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antibioticos
–Hace tres años resolví volver a instalarme en Argentina. Viví en Nueva York por más de 25
años y supongo que eso ha dejado marcas en mi escritura, tal como las ha dejado en mí. He
escrito, además, algunos libros en los que Nueva York es, de algún modo, el personaje
principal: Ciudad Gótica, mi primer libro de ensayos, y Elegía Joseph Cornell, que publicó
Caja Negra hace un par de años, son un homenaje a esa ciudad impresionante, donde la
realidad compite con los sueños y el arte.
–Cuando llegué por primera vez a Nueva York en 1985, descubrí muy pronto que no me sería
fácil leer realmente la poesía norteamericana. Mis conocimientos de inglés eran suficientes
para desenvolverme en la vida diaria, pero mis lecturas me dejaban siempre insatisfecha.
Apenas si lograba percibir, por intuición, cuáles poetas me interesaban y cuáles no, y a veces,
incluso cuando me interesaban (como en el caso de Susan Howe) me sentía lejos de poder
apreciar en toda su magnitud el alcance de sus propuestas verbales. Así fue como empecé a
traducir. Por más de 10 años, trabajé en mis versiones de Elizabeth Bishop, Marianne Moore,
Sylvia Plath, Anne Sexton, Adrienne Rich, Lorine Niedecker, Rosmarie Waldrop, Louise Glück
y la ya mencionada Susan Howe, hasta que, después de haberlas corregido mil veces, me
decidí a publicarlas en un volumen que titulé La pasión del exilio: diez poetas
norteamericanas y que apareció en Buenos Aires bajo el sello editorial Bajo la luna.
–Mis primeras traducciones fueron así un ejercicio y un modo de medir mis propias fuerzas: un
aprendizaje. Pound habló de la traducción como una pedagogía o una escuela. Entonces,
escribir y traducir eran para mí –y siguen siendo– una sola actividad, ambas fuertemente
ligadas a la lectura y a lo que hoy podría definir como una intensa pulsión verbal, que es otro
nombre para la vocación. Como la traducción es un vicio, no paré. No solo no paré, empecé a
traducir también del francés. Después de completar una selección de la obra de H.D. (Hilda
Doolittle) y otra de Charles Simic, traduje a Georges Bataille, a la poeta surrealista que tanto
influyó en Alejandra Pizarnik, Valentine Penrose, a Bernard Noël y a Louise Labé que escribió,
quizá, los sonetos de amor más bellos de la Francia renacentista.
–No puedo opinar sobre esto. No soy una lectora atenta al campo literario actual. Mi
imaginario, por algún motivo que no podría explicar, se va cada vez más atrás. Siglos atrás,
donde, por supuesto, está todo. Como dice un amigo, casi no leo nada que se haya escrito
después de la invención de los antibióticos.
–Como se sabe, es imposible enseñar a escribir (como sería imposible enseñar a vivir). Sin
embargo, algunas experiencias y descubrimientos pueden transmitirse. Y no me refiero a
cuestiones meramente técnicas sino a los modos más profundos de entender la escritura. La
Maestría en Escritura Creativa que dirijo no se propone, en ese sentido, “graduar” escritores
sino acompañar a los escritores jóvenes durante un período de su formación, ampliando sus
perspectivas de aproximación a la lectura y la escritura.
Presentaciones. María Negroni dialogará con Ana Porrúa este viernes a las 17, en el Centro
Cultural España Córdoba (Entre Ríos 40). El sábado a las 20, en el Cabildo (Independencia
30), leerá junto a Diana Bellesi.