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EDGAR MOREN

LA NOCION DEL SUJETO


I. Lo controversial del sujeto. Evidente y no evidente. Evidente porque en todas las lenguas existe una primera
persona del singular; evidente por la reflexión de Descartes: no puedo dudar de que dudo, por tanto pienso; soy
yo quien piensa. No evidente cuando me pregunto ¿dónde se encuentra ese sujeto?, ¿qué es?, ¿en qué se
basa?, ¿es una experiencia ilusoria o bien una realidad fundamental?
Ahora, si se considera desde la ciencia, sólo se observan determinismos físicos, biológicos, sociológicos o
culturales, en este caso sujeto tiende a disolverse. Desde el siglo XVII, en nuestra cultura occidental, el sujeto ha
venido sufriendo una extraña disyunción. En lo cotidiano percibimos sujetos, nos sentimos sujetos y vemos
sujetos. Sin embargo, desde la particularidad de la ciencia, con sus determinismos, el sujeto se disuelve,
desaparece.
Descartes vio dos mundos: el mundo de los objetos (ciencia, tecnología, la matemática) y el mundo de los
sujetos que es intuitivo, reflexivo (alma, espíritu, sensibilidad, filosofía, literatura). Desde entonces vivimos en
una oposición: Por un lado la ciencia, por el otro lado la noción de sujeto de Descartes con su famoso Cogito,
aquí el sujeto se vuelve fundante de la verdad ahora y posible, en este sentido, desde la perspectiva de Kant,
encontramos la noción trascendental de del ego.
En la ciencia clásica la subjetividad aparece como contingente, fuente de error, de este modo la ciencia clásica
excluyó al observador de su observación.
En el siglo XX, el sujeto se excluyó de las ciencias sociales: se ha expulsado al sujeto de la sicología y se lo ha
reemplazado por estímulos, respuestas, comportamientos; se lo ha expulsado de la historia donde se han
eliminado las decisiones, las personalidades para sólo ver determinismos; se lo ha expulsado de la antropología,
para ver sólo estructuras. No obstante ha habido algunos retornos del sujeto, por ejemplo, Foucault, Barthes: el
retorno del eros y de la literatura. Sin embargo, desde la filosofía el sujeto se encuentra nuevamente
problematizado.
¿Quién es el sujeto? ¿Acaso un epifenómeno, una ilusión? Morin cree fundamentar científicamente y no
metafísicamente al sujeto, proponiendo una definición que llama "biológica", no en el sentido de las disciplinas
biológicas actuales. Más bien bio-lógica que corresponde a la lógica misma del ser vivo, pensando primero en la
autonomía.
Autonomía que no se relaciona con la antigua noción de libertad (inmaterial y desligada de las constricciones y
contingencias físicas), por el contrario, está unida a la dependencia, dependencia inseparable de la noción de
auto-organización (auto-organización que significa autonomía; el sistema debe trabajar para construir y
reconstruir su autonomía, al tiempo dilapida energía. Se es autónomo pero al mismo tiempo dependiente del
mundo externo, dependencia no sólo energética sino también informativa; el ser vivo extrae información del
mundo exterior a fin de organizar su comportamiento.
El autor crea un término que enlaza todas las relaciones vistas en el aparte anterior: auto-eco-organización.
Dependemos del medio ambiente ya sea en lo biológico, en lo neurológico, en lo sociológico o en lo cultural. A
diferencia de las máquinas no humanas, las máquinas humanas tienen la capacidad de autorrepararse y
autorregenerarse sin cesar, "según un proceso que llamo de organización recursiva, es decir, una organización
en la que los efectos y los productos son necesarios por su propia causación y su propia producción, una
organización en forma de bucle"

II. Segunda noción, la de individuo. Hay una relación entre especie e individuo; la especie era considerada como
un patrón, un modelo general, de la cual salían ejemplares particulares, individuos. La otra consideración es que
no se ven especies, sino individuos. A veces prevalece una, a veces la otra. Para resolver esta cuestión recurre a
la paradoja de la microfísica.
Niels Bohr detectó en la física cuántica la contradicción entre el corpúsculo y onda. "La misma partícula podía
aparecer, según las condiciones de la observación, tanto como un corpúsculo, es decir como un cuerpo material,
discreto, particular, limitado o como una onda, es decir, algo inmaterial y continuo"; uno de los dos se impone
según la observación. Bohr entendió que había complementariedad entre esas dos nociones que no obstante se
excluyen lógicamente entre sí. Para Morín, del mismo modo hay complementariedad entre especie e individuo.
Para Morín "El individuo es evidentemente un producto; es el producto, como ocurre con todos los seres
sexuados, del encuentro entre un espermatozoide y un óvulo, es decir, de un proceso de reproducción”. Se es
producto y productor. La sociedad es el producto de las interacciones entre individuos, tal interacción, a su vez,
crea una organización que tiene cualidades propias, en particular el lenguaje y la cultura, cualidades que
retroactúan sobre el individuo. "Significa que los individuos producen la sociedad, la que produce a los
individuos''. De este modo comprender la autonomía del individuo nos lleva a verla como relativa y compleja.

III. La noción de sujeto. Al llegar a la noción de individuo-sujeto, se debe tener claro que implica autonomía y
dependencia. Para el autor comprender tal aserto quiere tener claro primero qué es fundamentalmente una
organización viva.
El biólogo molecular ha olvidado por completo el problema de la auto-eco-organización del ser vivo. Los
organismos vivos son máquinas y computadoras indisociadas, no están separadas, son lo mismo. "Tenemos un
ser, un ser máquina que es un ser “computante”, es decir, un ser que se ocupa de signos, de índices, de datos:
algo que podemos llamar "información". Signos, datos, índices con los cuales trata el mundo interno como el
externo”. Los organismos vivos computan por su propia cuenta, es decir, están animados por la autofinalidad; se
hacen ellos mismos para sí mismos. Cómputo necesario para la existencia del ser y del sujeto. Un ser, si deja de
computar, muere. Pero ¿qué significa entonces 'computo para mí mismo'? ''Significa: me pongo en el centro del
mundo, en el centro de mi mundo, del mundo que conozco, para tratarlo, para considerarlo, para realizar todas
las acciones de salvaguarda, de protección, de defensa, etcétera. Aquí es donde aparece el sujeto en el computo
y con el egocentrismo, donde la noción de sujeto está indisolublemente unida a ese acto en el que no sólo se es
la propia finalidad de sí mismo, sino que también se es autoconstitutivo de la propia identidad".

IV. el principio de identidad, necesario para el funcionamiento de la computación; es un principio de diferencia y


de equivalencia, sin el cual no habrá cómputo. El yo, yo como el acto de ocupación del sitio egocéntrico. El yo
que habla y ocupa un sitio. "'Yo soy mí mismo' quiero decir entonces que el 'mí' no es exactamente el yo, porque
en la operación en que el mí se forma ese mí aparece como diferente, está objetivado, mientras que el yo es el
puro surgimiento del sujeto. Es un acto que plantea la diferencia entre el yo y el mí, y asimismo su identidad lo
que permite que el computo pueda tratar objetivamente al ser sujeto. El mí es la objetivación del individuo
sujeto, "remite al sí, que es la entidad corporal. En el sí están incluido el yo y el mí", términos que son a la vez
idénticos y diferentes: yo, mí, sí mismo.
Hay pues un principio de identidad que incluye un tratamiento objetivo pero con finalidad subjetiva, lo cual
permite la autorreferencia: "puedo tratarme a mí mismo, referirme a mí mismo, porque necesito un mínimo de
objetivación de mí mismo a la vez que permanezco como yo-sujeto. Estamos en el dominio de la autorreferencia
que implica auto-exo-referencia, "es decir que para referirse a sí mismo hay que referirse al mundo externo",
que es constitutivo de la identidad subjetiva. De modo que estamos en el dominio de sí mismo, la mismidad y el
no-sí, mí/no-mí, entre el yo y los otros yo.
Fuera del anterior principio de identidad hay otro que mantiene la invarianza del yo sujeto, es decir, lo que
permanece. Soy una serie de variaciones en el ser, aunque permanezca, es ese sitio central del yo que se
mantiene permanente a través de todas las modificaciones y que establece la continuidad de la identidad.
Segundo principio que Morin establece como la unidad en la varianza: la permanencia.

V. Pero Morin aún no ha llegado a la noción de sujeto humano. Asociados a la noción de sujeto hay dos
principios: el principio de exclusión y el de inclusión.
El principio de exclusión. Yo digo yo, nadie puede decirlo por mí, un yo corriente, más sin embargo único.
Principio de exclusión que es inseparable del principio de inclusión, y que hace que podamos integrar en nuestra
subjetividad a otros diferentes de nosotros, a otros sujetos. Tiene que ver, entonces, con el lugar que nos
corresponde en la sociedad, el grupo, el territorio del cual hacemos parte, a la vez a lo cual no pertenecemos. Es
decir el nosotros y los otros.
Igualmente Morin ve un tercer principio que es necesario agregar: "el de intercomunicación con nuestros
semejantes, el congénere, y que de algún modo deriva del principio de inclusión. Tenemos mucha
comunicabilidad y a la vez incomunicabilidad, que complejiza el problema de la comunicación.

VI. Ahora el autor cree poder definir el sujeto. Tiene claro que al hacerlo, debe tener en cuenta el
entrelazamiento de los múltiples componentes, vistos atrás, pero al tiempo debe tener en cuenta que el sujeto,
el individuo, está inmerso en universo donde existen el azar, la incertidumbre, el peligro y la muerte, donde el
sujeto tiene inevitablemente un carácter existencial. Sin embargo hay algo más, en primer lugar, nuestro
aparato neurocerebral gobernando a la vez el conocimiento y el comportamiento, enlazados ambos. Tenemos
un sujeto cerebral que es sujeto en el acto mismo de la percepción, de la representación de la decisión, del
comportamiento en lo cual se incluye la afectividad, pues todo parece estar ligado a la emoción, a los
sentimientos en lo que respecta al ser humano, y que se refiere siempre a algo que tiene un aspecto contingente
y arbitrario; actividad que no contraría ni inhibe el desarrollo de la inteligencia. Inteligencia y afectividad están
unidos estrechamente, el uno al otro. Es una característica del sujeto, es algo permanente.
Hay un segundo aspecto, propio del sujeto humano, y está ligado al lenguaje y a la cultura. "El individuo-sujeto
puede tomar conciencia de sí mismo a través del instrumento de objetivación dado por el lenguaje. Vemos
aparecer la conciencia de ser consciente y la conciencia de sí en forma claramente inseparable de la
autorreferencia y de la reflexividad. Es una conciencia donde nos objetivamos nosotros mismos para
resubjetivarnos en un bucle sucesivo incesante. Somos, como seres humanos, un componente de alter ego y ego
alter. Manifiesto en el sueño, en la muerte. "Esta experiencia del doble es la forma arcaica de la experiencia del
sujeto que se objetiva. Hasta que logramos interiorizar ese doble y llamarlo "alma", "mente", espíritu"".
Una noción más para entender la cuestión del sujeto, la libertad, la libertad como posibilidad de elección entre
diversas alternativas; supone dos condiciones. "En primer lugar, una condición interna, la capacidad cerebral,
mental, intelectual, necesaria para considerar una situación y poder establecer sus elecciones, sus apuestas. En
segundo lugar, las condiciones externas en las cuales estas elecciones son posibles. (...) Y podemos así observar
diferentes tipos, diferentes grados de libertad según tengamos posibilidades de elección más o menos
amplias..."
Finalmente se debe tener en cuenta todo lo concerniente al alma, al espíritu, esos sentimientos profundos como
el amor, en lo cual la idea del otro nos restituye a nosotros mismos la plenitud de nuestro propio ser. Ser otro
aún siendo nosotros mismos.
Cuando Descartes dice: "cogito ergo sum" pienso luego soy), "en realidad hace la operación implícita siguiente:
"yo pienso" es una aserción reflexiva que quiere decir "yo pienso que yo pienso". En ese "yo pienso que yo
pienso" el yo se objetiva en un mí implícito, "yo me pienso", "yo me pienso a mí pensando"" Descartes ha hecho
la operación de computación "yo soy mí mismo", descubre que ese pensante es un sujeto. Quiere decir,
entonces, que no hay cogitación (es decir, pensamiento) sin computación.

VII. Principio de incertidumbre. esta construcción del sujeto está impregnada de incertidumbre, he aquí el
sentimiento trágico. Principio de incertidumbre entendido de dos maneras. Primero: el yo no es ni primero ni
puro. No está fuera de toda operación material (computacional). Todas las dimensiones del ser son inseparables.
En cada yo humano hay algo del "nosotros" y del "se". No hay solamente el "nosotros"; en el "yo hablo" también
está el "se habla". El yo, por tanto, no es puro, no está solo ni es único. Está, por supuesto, el ello que habla, que
es una máquina biológica, algo organizacional, más anónima que el "se". "Yo" hablo, "se" habla y "ello" habla.
"El pensamiento unidimencional sólo ve el "se" y anula el "yo". Por el contrario, los que no ven más que el ''yo"
anulan el "se" y el "ello", mientras que la concepción compleja del sujeto nos permite enlazar indisolublemente
el "yo" al "nosotros", al "se" y al "ello"". Aquí el principio de incertidumbre, pues nunca tenemos claro quién soy,
quién habla. El yo debe estar permanentemente emergiendo.
Un segundo principio de incertidumbre, tiene que ver con que el sujeto oscila, por naturaleza, entre el todo y la
nada. Está en el centro del mundo y es el centro del mundo. Sin embargo, objetivamente no es nada en el
Universo, es munúsculo, efímero. Un sujeto dividido entre el egoísmo y el altruismo.
Para concluir, la noción de sujeto (una estructura organizadora) que Morin ha construido obliga a asociar
nociones antagónicas: "la exclusión y la inclusión, el yo, el ello y el se. Para esto es necesario lo que llamaré un
pensamiento complejo, es decir, un pensamiento capaz de unir conceptos que se rechazan entre sí y que son
desglosados y catalogados en compartimientos cerrados"; un pensamiento que tenga en cuenta las
ambivalencias, las incertidumbres, las insuficiencias de la idea que tenemos del sujeto.

EL PARADIGMA DE COMPLEJIDAD
No hace falta creer que la cuestión de la complejidad se plantea solamente hoy en día, a partir de nuevos
desarrollos científicos. Hace falta ver la complejidad allí donde ella parece estar, por lo general, ausente, como,
por ejemplo, en la vida cotidiana.
La complejidad en ese dominio ha sido percibida y descrita por la novela del siglo XIX y comienzos del XX.
Mientras que en esa misma época, la ciencia trataba de eliminar todo lo que fuera individual y singular, para
retener nada más que las leyes generales y las identidades simples y cerradas, mientras expulsaba incluso al
tiempo de su visión del mundo, la novela, por el contrario (Balzac en Francia, Dickens en Inglaterra) nos
mostraba seres singulares en sus contextos y en su tiempo. Mostraba que la vida cotidiana es, de hecho, una
vida en la que cada uno juega varios roles sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos
o con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de identidades, una multiplicidad de
personalidades en sí mismo, un mundo de fantasmas y de sueños que acompañan su vida. Por ejemplo, el tema
del monólogo interior, tan importante en la obra de Faulkner, era parte de esa complejidad. Ese inner.speech,
esa palabra permanente es revelada por la literatura y por la novela, del mismo modo que ésta nos reveló
también que cada uno se conoce muy poco a sí mismo: en inglés, se llama a eso self-deception, el engaño de sí
mismo. Sólo conocemos una apariencia del sí mismo; uno se engaña acerca de sí mismo. Incluso los escritores
más sinceros, como Jean-Jacques Rousseau, Chateaubriand, olvidan siempre, en su esfuerzo por ser sinceros,
algo importante acerca de sí mismos.
La relación ambivalente con los otros, las verdaderas mutaciones de personalidad como la ocurrida en
Dostoievski, el hecho de que somos llevados por la historia sin saber mucho cómo sucede, del mismo modo que
Fabrice del Longo o el príncipe Andrés, el hecho de que el mismo ser se transforma a lo largo del tiempo como lo
muestran admirablemente A la recherche du temps perdu y, sobre todo, el final de Temps retrouvé de Proust,
todo ello indica que no es solamente la sociedad la que es compleja, sino también cada átomo del mundo
humano.
Al mismo tiempo, en el siglo XIX, la ciencia tiene un ideal exactamente opuesto. Ese ideal se afirma en la visión
del mundo de Laplace, a comienzos del siglo XIX. Los científicos, de Descartes a Newton, tratan de concebir un
universo que sea una máquina determinista perfecta. Pero Newton, como Descartes, tenia necesidad de Dios
para explicar cómo ese mundo perfecto había sido producido. Laplace elimina a Dios. Cuando Napoleón le
pregunta: «¿Pero señor Laplace, qué hace usted con Dios en su sistema?», Laplace responde: «Señor, yo no
necesito esa hipótesis.» Para Laplace, el mundo es una máquina determinista verdaderamente perfecta, que se
basta a sí misma. El supone que un demonio que poseyera una inteligencia y unos sentidos casi infinitos podría
conocer todo acontecimiento del pasado y todo acontecimiento del futuro. De hecho, esa concepción, que creía
poder arreglárselas sin Dios, había introducido en su munto los atributos de la divinidad: la perfección, el orden
absoluto, la inmortalidad y la eternidad. Es ese mundo el que va a desordenarse y luego desintegrarse.

El paradigma de simplicidad
Para comprender el problema de la complejidad, hay que saber, antes que nada, que hay un paradigma de
simplicidad. La palabra paradigma es empleada a menudo. En nuestra concepción, un paradigma está
constituido por un cierto tipo de relación lógica extremadamente fuerte entre nociones maestras, nociones
clave, principios clave. Esa relación y esos principios van a gobernar todos los discursos que obedecen,
inconscientemente, a su gobierno.
Así es que el paradigma de simplicidad es un paradigma que pone orden en el universo, y persigue al desorden.
El orden se reduce a una ley, a un principio. La simplicidad ve a lo uno y ve a lo múltiple, pero no puede ver que
lo Uno puede, al mismo tiempo, ser Múltiple. El principio de simplcidad o bien separa lo que está ligado
(disyunción), o bien unifica lo que es diverso (reducción).
Tomemos como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente biológico. Es, al mismo tiempo, un ser
evidentemente cultural, meta-biológico y que vive en universo de lenguaje, de ideas y de conciencia. Pero, a
esas dos realidades, la realidad biológica y la realidad cultural, el paradigma de simplificación nos obliga ya sea a
desunirlas, ya sea a reducir la más compleja a la menos compleja. Vamos entonces a estudiar al hombre
biológico en el departamento de Biología, como un ser anatómico, fisiológico, etc., y vamos a estudiar al hombre
cultural en los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al cerebro como órgano
biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind, como función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no
existe sin el otro; más aún, que uno es, al mismo tiempo, el otro, si bien son tratados con términos y conceptos
diferentes.
Con esa voluntad de simplificación, el conocimiento cientifíco se daba por misión la de desvelar la simplicidad
escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos. Tal vez sea que,
privados de un Dios en que no podían creer más, los cientificos tenían una necesidad, inconscientemente, de
verse reasegurados. Sabiéndose vivos en un universo materialista, mortal, sin salvación, tenían necesidad de
saber que había algo perfecto y eterno: el universo mismo. Esa mitología extremadamente poderosa, obsesiva
aunque oculta, ha animado al movimiento de la Física. Hay que reconocer que esa mitología ha sido fecunda
porque la búsqueda de la gran ley del universo ha conducido a descubrimientos de leyes mayores tales como las
de la gravitación, el electromagnetismo, las interacciones nucleares fuertes y luego, débiles.
Hoy, todavía, los científicos y los físicos tratan de encontrar la conexión entre esas diferentes leyes, que
representaría una verdadera ley única.
La misma obsesión ha conducido a la búsqueda del ladrillo elemental con el cual estaba construido el universo.
Hemos, ante todo, creído encontrar la unidad de base en la molécula. El desarrollo de instrumentos de
observación ha revelado que la molécula misma estaba compuesta de átomos. Luego nos hemos dado cuenta
que el átomo era, en sí mismo, un sistema muy complejo, compuesto de un núcleo y de electrones. Entonces, la
partícula devino la unidad primaria. Luego nos hemos dado cuenta que las partículas eran, en sí mismas,
fenómenos que podían ser divididos teóricamente en quarks. Y, en el moento en que creíamos haber alcanzado
el ladrillo elemental con el cual nuestro universo estaba construido, ese ladrillo ha desaparecido en tanto
ladrillo. Es una entidad difusa, compleja, que no llegamos a aislar. La obsesión de la complejidad condujo a la
aventura científica a descubrimientos imposibles de concebir en términos de simplicidad.
Lo que es más, en el siglo XX tuvo lugar este acontecimiento mayor: la irrupción del desorden en el universo
físico. En efecto, el segundo principio de la Termodinámica, formulado por Carnot y por Clausius, es,
primeramente, un principio de degradación de energía. El primer principio, que es el principio de la conservación
de la energía, se acompaña de un principio que dice que la energía se degrada bajo la forma de calor. Toda
actividad, todo trabajo, produce calor; dicho de otro modo, toda utilización de la energía tiende a degradar
dicha energía.
Luego nos hemos dado cuenta, con Boltzman, que eso que llamamos calor, es en realidad, la agitación en
desorden de moléculas y de átomos. Cualquiera puede verificar, al comenzar a calentar un recipiente con agua,
que aparecen vibraciones y que se produce un arremolinamiento de moléculas. Algunas vuelan hacia la
atmósfera hasta que todas se dispersan. Efectivamente, llegamos al desorden total. El desorden está, entonces,
en el universo físico, ligado a todo trabajo, a toda transformación.

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