La película fue dirigida por Reb Reiner y escrita por Aaron Sorkin, basándose en la
obra de teatro titulada ‘A few good men’, de su misma autoría. El proyecto está
protagonizado por Tom Cruise, Jack Nicholson, Demi Moore, Kevin Pollak, J. T.
Walsh, Kevin Bacon y Kiefer Sutherland, obteniendo cuatro nominaciones al
premio Oscar: mejor película, mejor actor de reparto (para Nicholson), mejor
sonido y mejor montaje.
Otro motivo para encubrir la verdad es querer evitar crear una mala imagen al
Cuerpo de Marines o iniciar un escándalo de mayores proporciones. Jessep no
puede entender que hizo mal, porque no lo considera así y, por tanto, nunca lo
admitirá, ni se retractará, ni se disculpará. Está convencido que procedió conforme
el interés superior de la Nación y a ello se atiene. Además, aceptar un error le
haría quedar mal, porque eso lo haría ver como un ser débil, según su juicio,
afectando al mismo tiempo su reputación como líder, mermando su autoridad y
dañando entonces sus aspiraciones de alcanzar un puesto mayor en la jerarquía
militar, que es la esencia de su vida. Negar lo ocurrido es mejor que aceptarlo.
Para Jessep y sus dos segundos al mando, el Coronel Markinson y el Teniente
Kendrick, mantenerse firmes es parte del orden necesario para procurar el balance
en la base y el cuerpo militar en general. Esto, hasta que el propio Markinson
reflexiona, lamenta sus propias acciones y acepta su debilidad de carácter para
confrontar las órdenes de su Coronel, que él mismo reprueba, aunque no se
atreva en un inicio a expresarlo.
Pero aunque las cabezas de este grupo militar dieron la orden, no fueron ellos
quienes la ejecutaron y es ahí en donde entran en la ecuación los dos acusados,
quienes reconocen que sus acciones provocaron la muerte de su compañero pero,
al mismo tiempo, defienden ese código de honor que juraron en el Cuerpo de
Marines. Es por ese lineamiento autoimpuesto que siguieron sus órdenes sin
cuestionarlas y es esa falta de réplica y oposición la que hace que al final su
propia consciencia entre en un conflicto ético, en donde, como militares
entrenados, no pueden cuestionar a sus superiores en forma directa y expresa,
aunque lo hagan internamente.
Al final, los acusados son encontrados culpables del asesinato, porque fueron
ellos quienes físicamente pusieron el trapo en la boca de su compañero, lo que
causó su muerte, pero también son encontrados inocentes en otros cargos, como
conspiración de homicidio, por ejemplo, porque en el fondo, la muerte fue
provocada por la decisión de sus superiores de aplicar un Código disciplinario
especial al soldado; código reconocido por la costumbre, pero no
reglamentariamente establecido. Código sobreentendido como una norma
disciplinaria y nunca cuestionada, que se practica en la base y que se considera
necesaria, según Jessep, para entrenar y fortalecer a los soldados.
“Los juicios con jurado son para asignar la culpa”, dice Kaffee, quien tendrá junto
con su equipo que repasar los detalles que llevaron a la muerte del soldado; saber
qué hacía, qué pensaba, por qué quería ser transferido, qué hizo para que esto se
lograra y cuáles fueron sus acciones el día de su muerte. El militar en cuestión
había estado pidiendo su transferencia y su última carta revelaba que tenía
información sobre un disparo no justificado realizado en la barrera que divide a la
base militar estadounidense con el territorio cubano. Su carta, que ya se conocía
por el resto de sus compañeros, había hecho que sus similares lo consideraran un
traidor y que sus superiores se decidieran a tratarlo con más rigidez, ordenando
así el Código Rojo.
Con estos pedazos de información sobre lo que habría llevado a estas personas a
actuar como lo hicieron es donde los abogados logran encontrar la brecha que
revele la mentira, el error, el juicio equivocado y la decisión inadecuada. La clave
de esto es la misma inflexibilidad del coronel de saber que se cometió un error y
que, en el proceso, debe cubrir sus huellas manufacturando una petición escrita
extemporánea de la transferencia del Infante de Marina que falleció.
Kaffee, sabiendo esto, presiona para que Jessep explote y admita que él ordenó el
Código Rojo, pues es su posición de control y mando lo que le da la facultad para
hacerlo, o el derecho, según lo razona el Coronel: “Nosotros obedecemos
órdenes. Si no obedecemos órdenes, hombres mueren”. Su forma de afrontar la
realidad pareciera firme e inexorable, extrema y demasiado dura para la sociedad
cotidiana, e incluso puede que lo sea, sin embargo, Jessep lo considera
indispensable para su supervivencia y la del resto de los Marines estacionados en
Guantánamo. Al final, no es él como persona quien le falla a la sociedad o a sus
subordinados, sino el propio sistema de organización en el que se desenvuelve.