© Copyright 1983, Casa Bautista de Publicaciones. Este libro fue publicado originalmente en inglés por Fleming H. Revell
Company bajo el título The Master Plan of Evangelism. © Copyright 1963, 1964 por Robert E. Coleman. Las primeras dos
ediciones en español fueron publicadas por la Editorial Caribe y la Casa Bautista de Publicaciones. Traducido y publicado
con permiso. Todos los derechos reservados.
CONTENIDO
PROLOGO
INTRODUCCIÓN.
CAPÍTULOS:
1. SELECCIÓN
2. ASOCIACIÓN
3. CONSAGRACIÓN
4. COMUNICACIÓN.
5. DEMOSTRACIÓN
6. DELEGACIÓN
7. SUPERVISIÓN
8. REPRODUCCIÓN
EPILOGO
BIBLIOGRAFÍA
PROLOGO
1
Bien merece el puesto de profesor de evangelismo el doctor Robert E. Coleman,
autor de este libro. Su conocimiento sobre este inquietante asunto no se debe a otra cosa
sino a la práctica de la evangelización que ha llevado a cabo en la conversión de nuevos
creyentes en Cristo.
Como en los días cuando el Señor Jesús anduvo por la tierra, los sencillos principios
que el doctor Coleman nos ayuda a descubrir en el Nuevo Testamento tienen aplicación
para las tres décadas finales de nuestro siglo XX.
Toda la América Latina está viviendo "su hora histórica" en el terreno espiritual.
Millares están recibiendo a Cristo Jesús como Señor y Salvador por medio de la fe. Sin
embargo, aún quedan millones que desconocen "la palabra verdadera del evangelio"
(Colosenses 1:5). La evangelización del mundo entero en esta generación demanda, por
tanto, discípulos del calibre bíblico que nos pinta el autor en esta obra: hombres cuya
misión en principio y método sea la que Cristo mostró con su vida.
Es inquietante la falta de visión nacional y aun mundial en muchas etapas de nuestro
historial evangélico. Pero, Plan Supremo de Evangelización demuestra que en nuestro
día es posible evangelizar a una nación entera. En verdad, al mundo entero también.
Aquí encontramos los principios que practicó y nos enseñó nuestro Maestro, el Señor
Jesucristo. ¿Puede haber plan mejor? La visión nacional y mundial, sin embargo, no
elimina en ningún momento la obra personal. La predicación a las masas reunidas en
algún estadio deportivo o plaza de toros para escuchar la Palabra de Dios, encuentra su
solidez y se desarrolla a través de la labor personal y el discipulado serio de los cristianos
en la ciudad en que se efectúe. La evangelización de las multitudes y el discipulado
individual marchan del brazo. ¡Son hermanos!
Hechos uno con Cristo y actuando como un solo Cuerpo, nuestro plan supremo personal
deberá ser, entonces, dar i conocer al que es Maestro de evangelización por excelencia.
Esto es lo que la Biblia explica como la Gran Comisión.
Vaya para la editorial, por tanto, un aplauso caluroso por escoger un libro tan vitalmente
necesario en esta hora decisiva para la iglesia de Jesucristo en los países de habla
hispana.
LUIS PALAU
INTRODUCCIÓN
2
EL MAESTRO Y SU PLAN
4
No obstante de reconocer esta realidad, ningún otro estudio resulta más satisfactorio.
Por limitadas que sean nuestras facultades perceptivas, sabemos que en Jesús tenemos al
Maestro perfecto. Nunca cometió error alguno. Si bien compartió nuestra vida y fue
tentado como nosotros, no estuvo sujeto a las limitaciones de la carne de que se revistió
por nuestro bien. Aun en los casos en que decidió no utilizar su omnisciencia divina, su
mente tuvo una claridad absoluta. Siempre supo discernir la senda recta y, como hombre
perfecto, vivió tal como Dios viviría entre los hombres.
Se propuso triunfar
Toda su vida se encaminó a este propósito. Todo lo que hizo y dijo fue parte del plan
general. Su significado emanaba del hecho de que contribuía al propósito último de su
vida de redimir el mundo para Dios. Esta fue la visión rectora de su conducta. Fue la
norma de todos sus pasos. Démonos bien cuenta de ello. Ni por un momento perdió
Jesús de vista su meta.
Por esto es de suma importancia examinar la forma cómo Jesús realizó su propósito. El
Maestro puso de manifiesto la estrategia de Dios para la conquista del mundo. Tenía
confianza en el futuro precisamente porque vivió de acuerdo con ese plan en el presente.
En su vida nada hubo fortuito: no hubo energías malgastadas ni palabras ociosas. Se
dedicó a los negocios de su Padre (Luc. 2:49). Vivió, murió, y resucitó según lo previsto.
Al igual que un general planea el curso de la batalla, el Hijo de Dios hizo planes para
triunfar. No se pudo permitir el lujo de correr riesgos. Sopesó todas las alternativas y los
factores variables en la experiencia humana, después de lo cual concibió un plan que no
fallaría.
5
tan diferente de la de la iglesia moderna, que sus implicaciones resultan poco menos
que revolucionarias.
Las páginas que siguen pretenden aclarar ocho principios rectores del plan del Maestro.
Sin embargo, debe aclararse que no hay que entender los distintos elementos si se dieran
siempre en un mismo orden, como si el último no comenzara hasta tanto que los otros
estuvieran en pleno funcionamiento. De hecho, cada uno de ellos implica todos los
demás y, en cierto modo, todos comenzaron con el primero. El esquema sólo pretende
estructurar el método de Jesús y hacer resaltar la lógica progresiva de] plan. Se observará
que a medida que el ministerio de Jesús se desarrolla, los elementos se hacen más
patentes y la secuencia de los mismos se vuelve más perceptible.
1 • SELECCION
Hombres fueron su método
Todo comenzó cuando Jesús invitó a unos pocos hombres a que lo siguieran. De
inmediato puso así de manifiesto el camino que habría de seguir su estrategia
evangelizadora. No se preocupó por programas con los cuales llegar a las multitudes,
sino por los hombres a quienes las multitudes habrían de seguir. Por extraño que
parezca, Jesús comenzó a reunir a estos hombres aún antes de organizar una campaña de
evangelización o de siquiera predicar un sermón en público. Los hombres constituirían
su método para ganar al mundo para Dios.
El propósito inicial del plan de Jesús fue reclutar a hombres que pudieran dar testimonio
de su vida y completar su obra después de que él regresara al Padre. Los primeros a los
que Jesús invitó, cuando abandonó el escenario del gran avivamiento del Bautista en
Betania, más allá del Jordán, fueron Juan y Andrés (Jn. 1:35-40). Andrés a su vez trajo a
su hermano Pedro (Jn. 1:41, 42). Al día siguiente, Jesús encontró a Felipe cuando iba
hacia Galilea, y Felipe encontró a Natanael (Jn, 1:43-51). No hay indicios de
apresuramiento en la selección de estos discípulos; sólo descubrimos decisión. Jacobo, el
hermano de Juan, no se menciona como parte del grupo sino hasta que los cuatro
pescadores reciben el llamamiento meses más tarde junto al mar de Galilea (Mar. 1:19;
Mat. 4:21). Poco después, cuando Jesús pasó por Capernaum, invitó a Mateo para que le
siguiera (Mat. 9:9; Mar. 2:13, 14; Luc. 5:27, 28). Los detalles que rodearon el llamamiento
de los otros discípulos no se mencionan en los Evangelios, pero se cree que todos ellos
fueron llamados en el primer año del ministerio del Señor.2
Como era de esperarse, estos esfuerzos iniciales por ganar almas tuvieron muy poco o
ningún efecto en la vida religiosa de ese tiempo, pero esto no importó mucho. Los pocos
conversos que el Señor hizo, al comienzo, estaban destinados a ser los líderes de la
iglesia que había de ir por todo el mundo con el evangelio; y desde el punto de vista de
su propósito final, el impacto de sus vidas se haría sentir por toda la eternidad. Y esto es
lo único que cuenta.
7
que Jesús quiso que estos hombres tuvieran privilegios y responsabilidades únicas en la
obra del reino.
Esto no quiere decir que la decisión de Jesús de tener doce apóstoles excluyera que otros
lo siguieran, porque, como sabemos, tuvo muchos más asociados, algunos de los cuales
llegaron a ser obreros muy eficaces en la iglesia. Los setenta (Luc. 10:1); Marcos y Lucas,
los evangelistas; Santiago, su propio hermano (1 Cor. 15:7; Gal. 2:9, 12; cp. Jn. 2:12 y 7:2-
10), son ejemplos notables de esto. Con todo-, debemos reconocer que la prioridad
otorgada a los que no formaban el grupo de los doce fue cada vez menor.
La misma norma se podría aplicar a la inversa, porque dentro del grupo apostólico,
Pedro, Santiago y Juan parecieron disfrutar de una relación más especial con el maestro
que los otros nueve. Sólo estos pocos privilegiados pudieron entrar en la habitación de la
hija de Jairo (Mar. 5: 37; Luc. 8:51); sólo ellos ascendieron con el Maestro para
contemplar su gloria en el monte de la Transfiguración (Mar. 9: 2 ; Mat. 17:1; Luc. 9:28); y
entre los olivos de Getsemaní, con sus sombras nefastas a la luz de la luna llena de la
Pascua, sólo estos miembros del grupo íntimo estuvieron más cerca de su Señor en
oración (Mar. 14:33; Mat. 26: 37). Es tan notable la preferencia demostrada hacia estos
tres que de no haber sido por la falta de egoísmo tan evidente en la persona de Cristo,
hubiera despertado resentimiento en los otros apóstoles. El hecho de que no se mencio-
na en ninguna parte que los otros discípulos se quejaron de la preeminencia de los tres,
aunque sí murmuraran de otras cosas, es prueba de que cuando se demuestra
preferencia por la razón adecuada y en el espíritu justo nadie se siente ofendido4.
El principio aplicado
Todo esto ciertamente le deja a uno la impresión de que Jesús tuvo una forma
premeditada de dedicar su vida a los que quería preparar. También ilustra en forma
gráfica un principio fundamental de la enseñanza: que en igualdad de circunstancias,
cuanto menor es el tamaño del grupo al que se le enseña, tanto mayor es la oportunidad
para impartir una instrucción eficaz.5
Jesús dedicó la mayor parte de la vida que le quedaba en la tierra a estos pocos
discípulos. Literalmente consagró todo su ministerio a ellos. El mundo podría mostrarse
indiferente hacia él y, con todo, no hacer fracasar su estrategia. Ni siquiera le preocupó
gran cosa el que sus seguidores marginales lo abandonaran cuando se les propuso el
verdadero significado del reino (Jn. 6:66). Pero no pudo soportar que sus discípulos
íntimos no comprendieran su propósito. Tenían que entender la verdad y ser
santificados por ella (Jn. 17:17) o, de lo contrario, todo se perdería. Por esto oró no "por el
mundo" sino por los selectos que Dios le dio (Jn. 17:6, 9). 6 De la fidelidad de ellos
dependía todo, si es que el mundo habría de creer en él "por la palabra de ellos" (Jn.
17:20).
No descuidar al pueblo
Sería erróneo, sin embargo, basarse en lo dicho para afirmar que Jesús se olvidó de las
masas, pues no fue así. Jesús hizo todo lo que se le podía haber pedido a un hombre, y
aún más, para llegar a las multitudes. Lo primero que hizo al comenzar su ministerio fue
4
"Henry Latham sugiere que la selección de estos tres sirvió para hacer comprender a todo el grupo la necesidad de la "abne gación
propia". Según su análisis, tuvo como propósito demostrar a los apóstoles que "Cristo daba la responsabilidad que quería a quien
quería; que en el servicio de Dios es honor suficiente poder servir; y que nadie ha de sentirse descorazonado porque vea que a otro se le
asigna un trabajo que parece más elevado que el propio". Latham, Pastor Pastorum, p. 325.
5
El principio de concentración del que es ejemplo el ministerio de Jesús no lo inició. desde el comienzo ésta había sido la estrategia de
Dios. El antiguo Testamento menciona como Dios escogió a la nación relativamente pequeña de Israel por medio de la que quiso llevar
a cabo su propósito redentor del género humano. Incluso dentro de la misma nación, el liderazgo estuvo concentrado de ordinario en
unos grupos familiares, especialmente la rama davídica de la tribu de Judá
6
La oración sacerdotal de Cristo en el capítulo 17 de Juan tiene una importancia especial a este respecto. De los 26 versículos de la oración,
14 se refieren en forma inmediata y directa a los doce discípulos (Jn. 17:6-19).
8
identificarse en forma visible con el gran avivamiento espiritual popular de su tiempo,
por medio del bautismo de manos de Juan (Mat. 3:13-17; Mar. 1:9-11; Luc. 3:21, 22), y
posteriormente proclamó y ensalzó la obra de este gran profeta (Mat. 11:7-15; Luc. 7:24-
28). Predicó sin cesar a las multitudes que seguían su ministerio milagroso. Les enseñó.
Los alimentó cuando tuvieron hambre. Curó a los enfermos y echó de ellos a los
demonios. Bendijo a los niños. A veces pasó días enteros dedicados a servirlos, hasta el
extremo de que "ni aun tenían tiempo para comer" (Mar. 6:31). En todas las formas
posibles, Jesús mostró una preocupación sincera por las multitudes. Ellos eran los que
había venido a salvar: los amaba, lloró por ellos, y por fin murió para salvarlos del pe-
cado. Nadie debería pensar que Jesús desatendió la evangelización de las masas.
Su estrategia
¿Por qué Jesús consagró su vida en forma deliberada a un número tan reducido de
personas? ¿No fue su venida para salvar al mundo? Resonando todavía en los oídos de
las multitudes el glorioso anuncio de Juan el Bautista, el Maestro hubiera podido
fácilmente conseguirse miles de seguidores si lo hubiera querido. ¿Por qué, pues, no
trató de aprovecharse de esas oportunidades para conseguirse un ejército poderoso de
creyentes que conquistara el mundo por asalto? Sin duda el Hijo de Dios hubiera podido
adoptar un programa más atractivo para reclutar a las masas. ¿No resulta acaso
descorazonador que alguien que posee todo el poder del universo viviera y muriera para
salvar al mundo y, con todo, a fin de cuentas, dispusiera sólo de unos pocos discípulos de
poco valor como resultado de sus esfuerzos?
La respuesta a esta pregunta pone inmediatamente de relieve el verdadero propósito del
plan evangelizador de Jesús. El no quiso impresionar a las multitudes sino introducir un
reino. Esto significó que necesitaba hombres que pudieran ser líderes de las multitudes.
¿De qué hubiera servido para su objetivo final el suscitar el entusiasmo de las multitudes
y hacer que lo siguieran si esa misma gente no iba luego a tener quien los dirigiera e
instruyera en el Camino? Se había demostrado en un sinnúmero de ocasiones que las
multitudes son presa fácil de los dioses falsos cuando no hay quien las cuide. Las masas
eran como ovejas indefensas, descarriadas y sin pastor (Mat. 9:36; 14:14; Mar. 6:34).
Estaban dispuestas a seguir a quien se presentara con promesas que los favorecieran, ya
fuera éste amigo o enemigo. Esta era la tragedia de ese tiempo: Jesús despertaba
fácilmente las nobles aspiraciones de la gente, pero con la misma facilidad las apagaban
las falaces autoridades religiosas que la dominaban. Los líderes de Israel,
espiritualmente ciegos (Jn. 8:44; 9:39-41; cp. Mat. 23:1-39), aunque relativamente pocos
en número10, tenían dominada por completo a la gente. Por esta razón, a menos que a los
9
Ejemplos de esto se hallan en Mt. 14—17; 21:8-11; Mr. 11: 8-11; Luc. 14:25-35; 19:36-38; Jn. 2:23-25; 6:30-60; 7:31-44- 11: 45, 46; 12-
11; 17—19.
10
• Los fariseos y los saduceos eran los líderes principales de Israel, aparte de las fuerzas romanas de ocupación, y toda la vida
religiosa, social, educativa, y hasta cierto punto, política de los aproximadamente dos millones de personas que vivían en Palestina,
estaba moldeada de acuerdo con su querer. Con todo, el número de personas que pertenecían al grupo fariseo, com puesto casi
exclusivamente de rabinos y de gente acomodada, según el cálculo de Josefo (Ant., XVII, 2, 4), no excedía los 6.000; el número de
saduceos, por otro lado, en su mayor parte familias de los sumos sacerdotes y del Sanedrín, probablemente no excedía unos pocos
centenares. Cuando se piensa que este grupo reducido de privilegiados de menos de 7.000 personas, que representaba alrededor de un
tercio del uno por ciento de la población de Israel, dirigía el destino espiritual de la nación, no es difícil comprender por qué Jesús habló
tanto de ellos, al mismo tiempo que enseñó a sus discípulos la necesidad estratégica de disponer de mejores líderes.
10
convertidos de Jesús se les dieran hombres de Dios competentes que los dirigieran y
protegieran en la verdad, muy pronto iban a caer en la confusión y desesperación, y su
condición final sería peor que la de antes de conocer a Jesús. Por consiguiente, para que
el mundo pudiera recibir ayuda permanente, se hacía necesario preparar a hombres que
pudieran dirigir a las multitudes en las cosas de Dios. Jesús fue realista. Se dio perfecta
cuenta tanto de la veleidad de la depravada naturaleza humana como de las fuerzas
satánicas confabuladas contra el hombre, y por este conocimiento basó su evangelismo
en un plan que satisficiera la necesidad. Las multitudes de almas desentonadas y
errantes estaban potencialmente dispuestas a seguirlo, pero Jesús no estaba en
condiciones de dar a cada una de ellas el cuidado individual y personal que necesitaban.
Su única esperanza era conseguirse hombres llenos de él y de su vida que hicieran esto
en su nombre. Por esta razón se concentró en aquellos que iban a ser los pioneros de este
liderazgo. Aunque hizo lo que pudo por ayudar a las multitudes, quiso dedicarse
primordialmente a unos pocos hombres, y no a las masas, a fin de que éstas pudieran, en
último término, salvarse. Esto fue lo genial de su estrategia.
11
Esta idea se percibe con claridad en la traducción de Efesios 4:11 y 12 en la Versión Revisada 1960, la cual dice: "V él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para
la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". Otras versiones modernas indican el mismo significado básico, por
ejemplo, Versión Moderna, Versión Popular, Versión Hispano-Americana, Biblia de Jerusalén, Versión Nacar-Colunga. Las tres
cláusulas del versículo 2 dependen cada una de la anterior, siendo la última el punto culminante. Según esta
interpretación, Cristo dio a algunos en la iglesia un don especial con el fin de perfeccionar a los santos para que realicen un
servicio específico personal dentro del único gran propósito de edificar el cuerpo de Cristo. El ministerio de la iglesia se considera como
obra que comprende a todos los miembros del cuerpo ( cp. ICo. 12:18 y 2 Co. 9:8). Lutero hace resaltar esta misma idea en su
comentario de "Efesios".
11
Demostración moderna
Este principio de selección y concentración está grabado en el universo, y producirá
resultados sea quien fuere el que lo practique, sea que la iglesia crea en él o no. No
carece de significado el que los comunistas, siempre listos a adoptar lo que produce
resultados, incorporan en su sistema este método del Señor. Empleándolo para su
propio fin, se han multiplicado y, de un puñado de fanáticos hace setenta y cinco años,
han pasado a ser a una vasta multitud de seguidores que esclaviza a la mitad de los
pueblos de la tierra. Han demostrado en nuestros días la validez de lo que Jesús puso en
práctica con tanta claridad en su tiempo, a saber, que se puede ganar con facilidad a las
masas si se tienen líderes a quienes seguir. ¿Acaso esta difusión de la filosofía comunista
no es, en cierta medida, una acusación a la iglesia, no sólo por su floja dedicación a la
evangelización, sino por la forma superficial en que la ha enfocado?
Tiempo de acción
Ya es hora de que la iglesia se enfrente en forma realista a la situación. Se están acabando
los días de superficialidades. El programa de evangelización de la iglesia ha fracasado en
casi todos los frentes. Lo que es peor, el empuje misionero del evangelio hacia nuevas
metas ha perdido en gran parte su fuerza. En muchos países la iglesia debilitada ni
siquiera aumenta en proporción al crecimiento de la población. Mientras tanto, las
fuerzas diabólicas de este mundo se vuelven cada vez más osadas en sus ataques. Resulta
irónico cuando uno se detiene a pensarlo. En esta era en que la iglesia dispone más que
nunca de facilidades para la rápida difusión del evangelio, estamos en realidad
consiguiendo menos en la conquista del mundo para Dios que antes del invento de la
radio, la televisión y la aviación.
Al valorar la situación trágica en que se encuentra la iglesia hoy, no debemos, sin
embargo, tratar en forma frenética de cambiar de la noche a la mañana el curso de los
acontecimientos. Quizá este haya sido nuestro problema. En nuestro afán de hacerle
frente a esta situación, hemos iniciado uno tras otro programas agresivos para llegar a
las masas con la Palabra salvadora de Dios. Pero lo que no hemos acertado a comprender
en nuestra frustración es que el verdadero problema no está en las masas: en lo que
creen, cómo se gobiernan, si reciben una alimentación adecuada o no. Todas estas cosas
que se consideran tan vitales las manipulan en último término otros. De manera que,
antes de que podamos resolver el problema de la explotación de los pueblos, debemos
alcanzar a aquellos a quienes la gente sigue.
Este, desde luego, indica la prioridad de ganar y preparar a aquellos que ya están en
posiciones responsables de liderazgo. Pero si no podemos comenzar desde arriba, por lo
menos comencemos donde estamos, y preparemos a unos cuantos de los que ahora
están en cierne para que después lleguen a ocupar cargos elevados. Y recordemos
también que no es preciso poseer el prestigio del mundo para ser de gran utilidad en el
reino de Dios. Quienquiera que esté dispuesto a seguir a Cristo puede llegar a poseer una
gran influencia en el mundo, suponiendo, desde luego, que esta persona tenga la
preparación adecuada.
Ahí es donde debemos comenzar, como lo hizo Jesús. Será lento, aburrido, doloroso, y es
probable que al principio los hombres ni le presten atención; pero el resultado final será
brillante, aunque no vivamos para verlo. Sin embargo, si se considera desde este punto
de vista, se hace necesaria una decisión sumamente importante en el ministerio. Uno
debe decidir en qué esfera quiere que tenga valor el ministerio: si en la del aplauso
momentáneo de la aclamación popular, o en la de reproducción de su vida en unos
pocos escogidos que proseguirán la obra cuando uno ya no esté. En realidad el problema
se reduce a decidir para qué generación vivimos.
12
Pero debemos proseguir. Es necesario ver ahora cómo Jesús preparó a sus hombres para
continuar su obra. Toda la pauta es parte del mismo método, y no podemos separar una
fase de la otra sin destruir su eficacia.
13