor que actualmente se
ha cristalizado en lo que se denomina “economía-mundo”, esto es:

“La entidad que se basa en el modo de producción capitalista. El criterio


por el que se rige la producción es la obtención de beneficios y el incentivo
fundamental del sistema es la acumulación del excedente en forma de
capital. No hay una estructura política dominante ya que el mercado es,
en definitiva, quien controla con frías riendas la competencia entre las
diversas unidades de producción, por lo que la regla básica consiste en
acumular o perecer”(Taylor y Flint, 2002: 8).

De acuerdo a Wallerstein, dicha economía-mundo, se caracteriza por


tres elementos concretos: i) un mercado mundial único pero con un
desarrollo económico desigual en el mundo ii) un sistema interestatal; y
iii) una explotación de la economía en tres niveles: centro, semiperiferia
y periferia. El uso de estos tres términos que componen la estructura
tripartita de la economía-mundo hacen referencia a “procesos”, es decir,
“el argumento se relaciona directamente con la forma en la que se mo-
dela [a través de tales procesos] la estructura espacial” (Taylor y Flint,
2002: 21-22, 411-420): i) “centro” como “zonas, regiones o Estados de la
economía-mundo caracterizados por el predominio de los procesos que
suponen salarios relativamente altos y producción de alta tecnología; ii)
PENSAMIENTO PROPIO 46

“periferia” como “zonas, regiones o Estados de la economía-mundo que


se caracteriza por procesos que consisten en salarios relativamente bajos
y producción de baja tecnología” y iii) “semiperiferia”, como “zona,

43
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

regiones o Estados intermedios de la economía-mundo en los que no


predominan ni los procesos de centro ni los de periferia, sino que se
caracteriza por una mezcla de los procesos de producción de ambos”.

Sin embargo, uno de los elementos que definen la economía-mundo,


como se ha adelantado, es la desigualdad o asimetría existente en tal
sistema. En palabras de Andre Gunder Frank, precursor de la teoría
de la dependencia (en Taylor y Flint, 2002), existe un “desarrollo del
subdesarrollo”, pues existen “procesos económicos que tienen lugar
en la periferia de la economía-mundo, que constituyen la otra cara del
desarrollo que tiene lugar en el centro”. En otras palabras, los procesos
de centro y los procesos periféricos son, en términos de producción,
prácticamente opuestos; lo que, de acuerdo a la lógica del mercado,
genera asimetrías en términos de intercambio. Dichas asimetrías y des-
igualdades se han visto materializadas en este caso, en un deterioro de
los términos de intercambio para América Latina debido a los procesos
espurios de conmensurabilidad de los recursos naturales basados en
la fijación de precios por el mercado mundial y no realmente en base
a los servicios ecosistémicos que ofrece la naturaleza en sí misma o a
las limitaciones evidentes que la biosfera presenta.

América Latina fue “periferializada”6 como resultado de la coloni-


zación, donde el centro serían los Estados imperiales que buscaban
expandirse y crear nuevas zonas de producción económica (Taylor y
Flint, 2002: 125-133). El dilema de América Latina, tras las progresi-
vas independencias, ha estado condicionado por el debate en torno
a qué política adoptar o seguir, las cuales dependerían, en todo caso,
de los “equilibrios internos de las fuerzas políticas y de la relación con
los intereses del centro” (Taylor y Flint, 2002: 146). El dilema se ha
circunscrito en torno a las contradicciones existentes entre las aspira-
ciones de autonomía respecto del exterior y la eficaz inserción en la
economía mundial o, en otras palabras, entre “ponerse al día o tratar
de cambiar todo el proceso de desarrollo a escala global” (Wallerstein,
1991 en Taylor y Flint, 2002).

Dentro de la lógica de este dilema, podemos observar cómo en los


avances protagonizados en materia de integración regional, se han
PENSAMIENTO PROPIO 46

experimentado políticas que van desde el proteccionismo “hacia fue-


ra” y liberalización hacia dentro, hasta el desarrollo “desde adentro”
(Sanahuja, 2014), lo que en todo caso, y como se planteaba a partir de

44
Paula Medina García

la periodización de Raza, no se ha manifestado en una alteración de


los patrones extractivistas de la región. Al contrario, en la actualidad
podemos hablar de “neoextractivismo” y “reprimarización” –aunque
como ya hemos visto, no son fenómenos nuevos sino modelos que
han permanecido cuasi constantes desde el siglo XVI–. En esta última
década, de hecho, la estrategia de inserción internacional de la región
ha estado fuertemente vinculada al sector exterior –no sólo al comercio
sino también a la inversión extranjera directa, a la entrada de capitales,
etc.–. Como ya se ha adelantado anteriormente, el “efecto China” ha
supuesto un incremento de la exportación de commodities. La exporta-
ción de recursos naturales y manufacturas basadas en recursos naturales
se convirtió, durante casi una década, en el pilar del equilibrio de las
bancas comerciales de las economías latinoamericanas. Poco importaba
entonces que dichas exportaciones estuvieran poco diversificados y
que sus precios estuvieran completamente expuestos a la fluctuación.
Ahora, se habla del “fin del súper-ciclo”, de “la era del post-commodity
consensus”. La contracción de la demanda mundial en general –a partir
de 2008 con la caída de las llamadas “economías desarrolladas” y, a
partir de 2013, con la desaceleración de China–, ha vuelto a traer los
fantasmas del déficit en la balanza comercial y el deterioro de los tér-
minos de intercambio a la región en su conjunto –aunque se observan
diferencias entre las subregiones debido al diferente peso que ocupan
sus respectivos socios comerciales principales: EEUU para México y
Centroamérica; UE y Asia-Pacífico para Sudamérica–.

La capacidad de América Latina para superar lo que en este trabajo se


ha denominado el “dilema de la periferia”, se ha visto enormemente
mermada al reproducir las lógicas de dependencia que la arrastran
como consecuencia del reparto asimétrico de poder en el escenario
internacional. La enorme riqueza en recursos, se convierte en un arma
de doble filo: los Estados de la región han tendido a explotarlos y valerse
de ellos para incrementar su crecimiento e insertarse en la economía
mundial –precisamente para salir de esa posición subalterna y perife-
rializda–, pero también ha supuesto la merma de los mismos, gene-
rando fuertes desafíos a la resiliencia y sostenibilidad local. Mantener
economías (re)primarizadas y modelos (neo)extractivistas de desarrollo
PENSAMIENTO PROPIO 46

responde a miradas enteramente economicistas y cortoplacistas que,


en última instancia, socava la importancia de la naturaleza como pilar
de cualquier tipo de organización social.

45
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

“(Neo)extractivismo” y “(re)primarización”

En este apartado nos acercaremos un poco más a los procesos que están
teniendo lugar en la actualidad en América Latina, exponiendo de
una manera más pormenorizada cómo éstos multiplican los impactos
ambientales y plantean vicisitudes desfavorables a la región. Como ya
se dijo en el apartado anterior, la reafirmación del “extractivismo”/“neo
extractivismo” y la “reprimarización” de la economía latinoamericana,
es una realidad difícilmente eludible, por lo que será abordada a
continuación con mayor detenimiento.

Así, el extractivismo se entiende como aquel “patrón de acumulación


basado en la sobreexplotación de los recursos naturales” (Svampa, 2013:
34), recursos naturales que no sólo son minerales o petróleo –como
en muchas ocasiones se piensa al evocar el término de extracción–,
sino que también engloban recursos agrarios, forestales y pesqueros;
a su vez, dicho patrón no hace distinciones entre recursos renovables
y no renovables –en el caso de tratarse de recursos renovables, al no
respetar los ciclos de renovación de los mismos, estos se convierten, a
efectos prácticos, en no renovables a largo plazo–. Existe, además,una
excesiva concentración de commodities o productos básicos en el
monto de las exportaciones de América Latina, destacando productos
alimentarios –café, soja, fruta–, hidrocarburos –petróleo y gas–, metales
y minerales. De hecho, la megaminería o minería a cielo abierto, la
expansión de la frontera enérgetica –incluyendo el petróleo y el gas de
esquisto o shale gas, un gas natural no convencional–, la construcción
de grandes hidroeléctricas, la sobreexplotación de los recursos pesque-
ros, el incremento del uso de la cobertura vegetal, la tala de bosques,
la generalización de los nuevos agribusiness basados en la soja y los
biocombustibles como el etanol (MaristellaSvampa, 2013: 35), son
algunas de las materializaciones de este modelo (neo)extractivista y
ejemplos de la denominada (re)primarización económica.

Si se compara el peso de los productos primarios en la canasta expor-


tadora de América Latina y el Caribe con el peso de manufacturas, y
en concreto de manufacturas de alta intensidad tecnológica7, se dará
PENSAMIENTO PROPIO 46

buena cuenta de la profusa diferencia entre ambos grupos de productos.


Mientras que los productos primarios en ningún momento descienden
de 40% –el valor mínimo alcanzado es de 41,1% para el año 2002– y
se mantienen en torno al 50% del total –aún en 2014, con el inicio del

46
Paula Medina García

“fin del súper-ciclo”, sigue alcanzando el 51, 2%–; las manufacturas


con alto valor tecnológico no han sobrepasado el 15,8% –valor máxi-
mo alcanzado en el año 2000–, presentándose en 2014 como apenas
el 10,8% del total.

Parece acertado, por tanto, cuestionarse si realmente América Latina ha


entrado en el llamado “post-commodity consensus” o si por el contrario,
podemos seguir hablando de una suerte de “consenso regional de los
commodities”; esto es, un consenso tácito que de forma transversal
han adoptado los gobiernos –independientemente de su espectro
político–, por el cual se ha implantado el modelo (neo)extractivista
basado en una dinámica de despojo de tierras, recursos y territorios.
La desposesión, explotación y exportación de bienes primarios a gran
escala, fomentado por las exigencias tanto económicas como políti-
co-ideológicas del nuevo orden mundial y aupado por las demandas
externas de recursos naturales –la volatilidad de precios no siempre
responde a la escasez/abundancia física de los mismos sino a dinámicas
especulativas–, plantean conflictos socio-ambientales, económicos y
político-culturales como consecuencia de las nuevas formas de de-
pendencias y dominación y de las asimetrías y desigualdades a las que
tendrá que hacer frente la región.

La doble paradoja de la abundancia

Algunas de las “patologías socio-ambientales” que acompañan a la di-


námica vertical instalada por el modelo (neo)extractivista se concretan
en: i) la existencia de una mentalidad rentista estatal generalizada que
soslaya el problema ecológico; ii) la desestructuración de las comuni-
dades –rurales, campesinas o indígenas– ligadas a la naturaleza no sólo
por vínculos económicos sino también culturales; iii) la destrucción de
la biodiversidad; iv) la reducción de recursos naturales a ritmos cada
vez más acelerados planteando la escasez de éstos como una realidad
más cercana en el tiempo; y v) la generación de grandes volúmenes de
residuos que habrán de ser absorbidos por la propia región.
PENSAMIENTO PROPIO 46

La denuncia de este tipo de procesos de “despojo”, “desposesión”,


“colonización”, “usufructo” de los recursos naturales de la región puso
de relieve la existencia de enormes contradicciones que rodean a la

47
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

racionalidad ecológica actual, ¿por qué si América Latina era tan rica
en biodiversidad y recursos, disfrutaba de menores niveles de creci-
miento económico y desarrollo humano? ¿Por qué es la región la que
tiene que hacer frente a los estragos causados por la contaminación
y los residuos producidos por las actividades extractivas de los países
del centro? ¿Por qué los efectos de las transformaciones ambientales
globales azotarán a la región con mayor agresividad que a los países
de altos ingresos?

Los ya ineludibles límites planetarios, se ven en América Latina


acompañados de límites de tipo socio-ecológico con un carácter geo-
gráfico acotado. Es decir, los patrones extractivistas y la primarización
económica como variables inalterables desde alrededor del siglo XVI
–a pesar de que hayan sido redefinido como neoextractivismo y repri-
marización dado el marcado peso que presentan en la actualidad–, se
han convertido en uno de los focos de atención dada la preocupación
creciente por los efectos ambientales de los mismos. Si bien éste tipo
de modelo extravertido es funcional desde el punto de vista del comer-
cio internacional, la atracción de Inversión Extranjera Directa (IED),
el desarrollo de proyectos de infraestructura y comunicación de gran
envergadura, etc., los términos en los que se podrían materializar los
impactos han sido opacados sin pensar en los umbrales de deterioro y
en la base socio-ecológica del desarrollo (Gómez Sal, 2009).

Acosta (2010: 42-43), sintetiza estas ideas en lo que ha denominado


la “doble maldición de los recursos naturales” o “paradoja de la abun-
dancia” que, con un enfoque integral más allá del fatalismo, apuesta
por la superación de esta “maldición” polifacética. Su preocupación
por la prevalencia de economías primario-exportadoras en la región,
en línea con otros autores como Delgado Ramos, Maristella Svampa,
Martínez Alier, Raza o Gudynas, apunta a la necesidad de revisar las
pautas de aprovechamiento y distribución de los recursos en relación
a las “barreras del desarrollo”–léase: menor desarrollo, mayores ratios
de pobreza, alta desigualdad social, lógicas rentistas y relaciones clien-
telares, entre otras–. En otras palabras, “los países ricos en recursos na-
turales, cuya economía se sustenta prioritariamente en su extracción y
PENSAMIENTO PROPIO 46

exportación, encuentran mayores dificultades para desarrollarse. Sobre


todo, parecen estar condenados al subdesarrollo aquellos que disponen
de una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios”.

48
Paula Medina García

A colación de esta aserción, parece apropiado remitir a lo que Gunder


Frank estableció como “desarrollo del subdesarrollo” ya que dicha
modalidad de acumulación orientada hasta el extremo “hacia fuera”,
persiste gracias a la existencia de economías con altos ingresos pree-
minentemente importadoras de recursos naturales que sacan un alto
rendimiento del procesamiento y comercialización de los productos
primarios basados en recursos naturales. “Mientras, son los países
exportadores los que cargan con los pasivos ambientales y sociales”
(Acosta, 2010: 44), reafirmándose las desigualdades y dependencias de
la región con respecto a los mercados foráneos y el poder transnacional.
Es por ello que Acosta habla de una doble maldición o paradoja, porque
encuentra dos claros perfiles: uno geográfico y ecológico, circunscrito
a la propia región y otro de tipo político-ideológico, de acuerdo a las
políticas “mercadocéntricas” neoliberales: “son pobres porque son
ricos en recursos naturales, en tanto han apostado prioritariamente a
la extracción de esa riqueza natural para el mercado mundial y margi-
nado otras formas de creación de valor, sustentadas más en el esfuerzo
humano que en la generosidad de la naturaleza” (Acosta, 2010: 50).

Autores como Martínez Alier (2004) y Gudynas (2004) coinciden


en la necesidad de reconceptualizar estos procesos de distribución
asimétrica tanto de los recursos como de los costes socio-ambientales
derivados de la explotación de éstos. Para ello, acuñaron la expresión
“comercio internacional de capacidad de carga [ambiental]”8, para
hacer referencia al reparto eminentemente desigual de recursos ecoló-
gicos y a los “daños ambientales producidos a gran distancia” (Dalby,
2009: 274) que subyacen a las dinámicas de la economía-mundo; lo
que Taylor y Flint denominan mecanismo clave de las interrelaciones
del actual sistema-mundo: “el intercambio desigual” (2002: 152), y
que en el caso de América Latina acaba por cristalizar la “paradoja de
la abundancia”: “los recursos se extraen frecuentemente de las áreas
más pobres de la economía global, donde gran parte de las “mochilas
ecológicas” residen, mientras que los inversionistas y los consumidores
se benefician de ellos lejos de la zona de impacto ambiental” (Schütz,
Moll y Bringezu, 2004 en Dalby, 2009: 274).
PENSAMIENTO PROPIO 46

Como ya se ha venido reiterando a lo largo del trabajo, uno de los prin-


cipales efectos es que los recursos renovables pasan a ser no renovables
a largo plazo, debido a que su extracción o explotación se realiza en

49
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

un nivel superior al que permite la tasa de renovación. En cuanto a


los recursos no renovables, emergen problemas asociados a la “escasez
física” –stock natural que ya no puede ser recuperado (Gudynas, 2004:
73)– con los conflictos por su acceso que ello puede llevar aparejado.
Otra de las contrapartidas de este “intercambio asimétrico” sería la
“mochila ecológica” a la que hace mención Dalby refiriéndose a los
impactos ambientales provocados por los procesos productivos –ex-
tractivistas–, que medidos en una dimensión material, pueden ser
entendidos como desperdicios, residuos, desechos o contaminantes
que derivan de tal actividad productiva y que no son absorbidos por
aquellos actores que las llevan a cabo, sino por aquellas áreas en las
que se realiza la actividad en sí (Gudynas, 2004: 78). Hablamos, por
tanto, de “reparto desigual” en tanto y en cuanto es América Latina,
la que con gran riqueza biótica, a fin de cuentas está viendo cómo los
procesos de acumulación extravertida están reduciendo la capacidad
de carga regional, acercándose progresivamente a esos “límites plane-
tarios” que años atrás se veían tan lejanos. En términos ecológicos,
la creciente “huella ecológica” –entendida como “herramienta que
presenta de forma simple y reducida no sólo la cantidad de recursos
consumidos o los desechos producidos, sino también la capacidad del
medio de producirlos, de absorberlos o de regenerarlos” (Martínez
Castillo, 2007: 12)– se ha traducido en que buena parte de los países
latinoamericanos muestran una situación muy cercana a sus límites
ecológicos, –y en algunos casos como Venezuela y México, ya se ha
observado un déficit– (Gudynas, 2002: 80).

Es por ello que, en última instancia, la comercialización de naturaleza,


el intercambio internacional de servicios ecosistémicos, se ha tornado
una especie de “compra-venta” de capacidad de carga, en la que los
países industrializados que ya han sobrepasado sus límites ecológicos
y agotado las posibilidades que ofrecían sus ecosistemas naturales,
recurren a regiones en las que dichos límites todavía no han alcanzado
posiciones deficitarias, en este caso América Latina. Dicho intercambio
no contabiliza: i) los pasivos ambientales o la mochila ecológica vincu-
lada a los procesos extractivos; ii) el uso desproporcionado del espacio;
iii) la sobreexplotación excesiva de recursos naturales renovables por
PENSAMIENTO PROPIO 46

encima de sus tasas ecológicas de renovación; ni iv) el uso de servicios


ambientales. Consecuencia de esta lógica utilitarista, por tanto, será el
progresivo acercamiento de la región a sus propios límites ecológicos,

50
Paula Medina García

dado el deterioro de los umbrales que, entre otros, Costanza et al.


(1997) y Rockström et al. (2009) plantearon en sus estudios.

En palabras de Gudynas (2004: 164), las exportaciones realizadas por


América Latina, “se corresponden a transferencias de capacidad de
carga y servicios ecológicos hacia los países compradores. De la misma
manera, reciben en parte los efectos de sus desechos y contaminan-
tes globales. Estos hechos generan una expansión de la apropiación
ecológica de los países ricos, con la que alimentan la ilusión de un
desarrollo sin límites”. La paradoja es que buena parte del crecimiento
económico de América Latina se ha correspondido con este intercam-
bio desigual de capacidad de carga sin percatarse de que en realidad, el
conjunto de la región estaba avanzando hacia una “trampa ecológica”,
asumiendo además la práctica totalidad de las externalidades negativas
socio-ambientales y el deterioro de los ecosistemas naturales como
consecuencia de los procesos productivos extractivistas orientados a
la exportación. Siguiendo con esta lógica, Martínez Alier (2004) nos
brinda la idea de “deuda ecológica”, que plantea la existencia de acto-
res –las partes envueltas en la distribución a escala global de capacidad
de carga– que adoptarían los roles de deudores y acreedores. Es por
ello que aquellos que se han servido y beneficiado de este intercambio
desigual –países del centro–, en términos de responsabilidad, deberían
ocupar una posición de deudores respecto de las zonas, países o regiones
que han sido proveedores en sí mismas de capacidad de carga –como
la periférica América Latina–.

Conflictos de justicia socio-ambiental

Muy en relación a lo apuntado supra y acercándonos ahora a la di-


mensión social, se abordará de forma sucinta una de las consecuencias
ligadas a los procesos de colonización, apropiación y distribución de
la naturaleza materializadas en lo que se ha denominado “conflictos
socioambientales” (Svampa, 2013) o “conflictos ecológicos distributi-
vos” (Martínez Alier, 2004; Goebel, 2010), entendiéndose éstos como
PENSAMIENTO PROPIO 46

aquellos conflictos que están estrechamente relacionados con el acceso


y control de recursos naturales, espacios y territorios que, implicando
una gran asimetría de poder y un conflicto de intereses entre actores,
acaban provocando la explosión de adustos enfrentamientos.

51
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

La Ecología Política vuelve a ser tremendamente útil en esta aproxima-


ción ya que se preocupa por la distribución de los recursos ecológicos; y
a pesar de que en ésta influyen factores determinantes como el clima,
la topografía, las precipitaciones, los yacimientos de minerales, la cali-
dad de los suelos, etc., no serán sino los patrones sociales, económicos,
espaciales y temporales los que acaben por determinar el carácter de
dicha distribución como respuesta a lo que Judith Rees denomina
“escasez geopolítica”.

En el caso de América Latina, y dado lo expuesto hasta ahora, dichos


patrones no sólo ponen de manifiesto las relaciones de asimetría exis-
tentes a nivel internacional sino que también nos obligan a atender
otros niveles y otros fenómenos como la escasez socio-económica y
la sostenibilidad local. Las relaciones de poder y los procesos de pro-
ducción y distribución analizados de cara a la finitud de la naturaleza
(Delgado Ramos, 2013a: 52) son sólo una parte del fenómeno que nos
fuerza a poner sobre la mesa la cuestión de la “escasez socio-económi-
ca”, como la desigual distribución del poder adquisitivo y los derechos
de propiedad en relación con los recursos naturales. Si prestamos aten-
ción a ésta, comprobaremos que son las poblaciones indígenas, afro y
campesinas las que más se han visto damnificadas como resultado de
los procesos de desposesión y el metabolismo socioeconómico derivado
de éstos. Los conflictos por el uso del agua, el acceso a los bosques, etc.,
han puesto de relieve la existencia de sendas injusticias ambientales
que acaban por afectar a los sectores más vulnerables. De acuerdo con
Acosta (2013), la modalidad de acumulación extravertida ha generado
un esquema cultural dependiente del exterior, minimizando o margi-
nando las propias culturas y potencialidades locales.

La asunción de tales conflictos ha llevado a lo que Martínez Alier


(2004: 26-28) denomina una tercera vía ecologista llamada “ecologismo
popular” como movimiento que pugna por la justicia ambiental, sobre
todo a la luz de los crecientes impactos en el medio ambiente, el
desplazamiento geográfico de las fuentes de recursos y de los propios
sumideros de los residuos derivados de los procesos de transformación
de éstos. La pasividad política y científico-técnica para hacer frente a
PENSAMIENTO PROPIO 46

algunos de esos impactos ha generado, sobre todo en América Latina,


el levantamiento de grupos amenazados que se movilizan y protestan
apelando a sus derechos territoriales, defendiendo la naturaleza que

52
Paula Medina García

les sustenta. La raíz de dichos movimientos, sin embargo, no apela


al valor intrínseco o la sacralidad de la naturaleza, como podrían
hacerlo aquellas voces que adoptan la tendencia de “sostenibilidad
súper-fuerte”, sino que denuncian la existencia de injusticias sociales
que recaen sobre los colectivos –indígenas, afro y campesinos
principalmente– que ven alteradas las formas en las que históricamente
han coevolucionado, de modo sostenible, con la naturaleza. Según este
autor, y como consecuencia de los conflictos ecológicos distributivos,
esta tercera vía popular ha crecido a nivel mundial al compás, también,
del proceso de globalización:

“Esta tercera corriente está creciendo a nivel mundial por los inevita-
bles conflictos ecológicos distributivos. Al incrementarse la escala de la
economía, se producen más desechos, se dañan los sistemas naturales, se
menoscaban los derechos de las futuras generaciones, se pierde el conoci-
miento de los recursos genéticos, algunos grupos de la generación actual son
privados del acceso a recursos y servicios ambientales y sufren una cantidad
desproporcionada de contaminación” (Martínez Alier, 2004: 28-29).

De acuerdo con Goebel (2010), el ecologismo popular se apoya en la


premisa de que el desarrollo, entendido como crecimiento económico,
ha generado impactos ambientales que no han sido eficientemente
solventados por las políticas estatales ni por los cambios y avances
científico-tecnológicos. Tales impactos no neutralizados o contrar-
restados, han recaído de forma desproporcionada sobre determinados
grupos sociales que han fraguado, como respuesta, movimientos de
protesta y resistencia. Dichos movimientos, a su vez, han obligado a
incorporar la noción de “justicia ambiental” al concepto de justicia
social. Dicho de otro modo, la justicia social se ha tornado un concepto
mucho más amplio e inclusivo que se preocupa ahora por los conflictos
derivados de la desigual distribución ecológica desde el punto de vista
de la escasez socioeconómica. La importancia de estas organizaciones
ciudadanas y representantes de movimientos sociales radica en la
capacidad que éstos tienen para definir y politizar tales cuestiones de
injusticia socioambiental y para oponer una resistencia “desde abajo”
a los proyectos (neo)extractivistas de colonización de la naturaleza
PENSAMIENTO PROPIO 46

que se están desarrollando en la región.

Así, la nueva cartografía de protestas, presiona por la consecución de


una justa inclusión participativa de la sociedad y la democratización

53
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

de la toma de decisiones en torno a la gestión de los bienes y servicios


naturales-globales proveídos por el medio biofísico. Nada desdeñable
para el avance hacia políticas integrales que pugnen por las metas de
la sostenibilidad y la reconstrucción de la ciudadanía. Frente al orden
económico mundial y las políticas estatales ineficientes, los poderes
locales alzados de la sociedad civil tienen un potencial papel como
agente de cambio en América Latina, aunque no significa ello que no
vayan a tener que hacer frente a numerosos obstáculos y resistencias
debido al conflicto de intereses que evidentemente subyace a las rela-
ciones de poder. En otras palabras, bajo condiciones de altos niveles de
desigualdad socioeconómica y en conflicto con élites que en muchos
casos no tienen ningún tipo de interés ambiental, las iniciativas alter-
nativas para la distribución de los recursos naturales planteadas por los
poderes locales se ven limitadas por las interconexiones entre el poder
económico y el poder político. Es, por tanto, precondición requerida
el reducir las brechas y divergencias en términos de igualdad para que
la emergencia de tales actores pueda impulsar la fijación de marcos
legales –participación en la definición de los derechos propiedad, por
ejemplo– que superen la discrecionalidad de los detentadores del poder
que mientras privatizan las externalidades positivas y los beneficios de
los procesos de apropiación, socializan las externalidades negativas y
los pasivos ambientales.

La agenda de la Ecología Política, debido a ello, incorpora en sus lí-


neas de investigación los siguientes conflictos socioambientales que
han dado lugar a diversos movimientos de resistencia o “ecologismo
popular” según el caso: cargas desproporcionadas de contaminación
en zonas donde habitan personas muy pobres a las que se les fuerza
a aceptar tales condiciones a través de jugosos refuerzos positivos e
incentivos o incluso a través de medios coercitivos; el intercambio
propiamente desigual a escala internacional o intercambio de capaci-
dad de carga; “biopiratería”, esto es la apropiación de recursos gené-
ticos sin pago adecuado y sin reconocer los derechos de propiedad de
aquellos que los poseen para posteriormente procesar tales principios
activos y venderlos a un precio mucho mayor en los países centrales;
la degradación y erosión de suelos como consecuencia no sólo de la
PENSAMIENTO PROPIO 46

presión demográfica sino también de la creciente presión productiva


–uno de los límites planetarios observados por Rockström (2009)–;
conflictos mineros, sobre todo a la luz de la los crecientes proyectos

54
Paula Medina García

de megaminería y la ingente cantidad de residuos y contaminantes


que éstos generan en aquellas áreas en las que se localizan y conflictos
en torno a los derechos locales y nacionales de pesca frente al acceso
abierto y la intensiva pesca industrial; conflictos observados en torno
a la necesidad de definir derechos de propiedad; sólo por citar algunos
(Martínez Alier, 2004: 324-327).

A tales conflictos subyace la controversia de los “derechos de propie-


dad” y la necesidad de tipificarlos y establecerlos según sean de acceso
abierto pero con regulación internacional, propiedad comunitaria
regida por normas prefijadas, propiedad estatal o propiedad privada de
los recursos naturales. Además, y en relación con lo expuesto anterior-
mente, autores como Simon Dalby (2009) han puesto de manifiesto
la existencia de nuevas vulnerabilidades sociales surgidas del cambio
ambiental global que se traducen en conflictos socioambientales en
términos de seguridad humana y justicia global. Las fracturas ocasio-
nadas en el Antropoceno emergen ahora con más fuerza, lo que obliga
a tener en cuenta que son aquellas regiones y grupos más pobres los
que más vulnerables serán frente al cambio global, lo cual no deja de
ser paradójico: aquellos que menos han contribuido a tal fenómeno
en términos de huella ecológica, son los que más van a sufrir sus
consecuencias. Todo ello nos lleva a tomar en serio las dimensiones
geográficas de la inseguridad, definir de las prioridades y los medios
necesarios para lidiar con los daños ambientales que recaerán en las
comunidades más vulnerables –poblaciones más pobres, indígenas,
vinculadas al agro, costeras, isleñas, etc.– y que muy probablemente
nos llevará a presenciar la aparición de crecientes movimientos de
desplazados internos y refugiados ambientales.

Conclusiones

Las conclusiones que se ofrecen a continuación no tienen por finalidad


hacer una mera síntesis o resumen de lo desarrollado en el trabajo,
sino que abrirá nuevas líneas de reflexión que pueden desprenderse
PENSAMIENTO PROPIO 46

de todo lo expuesto con anterioridad. Cómo se ha podido observar a


lo largo de este pequeño estudio, habría que empezar por preguntar-
nos qué prisma hay que adoptar, qué mirada requiere el conjunto de
cambios globales que se están produciendo y cómo estos afectarán a la

55
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

sostenibilidad local y global. En definitiva y a grandes rasgos, se trata


de superar las disonancias cognitivas y el pensamiento cortoplacista
del que hoy en día hacemos bandera y adoptar nuevos principios de
responsabilidad intergeneracional, porque el “desarrollo” y la equidad
no son cuestiones banales que puedan ser mixtificadas sino que pre-
cisan de nuevas formas de actuación y cooperación que difícilmente
podrán ser alcanzadas si seguimos ciñendo el análisis de la cuestión a
términos esencialmente economicistas.

Nos movemos en un escenario en el que la actividad humana ha gene-


rado un profundo menoscabo de la resiliencia planetaria al sobrepasar
determinados límites ambientales –globales y regionales/locales– de
forma irreversible. En el caso de América Latina el rebasamiento
de dichos límites puede ser observado a partir de indicadores como
la huella ecológica y la capacidad de carga, ambas sobrepasadas en
sus umbrales de seguridad como resultado de la configuración de la
economía mundial y las altas demandas de recursos y energía que
ésta supone. Frente a ello, mientras que determinados autores han
adoptado posiciones exaltadamente catastrofistas o fatalistas, otros
pugnan por revertir y repensar el orden establecido a través de nuevos
paradigmas del desarrollo y nuevas cartografías de la integración como
alternativas a la acción privativa de los Estados; una acción que está
demostrando ser insuficiente para lidiar con este complejo fenómeno
que es el cambio ecológico global. La globalización, como background,
ha puesto de relieve las crecientes interdependencias que afrontan los
diversos actores internacionales; y el cambio global, como uno de los
factores causales de éstas, ha hecho constar la necesidad de avanzar
hacia un orden post-westfaliano y hacia nuevas formas de gobierno
post-liberales que interioricen los principios de sostenibilidad fuerte
y se acompañen de nuevos criterios con la finalidad de reconfigurar el
funcionamiento metabólico del par sociedad-naturaleza.

Para América Latina, la consecución de una mayor autonomía e inde-


pendencia respecto del orden económico mundial supondría i) una
reconfiguración de las relaciones de poder, ii) una superación de los
dilemas en los que se encuentra como resultado de la inmensa riqueza
PENSAMIENTO PROPIO 46

biofísica que posee y, por ende, iii) un avance hacia políticas integrales
de sostenibilidad más allá del histórico modelo extractivista. Dada
la especificidad de la región en relación a su riqueza eco-regional, la

56
Paula Medina García

envergadura y transversalidad de las transformaciones ambientales y la


“insuficiencia” e incapacidad de los Estados para hacer frente a éstas
por sí mismos, la gestión no pude delimitarse únicamente a los niveles
estatales sino que deberá ser abordada desde niveles supra-nacionales
sin perder de vista, así mismo, la importancia de la participación de
los actores locales. Habrá que promover una forma de gobierno multi-
nivel y multi-actor con tal de dar respuesta a las nuevas demandas que
plantea la realidad global y regional en términos de sostenibilidad. Esto
es, habrá que avanzar hacia nuevos órdenes de gobernanza; una gober-
nanza entendida como lo haría Jessop, en términos de “heterarquía”,
es decir, interdependencia y coordinación negociada entre sistemas y
organizaciones.

Empero y a pesar de estas aserciones normativas, desde un punto de


vista empírico, seguimos encontrando una remarcable limitación en la
incorporación de políticas ambientales en los proyectos de integración
regional así como una falta de voluntad política en el caso de los Estados
para enfrentar las interdependencias globales de carácter ecológico. La
“adiaforización”, el “hacer neutro” o la “huida hacia delante” como
dinámicas que se han venido cristalizando a nivel nacional y regional
–con la ausencia de políticas de conservación ambiental o la falta de
acuerdo en torno a cómo proteger los recursos naturales regionales,
por ejemplo–, ponen de relieve la paradoja persistente, el dilema en
el que todavía se encuentra la región entre reafirmar sus márgenes de
autonomía o seguir instrumentalizando el medio natural para conseguir
la plena inserción en el orden económico mundial.

Uno de los mayores problemas observados, por tanto, gira en torno a la


distribución del poder, la riqueza y los recursos. Mientras que desde el
punto de vista de la economía política internacional, algunos autores
consideran que estamos entrando en un nuevo periodo de convergen-
cia a escala global; desde el punto de vista de la ecología política, en
América Latina los impactos de las relaciones de poder neocoloniales
y el intercambio marcadamente desigual, nunca fueron más evidentes
en términos de límites ambientales. De hecho, el lastre de la pobreza
y la injusticia socioambiental, fenómenos que múltiples autores vin-
PENSAMIENTO PROPIO 46

culan a la abundancia de recursos naturales y a las desigualdades en


el reparto de poder, ha obligado históricamente a los gobiernos lati-
noamericanos a recurrir al modelo extractivista como vía de ingresos

57
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

en un intento por mantener las balanzas de pagos con signo positivo.


La legitimación de dicho modelo se ha llevado a cabo, bien a través
de la imposición directa, o bien a través de la negación de la infinidad
de conflictos socioambientales y la exclusión de las comunidades más
directamente afectadas de la participación en la toma de decisiones.
Así, en la actualidad, y a pesar del llamado “giro a la izquierda”, pocos
Estados se han alzado con políticas integrales de conservación am-
biental, al contrario, han continuado con los procesos extractivistas de
carácter progresista, esto es, adoptando ahora el Estado el rol de actor
protagonista ocupando el lugar que antes remitía principalmente al
sector privado. Numerosas contradicciones envuelven esta tendencia,
respecto a la cual puede hablarse de continuidad, pues cuanto más se
ahonde en el patrón extractivista, más impactos negativos se generarán
sobre los proyectos de integración regional y los nuevos órdenes de go-
bernanza global demandados. La autonomía de la región difícilmente
podrá alcanzarse si se siguen perpetuando las actividades productivas
primarias que están desquebrajando el espacio operativo seguro de la
región, ya que de forma inminente, ésta tendrá que afrontar las inter-
dependencias globales asumiendo que los efectos e impactos de éstas
serán, así mismo, desiguales. Todo ello se ha expresado en las diversas
posiciones políticas adoptadas por los estados latinoamericanos en las
negociaciones de las COP’s sobre cambio climático.

¿Cómo se puede romper el esquema actual? En primer lugar, será ne-


cesario abandonar la receta del “desarrollo económico” –que desde el
paradigma clásico es entendido como progreso unilineal o crecimiento
económico constante– y buscar “subversiones al desarrollo” –modelos
alternativos a tal paradigma– que incorporen la idea de sostenibilidad
como equilibrio multidimensional de esas tres esferas o arenas de las
que hablábamos al inicio de este trabajo: naturaleza, sociedad y eco-
nomía. Habrá de tenerse en cuenta, de igual forma, el componente
intergeneracional, que no sólo incorpora la preocupación por la calidad
de vida presente sino también futura. Sin duda, una de las alternati-
vas que incorpora tales criterios remite a los crecientes movimientos
PENSAMIENTO PROPIO 46

socioambientales que, “desde abajo”, están demandando un giro


“eco-territorial” frente al modelo de acumulación por desposesión de
recursos y territorios que se ha perpetuado en la región.

58
Paula Medina García

NOTAS

1. Desde este punto de vista, asumiendo que la biosfera es el sistema


ecológico mayor que integra a su vez al ser humano, su organización
social y el sistema de producción derivado de ésta, es necesario com-
prender que “toda actividad económica lleva implícito un consumo
de materiales y energía que proviene del medio natural” (Gómez
Gutiérrez y Gómez Sal, 2013: 7). La actividad económica humana se
inicia con el aprovechamiento de los recursos naturales –renovables
y no renovables– pero atraviesa diferentes fases más, esto es, durante
el procesamiento, genera impactos como la contaminación, que re-
percuten en el medio natural y, además, una vez finalizado el proceso
de transformación y obtenido el bien o servicio deseado, se generan
unos residuos o desechos que revierten al propio medio, generando
importantes impactos socio-ambientales (Gudynas, 2004; Gómez
Gutiérrez y Gómez Sal, 2013; Martínez Alier, 2004).

2. En este trabajo se adopta una perspectiva que concuerda con los pre-
ceptos de la “sostenibilidad fuerte y súper-fuerte” y se acota el estudio
del cambio global en su relación con factores antropogénicos –organi-
zación social y sistemas de producción devenidas del siglo XVIII– a los
impactos sobre la “sostenibilidad global” y la “sostenibilidad local” .

3. Ecorregión como área geográfica con flora, fauna y ecosistemas carac-


terísticos.

4. Distribución ecológica como “ventajas y desventajas de la explotación


de la naturaleza que se derivan de un tipo específico de derechos de
propiedad y explotación y que se dan en una y varias generaciones, es
el resultado de la discusión política de los distintos actores sociales”
(Raza, 2000: 154).

5. Periodo no incorporado por Raza en su análisis y que se plantea en


este trabajo como crucial para entender el devenir de las economías
de la región.

6. “La periferialización” como proceso que conduce a la situación de


periferia implica que las zonas incorporadas a la economía-mundo no
lo hicieron en condiciones de igualdad sino desfavorables respecto a
PENSAMIENTO PROPIO 46

los antiguos miembros (Taylor y Flint, 2002: 21).

7. Se ha procedido a la comparación entre productos primarios y manu-


facturas de alta intensidad tecnológica, ya que realizar la comparación

59
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

entre productos primarios y “manufacturas” stricto sensu, daría lugar


a una lectura sesgada. Esto se debe a que dentro de la misma categoría
de “manufacturas” también se encuentran las manufacturas basadas
en recursos naturales y para el fenómeno de reprimarización que se
pretende estudiar, conviene hacer las pertinentes distinciones.

8. Se entiende por tanto el “intercambio comercial de capacidad de


carga” como la consecuencia lógica del intercambio desigual de re-
cursos naturales entre las economías centrales y las periféricas pero
añadiéndole a tal interpretación la visión de la Ecología Política.

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Resumen
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

El estudio nos introduce en un ámbito conceptual en el cual observa


a América Latina como un caso paradigmático de procesos de “de-
sarrollo” subordinados a las lógicas de crecimiento de la economía
mundo, esta interdependencia entre lo ambiental-natural, lo social, lo
económico y lo político. El texto observa como en Latinoamérica estas
relaciones se complican por causa de existir “recursos compartidos”
espacialmente y los conflictos que se establecen por la competencia en
la explotación de estos. Se analizan los procesos que han dado lugar a
las actuales economías nacionales latinoamericanas y su reflejo en las
políticas de la región, lo cual permite apreciar con mayor objetividad
las diversas posiciones políticas de los países latinoamericanos en re-
lación con el “Cambio Ambiental Global” y mas específicamente con
respecto al cambio climático y los ya largos procesos de búsqueda de
acuerdos globales respecto a este fenómeno.

El trabajo deja clara la existencia de un proceso de cambio planetario


que diversos autores ya conceptúan como “antropoceno”, en referencia
a la acción de la especie humana sobre el clima; aspecto este que se
PENSAMIENTO PROPIO 46

ha señalado enfáticamente por el macro estudio que realiza el Grupo


Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) desde hace ya
mas de una década

62
Paula Medina García

Abstract
From Utopian Trialectics To Dystopian Planetary Boundaries:
Latin America And Environmental Impact Peripheralization

This study introduces a conceptual scenario where Latin America is


perceived as a paradigmatic case of “development” processes subordi-
nated to the global economy growth logics, i.e., the interdependence
among the environmental-natural, social, economic and political
factors. The paper notes how these relations are more complicated in
Latin America due to the existence of spatially “shared resources” and
the resulting conflicts over their exploitation. An analysis is made of
the processes leading to the current Latin American national econo-
mies and their reflection on the policies of the region, providing for a
more objective understanding of the different political stances of Latin
American countries in relation to “Global Environmental Change”
and, more specifically, to Climate Change and the long-stalled search
for global agreements on this phenomenon.

The paper makes it clear that there is a planetary change process in


place, which many authors call the “Anthropocene”, referring to the
impact of human activities on climate. This aspect has been strongly
underscored by the macro study that the Intergovernmental Panel on
Climate Change (IPCC) has been developing for over a decade.

Summario
Da trialética utópica aos distópicos limites planetários:
América Latina e a periferialização do impacto ambiental

Este estudo nos introduz em um campo conceitual em que a América


Latina é vista como um caso paradigmático de processos de "desen-
volvimento" subordinados às lógicas de crescimento da economia
mundial, com sua interdependência entre os aspectos ambientais-
naturais, sociais, econômicos e políticos. O texto observa como essas
relações são complicadas na América Latina pela existência de "recursos
PENSAMIENTO PROPIO 46

compartilhados" espacialmente e pelos conflitos decorrentes da conco-


rrência na exploração destes. Também analisa ​​os processos que deram
lugar às economias nacionais latino-americanas atuais e seu reflexo nas
políticas da região, o que permite apreciar com maior objetividade as

63
De la trialéctica utópica a los distópicos límites planetarios:
América Latina y la periferialización del impacto ambiental

diversas posições políticas dos países latino-americanos em relação à


"Mudança Ambiental Global", mais especificamente no que se refere
à Mudança Climática e aos já extensos processos de busca de acordos
globais en torno desse fenômeno.

O trabalho deixa claro a existência de um processo de mudança pla-


netária que vários autores já conceitualizam como "antropoceno", em
referência à ação das espécies humanas sobre o clima. Este aspecto
foi destacado enfaticamente pelo macro estudo realizado pelo Painel
Intergovernamental sobre Mudanças Climáticas (IPCC) durante mais
de uma década.
PENSAMIENTO PROPIO 46

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