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Las reglas que rigen a una sociedad existen para crear una conciliación, un orden

y una armonía, delimitan aquello como la gente actúa, o se le permite actuar, en


relación a sus semejantes y su convivencia social. Esa es su finalidad, el convivir
en armonía. Para ello, se establecen parámetros que, sin embargo, también
derivan en una interpretación que puede variar entre los mismos ciudadanos,
interpretaciones que reflejan la ideología de cada quien, creándose así conflictos
de distintas índoles. Cuestión de honor (EUA, 1992) aborda esta temática.

La película fue dirigida por Reb Reiner y escrita por Aaron Sorkin, basándose en la
obra de teatro titulada ‘A few good men’, de su misma autoría. El proyecto está
protagonizado por Tom Cruise, Jack Nicholson, Demi Moore, Kevin Pollak, J. T.
Walsh, Kevin Bacon y Kiefer Sutherland, obteniendo cuatro nominaciones al
premio Oscar: mejor película, mejor actor de reparto (para Nicholson), mejor
sonido y mejor montaje.

Daniel Kaffee y JoAnne Galloway son abogados militares encargados de defender


a dos marines acusados de asesinar a uno de sus compañeros durante su
estancia en la base militar de Guantánamo, en Cuba. Sin embargo, al investigar
más a fondo el caso, los protagonistas descubren que los acusados sólo seguían
un código de honor que rige al Cuerpo de Marines y que sus acciones fueron
realizadas como un castigo, sin intenciones de matar, ordenado por sus
superiores, que al mismo tiempo intentan encubrir la verdad.

La razón de esto responde a varias cuestiones, una es la prepotencia y ejercicio


de poder del Coronel Jessep, a cargo del Cuerpo de Marines establecido en
Guantánamo, quien actúa convencido de que su deber para entrenar con mano
dura es necesario, porque sus soldados son quienes después se encargarán de
proteger a la sociedad estadounidense. Es su razonamiento que su actuar es una
responsabilidad que implica dureza de disciplina como parte de la formación del
carácter de los hombres a su cargo. Es, sin embargo, la inflexibilidad en esta
forma de pensamiento lo que lleva al accidente por el que están en juicio los dos
acusados, toda vez que es bajo está filosofía como el Coronel Jessep actúa y
ordena, sin medir las consecuencias físicas y emocionales hacia sus subalternos,
devaluando a las personas que considera débiles; entiéndase todo aquel que no
puede seguir el paso del entrenamiento, sea por problemas personales o de salud.

Otro motivo para encubrir la verdad es querer evitar crear una mala imagen al
Cuerpo de Marines o iniciar un escándalo de mayores proporciones. Jessep no
puede entender que hizo mal, porque no lo considera así y, por tanto, nunca lo
admitirá, ni se retractará, ni se disculpará. Está convencido que procedió conforme
el interés superior de la Nación y a ello se atiene. Además, aceptar un error le
haría quedar mal, porque eso lo haría ver como un ser débil, según su juicio,
afectando al mismo tiempo su reputación como líder, mermando su autoridad y
dañando entonces sus aspiraciones de alcanzar un puesto mayor en la jerarquía
militar, que es la esencia de su vida. Negar lo ocurrido es mejor que aceptarlo.
Para Jessep y sus dos segundos al mando, el Coronel Markinson y el Teniente
Kendrick, mantenerse firmes es parte del orden necesario para procurar el balance
en la base y el cuerpo militar en general. Esto, hasta que el propio Markinson
reflexiona, lamenta sus propias acciones y acepta su debilidad de carácter para
confrontar las órdenes de su Coronel, que él mismo reprueba, aunque no se
atreva en un inicio a expresarlo.

Pero aunque las cabezas de este grupo militar dieron la orden, no fueron ellos
quienes la ejecutaron y es ahí en donde entran en la ecuación los dos acusados,
quienes reconocen que sus acciones provocaron la muerte de su compañero pero,
al mismo tiempo, defienden ese código de honor que juraron en el Cuerpo de
Marines. Es por ese lineamiento autoimpuesto que siguieron sus órdenes sin
cuestionarlas y es esa falta de réplica y oposición la que hace que al final su
propia consciencia entre en un conflicto ético, en donde, como militares
entrenados, no pueden cuestionar a sus superiores en forma directa y expresa,
aunque lo hagan internamente.

Al final, los acusados son encontrados culpables del asesinato, porque fueron
ellos quienes físicamente pusieron el trapo en la boca de su compañero, lo que
causó su muerte, pero también son encontrados inocentes en otros cargos, como
conspiración de homicidio, por ejemplo, porque en el fondo, la muerte fue
provocada por la decisión de sus superiores de aplicar un Código disciplinario
especial al soldado; código reconocido por la costumbre, pero no
reglamentariamente establecido. Código sobreentendido como una norma
disciplinaria y nunca cuestionada, que se practica en la base y que se considera
necesaria, según Jessep, para entrenar y fortalecer a los soldados.

El juicio se basa en estas directrices contrarias que los culpables no admitirán y


con las que los abogados tendrán que trabajar para entender tanto el sistema de
funcionamiento de ese código, como la actitud hacia él de los implicados. “Lo que
yo crea no importa, importa lo que pueda probar”, insiste Kaffee, sabiendo que el
juicio no es sólo una cuestión de manipulaciones o negociaciones, algo en lo que
es experto, sino de aceptar la verdad de los hechos y la forma en que éstos están
interconectados entre sí.

El Capitán Jack Ross, fiscal en el juicio, sostiene su argumento en los hechos


como son, razonados de forma literal, lineal y práctica; en este sentido, lo
importante para contrarrestar su posición es hacer entender al jurado que los
hechos son una serie de sucesos relacionados en un efecto dominó, que chocan
en un punto del camino.

“Los juicios con jurado son para asignar la culpa”, dice Kaffee, quien tendrá junto
con su equipo que repasar los detalles que llevaron a la muerte del soldado; saber
qué hacía, qué pensaba, por qué quería ser transferido, qué hizo para que esto se
lograra y cuáles fueron sus acciones el día de su muerte. El militar en cuestión
había estado pidiendo su transferencia y su última carta revelaba que tenía
información sobre un disparo no justificado realizado en la barrera que divide a la
base militar estadounidense con el territorio cubano. Su carta, que ya se conocía
por el resto de sus compañeros, había hecho que sus similares lo consideraran un
traidor y que sus superiores se decidieran a tratarlo con más rigidez, ordenando
así el Código Rojo.

Con estos pedazos de información sobre lo que habría llevado a estas personas a
actuar como lo hicieron es donde los abogados logran encontrar la brecha que
revele la mentira, el error, el juicio equivocado y la decisión inadecuada. La clave
de esto es la misma inflexibilidad del coronel de saber que se cometió un error y
que, en el proceso, debe cubrir sus huellas manufacturando una petición escrita
extemporánea de la transferencia del Infante de Marina que falleció.

Kaffee, sabiendo esto, presiona para que Jessep explote y admita que él ordenó el
Código Rojo, pues es su posición de control y mando lo que le da la facultad para
hacerlo, o el derecho, según lo razona el Coronel: “Nosotros obedecemos
órdenes. Si no obedecemos órdenes, hombres mueren”. Su forma de afrontar la
realidad pareciera firme e inexorable, extrema y demasiado dura para la sociedad
cotidiana, e incluso puede que lo sea, sin embargo, Jessep lo considera
indispensable para su supervivencia y la del resto de los Marines estacionados en
Guantánamo. Al final, no es él como persona quien le falla a la sociedad o a sus
subordinados, sino el propio sistema de organización en el que se desenvuelve.

Los acusados eventualmente lo entienden cuando reciben el veredicto,


comprendiendo entonces que su labor es la de defender a la sociedad y a sus
integrantes, incluyendo a sus similares en la base, razonando entonces que su
error fue su misma justificación: seguir órdenes, dejar de cumplir su deber bajo los
lineamientos de su propio código de honor; así, con sus acciones se confrontan
con su ética, chocan entre sí y ponen en un predicamento a todos los militares que
se encuentran en la misma posición que ellos. El sistema jurídico militar
disciplinario lleva consigo las contradicciones que provocan acciones que
perjudican a sus mismos integrantes cuando se siguen al pie de la letra.

Muchos personajes tendrán que afrontar su miedo, cobardía, inseguridad o recelo,


según sea el caso. Kaffee y Galloway temen a raíz de su propia inexperiencia y su
temor a fallar, al sistema, a quienes representan, a su profesión y a sí mismos. En
el extremo contrario está Jessep, quien está tan acostumbrado a que en el mundo
en el que vive las personas no están enseñadas a pensar, a dudar, sino a acatar
reglas, que revelar la verdad para él prácticamente no es un tropiezo, sino algo por
lo cual enorgullecerse, convenciéndose de que lo sucedido no fue una
equivocación, sino una realidad necesaria, justificada y correcta que debe
aceptarse, no castigarse.

La historia explora así situaciones en las que se interroga la condición humana y,


al mismo tiempo, expone una serie de escenarios en donde el ‘fuerte’ y el ‘débil’ se
enfrentan con su propia fortaleza y debilidad, ya sea a través de la intimidación, el
poder, la solidaridad, la audacia o la presión, pero siempre con consecuencias a
las que se debe, de igual forma, hacer frente. El deber obliga y la obligación
siempre genera efectos no necesariamente deseados.

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