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Resumen de “Historia Contemporánea de América Latina”, de Halperín

Donghi

Capítulo I: El legado colonial

Hispanoamérica

Durante el período colonial las diferentes importancias de las distintas regiones de


América Latina se mantuvieron. La costa atlántica (hasta mediados del siglo XVIII) y las Antillas
(hasta la independencia) serían las zonas más rezagadas de un imperio español centrado en la
minería andina. El sistema colonial español tenía el objetivo principal de obtener la mayor
cantidad posible de metálico con el mínimo de recursos. El sistema comercial y tributario
metropolitano se orientó hacia ese fin, y ello acarreó algunos efectos: 1) la supremacía
económica de los emisarios locales de la Metrópoli (el fisco y los comerciantes aseguraban el
vínculo con la Península); 2) el mantenimiento de las otras actividades económicas por fuera
de la circulación monetaria.
Los sectores criollos y la Metrópoli, si bien perseguían intereses en parte dispares,
lograron convivir -inestablemente- durante mucho tiempo gracias a que el botín de la conquista
no sólo era metálico, sino también hombres y tierras. La importancia de la franja geográfica
que va desde México hasta Bolivia no sólo reside en la existencia de metálico, sino también en
la de poblaciones indígenas que habían logrado un desarrollo importante antes de la Conquista,
lo cual las volvía funcionales a la economía colonial (no sólo para la minería, sino también
para actividades artesanales y agrícolas). Sobre la tierra y el trabajo indígena se montará un
modo de vida señorial que persistirá hasta bien entrado el siglo XIX (variable según los
países). Durante los siglos XVI y XVII, la conquista española conllevó la muerte de miles de
aborígenes (por guerras y porque el trabajo minero era sumamente insalubre); por ello, hacia
los siglo XVII y XVIII, la escasez de mano de obra fue percibida por la Corona.
Otras de las consecuencias del derrumbe demográfico del siglo XVII fueron: 1) el
reemplazo de la agricultura por la ganadería del ovino; 2) el reemplazo, con mayor intensidad
en las zonas más importantes del imperio (México), de la comunidad agraria indígena por la
hacienda, unidad de explotación del suelo dirigida por españoles. La hacienda, además,
requería de un mercado capaz de absorber su producción (a diferencia de la comunidad agraria
aborigen, que era de autoconsumo).
Dentro del orden económico colonial, la explotación agrícola estaba subsumida a la
minería y al comercio (les proporcionaba fuerza de trabajo, alimentos, tejidos y animales de
carga a bajo precio); ello no le impedía, sin embargo, desarrollar una economía de subsistencia.
Halperin otorga una considerable importancia a las fuerzas externas en la evolución
hispanoamericana. Hacia el siglo XVIII, comenzaban a darse transformaciones en el orden
colonial (no tanto en México): la minería entraba en una lenta decadencia, pero lo más
importante fueron las reformas borbónicas, que implicaron una reforma administrativa,
económica y militar del imperio. Entre las causas de las reformas borbónicas encontramos la
creciente pérdida del control por parte de España de las colonias, así como una voluntad
metropolitana por modernizarlas, y también el descubrimiento de la capacidad consumidora
de las colonias (recordar el contexto de surgimiento industrial en Europa, aunque sin embargo
España se mostraría débil para ofrecer manufacturas a las colonias), lo cual supuso la
instauración del libre comercio entre la Metrópoli y las colonias. Además, las reformas
borbónicas significaron un mayor control fiscal y militar (creación de nuevos virreinatos,
reestructuración del Ejército, por el cual se dejaba de contratar mercenarios y se reclutaban
soldados profesionales).
Algunas de las consecuencias de las reformas: 1) mayor fragmentación entre las
distintas colonias, que ahora sólo se vincularán directamente con España; 2) desplazamiento,
en las posiciones dominantes, de los criollos a favor de los comerciantes peninsulares; 3)
España, lejos de convertirse en proveedora industrial de las colonias, aparece como
intermediaria entre ellas y las potencias económicas europeas industriales (sobre todo
Inglaterra); 4) mayor “resentimiento” en los criollos, que ahora deberían re-subsumirse a la
Metrópoli; 5) si bien mejoró la eficacia administrativa, la corrupción e indisciplina de los
funcionarios persistió; 6) se conservó (y se eficientizó) la función política de la Iglesia, que no
era mal vista por los sectores subalternos. Las reformas borbónicas supusieron grandes cambios

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en algunas regiones (como el Río de la Plata, por ejemplo); incorporaron, a las desigualdades
ya existentes, otras nuevas.
Las comunicaciones entre las distintas regiones de Hispanoamérica eran muy malas: tan
sólo el transporte fluvial era medianamente seguro y eficiente. Ello es una causa importante
de la gran fragmentación de la región hacia fines del siglo XVIII. De hecho, los transportes
suponen uno de los costos mayores en la economía colonial. En este contexto, se da una
Hispanoamérica contradictoria: en ciertos aspectos estaba más integrada que hoy, pero estaba
muy segmentada en diminutas áreas.
Hay algunos rasgos comunes a Hispanoamérica en su conjunto: 1) la incidencia de la
Iglesia, no sólo en lo social y lo político, sino también en lo económico; 2) la existencia de
castas bien definidas y reafirmadas (“pigmentación”), en donde la supremacía la tienen los
blancos peninsulares y cristianos. La diferenciación por castas es un elemento estabilizador,
destinado a impedir el ascenso de los sectores urbanos inferiores a través de la administración,
el Ejército y la Iglesia. Pero la “recastificación” de la sociedad hispanoamericana a fines del
siglo XVIII demuestra que ella no tiene lugar para todos sus integrantes. La movilidad social
prácticamente nula en este contexto de ascenso económico de ciertos sectores es fundamental
para comprender la creciente hostilidad, sobre todo por parte de los criollos, hacia los sectores
peninsulares; hostilidad agravada porque las reformas borbónicas otorgaban los cargos
privilegiados únicamente a los peninsulares. Así, la sociedad colonial crea una masa de
descontento creciente, sobre todo de sectores que aspiran a más de lo que son.

México:

- región históricamente más importante y próspera de la colonia, diferenciada del resto del
imperio.
- Norte de México: ganadero y minero, era subsidiario del México Central.
- Tierras bajas del este (despobladas): surgimiento del azúcar hacia fines del siglo XVIII.
- Centro: industria artesanal relativamente importante, destinada hacia el mercado interno.
- Sectores dominantes del México Central y meridional: grandes comerciantes de Veracruz
(muchos de ellos peninsulares tras las reformas borbónicas).
- autonomía de la minería respecto al comercio (mineros poseen capitales).
- Su economía crece en la 2da mitad del siglo XVIII aunque no tanto como otras regiones.
- clase alta lujosa mexicana: criollos (mineros) y peninsulares (comerciantes y terratenientes),
a la vez que miseria popular. Enorme desigualdad social.
- crecimiento demográfico (siglo XVIII), sobre todo en el sector de autoconsumo.
- migraciones internas que, junto con el crecimiento demográfico, no son absorbidas en el
empleo.
- clase media no es aceptada en los cargos burocráticos, reservados a los peninsulares.

Así, este clima de prosperidad comenzaba a mostrar sus facetas más negativas, que terminarían
por hacerse ver claramente con la entrada del siglo XIX.

Antillas españolas (Cuba)

- Ganadera hasta principios del siglo XVIII, se orienta hacia la agricultura tropical.
- Tradicionalmente, 1) ganado y 2) tabaco (fluctuante).
- Siglo XVIII: introducción del azúcar. Fines del siglo XVIII y principios del XIX: gran
crecimiento del azúcar, por la huída de plantadores de Haití por la revuelta, más
favorable coyuntura internacional (independencia de EEUU, revolución francesa,
guerras civiles en España).
- Explotación del azúcar: escasez de capitales (arcaísmos técnicos), pequeñas unidades
productivas, mano de obra esclava.
- Azúcar ajeno en gran parte a España.
- Propietarios, en un principio, subsumidos a los comerciantes que les brindan capitales
y son sus acreedores.
- Región muy afectada por las reformas borbónicas.

América Central

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- Más estancada que México y Cuba.
- Más del 50% de la población era indígena.
- Guatemala: mayor concentración indígena. Grandes haciendas y comunidades
indígenas de subsistencia.
- El Salvador: no tantos indios y propiedad más dividida. Más tropical. Comerciantes
dominan la economía. Importancia del índigo.
- Honduras y Nicaragua: ganadería extensiva y escaso desarrollo. Mestizos y mulatos.
- Costa Rica: más despoblada. Hacia 1750, se establecen colonos gallegos en agricultura
de autoconsumo.

Nueva Granada (Colombia)

- Región muy compleja: fragmentada por accidentes geográficos.


- en crecimiento durante el siglo XVIII.
- Importancia del oro, sobre todo durante el siglo XVIII. Mano de obra esclava para la
minería.
- Más allá del oro, retraso y cierto aislamiento del mercado mundial.
- Costa: blanca y mulata.
- Interior: mestizo y en menor medida blanco.
- Meseta: ganadería y agricultura. Grandes terratenientes en algunas regiones (Bogotá)
y propiedad más dividida en otras (Antioquia).
- Cartagena (en la costa): fortaleza militar española muy importante.

Venezuela

- a diferencia de Colombia, volcada al mercado ultramarino y más integrada.


- Importancia del cacao. En menor medida, el café, el índigo y el algodón.
- Costa y valles andinos: agricultura de plantación, en manos de grandes terratenientes
criollos que usan mano de obra esclava.
- Región muy afectada por las reformas borbónicas.

Ecuador

- fuerte oposición costa/sierra.


- Costa: agricultura tropical de plantación (cacao de menor calidad que el venezolano
pero más barato), con mano de obra esclava y dirigida al mercado ultramarino.
- Sierra: mayoría indígena, minoría blanca. Aislada del comercio ultramarino (se
manifiesta en la persistencia de idiomas prehispánicos). Sobre todo de autoconsumo,
aunque hay cierta producción destinada a la costa o al Río de la Plata.
- Existe una alta clase indígena, “cómplice” de las clases dominantes blancas.

Virreinato del Perú

- en crisis por la subdivisión del virreinato (se habían creado el de Nueva Granada y el
del Río de la Plata, que tenía las tierras del Alto Perú), ya que Lima pierde la
concentración de la producción proveniente de estas regiones (sobre todo del Alto Perú)
a manos de Buenos Aires.
- Aumento de la producción de plata en tierras bajoperuanas.
- Minería seguía siendo la base de la economía y el comercio ultramarino peruano.
- Sierra del norte: mestiza y bastante bien incorporada al comercio con otras colonias.
- Costa: agricultura orientada hacia el comercio hispanoamericano (haciendas y
esclavos). Artesanía vinculada a la agricultura.
- Sierra del sur (Cuzco): indígena, proveedora de las zonas mineras, a la vez que
desarrolla una agricultura de subsistencia y una ganadería que atiende a las artesanías
locales. Predominancia de comunidades indígenas.
- Agricultura serrana oprimida por clases altas españolas e indígenas.
- Clases altas locales subsumidas a las de Lima (estas últimas son propietarias de los
latifundios costeros y comerciantes).
- Lima debe compartir sus ganancias con la Metrópoli.

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Chile

- Tradicionalmente subsumido a Lima.


- Región más aislada de todas (poca repercusión de las reformas borbónicas).
- Siglo XVIII: crecimiento lento, sobre todo de metales preciosos (para exportación).
- Poca diversificación económica por falta de compradores. Sólo Lima le compra trigo.
- Población crece más rápido que la economía, y es sobre todo rural, blanca y mestiza.
- Conquista de tierras indígenas durante el siglo XVIII.
- Siglo XVIII: pocos cambios en la estructura social. Campo: gran propiedad, explotación
semifeudal. Sube la proporción de los peninsulares (burócratas o comerciantes) en las
clases altas.
- Escasa población negra y mulata.

Río de la Plata

- Región muy afectada por las reformas borbónicas, por, entre otras cosas, la necesidad
de establecer una barrera ante el avance portugués.
- Economía, tradicionalmente dirigida hacia Lima, ahora se dirige hacia Buenos Aires,
que crece mucho.
- Clase mercantil rápidamente ampliada (sobre todo por la inmigración española) y
enriquecida, que domina por la concentración de la producción proveniente del Alto
Perú.
- Interior abastece al Alto Perú. El litoral y Buenos Aires son mercados auxiliares, aunque
el libre comercio con España a partir de 1778 lo perjudica.
- Litoral rioplatense crece muy rápido durante la segunda mitad del s. XVIII. Subsumido
a Bs As. Producción de cueros, con escasa mano de obra.
- Región pampeana y litoral: privilegiada porque no hay clara propiedad de la tierra, lo
que permite la ganadería extensiva, también gracias a reducidas amenazas indígenas.
- Montevideo, rival de Buenos Aires, no puede competir contra ella.

Paraguay

- Misiones: en decadencia. Produce algodón y yerba mate, pero pierde mercados con
Paraguay.
- Paraguay: prospera. Dominada por colonos peninsulares. Produce yerba, tabaco y
ganadería vacuna.

Alto Perú

- aún núcleo demográfico (indígena y mestizo) y económico del Virreinato del Río de la Plata.
- mayor dependencia de la minería respecto de comercio (respecto de México).
- Cierta decadencia de la minería, pero aún sigue siendo la más importante de la Sudamérica
española. Mano de obra sobre todo indígena.
- Agricultura altoperuano y artesanías textiles que proveen a las minas.
- Surgen ciudades comerciales (La Paz) al lado de las mineras. La Paz, indígena sobre todo, es
el nexo entre el Potosí y el Bajo Perú. Por ello, se ve perjudicada con las reformas borbónicas.

Brasil

El siglo XVIII afectó más a Brasil que a Hispanoamérica. El núcleo económico se desplazó
del norte azucarero al centro minero. Además, se expandió territorialmente.
Hasta fines del siglo XVII, Brasil se había centrado en la producción de azúcar, sobre
todo en el Norte. Pero hacia esta fecha, el azúcar comenzó su larga decadencia (que duraría
hasta fines del siglo XIX), tras la instalación de este cultivo en las Antillas, lo cual suponía una
mayor competencia en un mercado relativamente reducido. Brasil no estaba bien preparado
para afrontar esta competencia, ya que la producción azucarera era bastante arcaica. Pero con
la decadencia del azúcar, fue creciendo, en el Centro, la ganadería y la caza de indígenas (para
venderlos como esclavos complementarios en las plantaciones azucareras, que, por no disponer

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de moneda suficiente, ya no podían comprar tantos esclavos africanos, ahora dirigidos a las
Antillas).
El descubrimiento de oro en 1698 y el de diamantes hacia 1730 cambiarían la historia
brasileña. Estos minerales, existentes en la zona de Minas Gerais, serían una riqueza
fundamental para Brasil. La minería (mucho menor que la hispanoamericana) permitió el
retome de la importación de esclavos africanos (aunque destinados a esta actividad y no a la
azucarera) y facilitó, como en ningún otro país de Latinoamérica, la inmigración europea. Pero
hacia fines del siglo XVIII la minería entraría en decadencia.
A la vez, en la costa de Río de Janeiro, que se había convertido en la capital del Imperio,
se producía algodón (favorecido con el auge de la Revolución Industrial) y el arroz. En Río
Grande Do Sul, se practicó la ganadería, cuyos mercados eran tanto internos (para la carne)
como externos (cueros). Estas regiones serían las más prósperas hacia fines del siglo XVIII, en
contraposición a las zonas mineras y azucareras, en decadencia. No obstante, el azúcar seguía
siendo la principal actividad económica.
Las reformas pombalinas facilitaron la integración económica con Inglaterra, lo que
sería relevante durante a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
Por otro lado, la sociedad brasileña era menos cerrada que la española: el principal
límite de casta era el de la esclavitud. Por otra parte, la voluminosa inmigración metropolitana
que se dio en Brasil favoreció la creación de una aristocracia ligada al comercio ultramarino, a
diferencia de Hispanoamérica. Los hacendados ganaderos del centro y del sur, si bien
dependen, en cierto punto, de la aristocracia comerciante, tendrán un poder local muy sólido.
La diferenciación entre productores y mercaderes es distinta que en Hispanoamérica:
en Brasil hay desde el comienzo un amplio sector agrícola, dominado por una homogénea clase
terrateniente, que produce para ultramar. Portugal, menos poderoso que España, no puede
tener una política económica tan determinante como ésta última. Además, la administración
colonial, por parte de Portugal, era mucho más atrasada que la de España con Hispanoamérica.
Esto hacía que la cohesión entre metrópoli y colonia fuera menos sólida (lo cual explicaría la
importancia temprana de Inglaterra en la economía brasileña). Al igual que en España, la
Corona no puede afrontar ella misma las tareas de expansión colonial: es por ello que concede
ciertas atribuciones y autonomías a los sectores dominantes locales. Esto también podría tener
que ver con el rumbo posterior de Brasil, en el cual los sectores locales mantuvieron un poder
muy fuerte, mucho mayor que en Hispanoamérica.
En Brasil no se dieron reformas del tipo que en Hispanoamérica, en parte por el poder
menor que tenía Portugal para llevarlas a cabo, y en parte porque la Metrópoli no había estado
tan interesada en su actividad económica como lo había hecho España. En Brasil, la Corona no
garantizaba ni tierras ni mano de obra como sí en Hispanoamérica, lo cual también contribuye
a explicar el por qué de la mayor autonomía brasileña.
Pero la principal diferencia entre la estructura social de Brasil e Hispanoamérica es que
en esta última, la posesión de la tierra y la de la riqueza no van juntas; en Brasil sí suelen
acompañarse, y eso da a las clases dominantes locales un poder que les falta en
Hispanoamérica. Por eso, la creación de un poder central no puede darse en Brasil en contra
de esos poderes locales que pueden dominar las instituciones creadas para controlarlos. El
poder central nace aquí débil y se ejercerá conforme a esa debilidad. Por otro lado, el personal
eclesiástico en el Brasil de fines del siglo XVIII pertenecía a estas clases dominantes locales sin
parangón en Hispanoamérica.

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Capítulo II: La crisis de independencia

El edificio colonial, que había durado varios siglos, se desmoronó en tan sólo 15 años.
Este proceso de crisis de independencia, iniciado en 1810, terminaría en 1825, año en el cual
Portugal había perdido todas sus tierras americanas, y España tan sólo conservaba a Cuba y
Puerto Rico. ¿Por qué se dio tan rápido?

Primera etapa (1810-1815): estallido revolucionario y guerra civil

En Hispanoamérica, las reformas borbónicas, que reafirmaban -con éxito parcial- el


poder de España en sus colonias y la ubicaban como intermediadora entre éstas y las potencias
industriales, tuvieron, sin duda algo que ver, pero no hay que exagerar, dice Halperin, su
importancia. Las reformas borbónicas habían mejorado la eficacia de la administración: ello
explica el malestar de los sectores criollos, que ahora se sentían más controlados por la
Metrópoli. Además, este malestar se potenciaba porque las reformas habían otorgado los cargos
burocráticos a los peninsulares, y habían propiciado el acecho constante de los mercaderes
peninsulares en los puertos coloniales, relegando a los comerciantes criollos. Pero según
Halperin, el proceso de reformas político-administrativas de las colonias no puede explicar la
rapidez del proceso de independencia política respecto de las metrópolis: más bien, las
reformas prefiguran cambios y conflictos a largo plazo.
La causa principal del fin del orden colonial tampoco radica en la renovación ideológica
del siglo XVIII que, si bien era ilustrada, no era por ello precisamente revolucionaria o
anticolonial; a lo sumo, se le achacaba al régimen colonial sus limitaciones económicas, su
cerrazón social o sus características jurídico-institucionales. Será, pues, de fundamental
importancia, los hechos ocurridos en el frente externo, más precisamente en Europa: la
revolución francesa y sus consecuencias jugarían un papel fundamental para darle el golpe
de gracia a la decadente España (y a Portugal también).
Antes de la independencia, más allá de las reformas, se vislumbraba la degradación del
poder español, sobre todo a partir de 1795 y que se hacía cada vez más profunda. La Revolución
Francesa había llevado a la guerra marina entre Francia e Inglaterra, de la cual España no
estaba exenta. Las consecuencias de ello fueron una incomunicación entre España y las
colonias, que imposibilitaba el envío de soldados y el monopolio comercial. Así, España
adoptaría algunas medidas de emergencia que flexibilizaban el comercio de las colonias (y eran
bien vistas por los criollos). Pero las colonias ahora no tenían mercados asegurados y se
acumulaban stocks; los productores y comerciantes criollos comenzaban a ver en España el
principal obstáculo a sus intereses. Se empieza a plantear la disolución del lazo colonial, con
distintos matices.
Luego de la guerra de Independencia española, que aseguró la vuelta al trono de
Fernando VII y la alianza con Inglaterra, España pudo retomar el vínculo -ya muy
transformado y sin vuelta atrás- con sus colonias. Pero España se encuentra debilitada, militar
y económicamente, y la presencia de Inglaterra daba el golpe final al viejo monopolio. Además,
a nivel local, las elites criollas y las peninsulares son hostiles entre sí. Serán los propios
peninsulares quienes darán los primeros golpes al sistema administrativo colonial.
Entre 1800 y 1810 se dan una serie de episodios, a nivel local, que prefiguran la
revolución y muestran el agotamiento del régimen colonial. En el naufragio del orden colonial,
los puntos reales de disidencia eran las relaciones futuras entre la metrópoli y las colonias
y el lugar de los peninsulares en éstas, ya que aun quienes más deseaban mantener el
predominio español estaban poco dispuestos a seguir en el arruinado marco político-
administrativo colonial. En estas condiciones, las fuerzas cohesivas (que en España habían sido
muy importantes para derrotar a Napoleón), no existían en Hispanoamérica. Ni la veneración
por el rey cautivo, ni la fe en un nuevo orden español surgido de las cortes constituyentes
lograban aglutinar a Hispanoamérica, entregada a tensiones cada vez más insoportables.
En cuanto a las relaciones futuras con España, mientras duró la invasión francesa en
España, sobre todo entre 1809 y 1810, no se creía en el poder de la resistencia española.
Además, la España invadida parecía dispuesta a revisar el sistema de gobierno de sus colonias,
y transformarlas en provincias ultramarinas de una monarquía ahora constitucional.
En cambio, el problema más importante era el del lugar de los peninsulares en las
colonias. Las revoluciones comenzaron por ser intentos de las elites criollas urbanas por

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reemplazarlos en el poder político. La administración colonial, por su parte, apoyó a los
peninsulares.
En México y las Antillas no fueron tan importantes estas pugnas entre criollos y
peninsulares: en las Antillas, la revolución social haitiana, que había expulsado a los
plantadores franceses de ese país, mostraba los peligros que podía acarrear una división entre
las elites blancas. En México, la protesta india y mestiza de la primera fase de la revolución fue
derrotada por una alianza entre criollos y peninsulares.
La ocupación de Sevilla en 1810 y el confinamiento del poder real español a Cádiz
estuvieron acompañados de revoluciones pacíficas en muchos lugares, que tenían por centro al
Cabildo, institución con fuerte presencia criolla (variable según las regiones). Los cabildos
abiertos establecerán las juntas de gobierno que reemplazarán a los gobernantes designados
desde España.
Una aclaración: los revolucionarios no se sentían rebeldes, sino herederos de un poder
caído, probablemente para siempre. No hay razón alguna para que se opongan a ese patrimonio
político-administrativo que ahora consideran suyo y al que lo consideran como útil para
satisfacer sus intereses.
En líneas generales, la revolución es una cuestión que afecta a pequeños sectores:
las elites criollas urbanas que toman su venganza por las demasiadas postergaciones que han
sufrido. Herederas de sus adversarios (los funcionarios metropolitanos), si bien saben que una
de las razones de su triunfo es que su condición de americanas les confiere una
representatividad que aún no les ha sido discutida por la población nativa, no conciben
cambios demasiados profundos en las bases reales de poder político. A lo sumo, se limitarán
a una limitada ampliación a otros sectores en el poder, institucionalizada en reformas liberales.
Se abrirá entonces una guerra civil que surge en los sectores privilegiados (criollos
versus peninsulares): cada uno de los bandos buscará, para ganar, conseguir adhesiones en el
resto de la población. La participación de las masas en la revolución será muy variable según
las regiones. Por ello, hay que tener cuidado de no reducir el proceso revolucionario a un
mero conflicto interno entre las elites del orden colonial.
Hasta 1814, España no podrá enviar tropas contra sus posesiones sublevadas.

Río de la Plata

La junta revolucionaria envía dos expediciones militares para reclutar adhesiones: la


de Belgrano, que fracasa en el Paraguay, y otra que se extiende por el interior hasta el Alto
Perú. Allí, la expedición emancipa a los indios del tributo y declara su total igualdad, en un
signo de voluntad de ampliación de la base social, pero los criollos altoperuanos se oponen a
ello y se colocan del lado del rey. Los revolucionarios de Buenos Aires procuraron conseguir
adeptos en los sectores sociales inferiores, pero en regiones lo suficientemente lejanas de
Buenos Aires (como el Alto Perú), de tal modo que no fuesen una futura amenaza a su
hegemonía. En cambio, en las zonas más próximas a Buenos Aires, los dirigentes revolucionarios
serían mucho más reservados.
En la Banda Oriental, se daría un alzamiento rural que procuraría extender las bases
sociales de la revolución a sectores subalternos: el de Artigas. El artiguismo sería resistido por
las elites de Buenos Aires, que veían en él una amenaza para la cohesión del movimiento
revolucionario y, sobre todo, una expresión de protesta social inadmisible y peligrosa.
Antes de eso, la dirigencia revolucionaria de Buenos Aires se había dividido, en 1810,
entre Saavedra, moderado, más propenso a una continuidad reformada con España, y Moreno,
de tendencias rupturistas y jacobinas. El triunfo de los saavedristas sería efímero y sustituido
por la dirección de los oficiales del ampliado ejército regular en 1812, entre los que estaban
Alvear y San Martín. En 1813, una Asamblea soberana, si bien no declaró la independencia,
suprimió los mayorazgos y títulos nobiliarios, el tribunal inquisitorial y proclamó la libertad de
vientre. Sería la única revolución de la Sudamérica española que aún seguía en pie hacia 1815.

Chile

En 1810 se creó una Junta, de tendencias moderadas, pero Martínez de Rosas la fue
radicalizando. Esta radicalización fue el producto de la amenaza que representaba Perú
(realista), lo que obligó a la creación de un ejército que influiría en el desarrollo político. La
revolución se institucionaliza en 1811 en el Congreso Nacional, en el cual triunfaría el radical
Carrera, por medio de un golpe militar. El radicalismo, basado en el reformismo ilustrado,

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estaba dominado por la aristocracia santiaguina y funcionarios del antiguo régimen, y uno de
sus exponentes fue O´Higgins, que luego se volvería moderado. El Congreso, sin oposición
moderada, creó un Estado moderno, por medio, sobre todo, de reformas burocráticas y
judiciales, supresión de la Inquisición y la abolición de la esclavitud. Luego de un breve dominio
moderado, Carrera, aristócrata terrateniente, hace otro golpe de Estado y establece una
dictadura, que buscará apoyarse en sectores más amplios (ejército, plebe urbana).
La revolución chilena moría en 1814. Como en el Río de la Plata, la división entre las
facciones había frenado (o moderado) el movimiento revolucionario.

Venezuela y Nueva Granada

La revolución venezolana fue muy trágica por la cantidad de matanzas que hubo.
Comenzó en 1810, liderada por Miranda, quien no era apoyado por la oligarquía del cacao.
Miranda intentaría crear un aparato militar revolucionario eficaz y radicalizado. En 1811 se
proclama la independencia de España. La revolución era apoyada en el litoral del cacao, pero
el oeste y el interior eran realistas (dirigidos por Monteverde). Algunos alzamientos de los
negros llevaron a dar por finalizada la Revolución y entregado el poder a los realistas. Bolívar,
quien había combatido con Miranda, se exilió en Nueva Granada para reorganizar la lucha.
Venezuela se convirtió en fortaleza realista y hacia 1815 la revolución había sido frenada en
Nueva Granada. La revolución neogranadina se vio muy afectada por las tendencias dispersivas
entre sus jefes.

Segunda etapa (1815-1825): guerra colonial y triunfo revolucionario

Para 1815 sólo la mitad meridional del virreinato del Río de la Plata seguía en
revolución. En el resto, la metrópoli devuelta a su legítimo soberano comenzaba a enviar
hombres y recursos a los grupos que durante 1810-1815 habían resistido a los revolucionarios
con sólo sus recursos locales. Los realistas triunfarían, pero su alegría sería breve. Algunos
autores insisten en que la severidad de las medidas realistas a partir de 1815 habría generado
el efecto contrario de realimentar la revolución. Sin embargo, para Halperin esta explicación
deja de lado que la guerra civil no había desaparecido, sino que estaba latente, y además
sus consecuencias se hacían sentir. Así, una política menos vengativa por parte de los realistas
tampoco hubiera podido evitar los rebrotes revolucionarios.
La revolución se había hecho sentir tanto en las regiones revolucionarias como realistas.
Tanto los jefes realistas como los patriotas debían formar ejércitos cada vez más amplios,
para lo cual debían incorporar a sectores subalternos a sus filas y mantenerlos satisfechos:
para ello, se flexibilizó la movilidad jerárquica dentro del ejército; los cuadros superiores ya
no siempre quedaban en manos de las elites. A los nuevos jefes, provenientes de extractos
sociales inferiores, también se los dotó de recursos económicos.
Durante este período se dieron cambios económicos: el libre comercio penetra cada
vez más en las regiones hispanoamericanas, en donde ahora se importan productos ingleses que
son mucho más baratos que los de las artesanías locales, llevando a estas últimas a la ruina.
La lucha contra los peninsulares significará la proscripción, sin inmediato reemplazo,
de una parte importante de las clases altas coloniales.
Así, tras la restauración que se da hacia 1815 en casi toda Hispanoamérica, la guerra
vuelve a surgir, pero ahora con un nuevo carácter. La metrópoli se esfuerza por suprimir
completamente el movimiento revolucionario, lo que transforma la guerra civil en una guerra
colonial.
Una de las características de este viraje en el proceso revolucionario es la supeditación
de las soluciones políticas a las militares; de los focos revolucionarios aislados entre sí se pasa
a una organización a mayor escala, que finalmente llevaría a la victoria. En esto, según
Halperin, es clave la función que cumplieron los líderes revolucionarios.
Para esta segunda etapa de la revolución, Gran Bretaña y Estados Unidos, que hasta
ahora habían tenido una posición ambigua, contribuirían, directa o indirectamente, a que los
revolucionarios se armasen y sumaran hombres a sus filas. Hay que tener en cuenta, además,
que si bien España ahora estaba en condiciones de mandar ejércitos a sus colonias y de
mantener el orden colonial, a nivel interno las cosas habían cambiado. Si bien Fernando VII
había retornado al trono, las tendencias liberales no habían desaparecido, y mucho menos

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todavía en el ejército que debería defender a las colonias. Además, la situación económica
caótica hacía difícil una reconquista costosa.
Hacia 1820 se dio una revolución liberal en España que, si bien no se resignaba a perder
las colonias, reconocía que ya no se podía volver a la situación prerrevolucionaria, y que debían
efectuarse reformas conciliatorias. Estas ideas renovadoras no fueron bien vistas por algunos
sectores contrarrevolucionarios hispanoamericanos, intransigentes, que deseaban la
restauración absolutista; otros intentarían una reconciliación con los patriotas, dejando afuera
a la España liberal. Lo cierto es que ambas posturas debilitarían a los realistas.
En 1823 se daría en España una restauración absolutista apoyada por Francia.
Inglaterra, que era aliada de España pero tradicionalmente hostil a Francia, no vio bien esta
nueva influencia francesa sobre la Península y lentamente comenzó a inclinarse hacia los
revolucionarios hispanoamericanos. También en 1823, Estados Unidos proclamaba la doctrina
Monroe, por la cual no aceptaría una restauración española en Hispanoamérica. Para este año,
tan sólo el Alto Perú, algunas regiones del sur chileno y del sur peruano permanecían adictos al
rey. El avance de la revolución había sido, en gran medida, la obra de San Martín (de ideas
monárquicas) y Bolívar (que creía en una república autoritaria, guiada por la virtud). San Martín
contaría con el apoyo de O´Higgins en Chile y del gobierno de Buenos Aires, mientras que
Bolívar, al principio no tendría ni apoyos ni recursos. Sin embargo, hacia 1823, la situación era
más bien la inversa.
La guerra de independencia dejaría una Hispanoamérica muy distinta a la que había
encontrado, y distinta también de la que se había esperado ver surgir una vez terminados
los conflictos. La guerra misma, su inesperada duración, la transformación que había obrado
en el rumbo de la revolución, que en casi todas partes había debido ampliar sus bases (para
ambos bandos), parecía la causa más evidente de esa notable diferencia entre el futuro
entrevisto en 1810 y la sombría realidad de 1825.

Río de la Plata

En el Río de la Plata, un nuevo congreso se reunió en Tucumán en 1816, cuyo director


supremo era Pueyrredón, quien mantendría unidas, hasta 1819, a las distintas regiones. Esto
fue posible gracias a la alianza entre las elites gobernantes de Buenos Aires y de Tucumán y
Cuyo –cada vez más conservadoras y dispuestas a una reconciliación con la España restaurada-
, no afectadas por el federalismo artiguista. Sin embargo, Pueyrredón no lograría controlar por
él mismo la disidencia artiguista en el litoral: tuvo que acudir a la intervención portuguesa en
la Banda Oriental, para que mantuviera a Artigas a la defensiva. Hacia 1819, el régimen de
Pueyrredón se descomponía, y los caudillos del litoral se hacían cada vez más autónomos.

Chile

En 1817, San Martín, con recursos provenientes de Cuyo, derrota a los españoles y en
1818 se proclama la independencia de la nueva república, cuyo Director Supremo era O´Higgins.
La nueva república, que debía rehacer la cohesión interior, iba a ser marcada por un
autoritarismo frío y desapasionado, muy duro sobre todo contra los realistas y disidentes.

Perú y Bolivia

Durante la primera etapa revolucionaria, Perú había sido un bastión realista. La


reconquista de Chile debía ser el primer paso, pues, en el avance hacia Lima. En 1821 se crearía
un Perú independiente y monárquico, con San Martín como protector. Perú sería el estado
independiente más conservador de todos; en parte, se explica este conservadurismo extremo
como maniobra para ganar el apoyo de la aristocracia limeña, clave para consolidar el nuevo
orden. Sin embargo, aún persistían importantes reductos realistas, que amenazaban seriamente
a la revolución, y que sólo podrían ser derrotados con ayuda de nuevos auxilios externos, como
el de Bolívar. San Martín se vería obligado a renunciar y a fines de 1822 se proclamó la república
de Perú. Entre 1823 y 1826, se darían varios intentos realistas por frenar la revolución, que
serían finalmente derrotados.
En el Alto Perú, Sucre, aliado incondicional de Bolívar, lograría derrotar a los realistas
en 1825 y fundar la república de Bolivia, que escapaba tanto a la unión con el Río de la Plata,
como con Perú.

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Venezuela, Nueva Granada y Ecuador

Bolívar, en ruptura con la aristocracia de Caracas, se apoyó, inicialmente, en los


agricultores y pastores andinos, en los negros de la costa y en los llaneros que en 1814 lo habían
echado de Venezuela. En 1816, anuncia la liberación de los esclavos (fundamentales en la
economía de plantación de la costa venezolana) y se alía con Páez, formando la fuerza militar
que llegaría hasta el Alto Perú. Hacia 1819 se declaró la República de Colombia, que incluía a
Venezuela y Ecuador, pero con autonomías importantes. Sin embargo, la resistencia realista
duraría hasta 1821, bastante afectada por la revolución liberal en España, permitiéndole a
Bolívar avanzar hacia Perú. En 1821, se proclamó una constitución, que establecía un régimen
más centralizado que el que se había pensado en 1819: Bogotá era el centro.
Santander se ocupó de organizar el nuevo estado, pero la tarea era desde el comienzo
muy difícil. La modernización social debía enfrentar tanto a la Iglesia como a los grupos
privilegiados por el viejo orden (propietarios de esclavos del litoral venezolano opuestos al
abolicionismo, grandes mercaderes y pequeños artesanos enemigos del comercio libre). Sin
embargo, la república no se animaba a excluir a estos sectores conservadores, por miedo a que
ocurriese lo que en Haití en 1804.
El nuevo orden buscaba entonces retomar el moderado reformismo administrativo,
característico de las mejores etapas coloniales. Pero se topaba con serios obstáculos: no sólo
las ruinas del pasado cercano y los costos de la guerra limitaban sus recursos, sino que no tenían
una base de poder autónoma de sus gobernados. No eran sorprendentes, entonces, tendencias
localistas o centrífugas.
Así, la república de Colombia parecía tener desde su origen un desenlace fijado: el
golpe de estado autoritario que uniría, bajo la égida de Bolívar, a los inquietos militares
venezolanos y a la oposición conservadora neogranadina.

México

Aquí se dio una revolución muy distinta a las sudamericanas, en donde la iniciativa
había correspondido a las elites urbanas criollas, que ya para 1825 controlaban el proceso que
habían comenzado. En México, en cambio, la revolución empezó por ser una protesta mestiza
e india en la que la nación independiente tardaría decenios en reconocer su propio origen.
En 1810, un cura rural, Hidalgo (proveniente del noroeste), proclamaba su revolución,
apoyado fundamentalmente en sectores subalternos (peones rurales, y trabajadores mineros),
pero que de tan mal organizados y mal armados que estaban, serían derrotados.
Más allá del fracaso de Hidalgo, hacia 1812, el también cura Morelos (proveniente del
sur) se convertiría en el nuevo jefe revolucionario, con apoyo de las masas. Organiza mejor las
fuerzas que Hidalgo y propone la abolición de las diferencias de casta y la división de la gran
propiedad en manos de enemigos. Pero las disensiones, que en algún momento había logrado
minimizar, terminaron por debilitar la revolución de Morelos. Sin embargo, ésta no fue su única
causa: a Morelos, que a partir de un movimiento indígena quería lograr una revolución nacional,
moderada en su estilo pero radical en su programa, los realistas oponían un frente junto con
los criollos. Una vez eliminada la herencia de rencores del pasado, atenuados por el común
terror ante la revolución de Hidalgo, la unión de peninsulares y ricos criollos en defensa del
orden establecido era un programa más factible que el de la revolución. Así, Morelos sería
derrotado y ejecutado en 1815.
Los alzamientos de Hidalgo y Morelos, si bien habían llevado imágenes religiosas,
amenazaban la estructura eclesiástica. Por ejemplo, Morelos incluía entre las tierras a dividir,
las de la Iglesia. Por ello, no sorprende que la Iglesia también fuera su opositora.
Tras algunos alzamientos rurales que fueron sofocados, en los años siguientes los
criollos de la capital comenzaron a enfrentarse, poco a poco, con los peninsulares. Sin embargo,
este espíritu disidente no maduraría: la revolución liberal en España desencadenó súbitamente
la independencia de México, proclamada en 1821.
Los peninsulares tenían mayor peso en México que en el resto de las colonias. Porque
se creían dotados de suficiente fuerza local, también los peninsulares podían encarar una
separación política de España. Esta se produjo cuando el vuelco liberal de España pareció
afectar tanto a la Iglesia como la intransigencia en la lucha contra las revoluciones
hispanoamericanas. Las elites mexicanas temían que la España liberal los perjudicase, así que
prefirieron romper con ella.

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Brasil

Aquí la independencia de 1822 fue más pacífica. Una de las causas de esta diferencia
entre la independencia de Brasil y la de Hispanoamérica radica en que Portugal había otorgado
a Inglaterra la función de metrópoli económica de las tierras americanas. Si bien existieron
intentos, por parte de la Corona portuguesa, de aumentar la participación metropolitana en la
vida portuguesa, fueron mucho más limitados que los de España. Más allá de que existió una
inmigración portuguesa importante, que se incorporó a las filas de la elite peninsular, no logró
imponerse sobre las jerarquías locales surgidas durante los siglos anteriores.
Además, Portugal estaba mucho más dominado por Inglaterra que España; por ello, no
debe sorprender el cuasi-secuestro en 1810, por parte de los ingleses, de la corte portuguesa,
que la trasladaría de Lisboa a Río de Janeiro (ante la invasión napoleónica), que ahora se
convertía en la sede de la corte regia. Por otro lado, a esta altura, Inglaterra entablaba
relaciones comerciales mucho más profundas con Brasil que con Hispanoamérica.
Si bien la liberación de Portugal en 1812 no bastó para que la Corona retornase a Lisboa,
la revolución liberal de 1820, sí lo haría. El rey dejó a su hijo Pedro como regente del Brasil,
quien proclamaría la independencia en 1822, desoyendo la advertencia de las cortes liberales
que lo intimaban a seguir las órdenes de su padre. Sin embargo, gracias a la presión de
Inglaterra, en 1825, Portugal reconocería al nuevo estado independiente. En 1824 se proclamó
en Brasil una constitución liberal y parlamentaria.
El imperio de Brasil, surgido casi sin lucha y en armonía con un nuevo clima mundial
poco adicto a las formas republicanas, iba a ser reiteradamente propuesto como modelo para
la turbulenta América española. La corona imperial iba a ser vista como el fundamento de la
salvada unidad política de la América portuguesa, frente a la disgregación creciente de
Hispanoamérica. De todos modos, la unidad brasileña también tuvo sus amenazas, como algunos
alzamientos localistas, que fueron derrotados.
Aunque la ausencia de una honda crisis de independencia aseguraba que el poder
político seguiría en manos de los grupos dirigentes surgidos en la etapa colonial, había entre
éstos bastantes tensiones, que luego se harían sentir. Aquí encontramos un factor en común
con Hispanoamérica: la dificultad de encontrar un nuevo equilibrio interno, que absorbiese las
consecuencias del cambio en las relaciones entre Latinoamérica y el mundo que la
independencia había traído consigo.

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Capítulo 3: La larga espera (1825-1850)

En 1825 terminaba la guerra de independencia. Dejaba en toda Hispanoamérica efectos


muy considerables: la ruptura de las estructuras coloniales, consecuencia a la vez de: a) una
transformación profunda de los sistemas mercantiles, b) la persecución de los grupos más
privilegiados con el sistema antiguo, y c) la militarización que obligaba a compartir el poder
con grupos antes ajenos a él. En Brasil, una transición más pacífica parecía haber evitado esos
cambios catastróficos, pero, sin embargo, allí también la independencia mostraba el
agotamiento del orden colonial.
De las ruinas del antiguo orden se esperaba que surgiera uno nuevo, cuyos rasgos
esenciales habían sido previstos desde el comienzo de las luchas independentistas. No obstante,
este nuevo orden se demoraba en nacer. Algunos explicaban esta espera como el resultado
de la herencia de la guerra: concluida la lucha, no desaparecía la gravitación del poder militar,
en el que se veía el responsable de las tendencias centrífugas y de la inestabilidad política.
Pero según Halperin, esta explicación era insuficiente y hasta engañosa: dado que no se habían
producido los cambios esperados, esa postura suponía que la guerra de independencia no había
provocado una ruptura suficientemente profunda con el antiguo orden, cuyos herederos eran
los responsables de los problemas que ahora aquejaban a Hispanoamérica.
Sin embargo, los cambios ocurridos son impresionantes: no hay sector de la vida
hispanoamericana que no haya sido tocado por la revolución. La novedad más importante es la
violencia, sobre todo como consecuencia de la ampliación de las bases militares tanto de los
patriotas como de los realistas. Violencia que llega a dominar la vida cotidiana, en los
diferentes lugares de Hispanoamérica. Pero ya no es posible retornar a la relativa tranquilidad
del antiguo orden. Luego de la guerra, es necesario difundir las armas por todas partes para
mantener un orden interno tolerable. Así, la militarización enfrenta a la lucha. Pero la
militarización es un remedio costoso e inseguro: los jefes de los grupos armados se independizan
rápidamente de quienes los han invocado y organizado. Por ello, para mantenerlos a su favor,
deben tenerlos satisfechos: utilizan las rentas del Estado para sostenerlos. Así se entra en un
círculo vicioso, porque para obtener más recursos en países arruinados económicamente es
necesaria más violencia, lo que implica un mayor apoyo militar. En los países que han hecho la
guerra fuera de sus fronteras (Argentina, parte de Venezuela, Nueva Granada y Chile) tienen
un papel considerable las milicias que garantizan el orden local. Estas milicias, más cercanas a
las estructuras locales de poder (y menos costosas), a veces se meten en la lucha política
expresando la protesta de las poblaciones agobiadas por el peso del ejército regular. Pero
ingresar en la lucha política significa más recursos, para tener una organización más regular
que permita confrontar contra el ejército.
Así, los nuevos estados suelen gastar más de lo que sus recursos permiten, y ello, más
que nada, porque el ejército –que por bastante tiempo arbitrará entre distintas facciones-
consume la mayor parte de ellos. Hasta cierto punto, Hispanoamérica estaba prisionera de los
guardianes del orden, que a menudo eran los causantes del desorden. Si bien la militarización
había permitido una limitada democratización (al permitir una movilidad mayor dentro de sus
filas), también se esforzaban porque la democratización no se extendiera demasiado. Por ello,
muchas de las elites que acusaban al ejército de ser la causa del desorden, no se animaban a
eliminarlo, por miedo a que esta democratización ampliada se hiciese efectiva.
La democratización fue otra de las consecuencias de la revolución. Por ejemplo, en la
mayoría de los estados, comienzan a darse procesos de liberación de los esclavos (con distintos
matices), no tanto por voluntad propia, sino más bien porque la guerra los obliga a hacerlo,
pues necesitan soldados. La esclavitud doméstica pierde importancia, aunque la agrícola se
defiende mejor en las plantaciones. Sin embargo, la mano de obra esclava es cada vez menos
disciplinada y menos productiva; además, las trabas a la trata (sobre todo por parte de
Inglaterra) aumentan el precio de los esclavos. Así, antes de ser abolida (en casi toda
Hispanoamérica hacia mediados de siglo ya había desaparecido), la esclavitud se vacía de su
anterior importancia. Aunque los negros emancipados no serán reconocidos como iguales por
los blancos ni por los mestizos, tendrán un lugar muy distinto en una sociedad que, aunque
sigue siendo desigual, al menos las desigualdades están organizadas de manera distinta a las de
la sociedad colonial.
Otro de los cambios fue el debilitamiento del sistema de castas: los mulatos libres y
los mestizos, que durante el orden colonial habían estado desfavorecidos legalmente, ahora ya
no están tan condenados desde nacimiento. Sin embargo, se mantuvo la legislación respecto a

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las masas indígenas que, si bien las postergaba en derechos, al menos permitía que sus tierras
no les fuesen expropiadas. Esto no se dio tanto por la acción tutelar de las nuevas autoridades,
sino más que nada por cuestiones coyunturales: el debilitamiento de las elites urbanas; la falta
de una expansión del consumo interno (en las regiones con alta población indígena) y, sobre
todo, la reducida exportación agrícola, explican por qué las comunidades indígenas, indefensas
y sin títulos de propiedad, pudiesen conservar sus tierras, que por ahora no eran muy necesarias
para los sectores dominantes.
Otra de las consecuencias de la revolución, asociada con la decadencia del sistema de
castas, es la modificación en la relación entre las elites urbanas prerrevolucionarias y los
sectores (mulatos, mestizos urbanos, blancos pobres) desde los cuales había sido difícil el
acceso a ellas. Uno de los canales de ascenso había sido el ejército. Pero también tiene que
ver otro fenómeno que fue efecto de la revolución: la pérdida de poder de las elites urbanas
frente a los sectores rurales. Dado que tanto los realistas como los patriotas requerían cada
vez más personas en sus ejércitos, no es llamativo que el campo, donde vivía la gran mayoría
de la población, comenzara a tener más peso. Pero hay que advertir que si bien el campo
comenzó a tener mayor relevancia, ello no significa que el campo haya sufrido grandes
modificaciones con la revolución. De hecho, en casi todas partes no había habido movimientos
rurales espontáneos, y los dirigentes seguían siendo los terratenientes, quienes dominaban las
milicias para asegurar el orden rural.
Pero una de las consecuencias más importantes de la revolución fue que el sector
terrateniente, subordinado durante la etapa colonial, ahora se convierte en dominante. En
cambio, las elites urbanas ahora pierden parte de su poder político y económico. Lo paradójico
de la revolución es que destruyó lo que debía ser el premio de los vencedores (las elites criollas
urbanas). Éstas se debilitarían, también, por el derrumbe de los circuitos comerciales en los
que habían prosperado (la ruta de Cádiz, ahora reemplazada por la de Liverpool).
También hay cambios en la Iglesia, dado que ésta, en la colonia, había estado muy
vinculada a la Corona. La Iglesia, tras la revolución, se empobrece y se subordina al poder
político. Sin embargo, en algunas zonas, como México, Guatemala, Colombia o Ecuador, el
cambio es limitado y compensado por el nacimiento de un prestigio popular muy grande.
Debilitadas las bases económicas de su poder por el coste de la guerra y despojados de
las bases institucionales de su prestigio social, las elites urbanas deben aceptar ser integradas
en posición subordinada en un nuevo orden político, cuyo núcleo es militar. Los más pobres
dentro de esas elites (administrativos y burócratas inferiores) hallan en esta aceptación
rencorosa una vía para la supervivencia, al poner las técnicas administrativas que ellos dominan
al servicio del nuevo poder político. Las elites que han salvado o aumentado parte importante
de su riqueza (comerciantes extranjeros, generales transformados en terratenientes, etc.)
reconocen, más allá de sus limitaciones, la capacidad del ejército para mantener el orden
interno.
Pero la revolución no ha suprimido, a grandes rasgos, un aspecto esencial de la realidad
hispanoamericana: la importancia que tiene el apoyo de poder político-administrativo para
alcanzar y conservar la riqueza. Ahora como antes, en los sectores rurales se sigue obteniendo
la tierra por medio del favor del poder político, que es necesario conservar.
En cambio, la miseria del estado crea en todas partes una suerte de “aristocracia
financiera” que le presta dinero a intereses altísimos y con garantías insólitas. En suma, la
relación entre el poder político y los económicamente poderosos ha variado. El poderío social
de algunos hacendados y la relativa superioridad económica de los prestamistas los coloca en
una posición nueva frente a un estado al que no solicitan favores, sino imponen concesiones.
Pero no sólo los 15 años de guerra fueron la causa de esto último. Una de las
modificaciones más fundamentales que acarreó la revolución fue la brutal transformación de
las estructuras mercantiles, ya que, desde 1810, toda Hispanoamérica se abrió plenamente
al comercio extranjero.
Hay un cambio esencial en la relación entre Hispanoamérica y el mundo. El contexto
en que se dio este cambio explica en parte sus resultados: hasta 1850, los países europeos
invirtieron escasos capitales en Hispanoamérica. Las causas de esto no sólo se reducen al
desorden postrevolucionario hispanoamericano, sino también a que en Europa, el capitalismo
no se había consolidado lo suficiente. Tanto Inglaterra como el resto de los países europeos
quieren arriesgar poco en Hispanoamérica, no sólo porque el riesgo es grande, sino porque no
tienen mucho para arriesgar. Por ello, lo que más se busca en Latinoamérica, por parte de
las metrópolis económicas (sobre todo Inglaterra), es que se compren los productos
industriales. Para ello, también es preferible un dominio de los circuitos mercantiles locales.

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Como consecuencia de todos estos cambios, la aristocracia local tendrá muchos
integrantes extranjeros, que dominan el comercio local. Esto se asimila un tanto al orden
colonial, en el cual los comerciantes peninsulares pertenecían a las elites. Pero el sistema
comercial postrevolucionario (sobre todo el inglés) se diferencia del español en tanto logra
colocar un excedente industrial cada vez más amplio. A la vez, introduce un circulante
monetario que favorece a los que antes no tenían acceso directo a él (productores rurales) y
perjudica a los que lo monopolizaban (prestamistas y mercaderes urbanos). Sin embargo, las
aspiraciones inglesas se verían limitadas por tres motivos: a) las sucesivas crisis económicas del
capitalismo; b) la sobredimensión de la capacidad de consumo hispanoamericana y c) la
aparición de Estados Unidos como competidor directo.
En muchos aspectos, Inglaterra es la heredera de España, beneficiaria de una situación
de monopolio que puede ser sostenida ahora por medios más económicos que jurídicos. La
Hispanoamérica de 1825 es más consumidora que la de 1810, en parte porque la manufactura
extranjera la provee mejor que la artesanía local. Pero no sólo Inglaterra conquistaría el
mercado existente, sino que también crearía uno nuevo, gracias a sus precios muy bajos y a
su oferta abrumadora. La ofensiva industrial arruinaría, a mediano y largo plazo, a las artesanías
locales. Pero más decisivo aún fue el déficit comercial de los países latinoamericanos, que
importaban más de lo que exportaban.
En suma, Hispanoamérica estaba estancada en lo económico. La victoria del
terrateniente sobre el mercader se debe, sobre todo, a la decadencia de éste y no basta, en
general, para inducir un aumento de producción tal como se había pensado en 1810.
Hispanoamérica aparece entonces encerrada en un nuevo equilibrio, mucho más estático que
el colonial.
Estados Unidos, entre 1815 y 1830, y Francia, a partir de 1830, comenzaron a
enfrentarse a la hegemonía británica. Estados Unidos apoyó a los revolucionarios más radicales;
pero como éstos fracasaron, también decayó la importancia de este país en los asuntos
políticos. En la economía, el declive norteamericano fue más lento. Francia, por su parte, nunca
significó un riesgo para el comercio británico, pues era complementario (vendía bienes de lujo,
a diferencia de Inglaterra que vendía bienes más masivos). En lo político, la agresiva política
francesa no fue bien vista por los sectores locales, que preferían la discreta hegemonía
británica. Esta última se apoyaba en su predominio comercial, en su poder naval, en tratados
comerciales y, sobre todo, en el uso prudente de esas ventajas: Inglaterra sólo se propone
objetivos políticos conforme a sus potencialidades y limitaciones. Es decir, Inglaterra no aspira
a una dominación política directa, que implicaría altos gastos. Por el contrario, se propone
dejar en manos hispanoamericanas, junto con la producción y buena parte del comercio
interno, el gobierno de esas extensas tierras –siempre y cuando sea conforme a sus intereses
económicos, claro está-. A Inglaterra lo que más le interesa es el mantener el statu quo, que
le permite hacer buenos negocios con Latinoamérica.
Su fuerza y el uso moderado que de ella hace, contribuyen a hacer de Inglaterra la
potencia dominante. Sin embargo, hacia mediados de siglo XIX parece surgir, lentamente, un
competidor cada vez más sólido: Estados Unidos, que ya tiene bastante influencia en el Caribe
y en México. Además, el descubrimiento de oro en California en 1849 transforma las economías
de los países del Pacífico, que proveen a los barcos que van desde la costa este a la oeste de
Estados Unidos.
En suma, el marco postrevolucionario es, por el momento, muy distinto al imaginado
en los albores de la revolución. América Latina, entre 1825 y 1850, es estable en la penuria; la
nueva potencia dominante, al tomar en cuenta esa situación e introducirla como postulado
esencial de su política, contribuye a consolidarla. Mientras tanto, Hispanoamérica espera, cada
vez con menos esperanzas, el cambio que no llega. Es que entre los cambios traídos por la
independencia es fácil sobre todo advertir los negativos: a) degradación de la vida
administrativa; b) desorden y militarización; c) un despotismo más pesado de soportar porque
debe ejercerse sobre poblaciones que la revolución ha vuelto más activas, y que sólo deja la
alternativa de la guerra civil, incapaz de fundar sistemas de convivencia menos brutales; d)
estancamiento económico, donde los niveles de comercio internacional de 1850 apenas superan
a los de 1810.
De todos modos, el marasmo económico es variable según las regiones. Por ejemplo,
Venezuela, en la agricultura, y el Río de la Plata, con la ganadería, logran retomar y superar
los niveles de los más prósperos años coloniales. En cambio, Bolivia, Perú y sobre todo México
no logran reconquistar su nivel de tiempos coloniales. Nótese que la crisis en estos últimos
países, al ser predominantemente mineros, se debe a que la guerra ha destruido gran parte de

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la infraestructura, y requieren cuantiosas inversiones de capital para rehabilitarla, cosa que no
ocurre. La Hispanoamérica marginal, la que en tiempos coloniales estaba en segundo plano, y
sólo comenzaba a despertar luego de 1780, resiste, pues, mejor las crisis brutales del período
de emancipación. Así, el Río de la Plata, Venezuela, Chile, Costa Rica y las Antillas (aún bajo
dominio español), prosiguen su avance económico.
En este contexto globalmente crítico, América Latina fue elaborando soluciones (de
política económico-financiera o de política general) que sólo lentamente madurarían. Allí
donde la crisis fue, dentro de todo, menos honda, las soluciones fueron halladas más pronto, y
significaron transformaciones menos profundas.
Algunos sostienen que la causa de esta situación, más crítica en Hispanoamérica que en
Brasil, se debe a que la primera estaba muy fragmentada, a diferencia del segundo. Pero para
Halperin, esto es discutible: la división de Hispanoamérica –entendible dado que es un territorio
más grande que Brasil- es previa a la independencia, mientras que Portugal había creado un
Brasil unido. La guerra de Independencia había confirmado las divisiones internas de
Hispanoamérica y había creado otras, como las del Río de la Plata o Centroamérica. Por ello,
para Halperin, para la postindependencia, más que de fragmentación hispanoamericana, es
preferible hablar de incapacidad para superarla. Bolívar, por ejemplo, había intentado una
unificación, que fracasó. El fracaso de Bolívar puede vincularse, en parte, a un pronóstico
errado por parte suya: mientras él creía que la militarización y ruralización postrevolucionarias
serían efímeras y que un orden durable sólo surgiría cuando volviesen a aflorar los rasgos
esenciales del prerrevolucionario, la historia indicaría que las innovaciones aportadas por la
revolución habían llegado para quedarse. El desengaño bolivariano también se explica por la
derrota frente a sus adversarios y la erosión de sus apoyos.

Brasil

En el imperio del Brasil, la adaptación al nuevo orden fue la más exitosa de todas. Esto
se puede explicar gracias a que las diferencias entre el viejo y nuevo orden eran, en Brasil,
menos intensas que en Hispanoamérica. El Brasil colonial anticipaba algunos rasgos del Brasil
independiente: una metrópoli menos vigorosa e influyente; un contacto ya directo con
Inglaterra o un peso menor de los funcionarios de la Corona respecto de las elites locales. Sin
embargo, las transformaciones eran indudables y difíciles. Si bien la transición al Brasil
independiente fue más pacífica que en Hispanoamérica, mantener el orden interno no es tarea
sencilla (durante los ´30 y ´40, hubo varias guerras civiles).
La creación de un parlamento tenía consecuencias análogas a la militarización de
Hispanoamérica, no por la violencia, sino por la predominancia de los terratenientes. Las
aristocracias locales, rurales y liberales chocarían con las elites conservadoras urbanas, que en
su mayoría eran portugueses que habían sido privilegiados durante el antiguo orden. La Corona,
con el apoyo del ejército, debería arbitrar entre ambos bandos. A partir de la década del ´30,
Brasil sería más bien liberal.
En lo económico, Brasil, el principal mercado latinoamericano para Inglaterra, es otro
de los países que supera sin dificultades económicas inmediatas la crisis de independencia.
Como en Cuba, el nordeste brasileño sale beneficiado de la crisis azucarera en las Antillas
inglesas. A la vez, el sur ganadero también prospera. Pero el resultado de esta bonanza en los
extremos del país es que se crean desequilibrios que repercutirán en la vida política brasileña;
recién, con el surgimiento del café, en la región central, hacia mediados del siglo XIX, se
equilibrará un tanto la situación. No obstante, el renacimiento del nordeste azucarero mantiene
los rasgos arcaicos de la producción: esclavos que debe importar pero cada vez más
dificultosamente, dado que Inglaterra busca frenar la trata. Lo logrará, violencia mediante, en
1851.
Hacia mediados de siglo, la agricultura esclavista –azúcar y, en menor medida, el
incipiente café- entraba en crisis, ya que la persecución a la trata aumentaba el costo del
esclavo. Pero mientras el café lograba encontrar nuevas alternativas, el azúcar decaía poco a
poco. De esta manera, el núcleo económico del Brasil comenzaba a moverse hacia el centro y
el sur.
El Brasil imperial sufrirá, durante esta época, déficit comercial, desaparición del
circulante metálico y penuria de las finanzas, principalmente porque importa a Inglaterra más
de lo que exporta. Además, su economía crece, pero más lentamente que su población. Sin
embargo, hay en ella ciertos avances –como una sólida estructura financiera- que, junto con la

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estabilidad política, explican el prestigio –que no duraría mucho- que tiene Brasil en
Hispanoamérica.

México

La primera etapa independiente mexicana se caracteriza por ensayos de restauración


al viejo orden. Esto se comprende porque, en México, los últimos tiempos coloniales habían
sido más prósperos que en el resto de Hispanoamérica. Además, la independencia mexicana no
había modificado las jerarquías coloniales.
Luego de la independencia, por algunos años México fue un Imperio cuyo soberano era
Iturbide; pero éste fue derrocado por el ejército (cuyo jefe era Santa Anna). A la caída del
imperio siguió la separación de la región de América Central, la convocación a una
constituyente y la elección como presidente al moderado Victoria. Se conforman dos partidos:
uno conservador y otro liberal y federalista.
Los conservadores creían en una reconstrucción del país en donde Inglaterra fuera la
nueva metrópoli, y en donde se reconciliaran las elites criollas y españolas, que serían el sostén
del nuevo orden.
Los liberales pretendían expulsar a los peninsulares. En realidad, muchos de éstos ya
se habían ido de México, y los restantes eran en su mayoría pequeños burgueses inofensivos,
pero que eran aborrecidos por la plebe, ya que estaban en contacto directo con ella.
Los conservadores temían la participación de la plebe, a quien los liberales
representaban un poco más, ya que radicalizaría el orden. Para ello, apelarán a la Iglesia, a
quien creían capaz de competir con los liberales por la dirección de la plebe.
Entre fines de la década del ´20 y 1836, se dan golpes de estado y destituciones entre
liberales y conservadores, estos últimos representados por el general Santa Anna, a quien
también los liberales moderados interpelarían en algunas ocasiones.
Desde 1836 hasta 1849 se da un claro predominio conservador, que paradójicamente no
se quiebra con las enormes pérdidas de territorios a manos de EE.UU: en 1836, México pierde
a Texas, que no acepta el centralismo conservador mexicano; en 1848, México pierde, también,
a manos de EE.UU, California y Nuevo México. El ejército, si bien fue un desastre en el frente
externo, al menos había garantizado el orden interno.
Hacia 1850, el orden conservador, si bien había durado, no había logrado superar el
desorden mexicano postrevolucionario: el Estado estaba quebrado y la economía, más retrasada
que la colonial. La minería mexicana estaba paralizada tras la independencia y requería grandes
capitales, que no llegaban, para ser restaurada. Esto era percibido por los conservadores
mexicanos, que se abrieron hacia el exterior, pero esta apertura resultó ser un fracaso.

Perú y Bolivia

En Perú y Bolivia, la situación es más crítica aún que en México: no sólo están
estancados económicamente y son inestables políticamente, sino que además las elites
sobrevivientes están desunidas. El ejército aquí también tendrá un papel decisivo.
Económicamente, no logran superar la crisis de la minería. Además, el comercio de
Lima sufre la competencia de Guayaquil y Valparaíso; la agricultura serrana y altiplana siguen
aislada del resto. Lentamente, la propiedad privada va avanzando sobre las tierras comunales
indígenas.
Políticamente, son inestables. En Bolivia, luego de vencido Sucre, asume como
presidente el general mestizo Santa Cruz. En Perú, luego de que es derrotado Bolívar, se
suceden algunos presidentes, hasta que Santa Cruz, interesado también en Perú, crea y lidera,
en 1836, la Confederación Perúboliviana, que unía a ambos países. Santa Cruz efectúa algunas
reformas administrativas, fiscales y judiciales, y conquista algunos apoyos europeos., pero tiene
en contra a Lima y a los perjudicados por las reformas, y no tiene el apoyo popular. Los sectores
populares habían sido menos movilizados a partir de la revolución que en México y además
sufren las políticas fiscales. Finalmente, conflictos de intereses llevan a Chile y a Argentina a
la guerra con la Confederación, de la que ésta sale derrotada y desaparece.
Perú comienza a estabilizarse a partir de la década de 1840, más que nada porque la
coyuntura internacional le es favorable: principalmente a base del guano, Perú se inserta en
una nueva época, en la que las elites urbanas logran obtener la postergada supremacía.

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En lo económico, Bolivia, en cambio, continuará estancada por mucho tiempo. Al país
le faltan recursos exportables y no logra insertarse al mercado internacional. Sólo la
exportación de la quina, monopolizada –corruptamente- por el Estado, ofrece algún alivio.
En lo político, durante los ´40, en Bolivia, se suceden varios presidentes hasta que en
1848 asciende el general Belzú, quien por primera vez empleó en Bolivia la apelación a las
clases populares como recurso político. Aunque en la práctica Belzú no se diferencia mucho de
sus antecesores, por lo menos marca el ingreso de la plebe mestiza urbana en la vida política
boliviana.

Ecuador

En Ecuador, que en 1830 se había separado de la Gran Colombia, no habrá tantos


conflictos internos como en Perú, Bolivia o México. Esto ocurrió, en parte, porque los militares
–oriundos de Colombia o Venezuela- arbitraron entre la elite costeña –plantadora y
comerciante- y la aristocracia serrana –dominante sobre los indígenas-. En Ecuador hay, en
1834, luego de algunas guerras civiles, una suerte de “pacto” entre ambas elites, que deciden
compartir el poder ante el temor de que la lucha interna haga estallar la unidad política. La
elite costeña es la más innovadora; aunque en realidad la modernización que ella realiza es
superficial. El arcaísmo serrano, poco a poco, se hará sentir en Ecuador, que no logró construir
un orden sólido hacia 1850.

Nueva Granada (Colombia)

La Gran Colombia se había disuelto con el fracaso de Bolívar: Ecuador y Venezuela se


escindieron. Hacia 1830, Nueva Granada –Colombia- es presidida por Santander, ex aliado de
Bolívar y luego enemigo. En muchas regiones de Colombia avanzará el conservadurismo, que
propugnará un régimen estable pero autoritario y donde la Iglesia será muy fuerte. La costa
atlántica y Bogotá se oponen al orden establecido, que ha perjudicado a sus clases dominantes
(mercantiles o artesanas). Así, conforman una oposición que se dice liberal, pero que en
realidad, su principal diferencia con el conservadurismo tiene que ver con sus concepciones
acerca de la Iglesia y de la modernización.
La mayor tranquilidad política colombiana se explica por el papel secundario del
ejército y por las diferencias regionales que, en lugar de ser focos de inestabilidad, son
cohesivas.

Venezuela

La guerra de independencia había sido muy cruenta y devastadora aquí. Las


aristocracias costeñas estaban arruinadas y subsumidas al ejército. En este contexto, parecería
que el futuro venezolano estaría signado por la inestabilidad: sin embargo, ocurriría, en lo
inmediato, lo contrario. Páez, jefe militar de la independencia, reconstruirá la economía y la
sociedad sobre líneas semejantes al orden colonial. Durante los ´30, Venezuela aumentará la
producción, pero ahora más centrada en el café que en el cacao o el azúcar. Sin embargo,
durante los ´40, sufrirá las crisis de precios.
Así, el orden conservador comienza a mostrar sus fisuras. Aparecen duras tensiones
cuando los beneficiarios del sistema –grandes comerciantes que exportan café y grandes
propietarios- intentan restituir la esclavitud a los negros emancipados durante la revolución.
Ésta, además, había introducido dentro de los sectores privilegiados a los jefes militares,
quienes gobiernan la república.
En este contexto, hacia 1845 hay bastante descontento, sobre todo en las elites que no
tienen tanto poder político. Ello se expresará en la conformación de una oposición liberal.

América Central

Aquí no hubo ni revolución ni resistencia realista. Luego de la caída del imperio de


Iturbide en México (en 1824), se conforman las Provincias Unidas de América Central, que
estarán desgarradas por las luchas entre liberales y conservadores, y entre Guatemala
(conservadora y económicamente más arcaica) y El Salvador (liberal y un poco más adelantado).
Guatemala se separa de las Provincias, a lo que continúa la disolución de éstas. Así, se
conforman diminutas repúblicas (El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica). Por el

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momento, continúa con una economía estática que no encuentra receptores para su producción
ni capitales para incrementarla. En Costa Rica, se expande el café.

Paraguay

El caso paraguayo es bastante particular. Luego de la independencia en 1811, en 1812


el país es liderado por Gaspar de Francia, quien impone una férrea dictadura y aísla a Paraguay
de sus vecinos y de la economía internacional. Esto se traduce en un relativo aislamiento
popular ya que los productos se destinan en su mayoría al consumo local. Gaspar de Francia se
apoya en la plebe mestiza, en detrimento de la aristocracia blanca, que sufre la imposibilidad
de exportar sus cultivos.

Argentina y Uruguay

En 1820 se había disuelto el alicaído estado unitario. Esta disolución destrozaba tanto
al centralismo de Buenos Aires como al federalismo del Litoral. Artigas había quedado
virtualmente preso en Paraguay. Buenos Aires, no obstante, sería hegemónica en el país y
económicamente muy próspera. Además, Rodríguez y Rivadavia realizan reformas
administrativas, fiscales y políticas, de sesgo liberal, que convierte a Buenos Aires en una
provincia modernizada. Este éxito bonaerense se explica porque un conjunto de problemas ha
sido dejado de lado, pero no solucionado: la (des)organización del país, que por ahora la
beneficia, por ejemplo, al no tener que costear un ejército. La guerra con el Brasil en 1825,
por la posesión de la Banda Oriental, anuló muchos de los cambios que había traído 1820: había
que pagar un ejército, devolver importancia a los jefes militares revolucionarios y arruinar el
fisco. Además, Buenos Aires estaba bloqueada y aparecía la inflación. En 1827, Argentina
ganaría la guerra, cada vez más impopular entre los ricos de Buenos Aires, aunque no estaría
en condiciones de apropiarse de la Banda Oriental: en 1828, las negociaciones de paz –mediadas
por Inglaterra- llevarían a la creación de la República Oriental del Uruguay.
A partir de esta época comienza una suerte de guerra civil entre unitarios y federales.
El orden solo podría recuperarse si un partido vencía sobre el otro. Esto, hasta cierto punto,
llegaría con el ascenso del “federal” hacendado Rosas como gobernador de Buenos Aires. En
realidad, más que una lucha entre partidos era una lucha entre caudillos. Rosas logrará
aferrarse al poder mediante el apoyo de la plebe y el uso del terror hacia la disidencia unitaria.
Pero en el Interior, el predominio rosista no será tan absoluto hasta 1842, y hasta esta fecha
existirán importantes oposiciones a su poder.
Uruguay, independiente desde 1828, estará marcado por los conflictos entre distintos
caudillos, algunos representantes de los intereses rurales (blancos) y los otros, de la elite
urbana (colorados).
Rosas, que seguía aprovechándose de las ventajas geopolíticas de Buenos Aires, tendrá
conflictos en el frente externo, sobre todo con Francia. Hacia 1850, Brasil vuelve a gravitar en
el Plata. Urquiza, gobernador de Entre Ríos, Brasil y el gobierno de Montevideo se unen y
derrotan a Rosas en Caseros, en 1852.
Así, termina la Argentina rosista que, pese a todas sus limitaciones, prosperó. Más que
nada, esa prosperidad es la de la provincia de Buenos Aires, que durante el período casi no
sufrió guerras en su territorio. El Litoral comienza a tener importancia nueva y también el
Interior crece.

Chile

El Chile conservador es el caso más exitoso, en Hispanoamérica, de consolidación de la


independencia. Durante los ´20, O´Higgins intentó consolidar un orden autoritario y
progresista, pero fracasó, porque, por sus medidas, se ganó la enemistad de los terratenientes,
de la Iglesia y de la plebe. Portales reaccionó frente al intento modernizador y liberal de
O´Higgins, tomó el poder y sentó las bases del orden conservador. Portales representaba a los
terratenientes, a la plebe y a los especuladores. Desde el gobierno, Portales junto con el
general Prieto, impusieron un orden rígido en lo político y en lo social, combatiendo el
endémico bandidaje rural. El sistema conservador (católico, autoritario, enemigo de las
novedades) se expresó en la constitución de 1833. El orden chileno fue idealizado por Sarmiento
y Alberdi, que eran acogidos con beneplácito en este territorio. Sin embargo, el régimen se fue
liberalizando lentamente, sobre todo entre 1841 y 1851 (presidencia de Montt).

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En lo económico, el norte chileno se había expandido en minería (cobre) y se
conformaba una clase opositora a los dominantes terratenientes. Hacia mediados de siglo, el
régimen conservador comenzaba a ser cuestionado por distintos sectores, como por ejemplo,
los mineros en ascenso y algunos grupos subalternos.

Cuba

Cuba, como Puerto Rico, sigue siendo una colonia española. Durante este período
experimenta una expansión del azúcar gracias al liberalismo comercial que ahora permite
España y a la crisis del azúcar en las Antillas inglesas, producto de la abolición de la esclavitud.

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Capítulo 4: Surgimiento del orden neocolonial

A mediados del siglo XIX, las ventajas de la emancipación no han empezado a


aprovecharse. Sólo en Brasil y en las tierras antes marginales del imperio español se había
conquistado la estabilidad. La consolidación del nuevo orden latinoamericano comenzó a
producirse sobre todo desde que la relación con las zonas económicas metropolitanas empezó
a cambiar. Este cambio es un aspecto del que a partir de mediados de siglo afecta al capitalismo
europeo. Gracias a este cambio la economía metropolitana pudo proporcionar un mercado
para la producción latinoamericana y también ofrecería los capitales que, junto con la
ampliación de los mercados consumidores, eran necesarios para una modernización de la
economía latinoamericana.
La eficacia que el cambio de la coyuntura económica mundial tuvo para Latinoamérica
fue más fuerte aún por el modo en que se produjo. En este período se da una unificación
creciente de la economía mundial: aumenta sustancialmente el volumen de los
intercambios y los transportes se van, gradualmente, mejorando y poblando cada vez más los
océanos. Además, el descubrimiento del oro en California provoca un fuerte vínculo económico
entre los países del Pacífico y Estados Unidos.
Las innovaciones de esta nueva etapa histórica eran anunciadas por cambios
superficiales, pero visibles hacia 1850. Por ejemplo, el tono de la vida urbana se hace más
europeo (teatros, óperas, edificios, vehículos, etc. ) y aumenta el consumo tanto de las clases
altas, medias y del estado, que en las zonas más prósperas de América Latina ya se halla
recuperado de la ruina postrevolucionaria. También, hay innovaciones técnicas, como el gas,
que cambian el aspecto de las ciudades. Así, la América Latina exhibe ya los signos exteriores
de un progreso que sólo está comenzando a llegar a ella.
Pero también se van dando cambios más profundos. A mediados del siglo XIX
comienza en muchas partes el asalto a las tierras indias y eclesiásticas. Ese proceso, que en
algunos casos avanza junto con la expansión de cultivos para el mercado mundial, en otros se
da perfectamente separado de esta expansión. Su principal motor parece ser, entonces, la
mayor agresividad de sectores en buena posición social, pero no dirigentes (por ejemplo,
aristocracias rurales, comerciantes mestizos, indios ricos, etc.). Junto con esta mayor
agresividad, lo que hace más atractiva la apropiación de los terrenos indígenas parece ser, al
principio, la expansión de los mercados locales urbanos. En esta etapa se va dando un retorno
a la supremacía urbana, perdida tras la revolución.
Más arriba se señaló que las principales innovaciones de este período fueron a) la mayor
disponibilidad de capitales y b) la mayor capacidad por parte de las metrópolis para
absorber exportaciones latinoamericanas. La mayor disponibilidad de capitales se vuelca en
inversiones y créditos a los gobiernos. Esta entrada de capitales tiene una importancia política
considerable, ya que permiten disponer de recursos más vastos y, en algunos casos, apresurar
la emancipación de los gobiernos respecto de sus normales fuentes de ingresos fiscales
(mayormente rurales). Esto permite consolidar el Estado, rasgo característico de esta etapa,
al librarlo, en muchos casos, de las resistencias de los poderes locales. Los préstamos a los
gobiernos se apoyaban en la convicción de que la expansión constante de la economía resolvería
el problema del endeudamiento. Pero en realidad ocurrió que se pidieron nuevos préstamos
para pagar los intereses de los viejos, y el crecimiento económico no fue tan constante, por la
existencia de crisis comerciales y financieras que hacen que se contraigan tanto las
importaciones metropolitanas como el crédito y la inversión. Sin embargo, las crisis se superan
y el sistema vuelve a funcionar: los estados dependen de él para atender una parte de sus
gastos ordinarios.
Las inversiones, por su parte, actualizan un esquema de distribución de tareas que viene
de antes. La comercialización y el transporte interoceánico quedan a cargo de sectores
extranjeros y los sectores locales dominantes se reservan a las actividades primarias. Sin
embargo, este esquema comienza a ser superado lentamente, y siempre en el sentido de una
penetración cada vez mayor de los sectores extranjeros (como en la minería o en los
ferrocarriles). En muchos casos, esta penetración extranjera se dio corruptamente, con la
connivencia de las elites locales, que aceptaban esa distribución de tareas. Las clases
propietarias locales se veían muy beneficiadas con las inversiones de capitales extranjeras, ya
que aumentaban sus rentas (pues las inversiones aumentaban la demanda de tierras para
producir) y la valorización de sus tierras.

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En suma, esta etapa, comenzada a mediados del siglo XIX, se caracteriza por la
realización de un nuevo pacto colonial que, desde la independencia, ya había sido deseado
por algunos grupos locales. Este nuevo pacto transforma a Latinoamérica en productora de
materias primas para los centro de la nueva economía industrial, a la vez que de artículos
de consumo alimenticio en las áreas metropolitanas. Este pacto también la hace consumidora
de la producción industrial metropolitana e insinúa, de a poco, una transformación, vinculada
en parte con la de la estructura productiva metropolitana: muy lentamente, dejarán de ser tan
importantes, en proporción, los artículos de consumo perecedero, a la vez que comenzarán a
tener cada vez mayor relevancia la importación de bienes de capital.
Las nuevas funciones de América latina en la economía mundial son facilitadas por la
adopción, por parte de las clases dominantes locales, de políticas librecambistas, que si bien
ya existía antes en muchos lugares, ahora se consolida en casi todas partes. La principal causa
de la popularidad local del librecambio es que éste es el factor de aceleración del proceso que
comienza para Latinoamérica. El librecambio genera nuevos hábitos de consumo en los sectores
urbanos en expansión (altos, medios y bajos), y los vuelve dependientes de la importación de
manufacturas. Por ahora, los sectores urbanos coincidirán –más allá de algunas disidencias-
con las oligarquías exportadoras en apoyar las líneas fundamentales de este pacto
neocolonial. Esto permite, junto a la disminución del conflicto entre distintos caudillos o
facciones locales, una continuidad política mucho mayor que en el período anterior. De esta
manera, América latina parece haber encontrado, finalmente, su camino, y las disidencias se
hacen cada vez menos importantes.
Más allá de esta coincidencia entre los crecientes sectores urbanos y las oligarquías, los
beneficios derivados del nuevo orden se distribuyeron muy desigualmente dentro de las
sociedades latinoamericanas. Los terratenientes, como se dijo, se benefician de las rentas y de
la valorización de sus tierras, pero también de sus influencias políticas. Así, en muchas
circunstancias, los sectores dominantes pedían créditos a bancos extranjeros, y los financiaban
mediante la emisión monetaria, que generaba una inflación perjudicial para el resto de la
sociedad. Los sectores medios y populares urbanos serán los que más sufrirán las crisis
económicas, pero sin embargo su apoyo a la esencia del nuevo orden se entiende si se tiene
en cuenta la posición anterior de estos grupos. El aumento de la capacidad de consumo
urbano permitió una expansión del pequeño y mediano comercio, así como de algunas
actividades industriales dirigidas al mercado local.
Las víctimas del nuevo orden se encuentran sobre todo en los sectores rurales. La
expropiación de las comunidades indias, que favorece la gran propiedad terrateniente,
obliga a los indígenas a trabajar dentro de ésta, generalmente de modo semiservil.
Generalmente, la mano de obra rural no se proletariza, sobre todo porque no le es rentable al
propietario y porque además la vuelve más indisciplinada. Esta matriz de explotación se expresa
más claramente en la hacienda. Los terratenientes, en muchos casos, permiten que los peones
trabajen para su autosubsistencia, pero los obligan a producir bienes que luego aquéllos
exportarán. Esto modifica el ritmo de trabajo, que ahora debe cambiar radicalmente para
aumentar la productividad de una mano de obra tradicionalmente adaptada al autoconsumo.
De este modo, los terratenientes procuran convertir al campesino en una suerte de híbrido que
reúna las ventajas del proletario moderno (rapidez, eficacia) y las del tradicional trabajador
rural (sumisión, mansedumbre). Obviamente, los Estados legalizaban esta situación.
Hacia 1850, comienza a dispararse la inmigración, muy variable según las regiones. En
todas partes se acentuó la integración de extranjeros en las clases altas urbanas, favorecida
por la nueva dinámica de la economía mundial. La inmigración masiva sólo se dio en Argentina,
Uruguay, el sur y centro de Brasil (sobre todo a partir de 1880), a diferencia del resto de
Latinoamérica, donde la expansión demográfica no se centró en ella. En suma, a nivel global,
el crecimiento demográfico siguió siendo muy fuerte.
En este período también crece muy rápidamente el comercio internacional, sobre todo
en las zonas más marginales del antiguo imperio. En Argentina y Chile, el crecimiento es el más
vertiginoso de América Latina; en Brasil, Colombia, Venezuela y Perú es un poco más moderado;
Ecuador, Bolivia y México también crecen, pero sus exportaciones no son demasiado superiores
a las de la época colonial, en parte porque la tradicional minería de oro y plata es menos
demandada.
La expansión es el fruto de un conjunto de booms productivos, variable según las
regiones: en Chile, éxito del cobre y el trigo; en Argentina y Uruguay, la lana; en Brasil,
Venezuela, Colombia y Centroamérica, el café; en Cuba, México, el azúcar; en Perú, el guano
y el azúcar. Este crecimiento es facilitado por el ferrocarril y el telégrafo, que se instala muy

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desigualmente según las regiones. La construcción de ferrocarriles es financiada no sólo por el
capital extranjero –generalmente el británico- sino también por el Estado, aunque en diferentes
proporciones según las regiones. El ferrocarril muchas veces es una inversión de bajo
rendimiento, que se compensa con las grandes garantías que le dan los Estados al capital
extranjero, o porque el tendido de la red obliga a que los países latinoamericanos importen
bienes de capitales a los países inversores (sobre todo a Inglaterra).
La expansión latinoamericana se acompaña de la ampliación del comercio, ya no sólo
con Inglaterra, sino también con otros países (Francia y, hacia 1870, Estados Unidos).
Inglaterra, no obstante, sigue siendo la potencia hegemónica y conserva el monopolio bancario
y financiero. Inglaterra seguirá con la línea prudente del período anterior, a saber: mejor
custodiar (con presiones discretas) sus intereses privados apoyados por las dirigencias locales
que aspirar a ambiciosos objetivos políticos (a diferencia de Francia).
Por su parte, la Iglesia católica será la enemiga incondicional de la modernización,
que no sólo le expropiaba muchos de sus terrenos, sino que también la excluía de muchos
poderes que tradicionalmente había tenido, como el registro civil o el matrimonio. El contacto
creciente con la nueva cultura metropolitana, por parte de las elites criollas, también fue un
factor que explica el debilitamiento eclesiástico. La sociedad seguía siendo mayormente
cristiana, pero las elites gobernantes e intelectuales, que en definitiva aplicaban las medidas
políticas, ya no tanto. En el orden colonial, la Iglesia había tenido una situación privilegiada,
ya que al contener a los sectores desfavorecidos, éstos le daban, al menos, un apoyo pasivo.
En el nuevo contexto, esto era más difícil.
Sin embargo, la resistencia eclesiástica no durará demasiado y, al cabo de algunas
décadas, se irá adaptando al nuevo orden. Para reconquistar el apoyo de las elites deberá
reconocer los cambios ocurridos y buscar cómo desempeñar, dentro del orden nuevo, un papel
análogo al que tuvo en el viejo.
Hay algo que no cambió en Hispanoamérica: la participación política sigue siendo muy
limitada. En casi todas partes los que dominan la economía conservan, hacia 1880, el
monopolio del poder político. A lo sumo, lo comparten con fuerzas que han entrado a gravitar
desde antes de 1850 (como el ejército). De esta manera, la renovación política se limita a un
proceso interno a los sectores dirigentes. Esto motiva un cierto descontento social, sobre todo
en las clases medias urbanas, que de todos modos será, por el momento, inofensivo.
Esta primera etapa en la afirmación del orden neocolonial, que va aproximadamente
de 1850 hasta 1880 (variable según las regiones), se diferencia de la segunda etapa (1880-1930)
principalmente por: a) una disminución en la resistencia hacia los avances del nuevo orden; b)
la identificación con ese orden, por parte de los sectores socioeconómicamente dominantes.
Hacia 1850, la ideología que se convertía en dominante era el liberalismo; para 1880, este
liberalismo devendría, con diferentes matices, en progresismo autoritario.
Los primeros tres países a analizar, México, Argentina y Uruguay presentan algunos
rasgos comunes: en éstos la disidencia armada había sido un rasgo constante, y a mediados del
siglo ascendía el liberalismo constitucional. Hacia 1880, este liberalismo devendría progresismo
autoritario y militar. En Chile y Colombia, el progresismo será el nuevo credo de oligarquías
políticas que se consolidan en el poder; en Perú, las oligarquías lo utilizan como defensa ante
las amenazas de un autoritarismo militar caudillesco; en Brasil, hay una fuerte concesión a los
poderes locales; en Venezuela, Guatemala y Ecuador, el progresismo es fuertemente
autoritario.

México

En 1854, hay una revolución liberal, entre cuyos líderes estaba Benito Juárez, quien
proclamará la “Reforma”: ésta golpea directamente a la Iglesia y sus propiedades y también,
más a largo plazo, a las comunidades indígenas. Los conservadores resisten y se desata una
guerra civil que dura varios años. En 1857, los liberales dictan una constitución liberal, que
contempla las disposiciones de las leyes de la Reforma; los sectores populares, si bien en su
mayoría son católicos, la apoyan. En este mismo año, Juárez es presidente de México, aunque
los conflictos aún persisten.
La guerra civil asume una dinámica nueva porque intervienen las potencias europeas
(Francia, Inglaterra, España), bajo la excusa de que el Estado mexicano se rehusaba a pagar las
deudas que tenían con ellas. Pero la Francia de Luis Bonaparte quiere ir más allá, al pretender
afirmar su hegemonía imperial sobre México, para lo cual conquista los apoyos conservadores

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locales. En 1863 los franceses conquistan la capital, con la satisfacción del clero, y Juárez se
retira hacia el Norte. Se instala un imperio conservador, cuyo emperador, Maximiliano de
Habsburgo, es aceptado como tal mediante un plebiscito.
El imperio había sido creado por los conservadores para deshacer la obra de la Reforma.
Ésta había creado ya sus propios beneficiarios: hacendados y comerciantes urbanos, que se
habían hecho propietarios de bienes antes eclesiásticos. Entre ellos, abundaban los franceses.
Por ello, no debe extrañar que el imperio no hiciera demasiado para anular la Reforma.
El imperio no había logrado pacificar el país. En 1866, los franceses se retiran de México
y el emperador Maximiliano intenta, por la suya, resistir. Fracasa y es fusilado por Juárez. La
Reforma había triunfado, pero heredaba, una vez más, un México arruinado y con un ejército
libertador, que amenazaba ser muy gravoso para el fisco. Juárez, consciente de ello, redujo
las fuerzas armadas, lo que le valió ciertas resistencias, que pudo doblegar. También, Juárez
redujo los gastos del Estado, excepto en educación, donde procuró extender la primaria a la
población. Esta política austera no fue recibida con demasiado beneplácito, pero más que nada
porque los resultados eran lentos en manifestarse: México seguía estancado económicamente.
Esto no sería suficiente, sin embargo, para que en las elecciones de 1871 fuera reelecto un
Juárez prestigioso por sus victorias sobre los franceses. Juárez muere en 1872 y lo sucede Lerdo
de Tejada. El general Porfirio Díaz, que había sido derrotado en las elecciones de 1871, lo
derroca –bajo la consigna de “sufragio efectivo y no reelección”- en 1875 y se convierte en el
presidente de México hasta 1910.
Díaz asumió defendiendo los preceptos jurídico-liberales de la Reforma, y bajo su
gobierno los llevó bien a la práctica: Díaz se convertiría en un dictador progresista (clara
expresión del “orden y progreso” positivista), que modernizará la economía mexicana,
estabilizará el orden, organizará un sistema de comunicaciones y disciplinará rigurosamente a
la fuerza de trabajo. Materializará esa Reforma que, ya antes de Díaz, había enriquecido aún
más a los que ya eran ricos y a sólo unos pocos que no lo eran, al entregarles las tierras
eclesiásticas y facilitando la expropiación de las indígenas.

Argentina

La caída de Rosas no solucionó problemas que vienen de antaño (conflicto Buenos Aires
vs. Interior), que recién se resolverán en 1880. Urquiza pretende organizar constitucionalmente
al país apoyándose en los gobernadores ex rosistas, pero no tendrá mucho éxito, dado que éstos
le darán la espalda, y su ejército y Buenos Aires se le rebelan. Persiste la división del país entre
Buenos Aires –unitaria y liberal- y el Interior –federal-.
La rica Buenos Aires prospera gracias al boom de precios de la lana y de los cueros,
pese a que las cantidades exportadas no crecen y la ciudad se moderniza rápidamente. Los
políticos bonaerenses coinciden en la necesidad de una secesión respecto de las provincias,
aunque discrepan en el modo de llevarla a cabo. Por su parte, el Interior –más pobre que Buenos
Aires-, se agrupará en la Confederación Argentina y proclamará en 1853 una constitución
federal de sesgo alberdiano y autoritario que Buenos Aires no firma; Urquiza es el presidente
de la Confederación. El conflicto vuelve a adquirir un cariz violento y en 1859 Buenos Aires es
vencida en Cepeda y se incorpora a la Confederación, bajo ciertas condiciones. En 1860, Derqui
sucede a un cuestionado Urquiza, pero la lucha persiste y en 1861, en Pavón, Buenos Aires,
liderada por Mitre, vence. En 1862, Mitre es elegido por unanimidad del colegio electoral,
presidente de la Nación: Buenos Aires ha triunfado. Pero nuevamente, este triunfo se mostrará
débil.
En 1864 estalló la Guerra de la Triple Alianza (ver más adelante), en la cual Argentina
tuvo un rol activo. En 1868, Sarmiento, que no era mitrista, es presidente y se vale del Ejército
Nacional para reprimir las intentonas federales. En 1874, Avellaneda vence a Mitre y es
presidente. Avellaneda intenta, sin éxito, conciliar entre la mitrista Buenos Aires y las
provincias. En 1880, el general Roca, que acababa de conquistar los territorios indios del Sur,
logra la federalización de Buenos Aires y el fin del conflicto entre ésta y las provincias. Roca
triunfaba en nombre del lema “paz y administración”, es decir, “orden y progreso”. El régimen
roquista, si bien se legitimaba mediante elecciones fraudulentas e irregulares, al menos
respetó, a diferencia de Díaz en México, ciertos principios y garantías constitucionales (como
la no reelección y la libertad de prensa).
El tránsito de Rosas a Roca fue mucho más que una transformación política: la Argentina
de 1880 era muy distinta a la de 1850. Económicamente, ha prosperado y se ha modernizado
mucho con la introducción del ferrocarril; en Santa Fe y Córdoba, surge la pampa cerealera, de

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pequeños productores capitalista; las ciudades crecían y recibían extranjeros. Sin duda, los
principales beneficiarios de esa prosperidad eran las clases terratenientes y los grandes
comerciantes. Pero esa prosperidad era tal que permitía el surgimiento de una clase media
urbana y, en el litoral, de una rural. En cambio, el Interior era mucho más crítico que Buenos
Aires y el Litoral, ya que consumía, pero no tenía qué exportar.
La prosperidad es el clima que se cree permanente de Argentina. Mientras ésta dura,
el orden político permanece estable; sus altibajos provocan tensiones que, sin embargo, la
coyuntura acalla luego de haberlas provocado. En torno a los rasgos esenciales del nuevo orden
existe un ampliado consenso que garantiza su estabilidad. El Estado, por su parte, gasta en
empresas de fomento, a veces en ferrocarriles, y sobre todo en instrucción pública.

Uruguay

Uruguay vive un proceso similar al argentino. Desde 1811 que vive en una crisis política
permanente, que ha desolado la campaña: hay despoblación ganadera, abundancia de
ocupantes ilegales de tierras e inseguridad permanente del orden rural.
Hacia 1850, los blancos, tradicionalmente rosistas, van triunfando paulatinamente.
Tanto los blancos como en los colorados comienzan a oponerse al caudillismo, y coinciden en
darle el poder a la oligarquía urbana montevideana. Brasil y, más particularmente, Rio Grande
Do Sul, tiene una influencia muy fuerte sobre el Uruguay de esta época. En este contexto, hacia
1864, un Uruguay blanco asediado por Brasil y también por Argentina, acudirá en su apoyo a
Paraguay, disparando la Guerra de la Triple Alianza (ver adelante). En 1865, los blancos pierden
el poder a manos de los colorados, y no lo recuperarán hasta casi cien años más tarde. Mientras
tanto, la pacificación rural no llega. El orden uruguayo comenzará a estabilizarse hacia 1870,
pero los conflictos persistirán hasta 1904.
Luego de la Guerra, hacia 1870, Latorre (colorado) es presidente e impone a la campaña
un orden estricto. Realiza en Uruguay las tareas que en Argentina comenzó Rosas y coronó
Roca. Apoyado en los hacendados y en los comerciantes exportadores, ofrece la fuerza del
Estado para vencer la resistencia de los campesinos al alambrado de los campos. Además,
organiza, junto con su opositor Varela, un sistema de educación primaria laica y pública. A la
vez, crecen vertiginosamente las exportaciones de cueros y lanas y Montevideo se moderniza.
Sin embargo, el régimen de Latorre, que durará hasta 1880, no es popular y además es muy
autoritario e impide la oposición política.

Paraguay

Paraguay busca, desde la década de 1840, un modo de insertarse en la política


rioplatense. Gaspar de Francia había muerto en 1840 y lo sucedió otro dictador, Carlos López,
quien abrió un tanto la economía paraguaya, sobre todo luego de la caída de Rosas e intentó
modernizar el ejército. El tabaco y la yerba mate vuelven a ser exportados por un monopolio
de Estado y las estancias fiscales son orientadas a la exportación.
Muerto Carlos López lo sucedió su hijo Solano López (hacia 1862). Paraguay arrastraba
un eterno conflicto de límites con Brasil; por ello, no es raro que buscase aliados en el Río de
la Plata. Solano creía que Urquiza paralizaría a Mitre, y que los blancos uruguayos resistirían
los embates brasileños y argentinos, pero se equivocó.
En este clima de tensión, cuando Brasil procura invadir Montevideo, Paraguay le
responde invadiendo el Mato Grosso y luego Corrientes. Comienza así la Guerra de la Triple
Alianza (1864-1870), en la cual Brasil, Argentina y el Uruguay colorado destrozan a Paraguay.
Solano muere en 1870 y lo suceden generales que habían estado con él. A partir de esta
etapa, Paraguay queda subsumido a Brasil y Argentina (a quien más le exporta y de quien
depende para salir al mar), y comienza a liquidar las tierras fiscales. En 1871 se proclama una
constitución liberal, que admitía el derecho al voto para todos los hombres mayores de edad.
Por otra parte, la lenta reconstrucción de Paraguay se hace bajo el signo de la propiedad
privada.

Venezuela

A partir de los ´40, la hegemonía conservadora comienza a mostrar sus fisuras. De este
modo, a mediados de siglo, una crisis de precios del café origina el derrumbe conservador. En
1846 Monagas –punto medio entre el conservadurismo y el liberalismo- llega al poder y adopta

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medidas liberales, contentando a la juventud letrada de Caracas. En 1852 es sucedido por su
hermano y en 1858, su gobierno finaliza por medio de golpes concertados entre liberales y
conservadores. De este modo, la lucha entre amarillos (liberales federalistas) y azules
(conservadores, bajo la égida del ancianísimo Páez) recomenzaba. Guzmán Blanco era el líder
de un liberalismo que se hacía vocero de la protesta popular: en su discurso mostraba hostilidad
contra los ricos (terratenientes, grandes comerciantes, banqueros) e intransigencia. Sin
embargo, en la práctica no llevaría a cabo sus prédicas. Guzmán Blanco, quien estuvo en el
poder desde 1870 a 1888, se apoyó en el ejército y adoptó medidas progresistas: modernización
de los transportes, reforma del derecho privado, laicización del matrimonio, supresión de
órdenes religiosas, avances en la enseñanza elemental, etc. Pero también era autoritario: la
oposición no era tolerada por él. Además, durante este gobierno avanzó la penetración
comercial extranjera, a la vez que Venezuela aumentaba sus exportaciones. Las clases altas
aceptaron que el poder político no estaba directamente en sus manos, y las populares habían
sido disciplinadas.

Guatemala

Luego de la independencia había asumido el jefe mestizo conservador Carrera, que


gobernó desde 1838 hasta su muerte en 1865. Durante su gobierno, se había aliado con la
aristocracia terrateniente. Para 1865, Guatemala había empezado lentamente a cambiar: de
una economía cerrada que sólo exportaba cochinilla, ahora comenzaba a surgir el café, que
hacia 1880 era el único producto de exportación. La expansión cafetera se acompaña del
nacimiento de la Guatemala liberal, a partir de 1873 (con la asunción del dictador Rufino
Barrios, quien gobernaría hasta 1885), en la cual se atacó a la Iglesia y se promovió la educación
popular y laica. El auge del café no afectó demasiado a las comunidades indígenas, ya que se
cultivaba en regiones relativamente despobladas. Sin embargo, la mano de obra necesaria para
el café sólo podría provenir de las comunidades, a quienes el Estado las obligó a proveer una
mano de obra fija para las fincas cafeteras.
Hacia 1880, las clases altas no se oponían al autoritarismo de Barrios porque eran
prósperas. Este autoritarismo, de base militar, marginaba de la política tanto a las elites
urbanas como a la plebe rural, que había sido empujada violentamente de las comunidades a
las fincas de café. Sin embargo, las comunidades no se opusieron demasiado al régimen, ya que
la afirmación de la economía exportadora les permitía sobrevivir. En cambio, los terratenientes
locales, quienes carecían de capital suficiente para aguantar los momentos de crisis, fueron
lentamente cediendo sus tierras en beneficios de los comerciantes y financiadotes de la
agricultura cafetera, en su mayor parte inmigrantes alemanes. Hacia 1900, éstos son los
propietarios de las mejores fincas.

Resto de Centroamérica

Aquí, la evolución fue menos extrema que en Guatemala. En El Salvador, se da el auge


del índigo; en Honduras y Nicaragua, de la ganadería. Sin embargo, el crecimiento es menos
abrupto que en Guatemala. En estos países (Salvador, Honduras, Nicaragua) hay, durante la
segunda mitad del siglo XIX, constantes luchas entre conservadores clericales y liberales, de las
que lentamente va surgiendo la solución militar, cuya cabeza es un dictador progresista. Sin
embargo, este progresismo está limitado por la lenta evolución económica.
Costa Rica, por su parte, es una excepción: aquí una clase de propietarios medios tiene
el poder y prospera con el café y, si bien existen algunos conflictos políticos-religiosos, al menos
ellos no derivan en dictaduras militares. Se ponen así las bases de un régimen más democrático,
cuyos rasgos fundamentales perdurarían. Costa Rica reduce su ejército a la mínima expresión
y se difunde mucho la educación.
La política centroamericana comienza a ser afectada en esta etapa por la importancia
estratégica de esta región: Gran Bretaña y EE.UU aspiran ambos al dominio del Istmo (que
comunica el Atlántico con el Pacífico). Pero recién a partir del siglo XX esta influencia comienza
a ser más clara, y EE.UU le ganará a Gran Bretaña la hegemonía de la región.

Ecuador

A diferencia de todos los anteriores países, en donde se dieron autoritarismos


progresistas anticlericales, en Ecuador también existirá un autoritarismo progresista, pero muy

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católico, bajo la férrea dictadura de García Moreno (gobernará entre 1860 y 1875), quien se
identifica con la aristocracia conservadora de la Sierra. García Moreno consolidará el Estado
oligárquico terrateniente; despreciará a los mestizos e indígenas y será francófilo. El ejército
ecuatoriano se moderniza durante su gobierno y se inicia la construcción del ferrocarril
Guayaquil-Quito, que busca integrar la Sierra al comercio internacional. En 1875 García Moreno
es asesinado, pero el conservadurismo de la aristocracia terrateniente –más moderado-,
perdurará hasta 1895. El legado de este dictador no perdura: el Ecuador pujante está en la
costa plantadora y comerciante, liberal, y en sectores marginales de Quito antioligárquicos.

Colombia

En Nueva Granada (rebautizada Colombia en 1860), se pasa del predominio conservador


al liberal, en un principio, sin demasiadas tendencias autoritarias.
La revolución europea de 1848 se hace sentir, y el conservador Mosquera cede
pacíficamente el poder al liberal Hilario López, quien libertará a los esclavos, adoptará el
librecambio, expulsará a los jesuitas, proclamará la libertad religiosa e introducirá el
federalismo. Los liberales se dividieron entre los gólgotas (radicales, fuertes en el norte
costeño) y draconianos (moderados, apoyados por la plebe de Bogotá). Luego de una serie de
conflictos, en 1861 triunfaban los más radicales, e imponían como presidente al ex conservador
Mosquera, quien intentó, sin éxito, instituir un régimen federalista. Sin embargo, el orden
interno no se consolidaba: los gobiernos provinciales luchaban entre sí y eran sacudidos por
violentas luchas locales. No obstante, hacia mediados de siglo, Colombia comienza la expansión
del café.
En 1880, el liberal Núñez llega a la presidencia, pero renunciará al liberalismo al
devolver influencia a la Iglesia y procurará instalar un régimen unitario, pues veía al federalismo
como responsable del desorden crónico en el campo. Núñez logró sentar las bases del orden
colombiano, sobre todo porque sus reformas consolidaban el dominio terrateniente y
comerciante, que persistirá tras la muerte de Núñez en 1894.

Perú

En Perú se da una reconquista del poder por la oligarquía costeña, capaz de dirigir y
utilizar a los sectores urbanos descontentos del predominio militar.
Entre 1845 y 1862 gobierna el general Castilla, quien descubre la importancia del guano,
disponible en la costa. El guano es un fertilizante que se exporta a Europa; existirán casas de
exportación inglesas que le pagarán al Estado por los derechos de exportación. Esto
representará importantes ingresos para un fisco endeudado que, sin embargo, serían
malversados por los gobernantes peruanos. No obstante, los recursos provenientes del guano
permitieron a Castilla abolir el tributo indígena.
A partir de 1850 comienza la modernización liberal peruana: se suprime la esclavitud,
llega el ferrocarril, se reforma el derecho, se liquidan tierras de las comunidades, a la vez que
llegan inmigrantes chinos a trabajar en las haciendas de la costa, que producen azúcar y
algodón. La agricultura costeña lograba reconstruirse sin apelara la mano de obra esclava.
A partir de 1860, la elite limeña comienza también a participar de la explotación del
guano, en sociedad con las casas comerciales europeas. Sin embargo, importantes sectores
sociales (la plebe, los ricos arruinados y que no gozan del festín del guano) comienzan a
mostrarse descontentos.
En 1862 Castilla deja el poder a un sucesor elegido por él, pero éste muere y vuelve la
guerra civil. Entre 1864-66 hay una intentona española por recuperar Perú, pero es derrotada
con apoyo de Ecuador, Chile y Bolivia. Luego de esta guerra, que había cesado
momentáneamente la guerra civil, ésta resurge. En 1868 asume el conservador Balta, quien
concede el monopolio de la exportación del guano a una compañía francesa. Mientras tanto, la
corrupción política persiste. Perú se hace muy dependiente del crédito y el comercio
ultramarino.
Los antiguos consignatarios del guano, ahora despojados de su privilegio, denunciarán
la corrupción y se encarnarán en el partido civilista, quien llega al poder en 1872 de la mano
de Pardo. La crisis de 1873, sumada a la fuerte dependencia del capital extranjero de Perú,
llevaría al fin del Perú del guano y al fracaso del civilismo. Sin embargo, en el Sur, el salitre
ofrecía un nuevo recurso, también deseado por Chile. Esto explica, en parte, la guerra con
Chile por esta región, que duró entre 1879 y 1883 y terminaría con la derrota peruana (aliada

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con Bolivia) y la pérdida de estos territorios. La guerra acentuó la crisis peruana; sin embargo,
Perú mostraba algunos rasgos alentadores, como el resurgimiento de la agricultura costeña del
azúcar, o la expansión de la red ferroviaria que permitiría, más adelante, el renacimiento
minero.

Bolivia

La derrota contra Chile significó la pérdida de la salida al mar, lo cual repercutiría más
en el largo plazo. Hasta ese entonces (1882), Bolivia no había logrado aprovechar la salida al
comercio ultramarino, y permanecía aislada de él. El problema boliviano era, más que
comunicarse con los países centrales, el de hallar productos para ubicar en esos mercados: la
crisis de la plata continuaba y la quina no la lograba compensar.
Durante este período se dan varios golpes de Estado que derriban presidentes (Linares,
Melgarejo, Daza). Melgarejo, quien gobernó entre 1864 y 1870, cedió territorios a Chile y Brasil
y, en lo interno, ante la miseria fiscal, liquidó las tierras de las comunidades indígenas.
A diferencia de Perú, donde la aristocracia limeña se reconstituía y la economía
aportaba sectores dinámicos, en Bolivia una producción estancada socavaba la superioridad de
las elites tradicionales. En Bolivia, comienza a tener más peso el ejército que, si bien coopera
con las elites, es despreciado por éstas.

Chile

Aquí, la situación es distinta que en Perú y Bolivia, ya que se dará un orden oligárquico
“exitoso”. El orden conservador limitó la fuerza de un ejército legitimado por las victorias en
las guerras (contra España durante los ´60 y la guerra contra Perú y Chile de 1879-83).
Hasta la década del ´40, Chile había sido autoritario y conservador; a partir de esta
época, con Montt, el autoritarismo se mantuvo, pero el conservadurismo fue más progresista:
modernización económica y cultural (ferrocarriles, reformas jurídicas, ataques a la Iglesia,
etc.), antes que defensa de un orden que ya no se juzga tan amenazado. Hacia 1870, con la
asunción de Zañartu, Chile tenía un presidente auténticamente liberal, que avanzaría en
materias de educación pública, libertad de cultos, atenuación del autoritarismo y mayor
tolerancia. Sin embargo, esta liberalización no significaba una democratización, pues la
ampliación del poder sólo se limitaba a la clase dirigente (mineros en ascenso, comerciantes,
terratenientes), que ahora gobierna más sólidamente que antes. La apertura comercial de Chile
beneficiaba a los sectores altos –nuevos, como los mineros, y viejos-.

Brasil

En Brasil, lentamente se va perdiendo el equilibrio político característico del período


1825-1850. La costosísima Guerra del Paraguay inauguró la crisis del Brasil imperial. La guerra
provoca la vuelta al conservadurismo, lo que provoca el descontento liberal, que es cada vez
más crítico del sistema imperial. Además, la Guerra había dado protagonismo a un nuevo actor:
el ejército, que si bien era apoyado por la Corona, este apoyo no era recíproco. En el Ejército
comenzará a predominar el republicanismo militar positivista, crítico de la esclavitud. Además,
la Iglesia se enfrentó también con la Corona, por disputas de poder.
En suma, la organización política imperial se debilitaba desde dentro (por
marginalización de ese partido liberal que era, desde hacía decenios su sector más importante)
y a la vez perdía el apoyo seguro y decisivo del ejército, y junto con él, el menos importante
de la Iglesia. Esa deterioración creciente se daba en un clima de transformación económica y
social muy rápida, de la cual, por el momento, se advertía sobre todo la rápida destrucción del
antiguo orden. Entre 1870 y 1885, la estructura de las exportaciones brasileñas cambió
sustancialmente: pasó del predominio del azúcar y el algodón (productos ambos del Nordeste
esclavista) al del café (cultivado en el Centro, con mano de obra asalariada o semiasalariada).
O sea, el Nordeste entraba en una profunda decadencia, y el auge del Centro apenas
compensaba esta crisis de la agricultura tradicional. Estos cambios se expresan, primero, en la
abolición de la esclavitud, sin indemnización, en 1888 y, en 1889, en el fin del Imperio y la
instauración de la oligárquica República Vieja, que durará hasta 1930, y que representará los
intereses de las elites políticas del Centro y del ejército. Cabe destacar que en realidad, la
esclavitud ya era menor para 1888, pues la trata había sido suprimida, y los hijos de esclavos
eran libres desde 1871.

27
La República Brasileña, cuyo lema era “orden y progreso”, significó la alineación de
Brasil sobre el modelo de regímenes progresistas, en donde los sectores con más poder eran las
oligarquías terratenientes y el ejército. El Brasil republicano era el Brasil del café, que no
necesitaba de la esclavitud: la inmigración europea y la rápida expansión demográfica iba a
cubrir sus necesidades de mano de obra. Brasil entraría en la etapa de crecimiento febril y
crisis devastadores, en la cual estaba ingresando, por otra parte, toda Latinoamérica, a
medida que se consolidaba en ella el orden neocolonial.

Antillas

Cuba y Puerto Rico seguían bajo dominio español, mientras que República Dominicana
era independiente, más allá de una intentona de España por anexionarla entre 1861-65. En
Cuba, el azúcar era el producto dominante y próspero, más allá de la lenta caída de los precios
internacionales. El problema principal de la economía azucarera era el de la mano de obra, ya
que se complicaba la utilización de esclavos porque Inglaterra combatía la trata. Por ello, hacia
mediados de siglo, se intentaron algunos paliativos, como la inmigración china o de mayas.
Además, Cuba tenía que soportar el proteccionismo de EE.UU, que impedía la entrada del
azúcar en este país. Además, en Europa, el azúcar de remolacha reemplazaba al de caña
(cultivado en Cuba).
Mientras tanto, maduraba en Cuba una crisis del régimen colonial. Se daba en esta
colonia un creciente conflicto entre peninsulares –apoyados por la Corona española- y criollos
(muchos de ellos grandes azucareros). Así, en 1868 se lanza la primera guerra de independencia
en cuba, que durará hasta 1878, fecha en que la Corona triunfa. Pero, sobre todo, a partir de
este período, crece la influencia de EE.UU en la isla: económicamente, no sólo busca comerciar,
sino también invertir en la producción e industria del azúcar. De este modo, Cuba aún no ha
logrado emanciparse de la tutela española pero ya siente la posterior tutela de EE.UU. En este
sentido, Cuba, prefigura el futuro latinoamericano.

28
Capítulo 5: Madurez del orden neocolonial
Hacia 1880, el avance del modelo agroexportador en casi toda Latinoamérica significa
la sustitución del pacto colonial con Portugal y España por uno nuevo. A partir de entonces
se va a continuar la marcha por el camino ya decididamente tomado. El crecimiento será aún
mayor que en el período anterior, pero estará acompañado de crisis de intensidad creciente.
Desde las primeras etapas de su afirmación, el orden neocolonial parece mostrar sus
limitaciones. Desde su nacimiento, ya se vislumbran los signos de un agotamiento que llegará
muy pronto. Estos ciclos de avance-crisis son expresión de la integración a un mercado mundial
dominado por unas metrópolis que también sufren las crisis económicas.
Al mismo tiempo que se afirma, el pacto neocolonial comienza a modificarse a favor de
las metrópolis: muchas empresas locales pasan a manos extranjeras, así como el capital
financiero metropolitano penetra cada vez más. Esto lleva a que la dependencia comercial del
período anterior ahora también sea dependencia financiera. Ya no son sólo los ferrocarriles
los que están en manos extranjeras, sino también los frigoríficos, los silos de cereales, la
minería o los ingenios de azúcar. Además, ya no es Inglaterra la indiscutida potencia
hegemónica: EE.UU y Alemania comienzan a discutirle la supremacía, y eso se hace sentir en
América, sobre todo por parte de EE.UU. Este último país, que tendrá activa intervención –
muchas veces militares- en el Caribe y Centroamérica (entre otras cosas, estaba muy interesado
en la construcción de un canal que comunicará los océanos), asume el papel de gendarme al
servicio de las relaciones financieras del orden neocolonial. Además, Centroamérica y el Caribe
eran las regiones de Latinoamérica más atrasadas. No obstante, a partir de la primera guerra,
que desató la crisis de Europa como centro de poder y civilización, EE.UU incrementó su
presencia en las demás regiones: el Pacífico acentuó aún más su dependencia económica
respecto de esta potencia, mientras que Brasil, Uruguay y Argentina, quienes permanecían más
en el circuito británico, también sufrirían el impacto.
Así, Estados Unidos, para finales de este período, ya es la nueva potencia
hegemónica de la región: la institucionalización de sus relaciones con Latinoamérica se
cristaliza en la creación de organizaciones panamericanas, como la OEA. En la mayoría de los
casos, los gobernantes latinoamericanos colaboraron en este proyecto. En las organizaciones
panamericanas, EE.UU contribuía a erigir la ficción de una comunidad de naciones libres e
iguales, pero en la práctica, llevaba adelante una política opuesta con esa igualdad ficticia.
Inglaterra, por su parte, incapaz de mantener su hegemonía, se retira progresivamente del
área. Sin embargo, la penetración cultural-ideológica de EE.UU recién tendrá éxito a partir de
la Guerra Fría, cuando los sectores conservadores de las sociedades latinoamericanas, que
durante el período 1880-1930 preferían las tradiciones filoeuropeas, preferirán la cultura
yanqui antes que la soviética.
En el plano interno, durante este período, las clases altas terratenientes se debilitan,
pese a sus apoyos en las estructuras políticas, comerciales y financieras locales, frente a los
emisarios de las economías metropolitanas. Ese debilitamiento, que también alcanza a las
oligarquías urbanas y a los sectores militares, va acompañado de otro proceso, que se da sobre
todo en las regiones más modernizadas, por el cual las clases altas ven surgir a su lado clases
medias urbanas cada vez más exigentes. En algunas regiones, este proceso va más allá: los
obreros industriales también se sumarán a los reclamos. La consecuencia será un comienzo de
democratización política, que en México se dará revolucionariamente, y en Argentina, Uruguay
y Chile por medio de reformas que imponen el sufragio universal masculino. Sin embargo, estas
soluciones reformistas se limitarán a un cuestionamiento político del orden neocolonial, pero
no socioeconómico. Es decir, se opondrán, más que a la esencia del orden neocolonial, a la
situación privilegiada que mantiene la oligarquía dentro de ese orden. Por ello, estos países no
saldrán no inmunes de la crisis del ´30. Sin embargo, más allá de lo limitado del reclamo de
estos nuevos movimientos políticos, su sola presencia es una amenaza para las elites
tradicionales.
Este crecimiento de los nuevos movimientos políticos, no sólo muestra una ampliación
de los sectores políticamente activos, sino que anuncia otras ampliaciones que sólo llegarán
más tarde. Durante este período, la movilización masiva de sectores populares sólo se dará en
México. En la práctica, la mayoría de los movimientos antioligárquicos –difusos en su ideología,
más claros en sus acciones concretas- que llegaron al poder, se limitaron a: a) sobre todo,
aumentar la gravitación de los sectores que lo apoyan en el sistema político, y b) en menor
medida, mejorar, mediante esbozos de legislación social y provisional, la situación de esos
sectores. Las reformas universitarias (también difusa y ecléctica en sus lineamientos

29
ideológicos) de los ´10 y ´20 son expresión de estos movimientos antioligárquicos y, más que
nada, del clima internacional –optimista y pesimista a la vez- de los años ´20. De este modo,
dentro de los movimientos universitarios encontraremos muchos que son críticos del liberal-
constitucionalismo, como el comunismo o el fascismo.
Esta etapa de cierta incertidumbre durante los ´20, consecuencia del fin de un ciclo
(consolidación del capitalismo europeo de preguerra) a partir de la Primera Guerra Mundial,
se refleja más notoriamente en el agotamiento de las soluciones que habían imperado hasta
esa época, más que por la afirmación de fuerzas nuevas. En suma, es claro que la ampliación
de las bases sociales del estado aparece como una necesidad urgente. En Argentina y
Uruguay, la democratización se da dentro del marco liberal-constitucional; en Perú y Chile, se
la intenta dentro de un marco autoritario; en México, en uno revolucionario. Sin embargo, estas
nuevas tentativas serán menos sólidas que las de la dominación oligárquica previa.
En casi todos los países se acentúa la división internacional del trabajo, siendo los
alimentos la principal rama de exportación. En Brasil, Venezuela, Colombia y Centroamérica,
el café aparece como el principal producto de exportación, aunque generalmente el productor
se supedita al comercializador. En Argentina y Uruguay, avanzan el cereal y la carne, y también
la producción se halla supeditada al comercio y el transporte extranjeros. En el Brasil del centro
y sur, en Argentina y Uruguay, la disponibilidad de tierras “vacías”, sumado a la escasez de
mano de obra, motivó la inmigración extranjera, sobre todo proveniente de Europa. En Cuba,
Puerto Rico y Perú, el auge del azúcar lleva a una intensa concentración de la propiedad
extranjera en manos de las empresas industrializadotas. En Centroamérica, se difunde el cultivo
de bananas; en el Amazonas, el caucho tiene una efímera prosperidad. Por otro lado, durante
la última etapa del siglo XIX se recuperó la minería en las regiones tradicionalmente mineras
(desde Bolivia hasta México). Esto se dio, sobre todo, gracias al progreso de las técnicas
extractivas y al de las comunicaciones, que reduce los costos de transporte. Ambos requieren
fuertes inversiones de capital, financiadas por empresas extranjeras. Pero no es la plata el
mineral que resurge, sino los que son demandados por la industria de los países centrales: el
cobre, necesario para la electricidad es financiado con capitales externos, y el estaño,
vinculado a la industria de conservas. El salitre, por su parte, continúa siendo el principal
recurso de exportación en Chile, donde tiene peso creciente el cobre. Con el siglo XX aparece
un nuevo recurso: el petróleo, en México, Venezuela, Colombia, Perú y Argentina (sólo en
México tiene en este período un papel importante). En suma, las explotaciones agrícolas o
mineras que alcanzan su expansión en esta etapa comparten el hecho de que la tendencia al
monopolio o al oligopolio crea empresas sumamente poderosas, la más de las veces en manos
extranjeras.
En general, los Estados latinoamericanos aceptan esta concentración, pues las regalías
e impuestos que obtienen de ellas (muy bajas en relación a las tasas de ganancia extraordinarias
que poseen), al menos les permiten mantener equilibrado el presupuesto. A la vez, aquellos
ingresos provenientes de la exportación que quedan en manos de las elites locales, sirven para
mantener en la importación de bienes de lujo que busca imitar el consumo de las elites de
los países centrales.
Durante esta etapa la población urbana crece vertiginosamente. En casi todas partes,
esta urbanización, que supone el aumento del consumo y, por lo tanto, de la importación de
bienes, supone un aumento de exportaciones capaz de financiarlo. Pero ahora se hace cada vez
más complicado, dado que mientras que durante el siglo XIX, los términos del intercambio
habían sido favorables, en el XX la tendencia se invierte a favor de los productos
metropolitanos.
En muchas regiones, la integración al comercio mundial no implica la alteración de
estructuras sociales no capitalistas, como la hacienda.
La evolución política presenta en esta etapa tres variantes: revolucionaria en México
y reformista en Chile, Argentina y Uruguay, ambas permiten una democratización política del
régimen. En cambio, en el resto de Latinoamérica, aún persiste la dominación oligárquica.

(FALTA CASO X CASO. AL FINAL DE TODO, HAY UNA PERIODIZACIÓN DE LOS SUCESOS
MÁS IMPORTANTES EN VARIOS DE LOS PAÍSES…)

30
Capítulo 6: La búsqueda de un nuevo equilibrio

1) Avances en un mundo en tormenta (1930-1945)

La crisis de 1929 tuvo un impacto inmediato y profundo sobre toda América Latina (excepto
en Venezuela, donde el petróleo permitió minimizar rápidamente los efectos), cuyo signo más
visible fue el derrumbe, entre 1930 y 1933, de la mayor parte de las situaciones políticas
que se habían consolidado durante la pasada bonanza. Lo que no se vio tan inmediatamente
fue que esa crisis no se distinguía de las anteriores por su magnitud sin precedentes, sino que
además, la crisis inauguraba una nueva época en que las soluciones del modelo
agroexportador ya no servían. Lentamente, los latinoamericanos fueron descubriendo que el
retorno a la normalidad no estaba a la vuelta de la esquina y que, por el contrario, ahora
deberían avanzar, indefinidamente, por mares nunca antes navegados. En realidad, la crisis
del ´29 fue la expresión del agotamiento de un modelo, cuyos signos premonitorios podían
descubrirse ya durante los ´20 (los movimientos políticos antioligárquicos o la pérdida del
dinamismo de muchos rubros exportadores son una expresión de ello).
A partir de los ´20, a la vez que los cimientos del orden económico latinoamericano se
tornaban más endebles, él (el orden latinoamericano) adquiría una complejidad nueva. En los
países mayores, la industrialización realiza avances significativos, gracias a la ampliación de
la demanda local sostenida por el previo avance de la economía exportadora. Hacia esta
industrialización se vuelca, durante los ´20, una parte de la inversión extranjera que antes se
atenía al crédito al estado y al sector primario y de servicios. El contraste entre la debilidad
del viejo núcleo de la economía (el sector primario) y la tendencia de ésta a expandirse hacia
nuevas actividades, se traduce en un desequilibrio que sólo puede ser salvado gracias a créditos
e inversiones provenientes ya no más de Inglaterra, sino sobre todo de EE.UU, el nuevo centro
financiero.
Las consecuencias económicas inmediatas de la crisis fueron el derrumbe del sistema
financiero mundial y una contracción brutal de la producción y el comercio. El derrumbe del
sistema financiero significa desde luego la desaparición de la anterior fuente de recursos, que
había mantenido la bonanza latinoamericana durante los ´20. La crisis, a diferencia de muchas
de las anteriores, afectó comparativamente más a Europa que a Latinoamérica. Ahora, en
la Europa devastada por la primera guerra mundial, y efímeramente reconstruida por el flujo
de créditos norteamericanos durante los ´20, la insolvencia es una constante. Por la mera
desaparición del crédito extranjero, el desequilibrio financiero se agravó dramáticamente,
y paralelamente surgió un desequilibrio comercial potencialmente aún más peligroso. Así,
los gobiernos fueron desarrollando líneas de acción heterodoxas que reflejarían muy bien las
múltiples dimensiones de la crisis que se había desencadenado.
La crisis significó la disminución brutal del comercio mundial. Los países de Europa se
orientaron hacia acuerdos bilaterales que les permitirían asegurar mejor la reciprocidad en el
intercambio comercial. Incluso Inglaterra, que sufría la inconvertibilidad de la libra esterlina
en 1931, también adoptó acuerdos bilaterales con sus colonias. En este nuevo orden mercantil,
el Estado aparece como el agente comercial de cada economía nacional. Sin embargo, la
coyuntura le irá imponiendo funciones aún más vastas. Así, el Estado pasa de administrar
arbitrios financieros urgentes a encarar, utilizando esas atribuciones nuevas, políticas
destinadas a atacar las dimensiones económicas de la crisis. Por ejemplo, ahora el Estado
canaliza las importaciones hacia sectores de la economía que al utilizarlas ampliarán el empleo
(para lo cual impondrá desde tipos de cambio múltiples para los distintos rubros de exportación
e importación, hasta un racionamiento de divisas mediante permiso previo para cada
transacción individual). Esta modalidad de intervención estatal es un rasgo que se da mucho en
América Latina, muy afectada por la caída de los precios de exportación. Todos los precios
caen, pero esta caída es más fuerte en la agricultura y en la minería que en la industria. En
cambio, la producción cae más que nada en la industria y menos en la minería y en la
agricultura (de hecho, muchos productores agropecuarios procuraron aumentar la producción
para recuperar las pérdidas, ocasionando el efecto contrario al deseado).
El resultado es un nuevo deterioro en los términos del intercambio para los países
latinoamericanos, que se habían especializado en la provisión de materias primas. Las ventajas
comparativas que en el pasado habían hecho atractiva esa especialización estaban siendo
borradas por esa nueva relación de precios. Por ello, no sorprende que en muchos lados se

31
buscasen reorientar mano de obra y los escasos capitales hacia la industria, que antes había
sido menos prometedora.
No obstante, esta alternativa tardará en diseñarse con claridad. El primer resultado de la
crisis es un colapso del mercado interno para los bienes de consumo que ya no será posible
seguir importando. Mientras ese mercado no presente signos de reactivación, la
industrialización por sustitución de importaciones no tendrá ocasión de implantarse. Mientras
ello no ocurra, queda una tarea más urgente para el Estado: evitar que las reacciones
instintivas de los productores primarios ante la crisis venga a agravarla, al aumentar aún
más los bienes exportables. Para ello, tendrá que intervenir autoritariamente, fijando precios
oficiales y cupos máximos de producción, y organizando la destrucción de lo cosechado en
exceso, muchas veces sin indemnización a los productores. En general, la expansión de las
funciones del Estado fue aceptada por las clases dominantes que, si bien antes habían
defendido el modelo del liberalismo económico, ahora eran conscientes de la intensidad de la
crisis y la incertidumbre desatada por ésta y de la imposibilidad de que el modelo anterior
pudiera superarla.
Hacia 1935, los países latinoamericanos relativamente más avanzados (México, Brasil,
Argentina, Chile, Perú, Colombia, Uruguay) ya habían superado lo peor de la crisis; en
cambio, los países más pequeños seguían profundamente estancados. Esto se explica porque
la industrialización, elemento ahora esencial para la reactivación económica, requiere para
ser viable de un mercado nacional considerable. Así, la caída de los volúmenes y precios de
exportación sería más profunda en los países centroamericanos o en otros, como Ecuador,
donde la gran mayoría de la población consumía poco y nada. En los países más avanzados, la
rehabilitación a partir de 1935 incluiría avances significativos, en general, en la diversificación
de su estructura económica. Estas reconstrucciones tienen éxito variable según estos países,
pero en general, el impacto de la depresión es menos profundo que en los países centrales
industriales y que en los pequeños países latinoamericanos.
La industrialización comienza en el sector de bienes de consumo: alimentos y bebidas,
textiles, industrias livianas en química, farmacia y electricidad. Antes de la crisis, ya existían
industrias alimentarias o textiles; por ello, a partir de ahora, la industrialización avanzará sobre
una infraestructura existente, que ahora se encuentra ociosa. De todos modos, en casi ninguna
parte el avance industrial previo a 1945 alcanza a sustituir del todo las importaciones, aun
en esos rubros más consolidados. La necesidad de los países periféricos de importar sobre todo
bienes de capital y materias primas está limitada por la lentitud del crecimiento del parque
industrial y porque su política comercial privilegia más la rehabilitación de sus exportaciones
que la expansión industrial.
Esa limitada industrialización tiende a acentuar más que atenuar las desigualdades
económicas entre las distintas regiones; desigualdades que surgieron durante la expansión de
las exportaciones (y que en el futuro seguirán acentuándose con el avance de la
industrialización). Esto ocurre porque la industrialización avanza allí donde se encuentran no
sólo sus potenciales consumidores, sino su mano de obra disponible y sus futuros dirigentes,
es decir, en las ciudades que están más ligadas a la expansión del comercio interno e
internacional.
La segunda guerra mundial (1939-1945) va a introducir, de nuevo, un cambio radical
en el contexto externo en que deben avanzar las economías latinoamericanas, ya que entre
1939 y 1941 quedarán aisladas de buena parte de los mercados europeos y asiáticos, al
complicarse el transporte marítimo interoceánico. Esta nueva coyuntura ampliará aún más el
papel del Estado en la economía.
De esta manera, la segunda guerra mundial introdujo en el comercio exterior
latinoamericano perturbaciones más fuertes que la primera. La segunda guerra reaviva la
demanda externa, que aún no se ha recuperado del todo de las consecuencias de la crisis del
´30, pero en realidad afecta más a los volúmenes exportados que a los precios. En cambio, los
países latinoamericanos apenas pueden importar (y esto es más grave en México o Chile,
donde los alimentos no alcanzan), porque a la escasez de transporte se le suma la reorientación
de la economía hacia la producción de guerra en los países industriales. De esta manera, el
déficit de importaciones ofrece un estímulo más poderoso a la industrialización que las
consecuencias más inmediatas de la crisis del ´30. Pero esta industrialización más acentuada
comienza a mostrar sus rasgos negativos: insuficiencias en la infraestructura, fallas técnicas,
primitivismo tecnológico, que no se puede superar mientras América Latina esté aislada de los
países centrales. No obstante, la coyuntura permitió que en algunos casos (como Brasil), la

32
industria nacional no sólo llegara a conquistar el mercado interno, sino también el externo
(vendiéndoles productos a otros países hispanoamericanos o a las colonias africanas).
El fin de la guerra encuentra así a una América Latina cuya economía, salvo en
algunos de los estados menores, no sólo ha borrado las consecuencias de la crisis, sino ha
crecido en volumen y complejidad. A la vez, es una economía aún más desequilibrada que en
el pasado, sobre todo en las grandes ciudades, donde la escasez de energía y vivienda, sumada
a la creciente densidad de población, serán un problema a resolver en el futuro. En 1945, pues,
ha madurado universalmente una conciencia muy viva de que las economías latinoamericanas
afrontan una encrucijada decisiva, que sus problemas viejos y nuevos se han agravado hasta
un punto que vuelve impostergable una reestructuración profunda. A la vez, la situación se
hace más compleja, dado que, por primera vez en su historia, las naciones latinoamericanas
se han constituido en acreedoras de Europa (arruinada por la guerra) y Estados Unidos, cuya
economía se vio muy favorecida por la guerra. Por ello, hacia 1945, había una sensación de que
esta coyuntura excepcional permitiría abandonar el status de periferia de América Latina.
La guerra, por su parte, aportó una complejidad mayor a la influencia de Estados Unidos
en la región. Durante los ´10 y ´20, como dijimos en el capítulo anterior, Estados Unidos había
avanzado mucho sobre América Latina: apertura del canal de Panamá (1914), traslado del
centro financiero del mundo de Londres a Nueva York, pasaje de la era del ferrocarril (inglés)
a la del automóvil (yanqui). La crisis económica afectó las relaciones comerciales y financieras
con EE.UU (en lo comercial, EE.UU seguía con su proteccionismo, que impedía la masiva entrada
de productos latinoamericanos), lo cual por un momento aparentó ser un retroceso en la
afirmación de la hegemonía continental. Sin embargo, la guerra contribuyó a consolidar esta
hegemonía de EE.UU, ahora más aceptada por los países latinoamericanos. Ahora EE.UU
renunciaba a la intervención directa y unilateral, y buscaba en cambio vigorizar los
organismos panamericanos, que con ampliadas atribuciones debían transformase en
instrumentos principales de la política hemisférica de EEUU. No obstante, EEUU manejó su
política internacional sin recurrir, nuevamente, al mecanismo panamericano. Además, el
abandono de la intervención armada no suponía la renuncia a la presencia en el Caribe y
Centroamérica. En los países que habían sufrido la ocupación militar norteamericana (Cuba,
Nicaragua, Haití, República Dominicana), la potencia interventora había creado fuerzas
armadas locales que consolidaban regímenes dictatoriales estables y devotos a EEUU (Somoza
en Nicaragua, Trujillo en Rep. Dominicana, etc.). Por otra parte, EEUU no había dejado de
utilizar la presión política directa sobre los gobiernos latinoamericanos; de hecho, se ejerció
sobre los países que eran renuentes a alinearse en el bloque de los aliados contra el eje, como
Argentina, que tradicionalmente había preferido la influencia inglesa a la norteamericana.
En este contexto, hacia 1945 se creía que Latinoamérica había sorteado la crisis sin
sufrir daños económicos sustanciales y sin haber sufrido las destrucciones de la guerra. Pero
también ocurría que la crisis había logrado corroer mortalmente, tanto en lo económico
como en lo político-internacional, el orden mundial en el que Latinoamérica había
encontrado su lugar. Por ello, no es sorprendente que el debilitamiento de ese orden debilitara
también el sistema de creencias afín a él: el liberalismo económico ya no era consensuado por
la sociedad, y no lo sería por mucho tiempo. Ahora era el momento de las tendencias
heterodoxas, como el keynesianismo o la planificación soviética.
Este desconcierto en el plano económico está ligado a otro efecto de la crisis
económica: la crisis global del sistema político, manifestado en una pluralidad de ideologías
y en los conflictos internos de cada país. De hecho, la crisis económica permitió la difusión
tanto del comunismo como del fascismo, ideologías que durante los ´20 no habían tenido
espacio. Como consecuencia de ello, el nuevo conflicto mundial no se centrará tanto en los
conflictos entre ciertas grandes potencias, sino incluirá una importante dimensión
ideológico-política. Este es otro signo del fin del consenso ideológico que había predominado,
tanto en Europa como en América Latina, hasta 1930.
Durante los ´30, el movimiento comunista, antes marginal, intentará organizarse en
casi todos los países latinoamericanos, y alcanzará una importancia considerable sobre todo en
Brasil, Chile y Cuba y, en menor medida, en Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela. Sus
avances no se deben tan sólo a la agudización de conflictos sociales preexistentes, ni tampoco
exclusivamente a los cambios en el equilibrio social suscitados por la crisis y las respuestas a
ella. Es sobre todo la inseguridad sobre el rumbo que tomará un mundo económicamente en
ruinas la que crea las condiciones para una mayor difusión de las propuestas políticas
comunistas. Otros casos, como el cardenismo mexicano o el aprismo peruano, fueron
alternativas no comunistas al liberalismo que había predominado hasta los ´30.

33
En suma, la nueva incertidumbre ideológica se tradujo entonces más en una apertura
hacia nuevas perspectivas y una disposición a explorar todos los horizontes que en el
surgimiento de corrientes y figuras dispuestas a definirse en cerrada oposición al consenso
ideológico-político previo. El impacto de la crisis no ayuda a visualizar más claramente los
conflictos sociales que pugnan por encontrar expresión política. Más bien, hace más difícil
descifrar el impacto que estos conflictos alcanzan sobre una vida política cuyos actores deben
avanzar a tientas en un mundo que no comprenden, guiados por convicciones ideológicas que
no saben cómo reemplazar, pero en las cuales no pueden depositar la misma fe que en el
pasado. Esta vacío de una dirección única para todos los procesos políticos latinoamericanos,
en parte, ayuda a comprender las particularidades nacionales. 1 En general, los procesos
políticos latinoamericanos del período 1930-45, muestran un rasgo común: la crisis y sus
consecuencias directas e indirectas originan tensiones que la mayor parte de las situaciones
políticas hallan difícil afrontar. En aquellos países en que la ampliación de la base política se
había traducido en una democratización del régimen en un marco liberal-constitucional
(Argentina, Uruguay), la crisis afecta a la democracia liberal, provocando golpes de Estado
(Uriburu y Terra, respectivamente).

2) En busca de un lugar en el mundo de postguerra (1945-1960)

Pronto iba a advertirse que, si era cierto que un orden nuevo comenzaba a emerger de las
ruinas dejadas por la crisis y la guerra, los rasgos de ese orden nuevo no eran necesariamente
los previstos entre 1930-45. Por ejemplo, la economía de los países centrales se reconstruyó
más fácilmente de lo que se había pensado en un momento, y entraría en una fase ascendente
de 25 años, conocida como “los años dorados del capitalismo”.
En cuanto a Latinoamérica, sus gobernantes creyeron que la coyuntura favorable que la
guerra había creado para esta región se mantendría y consolidaría durante la postguerra. Los
motivos para pensar esto radicaban en que ahora los países centrales estaban reabiertos al
tráfico internacional y necesitaban lo que Latinoamérica podía ofrecerles (alimentos, materias
primas).
Dado ese optimismo, las disidencias se daban sobre todo en torno al mejor modo de utilizar
sus oportunidades, pero lo que las volvía explosivas era que cada uno de esos modos suponía
una distinta distribución de las ventajas de la coyuntura. Las principales alternativas eran dos:
1) continuar con el proceso industrializador favorecido por la crisis y aún más por la guerra,
o 2) retornar al modelo agroexportador y restaurar la unidad del sistema mercantil y
financiero mundial mediante la liberalización económica. Mientras la primera alternativa era
defendida por quienes, directa o indirectamente, se veían favorecidos por la industrialización
(burguesías industriales, obreros urbanos), la segunda era apoyada por quienes se beneficiaban
del modelo agroexportador (oligarquías terratenientes, clases medias rurales).
Con respecto a la industrialización, anteriormente habíamos dicho que ésta era frágil y
tecnológicamente precaria. Ahora se daba una oportunidad de corregir esas fallas y seguir
avanzando sobre bases más sólidas. Para ello se contaba con los saldos acumulados gracias al
superávit comercial generado por la guerra. Además, se esperaba que una Europa en
reconstrucción demandara nuevamente materias primas, lo que permitiría financiar el proceso
de industrialización. En cambio, estaban quienes creían en que la industrialización de 1930-
45 había sido una solución de emergencia impuesta por la crisis y el aislamiento de la
guerra. Vuelta la normalidad, confiaban en el pleno aprovechamiento de las ventajas
comparativas del sector primario.
De este modo, el sorprendente consenso que durante 1930-45 había existido en cuanto al
avance del Estado en la economía y a la industrialización por sustitución de importaciones (ISI),
ahora es reemplazado por un disenso profundo. No sólo se discute una distribución de
recursos dentro de las economías latinoamericanas; también está en juego el perfil futuro
de las sociedades latinoamericanas y la distribución dentro de ellas del poder político.
Los proyectos industrializadores, en general, prevalecieron por sobre los
agroexportadores: no sólo eran sostenidos por el empresariado industrial, sino por otros grupos

1
En mi opinión –Daniel Schteingart- el populismo se inscribe como un fenómeno emergente sobre
este sustrato. Por ello, no debe extrañar su eclecticismo y sus contradicciones, en parte reflejo de las
ambigüedades tanto ideológico-políticas como sociales y económicas.

34
sociales. Este apoyo se explica en parte porque la industrialización estuvo acompañada de un
conjunto más amplio de soluciones político-sociales, que mejoraban la situación de estos
otros grupos sociales. Así, la industrialización debe avanzar manteniendo el entendimiento
con la clase obrera industrial, lo que requiere moderar la explotación de la fuerza de
trabajo, frente tradicional de acumulación e inversión en etapas de industrialización
incipiente. Pero también supone considerar a las clases populares urbanas como
consumidoras, lo que implica mejorar sus salarios reales y ampliar sus fuentes de trabajo más
allá de lo que el crecimiento industrial puede asegurar por sí solo. Estos objetivos se cubrirán,
en parte, por la iniciativa del Estado, que no sólo atenderá a estos objetivos, sino que
extenderá sus actividades a campos muy variados de previsión y servicio social con vistas a
mantener la lealtad de las mayorías electorales. Esta lealtad también es imprescindible para
asegurar la continuidad del proyecto industrializador.
De esta manera, la viabilidad y supervivencia de la industrialización supone considerar
todas estas precondiciones. Esto, a su vez, hace que los Estados presten más atención a cómo
conservar la legitimidad de la industrialización que a la innovación tecnológica, que era la
única que podía asegurar la industrialización a largo plazo. No se trataba tan sólo de modernizar
la tecnología para eficientizar el sector industrial y ampliar la infraestructura. Más grave aún
era que el costosísimo programa industrializador debía ser afrontado por una Latinoamérica
que en realidad estaba en una situación menos favorable de la que se había creído en 1945.
Las necesidades de la reconstrucción europea favorecían la demanda de productos
latinoamericanos, pero también perjudicaban la oferta de bienes industriales –cuyo precio
seguía en ascenso- que América Latina necesitaba. De esta manera, se utilizaron los fondos
acumulados durante la guerra a nacionalizar empresas, repatriar la deuda pública y a importar
escasos bienes industriales. Así, las economías latinoamericanas fueron lentamente
renunciando a modernizar su economía, tal como había sido planeado hacia 1945, y se
limitaron a asegurar la supervivencia de esa industria primitiva, mediante transferencias
intersectoriales de recursos, aseguradas por la manipulación monetaria.
Los países latinoamericanos adoptaron una moneda sobrevalorada, lo que perjudicaba al
sector exportador y privilegiaba las importaciones baratas. El Estado trataba de que estas
importaciones no compitieran con la industria nacional (en estos casos se aplicaban aranceles),
sino que le proporcionase los insumos necesarios.
Sin embargo, este modelo de financiamiento de la industrialización a través de los recursos
de la exportación no sólo encontraría oposición en los terratenientes, empresas mineras
internacionales, o compañías de transportes y comercio (a quienes perjudicaba). También,
junto con un contexto que hacia los ´50 se había tornado desfavorable, implicó el
estancamiento y la baja de la producción exportadora. De este modo, hacia 1955, tanto este
modelo económico como las soluciones políticas que lo apoyaban mostrarían signos de
agotamiento, como la inflación y el creciente desequilibrio en la balanza comercial (debido
sobre todo al estancamiento del sector exportador). Uno y otro síntoma tienden a reforzarse
mutuamente, ya que la devaluación (que mejoraría la balanza comercial) lleva al alza de
salarios, lo cual genera inflación, y ésta a su vez conduce a una nueva devaluación.
Así, en un período de 10 años, se había pasado de la esperanza a la inquietud. Prebisch,
secretario de la CEPAL, indagó sobre las causas de los problemas en la industrialización
latinoamericana y las encontró en la posición periférica que Latinoamérica ocupa en una
economía mundial dominada por un centro industrial cada vez más poderoso, lo cual se refleja
en el deterioro creciente en los términos del intercambio. En el centro, la fuerza de trabajo
puede imponer un alto nivel de salarios que se refleja en el alto precio de los bienes
industriales, mientras que, en la periferia, una mano de obra abundante y más dispersa debe
conformarse con salarios mínimos. Además, los países centrales poseen el control del transporte
y las finanzas internacionales, lo que implica otra dificultad para América Latina. La solución,
para Prebisch, reside entonces en una industrialización más intensa, que cree una economía
nacional de una madurez similar a la de los países centrales. El tema es que Prebisch no plantea
cómo conseguir esa industrialización.
El desarrollismo será una propuesta que considerará los aportes teóricos de Prebisch; en
su núcleo, se busca favorecer la expansión del sector industrial que produce bienes de consumo
duraderos (como al automóvil), más que bienes de capital. El desarrollismo logró ofrecer una
salida rápida para la encrucijada industria-agro: aliviaba el ofuscamiento que la
industrialización había arrojado sobre un sector primario ya incapaz de seguir soportándolo,
permitiendo una revigorización de la expansión industrial.

35
Para ello, el desarrollismo propuso una apertura parcial de la economía nacional a la
inversión extranjera. Hasta mediados de los ´50, la inversión extranjera había tenido un papel
limitado en la industrialización latinoamericana, ya que la crisis del ´30 y la guerra habían
disminuido la disponibilidad de capitales metropolitanos para la inversión. En la posguerra, esta
situación fue cambiando paulatinamente. A la vez, las economías latinoamericanas sufrían
dificultades en la balanza de pagos, que intentaron afrontar poniendo trabas a la salida de
ganancias por parte de las empresas extranjeras radicadas allí. En este sentido, Latinoamérica
no era demasiado atractiva para nuevas inversiones. Sin embargo, éstas fueron posibles dado
que el monto de las inversiones no era demasiado elevado para las empresas extranjeras. Estas
inversiones se centraban sobre todo en maquinarias (que habían sido utilizadas previamente
en el país de origen) que, al ser vendidas a precios altísimos, suponían ganancias
extraordinarias.
La apertura a la inversión extranjera concebida por el desarrollismo no suponía
necesariamente la apertura generalizada de la economía, puesto que su éxito depende del
mantenimiento de un estricto control de las importaciones. Pero en otro aspecto sí parece
requerir alguna liberalización: la empresa inversora aspira a disponer libremente de sus
ganancias (o sea, enviar las ganancias al exterior), lo cual supone un conflicto con el Estado,
pues éste prefiere orientar estas escasas divisas hacia otras actividades. En general, este
conflicto de intereses, será resuelto mediante una transacción que autoriza a las empresas a
repatriar parcialmente sus ganancias.
De esta manera, se dio una nueva oleada industrializadora en América Latina, diferente de
la primera. Por ejemplo, la nueva industria (que es más desarrollada que la anterior) no tiene
tanta capacidad de crear empleo, ya que se inserta en ramas en que la productividad del
trabajo es más alta que en las antiguas. De esta manera, se expande una clase obrera
calificada y mejor pagada, aunque la demanda de mano de obra industrial crezca poco.
También, la nueva producción industrial está dirigida a los sectores sociales más altos.
Durante la primera oleada industrializadora habían prevalecido los bienes textiles, químicos o
farmacéuticos, de baja calidad y dirigidos al consumo masivo. Ahora, los nuevos bienes
industriales, que se producían a precios superiores al de los países centrales, sólo podrían
ubicarse en los sectores altos de la sociedad.
En consecuencia, la reorientación de la demanda hacia los sectores más altos crea mercados
mucho más estrechos, con lo cual el margen de viabilidad de estas industrias se hace más
sensible (pues requieren una producción mínima para amortizar la inversión). Por lo tanto,
pocos países ingresarán en esta nueva etapa: apenas Brasil y México tendrán cierto éxito en
este nuevo nivel de industrialización, mientras que Argentina no podrá sobrellevarlo; Perú y
Chile, si bien tienen la tentativa de alcanzarlo, ni siquiera lo intentan llevar a cabo.
En el corto plazo, esta nueva oleada industrializadora, que no avanza sustituyendo
importaciones, acentúa el desequilibrio externo. Los desarrollistas sostenían que este
desequilibrio sería finalmente superado; mientras tanto, la solución era apelar a la inversión y
el crédito externo para evitar el estancamiento. El acceso al crédito se hace cada vez más
accesible, ya que crece la abundancia de capitales en el centro, pero para recurrir a él se
necesita flexibilizar el mercado cambiario.
Detrás de todo esto, subyace un cambio social que ahora adquiere dinamismo nuevo,
alimentado en parte por el rápido crecimiento demográfico iniciado hacia los ´20. Este
incremento poblacional, en algunas áreas como El Salvador o Colombia, se tradujo en presiones
sobre la tierra. La industrialización no había solucionado la cuestión agraria. Ahora, en ese
agro atrasado, crece la tensión social. Por otra parte, la baja productividad del campo
también influye en el proceso industrializador. Los sectores rurales, además, consumen muy
poco. En este contexto la idea de reforma agraria comienza a tener más eco en la agenda
latinoamericana, tanto en los programas revolucionarios (Bolivia, Guatemala) como en los
reformistas.
El crecimiento demográfico, junto con la rigidez del orden rural, se expresa en el
rapidísimo avance de la urbanización (la “urbanización salvaje”, como la denomina Halperin).
Esto representa un nuevo problema social, pues ni siquiera una industrialización acelerada
puede responder a este nuevo proceso, en el cual las carencias (vivienda, agua, sanidad,
electricidad) aumentan. Hasta el momento se había pensado en que este problema se
solucionaría por medio del desarrollo económico que igualaría la calidad de vida de los países
latinoamericanos a los de los países centrales. Pero, poco a poco, dado que esto no ocurría, se
comienzan a redefinir los términos en que se plantea el conflicto político-social. Esto, a su

36
vez, se inscribe en un contexto mundial de guerra fría, que deja atrás la concordia que existía
en 1945.
Luego de 1945, EEUU deja de ser la potencia hegemónica continental para serla en el
mundo entero. La guerra fría consolida la hegemonía norteamericana; la URSS, devastada por
la guerra, no logra competir realmente con EEUU. La URSS había logrado extender su influencia
en la Europa Oriental, en donde se instalaron regímenes comunistas desde arriba (es decir, no
existieron revoluciones espontáneas). EEUU procuró expandirse hasta cubrir todas las áreas
del planeta que habían escapado a la hegemonía soviética, a través de un sistema de pactos
regionales apoyados todos ellos en el poderío estadounidense. Los países europeos
industrializados permanecieron en la órbita estadounidense y, junto con EEUU, se aliaron
militarmente en la OTAN. En 1949 triunfaba en China la revolución comunista a la vez que
entrados los ´50 la URSS logró que EEUU perdiera el monopolio atómico.
EEUU procuró, en la OEA, mantener el statu quo de Latinoamérica. La OEA debía dirigir
la resistencia a cualquier “agresión” regional perpetrada en el área. Obviamente, esto
apuntaba a la intervención en casos de revoluciones o procesos que intentaran un cambio
antagónico con los intereses norteamericanos; en este sentido, los misiles apuntaron sobre
todo hacia los comunistas. Los países latinoamericanos, por su parte, si bien adscribían al
programa de EEUU en la OEA, no siempre colaboraban activamente en la lucha contra el
comunismo (que durante la guerra había estado casi siempre alineado con EEUU en la lucha
común contra el nazifascismo). La revolución de Guatemala en 1954, que era más nacional-
popular que comunista, también fue intervenida por EEUU. Quizá, más que por una amenaza
real, la intervención armada en Guatemala pretendió ser una advertencia contra quienes no
acataran sin reservas la hegemonía norteamericana.
1959 inauguraría una nueva crisis en el sistema panamericano, con la Revolución
Cubana. Ahora la situación mundial era bastante distinta a la de hacía diez años atrás:
Europa se había reconstruido exitosamente, a la vez que había comenzado la descolonización
en Asia y África, proceso que se acentuaría durante los ´60. En 1958, en la Conferencia de
Bandung, los países tercermundistas se pronunciaron a favor de la “no alineación” entre el
bloque norteamericano y el soviético. EEUU adoptaría una postura más flexible contra los “no
alineados”, de tal modo que no se pasaran al bando soviético. Sin embargo, la relativa pasividad
con que EEUU asumió la “no alineación” de los países africanos y asiáticos, no existió para
América Latina.
El bloque soviético, por su parte, había logrado sobrevivir a la muerte de Stalin en 1953,
y, si bien seguía siendo autoritario, al menos su economía crecía más rápidamente que la del
mundo occidental. La URSS, ante el avance de la descolonización, veía la oportunidad para
extender su influencia sobre los territorios emancipados.
En este contexto, en 1959 se da la Revolución Cubana, que será fundamental en el
derrotero posterior de América Latina. Como dice Halperin, “el desenlace socialista de la
revolución cubana vino a reestructurar para siempre el campo de fuerzas que gravitaba sobre
las relaciones entre el norte y el sur del continente, en cuanto hacía real y tangible una
alternativa hasta entonces presente sólo en un horizonte casi mítico, como objeto del temor
o la esperanza de los antagonistas en el conflictivo proceso político-social latinoamericano”.
En suma, el punto de partida de este período (1945-60) está dominado por las
expectativas económicas y políticas creadas por el ingreso en la postguerra. El optimismo
económico se da sobre todo en los países que han iniciado un proceso industrializador. El
optimismo político afecta en todos los países por igual, en cuanto la victoria de la ONU (fundada
en 1945) parece haber privado para siempre de legitimidad política a la ultraderecha nazi-
fascista enemiga de la democracia liberal. Además, la consolidación de la URSS, si bien casi no
provoca durante este período alternativas revolucionarias, al menos incide en que ahora la
reforma social, dentro del marco capitalista, se hace un tema prioritario de la agenda
latinoamericana.
Esta exigencia de retorno al liberal-constitucionalismo (muy variable según los países)
lleva en varios países latinoamericanos al desplazamiento de los regímenes autoritarios y
oligárquicos, incompatibles con la nueva coyuntura. En Argentina y Brasil, en cambio, se dan
procesos populistas que conservan rasgos autoritarios del pasado, pero que también introducen
reformas.

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Capítulo 7: Una encrucijada decisiva y su herencia. Latinoamérica desde
1960

1) La década de las decisiones (1960-1970)

La década que se abriría en 1960 se anunciaba como una de decisiones radicales para
América Latina. Una tenía que ver con ese hecho nuevo e imprevisible que era que el giro
socialista de la Revolución cubana vino a incidir en un subcontinente que descubría agotada
esa improvisada línea de avance tomada entre 1930-1945 y mantenida entre 1945-1960. La
Revolución cubana puso en crisis, si no la hegemonía estadounidense sobre Latinoamérica, sí
por lo menos los mecanismos políticos e institucionales que EEUU había sabido instrumentar en
el pasado. Pero sobre todo, la Revolución cubana (que en un primer momento intentó ser
eliminada a la fuerza por EEUU y luego mediante el bloqueo económico y diplomático) mostraba
que lo que todos habían largamente creído imposible era, en realidad, posible. Esto daba
nuevo aliento a las tendencias contestatarias y revolucionarias.
A la vez, los años ´60 serían los años del fuerte crecimiento económico mundial, tanto en
el primer mundo como en el bloque socialista. En cambio, en América Latina, donde las
empresas multinacionales tenían peso creciente en la economía, las tasas de crecimiento
no se aceleraron como en aquellos bloques: el desarrollismo había fracasado. A lo largo de
los ´60, muchos comenzaron a creer que sólo se podría superar el estancamiento si se rompía
con el sistema político y económico internacional en que hasta entonces se había desenvuelto
Latinoamérica. Así, surgía la teoría de la dependencia.
Para los teóricos de la dependencia, lo que impedía a Latinoamérica superar el
subdesarrollo era su integración subordinada en el orden capitalista mundial. Si bien no todos
veían en la revolución socialista la única solución, todos coincidían en que era necesario
introducir modificaciones estructurales en ese orden, que fueran más allá que las reformistas
que habían predominado. A sus ojos, si los problemas eran económicos, su solución sólo podía
ser política.
En el plano internacional, tanto la URSS como EEUU buscaban intervenir en América
Latina como nunca antes. Ahora, los objetivos de ambos no sólo eran mas ambiciosos que en
el pasado, sino también bastante distintos. Con respecto a la URSS, su influencia sobre Cuba
contrastaba con la cautela que había caracterizado anteriormente a su presencia en
Latinoamérica y, además, ahora era consciente de que ahora eran posibles revoluciones
socialistas. Los EEUU de Kennedy también se dispusieron a gravitar más decisivamente en el
subcontinente, en parte, a partir del caso cubano. Pero, para el presidente demócrata
Kennedy, el mayor activismo político norteamericano no debía reducirse a restaurar la
hegemonía sobre Cuba. Más bien, se trataba de promover y orientar una transformación de
las estructuras sociopolíticas latinoamericanas que las alejase de la tentación
revolucionaria que había triunfado en Cuba.
De este modo, el escenario principal del combate contra la amenaza revolucionaria se
trasladaba al continente, y a éste último estaban orientadas las innovaciones de Kennedy.
Estas innovaciones se inspiraban, por una parte, en una teoría sobre las precondiciones
necesarias de los procesos revolucionarios y, por la otra, en las lecciones ofrecidas por los
procesos de cambio socioeconómico desencadenados, a partir de 1945, en Asia y África. En
estos continentes, se dieron, en algunos casos, vías revolucionarias y en otros no. Estas reformas
en las estructuras socioeconómicas de los países habían sido exitosas en Japón, Corea del Sur y
Taiwán, contribuyendo a atenuar tensiones sociales y a remover obstáculos al crecimiento
económico.
Se trataba entonces, para América Latina, de evitar las revoluciones y de favorecer
transformaciones estructurales que consolidaran el capitalismo. Se creía que si
Latinoamérica alcanzaba el desarrollo autosostenido, característico de los países centrales, el
peligro revolucionario sería disipado; pero durante la transición, el riesgo de revolución era
omnipresente. Se trataba de mantener tranquilas a las masas, para que no se inclinaran a
favor de las fuerzas revolucionarias.
Esta nueva política latinoamericana se expresó en la Alianza para el Progreso, se llevaría
a cabo en un período de 10 años y sería financiada en un 20% por EEUU y en un 80% por
Latinoamérica. Los objetivos de la Alianza para el Progreso se resumían en 12 puntos:

1) reforma agraria para superar el estancamiento rural;

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2) una industrialización más rápida y profunda;
3) crecimiento económico per cápita del 2,5% anual;
4) distribución más equitativa de la riqueza;
5) equilibrio de la producción entre las distintas regiones;
6) aumento de la producción agrícola;
7) disminución del analfabetismo e instauración de la escolarización obligatoria;
8) mejora de la situación sanitaria;
9) baja los precios de las viviendas;
10) estabilización de las monedas;
11) promoción de acuerdos para un Mercado Común Latinoamericano;
12) cooperación para equilibrar el comercio exterior.

Para muchos de esos objetivos se requería la expansión de las funciones y los recursos
del Estado, para lo cual se preveía una reforma fiscal, que crearía un sistema de impuestos
progresivo. Pero esta base financiera más robusta del Estado no se limitaba a facilitar el
desarrollo económico y la igualdad social; también servía para consolidar estructuras políticas
y sociales que contuvieran sólidamente a las masas. Para ello, Kennedy confiaba más en una
democracia representativa y reformista, frente a las dictaduras (que, sin embargo, seguían
siendo preferibles a la revolución). La democracia, para Kennedy, permitiría que los partidos
de masas controlaran mejor a la población que el autoritarismo militar.
Pero al mismo tiempo, EEUU no renunciaba a poner a los ejércitos latinoamericanos al
servicio de ese ambicioso programa de transformación con propósitos de conservación. De
hecho, una parte considerable de los fondos dirigidos a Latinoamérica se orientaron hacia esos
ejércitos, que ahora debían complementar las falencias del Estado en el control de la población.
Más allá de la Alianza para el Progreso, los organismos panamericanos como la OEA habían
fracasado, dado que las reticencias a las propuestas norteamericanas eran cada vez mayores.
Así, ahora se adoptaron soluciones bilaterales.
En suma, ahora EEUU interviene de un modo más complejo y especial, a la vez que puede
gravitar más eficazmente en una Latinoamérica que está entrando en la era de masas. Esa
presencia debe servir para un doble propósito de transformación y conservación o, también,
“seguridad y desarrollo”. Estas dos fórmulas ignoran por igual que en los momentos críticos,
que no han de faltar durante esta década, no iba a ser siempre fácil hallar un camino que
satisficiese por igual ambas aspiraciones. En efecto, cada vez que una emergencia imponía
optar entre ellas, la prioridad era la seguridad (o la conservación), más que el desarrollo
económico y la transformación sociopolítica.
En 1963 es asesinado Kennedy y lo sucede Lyndon Johnson, quien privilegia el objetivo
de conservación y seguridad antes que el de democracia, desarrollo y transformación. Sin
embargo, ya antes de esa reorientación programática de la política norteamericana, el mismo
Kennedy había preferido la solución golpista a la democrática ante alguna crisis
latinoamericana.
A partir de 1963, EEUU adopta una política más decididamente dirigida a la seguridad,
más que al progreso y el desarrollo. En 1964, el golpe de las FFAA en Brasil, fue organizado
conjuntamente con EEUU, marcando el inicio de un proceso que duraría más de veinte años.
Para comprender la nueva coyuntura hay que tener presente la importancia de la
revolución cubana. Ésta, al devolver al primer plano del debate político latinoamericano la
cuestión del imperialismo, revivía sentimientos que habían venido adormeciéndose desde
1933. Estos sentimientos no habían logrado ser movilizados ni por la prédica soviética ni por el
retorno de intervencionismo norteamericano.
La revolución cubana también incidió fuertemente en los sectores que, temerosos del
socialismo, ahora harán causa común con Estados Unidos. Gracias a ello, el nuevo
intervencionismo norteamericano fue mucho más aceptado en Latinoamérica que a principios
de siglo. No sólo era recibido con abierto beneplácito por los sectores conservadores –algunos
de los cuales le habían sido tradicionalmente hostiles-, sino que, en general, no iba a necesitar
volcarse en nuevas acciones militares por parte de EEUU. Esto último se explica porque serán
estos aliados locales anticomunistas quienes frenarán todo avance socialista.
Los ejércitos latinoamericanos tenían un papel cada vez más central desde la
perspectiva norteamericana. La consolidación del aparato estatal, que figuraba entre los
objetivos de la Alianza para el Progreso, iba en paralelo a la creciente presencia de las fuerzas
armadas en la vida de la región. Esto tiene que ver, en parte, con que ahora las FFAA
latinoamericanas recibían cada vez más fondos de EEUU. Pero ese vínculo cada vez más

39
íntimo entre EEUU y las FFAA latinoamericanas iba más allá de agregar solidez y eficacia al
poderío estrictamente militar de esos ejércitos. Más importante era que esos nuevos lazos
sirviesen de vehículo para la difusión de una propuesta acerca de las tareas futuras de los
ejércitos latinoamericanos. Esta propuesta, que sería efusivamente aceptada por éstos, se
expresaría en la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN). La DSN, versión militarizada de la
seguridad y desarrollo, hacía del ejército el protagonista de la vida nacional, al ponerlo al
frente de una empresa que unificaba la guerra convencional y la política convencional. Ahora,
los ejércitos ya no se limitaban a su función de defensa externa de la nación, sino que debían
velar por la seguridad interna de ésta, es decir, asegurar el orden contra la amenaza
revolucionaria.
La nueva intimidad entre las fuerzas armadas latinoamericanas y las de EEUU fue decisiva
para acelerar la transición entre una concepción de las tareas militares que había guiado
durante décadas a los ejércitos latinoamericanos y otra que no sólo les fijaba funciones nuevas
y más amplias, sino que también les imponía modos de conducta que en el pasado hubiesen
parecido incompatibles con la dignidad del oficial, como por ejemplo la tortura u otras formas
de terror.
Otra consecuencia fundamental que iba a tener esta reestructuración de los ejércitos
latinoamericanos bajo auspicios yanquis era que ahora se profundizaba la transformación de
cada uno de esos ejércitos en un organismo cada vez más consciente de su identidad y sus
intereses corporativos-institucionales, tanto en el plano interno como en el internacional. En
el marco nacional, la consolidación de una conciencia corporativa en el cuerpo de oficiales se
sumaba a la burocratización de la institución. En consecuencia, ahora se transformaba
radicalmente el modo de inserción de las fuerzas armadas en la vida política. En el pasado,
las FFAA habían ingresado en la vida política como séquito y sostén de un dirigente surgido
de sus propias filas, que tenía un notable poder de iniciativa, gracias al apoyo complementario
de corrientes políticas o distintas fuerzas socioeconómicas. Ahora, en cambio, el ingreso en la
vida a política supondría una empresa corporativa, cuyo titular era tan sólo un agente
escasamente autónomo, y siempre revocable, de la institución que lo colocaba al frente de
ella.
Sin embargo, esa transformación del carácter mismo de la intervención militar sólo en
parte se explica por los cambios que sufría la institución misma. Hay que entender, además, la
actitud de los grupos sociales latinoamericanos temerosos del avance revolucionario (en un
contexto donde el desarrollismo se estaba agotando), ahora potenciados por la coyuntura de la
revolución cubana. En suma, es la conciencia de la gravedad de la coyuntura la que fortifica
la decisión de mantener al titular militar de la gestión política bajo constante vigilancia
corporativa.
Por otro lado, los distintos sectores sociales (sean ya antirrevolucionarios como
revolucionarios) compartían su optimismo por las innovaciones técnicas, que durante este
período fueron muchas: progresos en las comunicaciones, el motoscooter, el teléfono de larga
distancia, la píldora anticonceptiva, etc.
Este optimismo, que también aparecía en los sectores más conservadores temerosos del
avance revolucionario, no hubiera existido si la situación latinoamericana hubiese sido
realmente catastrófica. Más allá de que las economías latinoamericanas tuvieran una
tendencia al estancamiento o al desarrollo irregular, en general, durante los ´60 América
Latina creció, con problemas y más lentamente que el mundo desarrollado, pero efectivamente
creció. Este crecimiento, limitado, sin embargo había transformado significativamente las
pautas de vida de amplios sectores de la sociedad latinoamericana. Esto, en parte,
contribuye a comprender el por qué de este contradictorio optimismo en los grupos adictos al
statu quo (quienes creían que la revolución era inminente). Por su parte, también los
revolucionarios creían que la revolución estaba al caer y, por ello, también se mostraban
optimistas. Las FFAA, por su parte, se opondrían, en general, a todo avance de este “ataque
de frivolidad”.
La Iglesia, que si bien también podría manifestarse contraria a estos cambios en la vida
cotidiana, sin embargo, se modernizó durante este período, a partir del Concilio Vaticano II.
Las causas de estas reformas en la Iglesia son bastante contradictorias, pero lo cierto es que se
buscaba, entre otras cosas, una renovación litúrgica, la actualización de los contenidos
científicos e ideológicos y de los métodos pedagógicos en las instituciones católicas de
enseñanza, la ampliación del papel de la comunidad de fieles en la vida eclesiástica y la

40
prioridad para los pobres.2 En su forma más extrema, esta preocupación por los sectores menos
privilegiados se encarnó en la minoritaria pero condensada Teología de la Liberación,
generalmente adherente a soluciones revolucionarias.
Los años ´60 habían sido, para el mundo en general, una década de expectativas y
optimismo, sustentada por el crecimiento económico a nivel global. Sin embargo, hacia fines
de los ´60, comenzaron a multiplicarse los signos de agotamiento de esa gran ola ascendente
que por décadas había arrastrado por igual a Occidente y al mundo socialista. 1968 es un año
que ilustra muy bien este resurgimiento del malestar, ante la sospechosa demora en el
desencadenamiento de las transformaciones radicales anunciadas con fe tan firme hacia inicios
de la década: la primavera de Praga, el mayo francés, las revueltas de Tlatelolco en México,
el avance del hippismo en EEUU o la Revolución Cultural China (en 1969) serán
manifestaciones que expresarán esta creciente desconfianza.
Estos movimientos de 1968 vinieron por un momento a revitalizar en toda Latinoamérica
las esperanzas revolucionarias. Retrospectivamente, se ve que en realidad anunciaban el
comienzo de su curva descendente, y ello no sólo porque todos los sistemas cuestionados
lograron sobrevivir al tumultuoso desafío de 1968. Paradójicamente, el hecho de que en la
mayoría de los casos el orden establecido tuviese que, para superar esta crisis, perder
legitimidad, tampoco iba a fortificar a los sectores revolucionarios latinoamericanos, cuya
legitimidad ya desde antes de 1968 había aparecido como muy limitada. Mientras que la pérdida
de legitimidad del orden establecido no bastó para destruirlo, esta pérdida de legitimidad
suponía un golpe fuertísimo a las tendencias revolucionarias latinoamericanas. Esta mengua
de la legitimidad revolucionaria en parte se explica porque, si bien los movimientos
revolucionarios latinoamericanos no necesariamente se identificaban con el “socialismo real”
(el de la URSS y Europa del Este), las alternativas revolucionarias a ese socialismo real (como
hasta 1967/8 había intentado Cuba, que ahora estaba subsumida a la URSS) se mostraban
ficticias. Por su parte, el socialismo real era cada vez menos percibido como una etapa
superadora del capitalismo.
Así, entrados los ´70 ese verano económico que había comenzado en 1945 parecía
extinguirse. Ello se manifestaba en la inconvertibilidad del dólar en oro, por parte del
presidente norteamericano Nixon, en 1971, que destruía el sistema monetario mundial
acordado en 1944 en Bretton Woods. La iniciativa de Nixon buscaba adaptarse a la pérdida del
predominio abrumador que la economía norteamericana tenía en 1945. Otro signo del derrumbe
del orden de postguerra fue la crisis del petróleo de 1973, que puso en entredicho la relación
entablada entre el mundo desarrollado y la periferia a partir de 1945. La crisis del petróleo
tiene que ver con el conflicto árabe-israelí, que no profundizaremos. Lo cierto es que la venta
de este mineral a precios exorbitantes superó por mucho las expectativas de los países
exportadores. La crisis del petróleo era un contraejemplo a la teoría de Prebisch y de la
dependencia, ya que mejoraba sustancialmente los términos del intercambio para los países
productores de materias primas (en este caso, de petróleo).
Estas dos novedades (inconvertibilidad del dólar y crisis del petróleo) que manifiestan este
nuevo clima económico. Así, a principios de los ´70 se cerraba esa anunciada década de
decisiones que había sido 1960. Esta década se cierra no porque estas decisiones hayan sido
resueltas, sino más bien porque se ha desvanecido la coyuntura mundial que hacía parecer
a la vez urgente y posible afrontar esas decisiones. Se inauguraba, entonces, hacia 1970, un
período de incertidumbre.

2) Los tiempos que corren

Hacia 1970, si bien no se han agotado los impulsos reformistas surgidos en 1960, el orden
mundial que tras 25 años de avance espectacular todos tenían ya por definitivamente
consolidado, comenzó a sufrir transformaciones radicales, que pronto incidirían
decisivamente sobre Latinoamérica. En la economía, como se dijo, el fin de los “25 años
dorados” se expresaba en la inconvertibilidad del dólar en oro y en la crisis del petróleo de
1973. Se abría así la transición hacia una etapa marcada por una sucesión de cambios súbitos
en el clima económico, cuyo impacto sería en muchos casos más intenso en América Latina

2
En mi opinión, esta reforma de la Iglesia tiene que ver con el contexto de Estado de Bienestar o
“capitalismo humanizado” de la época, al cual la Iglesia buscaba estar en consonancia. Quizá esto tenga
que ver con la mayor preocupación por los pobres.

41
que en el centro de la economía. Además, debajo de estos cambios comenzaron a darse
transformaciones más lentas y graduales en el subcontinente, que emergerían más adelante.
La crisis del petróleo tiene que ver con varias cuestiones. Una ya ha sido señalada y tiene
que ver con el conflicto árabe-israelí. La otra tiene que ver con las economías de los países
desarrollados durante 1945-70, que habían crecido más rápidamente que los recursos necesarios
para sostenerlas. Ello se tradujo en un alza gradual de precios de alimentos y materias primas.
El precio del petróleo permaneció relativamente estable durante ese período y se disparó en
1973, introduciendo a la economía mundial en una etapa de crecimiento mucho más lento e
irregular, incrementando la “estanflación” (estancamiento con inflación) a nivel mundial.
Tanto los países desarrollados como los socialistas y los subdesarrollados vieron mermada su
tasa de crecimiento.
En ese contexto, se da una consecuencia paradójica para el mundo subdesarrollado. El
nacimiento de la OPEP, que parecía iniciar una tendencia de mejora en los términos del
intercambio con los países centrales, no fue tan beneficioso como se podría suponer, ya que la
recesión mundial que terminó por provocar se tradujo en una caída de la demanda de materias
primas, afectando los precios y volúmenes de exportación.
Por otro lado, la crisis de petróleo transfirió de los países consumidores de este
hidrocarburo a los países productores una enorme masa monetaria, que ahora no tenían
dónde ubicarla (invertirla en estos países productores podría haber tenido consecuencias
gravísimas). En consecuencia, existía una gigantesca masa de capitales disponibles a tasas de
interés excepcionalmente bajas. Esto, sumado a la recesión en los países centrales, llevó a
que estos flujos de capitales se orientaran hacia los países socialistas y hacia los
latinoamericanos, en forma de préstamos a corto y mediano plazo.
Más que EEUU, los países más afectados por la crisis del petróleo fueron Japón y, sobre
todo, los de Europa Occidental, que casi no disponían del crudo. EEUU, por su parte, no la sufrió
tanto dado que en su territorio producía una importante cantidad del hidrocarburo. De esta
manera, EEUU recuperó las posiciones perdidas en la tasa de crecimiento durante 1945-70
respecto a los países europeos. Esto también estuvo influido por la manipulación del dólar que
logró hacer EEUU luego de abandonado la paridad fija con el oro en 1971; así, EEUU podía
devaluar el precio del dólar haciendo a su economía más competitiva.
A la vez que EEUU se esforzaba, hacia fines de los ´70, por controlar la creciente inflación,
subiendo drásticamente las tasas de interés (y afectando consiguientemente al empleo y el
ingreso), en 1978/9 se dio la segunda crisis del petróleo. Ahora, el destino de los capitales era
predominantemente EEUU (en parte, por sus más altas tasas de interés), afectando el flujo
de créditos a los países latinoamericanos.
Por otro lado, algunos países periféricos, como los del sudeste asiático, comenzaban a
perfilarse como nuevos polos industriales, con mano de obra barata, competidores de los países
desarrollados.
En esta coyuntura, también, la URSS dejaría de tener la influencia que por un momento
había llegado a tener, en América Latina, durante los ´60. Ahora, EEUU reafirmaba aún más su
hegemonía sobre el subcontinente. Por otra parte, la Iglesia, sobre todo a partir del papado de
Juan Pablo II a partir de 1981, comenzó a tener una posición cada vez más tradicionalista y
autoritaria, a diferencia de la modernización que había experimentado durante los 60. Juan
Pablo II combatirá (y con éxito) a los Teólogos de la Liberación. De esta manera, las ideologías
que podían presentarse como alternativas al sistema, fueron perdiendo gravitación en la nueva
década.
Nixon, presidente republicano de EEUU entre 1969-74, adoptó una política respecto de
América Latina de bajo perfil; esto, de ninguna manera, suponía dejar de intervenir cuando
fuera necesario (como en el caso de Allende en 1973 en Chile). Esto no deja de estar asociado
a que, como dice Rouquié, el militarismo reformista peruano, boliviano, ecuatoriano y
panameño es el fruto de una coyuntura nacional e internacional específica (1968-72). Esta
coyuntura está caracterizada por un clima de distensión en el continente (ese bajo perfil de
EEUU), que está asociado a que EEUU ahora está focalizado en Vietnam y Medio Oriente más
que en Cuba; además, Cuba ahora entra en la fase de “socialismo en un solo país” y no pretende
extender la revolución a los demás países latinoamericanos. De este modo, Cuba y EEUU entran
en una fase de convivencia tácita. Esta distensión continental durará hasta 1973, cuando se
endurecerán las posiciones nuevamente y se darán las dictaduras más sangrientas de todas
(Chile, Argentina, Uruguay).
Tras la renuncia de Nixon por un escándalo político (el Watergate) en 1974, a la vez que
la situación en Vietnam era completamente adversa, lo sucedería Ford, que completaría su

42
mandato (1974-77), para luego ser seguido por el demócrata Carter (1977-81), quien levantaría
la bandera de la defensa de los derechos humanos. Nuevamente, esto sería limitado, ya que
Carter no se desvivió por (o al menos no logró) eliminar a los gobiernos dictatoriales
latinoamericanos. De hecho, el gobierno de Carter apoyaría al régimen dictatorial somocista
en Nicaragua. En 1981, Carter era derrotado en su tentativa de reelección y triunfaba el
republicano neoconservador Reagan, quien gobernaría hasta 1989. Reagan no seguiría con el
discurso de Carter a favor de los derechos humanos y crítico de las dictaduras y, al contrario,
retomaría a primer plano la lucha anticomunista y antisubversiva. Sobre todo, el foco se
trasladaba ahora hacia América Central, donde en países como Guatemala, El Salvador o
Nicaragua existían importantes movimientos guerrilleros críticos del statu quo. En general, en
estos países no existían gobiernos democráticos sino, más bien, históricamente habían
gobernado dictadores alineados con Washington.
El énfasis que ahora ponía Reagan en Centroamérica suponía también un menor interés en
Sudamérica. Esto se expresa en que EEUU no se preocupó demasiado por la guerrilla peruana
(Sendero Luminoso) ni porque la mayoría de los gobiernos sudamericanos se opusieran a su
actitud en Centroamérica.
Sería erróneo, sin embargo, pensar la política norteamericana hacia América Latina como
un producto exclusivo de la ideología de la derecha republicana. También tuvieron que ver
problemas nacionales propios de EEUU: por ejemplo, un espíritu de derrota que persistía en la
sociedad norteamericana tras la derrota en Vietnam, y que buscaría ser superado. Ello, en
parte, explica la intervención de EEUU en la minúscula isla de Granada en 1983, que volvió
eufóricos a los norteamericanos. Otras preocupaciones que tenía (y tiene) EEUU eran la
inmigración indocumentada (sobre todo por parte de México) o el tráfico de drogas. Durante
los 80 y los 90, EEUU pudo imponer sus puntos de vista sobre estas materias (y sobre otras
también) a los países latinoamericanos, que la aceptaron sin demasiadas reticencias.
Esta “aceptación acrítica” de las órdenes de Washington, por parte de los países
latinoamericanos, no sólo tiene que ver con la hegemonía norteamericana (siempre presente)
o con la necesidad, por parte de estos países, de conquistar el favor de EEUU para los problemas
de la deuda externa. Sobre todo tiene que ver el fin de las ideologías alternativas al sistema
que pregonaba EEUU. La pérdida de estos horizontes ideológicos no tiene sólo que ver con la
decadencia del socialismo real; también está muy influida por la trágica derrota que estas
ideologías sufrieron en el plano local.
En suma, los ´80 serían una década de intensísima crisis económica y financiera en una
Latinoamérica en transición (económica, de un modelo de acumulación a otro, y política, de
dictaduras a democracias). Esta Latinoamérica, que ahora era un continente muy densamente
poblado, se prestaba a navegar por aguas turbias…

LA EXPLICACIÓN DE LOS PROCESOS QUE SE DIERON A PARTIR DE LOS ´70, SEGÚN HALPERIN,
TERMINA ACÁ (recuerden que Halperin escribe en 1988). De todos modos, antes de ir país por
país, les agrego un texto que hice que más o menos sintetiza los cambios económicos ocurridos
entre 1970-2000, completando lo que le faltó a Halperin.

Resumen 1970-2000

Durante la segunda posguerra predominó en los países latinoamericanos un estilo de


desarrollo keynesiano. La crisis del ´30 y la Segunda Guerra Mundial habían propiciado el
surgimiento de un sector industrial que modificaba estructuralmente la sociedad. Esta
“industrialización sin revolución industrial”, como se la suele denominar, surgió, en un
principio, para sustituir las importaciones que los países centrales no podían proveer y estuvo
acompañada por el rol activo de un estado proteccionista. Por primera vez en la era del
capitalismo de América Latina, el Estado era un agente más de la economía y, además, se
orientaba la producción al mercado interno, permitiendo el acceso al consumo de sectores
masivos, antes excluidos de él.
Este estilo de desarrollo requería un alto gasto, principalmente para mantener un salario
real medianamente decente, salud, educación, aguinaldos, subsidios, ocio, transportes,
servicios públicos, obras públicas, etcétera.
Sin embargo, ni el ahorro interno ni la inversión extranjera eran suficientes para
sustentar este modelo. Durante las décadas de 1950 y 1960, muchos países latinoamericanos
recurrieron al préstamo –principalmente con bancos de los países desarrollados o con
instituciones financieras internacionales como el FMI, el Banco Mundial o el Banco

43
Interamericano de Desarrollo- como forma de poder mantener estable la economía. El modelo
keynesiano funcionaba sin mayores percances, pero a partir de la década de 1970 la situación
cambió.
La sustitución de importaciones fue llegando paulatinamente a un punto muerto. La
balanza comercial de los países latinoamericanos empeoraba, y la industria perdía terreno
frente al constante avance de la productividad mundial. Las empresas protegidas fueron
rezagándose cada vez más con respecto a su bloqueada competencia internacional,
produciendo bienes cada vez más atrasados en su diseño y en su tecnología –y tampoco
demasiado baratos-. Además, el proceso sustitutivo no se había consolidado lo suficiente
para garantizar la independencia económica; se seguía importando aquellos insumos que eran
necesarios para producir bienes de industria liviana –que fue la que predominó durante este
período-.
El modelo de la segunda posguerra estaba más dirigido al mercad interno que al externo.
Sin embargo, más allá de la contracción dentro del comercio internacional, el PBI durante el
período 1945-1975 creció a un ritmo importante, similar al de EE.UU., pero no tan rápido
como el del resto de los países desarrollados y algunos del este asiático. También se crearon
numerosos puestos de empleo –aunque muchos formaban parte del sector informal, y otros
tantos eran parte de la burocracia estatal-. Fue durante este período que la esperanza de vida
creció entre un 10 y un 25% (por ejemplo, en Bolivia era de 40,5 años hacia 1950 y de 50,7 en
1980; en Uruguay pasó de 66,3 a 72, respectivamente) y la mortalidad disminuyó
principalmente gracias a la intervención estatal en materia de salud, y a que,
económicamente, una importante franja de la población mejoró sus condiciones de vida.
Además, la alfabetización llegó a niveles nunca antes alcanzados, merced a la expansión de la
instrucción pública.
Como decíamos, a partir de la década de 1970, este modelo que había mejorado la realidad
económica y social de los sectores más bajos comenzaba a sufrir diversas grietas en su interior.
Hubo muchos errores en los gobiernos que, junto con los cambios que se daban en la coyuntura
internacional, impidieron que se consolidase una industria verdaderamente nacional que
pudiera ayudar a conquistar esa anhelada autarquía. Las debilidades que presentaba la realidad
económica se pusieron de manifiesto con la crisis del petróleo de 1973.
Este estilo sui generis de Estado benefactor requería, para su buen funcionamiento, energía
barata. La estampida de los precios del crudo en 1973 puso en jaque las economías
mundiales, y las de Latinoamérica no fueron la excepción. El gasto público se incrementaba
cada vez más rápido pero la economía se deterioraba. Para sanear las desajustadas cuentas del
Estado se recurrió, en un principio, a la emisión de papel-moneda. Pero los administradores
no fueron del todo conscientes que esto último provocaría estragos en las débiles economías.
Alza de los precios, caída del salario real, disminución de la confianza en el país,
inestabilidad, incertidumbre: al fin y al cabo, esas fueron las consecuencias. A su vez, los
malestares políticos internos, que derivaron en muchos casos en dictaduras alineadas detrás
de Washington, agravaban la situación. Por fin, se recurrió a otra variante para evitar la
emisión de moneda: el endeudamiento. Cabe destacar que, a partir de la crisis de 1973, se
había orientado un aluvión de dólares –los petrodólares- hacia el sector financiero, impulsando
a los bancos internacionales, receptores de esos capitales, a buscar afanosamente sectores
donde ubicar ese flujo de masa monetaria. Como las economías de los países desarrollados se
encontraban en recesión –y, por ende, poco favorables a la inversión- se encontró en las
temblorosas economías latinoamericanas un buen sitio en el cual obtener beneficios. Se estaba
entrando, a nivel mundial, en la globalización financiera, donde el capital financiero
improductivo dominaría la economía internacional.
Así fue cómo América Latina pudo pedir prestado a la banca internacional sin mayores
inconvenientes. El crédito lo utilizó tanto el Estado –para afrontar el gasto público,
equipamiento militar o infraestructuras de alto calibre que, por lo general, nunca llegaron a
consumarse, en lugar de invertir en la producción- como el sector privado. De hecho, una gran
parte de la deuda pertenecía a este último, quien había pedido prestado ya sea para el
desarrollo de actividades productivas, como para la adquisición de un petróleo encarecido, o
sobre todo para la importación de bienes de consumo. Como si esto fuera poco, el capital no
se quedaba en los países, sino que muchos preferían resguardarlo en cuentas en Suiza, las islas
Caimán o Bahamas, los llamados “paraísos fiscales”. Con lo cual, la balanza de pagos no era
positiva, ya que lo que entraba mediante préstamos salía nuevamente hacia el exterior, pero
no tanto para pagar los intereses de la deuda, sino para salvaguardar el capital en países “más

44
seguros”. La deuda aumentaba por doquier, pero el capital en la región se esfumaba en
poco tiempo.
Mientras tanto, la situación política en los países latinoamericanos tampoco ayudaba.
Dictaduras militares detrás de Washington –que, a partir de la década de 1980, comenzó a
mostrarse algo más frío de aquello que siempre había respaldado-, corrupción y despilfarro,
represión y un costo humano que se llevó más de 250.000 almas.
Como si esto fuera poco, en 1978-1979 el precio del petróleo se sacudió nuevamente.
Los bancos extranjeros y las instituciones financieras internacionales, que unos pocos años
antes prestaban dólares a granel, se mostraban más escépticos respecto de la coyuntura. Se
comenzaba a dudar de la posibilidad de que los países pagaran la totalidad de la deuda, y más
si poseían un Estado con alto gasto cuyos ingresos aumentaban infinitamente más lento que el
monto de los compromisos. En primera instancia, se confió en que las exportaciones
latinoamericanas –que aún conservaban sus precios en el mercado internacional- podrían seguir
sustentando sin demasiados sobresaltos los compromisos financieros asumidos.
Pero la crisis ya se había perpetrado lo suficiente que era muy difícil volver a los más
dichosos años de la posguerra: para eludir la inflación se restringió la oferta monetaria, se
elevaron las tasas de interés y los Estados Unidos pasaron a convertirse en un mercado
financiero mucho más seguro. Aparte de eso, los países centrales adoptaban políticas
proteccionistas, y los bienes que exportaba América Latina eran mucho más baratos de los que
importaba, dificultando así un saldo positivo en la balanza comercial. La deuda había crecido
de 15.860 millones de dólares en 1970 a 172.829 millones en 1980, lo que supone un incremento
de 8,2 veces. El endeudamiento se transformaba en un flagelo que sería muy difícil de resolver
y ya se tornaba en cosa pública, pues en muchos países el Estado se hizo responsable de ella
frente a los acreedores extranjeros.
La crisis estalló en 1982, cuando México entró en cesación de pagos y la banca extranjera
cesó repentinamente el hasta entonces generoso flujo de divisas, a la vez que intimaba más a
los países latinoamericanos para que cumpliesen con sus compromisos y brindaran más
garantías. Por fin se vislumbraba la cruda realidad: la lluvia de los dólares de los años setenta
había sido pésimamente aprovechada y había acabado por empeorar las vulnerables economías
latinoamericanas, y aumentado su dependencia respecto del mundo desarrollado.
Los acreedores pasaron, misteriosamente, de mostrarse alegres por su “generosidad” a
reclamar vehementemente por lo que se debía. El FMI tomó la batuta en las negociaciones con
los países deudores, que se encontraban en una situación cada vez peor. Se presionaba cada
vez más a favor de “reformas estructurales”, y sería esta institución la que las dirigiría. Había
llegado la hora de los “programas de estabilización y ajuste”.
Mientras tanto, la situación política en Latinoamérica -hacia 1983- se hallaba en transición:
había algunos gobiernos, como el de Ecuador o el de Bolivia, que habían vuelto a ser
democráticos y este espíritu sobrevolaba cada vez con más peso en el resto. Durante el primer
lustro de la década de 1980, muchos países retornaron, generalmente por medio de
negociaciones entre los partidos políticos y los militares, a la democracia como forma de
gobierno. Pero el mejoramiento de la coyuntura política no había conllevado otro en la
económica. Los nuevos gobiernos tuvieron que hacer frente a la destrucción que las dictaduras
habían realizado.
El FMI y los acreedores solicitaban reformas estructurales cada vez con más impaciencia:
se buscaba que los gobiernos se comprometiesen a una gestión financiera más “sana”, a acabar
de una vez con la espiral de gastos descontrolados que llevaban a déficits presupuestarios
inmanejables. Para ello, presionaban a favor de aumentar los impuestos a los sectores menos
privilegiados, devaluar –la sobrevaloración de las monedas había permitido el despilfarro y la
importación desmedida que había arruinado las industrias nacionales-, eliminar los controles
sobre las transacciones en moneda extranjera, reducir las importaciones y eliminar algunos
subsidios. De esta manera, se achicaría el gasto público y, además, se dispondría de un
excedente en las exportaciones que sirviera para pagar los intereses de la deuda. Las
administraciones latinoamericanas –que aún no gozaban de un régimen político consolidado
que le diera una mayor flexibilidad de acción- aceptaron las reglas de juego, aún cuando se
dilucidaba que el costo político, económico y social de estos “programas” sería muy alto.
Para poder enfrentar los nuevos gastos que los Estados poseían –los intereses de la deuda-,
se recurrió nuevamente a la emisión de moneda, lo que se transformó en corridas
inflacionarias, endémicas durante la “década perdida”.

45
En algunos casos, como Argentina –con el Plan Austral en 1985- y México fracasaron en
el intento de combatir la inflación mediante el congelamiento de los precios y la fijación del
tipo de cambio, pero quienes siguieron la receta del FMI tampoco tuvieron éxito.
Ni los gobernantes ni la opinión pública veían con buenos ojos la ortodoxia austera:
“¿cómo reaccionarían esos sectores masivos que habían sido favorecidos al desmantelar el
modelo de la segunda posguerra en regímenes aún no consolidados?” Al final, se terminó por
“sanear” parcialmente las cuentas del Estado: los recortes presupuestarios terminaron
afectando a la inversión y al gasto social y provocaron recesión con inflación –la peor
combinación posible-. Y a pesar del ajuste, el déficit estatal aumentó en lugar de disminuir.
La recesión de estos años se nota con algunos indicadores: el PBI tan sólo creció un 0,5%
para toda la región entre 1980 y 1985; la paralización de la economía, un déficit estatal cada
vez mayor a pesar de las “reformas” y la imposibilidad de recibir crédito extranjero acabaron
en emisiones inorgánicas que llevan directamente a la inflación, superior al 100% en varios
países.
Gobiernos sin recursos, una deuda cada vez mayor, inflación incontrolable arrojaron un
costo socioeconómico gravísimo: se dificultaba el pago de empleados públicos, se detenían casi
por completo los gastos en inversión –deteriorando la calidad de los servicios públicos y
empresas del Estado-. La salud y la educación resistían un poco más a la degradación
generalizada, aunque no eran la excepción. Por último, la pobreza –sobre todo la urbana- se
incrementó dramáticamente, principalmente debido a la caída del salario real.
Los ajustes no habían ayudado a mejorar la situación, sino todo lo contrario: los más
desposeídos eran quienes más los habían sufrido. Se había producido una redistribución
ascendente de la riqueza, una sociedad desigual se transformaba en otra aún más desigual. El
desempleo crecía, y los nuevos desocupados buscaban refugio en el trabajo informal o de baja
productividad.
Finalmente, luego de los fallidos intentos de “ajustes superficiales”, cambiaría
sustancialmente el modelo de acumulación. La presión de los organismos financieros en pos
de reformas estructurales en la economía que socavasen el viejo estilo de desarrollo concluyó
con nuevas políticas económicas; se buscaba modificar sustancialmente las instituciones
económicas y redirigirlas hacia una economía de mercado. Cambios en la ideología dominante,
ayudados por la caída del comunismo terminaron por impulsar el nuevo modelo que arrasaría
la desolada América Latina: el neoliberalismo.
Guiados por la vorágine neoliberal, los gobiernos latinoamericanos –ya menos reticentes a
abandonar definitivamente el modelo de la posguerra- realizaron fundamentales reformas en
la economía. La meta consistía en la estabilidad macroeconómica y la competitividad
internacional sobre la base de la disciplina fiscal, una mayor libertad de comercio, la vigencia
de los mecanismos del mercado y la inversión privada. Los aspectos centrales de la estrategia
de las reformas fueron la apertura de la economía al comercio internacional –ya sea a la
competencia de las importaciones como de las exportaciones-, la privatización de las empresas
del Estado y políticas tributarias para incrementar la recaudación fiscal, así como la
desregulación de los mercados. El Estado nuevamente retomó sus funciones mínimas y fue el
sector privado –sobre todo las grandes empresas- quien gozaría de la acumulación de capital.
El neoliberalismo, cuyo máximo exponente encontramos en el Consenso de Washington, fue
quien terminó de lapidar las economías latinoamericanas.

Brasil

En Brasil, sobre las ruinas de la República Vieja brasilera, se erigiría la Segunda


República, que tendría rupturas fundamentales con la anterior. Brasil tenía una estructura
social contradictoria: la creciente politización urbana contrastaba radicalmente con las
unidades de producción agraria semicapitalistas, donde persistían los elementos típicos del
orden oligárquico (paternalismo, vasallaje, clientelismo). Estas incoherencias, que fueron
esenciales para provocar el fin del orden oligárquico, no desaparecerían en el proceso de
construcción del nuevo Estado.
Vargas intentó centralizar el Estado federal, a diferencia del período anterior (1889-
1930), en donde éste había sido muy débil. Para ello, concentró atribuciones en su figura, que
lo llevaron, en ciertos períodos, a convertirse en dictador –cercenando muchos de los derechos
civiles y políticos de las personas-. Además creó instituciones que reflejaban el creciente poder

46
del Estado, como por ejemplo el DIP (Departamento de Prensa y Propaganda), que
monopolizaba el uso de la violencia simbólica.
En este contexto, el populismo de Vargas no priorizó, en absoluto, la unificación de
esta estructura social fragmentaria, sino que llevó sus contradicciones aún más adelante. Su
programa de integración a la ciudadanía, desde arriba, a las masas obreras urbanas se opone a
su completo desdén por la extensión de ésta a los sectores campesinos –que aún componían a
la mayoría de la población-, pues él no creía que lo apoyasen. Las clases obreras urbanas
adquirieron, durante este período, el derecho al voto, a huelga y a la sindicarse, pero siempre
contenidos en el marco del aparato de Estado, lo cual, si bien supuso un avance en materia de
ciudadanía respecto del período anterior, no podemos decir que fue pleno. La limitación al voto
por analfabetismo, que afectaba sobre todo al campesinado, no fue cuestionada nunca por el
varguismo; si bien hubo algunos intentos por removerla a principios de los ´60, recién sería
eliminada en 1978. Por otro lado, si bien Vargas extendió los derechos políticos a las mujeres
en 1932, en 1937, con la creación del Estado Novo, disolvería el congreso, neutralizándolos.

1930: fin de la oligárquica República Vieja.

1930-60: durante este período, la economía, sociedad y la política brasileñas habían sufrido
una transformación gigantesca, pero aun incompleta. Por ejemplo, se había dado una
sindicalización obrera, desde arriba, que no había existido antes en Brasil. Además, fuerte
urbanización e industrialización. En el plano político, los cambios fueron mucho menores de lo
que se podría imaginar.

1937: Estado Novo.

1942-45: Vargas ahora busca gobernar democráticamente. A partir de 1942, aumento de la


sindicalización obrera. Vargas ahora está aliado con su antiguo enemigo: el comunismo, bajo el
signo del a unidad contra el nazifascismo. Vargas tenía muchos opositores. El ejército derroca
a Vargas (algunos dicen que Vargas aceptó este golpe?), con el apoyo de EEUU. Elecciones: gana
Dutra (militar), apoyado por el PSD (centroderecha), el PL (laborismo), la oligarquía y por los
opositores al Estado Novo (?) Vargas no ve mal a Dutra.

1946: nueva constitución republicana, que marginaba del voto a los analfabetos (campesinos).

Vargas: jefe del Partido Laborista y aliado del PSD (socialdemócrata). Ahora es senador por el
estado de Rio Grande do Sul.

Dutra: gestión cada vez más conservadora. 1948: comunismo, que había avanzado en elecciones
parciales, proscripto.

1950: Vargas, ya desligado de Dutra, gana en las elecciones, con apoyo de P.Comunista.

1951-1954: nueva gestión de Vargas, que buscó continuar con la industrialización sobrevaluando
la moneda, y recayendo todo el peso en los sectores exportadores. No tuvo mucho éxito, lo que
impulsó el resurgimiento de la oposición conservadora, junto con el de sectores urbanos
descontentos con la inflación.

1954: Vargas se suicida, y culpa en su testamento a los “enemigos nacionales y extranjeros del
bienestar popular y de la auténtica independencia nacional”. El resultado fue que el populismo
fue salvado de la ruina que parecía inminente, ya que las masas urbanas se manifestaron a
favor de Vargas. A partir de ahora, el populismo se dará bajo el signo del desarrollismo. Queda
como presidente Café, que es derrocado por el ejército en 1955.

1955: elecciones, gana el desarrollista Kubitschek, que mantiene el apoyo del laborismo.
Kubitschek creía que el desarrollismo solucionaría el estancamiento y que impondría un ritmo
de crecimiento económico acelerado. Su fórmula era: “Avanzar medio siglo en sólo 5 años”.

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1955-60: la economía efectivamente crece mucho, pero a la vez se desequilibra mucho.
Además, en el frente externo, cesa la prosperidad exportadora de 1945-50, lo cual genera
inflación y crisis en el sector externo.

1960: si bien la economía se había desarrollado mucho, el modelo desarrollista-populista está


agotándose. Elecciones: gana Quadros.

1960-61: gobierna Quadros, quien se oponía al excesivo intervencionismo económico y la


sindicalización del populismo posterior a 1945. Sin embargo, a esta ortodoxia económica que
buscaba combatir la inflación contraponía una autonomía en la política exterior brasilera. Esto
no bastaría para que los EEUU de Kennedy aceptara su programa, ya que éste privilegiaba la
restauración de la disciplina panamericana tras la Revolución cubana más que la ortodoxia. No
obstante, lo que más afectaría a Quadros sería la pérdida del apoyo de los sectores liberales-
conservadores que lo habían sustentado originalmente, sobre todo cuando Quadros condecoró
al Che Guevara, de visita por Brasil (1961). La economía, durante su gestión, pasó de difícil a
crítica.

1961-64: renuncia Quadros y asume Goulart (´61), más izquierdista que su antecesor. Goulart
buscó llevar la Alianza para el Progreso a Brasil: extender el voto al los analfabetos y a los
suboficiales, sindicalizar a los campesinos y adoptar una reforma agraria, con el objetivo de
desbaratar las oligarquías rurales, lo cual le generó la oposición no sólo de éstas, sino también
de otros grupos sociales conservadores, que creían que no hacía falta hacer estas “concesiones”
para ahuyentar la revolución. Por otro lado, el agravamiento de la inflación erosionó el apoyo
de las clases medias urbanas, volcadas cada vez más a la oposición.

31/3/64: intervención militar apoyada por EEUU depone a Goulart, acusado de querer instaurar
el comunismo en Brasil. Se inaugura la dictadura de las FFAA en Brasil. Branco, líder del
movimiento militar, es nombrado presidente. Se mantiene abierto el Congreso, pero se depura
a todos los pro-Goulart e izquierdistas.

1964-85: dictadura de las FFAA. Las novedades son: a) ahora el gobierno no es de un


caudillo indiscutido, sino de las FFAA como institución; b) no había sindicalización vertical
como en el Estado Novo, sino desmovilización sindical, y c) el régimen endurecía sus
posturas ante los desafíos que le llegaban desde la sociedad.

En Brasil se dio, durante este período, el estereotipo del “estado burocrático-autoritario”,


cuyos pilares eran la elite militar, el empresariado nacional y el capital extranjero, que
debían inaugurar una nueva etapa industrializadora. Se marginaría de la vida política a las
clases subordinadas, mediante su despolitización ideológica, su fragmentación y
desarticulación, aseguradas por una vigilancia estricta de cualquier intento de organización
autónoma. Sin embargo, la dictadura brasileña tendría una particularidad que era su fachada
institucional.

1964-65: el nuevo régimen busca paliar la inflación disminuyendo los salarios reales, reactivar
la economía y disminuir la desocupación urbana. Fracasa en el corto plazo.

1965-67: sólo se autorizan dos partidos políticos: la ARENA (oficialista, derechista) y el MDB
(“opositor”). Elección indirecta de presidente y vicepresidente. Se elimina la elección popular
de gobernadores y alcaldes. Surge el FA (Frente Amplio), de oposición, dirigido por el derechista
Lacerda, pero apoyado también por grupos más izquierdistas. El FA será reprimido.

1967: repunte económico. A partir de ahora, Brasil entra en un crecimiento muy acelerado. En
este mismo año, sale Branco, entra Costa e Silva, al principio más abierto y tolerante con la
oposición.

1968: la oposición se moviliza en contra del régimen, sobre todo los estudiantes. Costa e Silva
responde con un nuevo endurecimiento: más represión; disolución del congreso; privaciones
aún mayores de los derechos electorales y civiles; depuración política, sindical, universitaria,
cultural y profesional. En este mismo año aparecen ciertos movimientos guerrilleros, que no
tendrán demasiada importancia (hacia 1975 habrán desaparecido).

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1969: sale Costa e Silva, asume Medici, partidario de mantener esa política represiva. Nueva
constitución, que contempla las disposiciones de las Actas Institucionales militares.

1970: se reabre el Congreso, pero completamente subsumido al poder militar.

1970-74: fase más autoritaria de la dictadura, pero que no es directamente cuestionada dado
que en simultáneo se da el “milagro económico brasileño”, que tenía que ver con tasas
aceleradísimas de crecimiento (10% anual), basadas en el sector industrial. Este crecimiento,
basado en la exportación de diversos productos, no obstante, se redistribuía muy
inequitativamente. El milagro económico no logra que Brasil supere la dependencia económica.

1974: sale el duro Medici, asume el moderado Geisel, quien debe lidiar con los efectos de la
crisis del petróleo. Brasil logra salir adelante gracias al boom económico y a la apelación al
crédito externo, con lo cual aumenta el endeudamiento. Gracias a una cierta liberalización
política, en las elecciones legislativas puede recuperarse la oposición (MDB), muy maniatada
durante el período anterior. De todos modos, este “triunfo” de la oposición, apoyada más que
nada en las grandes ciudades industriales, no era una amenaza para el orden político, ya que
el Congreso estaba muy reducido en sus facultades. Ante este triunfo, el gobierno responde
ambiguamente: por un lado, trata de aceptarlo, mostrando así su voluntad de “democratizar”;
por el otro, aumenta la represión contra ciertos sectores (comunistas, acusados de estar detrás
del triunfo del MDB).

1974-79: fase no tan represiva y más distensiva de la dictadura, que está más asociada a los
problemas internos dentro de las FFAA (el ala dura se había excedido en el período anterior)
que con los problemas económicos. De hecho, continúa el crecimiento económico, ya no tan
acelerado (7%). Lento despertar de la sociedad civil: la Iglesia y las comunidades eclesiásticas
de base comienzan a ser uno de los más fervientes opositores a la dictadura. También los
tradicionalmente conservadores colegios de abogados, la prensa, algunos empresarios
nacionales y otros actores sociales (en general, heterogéneos) empiezan a cuestionar el
régimen. En 1978, aparece otro nuevo sector combativo: el “nuevo sindicalismo” obrero, cuyo
líder era Lula.

1978: paquete de reformas que liberalizan, dentro de ciertos límites, la vida política brasileña.

1979: sale Geisel, asume Figueiredo, partidario, como su antecesor, de una gradual
liberalización política. Ley de amnistía política, que libera a muchos presos políticos, pero
también a los torturadores. Dado que la oposición nucleada en el MDB era cada vez más fuerte,
los militares decidieron abolir el bipartidismo, reemplazándolo por un pluripartidismo
destinado a fragmentar a la oposición en varios partidos. A la vez, en este mismo año, finaliza
el milagro económico brasileño, motivado por la suba de las tasas de interés. Se estanca el PBI,
sube la inflación, resurgen los conflictos laborales.

1979-82: se pasa de la fase de “distensión” a la fase de “apertura”. Se permiten más partidos


políticos en la oposición, para fragmentarla. A la vez, recesión económica, que es superada
apelando al endeudamiento externo a tasas altas (necesario para financiar el modelo de
desarrollo industrial). La grave crisis económica lleva a Figueiredo a adoptar las recetas del
FMI, que profundizan la recesión, aumentan el desempleo y contraen los salarios.

1981: terrorismo propiciado por militares duros, contra la oposición.

1982-85: de la fase de “apertura” a la fase de “transición” a la democracia. Por otro lado, la


economía vuelve a crecer, pero irregularmente y a ritmo lento. Además, la administración
Figueiredo es acusada de corrupción y el mismo Figueiredo es incapaz de un liderazgo político.
Esto, sumado a la mala situación económica, lleva al desprestigio del régimen y a un creciente
resquebrajamiento dentro de las FFAA, a la vez que el partido oficialista (PDS, ex Arena) se
divide. En el plano social, las demandas políticas y sociales crecen mucho. La clase media, que
había disfrutado de los dividendos del “milagro económico”, ahora se vuelve opositora, así
como el empresariado nacional (que califica al gobierno de “estatista”).

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1983-4: amplio movimiento por la restitución de las elecciones directas para presidente.

1985: elecciones presidenciales indirectas: gana la fórmula Neves–Sarney. Neves muere y asume
Sarney, quien había sido aliado político del régimen militar. No se realiza una revisión de los
crímenes de la dictadura. Durante su mandato, los militares conservan gran influencia (luego,
con Collor, perderían parte de ella, aunque conservarían autonomía).

1986: Plan Cruzado, que busca combatir la inflación. Lo logra durante un tiempo, pero ello
lleva a una sobrevaluación de la moneda, que afecta a la balanza comercial. El control de
precios termina por no funcionar y la inflación resurgirá posteriormente.

1987: nueva recesión económica y crisis de la deuda externa. Resurgimiento de la inflación.

1988: nueva Constitución.

1988-9: se dispara la inflación, que es incontrolable.

1990: gana y asume el derechista Collor de Melo, quien intenta, sin éxito aplacar la inflación
utilizando recetas neoliberales.

1992: Collor de Melo es depuesto por el congreso, acusándolo de corrupción.

1992-95: gobierna su vicepresidente, Franco, quien logra frenar la inflación gracias a la gestión
de Fernando Henrique Cardoso en el ministerio de Hacienda.

1995-2002: dos mandatos presidenciales de Cardoso, quien, a diferencia de su marxismo


antiimperialista de los ´60, ahora consolida el Brasil neoliberal. La economía brasileña crece al
principio, pero sufre varias crisis, que lo obligan a devaluar y adoptar el real en 1999.

2003: asume Lula da Silva del PT (partido de los trabajadores), con un discurso muy crítico del
neoliberalismo. Sin embargo, su gestión económica no modifica los lineamientos de la de
Cardoso.

Uruguay

Desde 1865, los colorados habían hegemonizado la escena política. Los colorados crearon unas
FFAA civilistas (que no participaran en política) y coloradas. Esto explica, en parte, que las
FFAA no hubieran intervenido en la vida política durante todo ese tiempo. Recién en los ´70 lo
harían.

1900-30: Uruguay, con Batlle, había desarrollado un Estado con legislación social, financiado
por las exportaciones de lana y carne, producidas en los latifundios. Sin embargo, la excesiva
urbanización, junto con la extendida burocracia política y la baja productividad del campo
comenzaron a mostrar sus efectos hacia 1945-60.

1933-42: interrupción de la democracia.

1945-60: Continuidad democrática, aunque la situación económica comenzaba a mostrar signos


negativos, como la inflación (Uruguay había sido muy próspero a partir de 1900, con las
reformas de Batlle, que había creado una especie de Estado de bienestar). El estancamiento
socioeconómico quita legitimidad al sistema político representativo. Así, los que controlaban
los medios de producción (grandes terratenientes, sector financiero y exportador) comenzaron
a cuestionar el modelo de Estado de Bienestar que aseguraba la armonía social, y pregonaban
austeridad y achique del gasto público.

1950-55: leve prosperidad económica por la guerra de Corea.

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1952: se introduce un sistema colegiado, por medio de una reforma constitucional.

1955: comienza baja de los precios de las materias primas, que afecta al ineficiente modelo
uruguayo en crisis.

1958: luego de 93 años, los blancos vuelven al poder.

Entrados los ´60, sigue en crisis el modelo de estado de bienestar. El partido blanco, en el
poder a partir de 1958, no logra solucionarla, sino que agrava la inflación.

1962: los blancos retienen el poder.

1962-3: crisis del sistema bancario y caída libre del peso uruguayo, que fueron solucionadas con
la apelación al crédito externo.

1966: gana el colorado Gestido, que muere en 1967. Reforma constitucional que suprimía el
régimen de ejecutivo colegiado y daba más atribuciones al presidente.

1968: el colorado derechista Pacheco Areco es presidente y trata de imponer un plan de


estabilización y recuperación económica, para lo cual limitó el alza de salarios, lo que generó
huelgas.

En este contexto de decadencia del modelo, surgen los tupamaros (surgidos en sectores rurales,
pero actuantes en las ciudades), que por medio de la violencia simbólica provocaron la
desintegración del régimen (en realidad, surgen en 1962, pero salen a la luz hacia 1968). La
policía no pudo hacer nada contra ellos, que además gozaban de alta popularidad. Así, las
libertades civiles se fueron violando cada vez más. Cabe destacar que tanto los tupamaros como
el Frente Amplio, según Halperín, “inconscientemente” pregonan un retorno a ese modelo del
Uruguay batllista.

1971: elecciones, gana el colorado derechista Bordaberry. A los tradicionales partidos blanco y
colorado, ahora se suma un tercero: el izquierdista y heterogéneo Frente Amplio, apoyado por
los tupamaros, sacó el 30% de los votos en Montevideo.

El crecimiento de la izquierda causaba alarma y el endurecimiento del conservadurismo. En


1971, el presidente saliente Pacheco Areco otorgó nuevas atribuciones a las FFAA, que ahora
dejaban de estar subsumidas al coloradismo, para situarse por encima de los partidos y suprimir
las actividades subversivas.

La derrota de la izquierda en 1971 llevó a que los tupamaros acentuaran su lucha armada, a lo
que el congreso respondió ampliando aún más la autoridad de los militares, que liquidaron a
los tupamaros.

Septiembre de 1972: los tupamaros estaban desmantelados. Sin embargo, si bien las FFAA
habían cumplido su objetivo, iban por más.

1972-76: gobierna Bordaberry.

23/2/73: primer momento del golpe. Se crea el COSENA (Consejo de Seguridad Nacional), que
pone a los militares directamente en la vida política: “dar seguridad al desarrollo”, según
Bordaberry. El comunicado de las FFAA hacía pensar que se trataba de un golpe de tipo
reformista, como el de Perú.

2/73 a 6/73: incertidumbre por parte de los partidos políticos. En general, oposición a
Bordaberry. Aumenta la tensión entre el Parlamento y el Ejecutivo. A la vez, hay torturas y
censura a la prensa.

27/6/73: segundo momento del golpe de Estado, que disuelve el parlamento. Se crea el Consejo
de Estado (que sería oficializado en diciembre), dominado por el ala más dura de las FFAA y se
adopta un programa de gobierno establecido por ésta, en base a la DSN. Bordaberry sigue siendo

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presidente, pero ya muy subsumido al orden militar. En lo inmediato, aumenta la represión, se
disuelve la central sindical. Pacheco Areco apoya a Bordaberry.

1973-84: dictadura uruguaya, que barrerá con toda expresión ideológica o cultural
independiente, reprimirá eficazmente cualquier acción sindical y política, usará
sistemáticamente el encarcelamiento, o la tortura como medio de disciplinamiento de sus
gobernados.

1973-6: fase comisarial. “Poner la casa en orden”. Inicialmente, se intentó una lucha
antidictatorial por parte de diversos grupos, pero fueron reprimidos. En los discursos de
Bordaberry, el “marxismo internacional” aparece explícitamente como el enemigo. Los
empresarios, en general, apoyarán al gobierno y a su política económica neoliberal.

Fines de 1973: Los partidos políticos que se opusieron al golpe fueron proscriptos. Partidos de
izquierda fueron ilegalizados y disueltos; los tradicionales serían suspendidos.

1974: se consolida el endurecimiento del régimen y el agravamiento de la represión. En las


FFAA, se confirma la hegemonía de los duros (los febreristas eran más blandos).

1975: sigue la represión. Se crea el DINARP, organismo para la difusión propagandística del
régimen, para controlar autoritariamente la sociedad civil. Uno de los lemas era: “un país sin
marxismo se construye con FE”.

1976: la fase comisarial ya había cumplido sus objetivos: ahora había que decidir entre la
apertura o la fundación de un orden nuevo. Se elegiría esto último. A la vez, se debían celebrar
nuevas elecciones. Aumentan las tensiones entre las FFAA y Bordaberry, sobre todo en cuanto
a una nueva Constitución, y en cuanto al papel de los partidos políticos (Boradberry quería
sustituirlos por “corrientes de opinión pública espontánea”). En junio, los militares, diciéndose
defensores de la democracia, destituyen a Bordaberry, ya que éste “estaba a favor de un estado
autoritario” y se suspenden las elecciones. Se crea el Consejo de la Nación. Se inaugura una
época de gran represión, donde la oposición fue aplastada sin piedad. Se puso a un civil
(Demicheli, luego Méndez) como presidente del ejecutivo, para darle una fachada civil a la
dictadura. Por otro lado, EEUU comienza a presionar por los DDHH, sobre todo con Carter en
1977.

1976-80: ensayo fundacional de la dictadura, etapa en la que se busca sentar las bases del
nuevo orden político. Presidentes Demicheli, primero (entre 6/76 y 9/76), y Méndez, luego
(ambos civiles).

1977: Méndez intenta legitimar la nueva fase de la dictadura, por ser “un gobierno impuesto y
aceptado pacíficamente”. Además, se profundiza la represión, mayor tensión con EEUU (hasta
el viaje de Méndez a EEUU en septiembre) y se interviene en la justicia y en la administración
pública. Según el gobierno uruguayo, los organismos internacionales de defensa de los DDHH
“estaban copados por la subversión”.

1978-80: ligera apertura, con vistas al plebiscito para la nueva constitución de 1980. Se permite
una ínfima actividad de los depurados partidos políticos. Las proscripciones persistían.

1980: plebiscito para una reforma constitucional propuesta por los militares, que
sorpresivamente es rechazado. De ahora en más, los militares quedan debilitados y se
recompone la actividad de los partidos políticos tradicionales (blancos y colorados), a la vez
que la economía empeora. La sociedad civil retoma la iniciativa política poco a poco.

1981: presidente el general Álvarez.

1982: Álvarez devuelve existencia legal a los sindicatos. Elecciones internas en los partidos
colorado y blanco.

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1983-84: Transición pactada a la democracia. Colorados y el Frente Amplio suscriben a este
pacto, mientras que el partido blanco, no. Gana el colorado Sanguinetti en 1984, quien
indultará a los culpables de las atrocidades durante la dictadura.

En lo económico, la dictadura uruguaya adoptó un régimen neoliberal similar al chileno. Se


trataba de especializar la producción uruguaya en ramas eficientes y competitivas, mediante
la reducción drástica del gasto público, la apertura económica y la concentración de la renta.
El “milagro uruguayo” nunca se hizo realidad.

Chile

Chile había sido muy afectado por la crisis del ´30. A partir de esta fecha, la intervención
estatal en la economía ahora tenía un nuevo papel.

La postguerra no había sido favorable económicamente para Chile, que estaba estancado. Así,
se usó sistemáticamente la inflación para atenuar los conflictos entre los distintos intereses
económicos y sectores sociales. Por otro lado, Chile continuó durante este período con un
régimen democrático, ininterrumpido desde 1932.

1938: gana el Frente Popular (coalición de izquierda), que realiza avances (limitados) en
materia de derechos sociales.

1946: gana González Videla las elecciones (Frente Popular, de izquierda, coalición entre
radicales y comunistas), pero no tenía mayoría parlamentaria. Esto lo obligó a transar con el
conservador Partido Liberal. González Videla fue gradualmente adoptando políticas
conservadoras, lo que le valió la pérdida del apoyo del P. Comunista. G. Videla se orientó en el
bloque norteamericano de la guerra fría; reprimió una huelga general organizada por el
influyente comunismo, puso a éste fuera de la ley, despojó a sus militantes de sus derechos
electorales y sindicales, etc. De este modo se disolvió el Frente Popular, quedando el
radicalismo cercano al conservadurismo.

1949: se otorga el voto femenino. Sin embargo, los analfabetos no tendrán voto hasta 1970.

1952: gana Ibáñez (quien había sido dictador progresista entre 1927-32), prometiendo una
renovación radical: fin de la inflación, reforma agraria, modernización rural, industrialización.
Sin embargo, fracasó en su gestión: la economía seguía siendo crítica, y se vio obligado a
adoptar medidas impopulares que provocaron reacciones populares. Para calmar la situación,
Ibáñez relegalizó el comunismo. A la vez, el socialismo estaba unido bajo la égida de Allende.

1957: se crea el PDC (Partido Demócrata Cristiano), vocero del reformismo de clase media,
socialcristiano.

1958: Gana Jorge Alessandri (hijo de Arturo Alessandri, quien había gobernado durante los ´20),
apoyado por la derecha tradicional y por las temerosas clases medias ante el avance del Frente
Popular (socialistas + comunistas). Alessandri predicó el retorno a la ortodoxia financiera y la
apertura comercial chilena, mediante los cuales esperaba frenar la inflación y redinamizar la
economía. Mientras el control de la inflación lo logró (aunque a muy alto costo), no logró
superar el estancamiento. Pronto se vio que Alessandri no lograría solucionar los problemas
chilenos.

1958-64: gobierna el derechista Alessandri. A partir de esta época, comienza a incrementarse


la movilización de los sectores subalternos (obreros y campesinos). Sobre todo, la movilización
se dará a partir de Frei.

1964-70: gobierna el democristiano Frei, apoyado por las clases medias y por una derecha que
lo prefería como mal menor ante el avance de la izquierda. Frei pone en marcha lo que se llamó
la “revolución en libertad”, que fueron una serie de medidas similares a las de la Alianza para
el Progreso: reforma agraria, mejoras de la calidad de vida de los trabajadores, sindicalización
campesina, etc., lo cual le valió la impaciencia de la derecha. Otra de las medidas que tomó
Frei fue la “chilenización del cobre”, por la cual el estado se transformaba en socio de las

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compañías, mediante aportes de capital que éstas se comprometían a invertir en la
modernización y expansión de la actividad minera. La operación, que se oponía a la
nacionalización que proponía la izquierda, sería financiada por créditos y subsidios de EEUU.

1970-73: gana el socialista Allende, en una coalición de izquierda, quien propone la “vía chilena
al socialismo”. Adopta reformas sociales: profundización de la reforma agraria, nacionalización
sin indemnización del cobre, etc. Su primer año de gobierno es exitoso: baja la inflación, suben
los salarios reales, crece el PBI, pero hacia fines de 1971 la inflación recrudece y comienza el
desabastecimiento y el caos económico. En 1973, se da un contexto de profunda polarización
social y serias tensiones políticas, que terminan con el golpe de Estado el 11 de septiembre por
parte del general Pinochet, con apoyo de los democristianos y la derecha. Los democristianos
solo apoyarán al principio a Pinochet, creyendo que se trataría de un golpe provisional que
llamaría rápidamente a elecciones.

1973-89: gobierna Pinochet, quien reprimirá todo intento de oposición y aplicará reformas
neoliberales que contribuyeron a la concentración del ingreso en manos de los grupos
empresarios.

1974-80: privatizaciones, congelamiento de salarios, achique del Estado, apertura económica


y financiera. Afluencia de crédito (al principio barato por la crisis del petróleo del 73) que se
gastaba en importaciones de bienes de lujo, por parte de las clases medias y altas.
Endeudamiento externo. A la vez, concentración terrateniente en el campo, que provoca
migraciones campo-ciudad. Exiliados chilenos cuestionan las atrocidades represivas del
régimen, provocando el repudio de la opinión internacional.

1974-6: crisis económica.

1977-81: crecimiento económico.

1980: nueva constitución autoritaria, que prolonga a Pinochet en el poder hasta 1989.

1981-4: grave crisis económica y financiera (crisis de deuda), que se traduce en crisis política.

A partir de 1985, fuerte crecimiento económico, que le da legitimidad al régimen.

1988: Pinochet propone un plebiscito para continuar en el poder, pero pierde por escaso margen
de votos.

1990: asume, en una transición negociada a la democracia, el democristiano Aylwin, en


coalición con el socialismo (en la llamada Concertación, que aún se mantiene). Los militares, a
diferencia de Argentina, poseen mucha legitimidad.

1995: gana el democristiano Frei.

2000: gana el socialista Lagos.

2005: gana la socialista Bachelet.

1985-2005: durante este período, el Chile neoliberal tuvo un fuerte crecimiento económico,
pero la desigualdad social aumentó y la situación de los más pobres apenas mejoró (en tanto
que los ricos se enriquecieron muchísimo).

Perú

Hacia 1945, el APRA es popular pero es perseguido por las fuerzas conservadoras. Sin embargo,
hacia 1956 logra ganar, pero ahora es un APRA mucho más moderado, pro-EEUU y
anticomunista. De todos modos, el ejército le sigue siendo hostil.

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1945-55: fuerte crecimiento de la exportación.

1965: guerrilla en el campo, que es duramente reprimida.

1968: militares, bajo la égida de Velasco Alvarado, derrocan a Belaúnde Terry e imponen un
programa reformista: modernizar la sociedad peruana, que seguía siendo muy arcaica y reducir
la dependencia exterior del país, sin perder de vista las limitaciones geopolíticas. Para ello, se
puso en práctica, entre otras medidas, la reforma agraria, que buscaba homogeneizar la dual
estructura social peruana (sierra vs costa), transferir ingresos a los sectores dinámicos de la
economía y destruir los cimientos de las oligarquías terratenientes. Otras medidas fueron la
nacionalización del comercio exterior de algunos productos, la reforma bancaria (para limitar
al capital extranjero), asociación entre capital y trabajo, etc.

1968-75: gobierna Velasco Alvarado hasta que es derrocado. Su plan reformista tuvo éxito
considerable hasta 1973, pero luego, en la coyuntura de la crisis del petróleo, se agotó.

1975-80: gobiernos militares (Morales Bermúdez). La economía se deteriora rápidamente.

1980: retorno a la democracia. Presidente Belaúnde Terry (el derrocado en 1968). Las FFAA
aceptan el juego democrático, pero conservan poder. Belaúnde Terry hace un “pacto” implícito
con las FFAA: ellas no intervendrán en su gobierno, a cambio de que aquél mantenga su
situación presupuestaria y su autonomía.

1982: crece rápidamente la guerrilla maoísta Sendero Luminoso (pro-campesina y pro-


indígena), lo cual supone una vuelta a primer plano de las FFAA, que en los sucesivos gobiernos,
en general, tendrán libertad para actuar contra la insurrección (es decir, las violaciones a los
derechos humanos serán una constante).

1985: gana Alan García (APRA). Su gestión (hasta 1990) estará marcada por una grave crisis
económica (hiperinflación, escasez) y por el recrudecimiento de los conflictos con Sendero
Luminoso.

1990: gana Fujimori, que gobernará hasta 2000, y llevará el neoliberalismo a Perú. Su gestión
estará marcada por el autoritarismo (en 1992 disolvió el congreso y llamó a una nueva
constituyente) y por la corrupción.

1992: el líder de Sendero Luminoso es capturado, lo cual supone la casi total desmovilización
de la guerrilla.

2000: gana el centrista Toledo, que continúa con el programa liberal de Fujimori. La economía
crece, pero ni la pobreza ni la desigualdad social mejoran.

Panamá

1968: Torrijos hace un golpe de Estado, e instala un contradictorio gobierno nacionalista,


reformista y progresista, que procura recuperar el canal de Panamá y mejorar las condiciones
de los obreros y los campesinos (para esto último, realizó una reforma agraria moderada). A la
vez, realizó reformas financieras que convirtieron a Panamá en el principal centro financiero
de América Latina.

1968-81: gobierna Torrijos, hasta su muerte.

1989: retorno a la democracia. Presidente Galimany.

Ecuador

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Hacia los ´70, comienza a ser muy importante el petróleo en la economía ecuatoriana, pero
que, sin embargo, no lograría ser aprovechado durante el alza de los precios internacionales en
1973.

1972: Rodríguez Lara hace un golpe de Estado que impone medidas reformistas y progresistas.
Sin embargo, no lograría aplacar las tensiones sociales y se ganaría la enemistad del
empresariado. En 1976 sería derrocado.

1979: retorno a la democracia. Roldós Aguilera presidente. Las FFAA aceptan el juego
democrático, pero conservan poder.

Venezuela

1908-35: gobierna el dictador Vicente Gómez.

1941-45: gobierna el general Medina.

1945: la Acción Democrática, junto con un grupo de oficiales jóvenes, derroca a Medina.

1945-48: Betancourt (Acción Democrática) y Gallegos gobiernan democráticamente. Hacen


reformas del Estado, que ahora atiende a necesidades sociales, favorecen a los trabajadores
urbanos y rurales, crean sindicatos, etc.

1948: golpe de Estado conservador, con apoyo de EEUU.

1948-58: dictadura de Pérez Jiménez. Acción Democrática es prohibida, tildada de


procomunista.

1958: golpe de Estado contra Pérez Jiménez. Se llama a elecciones y Betancourt vuelve al
poder, pero como en el APRA, ahora está mucho más moderado. Se alía con grupos más
conservadores.

Durante los ´60 se da en Venezuela una atenuación de las reformas sociales de 1945,
pero que de todos modos siguen siendo significativas. Así, sostenida por el petróleo y los
minerales, Venezuela disfruta de un bienestar que se generaliza a la mayor parte de la
población, y que contempla tanto a los sectores medios y bajos, como a los empresarios locales
y al capital trasnacional.
De este modo, desde 1958, hay continuidad institucional en Venezuela, en general
mantenida gracias, en parte, a la prosperidad que brinda el petróleo. Sin embargo, han existido
varias intentonas golpistas, que fueron exitosamente sofocadas.

Guatemala

1951-54: revolución que instala a Arbenz en el gobierno. Aumentos de los salarios reales y
reformias agrarias, que expropian a la United Fruit (yanqui), lo que es el detonante para que
EEUU intervenga.

1954: interviene USA y fin de la revolución.

Luego, durante los ´70 y ´80 surgen varios movimientos guerrilleros que son masacrados por el
ejército, en coalición con la derecha oligárquica y EEUU, dejando un saldo de 200.000 muertos.

Bolivia

1952: revolución popular (alianza entre campesinos y mineros urbanos), que instala a Paz
Stenssoro (MNR) en el gobierno y derroca a la decadente república oligárquica.

1952-60: reformas agrarias, se nacionaliza el estaño. Pero no se logran solucionar muchos


problemas socioeconómicos de Bolivia. Apoyo al MNR en el campo, pero oposición minera en
las ciudades.

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1956: Hernán Siles Zuazo presidente, instaura medidas de austeridad económica y
desmovilización político-social.
1960: Paz Stenssoro vuelve a la presidencia.

En Bolivia se dará, a partir de 1964, una cantidad de golpes de Estado sin parangón en América
Latina. Esto tiene que ver con que, tanto las FFAA como los grupos civiles estaban sumamente
fragmentados internamente, lo cual suponía disensiones constantes.

1960-64: Paz Stenssoro presidente, va perdiendo su base política, ya que se le separa su


vicepresidente, el trotskista Lechín. Para rearmar su base, reconstruye al ejército.

1964: golpe contra Paz Stenssoro, en un contexto de oposición generalizada hacia él.

1964-69: gobierna el conservador anticomunista y proestadounidense Barrientos Ortuño, con


mano dura. Llevó adelante un gobierno de desarrollismo económico limitado, fue apoyado por
los campesinos y se enfrentó a los obreros y mineros.

1967: muere el Che Guevara en Bolivia.

1969: muere Ortuño y asume su mano derecha, Ovando, que impone una línea reformista
nacionalista (similar en varios puntos a Perú), a diferencia de su predecesor. Las FFAA estaban
divididas en un ala izquierdista nacionalista (que apoyaba a Ovando) y otra mayoritaria
derechista, anticomunista.

1970: golpe derechista contra Ovando, que es sucedido inmediatamente por un contragolpe de
Torres (del ala izquierdista de las FFAA), quien se apoyará en el movimiento obrero, los
estudiantes y los partidos de izquierda. Torres aumentará salarios de los mineros y nacionalizará
varias empresas.

1971: Golpe del derechista Banzer, apoyado por los empresarios de Santa Cruz y, al principio,
por el MNR de Paz Estenssoro.

1971-78: gobierna Banzer. Si bien aplica medidas neoliberales, logra mantenerse tanto tiempo
en el poder no sólo gracias a la represión, sino a que los aumentos del precio del petróleo y la
disponibilidad de créditos favorecen a Bolivia, que es productora de éste. Hacia 1977-8, Banzer
es presionado por las mismas FFAA y por Carter para retornar a la democracia.

1978: elecciones presidenciales, ganadas por el izquierdista Siles Zuazo, que fueron anuladas.
Las FFAA pusieron en el poder a Pereda Asbún.

1978-82: anarquía política, en donde se suceden 7 presidentes (2 civiles y 5 militares). Hacia


1980, García Meza es presidente de facto, e impone una represión brutal, ayudada por el
ejército argentino.

1982: retorno a la democracia. El presidente electo es Siles Suazo. La bonanza económica ha


terminado, producto de la inestabilidad política y del fin de la coyuntura favorable. Retorna la
penuria. Siles poco pudo hacer para combatir la inflación, la recesión, la deuda externa y el
narcotráfico.

1985: asume Paz Estensoro, quien aplicará medidas neoliberales y dejará que EEUU intervenga
en su territorio en la lucha contra el narcotráfico.

Costa Rica

Se da en 1946 una guerra civil, que termina con el triunfo de un reformismo socialdemócrata
en 1948, que elimina a las FFAA y desarrolla una suerte de estado de bienestar. Desde entonces,

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en Costa Rica se ha dado una continuidad democrática, que sólo México, Colombia y Venezuela
también pudieron lograr.

México

El Estado Oligárquico mexicano, centralizado en el “dictador progresista” Porfirio Díaz,


llegaría a su fin con la revolución mexicana, a partir de 1910. La revolución mexicana, muy
contradictoria en sus lineamientos ideológicos, fue iniciada por sectores que habían crecido
mucho bajo el Porfiriato, pero que no tenían participación política. Fue, para muchos, una
revolución social, dirigida por distintos caudillos regionales que convocaron a los campesinos
de la mayoría de México, en tanto cambió significativamente la estructura social mexicana;
pero también permanecieron elementos de las sociedades anteriores. Durante el Estado
Oligárquico se había concentrado la propiedad de la tierra en manos de una elite hacendada.
Uno de los reclamos fundamentales de muchos de los caudillos revolucionarios era la restitución
de las tierras expropiadas a las comunidades; dicho de otra manera, una repartición más
democrática de la propiedad.
A partir de 1917 los conflictos armados comenzaban a desaparecer; los dirigentes
revolucionarios se preocuparon por la construcción e institucionalización de un nuevo orden,
objetivado en la anticlerical y antireeleccionista Constitución de 1917, que contemplaba, en el
plano formal el problema de la tierra; los derechos laborales (jornada laboral máxima, día de
descanso, un salario mínimo, derecho de huelgas y sindicalización, la prohibición del trabajo
infantil). Sin embargo, en la práctica, la reforma agraria y la sindicalización fueron muy
limitadas.
El nuevo Estado, que se autodefinía como nacionalista y sustentado en el campesinado
y la clase obrera en ascenso (sobre todo en esta última), buscaría reordenar la paralizada
economía, en base a un modelo similar al del Porfiriato, pero en donde la industria empezaba
a jugar un rol importante.
Más allá de estas limitaciones, que hacían que muchos de los aspectos del Estado
Oligárquico aún perviviesen, entre 1910 y 1930 la sociedad mexicana se había transformado
sustancialmente, lo que se manifestaba no sólo en la presencia de organizaciones políticas y
sindicales –limitadas, es cierto-, sino también en el rol que empezaba a tener “lo popular” -
identificado con “lo nacional”- en las expresiones culturales.
El México revolucionario era muy distinto, en el plano político-institucional, al resto de
América Latina. En este país, se amplió la base social a las masas –tanto campesinas como
obreras-, bajo el gobierno de Cárdenas (1934-1940). Durante este período, se llevaron adelante
muchas de las consignas revolucionarias que estaban estancadas, como por ejemplo, una
extensión de la reforma agraria o de la sindicalización. Sin embargo, como en Brasil, la
incorporación se dio desde el aparato de Estado, pero con dos diferencias importantes: en
México, Cárdenas utilizó al campesinado como sostén fundamental, y además, la integración al
Estado se realizó por medio del partido de la revolución (lo que no existía en Brasil). Hacia el
final de su mandato, Cárdenas, si bien nacionalizó el petróleo tras un conflicto entre la clase
obrera y el capital trasnacional, en el cual el presidente intervino a favor de la primera,
detendría su avance en materia de derechos sociales.
Tras el cardenismo, México entró en un orden estable, pero que no retomaría esos
rápidos avances de la ciudadanía que había hecho Cárdenas. Si bien se mantuvo el voto, se dio
dentro de los cuadros del partido. Más allá de que existían libertades civiles y políticas, en la
práctica, lo cierto es que el partido de la revolución (rebautizado PRI), que siempre se
autodefiniría a sí mismo como “revolucionario”, se mantendría en el poder hasta el 2000,
gracias a mecanismos que no podemos considerar como plenamente democráticos (corrupción,
clientelismo, fraudes, etc.). De todos modos, México no experimentó dictaduras.
En materia económica, México experimentaría un modelo desarrollista de crecimiento
rápido y sostenido durante los ´50 y gran parte de los ´60, que llevaría, como en Brasil, a la
relativa consolidación de una estructura industrial. Hacia fines de los ´60, esa prosperidad
comenzó a agotarse, para entrar en una fase de incertidumbre. Finalmente, la crisis de deuda
externa de 1983, mostró la verdadera situación de fragilidad de la economía mexicana.

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Aquí, los militares no tuvieron un papel preponderante, ya que desde la Revolución,
siempre fueron contenidos y débiles.

Colombia

Desde principios de siglo XX, Colombia tuvo un sistema político bipartidista (garantizado
por el llamado “Pacto Nacional” entre los partidos Conservador y Liberal) que ha garantizado
una continuidad constitucional que es rara en América Latina. Sin embargo, esta democracia
es bastante limitada: altos niveles de abstención electoral, bipartidismo de sesgo oligárquico.
Además, Colombia ha sido históricamente un país pobre, con elevados niveles de analfabetismo,
desintegrado, con una Iglesia que es muy fuerte, con latifundios arraigados y con una tradición
de violencia política que es difícil de desarraigar. Sólo entre 1953-57 se dio la dictadura militar,
apoyada por gran parte de ambos partidos, de Rojas Pinilla, que buscaba poner fin a la violencia
omnipresente en la vida colombiana. Esta violencia se llevó 200.000 muertos entre 1948-56. Sin
embargo, la violencia persistió en la vida colombiana, de la mano del conflicto entre guerrillas
marxistas-maoístas y el ejército.
En general, las FFAA no han hecho golpes de Estado en Colombia (excepto el ya citado
caso de Rojas Pinilla), ya que se ocuparon constantemente de luchar contra la subversión.
Hacia principios de los ´80, se recrudece el problema de la guerrilla y aparece uno
nuevo, que hoy sigue siendo fundamental: el narcotráfico.

NO LLEGUÉ A HACER NI CUBA NI ARGENTINA NI PARAGUAY! PERDONEN…

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