PETER C A R R U TH ER S
Profesor de Filosofía de la Universidad de Sheffield
Traducción de José M aría Perazzo
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PRESS
E ditado p o r la O rgan izació n E ditorial de la U n iv ersid ad de C am b rid g e
In clu d es in d ex .
H V 4 7 0 8 .C 3 8 1 8 1995
1 7 9 '.3 - d c 2 0 94—2 4 0 5 8 C IP
Prefacio [ix]
Conclusión [2 2 9 ]
Notas [2 3 3 ]
Indice alfabético [2 4 1 ]
Prefacio
ix
Prefacio
2
A rgum entación m oral y teoría m oral
Teoría y práctica
El tema general de este libro es eminentemente práctico: ¿cómo
hemos de comportarnos frente a los animales, y por qué? Sin em
bargo, aunque la pregunta sea práctica, es obvio que al responderla
entraremos en disquisiciones teóricas acerca de la naturaleza y el
origen de los juicios morales. Para descubrir ^1 alcance de las con
sideraciones morales5(es d ecirlo s límites de lo que tiene entidad
moraj)’ tendremos que investigar las bases de la moral misma.
Inmediatamente se plantea una pregunta teórica que amenaza
con privar de sentido a toda disquisición posterior: un juicio moral,
¿acaso es sólo la expresión de una opinión subjetiva? De ser así,
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L a cuestión de los anim ales
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A rgum entación m oral y teoría m oral
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Argum entación moríil y teoría m oral
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La cuestión de los an im ales
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A rgum entación m oral y teoría m oral
Otros dirán que Sara obró mal y que deberíamos haber intervenido
si hubiéramos conocido sus intenciones, pero fundamentarán su
opinión de otra manera. Tal vez afírmen que la vida humana (al
menos en circunstancias normales) tiene un valor intrínseco, de
modo que el suicidio de Sara implica la destrucción de algo in
trínsecamente valioso, como un asesinato, independientemente de
que exista o no un Dios que desapruebe su acción. Según esta
opinión, es un hecho que en el mundo hay algunas cosas, como las
vidas humanas, que son valiosas de por sí y nos imponen la obligación
de respetar y preservar su valor siempre que sea posible (en realidad,
a esto se reducen algunas versiones de la creencia en el carácter
sagrado de la vida, si se aduce que Dios 110 aprueba el suicidio o el
homicidio porque la vida humana tiene un valor intrínseco).También
examinaremos esta teoría en una sección aparte. •
Otra posible reacción sería sostener que tendríamos que con
siderar las probables consecuencias, buenas y malas, de la acción de
Sara. Esta teoría (o familia de teorías) se denomina utilitarismo. En su
versión más sencilla sostiene que una acción es buena si y sólo si
causa mayor felicidad que infelicidad comparada con cualquier otra
acción posible. Un utilitarista opinaría casi con certeza que Sara obró
mal, pues su inoportuna muerte la privó de una existencia futura que
en general habría sido fructífera, y le impidió además hacer la
contribución a la felicidad de los demás que podría haber hecho si
hubiera seguido con vida. También es probable que un utilitarista
sostenga que habríamos tenido la obligación de evitar el suicidio de
Sara si hubiéramos podido, pues ello habría producido más felicidad
en general. Ahora bien, este juicio dependerá además de los costos
probables de nuestra intervención, así como del posible perjuicio que
causara íl la felicidad de Sara el haberle quitado la decisión de las
manos. El utilitarismo cobra diversas formas y aspectos, como muchos
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La cuestión de los anim ales
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A rgum entación m oral y teoría m oral
La ética teísta
Como vimos anteriormente, algunos pensadores afirman que se
puede identificar el bien moral con lo que Dios aprueba, y las
obligaciones morales con lo que Dios ordena. Como creen que Dios
nos ha prohibido matar, ya sea a otra persona o a nosotros mismos,
sostendrán que Sara la suicida obró mal. Con respecto a la cuestión de
la entidad moral de los animales, estos pensadores tal vez aduzcan
pruebas de que Dios desaprueba que se haga sufrir a los animales,
pero no tanto como que se haga sufrir a los humanos. Así pues, esta
teoría tiene al menos ciertas posibilidades de lograr incorporar las
creencias del sentido común acerca de la entidad moral de los animales.
Cualesquiera sean nuestras creencias religiosas, esta opinión es
inaceptable, por motivos que explicaré en breve. Ahora bien, una
dificultad estratégica inicial para el teísta es que los argumentos
presentados desde este punto de vista tal vez resulten poco convincentes
en la era cada vez más secular en que vivimos. -De nada sirve tratar de
convencer a una persona de que algo es moralmente condenable
porque Dios lo ha prohibido, a menos que se esté dispuesto a tratar
de convencerla de que Dios existé>De hecho, las razones de esta
última creencia son sumamente controvertidas,5 por lo q u ^ o s teístas
de hoy en día hacen bien en buscar argumentos seculares para apoyar
sus creencias m orales^
De hecho, la tesis de que el bien moral se reduce a aquello que
Dios aprueba (o representa) fue refutada decisivamente por Platón en
su diálogo Eutifrón (aprox. 3 8 0 A.C.), muchos años antes del nacimiento
de Cristo. Platón contrapone a esta tesis el dilema de si Dios aprueba
el bien porque es bueno o si lo es porque Dios lo aprueba. En la primera
alternativa, la aprobación de Dios es sólo una prueba del bien moral,
y debe ser posible determinar de forma independiente en qué reside
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tiene por qué existir una facultad mental especial para obtener cono
cimientos morales, ni tienen por qué existir valores en el mundo real.
Se trata simplemente de que una buena teoría moral debe al menos
incorporar una cantidad considerable de nuestras creencias morales
ponderadas; de lo contrario, se expone a que no creamos en ella. Por
ejemplo, cualquier teoría capaz de justificar la matanza arbitraria de
inocentes será inaceptable por más satisfactoria que resulte su con
cepción rectora. En el próximo capítulo me dedicaré a estudiar las
ventajas y los inconvenientes relativos del utilitarismo y el con-
I
tractualismo en ambos aspectos.
Resumen
He afirmado que tanto el subjetivismo estricto cómo el objetivismo
estricto son inaceptables para explicar la moral; los juicios morales no
son manifestaciones directas de la opinión o el sentimiento ni de
scriben valores que existan independientemente de la mente humana
o de los sistemas humanos de clasificación. Pero tanto el subjetivismo
como el objetivismo latos siguen en juego: tal vez los desacuerdos
morales expresen en el fondo una adhesión a principios básicos
diferentes, o quizá sean el resultado de la complejidad inherente a un
sistema común de conceptos. Sea como fuere, para justificar plena
mente una creencia moral es preciso demostrar cómo se la puede
integrar a una teoría moral cuya concepción rectora y cuyos principios
normativos básicos resulten aceptables al cabo de la reflexión racional.
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El utilitarismo y el contractualismo
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Variedades de contractualismo
El contractualismo deriva su nombre de su concepción rectora, que
C^onsidera a la moral como el resultado de un contrato moral entre
agentes racionales que convienen en establecer normas para regir su
comportamiento ulterio£)Cabe destacar que<él contrato en cuestión
no es real, sino hipotético^ las normas morales no proceden de un
contrato explícito suscrito por humanos en otra era histórica, afir
mación casi indudablemente falsa (según parece, John Locke tenía
una opinión semejante).5 Tampoco nos encontramos implícitamente
vinculados a un contrato del estilo «no te pegaré si no me pegas»,
que limita implausiblemente la motivación moral al propio interés
(tal era l.i posición de Tilomas Hobbes).6 A pesar de que la teoría
moral eomraclualisia lia originado versiones c omo las señaladas, no
es ésa la forma en que me propongo usar el término en este libro. A
mi entender,<^na teoría moral contractualista constituye un intento
de justificar un sistema de principios morales demostrando que.^n
ciertas circunstancias ideales, los agentes racionales convendrían en
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natural que hacer hincapié en los aspectos de nuestra teoría que nos
diferencian de nuestro principal adversario? Propongo dejar para el
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Resumen
He expuesto versiones de utilitarismo y contractualismo que no sólo
explican satisfactoriamente los orígenes de la moral y de la motivación
moral, sino que además dan cabida al menos a gran parte del criterio
moral que nos dicta el sentido común. Personalmente, opino que a la
luz del equilibrio reflexivo, el contractualismo es, con diferencia, la
teoría moral más plausible. Pero como ambas teorías son bastante
sólidas, hemos de considerar las consecuencias que ambas entrañan
respecto de nuestra relación con los animales. Otra forma de poner a
prueba la idoneidad de las dos candidatas será que de ambas teorías se
deriven consecuencias aceptables sobre el particular.
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El utilitarismo y el sufrimiento animal
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El utilitarismo y el sufrimiento animal
que se realizan con animales para asegurar que sus productos no son
nocivos. También en este caso la indignación sería inmediata: no
tendríamos derecho a desentendemos del sufrimiento de esos niños
sólo porque su inteligencia es inferior a la nuestra.
La conclusión que extrae Singer de este tipo de consideraciones
es que excluir a los animales del principio de consideración igualitaria
de intereses no tiene justificación moral.2 Como las diversas carac
terísticas que nos diferencian de los animales —la especie, la apariencia,
y la inteligencia—no tienen importancia moral, los intereses de los
animales deberían contar tanto como los nuestros. El dolor es dolor
independientemente de quien lo sienta, y reviste la misma im
portancia moral en todos los casos. Más adelante me referiré a una de
las premisas en que se basa la posición de Singer —que los animales
tienen intereses que hay que considerar—y las consecuencias prácticas
que tendría la conclusión a la que llega. Pero antes analizaré con más
profundidad el concepto de importancia moral.
La relatividad de la importancia
Mi primera tesis es de índole general, a saber, que la importancia
siempre es relativa a un punto de vista determinado. Preguntemos,
por ejemplo, aTrinidad y a Teresa, que observan un partido de tenis,
si les importa quién ganará.Trinidad podría decir que no, pues a ella
sólo le interesa ver un buen partido de tenis. Teresa, en cambio,
podría responder que sí, porque ha hecho una apuesta considerable
sobre el resultado del partido. Lo que tiene importancia para una no
la tiene para la otra, en virtud de las diferentes perspectivas que han
adoptado ante el partido —los diferentes intereses que han puesto en
él. Así pues, cuando se afirma que la especie a que pertenece una
criatura es un aspecto que no reviste importancia moral, debemos
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El utilitarismo y el sufrimiento animal
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El utilitarismo y el sufrimiento animal
Por ejemplo, cuando las orugas salen de sus crisálidas, trepan a comer
las hojas de las copas de los árboles. Ahora bien, este comportamiento,
que parece obedecer a un propósito, es en realidad un tropismo -un
mecanismo de respuesta muy sencillo. Las orugas tienen dos ojos,
que ocupan posiciones simétricas en su cabeza. Cuando sus ojos
reciben la misma cantidad de luz, la oruga se mueve hacia adelante.
Pero cuando un ojo recibe más luz, las patas de ese lado del cuerpo se
mueven más despacio. Como consecuencia, las orugas se desplazan
hacia la luz. En experimentos en que se iluminó a los árboles desde
abajo, las orugas fueron al pie de los árboles y allí se quedaron aun
cuando empezaron a morirse de hambre. Si se dejaba a una oruga
ciega de un ojo, se movía incesantemente en círculos, también al
extremo de morir de hambre.5
Las orugas también se retuercen vigorosamente si se les clava un
alfiler. Probablemente también se trate de un tropismo. Aunque para
un observador humano la oruga sufre y se retuerce para evitar la
fuente del dolor, es probable que los nervios sensibles a la presencia
del alfiler estén arraigados directamente en los músculos responsables
del movimiento consiguiente, sin que medie cognición alguna. Com
parémoslo con este caso: en el examen médico de su hija Patricia, una
madre observa que el médico le golpea la rodilla con un martillo, tras
lo cual la pierna de Patricia se mueve. Un observador que desconociera-
este acto reflejo podría concluir que Patricia quiso dar un puntapié al
médico porque el golpe le había dolido. Pero la madre sabría que sólo
se trataba de un acto reflejo.Tal, en mi opinión, es el caso de la oruga.
No es probable que los insectos tengan una auténtica capacidad
de sentir, en el sentido de tener una vida mental que incluya sen
saciones y deseos. Cabe señalar que esto ya supone menoscabar un
aspecto de lo que nos dice el sentido común. A los niños que arrancan
las alas a las moscas o las patas a las hormigas se les dice que no lo
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El utilitarismo y el sufrimiento animal
en todos los casos, los mamíferos y las aves son capaces de sentir
dolor, por lo que verdaderamente tienen intereses que hemos de
considerar.
Mentes y cerebros
Muchos sostienen que los seres humanos son los únicos en el reino
animal que poseen vidas mentales, en parte porque niegan que los
fenómenos mentales y (algunos) fenómenos cerebrales sean un mismo
tipo de fenómeno.9 Opinan que los humanos tienen almas no físicas,
donde residen sus pensamientos y sentimientos, o al menos creen
que los fenómenos mentales no son fenómenos físicos, a la vez causas
y consecuencias de la actividad cerebral. Así pues, esas personas son
indiferentes a las manifiestas similitudes estructurales y funcionales
entre el cerebro humano y el de los vertebrados superiores.
No es estrictamente necesario que rechacemos la doctrina de la
inmaterialidad de la mente para afirmar que los vertebrados superiores
tienen vidas mentales auténticas; podríamos sostener que las simili
tudes considerables que existen entre esos animales y los seres hu
manos permitirían atribuir a ambos grupos fenómenos mentales no
materiales. Ahora bien, nuestro argumento será más contundente si
podemos aducir además, como materialistas mentales, que las simili
tudes entre nuestros cerebros reflejan similitudes en nuestra cognición.
Por este motivo, considero útil señalar en pocas palabras por qué creo
que la tesis del inmaterialismo mental es errónea.
Existen principalmente dos argumentos para sostener que nuestra
vida mental se compone de fenómenos físicos que ocurren en nuestro
cerebro. Ambos se basan en la premisa del sentido común de que los
fenómenos mentales y cerebrales guardan una relación de interacción
causal. Por ejemplo, creemos que la estimulación de la retina causa
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Comparaciones de intereses
He venido argumentando que habría que considerar al menos los
intereses de los integrantes de muchas otras especies animales, pues
son capaces de sentir dolor. Ahora bien, ¿cómo hemos de aplicar el
principio de la consideración igualitaria de intereses cuando los
intereses que hay que considerar son los de especies diferentes? ¿Es
posible siquiera hacer una comparación de intereses? De hecho, la
propia comparación entre intereses humanos puede suscitar los mis
mos interrogantes, pues cabe dudar acerca de la posibilidad de saber
sí otras personas sufren, y de ser así hasta qué punto. Pero este es sólo
el problema filosófico del conocimiento de las mentes ajenas, planteado
en el caso particular del conocimiento de la experiencia ajena. Aunque
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Consecuencias prácticas
Como hemos visto, Singer reconoce que las comparaciones de intereses
entre especies son muy difíciles de hacer con un mínimo de precisión,
y que la inteligencia superior de la mayoría de los humanos incrementa
ampliamente su capacidad de sufrimiento. Pero también afirma que
basta hacer una burda comparación para inñuir enormemente en la
forma en que se trata actualmente a los animales. Examinemos una
por una las siguientes prácticas: la caza, la cría industrial, las pruebas
de cosméticos y los experimentos médicos.
Las personas que cazan suelen consumir la carne de los animales
que matan y vestir o vender su piel. Ahora bien, cabría aducir que
estos beneficios no tienen por qué formar parte de la ecuación moral,
pues el dolor animal no es necesario para proporcionarlos. En el
mundo moderno se puede obtener carne y piel mediante la cría, que
no tiene por qué causar sufrimiento a los animales. En principio, se
los puede mantener en condiciones agradables durante toda su vida y
luego matarlos de forma incruenta e inesperada (recordemos que
hemos dejado la cuestión de la entidad moral de la vida animal para el
capítulo 4). Así pues, los únicos beneficios reales que los humanos
obtienen de la caza son los placeres de la caza en sí, que consisten en
rastrear, acechar o perseguir al animal y luego tratar de matarlo. Por
su propia naturaleza, estas actividades rara vez pueden llevarse a cabo
sin causar dolor a la presa.
Aunque los placeres de la caza parezcan considerables para algunas
personas, resultan indudablemente triviales en comparación con la
dolorosa muerte que se suele dar al animal. Si el dolor y el terror que
provoca a un venado o a un conejo una herida fatal es remotamente
comparable a lo que sentiría un ser humano en esas circunstancias, es
obvio que tienen mucho más peso que cualquier placer que
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Resumen
Hay fundamentos para añrmar que la discriminación entre especies
es tan condenable desde el punto de vista moral como el racismo o el
sexismo. Aceptar esta afirmación entrañaría importantes consecuencias
en las prácticas con las que se hace sufrir a los animales, como la caza
y la cría industrial, pues existen buenas razones para creer que al
menos los vertebrados superiores tienen intereses. Ahora bien, la
afirmación parte de la premisa de que el punto de vista moral se
puede equiparar con el de un observador benevolente e imparcial,
concepción rectora del utilitarismo. Por otra parte, la afirmación hace
del utilitarismo una teoría inestable desde el punto de vista reflexivo,
pues está en conflicto con aspectos aparentemente fundamentales de
nuestro pensamiento moral. Recurrir a la distinción entre placeres
superiores e inferiores tampoco ayuda. Por lo tanto, el enfoque del
sufrimiento animal que ofrece el utilitarismo es inadecuado e in
aceptable.
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El perjuicio de m orir
La posición de quienes creen que la muerte no es un perjuicio puede
resumirse en el antiguo refrán «ojos que no ven, corazón que no
siente». Desde este punto de vista, como quienes han muerto ya no
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El valor de la vida
Además de recurrir al utilitarismo de la preferencia, que ha sido
criticado más arriba, Singer expone un argumento bastante diferente
cuando afirma que matar a un agente racional - a una persona- es
peor que matar a un animal: sostiene que la vida de un agente
racional tiene un mayor valor intrínseco que la de la mayoría de los
animales.6 Ahora bien, esta idea no apela (bueno sería) a ninguna
forma de intuicionismo moral, teoría que examinamos y refutamos
en el primer capítulo. No se trata de que el mayor valor de la vida
humana sea un hecho objetivo que hemos aprehendido mediante
una facultad especial de intuición moral; la idea de Singer es utilizar
una variante de la distinción clásica que hace el utilitarismo entre
placeres superiores e inferiores, transformándola en una distinción
entre modos de vida superiores e inferiores.
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tienen conciencia de su pasado y futuro son más valiosas que las que
no la tienen. Pues como hemos visto, rio hay razón para que un
observador imparcial no tenga en cuenta los deseos presentes y
futuros de un bebé sólo porque aún no forman parte de un proyecto
de vida global.
Pensemos ahora en los ancianos. También en este caso, muchos
tienen la impresión de que la muerte de un anciano es-menos trágica
que la de un joven. Pero esos juicios sirven sobre todo para expresar
una comparación con las expectativas razonables, que se formula para
consolar a los sobrevivientes (como cuando se dice «ha tenido una
vida larga y buena») —y que no tiene por qué coincidir con la opinión
de quien ha muerto. Es cierto que algunos ancianos restringen cada
vez más sus actividades y proyectos a medida que se acercan al final
de su vida.Y en algunos casos se podría decir, con razón, que a la hora
de la muerte le quedaba a la persona poco por hacer. Pero otros
ancianos siguen haciendo su vida de siempre, como si la muerte sólo
les llegara a los demás (es interesante observar que los miembros de
este grupo suelen vivir más años). En este caso, nada sustenta la
opinión de que la vida como tal puede considerarse un viaje; a lo
sumo se podrá decir que es la forma en que algunas personas conciben
su vida.
Desequilibrio reflexivo
Concluyo que, según el utilitarismo, cabe hacer la misma objeción
moral directa al hecho de matar a un animal que al de matar a un ser
humano, pues las objeciones que hace a ambas acciones son esen
cialmente las mismas: que se impedirían placeres futuros y que no
matar a un organismo es necesario para que pueda realizar sus
preferencias futuras. Además, el utilitarismo no puede afirmar de
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El utilitarismo y el perjuicio de matar
Resumen
La muerte perjudica a la persona que muere en tanto y en cuanto la
priva de una existencia futura fructífera. Sin embargo, la razón por la
que tememos a la muerte es que seguir viviendo es un requisito
indispensable para que se cumplan casi todos nuestros deseos. Desde
el punto de vista del utilitarismo, cabe plantear la misma objeción
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El contractualismo y los animales
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La réplica a Regan
Regan ha elaborado un argumento encaminado a demostramos que el
contractualismo no puede privar a los animales de entidad moral en
forma coherente sin hacer lo mismo con los seres humanos que no son
agentes racionales, como los subnormales profundos o los ancianos
seniles.1 Dejaré el examen de la última parte de esta acusación para
secciones posteriores; en ellas quedará de manifiesto que Regan
subestima seriamente los recursos de que dispone el contractualismo
para explicar de qué manera se pueden conceder los mismos derechos
morales básicos a todos los seres humanos cualquiera sea su capacidad
mental. Por ahora examinaré <£l argumento de Regan de que el
contractualismo de Rawls es teóricamente arbitrario, al extremo de
negar entidad moral a los animales^?
Regan afirma que^i los agentes situados tras el velo de ignorancia
han de desconocer cuestiones tan fundamentales como sus cualidades
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El contractualism o y los anim ales
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La cuestión de los anim ales
Rawls sólo se sirve del velo como forma de excluir todo conocimiento
no deseado>conel fin de queíjil determinar los principios morales no
recurramos a conocimientos que puedan atentar contra la razona-
bilidad del resultado^ No obstante, esto no basta para refutar el
argumento de Regan, pues cabe suponer que los agentes racionales
no tendrán en cuenta su condición de tales ni siquiera a la hora de
formular racionalmente un sistema de normas. Si pueden prescindir
de los conocimientos relativos a su propio sexo o condición social,
cabe presumir que también podrán hacer caso omiso del hecho de
que pertenecen a determinada especie, o incluso de que son agentes
racionales.
La verdadera réplica a Regan debe guiarse por la idea de que con
su propuesta se quebrantaría la coherencia teórica del contractualismo
de Rawls. Según éste, la moral es en realidad obra del ser humano (en
ausencia, claro está, de cualquier otra especie conocida de agente
racional, cuestión a la que volveré en el próximo capítulo). La moral
ha sido construida por los seres humanos, para facilitar las relaciones
entre los seres humanos y hacer posible la vida en una comunidad
cooperativa. De hecho,<este es uno de los aspectos esenciales de
la concepción rectora del contractualismo^Es indispensable para ex
plicar la forma en que surgen las nociones morales sin caer en los
excesos del intuicionismo y del objetivismo estricto. Además, es una
premisa fundamental de la^xplicación contractualista del origen de
la motivación moraí) tanto en la versión de Rawls (hacer posible la
convivencia comunitaria pacífica entre los seres humanos en con
diciones de modernidad) como en la mía, en que el principio básico
del contractuahsmo (así como el deseo de respetarlo) se considera
innato y ha sido seleccionado en el proceso de evolución por su valor
para promover la supervivencia de nuestra especie. Sugerir a estas
alturas que habría que formular el contractualismo de forma que
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Resumen
Ninguna versión del contractualismo asignará entidad moral a los
animales. No obstante, puede haber obligaciones indirectas para con
los animales, motivadas por el respeto de los intereses legítimos de
quienes se interesan por ellos. Ahora bien, no es probable que la
protección así otorgada a los animales sea muy amplia. Además, al
contractualismo se le plantea el problema de extender derechos mo
rales directos a los seres humanos que no son agentes racionales. Si
bien fracasaron las dos primeras vías estudiadas mediante las cuales el
contractualismo podría haberlo logrado, otros dos argumentos —
basados en el terreno resbaladizo en lo moral y en la necesidad de
asegurar la estabilidad social—dieron resultado.
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Los an im ales y la condición de agente racional
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La tendencia antropomórfica
Es necesario hacer hincapié en las historias que he relatado, pues
existe una tendencia generalizada a interpretar el comportamiento
animal de forma antropomórñca. Hay dos motivos para ello; uno de
ellos es específico de determinadas culturas pero podría decirse que
el otro es universal. Consideraré ambos motivos sucesivamente.
En muchas culturas se cuentan historias en que los animales
actúan como humanos, pero en nuestra cultura occidental, la literatura
y los espectáculos para niños se hallan casi totalmente monopolizados
por la forma antropomórfica en que se trata a los animales. Hoy en
día es difícil encontrar un cuento para niños que no tenga de pro
tagonista a un animal que emprende proyectos similares a los humanos
y manifiesta pensamientos y sentimientos típicamente humanos. Es
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contundentes han sido los de Donald Davidson, que han tenido gran
influencia.8 Propongo que examinemos los dos argumentos prin
cipales. El primero de ellos es, en síntesis, que para tener creencias es
necesario tener previamente el concepto de creencia, pero que para
tener ese concepto, a su vez, es necesario tener un lenguaje, de lo que
se desprende que las criaturas que carecen de lenguaje no pueden
tener creencias.
Davidson ha defendido las premisas de este argumento de formas
algo distintas en diferentes publicaciones. Examinemos en primer
lugar la hipótesis de que para tener creencias hay que tener el
concepto de creencia. En «Thought and Talk», Davidson trata de
fundamentar esa hipótesis aduciendo que tener una creencia supone
comprender la posibilidad de estar equivocado, lo cual a su vez
supone comprender el contraste entre creencias verdaderas y falsas.
Esta última afirmación es innegable pero, ¿por qué habríamos de
*
aceptar la primera? No la sustenta con ninguna razón, y es difícil
imaginar qué razón podría aducir. ¿Acaso no podría haber creencias
simples pero auténticas que se consideraran verdaderas (y cuya posi
bilidad de error fuera inconcebible) hasta que las pruebas abrumadoras
en su contra las eliminaran? En «Rational Animáis», en cambio,
Davidson sostiene que tener una creencia implica la posibilidad de
llevarse una sorpresa, lo que implica a su vez que la creencia inicial
era falsa. Al parecer, sería incomprensible que conserváramos una
creencia particular y no la modificáramos al comprobar que es falsa
(al encontrarnos con una creencia que la contradice). Aunque eso sea
cierto, no prueba el argumento, pues decir que un organismo que
tiene creencias debe contar con mecanismos cognitivos para identificar
y resolver conflictos entre creencias no implica que el organismo sea
capaz de pensar en sus creencias o tener algún concepto de ellas. Y es
difícil comprender por qué habría de ser cierta esta última afirmación.
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que casi todos) tengan creencias precisas. Nada que pueda hacer un
perro servirá para diferenciar los juicios «Atila cree que su amo ha
vuelto a casa» de «Atila cree que el Sr. Gómez ha vuelto a casa» o de
«Atila cree que el presidente del banco ha vuelto a casa», siempre que
el Sr. Gómez, amo deAtila, sea el presidente de un banco. No importa
la descripción que hagamos, ni lo que haga Atila.
Una respuesta a este argumento sería reconocer que los animales
no pueden tener creencias sutiles (al menos no los que carecen de
lenguaje) pero insistir en que, no obstante, pueden tener creencias
elementales. Con ello defenderíamos la noción de que los animales
pueden tener creencias, en virtud de la cual la creencia de que mi
amo ha vuelto, la creencia de que el Sr. Gómez ha vuelto y la creencia
de que el presidente del banco ha vuelto son la misma creencia. Pero
no sería atinado responder a Davidson de esta manefa, pues equivaldría
a reconocer que las creencias animales carecen de intencionalidad.
Ahora bien, reconocer la intencionalidad de las creencias equivale a
reconocer las creencias, pues el hecho de que las creencias representen
a las cosas de una forma y no de otras forma parte intrínseca de la noción
de creencia.
La respuesta correcta no es afirmar que las creencias animales no
hacen distinciones sutiles entre descripciones, sino insistir en que el
tipo de descripciones mencionadas más arriba se atribuyen erróneamente a
los animales. No es probable que Atila tenga creencias que se puedan
caracterizar correctamente empleando los términos «am o», «Sr.
Gómez» o «presidente del banco», pues los perros carecen de los
conceptos necesarios para ello. Por el contrario, para tener en cuenta las
creencias de los animales habría que tratar de describir la forma en que
ellos representan las cosas. Parece plausible, por ejemplo, que Atila
represente a su amo de acuerdo con un esquema de apariencia, un
conjunto complejo de propiedades de orden visual, olfativo y sonoro.
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Categorías y conceptos
Incluso antes de examinar en detalle las pruebas, hemos visto fracasar
los intentos de demostrar que las criaturas que carecen de lenguaje
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Resumen
Se puede decir que muchos animales tienen creencias y deseos, así
como que algunos (en particular los simios) tienen creencias y
deseos de segundo orden. No obstante, ningún animal posee las
demás cualidades necesarias para ser considerado un agente racional.
Concretamente, ningún animal parece ser capaz de hacer planes a
largo plazo, o de imaginar distintos futuros posibles. Y ningún animal
parece capaz de conceptualizar normas generales convenidas social
mente (y menos aún de obrar conforme a ellas). Así pues, concluyo
que la premisa simplificada de que partimos en el capítulo 5 es
acertada: ningún animal puede ser considerado agente racional, en el
sentido que nos permitiría otorgarles derechos directos según el
contractualismo.
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7
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Un fundamento contractualista
He presentado un caso intuitivo en el que las acciones no sólo se
juzgan por el perjuicio que ocasionan o los derechos que infringen,
sino también por lo que revelan acerca del carácter de quien las lleva
a cabo. Recordemos el capítulo 2, en que sostuve que el utilitarismo
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bondad para con los seres humanos. ¡Como si alguna vez ayudáramos
a los animales con esa intención! De hecho, la mejor interpretación
que se hace de Kant es que presenta una explicación similar a la que
aparece más arriba, en la cual se hace una distinción entre los motivos
de quienes actúan conforme al tipo de carácter benévolo que deberían
tener y la explicación teórica del valor moral que tiene esa bene
volencia. Sólo en este último plano comprendemos que el valor de un
carácter compasivo se desprende de su forma de manifestarse en
nuestras relaciones con los seres humanos.
Así pues, parece que la presente propuesta permite explicar
todos los aspectos del sentido común. Aparentemente, la única difi
cultad que subsiste es que niega entidad moral al sufrimiento animal.
No obstante, la propuesta no pertenece propiamente al sentido común,
sino que es una construcción teórica basada en él. Nos explica cómo
podemos caer en la ilusión de la importancia directa. Por ende, la
forma en que el contractualismo aborda la cuestión de los animales
tiene todos los atributos de una sólida teoría moral, aceptable a la luz
del equilibrio reflexivo en ausencia de una propuesta más plausible.
Quedan por investigar las consecuencias de este enfoque sobre las
controvertidas prácticas de la caza, la cría industrial y la experimen
tación de laboratorio con animales.
Consecuencias controvertidas
¿En qué medida condiciona esta propuesta nuestro comportamiento
en relación con los animales? En otras palabras, ¿en qué circunstancias
sería moralmente condenable hacer sufrir a un animal porque ello
manifestara crueldad u otro defecto del carácter? Aquí cobra im
portancia nuestra observación anterior de que un acio manifestará o
no crueldad según las circunstancias y el motivo de dicho acto.
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los anímales sean malos por lo que revelan acerca del carácter del
agente, pero en muchas circunstancias no revelarán gran cosa. Y en
otras condiciones sociales, tal vez no revelen absolutamente nada de
importancia moral. Aunque el contractualismo quede justificado al
poder explicar que la actitud que nos dicta el sentido común en
relación con los animales tiene mucho de verdad, ofrece poco o
ningún consuelo a quienes desearían extender una mayor protección
a los animales desde el punto de vista moral.
Sólo queda por responder una pregunta: ¿hasta qué punto es
moralmente deseable la función que cumplen los animales en nuestra
sociedad? El sólo-hecho de que la gente necesite tener mascotas es,
presumiblemente, producto de la alienación social que afecta a muchas
personas en una sociedad tan inestable y dispersa como la nuestra, y
seguramente podríamos educar satisfactoriamente a nuestros niños
sin recurrir a ejemplos animales. En consecuencia, hemos de con
siderar la posibilidad de que ciertas actitudes actuales respecto de los
animales nos estén haciendo perder de vista otras cuestiones morales
más fundamentales. Volveré sobre este tema en la última sección del
capítulo.
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El contractualism o y el carácter
desarrollo, por lo que el aborto podría ser una opción moral), pues
hay grandes diferencias tanto en aspecto físico como en modalidades
de comportamiento entre los seres humanos y sus familiares del
reino animal, incluso los más cercanos. Una línea divisoria definida,
determinada por características evidentes, tal vez ofrece estabilidad:
será fácil establecer y mantener una distinción sicológica entre las
actitudes que se adopten ante el sufrimiento en ambos casos.
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Resumen
El contractualismo no concede a los animales derechos morales di
rectos, mientras que se los otorga a todos los seres humanos. Sin
embargo, permite explicar por qué el sentido común nos dice que no
debemos hacer sufrir a los animales por motivos triviales, pues ello
manifestaría un carácter cruel. Esta posición es lo bastante plausible
para resultar aceptable según el equilibrio reflexivo, pero las limi
taciones que impone a nuestra conducta son mínimas; es evidente
que el contractualismo no presta ningún apoyo a quienes desearían
ampliar aún más la protección que se brinda a los animales.
200
8
En este capítulo cuestionaré una premisa que hemos dado por sentada
en toda nuestra investigación sobre la entidad moral de los animales,
al menos a partir del capítulo 3: que las experiencias animales (en
particular las dolorosas) son lo suficientemente similares a las nuestras
como para revestir interés moral.
Consciente o no consciente
Comenzaré por hacer una distinción entre dos clases de estados
mentales que es particularmente evidente en el caso de las experiencias.
Aunque no es una distinción que establezca el sentido común, es fácil
de reconocer cuando se la señala. Consideremos varios ejemplos
familiares: supongamos que Carmen conduce su coche por un camino
que conoce bien, lo cual le permite abstraer por completo su atención
de aquello que la rodea. Tal vez su mente se concentra en algún aspecto
de su trabajo o fantasea acerca de sus próximas vacaciones de verano, a
tal punto que no tiene conciencia de la forma en que está conduciendo.
De repente, Carmen «vuelve en sí» y centra su atención en la carretera,
sorprendida de no tener la menor idea de lo que ha hecho o visto en los
últimos minutos. No obstante, es obvio que si no hubiera visto la
carretera en ese lapso se habría estrellado. Su acompañante podría
corroborar que Carmen vio un coche detenido en la carretera, pues lo
esquivó con destreza, aunque la propia Carmen no tuviera conciencia
del obstáculo en ese momento ni lo recordara más tarde.
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Conciencia cartesiana
Una vez establecida intuitivamente la distinción entre los estados
mentales conscientes y los no conscientes, hemos de explicar la
naturaleza de esa distinción. Una respuesta conocida, en la tradición
cartesiana, equipararía la conciencia con la sensación subjetiva y
cualitativa. Según este criterio, los estados mentales conscientes tienen
una fenomenología característica de la que carecen los estados mentales
no conscientes. Pero esta definición no basta: aunque pueda resultar
plausible en relación con la distinción entre las experiencias con
scientes y no conscientes, no se puede aplicar a la distinción entre las
creencias y los deseos conscientes y no conscientes. Que una persona
tenga una creencia consciente sobre el cumpleaños de su madre no
constituye una sensación. La activación consciente de una creencia o
deseo no se reconoce introspectivamente en virtud de su carácter
subjetivo característico, como el dolor o las cosquillas conscientes,
pues esos hechos carecen de fenomenología. Así pues, lo que hace
que una creencia sea consciente no es una sensación. Sin embargo,
como al parecer las creencias conscientes no lo son en un sentido
distinto que las experiencias conscientes, tenemos que hallar una
explicación común a ambos casos, si es posible.
La asimilación de la conciencia a la sensación cualitativa podría
defenderse mediante un razonamiento de tres pasos. En primer lugar,
cabría aducir que la activación de creencias y deseos se hace consciente
en virtud de la aparición de pensamientos conscientes. En segundo
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La conciencia animal
Desde luego, los animales son conscientes a menudo, en el sentido de
que tienen conciencia del mundo que los rodea y de los estados de su
propio cuerpo. Los animales pueden estar despiertos, dormidos,
soñando, en coma o sólo parcialmente conscientes, igual que nosotros.
Pueden tener o no conciencia de un olor acre, un ruido fuerte o un
empujón, como nosotros; estos hechos no están en discusión. En los
capítulos 3 y 6 afirmé que al menos todos los mamíferos tenían
creencias, deseos y sensaciones, y nada que diga ahora se opondrá a
esa afirmación. Una vez que aceptamos que los animales pueden ser
conscientes de determinados hechos, hemos de preguntarnos si esos
estados de conciencia son conscientes a su vez. La pregunta no es si
los animales tienen estados mentales, sino si tienen estados mentales
conscientes.
Si podemos dar por válido mi razonamiento acerca de la distinción
entre estados mentales conscientes y no conscientes, el estado no
consciente de la mayoría de las experiencias animales se deduce con
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ocurriera que sería mejor coger el camino más corto a todos los
alimentos, llevando las verduras consigo, si es necesario, para con
sumirlas más tarde. Sea como fuere, los seres humanos se caracterizan
por la capacidad de mejorar su desempeño precisamente de esta
manera, como resultado de la capacidad de someter sus propios
pensamientos a la reflexión y a la crítica.
Propongo que los seres humanos son los únicos integrantes del
reino animal que poseen estados mentales conscientes. Cabría objetar
que la propuesta es implausible, pues crea una división abrupta entre
nosotros y los animales. Se podría sostener la teoría más atractiva de
que la,conciencia aparece gradualmente a medida que se avanza en la
escala evolutiva. De hecho, en cierto sentido coherente con mi ra
zonamiento, es verdad: a medida que la cognición de los organismos
superiores se hace más compleja, y sus repertorios conceptuales más
diversos, tendrán una variedad más amplia de pensamientos en que
pensar; habrá más cosas de las que podrían ser conscientes. No
obstante, si bien los mamíferos superiores manifiestan altos grados
de conciencia de las propiedades y los hechos del mundo que los
rodea, sus estados mentales pueden aún no ser conscientes.
Otra ventaja de mi razonamiento es que permite apreciar con
facilidad cómo podría haber evolucionado la conciencia. A grandes
rasgos, sólo habría sido necesario añadir a una estructura cognitiva
capaz de pensar una especie de circuito de retroalimentación, que dio
a los seres humanos la facultad de pensar sobre sus propios procesos
de pensamiento. Esta adición sin duda supuso ventajas inmediatas
para nuestra supervivencia, pues nos dio una capacidad de resolver
problemas enormemente mejorable, como señalamos antes. Quizás
el hecho de que hayamos desarrollado una facultad de lenguaje innata
haya resultado decisivo a este respecto, pues además de ampliar la
diversidad de pensamientos accesibles, según sugerimos en el capítulo
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Los anim ales y la experiencia consciente
El dolor no consciente
Huelga decir que el dolor también es una experiencia. Ahora bien,
quedan por formular dos interrogantes: en el caso del dolor, ¿es
posible, como en otros estados mentales, hacer una distinción entre
una variedad consciente y una no consciente? Sf respondemos que sí,
el dolor de todos los animales será no consciente, según mi explicación
general de la distinción. En segundo lugar, ¿merece el dolor no
consciente ser objeto de compasión y de interés moral? Si respon
demos que no, el dolor de los animales no nos planteará ningún tipo
de imperativo moral.
No existen ejemplos indiscutibles de dolor no consciente en los
humanos que nos permitan establecer un paralelismo con nuestros
ejemplos cotidianos de experiencias visuales no conscientes. Hay una
razón evidente para ello, pues parte de la función del dolor es
irrumpir en la conciencia para que dediquemos toda nuestra atención
a evitarlo. Ahora bien, hay ciertos ejemplos en que una persona se
concentra profundamente en la ejecución de una tarea y más tarde
declara no haber sentido dolor alguno al hacerse daño, aunque sí
haya manifestado aversión. Supongamos que Samuel es un soldado
que en el fragor de la batalla no siente dolor al quemarse la mano con
el cañón de su arma, que tocó cuando estaba al rojo vivo. Un
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Objetos de interés
¿Hemos, pues, de compadecernos de Irene? Tal vez deberíamos sentir
compasión por su situación general, pues en diversos aspectos es una
situación angustiosa, pero no debemos sentir compasión en casos
concretos de dolor, pues está claro que su sufrimiento no es consciente.
La compasión ha de basarse en la impresión imaginativa de la situación
interna de la persona (o el animal) en cuestión. Ahora bien, si los
argumentos expuestos son correctos, en cuyo caso ser el sujeto de un
dolor no consciente no se puede comparar a nada, no hay nada que
imaginar en el caso de Irene. Como Irene no es consciente de ningún
dolor, su estado mental no es un objeto adecuado de interés'moral.
Para apreciar esto con claridad, supongamos que un médico que
conoce los pormenores de la afección de Irene se encuentra por
casualidad en la escena de un accidente en que ha resultado gravemente
herida en las piernas. Aunque se ve que hay otros heridos que sufren,
Irene es la que grita más fuerte. ¿Acaso debería atenderla primero? Es
evidente que no, en igualdad de circunstancias (a menos que esté
perdiendo mucha sangre, por ejemplo). Desde luego, será muy difícil
resistirse a asistirla, pues al parecer un comportamiento explícito
asociado con el dolor suele inspirar más compasión que cualquier
creencia teórica sobre la calidad intrínseca del dolor. De hecho, es
muy probable que esos sentimientos sean bastante fuertes, y coexistan
con la creencia de que el comportamiento en cuestión no responde a
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Consecuencias éticas
De estos argumentos se deduce, si son correctos, que los argumentos
con que Regan y Singer extendían a los animales el principio de la
consideración igualitaria de intereses, que examinamos detenidamente
en capítulos anteriores, partían de una premisa falsa, pues ambos
suponían que los deseos y las experiencias animales eran similares a
los nuestros, en particular, que eran conscientes. Recordemos que en
el capítulo 1 aduje, en contra de Regan, que su intento de asignar
valor intrínseco a los animales parecía entrañar un intuicionismo
inaceptable, y le hacía suscribir la opinión de que los valores formaban
parte del mundo independientemente de nosotros.Y en los capítulos
3 y 4 objeté que el utilitarismo de Singer lo obligaba a hacer afir
maciones acerca de la entidad moral de los animales que eran
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Resumen
Los estados mentales admiten una distinción entre variedades con
scientes y no conscientes; la mejor forma de distinguir entre esos
estados es que el pensamiento (reflexivo) consciente sólo tiene acceso
a los primeros. Así pues, como no hay razón para creer que ningún
animal sea capaz de pensar acerca de sus propios pensamientos de
esta manera, ninguno de sus estados mentales será consciente. Si se
aceptara este razonamiento, se deduciría casi inmediatamente que los
animales no pueden plantearnos imperativos morales, pues los estados
mentales no conscientes no son un objeto adecuado de interés moral.
228
Conclusión
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La cuestión de los anim ales
230
Conclusión
231
L a cuestión de los anim ales
232
Notas
d e u n añ o d e ed ad .
23 3
N o tas para las p ágin as 3 6 —5 6
2 El utilitarismo y el contractualismo
6 V éase su o b ra Leviatón ( 1 6 5 1 ) .
7 V éase en particu lar su o b ra Fundamentación de la metafísica de las costumbres ( 1 7 8 5 ) .
8 V é a se s u a r t íc u lo « C o n t r a c t u a li s m o y U t i l i t a r i s m o » e n A . S e n y
B. W illiam s, ed ito re s, Utilitarianism and Beyond (C a m b rid g e U n iv ersity Press,
1 9 8 2 ).
9 V éase su o b ra Fundamentdtión de la metafísica de las costumbres, cap. 2.
10 P ara u n a o p in ió n c o n traria, v é ase O n o ra O ’N e ill, Constructions of Reason
(C a m b rid g e U n iv ersity P ress, 1 9 9 0 ).
11 E x traíd o de su o b ra Etica práctica, cap. 8.
12 V éanse su s artícu lo s «Ju stic e as Fairn ess: Political n o t M e tap h y sical» y «T h e
P rio rity o f R igh t an d Id eas o f the G o o d » en Philosophy and Public Affairs 14
( 1 9 8 5 ) y 17 ( 1 9 8 8 ) respectivam en te.
234
N otos para las págin as 5 7 - 8 3
18 V éase M ich ael San del, Liberalism and the Limits of Justice (C a m b rid g e U n iversity
Press, 1 9 8 2 ).
19 «ContractualismandUtilitarianism»,pág. 1T2.
1 Jo n a th an C ape, 1 9 7 5 ; se g u n d a e d ició n , 1 9 9 0 .
2 V éase Etica práctica, cap. 3.
3 V éase u n a e x p o sic ió n d e la ad h e sió n d e S in g e r a esta caracteriz ac ió n d el
p u n to d e v ista m o ra l en Etica práctica, cap. 1.
4 V éase The Case forAnimal Rights, cap. 5 y pág. 2 6 1 .
5 V éase H. R ach lin , Comportamiento y Aprendizaje (E d ic io n es O m e g a , B arce lo n a,
1 9 7 9 ).
235
N o tas para las págin as 8 5 —1 3 4
Questions.
3 Jo e l F ein b erg h ace o b se rv a c io n e s sim ila re s en « H a r m an d Se lf-In terest»,
in c lu id o en E H acker y J. R az, ed ito re s, Law, Morality and Society (O x fo rd U n i
versity Press, 1 9 7 7 ).
4 V éase Etica práctica, cap. 4.
5 V éase u n e stu d io d e lo s d iv e r so s in te rr o g a n te s q u e p la n te a esta cu e stió n
en D erek P arfit, Reasons and Persons (O x fo rd U n iv ersity P ress, 1 9 8 4 ) , Parte
IV
6 V éase Ética práctica, pág. 1 3 2 .
7 V éase Animal Rights, p. 3 2 4 .
8 V éase Ética práctica, p á g s. 1 3 2 —4.
9 V éase « L ife ’s U n certain V o y ag e», in c lu id o en P Pettit, R. Sylvan y J. N o r
m a n , e d ito res, Metaphysics and Morality (B lack w ell, 1 9 8 7 ).
10 S o b re el particular, v éase m i o b ra Introducing Persons, cap. 8.
236
N o tas para las p ágin as 1 3 7 - 6 8
1 Penguin, 1972.
2 VéaseW alker, AnimalThought, p á g s. 3 7 2 - 4 .
3 V éase u n a d efen sa d etallad a d e esta id ea en m i o b ra Human Knowledge and
Human Nature, cap. 8.
237
N otos para las páginas 1 7 0 - 2 1 7
7 El contractualismo y el carácter
238
N o tas para las páginas 2 1 8 - 2 3
239
índice alfabético
241
índice alfabético
242
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243
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244
índice alfabético
245
índice alfabético
246