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Enrique Vila-Matas: Esta bruma insensata

Idioma original: castellano


Año de publicación: 2019
Valoración: Entre Recomendable y Está bien

No descubro nada si digo que Vila-Matas escribe muy bien. Como tampoco es
ningún secreto que disfruta como un cochino jugando (Vila-Matas, no el cochino)
con lo metaliterario, la intertextualidad y las citas, sean originales o apócrifas. O
que tiene don Enrique un bagaje cultural muy respetable que gusta de exhibir y
manejar, y que lo hace con soltura y a veces con gracia. Todos estos son elementos
reconocibles en el autor, o al menos es lo que se desprende de las reseñas que aquí
se han publicado de todas o casi todas sus obras, porque personalmente solo había
leído su anterior novela (Mac y su contratiempo)... y, sí, también en aquella
ocasión encontrábamos cosas como las citadas. El maestro Santi, en
la Contrarreseña a Kassel no invita a la lógica definía con gracia este cóctel, al
que llamaba el método Vila-Matas, y cuestionaba si todo esto es suficiente para
armar una novela. La reflexión es igualmente pertinente si hablamos de Esta
bruma insensata, pero antes hagamos un boceto sobre lo que en este libro se
cuenta.

Simon es un tipo solitario que vive cerca de Cadaqués y ejerce de traductor y


recopilador de citas literarias, actividad esta última a la que Vila-Matas
llama hokusai (y que no sé si tiene algo que ver con el pintor japonés, ni si es un
invento o realmente existe algo llamado así). Vamos, que entramos de cabeza en el
rollo metaliterario. Este buen hombre lleva veinte años suministrando citas
(literarias, claro) a un escritor de gran éxito (un tal Rainer Bros) que se oculta del
público en algún lugar de Nueva York, una especie de Pynchon germano-catalán,
que a su vez mantiene una peculiarísima relación con el Pynchon auténtico –o eso
es lo que parece. Pese a la distancia física entre el hokusai y el escritor estrella, su
muy diferente estatus y su gélida relación profesional hay algo que une
estrechamente a Simon y a su cliente, y al mismo tiempo los separa.

El texto íntegro es una narración en primera persona que, como puede suponerse,
se centra casi en su totalidad en el hecho mismo de la creación literaria. En torno a
ella, Simon y Rainer son los dos polos de una dialéctica múltiple que, como las dos
vocecitas de la conciencia, encarnan y enfrentan sus respectivas tesis: fe y
entusiasmo en el hecho de escribir, frente a desprecio y abandono del ejercicio
literario; ficción contra no ficción; creación pura, o intertextualidad; celebridad y
anonimato. En última instancia, éxito vs. fracaso. Aunque la reflexión sobre estas
ideas (a su vez siempre sembrada de citas) ocupa casi todo el libro, es en su parte
final cuando se concretan y en parte podríamos decir que se materializan.
Vila-Matas lo hace con inteligencia, claro, no enfatiza a favor de ninguna de las
dos opciones, pero de ese magma aparentemente confuso termina el lector por
obtener algunas respuestas, aunque siempre abiertas a interpretaciones o
sometidas a contradicciones.
Porque esto, aparentemente novela, tiene bastante de ensayo y también cierto aire
lúdico, porque esa colisión entre dos formas de entender la literatura (todo lo
nebulosas que se quiera) efectivamente crea tensión entre los personajes, pero
esta no se transmite al lector. Poniéndonos unamunianos diríamos que no hay
‘agonía’ ni ‘sentimiento trágico’, solo miradas diferentes, posibilidades abiertas. Se
le va a gusto al autor en ese terreno, donde exhibe su agilidad para divagar por
distintos caminos sobre el hecho literario y hasta se permite deslizarse en alguna
ocasión hacia lo onírico. Y en ese contexto de lo metaliterario, me permito
destacar una poderosa imagen, de mucho contenido aunque parece dejada ahí
como por casualidad:

(…) Se apiñaban una gran cantidad de familias felices y de familias infelices, tribus rusas y chinas, suegras y cuñados de
todas las razas y clases sociales, jóvenes solitarias y señoras de edad, abanderados y no abanderados, camareros y turistas,
todos absolutamente indiferentes a la literatura, a la fama mundial del empedernido bebedor Rainer Bros y a mi archivo.

Sin embargo, Vila-Matas parece menos cómodo en terrenos digamos más


convencionales. Es cierto que una de las escenas mejor resueltas es el viaje
de Simon a Barcelona en el coche de un pintor (donde aparece uno de los pocos
momentos de humor), pero en cambio funciona peor el entorno histórico-político
que sirve de telón de fondo a la segunda mitad del relato: quizá forzado por la
relevancia del momento, Vila-Matas sitúa la acción en la Barcelona de los últimos
días de octubre del 17, es decir, en plena efervescencia de la Declaración unilateral
de independencia y las situaciones inmediatamente posteriores. Ni qué decir tiene
que el decorado resulta algo impostado, o mejor aún, ajeno, dando la impresión de
que no aporta nada más allá de un paisaje llamativo. A lo sumo útil –y es que uno
siempre tiende a justificar al escritor- para subrayar la imagen que transmite el
párrafo que copiaba arriba: la soledad del escritor (escritores en este caso) ante
una sociedad que le ignora, sumida en sus propias preocupaciones o en su mera
cotidianeidad. O, volviéndolo del revés, el ensimismamiento del autor en su
propio mundo, mientras todo se agita a su alrededor.

En fin, que como puede deducirse, el libro, construido con pulcritud e inteligencia,
gustará seguro a los fans de Vila-Matas y a quienes disfrutan con los entresijos y
las diferentes perspectivas de la creación literaria en sus múltiples facetas. En
tanto que novela –lo que quiera que eso sea- con un desarrollo y algo parecido a
un argumento, esta última entrega de don Enrique resulta algo más cuestionable.
Quizá nos gustaría ver cómo asoma un poco más fuera de esa burbuja, que a lo
mejor no es tan autosuficiente como él cree.

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