Teología a Distancia Sacramentos I Heriberto Vega Villaseñor 10 de septiembre 2008
EL SÍMBOLO Y EL CUERPO
1. Relación entre cuerpo y lenguaje
El lenguaje es escritura, la escritura es como la dimensión corporal del lenguaje, aunque la materialidad de la lengua también se expresa fonéticamente, es a su vez materia fónica significante. Derrida tomará el concepto de escritura como “institución fundamental de un signo”. El cuerpo que es el lenguaje, esa materia “troquelada culturalmente como significante” se constituye en dato, un dato precedente a cada hombre y ley para todos y para el conjunto del grupo. No tiene creador y es “el espacio originario u originante de toda institución”. El autor señala que ha habido una represión logocéntrica del cuerpo de la señal escrita, que la tradición metafísica por lo tanto es logocéntrica y “logofonocéntrica”. Esta metafísica tiene un presupuesto que no explicita respecto del “alcance de la realidad última y de presencia transparente a sí misma” que la ha llevado a “conjurar la exterioridad, la materialidad, el cuerpo como unos obstáculos” que sólo serán superados con su muerte en donde se asegura el “triunfo del alma inmortal”. Sin embargo el cuerpo, por principio el propio de cada uno, “es un cuerpo hablante-hablado” y “este cuerpo propio sólo es hablante porque es ya hablado por una cultura; porque es heredero de una tradición y solidario de un mundo”.
2. Diferencia entre la antropología propuesta por el autor con respecto a la
antropología dualista de carácter platónico. La antropología dualista de carácter platónico separa lo material de lo espiritual dando una relevancia a lo espiritual, de tal forma que el se vuelve cárcel del alma, de ahí que la aspiración mayo será la de liberarse de todo lastre material.
Entiendo que la antropología que propone Chauvet es encarnatoria o de la
corporeidad, esto es, no se tiene cuerpo, se es cuerpo. Sin la corporalidad no hay espiritualidad, se implican, están unidos intrínsecamente. Ahora bien esta corporalidad va más allá de la dimensión personal es también un cuerpo de cultura, de tradición y de naturaleza. Fundamentalmente se rompe la barrera entro interior y exterior, de ahí la apelación a la categoría de ipseidad que rompe con la de la mismidad. Esta ruptura pasa a través del cuerpo a su vez habitado por unos esquemas subrituales propios del simbolismo primario: + Vertical: alto bajo, + Horizontal: izquierda, derecha (espacial) Delante y detrás (temporal y espacial) Se trata de esquemas corporales mediadores primarios de toda identificación posible ya que identificarse es diferenciarse. La consecuencia de una antropología encarnatoria, corpórea, implica que lo “antropologal” es el lugar de todo posible “teologal”. 3. Implicaciones para la comprensión de los sacramentos. Se sugiere de entrada que lo sacramental debería ser el espacio “archisimbólico” del encuentro entre el espíritu y la letra. Los sacramentos deberían entenderse como “expresiones de la corporeidad de la fe”. En las celebraciones sacramentales entran en juego las diversas dimensiones corpóreas: el propio cuerpo de cada individuo como “lugar de articulación simbólica, a través de gestos, posturas, palabras y silencios. El cuerpo social de la Iglesia, “con su red simbólica de valores tan singular que estructura una lectura singular de la historia, de la vida y del universo”. El cuerpo tradicional “que vive en este grupo que es la Iglesia y que sostiene el conjunto del ritual”, El cuerpo cósmico de universo, “recibido como el don gracioso del Creador y cuyos fragmentos simbólicos (agua, pan y vino, aceite…) son reconocidos como mediación sacramental de inscripción por Dios por el Espíritu”.
Los sacramentos han de vivirse y celebrarse de forma corporal en todas sus
dimensiones, de ahí que esta visión aleja de toda propuesta o resabio gnóstico que aún opera en nuestra concepción. Nos podría costar trabajo “porque permanecemos dominados por la nostalgia de una presencia ideal e inmediata a nosotros mismos, a los demás y a Dios”. Pero una visión desde la corporeidad lleva a que los sacramentes nos recuerden y señalen que “la fe, en lo que tiene de más verdadero, se realiza en lo más banal de una historia, de una institución, de un mundo y, finalmente, de un cuerpo concreto”. La fe se encarna, está inscrita en un cuerpo: de cultura, de tradición, de historia, de deseo. La fe se revela como “una realidad sacramental por constitución” y no de forma derivada.
Si se asumen los principios de la sacramentalidad de la fe, se exige como
consecuencia una “aceptación de la corporeidad, una aceptación tal que la conduzca a intentar pensar a Dios según la corporeidad”. Creo que así superamos los llamados espiritualismos y las devociones fugaces y mágicas que operan en muchas de nuestras prácticas de fe y sobre todo las sacramentales.