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La obediencia de la mujer del pastor.

Sergio Martínez Vila.

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Nota preliminar.

‘La obediencia de la mujer del pastor’ es un tríptico, y por ello está compuesto de tres paneles en
los que se ilustran aspectos complementarios de un todo (en este caso, tres voces en torno
a un mismo concepto, el concepto de sumisión).

La escena tiene la apariencia de una casa rústica de campo, un hogar familiar y diáfano, con
su techumbre y columnas de madera y con sus amplios ventanales que dan al valle. De esta
forma, el espacio se percibe como una unidad, y la coexistencia en él de tiempos pasados,
presentes y futuros no quiebran esa unidad, sino que la construyen.

Los personajes femeninos delimitan los tres segmentos escénicos con su voz, sus acciones
o con su mera presencia. Los personajes masculinos son las bisagras del tríptico, los vasos
comunicantes entre los distintos paneles. A un lado de la escena se hace de noche, al otro
se hace de día. En el medio, una densa oscuridad reclama la aparición de luz eléctrica.

Personajes femeninos.

La mujer del pastor.

La joven abandonada y sola.

Un bebé.

Cada una de estas mujeres se reparte un tercio del proscenio. En el lado izquierdo, la joven abandonada y
sola espera sentada, al lado de una ventana. En el medio, un corralito de bebé sobre el que cae el reflejo de
una luz de neón verde y roja, procedente de un exterior nocturno indeterminado. En el lado derecho, la
mujer del pastor espera sentada, al lado de una ventana.

Personajes masculinos.

El pastor.

El celador.

El director de cine pornográfico.

Idealmente (pero no necesariamente), los tres personajes masculinos estarían interpretados por un solo actor
que transite por los tres espacios, cambiando de registro durante la salida de un panel y el acceso a otro. Sólo
uno de esos personajes, el director, tiene voz propia.

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1. Una llamada de atención.

Amanece en el panel derecho.

Es casi imperceptible al principio, pero la forma que han adoptado las cosas se ve bañada poco a poco de
luz.

Un rebaño de cabras aguarda fuera. Se oye el tintineo de sus cencerros, y a poco que se escuche con atención,
se intuirá a algunos cabritos mamando de las ubres que les han sido dadas.

El pastor está tendido en la cama, de costado, la cara contra la pared. No se mueve, pero se le oye respirar
con dificultad.

La mujer del pastor, en camisola de dormir y con una manta gruesa cubriéndole el cuerpo, enciende la
lumbre y pone encima de la pequeña llama una cacerola con agua.

Luego mira el lento amanecer por la ventana.

LA MUJER DEL PASTOR.- Llamaría al médico si no fuera porque te vas a morir de todas
formas. Por la pinta que tienes, a lo mejor hasta te mueres hoy mismo. ¿Para qué molestar a
nadie? ¿No te parece?

El pastor no contesta. Un llanto débil de bebé empieza a ascender desde el corralito.

Es mejor que no te levantes. No hagas nada.

La mujer del pastor se sienta al lado de la lumbre, se moja sus manos en un barreño con agua y se las pasa
por el cuerpo.

Tampoco creas que me encanta la idea de salir ahora al campo, yo sola, con las cabras, pero
otra opción, ¿cuál es? Darles paja y grano, lo único. Y no llega para todas. Es mejor sacarlas
y que se repartan el poco verde que haya.

La mujer del pastor mira fijamente a su marido.

Tú no puedes conducir a nadie ahora mismo, así que lo haré yo. ¿De acuerdo?

Le da la espalda y continúa lavándose.

Gracias.

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El director de cine pornográfico surge de entre las sombras del fondo del panel central, vestido con un batín
de color claro, visiblemente molesto por la interrupción de su sueño. Se acerca al corralito. Observa
atentamente su interior, sin hacer nada más, sólo mirando y escuchando los gemidos.

LA MUJER DEL PASTOR.- Si realmente te vas a morir me hace gracia que lo hagas
ahora, cuando ya estoy tan cansada. Date cuenta de que he estado lavándote la ropa de
trabajo y la de irte de putas durante treinta años, he estado haciéndote la comida,
partiéndote la leña, barriendo y fregando el suelo de la casa todos los días, porque las casas
de campo se llenan de mierda en cuanto abres la puerta, ya lo sabes, he arado la tierra yo
sola, la mayoría de las veces, y luego la he sembrado, claro, y he almacenado la cosecha para
que no se pudriera, he cuidado de los otros animales que no son cabras y que también
tienen derecho a vivir, he arrancado hierbas del campo para que no te pongas enfermo y no
te mueras antes de tiempo, he estado pajeándote todas las mañanas cuando ya no podía
seguir haciendo el amor contigo, pero he seguido dándote placer porque lo necesitabas y a
mí no me costaba nada hacerlo, he enterrado la basura, he cuidado de todo cuando tú no
estabas en casa, he cuidado de esta casa con uñas y dientes de formas que ni te imaginas, así
que estoy muy cansada ahora, como comprenderás.

El director se agacha sobre el corralito.

Pero parece que al fin va a haber un cambio por aquí.

El director extrae del corralito un biberón vacío. Los llantos del bebé se hacen más fuertes. Luego retrocede
hacia una mesa de cocina, al fondo, donde prepara un litro de leche en polvo y la calienta en un microondas.

Mientras tanto, la luz crispada del atardecer deslumbra a la joven abandonada y sola en el panel izquierdo.
Vestida con un uniforme hospitalario blanco y una rebeca oscura por encima, la joven mira el lento
descender del sol a través de la ventana.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Al acabar la clase, el tutor me pidió que me


quedase a hablar con él. Así que guardé mis cosas y esperé a que todo el mundo se fuera.
Cuando ya nos quedamos solos, el tutor se puso a carraspear y a revolverse en su silla y
después de un rato me dijo, ‘No puedes mirar así a la gente’. ‘Así, ¿cómo?’, le dije yo. ‘Así’.
‘De la forma en la que lo haces’. ‘No puedes mirarme de ese modo, y menos aún aquí, en el
aula’. ‘Esas miradas tuyas están totalmente fuera de lugar’. Me puse muy roja. Yo no sabía
que le había estado mirando raro. A veces me dejo llevar por las cosas que pienso y parece
que estoy mirando muy fijamente a alguien o a algo cuando en el fondo mi cabeza está en

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otra parte. No lo hago adrede. El tutor zanjó la bronca diciéndome que la próxima vez me
abriría un expediente, y subrayó, ‘por obscenidad’, y ya con eso se lo sacó de encima. Todo
lo que necesitaba en ese momento era que me fuera de allí inmediatamente, que me llevase
mi cara roja y mis ojos abiertos como heridas a otra parte.

El director observa la luz emanada por el microondas en funcionamiento como si estuviera siendo testigo de
una supernova. El bebé llora aún más.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Desde entonces, intento no molestar mucho.


No voy por ahí mirando a ver qué es lo que saco de la gente, no. Me mantengo en mi sitio,
a la espera. Sobre todo ahora. Podría haber sido distinto, claro, pero ésa fue mi entrada en
el mundo de los adultos, y no otra. Entré en el mundo adulto disculpándome por todo,
disculpándome por lo que podría llegar a hacer y hasta por lo que podría llegar a pensar.
Todavía no he dejado de pedir disculpas.

El director agarra el biberón ya caliente y lo lleva de vuelta al corralito. Toma al bebé entre sus brazos. Por
primera vez, empieza a arrullarla.

El acto del alimento da comienzo.

El bebé succiona la leche caliente. El director la observa con atención.

EL DIRECTOR.- Traga despacio. Despacito. Así.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Lo siento.

EL DIRECTOR.- Te lo vas a beber entero, ¿eh? Cabrona.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Lo siento mucho.

EL DIRECTOR.- Puedo llamarte cabrona y tú chupando, como si nada. Y no sólo puedo


decirte lo que quiera sino que puedo hacer contigo lo que quiera, porque eres pequeñita y
tu resistencia a los cambios es mínima…

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Quería que todo saliera bien.

EL DIRECTOR.- …perfecta.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- No sé cómo he podido hacerlo tan mal.

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EL DIRECTOR.- Pero tú chupa tranquila. Voy a abusar de ti sólo de palabra. Al fin y al
cabo, no eres una cualquiera. Eres mi hija. Y aunque eso tú no vayas a saberlo nunca, para
mí cuenta.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Lo siento, papá.

EL DIRECTOR.-Vaya si cuenta.

El director pasea al bebé de adelante hacia atrás mientras ésta vacía poco a poco el contenido del biberón.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Me gustaría joder el mundo entero de arriba


abajo y verlo empezar todo otra vez.

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2. La sagrada familia.

Suena el aria ‘Schlummert ein, ihr matten augen’, de la cantata BWV82 de J. S. Bach.

La joven abandonada y sola se incorpora y recorre su panel haciendo una tabla de ejercicios gimnásticos.
Estira los brazos, la espalda, el cuello. Sus movimientos son torpes y desganados. Parece que le duele todo el
cuerpo. El pequeño recorrido que hace refuerza los límites de su espacio vital.

La mujer del pastor retira el barreño con agua, se incorpora y se desviste para volverse a vestir. Se pone
unas medias para la circulación y encima un pantalón grueso de pana. Se mira en el cristal de la ventana
para peinarse.

El director se detiene a medio trayecto entre el microondas y el corralito.

EL DIRECTOR.- De tu madre te diré que murió al rato de darte a luz. Era la última página
del guión. Soy director de películas. Antes hacía porno para las masas pero ahora sólo
distribuyo a particulares. Gente rica con gustos muy concretos. Al principio pensaba que lo
hacía por el dinero pero realmente lo hago por vocación, la misma vocación de poder que
mueve a mis clientes.

Retira el biberón ya vacío. El bebé protesta débilmente.

No hay más… Te lo bebiste todo.

El director deja el biberón en el corralito y recuesta al bebé por encima de su hombro para que eructe. Le da
palmadas en la espalda.

Nada me excita más que el ejercicio del poder. Y no recuerdo un tiempo en el que no fuera
así. Ya de pequeño vi cómo se daba una orden y cómo la orden cogía forma más allá de sí
misma. Tu abuelo, sin ir mucho más lejos, era una puta factoría de órdenes, y tu abuela
vivía para esas órdenes como si fueran su propia piel. No sabría decirte con certeza cuál de
los dos concentraba mayor poder en sus manos, pero me inclino a pensar en ella más que
en él porque en el fondo no hay nada más poderoso en el mundo que un buen sumiso. Mi
madre no disfrutaba del sexo pero en recibir siempre la misma descarga sin rechistar residía
todo su poder. Así nací yo y otros siete como yo.

La mujer del pastor se pone un delantal por encima de su atuendo de careo invernal. Se sienta y empieza a
desayunar un poco de pan mojado en leche.

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Si mis padres hubiesen podido matarme, lo habrían hecho. Pero los esquivé a tiempo. Cogí
peso y consistencia. Al principio era su esclavo, como tú ahora mismo, y como ellos antes
que yo. Cuando no era mucho más grande que tú recibí mi primera paliza y algo me hizo
meterme de vuelta en el útero de mi madre, en lugar de defenderme. Supongo que fui un
poco cobarde, en parte, pero en el fondo tampoco quería llegar muy cansado a la edad
adulta, y aquélla era una batalla perdida. Administré mis fuerzas. Así debes hacer tú
también, hija. No actúes nunca hasta que no puedas identificarte claramente con tu acción.
Sólo entonces, haz lo que tengas que hacer.

La joven abandonada y sola ha detenido su ejercicio. Alcanza un smartphone que tiene apoyado en el
alféizar de la ventana y se pone a inspeccionarlo como un mono despiojando a la nada.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Quedamos para follar porque nos habíamos


visto en el metro y nos habíamos gustado y nos habíamos dado los whatsaps, todo muy fácil,
así que le escribí después de cenar y nos vimos en su piso y fumamos un poco de hierba y
luego echamos un polvo de puta madre. A la mañana siguiente me hizo un café, me sacó
unas galletas para que las mojase en el café y luego me invitó silenciosamente a que me
fuera. A mí me hubiera gustado quedarme un rato más con él, echar el de por la mañana,
escuchar algo de música abrazada a su cuerpo, pero en lugar de eso volví a mi casa, me
senté en el sillón del salón con una manta sobre las rodillas y me sentí muy mal de repente.
Salí fuera de mí y desde fuera me vi allí sentada, como guardando calor para un futuro muy
frío. Siempre he sentido lo mismo cada vez que me sucede algo bueno. En cuanto ese algo
bueno se acaba, o se interrumpe, siento que me amputan y ya no puedo conformarme con
menos felicidad. Hay veces en las que no quiero seguir viva con menos felicidad.

El bebé eructa.

Así ha sido siempre.

El director, complacido, la devuelve a su corralito.

Le mandé un whatsap dos días después diciéndole que lo había pasado muy bien, que me
había encantado conocerle, lo normal. Pero en este caso era cierto. Me había encantado
conocerle, y me había follado de una forma tan perfecta que apenas podía concebir la idea
de volver a tener a otro dentro de mí. Él me contestó al whatsap quince minutos después
diciéndome que también se lo había pasado muy bien y que nos fuéramos a dar un paseo
por el bosque al sábado siguiente, que iba a hacer bueno. Así que fuimos a un pinar muy

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bonito en su coche, fumamos más hierba y volvimos a hacerlo, primero en su coche, luego
en el pinar, casi no nos dimos ni el paseo, al final un poco por decir que habíamos ido hasta
allí para algo más que para follar, vimos una ardilla y a una pareja de homosexuales muy
tiesos con un infierno de colillas alrededor de su toalla, les saludamos, ellos a nosotros
también, pero menos, como si ellos, en el fondo, no fueran muy distintos de las ardillas y
de los insectos y de los corzos y de los huevos de buitre, vimos mierda de vaca y sobre la
mierda, setas alucinógenas, vimos nubes de tormenta en el cielo y luego vimos salir el sol,
un poco, y cuando se puso más oscuro nos dimos unos cuantos besos guarros de despedida
y después nos subimos al coche para volver a Madrid.

Un hombre acaba de entrar en el panel de la izquierda. Lleva un atuendo blanco de tela médica. Es el
celador.

En el camino de vuelta le pregunté si tenía novia. Él dijo que sí. Luego subió el volumen de
la radio. Yo miré su cara, la forma de sus pómulos, de sus manos. Le toqué el pantalón. Él
se revolvió en su asiento, así que aparté la mano. Miré los coches que teníamos detrás por
el retrovisor. Él me preguntó si yo tenía novio. Le dije que no, y él desvió la vista de la
carretera para mirarme a mí, un segundo, y luego dijo, No lo entiendo, sonrió y ya no dijo
nada más hasta que me abandonó delante de una estación de metro y se lo tragó la M-30.
Me hubiese gustado chillarle que no sólo no tenía novio, que tampoco tenía padre, ni
madre, ni hermanos, ni familia alguna. Pero todo fue tan rápido…

La joven abandonada y sola pierde su mirada en un infinito rabioso, destructor.

El celador se sitúa detrás de ella y extiende su mano izquierda. La joven deposita el smarthphone en la
palma de su mano. El celador guarda el teléfono en un bolsillo y, acto seguido, se sienta a su lado y empieza
a cortarle las uñas de la mano izquierda.

Aunque le llamé y le escribí más whatsaps durante las semanas siguientes, no me contestó
hasta después de un mes. Tuvimos nuestra tercera cita en el Retiro. Él estaba muy guapo, y
vestía una camiseta muy sencilla de color blanco. (Al celador). Como la tuya. (Mira al frente).
Te vas a helar, le dije. Voy a volver enseguida al coche, me dijo él. Fue muy cortante. Nos
sentamos en un banco y escuché lo que tanto temía, que ya no nos podíamos ver más, que
yo le gustaba pero que él tenía pareja y no quería alimentar algo que no podía ser, etcétera.
Cuando terminó la charla, me dio un beso en la mejilla y volvió al coche. Yo me quedé allí
a ver acabarse el día y cuando volví a casa le envié un whatsap que decía, Te quiero, y luego
otro que decía, Perdóname, y más tarde, ya muy de noche, le mandé otro que decía, Tengo

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que hablar contigo en persona, no me has dado tiempo a reaccionar, entiéndelo, deja que te
explique, nos vemos la semana que viene, por favor, y a la mañana siguiente otro que decía,
Eres un hijo de puta si no contestas a esto, aunque sea con un no, y luego otro que decía,
No eres un hijo de puta, perdona, pero dime algo, dime que no, y por la noche recibí un
mensaje de él que decía, No, y luego otro que decía, Déjame en paz, loca.

Silencio.

Lo hice. Le dejé en paz. Por un tiempo. Pero como sabía dónde vivía, no pude evitar ir
todas las mañanas al bar que había enfrente de su casa a tomarme un café, unas porras, un
orujo, a leer El País o el Marca, y mientras tanto miraba el garaje y el portal, al principio el
garaje, sobre todo, me iba a una esquina del bar para ver bien los coches y la gente que
había dentro de los coches, pero él siempre iba solo en el suyo, salía a currar él solo y volvía
a casa a las ocho o a las nueve él solo, así que después de quince días empecé a ocuparme
de la gente que entraba y salía del portal. Ya no intentaba verle a él, sino a su novia, o a sus
hijos. Principalmente quería verla a ella. En menos de un mes ya tenía una firme candidata,
una rubia de bote de treinta años que era la imagen misma del éxito, la imagen de los
lobbies de los hoteles y de los briefings matutinos en las grandes superficies comerciales y
de los spas a mitad de precio con cupones de descuento, esa imagen, sí. Empecé a odiarla y
a desearle un cáncer hasta que la vi fumar una mañana, entonces me lo pensé dos veces. Él
odiaba el tabaco. Los porros nos los fumábamos sólo de hierba. De lo que deduje que él
nunca tendría una novia fumadora de tabaco, aunque fuera de una marca tan asociada al
éxito como la que ella fumaba. Un día dejé de verla salir a la calle a las ocho y diecisiete
minutos y ya no la volví a ver más. ¿Se habría ido de viaje, o se habría mudado? Si lo había
hecho, ¿se habría mudado con él? ¿Se habría muerto? Muchas incógnitas. La cabeza me iba
a mil. Al final resolví que no iba a sacar ninguna conclusión de todo aquello si no me
pasaba más tiempo en el bar, todo el día, al menos hasta que hiciera buen tiempo, luego ya
podía sentarme en un banco de la calle a esperar y dejar de gastar pelas como una imbécil.
El camarero del bar, un búlgaro enorme, me preguntó un día que qué pasaba conmigo, si
era poli de paisano o algo. Yo le contesté que si fuera poli de paisano tendría un coche,
también de paisano, desde el que observar más cómodamente. Él estuvo de acuerdo
conmigo.

El celador, sin apenas mirar a la joven, cambia la mano izquierda por el pie izquierdo y sigue cortando las
uñas.

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Un domingo por la tarde, cuando ya estaba medio dormida sobre la barra, le vi salir del
portal con un chico. No puede ser, pensé. El chico no era tan joven como para ser su hijo
adolescente. Pero era un crío, de todas formas. Un puto crío. Salí del bar y les seguí a una
distancia prudencial hasta que se metieron en otro portal. No sabía muy bien qué hacer, así
que decidí esperar delante; hacía bueno, y sentada en el césped de la avenida se estaba bien.
Tan bien, que debí quedarme dormida. No fue hasta el atardecer que le descubrí a él
asomado a la ventana del tercero izquierda. Mirándome. Muy enfadado o muy incrédulo.
Nos mantuvimos la mirada así, un rato, hasta que él se metió en la casa de nuevo, y yo me
imaginé que me mandaría un whatsap o algo así, pero no, se veía que había borrado mi
número, así que bajó directamente a la calle a hablar conmigo. Sí. No me lo podía creer.
Salió al portal y me hizo una seña con el brazo para que me acercase, así que me acerqué,
intentando memorizar cada paso que daba hacia él para no olvidarlo nunca. Me cogió del
brazo y me llevó hacia una esquina del portal. Yo le dije la verdad. ¿Qué podía decirle? Le
dije que le quería, que nunca había querido a nadie así, y luego intenté que me diera un
abrazo. No pensé que se negaría. Pero se cae muchas veces en el error de creer que hay
recompensas por las acciones honestas. Me empujó hacia atrás. Su gesto era de repulsión.
Sí. No vale la pena decirlo de otro modo. Me quedé allí quieta, mirándole, a la espera de
que me viese atractiva otra vez, como por intervención divina, no sé. Él tardó bastante en
hablar, pero cuando lo hizo el cabrón no paró, dijo, Mira, estás muy mal, ¿vale?, y a lo
mejor tú no tienes la culpa, pero yo, desde luego, sí que no la tengo, y a lo mejor te crees
que yo en mi vida también me dedico a espiar a los demás y a zorrear las veinticuatro horas,
pero no, yo tengo vida propia, un trabajo, una familia, un chico, sí, un chico… y ahí yo le
interrumpí y le dije, Me mentiste, eres marica, y él me dijo, Te juro que te acuerdas de mi
cara para toda tu vida como te vuelva a ver, y yo le dije, Sé en qué piso estás ahora mismo y
con quién estás, si no nos volvemos a ver y hablamos de esto como dos personas, habrá
consecuencias, y él me dijo, ¿Qué quieres que haga?, y yo cerré los ojos, respiré
profundamente, los abrí y le dije que quería verle esa semana, que quería hablar con él
tranquilamente de lo que sentía y que necesitaba ser escuchada y comprendida. Él asimiló la
información con una mirada fija de desprecio. Luego se fue sin despedirse. Me sentí tan
jodida en ese momento que no lo pude remediar, llamé al timbre y se puso su chico, creo,
así que fui al grano, Oye, le dije, tu novio acaba de hablar conmigo, soy una tía a la que se
ha follado varias veces y con la que no se está portando muy bien ahora mismo, la verdad,
creo que sería bueno que hablaseis de algunas cosas, siento la molestia, chao.

Silencio.

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Me puse a correr. Para cuando llegué a mi casa, sentí que no tenía cuerpo, que me había
evaporado completamente. Me di una ducha larga, me hice un porro y entonces me puse a
pensar. El peligro había pasado. Él no sabía cómo encontrarme ni tenía datos suficientes
acerca de mí, y además, con la que le habría caído encima, seguramente, igual no tenía ya ni
tiempo ni energía para vengarse de mí. Mejor. Se lo merecía. Tenía que hacerlo, no podía
no haberlo hecho. Y sí, se lo merecía. Siempre se lo merecen. Tienen el mundo en sus
manos y no pueden salir impunes de su armonía constante. Esos hijos de puta se merecen
sufrir tanto como yo.

El celador se incorpora. Va a sentarse al lado derecho de la joven abandonada y sola, pero ésta le detiene
con un gesto trémulo.

No me cortes las de este lado. Crecen más despacio que las otras.

El celador no se mueve.

Por favor.

El celador hace caso omiso y se sienta a su derecha. Empieza a cortarle las uñas de la mano. La joven
intenta seguir mirando por la ventana a pesar de que la cabeza del celador le supone un obstáculo.

La mujer del pastor ya ha terminado todo el pan y ahora sopla y bebe a pequeños sorbos una infusión
caliente. Mira por la ventana.

LA MUJER DEL PASTOR.- Fui la primera hija que tuvo, así que tenía que verme bien de
cerca, inspeccionar que todo estaba donde debía estar. No recuerdo ni siquiera los años que
tenía, pero eso da igual, era pequeña, una niña pequeña. Me llamó a la habitación cuando
mi madre no estaba en casa y me dijo que me desvistiese, que quería verme sin ropa, y que
no había nada malo en ello porque era mi padre y a veces los padres tenían que mirar cosas
para asegurarse de nuestro crecimiento.

Bebe un trago largo. Siente el calor de la infusión en la garganta.

Así que de vez en cuando se aseguraba de mi crecimiento. Como quien tiene una planta
que sabe que tiene que regar todas las semanas, al menos una vez.

Silencio.

Imposible que mi madre no lo supiera. Luego les pasó lo mismo a mis dos hermanas. Las
revisiones en su cuarto. Y no sé si alguna vez fueron conscientes, todos ellos, del daño que

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nos hicieron a todas, del daño que se le puede llegar a hacer a unas niñas de nuestra edad, y
sobre todo, del daño que han heredado nuestros hijos de todas nosotras, que como madres
no supimos sembrar otra cosa que no fuera más violencia.

La mujer del pastor termina la infusión y se sienta para encajarse unas botas oscuras de campo en los pies,
no sin cierta dificultad.

El celador continúa con las uñas del pie derecho. La joven le observa por el rabillo del ojo mientras se come
las uñas recién cortadas de la mano izquierda.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- A veces viene a verme un hombre. A veces


incluso se queda a dormir. Dice que se preocupa por mí y que va a cuidarme, pero no dice
nada más, como mucho me lee un poco. Tampoco me ha dicho su nombre ni dónde vive.
Ni siquiera me mira a la cara.

La joven abandonada y sola mira fijamente al celador.

También me pone la tele, o más bien se la pone para él mismo pero finge que me
entretiene a mí también, del mismo modo que finge que no me graba, que no graba todo lo
que digo y lo que hago. ¿Verdad que finges?

El celador termina con el pie derecho y se pone a barrer los recortes de uñas alrededor de la joven. No
contesta. No hace nada que lo desvíe de su acción.

A lo mejor no eres real. Pero aunque no lo fueras, seguirías siendo lo más real que me ha
pasado nunca.

La mujer del pastor termina de encajarse las botas. Respira hondamente, se pone de pie y vuelve a mirar
por la ventana.

LA MUJER DEL PASTOR.- Vienen nubes de lluvia, pero no para quedarse. Como
mucho, estará arreciendo una hora.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- No me besas, pero tampoco te vas de mi lado.

LA MUJER DEL PASTOR.- ¿Qué es un poco de agua por encima, si sabemos que está de
paso?

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- No te quiero más que a mi vida, pero me cepillo


los dientes con tu nombre.

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El celador deja de barrer y se sienta nuevamente a la derecha de la joven. Toma un libro, lo abre y se pone
a leer.

La mujer del pastor comienza a armarse: navajas, un cinturón con una daga, unos cuantos metros de
cuerda, unos alicates y una escopeta de caza a la que le pone cartuchos nuevos.

LA MUJER DEL PASTOR.- Con una infancia así todo lo que queríamos era huir de casa,
vivir un poco, no demasiado tampoco, lo justo como para decir ‘viví un poco, sí, de los
dieciocho a los veinte’, y luego ya nos convertimos en nuestras madres, eso es lo que
realmente quisimos hacer con nuestras vidas en cuanto nos vimos libres, tócate los huevos,
nos casamos con la réplica más exacta de nuestros padres o de nuestros abuelos que
pudimos encontrar por ahí. No me voy a enfadar conmigo a estas alturas por haber hecho
una elección tan mala, y mucho menos contigo, que bastante tienes con lo tuyo. Si fui hacia
ti y tú hacia mí fue porque nos gustó mucho estar juntos durante un tiempo y no nos
hacíamos demasiadas preguntas. Ahora se ve todo con otros ojos, pero eso es normal, es la
experiencia, y la experiencia es fracaso, o eso dicen, ¿no?, y si no lo dicen lo digo yo. Y
mira, yo me alegro de haber fracasado contigo como me alegro de que ahora te estés
muriendo, porque he aprendido mucho de ti, y porque al fin voy a dejar de cuidarte y voy a
poder disponer de esas noventa y pico cabras que están ahí fuera esperando que alguien
vaya a abrirles la puerta. Si no fuera yo a hacerlo, nadie más lo haría en estos momentos.
Nadie. Ése es el poder que tengo ahora mismo, ni más ni menos que ése.

El celador lee en voz alta de un libro de tapas negras cuyo título es ‘El mundo como podría haber sido’.

EL CELADOR.- “Cuando uno crece va desarrollando en sí mismo el impulso de vida o el


impulso de muerte.”

LA MUJER DEL PASTOR.- Y todavía tuve la paciencia de darte ocho hijos.

EL CELADOR.- “El impulso de vida se parece a lo que algunos llaman auto-conservación,


pero, sobre todo, tiene que ver con el ego. Es nuestra forma de imponernos, de querer
perdurar en el espacio y en el tiempo”.

LA MUJER DEL PASTOR.- Rosario y América fueron fruto de algo parecido al amor, eso
lo puedo admitir. Pero el tercero, Miguel, eso fue una violación, lo sabes tú y lo sé yo.

EL CELADOR.- “El impulso de vida es nuestra integridad”.

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LA MUJER DEL PASTOR.- Y al resto no se les puede considerar una violación, pero ya
me dirás tú dónde estaba yo mientras duraban tus embistes, en cualquier lado menos
debajo de ti, y mucho menos pasándomelo bien. Yo, para pasármelo bien, os necesitaba a
todos bien lejos. Anda si no lo pagaron las gemelas, y José Ignacio, y Ramón, y la pequeña,
Susi, que no sé si lo sabías pero murió la semana pasada de sobredosis. Me dijeron en la
tienda que de caballo, pero no lo sabían fijo. Tenía veinte años. Ya ves qué poco dura lo
que no tiene que durar.

EL CELADOR.- “El impulso de muerte es la entrega a la voluntad del otro, la negación


consciente o inconsciente de la voluntad propia”.

LA MUJER DEL PASTOR.- Estoy lista. Si para cuando vuelvo no estás muerto, te lavo y
te hago una leche con miel, calentita.

La mujer del pastor abandona la casa bajando del escenario. En su camino al establo va llamando ya a las
cabras con pequeños chasquidos y silbidos.

EL CELADOR.- “Hay gente que maneja los dos impulsos a la vez, el de vida y el de
muerte, y esa gente suele irritar mucho a los que sólo pueden sentirse cómodos en un
extremo”.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Como yo.

EL CELADOR.- “Pero tanto si predomina un impulso como el otro, los dos son impulsos
esencialmente violentos que hablan de lo mismo: del cambio”.

El celador cierra el libro y coge de la mano a la joven abandonada y sola. Los dos se ponen de pie y
caminan despacio hacia el fondo, donde a la joven le espera una cama que parece una mesa de operaciones.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Después de mi primer gran desamor, estuve


liada con un chico unos meses. Nada memorable. Durante unos días creímos que nos
queríamos pero todo eso se pasó enseguida. Una noche que estábamos durmiendo juntos
tuve un sueño muy raro y a la mañana siguiente se lo conté. En el sueño, él y yo estábamos
allí mismo, durmiendo, en su habitación. De pronto, unos hombres con pasamontañas y
ropa de camuflaje y así como con pinta de actores porno de Hungría o de Serbia, entraban
en la casa rompiendo las ventanas y tocando silbatos. Nos agarraron a los dos y empezaron
a darnos de hostias. A mí especialmente. Creía que me mataban, sentía la presión fuerte en
la garganta durante el sueño, idéntica a la vida real, o a como me imagino que es eso en la

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vida real. Pedí ayuda a mi chico, que estaba siendo apaleado por otros dos tíos, y mi chico
se concentró mucho y miró muy fijamente a mi torturador y de pronto a mi torturador le
estalló la cabeza como si hubiera tenido una bomba dentro y cachos de cerebro y corteza
craneal cayeron sobre mí como si fueran sobras de sandía. Entonces me desperté.
Recuerdo que estuvimos un rato pensando en el sueño, cada uno por su lado, mientras
hacíamos el desayuno. Él freía sus tostadas cuando de pronto me miró muy serio y me dijo,
Tienes que ser más autónoma, eso es lo que significa el sueño, no es bueno que sientas
tanta dependencia. No siento ninguna dependencia hacia ti, le respondí yo. Bueno,
entiéndelo si quieres entenderlo, me dijo él.

El celador ha ayudado a la joven a meterse en la cama. Ahora, después de cumplir sus funciones, abandona
el panel.

La joven abandonada y sola habla desde la cama, con la sábana a la altura del mentón.

Unas semanas después llevamos a sus sobrinos al zoo de Madrid y después de visitar el
terrario y de ver a las pitones albinas abrir la boca le miré y le dije que no podíamos seguir
viéndonos y salí corriendo, pero literalmente corriendo de allí.

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3. La era del porno.

El bebé llora.

El director, asiéndose su batín a la cintura, se acerca nuevamente al corralito y mira en su interior. No hace
nada. Espera a que el llanto termine. Y después de un largo minuto, el llanto termina.

El director mira y habla a público.

EL DIRECTOR.- De chaval me era dificilísimo ver porno. Sabía que existía, claro, pero
era tan inalcanzable como el cielo de los curas. Un día los chicos del catecismo y yo vimos
unas postales que se había traído no sé quién de la mili, en las postales aparecían tías
buenas vestidas, y según cómo las movieses, a un lado o al otro, la ropa desaparecía y las
tías quedaban en bolas. Yo casi no me había tocado hasta entonces. Me habían enseñado a
desconfiar de la dureza de mi polla como se desconfía de un cuchillo recién afilado, y claro,
veo a esas mujeres con las piernas abiertas enseñando el pelo prohibido y por poco agoto
mis reservas de lefa allí mismo. Tenía quince años, así que imaginaos la lefa. Yo creo que
hay que intentar sacársela de encima mucho antes, es horrible aguantar hasta los quince.
Cuando te has corrido por primera vez, ya sabes que eso te va a acompañar toda la vida,
como las cicatrices, y que ese flujo va a luchar siempre por salir. Pues bien, es para ver salir
ese flujo elemental para lo que se hace el porno.

El director toma el biberón vacío del corralito y lo enseña como modelo.

La polla es muy importante. Está en todas partes, en los árboles y en las setas, en las señales
de tráfico y en los pitillos, en los cubiertos, en las azadas, y sobre todo, en el dedo que
apunta y señala, en el dedo que ordena. Podría decirse que una polla es como una orden,
pero al no ser capaz de desviar las miradas hacia lo que ordena, hacia la ejecución de la
orden, como sí haría un dedo extendido, la polla acaba por ser la orden que no puede
sustraerse de sí misma, la orden en estado puro y originario, al menos hasta que esa orden
estalla en lefa. Es el símbolo absoluto del poder, tan absoluto que es estéril, porque para ser
fértil no sólo tiene que lanzar un buen esperma, sino que tiene que lanzarlo en el sitio
indicado, en el interior de un cuerpo, en la sombra, allí donde la polla no puede ser vista en
toda su gloria. Hablamos entonces de la fascinación que ejerce una polla tiesa, estéril y
perfectamente visible desde cualquier lado como de la tiranía del porno. Tanto más tiránico
será el porno cuanto más larga y gorda sea la polla o las pollas involucradas en él. Hay
mucho de nosotros trabajando a un nivel inconsciente, y una polla erecta es como una

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orden inmediata, una polla erecta pide ser friccionada y liberada de su fluido, como sea, e
incumplir esta orden es fracasar en la práctica pornográfica y en la práctica de la vida.

Silencio.

Todos sabemos que, sin un recipiente, la energía se dispersa. Por eso los agujeros también
le importan al porno, y mucho. Pero los agujeros no pueden atraer el poder hacia sí
mismos durante mucho rato. Como ya dijimos, la eyaculación se da fuera. Se pierde. Lo que
ha estado recibiendo todo ese rato al final es privado de la descarga, y así su espera es
infinita, como infinito nos parece también el camino que conduce a un cambio profundo.
Los actores porno dejan de empujar cuando sienten que el semen está a punto de brotarles,
la clásica marcha atrás, y se pajean fuera hasta que se corren. Aquí hay distintos niveles, el
semen puede esparcirse sobre el culo o el coño que estaba siendo penetrado, o sobre la
espalda, la axila, el vientre, las tetas, la planta del pie, pero lo más significativo es correrse
en la cara, allí donde se expresa el espíritu del que recibe, allí donde su voluntad parece más
arrasada. Digamos que el juego de poder pornográfico alcanza en este momento su clímax,
porque la polla quiere borrarlo todo con el brotar de su semen, exige la disolución del otro
e incluso reclama, de pronto, una distancia aún mayor, una soledad triunfal. Esto es algo
que todos experimentamos al corrernos, y si no, cuando vayáis a casa y os pongáis la
porno, comprobad cómo después de eyacular vuestra primera reacción será interrumpir las
imágenes lo antes posible, como con vergüenza. Ese momento, aunque sólo dure una
fracción de segundo, es una fracción de segundo poderosísima, es el miedo al vacío que
deja la energía liberada, el lugar al que vamos como castigo o como premio, que en el
fondo no es más que el lugar del que ya veníamos antes. No hay que enfadarse. Es
importante no enfadarse. Antes que violencia, somos el vacío sobre el que la violencia crea.

El bebé interrumpe con un leve berrinche. El director planea su mirada por el interior del corralito, sin
soltar el biberón de la mano.

Por pequeño y estrecho que sea, nada transmite mejor el vacío que el agujero. Una polla
que busca un agujero es como un ser errante que busca su origen sin saber que no puede
volver nunca al lugar de origen si no está muerto. Hay varios tipos de agujeros: por el que
todos nacemos, por el que todos cagamos y por el que todos nos comunicamos. Estos tres
clásicos de la penetración componen una santísima trinidad del porno con lubricidades
distintas que en el fondo son una sola. Si la polla en su turgencia máxima es lo que se
destaca sobre el vacío con la intención de dominarlo, o de entenderlo, el agujero es lo que

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recibe todas las intenciones, asimilándolas en una misma impotencia. El agujero es flexible,
porque suyo es todo. Puede dilatar su tamaño considerablemente para dar cabida y salida a
todos los ímpetus. Cuando se desgarra, el vacío no se desgarra con él. Por eso el agujero
siempre estará un punto por encima de los que quieren penetrarlo, así como la obediencia
encierra más poder que la orden, porque mientras que el amo se deleita en la
transformación de la materia, el sumiso ya tiene todas las transformaciones en sí mismo y
no se jacta de ellas.

Silencio.

El sexo es lo más importante de nuestras vidas, y también lo que más desconocemos de


nosotros mismos. Creemos que tenemos sexo cuando en lugar de eso reproducimos una
peli porno. Si no lo sé yo, que he dirigido cuatrocientas veintidós películas, casi el triple de
las que hizo John Ford, quién lo va a saber. Mira, (al bebé, señalándola con el biberón), tú vas a
conocer a un chico o a una chica que te guste y lo primero que va a pasar es que os vais a
dar unos besitos, luego vais a pasar al cuello y desde ahí vais a descender a los pezones,
luego vuestras manos explorarán partes insustanciales del cuerpo del otro hasta que os
centréis en los genitales, entonces habrá un amago de masturbación más o menos largo al
que seguirá la felación o el cunnilingus, prolegómeno del que, si muy poca gente puede
abstraerse hoy día, es gracias al porno o por culpa del porno, y ya con la polla lubricada por
efecto de la saliva, viene el condón y la penetración, o la penetración sin condón si es
bareback, el perrito, el misionero, me corro, me corro, marcha atrás, lefazo, beso, ducha,
tienes mi teléfono, sí, lo tengo, adiós. Eso es porno. Lo que yo recuerdo del sexo es otra
cosa. Me tiré a la primera tía con diecisiete años. Una señora. España estaba abriéndose a lo
que alguna gente insiste en llamar democracia, y aunque mi padre me amenazaba con no
dejarme volver a entrar en casa si salía a alguna manifestación o me juntaba con maricones,
yo salía, iba a todas partes, veía a la gente entusiasmada y aterrorizada con la flacidez de la
polla de Franco, con el desgarro del agujero español, y esta señora con pieles, seguramente
casada y con hijos, una mantenida de la alta sociedad, entendió que podía permitirse
aquello, y se acercó a mí y me puso la mano en el paquete y luego me llevó a su casa y me
dijo que teníamos que hacerlo antes de las seis y media de la tarde, y aunque lo hicimos
rápido, a contrarreloj, lo hicimos, y cuando uno tiene sexo de verdad no se siente mejor
consigo mismo después de hacerlo, no guarda la corrida o el orgasmo como un trofeo en
un podio olímpico donde no cabe nadie más, no, se desintegra, el sexo de verdad
desintegra. Y en ese vacío no hay pollas, no hay agujeros, hay más sangre y víscera que piel,

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y lo único con lo que puede compararse es con la muerte, y yo deseo que tengas más sexo
que porno en tu vida, hija mía, porque ésa es la dirección del cambio, deseo que el sexo te
rompa y que la vida te rompa porque eso es lo que hace el amor y todo lo demás es
mentira.

Silencio. Sonríe afectuosamente al bebé. Vuelve a mirar y a hablar al público.

No puedo decir que haya vuelto a tener sexo desde que empecé con el porno, ni siquiera si
eso es posible ya para mí. Hay veces que lo echo de menos. Pero como ya sé que todo
quiere volver a su origen, también sé que no volveré a empalmarme como cuando vi los
cuerpos cubiertos de vapor de mis hermanas gemelas al salir de la bañera, no sentiré algo
tan puro y pleno hasta que no me llegue el momento de irme de aquí. La muerte es ese
inmenso placer con el que nadie fantasea y por eso a todos nos sorprende, no sólo cuando
entra en escena, sino cuando nos excita haciéndolo. La muerte tiene una condición
pornográfica tan importante como las pollas y los agujeros, pero hablemos primero del
porno comercial, y luego ya nos detendremos en el snuff… que no es más que imaginación
al servicio de un poder absoluto.

El director lleva el biberón vacío a la mesa del fondo y empieza a preparar otro contenido de leche en polvo.

Con veintipocos años conocí a una tía, de fiesta, y la tía me dijo que hacía sesiones de fotos
para Interviú y cine para adultos, y yo le dije que me parecía de puta madre, claro, ¿qué me
iba a parecer? Estuvimos follando como conejos durante un tiempo hasta que le dio por
presentarme a su jefe, o a su chulo, un falangista de sesenta años adaptado a los modos de
la nueva era, y el falangista me preguntó, ¿A ti te gusta follar, no?, y luego me preguntó, ¿Tú
no tienes problemas para que se te levante, no?, y luego me miró de arriba abajo, y me
preguntó, Puedo verte desnudo, ¿no?, y bajo su mirada crapulosa gané mi primer sueldo, y
recomendado por él fui a ver a una gente que tenía despachos y estudios de grabación y me
hicieron las mismas preguntas para acabar desnudándome otra vez, me hicieron llenar unos
frasquitos, me explicaron una serie de cosas sobre las que no tenía ni idea entonces, el
bondage, la triple penetración, todo eso, y yo decía a todo que sí y que muy bien porque
nunca me habían pagado tanto por lo que me parecía tan poco esfuerzo. Entonces era el
boom del soft-porn hispánico, y yo estaba muy guapo y me encantaba follar. ¿Qué mejor que
ganarse la vida echando polvos?, pensaba. A veces el sexo era simulado, como en las pelis
que tenían trama erótica y trama policial paralela, con alguna estrella al frente como Emilio
Gutiérrez Caba, pero otras veces tenía sexo de verdad. Cuando vieron que se me daba bien

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y que me iba la marcha me centré exclusivamente en mi género, el porno. Y follé tanto que
alguna vez tuve problemas circulatorios en la polla y tuvieron que darme de baja. Qué
polvazos eché en los ochenta, madre mía. El porno te lo pone todo bastante fácil para
follar con tías buenas y con tíos de puta madre sin mancharte con los flujos y las heces de
la fisiología humana, aunque siempre es preferible follar de otra forma o excitarse por otra
vía si está al alcance de uno. El porno, al fin y al cabo, es una extensión del mercado, y sirve
para que el deseo sexual se normalice en consumismo y resignación, y no se oriente nunca a
la creatividad, a la destrucción y al cambio. No creo que haya que condenar al porno por
eso, sino asimilarlo, y ver contra qué puede llegar a estrellarse, tarde o temprano. El porno,
hoy por hoy, es inevitable. Es lo que somos y en lo que vamos a morir, es nuestro lenguaje
y el café con el que nos imaginamos más espabilados por las mañanas. El porno es
institucional y sistémico, lo mismo que el sexo de una actriz se abre para revelar sus
misterios de carne, el estado democrático de derecho está perfectamente abierto para que
pasemos por su tubo sin más, y nosotros no lo dudamos ni un momento y pasamos
primero la lengua por su cortina de oportunidades, así, y cuando ya está húmeda le
metemos un dedo al porvenir y revolvemos dentro, así, nos lubricamos con las babas de
uno y otro lado y así avanzamos con más dedos y al final el bienestar nos dilata sus puertas,
penetramos, y todo es tan claro y al mismo tiempo tan invisible en nuestra condición
pornográfica, todo tan obsceno y tan impenetrable, que sólo puede conducirnos al
conformismo, al provecho personal que podamos sacar de la película de nuestras vidas, a la
lefa, sí, porque el porno es el despotismo de unas pocas pollas y la orden resumida en lefa
sobre ese bosque de culos que somos todos nosotros, la inmensa mayoría de nosotros,
puto bosque de culos abiertos al cielo.

El director calienta de nuevo el biberón en el microondas.

La joven abandonada y sola se incorpora en su camastro y mira con atención a su alrededor, como si
estuviese sintiendo la cercanía de alguien o de algo.

El director retira el biberón del microondas y vuelve al corralito, donde toma nuevamente al bebé entre sus
brazos. Continúa hablando con ella mientras le da su comida.

La joven abandonada y sola saca las piernas de debajo de las sábanas y se sienta en el borde de la cama.

Hija, igual te haces mayor y piensas que hay una alternativa al porno, pero no la hay hasta
que el porno no se haya agotado a sí mismo completamente. Y eso todavía te parecerá muy
poco probable cuando tengas la edad de apreciarlo. Así que acepta el porno, qué otra cosa

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puedo decirte, acepta el porno en todo, en tu familia, en tus padres o en tus amos, en las
escuelas, en las canciones que más te gusten, en el trabajo si alguna vez lo tienes, y acepta el
porno sobre todo en tus amantes y en tus hijos y en los que te sobrevivan. Vive la era del
porno…

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- ¿Mamá?

EL DIRECTOR.- …porque sólo aceptándola nos hacemos libres.

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4. El mundo como podría haber sido.

Campo sonoro de jadeos pornográficos.

La joven abandonada y sola se levanta de la cama y camina, muy lentamente, hacia el proscenio. Se asoma
a la ventana. Está prácticamente anocheciendo. Queda muy poca luz en el cielo.

Se sienta y enciende una lamparita de pie. Toma el libro de tapas negras y lo abre. Pasa varias páginas
distraídamente, sin leer.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Quedamos… un jueves, me acuerdo, sí, un


jueves a las siete y media de la tarde, en una librería de Lavapiés, en la presentación de un
libro de prosa poética que se reeditaba después de cincuenta años. Este libro. El mundo como
podría haber sido. Se titula así. Dicen que es un clásico o un clásico moderno de ésos. Yo no
tenía idea del libro ni del autor. Fui allí sólo para conocer a un hombre con el que quería
echar un polvo. Lo más normal es quedar en un bar o en una plaza, si lo que quieres es eso,
quedar con un desconocido para ver si follas o no follas, pero el tío que me contactó
después de ver mi perfil quería ir al sitio éste y a mí me pareció original. De hecho, me
excitó un poco. Por las fotos se le veía bien. Se le veía fuerte. No parecía que tuviera
cuadraditos pero sí una espalda ancha, y al final lo que yo busco siempre es que me cubran
bien. Una vez en la librería, vi que era un hombre guapo, a secas, y no demasiado grande.
Con esto quiero decir que no era del tipo espectacular, pero sí agradable a la vista. Había
allí un montón de gente mucho más guapa que él. Yo no sabía por qué había tanta gente
guapa alrededor de un libro. Nos sentamos y hablamos un rato antes de la charla con el
autor. Él me contó que también escribía, que hacía libretos para obras de teatro y que había
estado dos meses con gripe ese invierno y que había roto con una novia hacía poco y que la
ex también escribía teatro, como él. Yo le conté que era huérfana, víctima de abusos
sexuales en la infancia, drogadicta, y muy, muy desgraciada. En ese momento, llegó el
autor. Hubo aplausos y una señora de la primera fila lloró. El autor se sentó y miró a todo
el mundo con cara de autor. El mundo reconoció su cara de autor y se estableció un pacto
mudo e invisible entre el mundo y el autor, por el cual todo lo que fuese a suceder allí
estaría a salvo de la violencia y a salvo de la vida. Todos callamos y el autor leyó en voz alta,
directamente, sin presentarse ni saludar ni nada, él leyó, alto y claro, (lee), La tierra podría
haber sido fértil e incansable, como una prostituta dormida, y guardó silencio, y luego leyó, (lee) Los
pueblos podrían haber sido espejismos en la corteza del tiempo, y guardó silencio de nuevo, un
silencio más enigmático que el anterior, mucho más, un silencio con la intención clara de

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llenar algo, y luego siguió leyendo, (lee) Las sociedades humanas podrían no haber existido, al no
brotar nunca de su barro la flor de la permanencia, y guardó silencio otra vez, esta vez un silencio
emocionado, un silencio de ésos con sabor a besos que diste y que ya no puedes seguir
dando, y luego leyó, (lee) Los padres podrían haber tomado a la naturaleza del mismo modo que toman
a un bebé entre sus brazos, porque en todo está el útero, y en todo hay nacimiento, las madres podrían no
haber bajado nunca de la montaña, podrían no haber participado en el espectáculo de su sexo, los hijos
podrían haber sido propiedad de sí mismos, o ni siquiera eso, cuerpos sin personalidad, cuerpos asombrados
y atentos hasta el momento de la caída, y entonces el autor cogió agua, agitó el vaso como se
agita el vino en la copa y bebió dos sorbos, el autor tenía ochenta y tres años y era veterano
de una guerra, no sé de cuál, y luego siguió leyendo, (lee) Las palabras podrían haber sido útiles
para distinguir una seta comestible de otra que no lo es, una fruta que madura en invierno de otra que lo
hace con la llegada del calor, pero en lugar de esos gritos tuvimos arte, en lugar de vivir tuvimos algo que
contar.” El autor miró a la mujer que lloraba en la primera fila, frunció el ceño y cerró el
libro. Aplausos. Más aplausos. Luego se abrió el turno de preguntas pero no hubo
preguntas porque todo era incontestable en su belleza y en su verdad, todos lo sabían,
alguno incluso se había empalmado. El autor se levantó y dijo que iba a beber un vinito,
con nuestro permiso. Yo miré al dramaturgo y el dramaturgo me miró a mí. Por la
intensidad un tanto estúpida de nuestras miradas decidimos que nos habíamos gustado, así
que compramos el libro. Los dos. Yo me compré éste y él otro. Hablamos con el autor.
Nos dijo que no sabía nada de su libro, a esas alturas, y por eso siempre hablaba de otras
cosas cuando la gente se acercaba a preguntarle lo que fuera. Así que hablamos sobre el
Uno Cósmico usando la metáfora del vaso con agua de mar. Es decir, somos granos de sal
disueltos en una unidad (el agua) que desconocemos. Nos firmó el libro a los dos y después
ya me fui a casa del dramaturgo a follar, que era para lo que habíamos quedado. Lo hicimos
sin condón al principio, tan encendidos que estábamos, y luego ya se puso uno y lo
volvimos a hacer y recuerdo que después fui a la cocina a beber un vaso de agua que me
supo a mar y todavía no me lo podía creer. Aún tenía temblores de orgasmo en la cabeza y
en las piernas. Sabía que estaba pasándome algo raro desde la cita en la librería y tenía
miedo y ganas de seguir corriéndome, así que volví a la habitación a ver qué descubría de
mí revolcándome con él.

Silencio. Deja el libro en el suelo.

El director, que ha estado dando de comer al bebé, lo deja ahora en su corralito y vuelve al fondo.

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Nos casamos. Yo ya pensaba que no lo iba a hacer nunca y él seguro que pensaba lo mismo
porque ya os dije que no era nada del otro mundo el chaval. Nos llevábamos muy bien. Sí.
Él hacía sus cosas de dramaturgo por la mañana hasta la hora de comer y luego salía a dar
una vuelta y luego a consumir cultura o a consumir cualquier otra cosa hasta la hora de
cenar, si le apetecía me llamaba y bajaba a tomar algo con él, a veces cenábamos unas tapas
y nos pillábamos un puntillo de pedo, aunque fuera entre semana, y luego el porro de
buenas noches y a dormir como angelitos. Yo no hacía nada. Él cobraba un buen dineral
con encargos que tenía y cursos que daba y no sólo no le importaba mantenerme, sino que
necesitaba mantener a alguien para no sentirse del todo mal con su pequeña riqueza, para
no sentirse muy mezquino, muy alejado del ideal progre que tenía con veinticinco años. Yo
podría haberme sacado una carrera mientras tanto, pero ni eso. Lo máximo que hacía era ir
a presentaciones de libros, escuchar a los autores, comprar los libros, leerlos en casa y
criticarlos con mi marido el dramaturgo. Me sentía muy bien. Estuve muy bien durante los
cinco primeros años. Hacíamos cenas con suegros y todas esas cosas. Quedábamos con
amigos y preparábamos cenas cada vez más elaboradas para no tener que hablar de otra
cosa que no fuera la comida y los matices de la comida. Cosas muy normales. Yo nunca
había tenido nada normal. Me sentía tan cálida y tan a gusto en la normalidad que la
hubiera defendido con cualquier arma a mi alcance, sin dudarlo. Creía en aquello porque ya
no me veía dependiendo de un hombre, sino dependiendo únicamente de su dinero. Era un
avance. Para mí, todo un avance. Estaba sobreviviendo, y lo estaba haciendo en la dirección
correcta.

El celador entra, ve a la joven abandonada y sola en el proscenio y se acerca a ella dando grandes zancadas.

Algo tenía que torcerse. La vida sorprende en muchas cosas pero no sorprende en su apego
a los cambios.

El celador extiende los brazos y espera, invitando a la joven a incorporarse. Ésta mira la cama y luego
mira a través de la ventana. Ya es de noche.

No voy a poder dormir. ¿Puedo tomarme dos con una infusión?

El celador asiente con la cabeza y va hacia el fondo a preparar la bebida y la medicación. La joven
continúa hablando al público.

Me quedé embarazada. La verdad es que no siempre habíamos puesto todas las


precauciones. Es algo que vas dejando. El dramaturgo y yo nos sentamos a hablar de la

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existencia o no existencia de un hijo común. Me alegró ver que él tenía tan poca gana de ser
padre como yo de ser madre. Su postura, de hecho, era mucho más profunda y radical que
la mía. Le parecía aberrante el número de personas que aún viven en el planeta y la forma
que tenemos de multiplicarnos. Más que aberrante, irresponsable. Ésa era la palabra. La
palabra de un autor. Vi al autor en él, y vi a nuestro hijo nonato sentado en la presentación
de un libro, esperando su turno para preguntar, un turno que nunca llega. Estaba todo
claro, en principio. Pedimos cita en la clínica y cada uno volvió a lo suyo, él a sus cosas de
dramaturgo y yo a lo mío. Pero la relación se deterioró mucho a partir de entonces, o igual
ya estaba deteriorada de antes. De repente, me costaba decirle cosas, hacerle cosas, hasta
mirarle, por miedo a que me mirase de vuelta. Todo lo que tenía que ver con él me cansaba
tanto que me fui un mes de viaje, a Turquía, para desconectar. Cuando volví, el dramaturgo
se había ido a dar una conferencia a Santiago de Chile. Cuando volvió, yo aproveché para ir
a ver a una amiga enferma que estaba terminal. Cuando volví, él aprovechó para ir a ese
festival de cine al que siempre había querido escaparse. Y para cuando quisimos darnos
cuenta ya estábamos viviendo otras vidas con otras personas y el fantasma de nuestra
relación ahí en medio, molestando un poco de vez en cuando. En el fondo ya no sabíamos
nada, ni lo que sentíamos ni lo que queríamos. Nada. Y en esta nada nos tiramos un par de
años más. Yo conocí a un actor muy jovencito mientras tanto. El actor quería medrar y yo
quería carne fresca, culos frescos, algo de lo que yo no había podido disfrutar con diez o
quince años menos. Algo que me había negado a mí misma. Era ahora o nunca. Pronto la
gente dejaría de verme, dejaría de ver mi cuerpo para ver solamente mi cara, el peso
horrible de la experiencia en mis ojos. Por eso tenía que follar deprisa y con lo mejor que
pudiera encontrar en el mercado. Este actor se puso hasta el culo de todo lo que había en
mi casa y me folló tan bien que casi veo algo de lo que hay en el interior de las cosas, es
decir, que casi me hago mejor persona gracias al sexo, pero no, de eso nada, a éste también
le acosé durante un tiempo porque no quería nada serio, realmente, no quería mezclarse
conmigo en una solución perfecta, como hacen algunos microorganismos, no quería
follarme todos los días hasta el día de mi muerte, así que le seguí a su casa, a sus ensayos, a
las discotecas por las que salía, a todas partes, así sentía que también vivía con él y no sólo
con el dramaturgo. Eso era importantísimo para mí. Mantener la alternativa siempre viva.

El celador ha traído la bebida y las pastillas. La joven toma la medicación directamente de su mano, como
si fuera un pájaro picoteando semillas.

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Acabó por solicitar una orden de alejamiento. La orden llegó por correo a mi casa y el
dramaturgo la leyó en voz alta desde el salón. A continuación nos pusimos a cenar en
silencio y después de cenar el dramaturgo me miró y se puso a llorar un poco y luego se
puso un disco de sonatas de Scarlatti y ahí ya pensé que se iba a pegar un tiro así que le
llevé a la cama, le desvestí, le hice el amor y luego ya hablamos de dejarlo.

Empieza a beber la infusión. Mira al celador con la más canina de las docilidades.

Se escuchan los cencerros de las cabras y a la mujer del pastor chistando a las que desvían su rumbo del
rebaño.

Nos tiramos casi diez años juntos, aunque lo de ‘juntos’ sea sólo un decir. Diez años. Diez
años en los que podría haber hecho otras cosas con mi vida. Podría haber pensado un poco
más en mí misma, haberme presentado a una oposición de ésas que lanza el gobierno a
veces, no sé, algo. Podría haberme ido a vivir fuera para aprender inglés. Siempre quise ser
bilingüe. Podría haber estado con muchos más tíos porque está claro que yo he ganado con
los años, podría haber tenido muchos más líos en el momento ideal para tenerlos, en un
momento en el que no estaba ni tan verde como cuando tenía veintitantos ni tan vencida
como estoy ahora. Tendría que haber brillado en ese margen que te da la vida. Pero me
acabé yendo a un hotel cuando los trámites del divorcio se hicieron insufribles y desde la
ventana del cuarto del hotel, muy parecida a la ventana de este cuarto, vi el barullo de años
dolorosos que acumulaba y el color apagado de mis manos, de mis nudillos, contra el
cristal, unas manos que aún querían sostener y arañar cosas en las distancias cortas.

El celador acaba por levantar a la joven de su silla y la conduce de nuevo a la cama.

Abrí la ventana y entró una buena ráfaga de aire frío. Al ver que no tenía tanto que perder,
y viendo que el frío me obligaba a una acción profunda, me lancé y me estrellé contra el
cemento duro de la calle.

La joven abandonada y sola se mete en la cama. El celador abandona su puesto.

Ahora ya no soy real. Ahora sólo vivo en el mundo de lo posible.

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5. Una casa en el campo donde no pueda llegar nadie.

Ella protesta mucho de la injusticia del procedimiento.

“¡Si fuera justo”, dice el duque, “no nos haría empalmar!”

MARQUÉS DE SADE. Las 120 jornadas de Sodoma.

Suena ‘No hay futuro’, del grupo de punk RIP.

El director de cine pornográfico prepara otro biberón más y lo calienta. El bebé llora y compite en gritos con
el volumen de la música.

La joven abandonada y sola duerme de costado, la cara contra la pared. La mujer del pastor aún no ha
vuelto del campo, pero en su panel ya se empieza a ver cómo declina el día.

Con el biberón ya en su boca, el bebé deja de chillar y la música de sonar.

EL DIRECTOR.- Un día dejé de follar, pero sólo con la condición de que fueran otros los
que follasen por mí. Me hice director, productor y guionista. El principio del poder
absoluto. Tuve que hacer porno vulgar durante algunos años, el tiempo justo para hacerme
con una corte de fieles que admirase mi forma de trabajar, mi sensibilidad, mis tiempos,
porque yo les daba mucho tiempo a los actores para que se hiciesen sus lavativas y sus
friegas con aceite, les ponía música relajante y les daba caramelos de eucalipto entre toma y
toma. Así se fueron cobijando muchos de ellos bajo mis alas, como quien dice, porque les
trataba realmente bien, mucho mejor de lo que se suele tratar a este tipo de ganado en la
industria, a veces incluso les escuchaba, me sentaba a su lado y ellos me hablaban de sus
inseguridades físicas, de sus líos amorosos, y sobre todo de su miedo a envejecer. Sin
empatizar realmente con ellos, al menos sí les cuidé lo mejor que pude. Era más joven. No
me daba cuenta de que, cogiéndoles de la manita, cada nueva propuesta de película les iba a
parecer más aberrante que la anterior. La mayoría entraron por el agujero, claro, porque
algunos tenían casas y pensiones alimenticias que pagar, y tampoco podían dejar el folleteo
y la coca que yo les daba así como así. Sin drogas no hay porno. Al menos no el porno que
me interesa. El porno que acelera el fin.

Silencio.

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Con esta dinámica humanitaria y cercana de trabajo sacamos más de cien películas en tres
años, se dice pronto, y alguna trilogía memorable también, la del pueblo de las tullidas
estaba bien, iba de un tío con un rabo de veintiséis centímetros que había luchado en una
guerra cualquiera, y se encontraba separado de su destacamento y perdido en mitad de un
bosque (suenan los cencerros de las cabras), de pronto el tío se encuentra con un rebaño de
cabras que le guía hasta la casa de un pastor, y dentro de la casa del pastor, el grupo de
mujeres más espantosas que uno se pudiera imaginar, viejas, tullidas, enfermas, mal hechas
y mal devenidas, todas fugitivas de guerra, un show, claro, el tío estaba tan salido por no
haber podido meterla en ningún lado durante meses que se las cepilla una a una, la
contemplación de su fealdad y de su dolor le excitaba tanto que a algunas no les daba un
segundo de respiro, ellas asumían eso como un castigo por su malformación pero también
como el único placer que podrían llegar a sentir nunca, la intensidad de la película resultó
ser muy notable, hubo más violencia en la tercera parte, pero ¿qué era un dedo o una teta
menos allí?, me censuraron mucho, muchísimo, no volví a hacer porno comercial nunca,
cosas sencillitas y amables como verse en un gimnasio o en un parque y luego follar en un
hotel, se acabó, todo eso se acabó para mí, me vedaron, por suerte, me demandaron, tuve
que esconderme durante un tiempo, llevo escondido desde entonces, realmente, pero
aquella fue mi primera gran obra maestra, y el porno que no mata a sus modelos y que no
mata de raíz la inocencia del espectador es porno hipócrita que se tapa los ojos ante el gran
cambio.

Silencio. Mira al bebé.

Tragona. Es lo último que te voy a dar esta noche.

Mira y habla al público.

Mis clientes actuales no tardaron mucho en encontrarme. Yo vivía en una pensión,


entonces. En el extranjero. Se corrió la voz de que ocupaba un cuarto en aquel sitio, y
quien quisiera contactarme podía hacerlo allí, con total discreción. Uno de los primeros
encargos que tuve como director freelance define mejor que ningún otro la esencia y la
necesidad del porno snuff en el que estoy especializado ahora. Mi cliente, un hombre con
una imagen pública muy importante, sentía, según él, una cosa rara hacia su madre, y por
tanto, odiaba a todas las mujeres de cincuenta a sesenta años que tienen hijos o nietos y
salen todos los días al mercado y a la farmacia y tienen varices en las piernas. Su víctima era
ese tipo de mujer. Le recordaba a su propia madre, a la que no podía poseer y luego

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destruir aun teniéndola al alcance de su mano. Quería que le consiguiese a una ‘actriz’ de
esas características para poder representar una pelea en una cocina que terminase en
violación, muerte, despedazamiento y luego otra vez violación con los restos. Me describió
todos los detalles. Me suplicó que entendiese. No sabía con quién estaba hablando,
verdaderamente, porque si alguien podía entenderle en el mundo ése era yo. El hecho de
que una persona desee escenificar un acto sexual y violento para degradar a otra es, ante
todo, simbólico. Un desvío de una cosa que importa mucho, demasiado, hacia otra que no
importa nada en absoluto. La madre sale viva de esta historia, porque un hijo puede no
querer violar y apuñalar el agujero del que ha salido, pero sí puede violar y apuñalar otro,
un sustituto. Tanto más importante será el porno snuff cuanto mayor sea el número de
personas salvadas en el trasvase simbólico. Una monja o dos pueden ser la suma de todas
las monjas, un solo anti-sistema puede concentrar en sí mismo el odio a todos los anti-
sistema. Eso es sacrificio ritual, a un nivel mucho más puro que en el porno convencional,
un auténtico retorno a nuestros orígenes y un paso de gigante hacia nuestra disolución
definitiva. Yo lo registro con dos o tres cámaras, unos focos, una mesa de sonido y un
poco de maquillaje, y en el clímax de la abominación nos alejamos todos de un peligro aún
mayor, que es el peligro de la violencia incontrolada. Mi trabajo consiste en reducir la
violencia al mínimo. No podría hacer lo que hago si no lo viera de esta forma. Al fin y al
cabo, todo es perspectiva.

Silencio.

Trabajar para ese hombre me impactó de tal modo que no vi la hora de ponerme manos a
la obra con mi propia circunstancia. Yo ya estaba obsesionado con hacer otra trilogía en la
naturaleza. (Vuelven a sonar los cencerros de las cabras). Quería encontrar el lugar más hermoso y
encantador en el bosque más preñado de vida y conjurar al mal allí mismo. En una casa de
campo. La misma casa de campo que me acompaña a todas partes. Una casa de campo
donde no pudiera llegar nadie, y de donde no pudiera escapar nadie. Y la encontré. No
podía no encontrarla, puesto que nunca había salido de ella. Así es que preparé la madre de
todas las orgías. Ninguno de los invitados, ignorantes de su destino, sabía por qué yo había
invertido tanto en esa bacanal, pero la gente no desprecia los placeres al no entenderlos,
todo lo contrario, se lanzan más ciegamente a ellos, como las bestias que son. Había muy
buen material allí. De lo mejor. La primera noche, les dejé follar entre ellos, que se lo
pasasen bien, que comieran y bebieran lo que quisiesen. Al día siguiente les hice un café

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con ketamina que los dejó a todos paralizados en el suelo. Entonces hice pasar a los
caballos.

Retira el biberón. El bebé protesta, pero muy débilmente, y sólo durante unos pocos segundos.

Ésa fue mi segunda obra maestra. Si a los directores de cine snuff nos entrevistasen en
revistas especializadas y nos preguntasen por tal o cual película de nuestra carrera, yo diría
que con esta trilogía quise expresar mi perfecto vacío interior y mi desconexión emocional
con la familia y con todo aquello que sirve para estructurar el afecto en cárceles. Aniquilar a
toda esa juventud que no me había hecho ningún mal, algunos de ellos incluso todo lo
contrario, podría parecer solamente un asesinato múltiple, al servicio de una élite sádica y
clandestina en la que me incluyo, pero se trata, en el fondo, de mucho más que un crimen.
Es un ejercicio de poder. El poderoso no se deshace de lo que le sobra ni se venga de sus
padres como lo haría cualquier desgraciado. El poderoso exhibe su poder. No tiene por
qué ser una exhibición a muchos. Basta con que se limite a sus víctimas antes de rematarlas,
o a un solo espectador con criterio. Pero debe exhibirse, debe manifestarse con rotundidad.
De lo contrario, no infundiría miedo. Y es el miedo, fundamentalmente, lo que da proteínas
al poder.

Silencio. Mira al bebé, que está prácticamente inmóvil y ya ha dejado de sollozar hace un rato.

Hija, ¿sabrás algún día que yo producía miedo?, ¿que tu padre pudo destrozarte y no lo hizo
porque podía sacar el triple de lo habitual con tu venta? Uno no vende a su propia hija por
calderilla.

El director deja al bebé en el suelo. El bebé no se mueve ni emite sonido alguno. Mientras el director sigue
hablando, saca del corralito los peluches y las pelotas que hay dentro y luego le da la vuelta y lo pone boca
abajo.

Llevo demasiado tiempo dirigiendo como para no adelantarme a las situaciones difíciles. Es
normal pensar que existe un alimento común que nos iguala en el plano de la
supervivencia, un proyecto común, una misma dirección, una creencia compartida en las
virtudes de la democracia, una moral para todos, pero de momento lo que existe es una
droga para todos que en el mejor de los casos nos insonoriza y nos deja quietos. Como tú
ahora. Así el envío se hace sin mayores inconvenientes. En cuestión de minutos ya no
estarás aquí.

El director toma nuevamente al bebé, lo agita y lo lanza en el aire: no reacciona.

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Estamos listos.

El director deja al bebé petrificado sobre el corralito dado la vuelta, coge un cartón y un rollo de cinta
adhesiva del fondo del panel y se pone a plegar el cartón para hacer una caja. Cuando la tiene hecha, mete
al bebé dentro con un libro de instrucciones y una factura. Luego cierra la caja.

Durante toda esta acción, el director sigue hablando.

Tengo otro cliente en esferas muy altas que posee más de cien canales porno a la vez
emitiendo vejaciones para él solo las veinticuatro horas del día. El concepto de ‘zapping’
tiene, en este caso, todo el vértigo de un apocalipsis bíblico o de una revolución de las
masas. Estuve en su despacho una vez. Me recibió muy cordial y me enseñó lo que estaba
viendo en ese mismo momento, en directo desde El Cairo, y yo me sentí muy raro, no sólo
por lo horrible de las imágenes, un cenagal en el que no me hubiese metido ni yo, sino
porque el porno es privado por definición, y querer compartirlo es querer adelantarse a
algo para lo que no estamos preparados aún, que es el fin de las diferencias. Todavía queda
mucho conflicto por escarbar, mucho. Sin embargo, fingí que me encantaba ver aquello en
su compañía y le vi menearse la polla durante media hora larguísima hasta que empezó a
cambiar de canales como un loco, el típico atropello de imágenes cuando ves que no te
acabas nunca de correr. Pero aquello no era casual. Mi cliente estaba buscando algo
concreto, hasta que lo encontró. Se trataba de publicidad, el anuncio de una saga de sexo
caníbal que se estaba rodando en Siberia. Reconstrucción histórico-pornográfica del
estalinismo, próximamente, decía la promo. Eso sí me estimuló. Se puede hacer
pornografía con los campos de concentración de cualquier época, susurró mi cliente, y
luego dibujó una sonrisa anchísima en su cara. Una sonrisa atemporal. Para eso me quería.
Por suerte, me asignó la recreación de la dictadura paraguaya y no la de la Alemania nazi.
Odio la estética nazi. Está superadísima. Y en cambio, hay mucho que decir todavía sobre
Latinoamérica.

Sonido de cabras entrando en su redil. El director ya tiene al bebé metido en una caja bien embalada. Lo
deja ahí, y se retira al fondo.

Los colores de la tarde van filtrándose por la ventana del panel derecho. El pastor, todavía tendido en la
cama, todavía vivo, se revuelve bajo las mantas y gime con un dolor punzante.

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La mujer del pastor vuelve de la faena. Hace señas y abre portillas a los distintos animales (perros,
gallinas) para que cada uno coma su comida y ocupe su puesto. Se acerca desde el patio de butacas,
visiblemente cansada y con la ropa pegada a la piel por el sudor.

Al entrar en la casa, se queda quieta y observa muy detenidamente al pastor, hasta lo que ve respirar. Una
vez cerciorada de que sigue con vida, se quita la mochila y las capas exteriores del abrigo, coloca las armas a
un lado, limpia la sangre coagulada de los filos de los cuchillos, y luego se sienta para quitarse las botas de
campo.

LA MUJER DEL PASTOR.- Lo prometido es deuda. Vamos a bañarte y a cenar.

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6. La obediencia de la mujer del pastor.

Amanece en el panel central. El neón exterior se apaga y los primeros rayos del sol caen sobre la caja
embalada.

Se escucha de nuevo el aria ‘Schlummert ein, ihr matten augen’.

La mujer del pastor pone a calentar un balde con agua encima de la llama del hogar, y lo tapa para que el
calor no se disperse. Prepara toallas, jabón y ropa limpia para el aseo. Luego va a buscar a su marido y le
ayuda a levantarse.

Cada uno de los movimientos del pastor transmite un dolor insoportable.

LA MUJER DEL PASTOR.- Te voy a incordiar un poco con lo que me ha pasado ahí
fuera con las cabras, espero que no te moleste. Además, necesitas dejar de pensar en el
dolor. No es real. Mira, resulta que las he sacado y las he querido llevar al tomillar, que es
donde dices que tienen más comida ahora, o eso al menos me parecía a mí, pero ellas se
han puesto a correr… vamos, como si llevasen ahí encerradas meses, y han tirado hacia
arriba todo el rato, a las cumbres. Como tampoco sabía muy bien qué hacer me puse a
seguirlas, sin separarme mucho de las que iban delante, claro, a ver dónde se me metían. Y
se metieron en el zarzal, bien adentro. Algunas zarzas son tan altas como encinas, no hace
falta que te lo diga. Al principio no sabía si meterme ahí yo también o no meterme o
rodearlas o subirme a un árbol y tirarles piedras desde ahí o qué, así que al final me senté en
el pasto y me puse a esperar. Tranquilamente. Tú no. Tú te hubieses machacado los
pulmones corriendo de un lado a otro, insultándolas, como si te viera, con toda la cara roja
y el cuerpo encogido por el flato, torturándote por ese machete que deberías haberte atado
al cinturón, o por todo lo que podrías haber hecho y no hiciste. Eso es lo que hace un
hombre, actuar. Si no al servicio de algo, al menos en contra de sí mismo, porque un
hombre no espera, un hombre construye o destruye, una de dos, ¿no es así? Al final las
cabras salieron solas de ahí. Como lo oyes. No te digo que fuera fácil esperarlas, ni mucho
menos. No hay nada sencillo en dejar de hacer algo, y mucho menos en detenerse del todo.
Es dificilísimo. Por eso tenemos que darnos más tiempo que perder. Yo creo que un
poquito todos los días, al principio, para no agobiarse, y luego ya, a partir de ahí, lo que se
quiera. Y si los tiempos muertos no son todavía una necesidad, lo serán, hazme caso. ¿No
sufriríamos menos así? ¿O hubiera sido mejor salvarlas de algo que sólo existía en mi
cabeza? No me contestes, que ya sé lo que te gusta a ti la prevención y la eficiencia y toda
esa mierda. Después hemos seguido monte arriba, hasta los pinares, y luego nos dio por

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cruzar unos prados que parece ser que no son públicos, porque se me acercó un hombre
gritándome que si dónde vas zorra, que si te voy a matar, date la vuelta tú y tus cabras,
puta, esas cosas. Le pregunté que si aquello era suyo y por los sonidos que hizo con la boca
me figuré que sí, entonces le dije que no tenía inconveniente en dar la vuelta o en tomar la
dirección más corta hacia la salida de su terreno, entonces él intentó pegarme en la cara y
agarrarme de la muñeca, igual se imaginaba que iba a tirarme al suelo así, no sé, pero se
quedó un poco avergonzado de repente al ver que no me inmutaba, dejó de chillar y todo,
menos mal, parecía un cerdo degollado, te lo juro, cómo se me pudo meter su voz en la
cabeza, ¿no será amigo tuyo?, porque le dejé de vuelta y media al hombre.

El pastor no contesta.

La mujer del pastor ha conseguido desplazar a su marido hasta el proscenio, cerca de la lumbre, y le está
quitando toda la ropa que lleva puesta para poder meterlo en el balde y bañarlo.

En cuanto se han puesto a comer lo que les ha dado la gana, ya han estado más quietas.
Llegamos a una ladera preciosa con mucho piorno en flor y allí nos hemos tirado casi todo
el día. Hasta nos quedamos dormidas un buen rato, bajo el sol, ellas y yo. Estuvo bien.
Había una luz como de eclipse. Una se rasgó las ubres con un alambre, pero ya se las curé
antes. Es la vieja. Tiene unas tetas que parecen un trapo, las pobres. A otra se la comió el
lobo. Una loba, en realidad. Se la veía bastante desesperada, de otra forma no se hubiese
acercado tanto a mí, así que se la regalé. Las pérdidas siempre son compensadas. Hay veces
que no luchar por la vida de algo es tan necesario como hacerlo apasionadamente. Y
bueno, te preguntarás si alguna más se ha muerto o se ha perdido, pero no, están todas
bien, y los cabritos también. Creo que no necesitan tanta vigilancia. En serio. Creo que
saben dónde está lo que quieren y lo que les hace falta. No es que ellas vayan a ser
conscientes de todo, lógicamente, sobre todo viendo la de salvajes que hay sueltos por ahí,
y no me refiero a los animales… pero aun así es mejor que sea su instinto el único pastor
que tengan. Y no te digo ninguna tontería. Si su instinto les dice que vuelvan aquí a dormir
todas las noches, algo habremos hecho bien. Y si no, es porque no confían en nuestros
cuidados, y ya está. Tan sencillo como eso. Se trabajaría menos y mejor, si conseguimos
comunicarnos así con ellas. Hay que pensar en estas cosas. Bueno, yo al menos tengo que
pensar en estas cosas porque me veo sola aquí en menos de un suspiro y entonces a ver
qué, voy a tener mucho trabajo, demasiado, como para ponerme encima a guiar a unas
cabras que se guían mucho mejor a sí mismas.

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El pastor ya está desnudo. Tirita de frío.

La mujer del pastor coge el balde con agua y lo coloca en el suelo. Lo destapa. Sale vapor.

Sé que no estás de acuerdo con nada de esto, pero ahora puedes decir misa si quieres.
Venga, al baño. Está templado.

El pastor se introduce poco a poco en el agua. Poco a poco se agacha, poco a poco se sienta, hundiendo el
trasero enfermo en el jabón caliente. Su mujer le frota el cuerpo con una esponja dura.

No quiero pecar de arrogante si te digo que a partir de ahora va a ir todo mucho mejor que
antes, porque no lo sé. Igual sí, pero igual no. No se puede anticipar todo. Puede venir un
verano muy caluroso con poco verde y mucho insecto y se les pueden infectar las heridas a
todas las cabras, por ejemplo. En ese caso, si te soy sincera, no sabría qué hacer, como no
fuera dejar morir a las que ya estén muy mal y restablecer a las otras. Aun así, tengo la
sensación de que siempre actuaría distinto a como lo harías tú o a como lo has hecho tú
siempre, con ese miedo constante a meter la pata. Yo no tengo tanto miedo. ¿Lo dudas? A
hostias me habéis quitado el miedo, entre todos. No siempre han sido hostias de verdad,
aunque tú sólo has controlado tu mano cuando te ha salido del pito, seamos francos ahora
que sólo nos ve y nos escucha la muerte. Con tu dureza y tu autoridad me hiciste perderle
el poco miedo que aún le tenía a todo. Venía de una casa demasiado violenta. Ésta que
fundamos tú y yo no iba a ser más que una copia bastante inofensiva de la anterior, como
mucho. ¿Tiemblas? (Empapa la esponja y le echa agua por encima). Si alguna vez pensaste que me
tenías encajonada entre estas paredes o entre ese par de manos inútiles que tienes ahora, es
un buen momento para aceptar tu error, porque he podido obedecerte como haría la mujer
de cualquier pastor, pero nunca te creí y nunca confié en tu capacidad y, sobre todo, nunca
te tuve miedo. He esperado pacientemente este momento mientras cuidaba de que no se
nos cayese todo encima, y eso es inteligencia y amor propio, no miedo. He sido una esposa
fiel por mí, no por ti, porque sé mirar de frente a la época de mierda que nos ha tocado
vivir y no he visto mejor opción que ésta. Ahora que la edad te está jodiendo por todos
lados y que la mayoría de nuestros hijos son mayores y viven sus desgracias muy lejos de
aquí, en un futuro que tampoco yo voy a ver, me siento libre, y me hace gracia, sí, como te
dije por la mañana, me hace gracia que sea ahora, cuando ya lo daba todo por zanjado,
cuando ya casi no pensaba en el traspaso de poderes… Es gracioso, sí, y es justo, y es
inevitable que sea ahora, porque rebelarme antes de tiempo hubiera sido estúpido, y no

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hubiera conseguido nada con ello. Ahora lo veo claro. Las pequeñas victorias antes de
tiempo son peores, infinitamente peores que las buenas derrotas.

Silencio.

Quédate con lo bueno, si puedes, porque al menos no puedo decir que no te haya querido
nunca o que no te quiera ahora. El amor está presente, aunque cueste creerlo. Si fuese todo
tan sencillo como para reducirlo al odio, ni tú ni yo estaríamos aquí ahora y tu muerte se
habría dado por otras causas hace ya unos cuantos años.

La mujer del pastor mira a su marido con una perplejidad muy parecida al enamoramiento.

Recuerdas lo mucho que nos queríamos al principio, ¿no? Claro que sí. Te vi entrar en el
bar de mis padres, con tu camisa de los días de baile abierta del ombligo para arriba, y tu
sonrisa confiada desbordando hombría, esa hombría que os salía a todos en el día de paga,
y te deseé de una forma que no he vuelto a sentir, y que sólo he vuelto a ver en los animales
cuando resuelven sus problemas follando o matando. El pelo de tu pecho. Tus manos. Tus
huevos enormes como péndulos de un reloj en un palacete franquista. Esta piel que toco
ahora no es ni por asomo la misma que besaba y lamía todas las noches y todas las
mañanas, ni tu barba tiene el mismo efecto en mí tampoco. Pero han sido mis
herramientas. Lo que me ha sido concedido amar. Y fue sencillo hacerlo, sí. Y entre lo más
gratificante que he sentido estás tú, obviamente, sentándome en tus rodillas y abriéndome
la carne con tu verga hinchada de pastor de cabras. Pasamos buenos momentos así, tú y yo.
Todavía vuelvo a esos claros en el bosque de nuestra juventud y a esas orillas del río Jarama
a pasarme la yema de los dedos por el cuerpo, en honor al sexo que ya no podremos volver
a tener. Hombre, yo a lo mejor tengo otra epifanía o como se llame eso, quién sabe, pero lo
más probable es que sea esta misma mano que ahora te lava el culo la que me dé a mí todo
el placer que aún me queda por vivir, y no me quejo. Doy las gracias. El secreto, amor mío,
está en dar las gracias.

El pastor se incorpora sobre el barreño, con mucho dolor y esfuerzo.

Todavía no he terminado de lavarte. ¿Te encuentras bien?

El pastor da un paso fuera del barreño, luego otro.

Estás empalmado.

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Los temblores en las piernas parecen inducidos por descarga eléctrica. Un par de pasos más en dirección a la
cama y el pastor se desploma, muerto, en el suelo.

La mujer del pastor se levanta y se seca las manos con una toalla.

Ya me gustaría a mí tener una muerte tan digna, hijo de puta.

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7. La muerte del pastor.

Suena la primera sonata para clavicordio de Domenico Scarlatti.

La mujer del pastor seca el cuerpo sin vida de su marido y lo arrastra desde donde se ha dejado caer hasta
la cama del fondo. Luego se pone a recoger el barreño, la ropa y todo lo que tiene invadido su espacio, hasta
dejarlo lo más limpio y vacío posible.

La joven abandonada y sola se ha levantado de la cama y, a tientas, avanza hasta ocupar de nuevo su
asiento en el proscenio. Enciende la luz. Es el momento más oscuro de su noche.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- El mundo de lo posible. Existe la posibilidad de


que lo inmóvil contenga todos los movimientos. Existe la posibilidad de que mi encierro
contenga todas las posibilidades.

LA MUJER DEL PASTOR.- No sé si hacer un agujero en el patio y meterte dentro o


llamar a tus conocidos y hacer algo así como una ceremonia, ¿tú te imaginas metido en una
caja, con flores a los lados?

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- En el mundo de lo posible suceden cosas que


parecen milagros, pero no lo son. En lo que pensamos, nos convertimos. Me llevan a una
residencia para que descanse. Me cuidan allí.

LA MUJER DEL PASTOR.- No me apetece cavar. Se va a hacer de noche enseguida y ya


he hecho bastante por hoy.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Todos los que vivimos en el mundo de lo


posible somos plantas en un invernadero. La luz es lo posible.

LA MUJER DEL PASTOR.- Mañana te saco al campo y te doy a los buitres.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- La luz es infinita.

LA MUJER DEL PASTOR.- Así todos salimos ganando.

El director de cine pornográfico reaparece al fondo de su panel. La luz del día rellena gran parte de los
recovecos oscuros de su espacio. Se acerca a la caja y habla con ella.

EL DIRECTOR.- Estaba en pleno proceso de casting de este nuevo encargo en


Sudamérica cuando conocí a tu madre. La mujer más hermosa que he visto nunca. Uno no
rapta mujeres así todos los días. Por el respeto que me inspiraba, no paré hasta hacerle un

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hijo, o una hija, como resultaste ser, y luego la alimenté mejor que a ningún otro miembro
del reparto. Os quería bien sanas a las dos.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Me doy cuenta de cuántas veces he querido


verme así, en una situación tan desvalida que nadie pueda quedar indiferente ante mi dolor,
ningún amante o novio del pasado, nadie, a nadie se le ocurre no venir a verme al pabellón
de las visitas, faltaría más.

EL DIRECTOR.- Un día me preguntó lo que siempre acaban preguntando todos, por qué.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- El dramaturgo viene a verme. El dramaturgo


trae unos chocolates que no me puedo comer.

EL DIRECTOR.- Me senté con ella, en el suelo, y le dije que si estaba en esa posición tan
humillante era porque había gente que se excitaba con eso, gente que sólo podía sacar
placer o algo parecido a una felicidad momentánea con el sufrimiento de los demás, gente
que era capaz de pagar cualquier precio, por alto que éste fuera, por registrar en vídeo un
trocito de infierno, y eso no es ni justo ni injusto, le dije, eso es la vida, sin más,
moviéndose hacia un lado en lugar de moverse hacia el otro, le pedí que no buscase
profundidad donde no la había, y también le dije que yo no tenía competencia alguna en mi
oficio, que era una de las personas más poderosas del mundo, posiblemente, claro en mis
intenciones, invisible para la mayoría, y luego le mentí y le dije que cuidaría bien de ti y que
no te faltaría nada.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- La negación absoluta en una vida es afirmación


absoluta en muchas otras. Está bien. No pasa nada. Soy tantas mujeres a la vez que no
puedo aburrirme nunca en mi jardín.

EL DIRECTOR.- Mi respuesta le bastó. No volvió a decirme nada más. No protestó


nunca. Sí me miró a la cara, y sus ojos fueron el desafío más grande de toda mi carrera
como director de cine pornográfico. No parecía haber un semen lo suficientemente espeso
en este mundo que pudiera eliminar o competir con lo pegajoso de su mirada.

La mujer del pastor observa con detenimiento la ropa sucia de su marido, la coge y la echa al fuego de la
cocina.

EL DIRECTOR.- Estoy acostumbrado a que me supliquen, a que me chantajeen, saco


energías de ahí, normalmente, de los gritos de espanto, de la incredulidad de mis actores

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ante el peso que se les avecina, sin esa banda sonora me siento vacío, impotente, como si
estuviera prendiéndole fuego al mar.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Liberación es mirada fija en un punto.

EL DIRECTOR.- Tuve que doblarla. No fue una tarea nada fácil. Mis clientes exigen un
naturalismo aún mayor del que se esperaría de una tortura espontánea, aunque casi todo,
hoy en día, es una puesta en escena de algo.

LA MUJER DEL PASTOR.- Voy a hacerme una leche con miel. Leche de nuestras cabras.
Miel de nuestras abejas.

EL DIRECTOR.- Era inhumano lo de tu madre. No parecía verse afectada por el


sentimiento más intenso de todos, el sentimiento sin el cual no existirían ni el snuff ni el
porno, no existirían el mal ni el dolor asociados a la violencia, no existiría nada de lo que
hoy conocemos: ese sentimiento, hija, es la pérdida.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- El dramaturgo viene a verme el día de


Nochebuena. Ha escrito una obra de teatro sobre las mujeres de su vida. Yo le pregunto si
también salgo en la obra, pero no me oye. Lo intento, como sé que lo intentan las plantas y
algunos animales con nosotros, pero la información se pierde.

EL DIRECTOR.- El poder quiere alejar de sí mismo la pérdida imponiéndola sobre el


resto del mundo. Los amos y los esclavos de todos los continentes trabajan y rezan y
mueren en vida para perder lo mínimo posible. Tan sobrecogedora es la pérdida.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- En el mundo de lo posible hay desfiladeros por


los que se despeñan todas las máscaras como cabras cojas y abajo alguien hace fuego con
las máscaras y en el humo, en ese cielo de humo, lo posible.

EL DIRECTOR.- De alguien que no tiene miedo a perder nada ni a nadie, que no tiene
miedo a perderse, se puede decir que ha alcanzado las cotas más altas de poder. Ésa fue tu
madre.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- ¿Mamá?

EL DIRECTOR.- Cuando la deshice, me deshizo.

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LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- En el mundo de lo posible, nadie pone cristales
entre nosotros. Mi padre me dice algo, un perdón, o un jódete. En el mundo de lo posible,
ni él ni mi madre están muertos. Están vivos, delante de mí, y huelen a carroña.

EL DIRECTOR.- No volveré a recuperar mi poder nunca. Ni siquiera con este último


sacrificio.

Silencio.

EL DIRECTOR.- Era muy guapa. Creo que ya te lo dije.

Llaman al timbre. Dos veces.

El director toma la caja entre sus manos y la contempla durante unos segundos antes de desaparecer con ella
por el foro.

La mujer del pastor lo tiene ya casi todo recogido. Mira su casa con satisfacción. Se sienta.

LA MUJER DEL PASTOR.- Voy a esperar a que se caliente la leche.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Una señora rica viene a verme de vez en cuando
y me lee el aura. Dice que tengo un ánima a mi lado, el espíritu de una mujer abandonada y
sola. Dice que la he creado yo, y que ahora va conmigo a todas partes. Su propósito, al
parecer, es hacerme una amargada, una yonqui del conflicto emocional. La señora rica se
parece un poco a Isabelita Perón. Ella también es una mujer abandonada y sola.

LA MUJER DEL PASTOR.- Voy a mirar el cielo a ver cómo acaba el día.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- En el mundo de lo posible no hay despropósito


alguno. Sólo existo. Existo y estoy más realizada que si tuviera una voluntad de hierro, me
expando por muchos más sitios que si tuviera cuerpo para recorrerlos. Estoy en la
antigüedad y estoy en la era glacial que se avecina.

Suena otra vez la primera sonata para clavicordio de Scarlatti. Irrumpe acompañada de la proyección de
una escena pornográfica en el panel central, sobre la pared del fondo.

De espaldas al público, el director reaparece, ya sin la caja, y prepara el ritual de su muerte. Cuelga un
cinturón del techo, se lo ajusta al cuello y empieza a masturbarse y a ahorcarse a la vez, delante de la
imagen pornográfica amplificada.

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LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Como el tiempo ya ha perdido todo su valor,
soy origen y fin de los tiempos.

La música cesa, la imagen se congela, el director muere elevado a escasos veinte centímetros del suelo.

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8. Una luz en el tejado.

Amanecer, mediodía y atardecer se suceden en el tríptico, de izquierda a derecha.

La joven abandonada y sola apaga la luz de la lamparita y recibe en la cara los primeros rayos de luz del
día, a través del cristal. Sonríe.

LA JOVEN ABANDONADA Y SOLA.- Nadie que haya venido aquí a verme y que me
haya compadecido sabe hasta qué punto lo posible es lo único real. Nadie sabe hasta qué
punto esto es tan real como la vida que me hubiera gustado tener o las vidas que aún no he
alcanzado a imaginar. Todas esas vidas son tan reales como ésta. Y ahora están mezcladas.
Y ahora la verdad brilla.

La mujer del pastor lanza un chorro de agua sobre las ascuas del hogar. Toma la leche caliente y la sirve en
un vaso con miel. Bebe. Mira el cielo crepuscular por la ventana.

LA MUJER DEL PASTOR.- Ya no estás aquí, pero al mismo tiempo estás en todas partes.
Empiezan otros tiempos, sin ti, pero el cielo no se olvida del pastor, porque estoy viendo
tus colores ahí arriba, tu vacío de poder, ahí arriba, y seguro que la tierra tampoco se ha
olvidado de ti completamente. Ahora estamos mezclados. Ahora la verdad brilla. Y la
verdad, mi amor, es que nada vive metido en un cuerpo para siempre.

Una luz blanca, como una pérdida violenta de la visión, aparece sobre el tejado de la casa.

Ahora mismo, esa luz se está expandiendo.

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