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HISTORIOGRAFÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA Entre los paradigmas y los


discursos hegemónicos

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Martin Lopez-Avalos
Colegio de Michoacán
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HISTORIOGRAFÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA
Entre los paradigmas y los discursos hegemónicos

Martín López Ávalos


El Colegio de Michoacán, México

Introducción

Carlos Franqui cuenta que en la Sierra Maestra Celia Sánchez, fue con cada uno de los oficiales
rebeldes para pedirles que devolvieran cualquier tipo de documentación relacionada con sus
funciones, con el objetivo de resguardar la memoria de la revolución para cuando la historia
de ésta se empezara a escribir. A excepción del propio Franqui y Huber Matos, que se negaron
a hacerlo, los demás cumplieron con el mandato. Han pasado varias décadas desde entonces
y la historia de la Revolución Cubana sigue siendo un proceso en construcción debido, preci-
samente, a ese intento por resguardar la memoria de la Revolución para escribir su verdadera
historia. En este sentido, la Revolución Cubana se ha convertido en un campo político en
disputa, no muy ajeno a los acontecimientos sociales que le dieron origen y la conformaron.
La escritura de la historia o historiografía se encuentra aquí en un campo minado donde ha de
transitar con cuidado debido a esta lógica de campo de batalla que todavía subsiste.
El proceso historiográfico de este fenómeno puede estudiarse desde diversos aspec-
tos, pero consideramos pertinente hacer algunas referencias a la lógica de producción de la
historia como disciplina, así como las condiciones políticas nacionales e internacionales que
permiten el trabajo del historiador para poder revelar las fases o periodos historiográficos de la
Revolución Cubana desde su inicio como acontecimiento periodístico hasta su condición de
proceso histórico que intenta explicarse. A la par de estos niveles, este tipo de estudios deman-
dan encontrar el sustrato de un discurso político que ordena a la historiografía en su búsqueda
por el saber histórico. Es decir, en la medida que se vincule la elaboración de un discurso sobre
la historia nacional con la escritura de la misma, cerraremos el círculo de cómo y por qué de
la producción historiográfica de un tema determinado. En el caso que nos ocupa, el presente
estudio parte de la consideración que la historiografía en torno a la Revolución Cubana se
ha convertido en el mayor campo de legitimación que Fidel Castro ha preferido desarrollar a
todo lo largo de su carrera política, primero como conspirador revolucionario y luego como
dirigente de una revolución y un Estado emanado de ella. La vinculación entre los niveles

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Martín López Ávalos

enunciados anteriormente nos permitirá explicar las redes de producción historiográfica sin
importar su origen, ya sea académico, periodístico o incluso político.
El trayecto de esta ruta estaría enmarcado por la justificación de la revolución de 1959
en términos del propio desarrollo de la historia nacional a partir del ciclo de revoluciones
inconclusas desde el siglo XIX, y que culminaron precisamente en el año anunciado como
de inicio de la nueva historia que, a su vez, terminaría por completar lo que las anteriores
experiencias revolucionarias no pudieron realizar. Esta historia se completa con un factor
externo decisivo como lo ha sido la traumática relación con Estados Unidos, sobre todo en el
periodo de la Guerra Fría, vector básico que entrelaza el contexto de las diversas producciones
historiográficas. A partir de esta base se instaló la transformación socialista, la cual se ha expli-
cado a partir del carácter de la propia revolución. En sentido estricto, todo esto dio cabida al
verdadero debate historiográfico entre las diversas corrientes que se han ocupado de ella, las
cuales podríamos dividirlas en dos, los liberales y los marxistas. Una vez acabado el periodo de
la revolución como tal, el debate ha seguido ya no en torno al carácter del modelo insurreccio-
nal y su impacto e influencia, sino en la evaluación de las estructuras institucionales creadas
y echadas a andar en 1975 hasta el colapso del modelo de la Unión Soviética en 1989 que las
inspiraba. Ahí dio inicio otra etapa que nos llevaría hasta nuestros días.
Existen trabajos de recopilación bibliográfica desde finales de la década de 1960; en
este sentido, la historiografía de la historiografía también tiene su camino recorrido: Gilberto
V. Fort, The Cuban revolution of Fidel Castro viewed from abroad: An annotated bibliography,
University of Kansas Publications, 1969. Jaime Suchlicki, The Cuban Revolution: A Documentary
Bibliography 1952-1958, University of Miami, 1968. Nelson P. Valdes and Erwin Lieuwen, The
Cuban Revolution. A research-study Guide (1959 -1969), University of New Mexico, 1971. El
destacado historiador cubanoamericano Louis A. Pérez Jr., ha incursionado en este tipo de
temas y a él le debemos la mayor parte de los primeros estudios: The Cuban Revolutionary War
1953 -1958: A Bibliography, The Scarecrow Press, 1976; “In the Service of the Revolution: Two
Decades of Cuban Historiography 1959-1979” Hispanic American Historical Review, 60 (1),
1980; Historiography in the Revolution: A Bibliography of Cuban Scholarship, 1959 -1979, Garland
Publishing, 1982; “Toward a New Future, from a New Past: The Enterprise of History in
Socialist Cuba” Cuban Studies, vol. 15 (1), 1985; Essays on Cuban History: Historiography and
Research, University Press of Florida, 1995.
Entre las aportaciones más recientes, aunque centradas en las condiciones de produc-
ción de los historiadores cubanos y no tanto en la historiografía temática del periodo de la revo-
lución castrista: José Manuel Aguilera Manzano, “La revolución cubana y la historiografía”
Anuario de Estudios Americanos, vol. 65, núm. 1, 2008; Ricardo Quiza Moreno, “Historiografía
y revolución: la ‘nueva’ oleada de historiadores cubanos” en Millars, XXXIII, 2010; Laura García
Freyre, Historiografía de la revolución cubana 1959 -2002, Facultad de Filosofía y Letras UNAM,

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Historiografía de la Revolución Cubana

2004, y la compilación de Rolando Julio Rensoli Medina, La historiografía en la revolución


cubana. Reflexiones a 50 años, Instituto de Historia, 2010.1
El presente estudio no pretende ser exhaustivo, dado las limitaciones de espacio, y por
el abundante material en torno a la Revolución Cubana producido en cincuenta años, tanto
al interior de la isla como fuera de ella; el objetivo es mostrar una clasificación que sirva de
guía para estudios mucho más profundos donde se puedan establecer las conexiones necesa-
rias para analizar la producción historiográfica en su propia historicidad, como producto de
su época, con sus condicionantes y sus geografías institucionales y disciplinarias, para el caso
de la academia.2 Por último, es necesario aclarar que la historiografía, a la que está abocado el
presente estudio, es la producida fuera de Cuba por una cuestión temática de la organización
del presente libro en su conjunto.
Lo que presentamos a continuación es apenas un muestrario de la amplia variedad
de productos que nos ofrece el tema, sin embargo, consideramos que a partir de tres ámbitos
podemos ofrecer un cuadro básico de esta historiografía, que no necesariamente corresponde
a una rígida periodización del propio proceso histórico, pues cada una de ellas se desarrollará
cruzándose una con otra a lo largo de la temporalidad que ocupa este estudio.
Así, tenemos que primero aparecen las noticias como crónicas y entrevistas, además
de la fotografía como documento, primero para ilustrar la noticia, pero después convertida al
paso del tiempo en documento visual. Aquí están los periodistas, pero sobre todo los primeros
ejercicios de memoria y crónica testimonial elaborados por los propios protagonistas de los
hechos; de manera temprana, abrieron un rico debate en torno a las particularidades de la
nueva realidad cubana en la dinámica descrita arriba. Los reportajes extensos, aparecidos en
formato de libro, han sido, y siguen siendo, una de las ramas más frondosas de esta historio-
grafía. Florecen como consecuencia de los primeros reportajes, a los cuales habría que añadir
las biografías elaboradas por periodistas como un subproducto del mismo medio. Por último,
los libros de viaje de destacados intelectuales también cubren una gama en el mismo sentido.
El segundo nivel corresponde a los primeros análisis académicos, tales como historias
generales interpretativas, ensayos de todos los tamaños y justificados por diversos motivos,
aunque casi todos recayendo en la ideología de la Guerra Fría como alegato (la pugna entre
liberalismo y marxismo). En este nivel encontramos las primeras investigaciones aplicadas,

1. En este somero recuento es importante advertir la geografía de la producción historiográfica fuera de Cuba. Destaca obviamente
Estados Unidos, sin embargo, el impacto en los países latinoamericanos y España no es menor, véase como ejemplo la
“Introducción” de José Antonio Piqueras, Diez nuevas miradas de historia de Cuba, Universitat Jaume I, 1998 y Claudia Wasserman,
“Historiografia sobre a revolucão cubana no Brasil” Revista Historia Caribe, vol. 4, núm. 12, 2007.
2. Otros aspectos que se dejarán de lado, pero no por ello menos importantes, son los nuevos vehículos de difusión de la investigación
historiográfica, tales como documentales y películas, así como la abundante producción literaria que ha crecido a la par de la que
nos ocupa. No sólo se trata de ficción en sí como novela histórica, sino de un híbrido donde se combina la historia con el ensayo,
las memorias e incluso la autobiografía. Véase Norberto Fuentes, La autobiografía de Fidel Castro, Ediciones Destino, 2007, 2 v.,
y Abel Posse, Cuadernos de Praga, Editorial Atlántida, 1998. Esta última dedicada al Che Guevara. Por último, la aparición de
los portales web de la internet ha venido a modificar de manera significativa tanto la recopilación de datos como su circuito de
distribución de consumo no sólo entre el público lector de historia, sino incluso entre los propios profesionales de la misma.

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Martín López Ávalos

fundamentalmente estudios de caso, emanados de la antropología, la teoría política y la socio-


logía. La declaración socialista de la revolución modificó radicalmente este espacio, pues los
autores de izquierda marxista, latinoamericanos y norteamericanos, principalmente, buscaron
explicar el fenómeno para entender al socialismo cubano, su génesis y su carácter distintivo,
sobre todo, después de la aparición de la teoría del foco guerrillero elaborada por Che Guevara
y sistematizada por Régis Debray. Al mismo tiempo, los autores liberales, sobre todo cubanos
del exilio, se encargaron de elaborar la réplica de cuándo y dónde la revolución liberal se desvió
de su propósito.
En el tercer nivel podríamos inscribir a las obras históricas propiamente dichas, la his-
toriografía pura, hecha por historiadores que utilizan y recrean los paradigmas de la disciplina.
Basados en la documentación disponible para el investigador,3 además del auxilio de otras
ciencias sociales. Este tipo de obras empezó por cubrir el primer segmento de la Revolución
Cubana, el de la etapa de preparación insurreccional y sus diversos tramos (Moncada, prisión,
exilio, desembarco) y el desarrollo de la Sierra Maestra como teatro de operaciones revolucio-
narias, sin olvidar la resistencia urbana. Paradójicamente, en este punto la activa participación
de Fidel Castro4 asoma nuevamente para discutir la agenda de investigación al aportar nueva
documentación sobre el periodo que había permanecido inédita hasta entonces. Retirado for-
malmente del ejercicio del poder desde febrero de 2008, sus opiniones suelen encaminarse a
crear y recrear lo que Celia Sánchez justificaba cuando demandaba a los jóvenes rebeldes de
la Sierra Maestra: entregar toda la documentación para escribir “la verdadera historia de la
Revolución Cubana”.

La historia como discurso del poder

La creación de un discurso político hegemónico y su relación con una nueva interpretación


de la historia nacional cubana fueron de la mano en la consolidación del propio poder revolu-
cionario, incluso antes de que éste fuera una realidad con capacidad de transformación Fidel
Castro dejó planteada su visión de la historia cubana en su célebre autodefensa por el ataque
al Cuartel Moncada del 26 de julio de 1953. Conocida como La historia me absolverá, este
discurso se convertiría a posteriori en la semilla de un proyecto mucho más amplio, donde se
incluiría el papel de la historia. La gestación y la evolución del mismo se fue transformando,
de hecho, en los temas de inicio de las primeras investigaciones sobre los antecedentes de la
revolución hasta el discurso del 10 de octubre de 1968, pronunciado por el propio Castro para
celebrar el centenario de la primera revolución cubana.5

3. No tocaremos un problema fundamental para la historiografía predominante en la disciplina histórica: el acceso a los materiales
documentales, pues éstos forman parte una política restringida por el Estado cubano.
4. La victoria estratégica por todos los caminos de la Sierra y La contraofensiva estratégica: de la Sierra Maestra a Santiago de Cuba, ambos
de 2011.
5. Véase “En la velada conmemorativa de cien años de lucha (10 de octubre de 1968)” en Fidel Castro, Discursos, I, pp. 60-97.

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Historiografía de la Revolución Cubana

Convertida en paradigma, esta alocución se ha tornado en la piedra angular en la


cual la amplia gama de orientaciones historiográficas han tenido que coincidir; a partir de su
significado paradigmático se estableció la agenda de investigación que se mantiene con pocas
modificaciones hasta nuestros días. Dos son las premisas que la sustentan: la primera tiene que
ver con la relación de Cuba con Estados Unidos, pues ésta determina la condición neocolonial
de las dos repúblicas liberales; la segunda está relacionada con la interpretación de que la revo-
lución castrista es la consecuencia de una herencia histórica que arranca con el primer intento
de independencia en 1868, y continuada en 1895 y 1933 cuando se tuvo la oportunidad de
romper con la relación neocolonial que impedía el verdadero desarrollo de la nación cubana.
Establecidas las coordenadas básicas de la historia nacional, 1959 se convirtió en la
culminación del ciclo histórico de la vida independiente cubana. Y por lo tanto, con “la verda-
dera” revolución se empezó a construir una nueva sociedad que, a su vez, demandaba estable-
cer una identidad renovada para ser movilizada por una élite política destinada a gobernarla
como conclusión de una herencia construida en tres tiempos revolucionarios.
Para esta interpretación, todos los cubanos eran víctimas del viejo orden, sin importar
etnia, clase o género, de tal manera que un siglo después de 1868 todos convergían en un
mismo proyecto: los campesinos sin tierras, los obreros por mejores condiciones de vida, las
mujeres por la igualdad de género, e, incluso, los comunistas, quienes simbolizaban la cons-
trucción de un mejor futuro, sin exclusiones. La Revolución, la emanada de la Sierra Maestra,
sería la encargada de realizar todas estas aspiraciones que representaban a la nación en un
proceso de redención del pasado, indigno de recordarse fuera del único aspecto que valía la
pena rescatar: la dinámica de rebeldía-revolución de los últimos cien años que da sentido a la
historia nacional cubana. Este es un aspecto que varios historiadores han destacado al advertir
que Fidel Castro se convirtió, de facto, en el creador de la historia oficial revolucionaria y, por
tanto, del Estado nacional. En su discurso conmemorativo del centenario de las guerras de
independencia en 1968 crearía la periodización y características de cada una de ellas, señalaba
a los héroes que definían a esta historia e implantaba una comparación del pasado republicano
o prerrevolucionario donde el presente actual de la revolución rompería con la dinámica de
subordinación neocolonial, producida por el capitalismo encarnado por la relación de Cuba
con Estados Unidos, para establecer en su lugar la verdadera historia nacional, para rematar
con “Nosotros entonces habríamos sido como ellos; ellos hoy habrían sido como nosotros”.6

6. Esta frase sintetiza la naturaleza del discurso hegemónico que derivaría en historiografía nacional. Punto de partida para la labor de
los historiadores, ya sea a favor o en contra, pues define la construcción del pasado a partir de la conciencia presente que beneficia
el horizonte de expectativas (futuro). Esta conciencia está en formar revolucionarios capaces de actuar de acuerdo a esto. El ser
revolucionario define el nuevo estándar, intelectual y ético, del presente, y condiciona la forma de construir el pasado histórico
nacional. Para una discusión amplia Cf. Laura García Freyre, op. cit.; Louis A. Pérez, “Toward a New Future…” y José M.
Aguilera Manzano, op. cit. Al interior de Cuba, José A. Portuondo, “Hacia una nueva historia de Cuba” Cuba Socialista, núm. 24,
1963, y, sobre todo, “Palabras pronunciadas por el comandante Faustino Pérez” y Julio Le Riverend, “Discurso de inauguración
del Instituto de Historia, 28 de enero de 1969” ambos en Inauguración del Instituto de Historia, La Habana, Instituto de Historia,
1969. Tal vez el texto más famoso sobre este punto sea el de Manuel Moreno Fraginals, “La historia como arma” aparecido

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Martín López Ávalos

En el citado discurso de 1968, Fidel Castro distinguía muy bien este propósito:

No sé cómo es posible que habiendo tantas tareas tan importantes, tan urgentes, como la necesidad
de la investigación de la historia de este país, en las raíces de este país, sin embargo, son tan pocos los
que se han dedicado a estas tareas. Y antes prefieren dedicar sus talentos a otros problemas, muchos
de ellos buscando éxitos baratos mediante lecturas efectistas, cuando tienen tan increíble caudal para
conocer primero que nada las raíces de este país.7

A los años del fervor revolucionario de la década de 1960, le siguieron los años de la
institucionalización de las nuevas estructuras políticas y, con ellas, la prolongación de este
discurso que se atornillaba a un eje paralelo, el del partido político hegemónico, el Partido
Comunista. Aunque fundado en 1965, su Primer Congreso se llevaría a cabo diez años des-
pués, y en él se añadiría una nueva variante no prevista en 1968, la conexión con la revolución
bolchevique de octubre de 1917, sobre todo con el antiimperialismo como vínculo que haría
compatible la propia experiencia nacional decimonónica con la moderna revolución socialista.
En el documento central del Congreso, presentado por Fidel Castro, se señaló este parale-
lismo, pues al referirse a Martí y a Lenin:

El uno, símbolo de la liberación nacional contra la colonia y el imperialismo, el otro, forjador de la


primera revolución socialista en el eslabón más débil de la cadena imperialista: liberación nacional
y socialismo, dos causas estrechamente hermanadas en el mundo moderno. Ambos con un Partido
sólido disciplinado para llevar adelante los propósitos revolucionarios, fundados casi simultáneamente
entre fines del pasado siglo y comienzos del actual.8

Esta vinculación con la experiencia soviética no durará más allá de la disolución de


la propia URSS en 1989. Sin embargo, y pese a ello, el discurso de liberación nacional seguirá
planteándose. Si bien la Guerra Fría condicionó la mirada para ver la experiencia cubana
en términos binarios de liberalismo versus socialismo, una vez superado dicho contexto la
premisa básica de la historia cubana sigue manteniéndose, ahora en un mundo unipolar con
mayores peligros y acosos por parte del mismo imperialismo norteamericano. El nacionalismo
se ha tornado en la única fuente de reivindicación en el nuevo contexto de relaciones interna-
cionales globalizadas.

originalmente en Casa de las Américas, núm. 40, 1967 y reeditado en La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y
plantaciones, 1983.
7. Fidel Castro, op. cit. “Porque la Revolución es el resultado de cien años de lucha, es el resultado del desarrollo político, de la
conciencia revolucionaria, armada del más moderno pensamiento político, armada de la más moderna y científica concepción de
la sociedad, de la historia y de la economía, que es el marxismo-leninismo: arma que vino a completar el acervo, el arsenal de la
experiencia revolucionaria y la historia de nuestro país”.
8. Informe Central del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, 1990.

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Historiografía de la Revolución Cubana

La historia como noticia

Los reporteros fueron los primeros en dar testimonio de lo que sucedía en Cuba cuando el
grupo sobreviviente al desembarco del yate Granma dio señales de vida. Se iniciaba la primera
batalla de la revolución: el de la información en los medios de comunicación, curiosamente
no en el medio nacional dada la censura de información que el gobierno de Fulgencio Batista
ejercía sobre la prensa cubana, sino en los medios internacionales,9 cuando éstos vieron en la
experiencia cubana un acontecimiento digno de ser noticia narrada y fotografiada para un
público fuera del contexto nacional donde se producía. Este tipo de material tiene que expli-
carse por el contexto mismo que lo produce, por un lado, como reflejo de una nueva rebeldía
en el mundo de la posguerra y la Guerra Fría, “enviando el viento de una nueva rebelión a
nuestros pulmones” como diría H. Matthews, entusiasta cronista de estos momentos.
La noticia se vuelve la primera crónica y testimonio temprano de la heroicidad de un
puñado de valientes, defendiendo a un pueblo azotado por una dictadura. Desde las monta-
ñas del oriente de la isla, la Sierra Maestra, las crónicas se irán sucediendo para llenar el espacio
periodístico norteamericano y latinoamericano.
Por tanto este segmento tiene que dividirse en dos periodos, el primero, dedicado a la
insurrección de la Sierra Maestra y los primeros años signados por las coyunturas más significa-
tivas: Playa Girón, la Crisis de los Misiles, la muerte del Che. El segundo, a partir del proceso
de institucionalización y hasta la desaparición de la Unión Soviética y el inicio del periodo
especial donde los reporteros esperaban narrar la caída del régimen; podríamos añadir uno más
desde 2006 cuando el deterioro en la salud física de Fidel Castro abrió un nuevo espacio para
obtener lo que muchos buscaban como la primicia de su muerte. Como una prolongación del
mismo, es necesario advertir que han sido los periodistas los que empezaron a manufacturar un
espacio historiográfico tradicional para la disciplina, como lo es la biografía. Dos figuras llenan
casi todo este rubro, Fidel Castro y Che Guevara, en menor medida Camilo Cienfuegos,
aunque recientemente han aparecido ejercicios biográficos en torno a Celia Sánchez y Vilma
Espín. En el primer tramo, la crónica de la insurrección, el primero de la lista es Herbert
L. Matthews respetado periodista del New York Times, miembro de su Consejo Editorial y
especialista en temas latinoamericanos, y con reconocida experiencia por haber cubierto
la Guerra Civil española. Curiosamente se encuentra en ambos lados de la moneda, fue el
primer reportero internacional en estar en la Sierra Maestra y uno de los primeros biógrafos de
Fidel Castro.10 Después de él, el desfile de reporteros para cubrir la insurrección fue liderado

9. Esta política continuará dado el interés estratégico que Fidel Castro puso en los medios internacionales, promoviendo las visitas
de periodistas e intelectuales; la fascinación de estos últimos es otro capítulo interesante que ha dejado mucho material escrito.
Al respecto, dos textos han venido a aportar nuevas vertientes para mirar la política de los años 1960, Kepa Artaraz, Cuba and the
western intellectuals since 1959, 2009, e Iván de la Nuez, Fantasía roja: Los intelectuales de izquierdas y la revolución cubana, 2006. Otro
ejemplo estaría en Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli, Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad, 2004.
10. Su reportaje en el New York Times apareció en febrero de 1957 y se convertiría en un sonado éxito de propaganda revolucionaria.
Al ritmo de “Una campana dobló en Sierra Maestra” Matthews iniciaría el largo idilio de la Revolución Cubana no sólo con la

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Martín López Ávalos

por latinoamericanos: Carlos María Gutiérrez, periodista uruguayo enviado por el semana-
rio Marcha de Montevideo, publicó Sierra Maestra y otros reportajes en 1967, en cuyo análisis
observaba que el mérito de Fidel Castro está en haber propiciado la insurrección como punto
de partida para la transformación del país. Le siguen Manuel Camín, del diario mexicano
Excélsior,11 Ricardo Bastidas (Ecuador), y Enrique Meneses, periodista español del París Match,
quien cubrió el secuestro del campeón de automovilismo Juan Manuel Fangio y las primeras
fotos de la Sierra Maestra como escenario revolucionario.
Sin embargo, el más emblemático de todos ellos sería Jorge Ricardo Masetti, pues de
reportero se convertiría en conspirador revolucionario siguiendo los pasos del Che Guevara.
En su libro Los que luchan y los que lloran, 1958, Masetti realizó una crónica pormenorizada de
los problemas y acontecimientos que envolvieron su aventura periodística en la Sierra Maestra,
y la asimilación que posteriormente se forjó en él sobre lo vivido. Enviado de la estación de
radio argentina El Mundo, los relatos recogidos en su libro forman parte de las transmisiones
radiofónicas que, paradójicamente, no se pudieron escuchar en Argentina pero sí en varios
países latinoamericanos. Destaca, desde el principio, su admiración al ver el tipo de organi-
zación que se estaba llevando a cabo en los frentes guerrilleros de la Sierra Maestra, tal fue el
caso de la organización de la reforma agraria en las tierras liberadas por el Ejército Rebelde
repartidas entre los campesinos, y distribuidas de acuerdo a las necesidades de cada familia; así
como otras cuestiones relevantes como la aplicación de un sistema judicial, inexistente hasta
entonces en las montañas cubanas; la creación de escuelas, fábricas de armas, zapaterías, pana-
derías, y toda una nueva realidad para una población olvidada y marginada de los beneficios
de la economía existente hasta ese momento en Cuba.
Otros ejemplos de crónicas que anticipaban las transformaciones que se venían, pode-
mos encontrarlos en esta muestra: Rafael Otero Echeverría, Reportaje de una revolución; de
Batista a Fidel Castro, 1959, que contiene una investigación histórica desde el asalto al Moncada
hasta los primeros días de la revolución, y Fernando Benítez, La batalla de Cuba, 1960, donde
se narra la caída del régimen de Batista y los primeros meses de la revolución. Al final se
incluye un ensayo histórico sociológico de Enrique González Pedrero, “Fisonomía de Cuba”.
Empero, paralelamente también se publicaron visiones opuestas donde el énfasis estaba
en la postura que se asumía frente al peligro comunista. Irving Peter Pflaum, Tragic island;
how communism came to Cuba, 1961, presenta sus impresiones sobre el futuro de Cuba atesti-
guando el ascenso de los comunistas en el régimen, luego de tres visitas a la isla (1958, 1959 y
1960), y Jules Dubois, Fidel Castro ¿dictador o liberador?, 1959, que si bien refleja un muy buen
oficio como reportero de los primeros años de la revolución por el manejo de abundantes

prensa sino con diversos intelectuales del mundo occidental. Para él, la insurrección era una causa digna por la democracia en
América. Su fascinación por la nueva Cuba que percibió en 1957 lo llevaría a escribir un par de monografías históricas (The Cuban
History, 1961 y Cuba, 1969) y la biografía Castro. A Political Biography, 1969. La antítesis de la postura de Mattews fue la de Jules
Dubois, reportero del Chicago Tribune y también biógrafo temprano del mismo líder cubano. Otros reporteros norteamericanos
en la Sierra Maestra fueron Homer Bigart y Roy Brennan.
11. Las notas de Manuel Camín se publicaron del 23 de marzo al 3 de abril de 1958.

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Historiografía de la Revolución Cubana

documentos y entrevistas a los actores del proceso, también es una muestra del sutil manejo
del anticomunismo como política de información. Lee Lockwood, Castro’s Cuba, Cuba’s
Fidel, 1969, se presenta como la experiencia de un periodista norteamericano en la Cuba cas-
trista; antecedente de la siguiente generación de reportajes extensos que buscan mostrar una
fotografía de la sociedad, tratando de establecer el impacto de las políticas de la Revolución
en la cultura cubana.
Entre el primero y segundo tramo podemos colocar a los entrevistadores, también
reporteros que, fascinados por la figura del gran líder que emergía victorioso de uno de los
puntos álgidos de la Guerra Fría, proporcionan una nueva plataforma para difundir las nuevas
ideas de la Revolución Cubana. El formato le permitió a Fidel Castro revalorar la experiencia
cubana tras cerrar el capítulo de las insurrecciones en América Latina y analizar a los nuevos
movimientos sociales, su relación con la religión católica, así como para hacer el recuento de
las ausencias y las pérdidas. Gianni Minà, Un encuentro con Fidel, 1988, y Fidel. Presente y
futuro de una ideología en crisis analizada por un líder histórico, 1991; Alfredo Conde, Una con-
versación en La Habana, 1989, y Frei Betto, Fidel Castro y la religión, 1986. Ignacio Ramonet,
Biografía a dos voces, 2006, es uno de los últimos ejemplos del formato de entrevista realizados
a Fidel Castro.
En un segundo tramo encontramos los reportajes que intentaron anticiparse a los acon-
tecimientos, una vez que la Unión Soviética dejó de existir como Estado nación, y que augu-
raban la caída del castrismo y su principal figura, como había sucedido en Europa del Este. El
texto más ilustrativo de esta tendencia es el de Andrés Oppenheimer, La hora final de Castro.
La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba, 1992. El subtítulo no
deja nada a la especulación, y le sigue el de Román Orozco, Cuba roja. Cómo viven los cuba-
nos con Fidel Castro, 1993, que en cierta medida mantiene el interés sobre Cuba al ofrecer un
retrato de vida cotidiana, y desde el punto de vista del autor, entre más contradictoria mejor.
Sobre el último tramo, el retiro político de Fidel Castro, Ann Louise Bardach, Sin Fidel. La
casi muerte del comandante, sus enemigos y la sucesión del poder en Cuba, 2012, nos ofrece la
crónica de los últimos años de la vida política de Castro como epílogo de más de dos décadas
de confrontación con Estados Unidos, al mismo tiempo que plantea los posibles escenarios
tras la muerte del comandante.
Por último, es necesario mencionar a los biógrafos desprendidos desde el propio perio-
dismo. Entre la abundante fuente de títulos sobresalen dos, aun hoy día. Tad Szulc, Fidel un
retrato crítico, 1987, y Jon Lee Anderson, Che Guevara una vida revolucionaria, 2006. Ambos
trabajos en torno a las dos figuras principales de la Revolución Cubana ocupan una gran
documentación desconocida, ya que muy pocos historiadores han tenido acceso a ella, lo
mismo que a entrevistas con personajes clave en momentos precisos. Las biografías sobre Fidel
Castro son, como él mismo se ha encargado de decirlo consentidas en el entendido que se

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Martín López Ávalos

guarda su opinión para disentir en el momento que lo considere pertinente.12 El asunto refleja
una de las grandes asignaturas pendientes de esta historiografía, como es el acceso a las fuentes
documentales primarias, no sólo para las biografías sino para cualquier tema que el historiador
considere relevante estudiar. En Cuba, el acceso a este material es un asunto político, donde el
investigador depende de decisiones que no necesariamente coinciden con un genérico derecho
a la información. En cierta medida la desaparición de los países socialistas de Europa del Este
ha permitido ampliar el acceso a este tipo de materiales resguardados en sus archivos naciona-
les, por lo menos en lo que respecta a sus relaciones con Cuba.13

La historiografía académica

La Revolución Cubana apareció en el horizonte académico con la urgente necesidad de expli-


carla, sobre todo en el contexto bipolar de la Guerra Fría; hasta entonces no se tenía noticia de
una revolución nacionalista devenida en socialista, razón por demás importante para su análi-
sis.14 Los acontecimientos que siguieron a la declaración socialista de la revolución: la invasión
a Playa Girón y sobre todo la Crisis de los Misiles, remarcarían la urgencia. La historiografía
académica hizo frente con estudios de caso, los más importantes provenientes de las ciencias
sociales, así fue como politólogos, antropólogos y sociólogos disputaron el camino, animados
por los buenos deseos de encontrar un caso novedoso sobre el cambio social y económico o,
de plano, descubrir las debilidades del modelo para combatirlo. Dos paradigmas: liberalismo
y marxismo, como reflejo de la propia Guerra Fría, entronizarían los análisis producidos, inde-
pendientemente de su origen institucional. Al igual que en el apartado anterior, las etapas por
las que transitan se explican por las coyunturas y los ciclos establecidos, como la institucio-
nalización y la desaparición del bloque socialista de Europa del Este y la entrada del llamado
periodo especial y el retiro político del propio Fidel Castro en 2008, con la salvedad de que

12. La referencia dicha a una de sus más recientes biógrafas, Claudia Furiati, Fidel Castro. La historia me absolverá, 2003; el título del
original en portugués indica la advertencia: Fidel Castro: uma biografia consentida, 2001. Che Guevara también ha sido uno de los
objetos de esta corriente biográfica de la última década, la producción sigue dividida en torno al papel del héroe y la dimensión
de la obra revolucionaria. Véase Jorge Castañeda, La vida en Rojo, 1997; Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara también conocido
como El Che, 1996; Pacho O’Donnell, La vida por un mundo mejor Che, 2003. Dentro de la misma línea pero con un formato
experimental, Simon Reid-Henry, Fidel & Che. A revolutionary frendship, 2009.
13. La interesantísima biografía del periodista alemán Volker Skierka, Fidel, 2002, es una muestra de las nuevas oportunidades de esta
apertura y acceso a los nuevos archivos nacionales en Rusia y Alemania, por lo menos.
14. Theodore Draper, Castrismo teoría y práctica, 1965, advertía esta circunstancia de que ante el vacío de estudios de corte académico,
el análisis sobre Cuba fue llenado por los periodistas de la mejor manera en que se entendía la función de la comunicación, con
entrevistas, viajes in situ, para recoger opiniones caleidoscópicas, etc. Debido a la naturaleza misma de la disciplina histórica el
autor cuestionó la imposibilidad de ocuparse de los acontecimientos inmediatos: “la revolución cubana ya es demasiado vieja para
que los periodistas puedan comprenderla en su totalidad y no es bastante vieja para que los historiadores la estudien por partes.
Pero estamos metidos en ella y debemos intentar comprenderla con los materiales que tenemos a la mano y que seguramente resul-
tarán inadecuados dentro de diez o veinte años. No es demasiado temprano, sin embargo, para iniciar la transición del periodismo
a la historia”.

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Historiografía de la Revolución Cubana

los estudios propiamente históricos son producidos en el último tramo y están dedicados a la
etapa insurreccional (1953-1958). Otra característica que vale la pena marcar es la producción
hecha por académicos de origen cubano pero formados en Estados Unidos, que lejos de man-
tener una postura revanchista han venido a renovar el examen de cómo miramos a la historia
contemporánea de Cuba. En buena medida gracias a su labor el concepto cuban studies se ha
afianzado como parte de los estudios de área sobre América Latina en la academia de Estados
Unidos.
Los marxistas de todo tipo, y de todos lados, tuvieron que tropicalizarse para tratar de
entender al modelo cubano. En primera instancia, la experiencia cubana no se consideraría
un modelo para la izquierda hasta su transformación socialista en 1962. Como producto de la
Revolución Cubana, empezaría a desarrollarse una Nueva Izquierda en América Latina, que
modificaría las prácticas de lo que se consideraba de izquierda y definidas en algunos casos
como nacionalistas o juveniles católicas, y que buscaban como objetivo político amplio y
general la liberación nacional. Empero, la relación de la izquierda socialista con la Revolución
Cubana resultó temprana por los debates intelectuales que provocaron entre los diversos apa-
ratos políticos de las organizaciones de izquierda y los espacios de pensamiento de izquierda
como las revistas y otros foros sociales.15
En el contexto cubano, la aparición de los escritos del Che Guevara no puede desligarse
de las necesidades políticas del naciente grupo en el poder en su afán por definir las caracte-
rísticas del nuevo aparato político de la revolución. Primero, en contra del propio Movimiento
26 de Julio y, posteriormente, contra el Partido Socialista Popular (PSP), que había sido su
aliado reciente. En este sentido, la aparición de la interpretación de que el Ejército Rebelde
había sido la parte fundamental del esfuerzo revolucionario, coincidió con la radicalización
hacia el socialismo y el abandono de la estrategia de huelga general. Así, la publicación de
Guerra de Guerrillas del Che Guevara empata con la aplicación de la primera reforma agraria
y el avance en los altos cargos de los oficiales formados en las batallas de la Sierra Maestra.
Aunque el propio Che advertía que la experiencia cubana no debería ser asimilada acrítica-
mente, por lo que debería verse a la luz del estado de derecho disuelto por una dictadura, como
suponía había sucedido en Cuba con Batista. Al llegar la revolución al primer quinquenio de
vida en 1965, la experiencia serrana se convirtió en la parte fundamental del nuevo discurso
hegemónico que sirvió para alimentar el debate interno con el PSP, y en cuyo contenido la
insurrección se puso al frente como motor revolucionario en contra del etapismo promovido
por el marxismo de los partidos comunistas latinoamericanos. La aparición de Régis Debray

15. Un capítulo importante de este espacio lo desarrollan los marxistas norteamericanos de Monthly Review. Paul A. Baran publicó en
1961, Reflections on the Cuban Revolution, al mismo tiempo que la revista se hizo eco de un rico debate desde diversos ángulos del
marxismo, véase, por ejemplo, Adolfo Gilly, “Cuba en octubre”, octubre de 1964, y, posteriormente, reeditado en su obra Por la
senda de la guerrilla, por todos los caminos 2, 1986.

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Martín López Ávalos

como escritor revolucionario en 1967 con ¿Revolución en la revolución?,16 cerraría la pretensión


cubana de equiparar su experiencia con una teoría revolucionaria.
Con Debray, el foco resulta una vanguardia marxista que debe prescindir del par-
tido político por elementales cuestiones de seguridad. Al mismo tiempo, la fundación de
la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), promovida desde La Habana, se
mostraría como el modelo que los demás revolucionarios deberían seguir. Sin embargo, un
año después las condiciones regionales dieron un giro que exigió revisar las premisas elabo-
radas por Guevara y Debray. La más importante, la muerte del propio Che en Bolivia en su
intento por mostrar lo correcto de su experiencia revolucionaria; otras cuestiones de geopolí-
tica mundial forzaron a Fidel Castro a mostrarse más cauto, en primera instancia, la invasión
soviética a Checoslovaquia en 1968, y, en segundo término, las variadas experiencias políticas
que experimentaron algunos países de la región como Chile y Perú, donde un candidato
socialista llegó al poder por medios electorales, para el primer caso, y una junta militar aplicó
un ambicioso programa reformista de liberación nacional para el segundo.
Aquí se encuentra uno de los capítulos más abundantes en torno al modelo cubano
debatido por la izquierda en América Latina y Estados Unidos, dando pie a una historiografía
militante17 que buscó afanosamente la validación teórica de la experiencia histórica concreta,
o, en otros términos, el desfase existente entre la teoría y la práctica marxista. ¿Cómo explicar
la construcción del socialismo en Cuba sin un partido político marxista que lo construyera
desde el inicio? Esta situación permitió unificar a una ascendente izquierda inspirada en la
Sierra Maestra, y de manera tangencial a los partidos comunistas de América Latina ligados a
la Unión Soviética. Sin embargo, la propia dinámica de la Guerra Fría terminaría por dividir
a estas partes recientemente unidas. Esta división, paradójicamente, aisló a la nueva izquierda
de su ámbito natural, los partidos marxistas, a la vez que reforzó su rechazo con la izquierda
nacionalista debido a la polarización que la Guerra Fría introdujo en la región. La creación de
la OLAS y su rápida declinación como aparato revolucionario, en parte por el firme rechazo de
los partidos comunistas latinoamericanos a sus tesis insurreccionales, dejó como saldo aban-
donar la discusión del carácter de la revolución para volcarse al desarrollo interno de la isla a
partir de 1970, sobre todo al plantear la meta de 10 millones de toneladas de caña para la zafra
de ese año, y culminando con el Primer Congreso del PCC en 1975 y la promulgación de la
Constitución Socialista un año después.
En términos historiográficos, la producción emanada de la izquierda se distingue por
elaboradas interpretaciones teóricas con una base empírica endeble. Por su parte, la investiga-
ción académica se puede diferenciar, en esta etapa, porque los estudios de caso se ven limitados

16. Publicado originalmente en Casa de las Américas en enero de 1967, el texto integra la segunda parte de Ensayos sobre América Latina,
1969.
17. Vania Bambirra, La revolución cubana: una reinterpretación, 1976, es un buen ejemplo de esta necesidad de explicar el desfase
entre la teoría y la práctica marxista, además de criticar el modelo foquista de Debray. Joseph Hansen, trotskista norteamericano,
publicó una serie de trabajos sobre la Revolución Cubana como The truth about Cuba, 1960; In defense of the Cuban Revolution: an
answer to the State Departament and Theodore Draper, 1961, y The Theory of the Cuban Revolution, 1962.

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Historiografía de la Revolución Cubana

en su interpretación, por su propio objetivo, al no incorporar la comparación que acompañe


a la información empírica para valorar y contextualizar. Los primeros en llegar son los nor-
teamericanos, como Charles Wright Mills, con Listen yankee: the Revolution in Cuba, 1960,
donde se percibe la simpatía a favor de la experiencia revolucionaria y la advertencia que de no
escuchar los reclamos de libertad, Estados Unidos se enfrentará a muchas revoluciones como
ésta. Como buena parte de la producción de la izquierda norteamericana, Cuba fue un espejo
donde se reflejó el lado corrompido del imperialismo norteamericano pero, al mismo tiempo,
las alternativas para superarlo. El antropólogo Oscar Lewis, Four Men: Living The Revolution,
1977, y Four Women: Living The Revolution, 1977, a través del trabajo etnográfico mostró las
transformaciones que la Revolución ha realizado entre la población cubana.
Las historias generales de Cuba hicieron una interesante aportación con la obra del
historiador británico Hugh Thomas, Cuba la lucha por la libertad, 1973, que nos presenta un
gran mosaico desde la colonización española hasta el momento mismo del ascenso al poder
de Castro en la Sierra Maestra. Obra historiográfica influyente, no deja de inscribirse, por
un lado, en el debate en torno a la dinámica de la historia nacional cubana abierto por Fidel
Castro, mientras que en otro nivel resulta reactiva a la disputa de la Guerra Fría entre el libe-
ralismo y el marxismo para preguntarse por qué la república liberal propició las condiciones
para el advenimiento de una revolución marxista “totalitaria”. A esta interrogante ha tratado
de responder un segmento de la producción académica. Tres historiadores de la Diáspora en
Estados Unidos, Jorge I. Domínguez, Cuba order and revolution, 1978; Louis A. Pérez Jr.,
Cuba between reform and revolution, 1988, y Marifeli Pérez-Stable, La Revolución Cubana,
orígenes, desarrollo y legado, 1998 (el original en inglés es de 1993), a través de una mirada a las
estructuras sociales y económicas en cuanto a la construcción del propio capitalismo cubano
y su condición dependiente respecto al norteamericano, y el efecto que esto trajo para la
estructura política, señalaron aspectos que por primera vez fueron más allá del discurso liberal
básico, coincidiendo en valorar al nacionalismo radical como una fuerza política capaz de dar
forma al nuevo Estado cubano.
La institucionalidad generada en la década de los años setenta con el Primer Congreso
del PCC y la promulgación de la Constitución Socialista en 1976, cambiaría la orientación de
los estudios prevalecientes en la década anterior.18 A la par de los primeros esfuerzos por dar
una interpretación histórica, vamos a encontrar un espacio dedicado a la evaluación de esta

18. Una publicación fue la encargada de sistematizar esta etapa: Cuban Studies. Fue creada originalmente como un boletín bibliográ-
fico a iniciativa de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, ya en 1970 aparecería con el título de Cuban Studies Newsletter
con una periodicidad semestral. Al crecer el proyecto y las necesidades de información, el Newsletter se transformaría en Journal of
Cuban Studies a partir de 1975. Coincidiendo con la celebración del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, la publicación se
trazó el objetivo de estudiar el proceso de institucionalización de la revolución en cada aspecto de la vida social, cultural, econó-
mica y política. Esta publicación es uno de los medios académicos de mayor prestigio en los estudios de área. Actualmente es una
publicación del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburg. Para un análisis centrado en los estudios
cubanos, véase Damián J. Fernández, Cuban Studies Since the Revolution, 1992, y Jorge I. Domínguez, “Twenty five years of Cuban
Studies”, Cuban Studies, núm. 25, 1995.

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Martín López Ávalos

institucionalidad política y al mismo tiempo un abanico de temas de la historia social y cul-


tural como efecto de esa misma dinámica, dejando atrás el análisis del carácter del modelo
revolucionario como el único tema posible. Es importante destacar la labor del primer editor
(del Newsletter) y director del Cuban Studies, Carmelo Mesa-Lago,19 quien impulsó el debate
desde diversas posturas, en torno a las características de la institucionalización y la importan-
cia de Fidel Castro, y el subsidio soviético a la economía cubana; otros debates se focalizaron
en el impacto internacional, como las guerras africanas, y en el modelo económico de Cuba,
sobre todo en torno al crecimiento y la planificación.20
Resalta el hecho, privativo de la historia como disciplina, de revisar las conmemoracio-
nes, es decir, los estudios dedicados por el décimo, vigésimo y vigésimo quinto aniversario de
la Revolución Cubana, como coyuntura de análisis. Sin embargo, este no fue el rasgo distin-
tivo de la producción académica, sino el plantear con este motivo nuevas interrogantes sobre el
futuro de la experiencia cubana, es decir, en qué medida es viable mantener el modelo cubano
de socialismo no sólo por el bloqueo norteamericano sino también por las modificaciones de
la economía internacional. Jean Stubbs, Cuba: The Test of the Time, 1989; Antonio Jorge, et al.,
Cuba in a Changing World, 1991; Hugh Thomas et al., La Revolución Cubana 25 años después,
1985, son algunos ejemplos21 de esta dinámica que si bien se mantuvo todavía dentro de la
visión de la Guerra Fría, previó las interrogantes que se plantearían al final de los años ochenta
cuando la Unión Soviética dejó de existir como Estado, y con ella, la lógica política interna-
cional mantenida por el enfrentamiento ideológico entre el liberalismo y el marxismo de las
últimas cuatro décadas. Las consecuencias del fin de este ciclo, modificaron las fórmulas esta-
blecidas por la Guerra Fría en los regímenes autoritarios, como lo estaban experimentando los
países de Europa del Este y las dictaduras de seguridad nacional en América Latina. La tran-
sición de los autoritarismos se convirtió en paradigma de investigación de las ciencias sociales,
razón por la cual los efectos en la agenda de investigación sobre Cuba no se hicieron esperar.
Al igual que los periodistas, los estudios académicos se inclinaron por la predicción de hasta
cuándo podría durar el régimen, dando por descontado las posibilidades de sobrevivencia.
Al igual que las predicciones apocalípticas aquéllos tampoco funcionaron. Los transitólogos
sobre Cuba han tenido que esperar mejores momentos.22 Adriana Hernández, editora, Cuba
in the special period: culture and ideology in the 1990s, 2009; Ronald H. Chilcote, The Cuban

19. Por otro lado, la obra del mismo Mesa-Lago es importante mencionarla, sobre todo en torno a la historia económica y las políticas
de crecimiento y bienestar social. Citamos sólo una pequeña muestra: Revolutionary Change in Cuba, 1971; La economía de Cuba
socialista: una evaluación de dos décadas, 1983; Breve historia económica de la Cuba socialista: Políticas, resultados y perspectivas, 1994.
20. Para esta etapa, véase Andew Zimbalist, Cuban Political Economy: Controversias in Cubanology, 1988.
21. Empero, el texto más emblemático es Irving Louis Horowitz y Jaime Suchlicki (eds.), The Cuban Comunism, que para 2003, año
de la onceava edición, se había convertido en una especie de franquicia, cuya finalidad era recordar las advertencias a partir de las
coyunturas pasadas en los últimos veinte años.
22. Research Institute for Cuban Studies de la Universidad de Miami, nos ofrece un buen ejemplo de esta tendencia promoviendo
eventos académicos y publicaciones. De su fondo editorial, dos muestras: Pedro Ramón López-Oliver, Cuba: crisis y transición,
1992, y S/A, Problems of Succession in Cuba, 1985.

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Historiografía de la Revolución Cubana

Revolution in the 1990s: Cuban perspectives, 1992; Miguel García Reyes y María Guadalupe
López de Llergo, Cuba después de la era soviética, 1994.
Coincidiendo con estos años, la investigación histórica ha encontrado un espacio de
renovación importante. A partir del nuevo siglo, empezaron a aparecer los estudios históricos
sobre la insurrección23 y las figuras que la representaron, sobre todo en la resistencia urbana.
Samuel Farber, The Origins of the Cuban Revolution, 2006; Manuel Márquez-Sterling, Cuba
1952-1959: The True Story of Castro’s Rise to Power, 2009; Gladys E. García Pérez, Insurrection &
Revolution: Armed Struggle in Cuba, 1952-1959, del año 1998; Julia E. Sweig, Inside the Cuban
Revolution: Fidel Castro and the Urban Underground, 2002, y Antonio Rafael de la Cova, The
Moncada Attack: Birth of the Cuban Revolution, 2007.

Conclusión

En este somero recuento hemos intentado ofrecer una visión general de las características de
la historiografía sobre la Revolución Cubana en alrededor de cincuenta años. No están todos
los que son; como en toda compilación, ésta depende de los gustos e intereses del compilador,
sin embargo, al establecer el marco histórico que produce a esta historiografía, así como la
restricción de no tocar la producción nacional cubana, abarcamos un espacio específico de
la producción referida a las relaciones históricas que Cuba mantiene como nación: España,
México y Estados Unidos, principalmente. Los núcleos de investigación sobre temas cubanos
tienen en este triángulo el mapa donde se pueden establecer las relaciones de comunidades
académicas y profesionales abocadas a la historia cubana. Al constituir este mapa, también
se tienden los nexos entre las disciplinas sociales y la historia con la problemática interdisci-
plinaria que definen a los estudios de área. Sin duda alguna podemos decir que los estudios
latinoamericanos, en el espacio mencionado, gozan de buena salud en la medida que reflejan
la cohesión de una comunidad epistémica que produce y es capaz de reinventarse de acuerdo
a las coyunturas por las que ha tenido que adaptarse.
Establecimos que las distintas comunidades aceptaron la articulación de un discurso
historiográfico nacional como el punto de partida de su propia lógica de producción. Sobresalen
dos aspectos, el primero, la revolución como un proceso de largo tiempo que condiciona el
tiempo histórico inmediato; el segundo, el impacto del capitalismo norteamericano en la for-
mación de las diversas estructuras del Estado nacional cubano del siglo XX. La conjunción de
ambas vertientes explica a la Revolución y, en cierta medida, condiciona sus respuestas en un
marco global establecido después de la Segunda Guerra Mundial como lo fue la Guerra Fría.
La revolución socialista activa una discusión más allá de los marcos nacionales cubanos para

23. El trabajo clásico sobre el periodo y tema fue el de Ramón L. Bonachea and Marta San Martín, The Cuban Insurrection 1952-1959,
publicado en 1974. Poco después aparecería la obra de John Dorschner and Roberto Fabricio, The Winds of December: The
Cuban Revolution of 1958, 1980.

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Martín López Ávalos

inscribirse como un debate internacional para la propia izquierda marxista y los liberales de
diversos tipos. Una segunda etapa se puede distinguir en los trabajos que buscan la evaluación
de la experiencia dentro de un marco institucional en torno a las políticas públicas. El fin de
la Guerra Fría cierra una etapa y abre otra, la que vemos actualmente, donde el énfasis se ha
puesto en los ejercicios de predictibilidad de los límites de la sobrevivencia.
La discusión política ha marcado a toda la historiografía dedicada a la Revolución;
ésta se percibe por las posturas tan encontradas que durante las primeras dos décadas hicieron
imposible que el marxismo y el liberalismo dialogaran como escuelas de pensamiento, rema-
tando para colmo de males con la presunción pseudocientífica de que el liberalismo es, supues-
tamente, la única escuela de pensamiento capaz de regular los cambios sociales, tras la quiebra
del socialismo realmente existente en Europa del Este. El fin de la Guerra Fría trajo este triste
epílogo que está marcando la agenda de investigación actual, sobre todo en los aspectos de los
alcances y contenidos de los movimientos sociales, por no decir la completa descalificación de
la idea de la insurrección como un ejercicio –paradójicamente– de un derecho democrático.
La Revolución Cubana apareció en el horizonte de las revoluciones del mundo post-
colonial originadas de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Su importancia se
deriva de haberse mantenido no sólo como revolución triunfante sino como experiencia de
transformación en ese mundo que convulsionó los marcos estructurales de la Guerra Fría. Fue
la primera experiencia latinoamericana que ha trascendido el espacio regional americano para
formar parte de este mundo postcolonial de la segunda mitad del siglo XX . Ahí, tal vez, se
encontrará la nueva atracción de su futuro historiográfico.

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