Durante el periodo de adaptación al colegio, los estudiantes expresan sus emociones de una forma
excepcional: con absoluta franqueza. Pese al potencial educativo que trae consigo, los docentes
nos limitamos a enseñarles hábitos imprescindibles en el aula.
En definitiva, nuestra labor como docentes debe enfocarse a dotar a los estudiantes de estrategias
y recursos con los que reconocer, aceptar y gestionar su mundo emocional, aprovechando que
muestran una plasticidad cerebral y un potencial educativo que no volverá a repetirse en ninguna
otra etapa de la vida.