EXPERIMENTOS EN LA TEORÍA Y LA
PRÁCTICA DEL DERECHO
GABRIEL DOMÉNECH PASCUAL
Universitat de València
SUMARIO
I. INTRODUCCIÓN
VI. BIBLIOGRAFÍA
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
I. INTRODUCCIÓN
Hay dos grandes tipos de métodos empíricos o modos a través de los cuales se
pueden obtener datos o información acerca del mundo real mediante la percepción
sensorial de los hechos. El primero es la experimentación, que puede definirse como
«aquella clase de experiencia científica en la cual se provoca deliberadamente algún
cambio y se observa e interpreta su resultado con alguna finalidad cognoscitiva» (BUNGE,
1989, p. 219). El otro es la observación, que consiste en examinar y analizar la realidad
sin manipularla.
La principal ventaja de los experimentos es que constituyen el mejor método
disponible de realizar inferencias causales. Si después de introducir un cambio en un
objeto real y observar en él cierto resultado, no se aprecia el mismo resultado en otro
objeto idéntico donde, permaneciendo todo lo demás igual, no se hizo tal cambio, cabe
razonablemente afirmar que dicho cambio causó el referido resultado. La mera
observación, por el contrario, apenas permite trazar correlaciones. Como el observador
no controla la realidad sometida a estudio, nunca puede estar seguro de que ciertos
fenómenos han sido causados por determinados factores y no por otros que escapan a su
visión y dominio.
Por ejemplo, varios estudios observacionales han mostrado que, en promedio, los
acusados defendidos por abogados –cuya intervención no era preceptiva en los procesos
penales objeto de estudio– recibieron sanciones más severas que los acusados que no
habían disfrutado de asistencia letrada. Algunos autores han apuntado como una de las
posibles causas el deficiente desempeño de sus funciones por parte de muchos abogados
(BURRUS & KEMPF-LEONARD, 2002). Pero también cabe otra explicación: la existencia
de un sesgo de selección; es posible que los acusados que tenían una mayor probabilidad
de que se les impusiera un castigo más grave fuesen, asimismo, los que más
frecuentemente obtuvieron dicha asistencia (GREEN y THORLEY, 2014). Un experimento
permitiría hacer lo que tales estudios observacionales no han podido: eliminar ese
eventual sesgo. Imaginemos que, durante unos años, la selección de los acusados a los
que se proporcionara defensa letrada se efectuara lanzando una moneda al aire. Ello
garantizaría que la distribución de la probabilidad de recibir sanciones graves fuese
similar en el grupo de los asistidos por un abogado y en el grupo formado por el resto de
acusados, de manera que, si al cabo del tiempo se observara que la prevalencia de estas
sanciones es mayor en uno de los dos grupos, permaneciendo todo lo demás igual, la
diferencia podría atribuirse causalmente a la intervención del letrado.
Los experimentos han jugado un papel de primera magnitud en el desarrollo de las
modernas ciencias naturales. En el campo de las ciencias sociales y las humanidades, en
cambio, han tenido tradicionalmente una relevancia mucho más modesta, cuando no
inexistente, aunque las cosas están cambiando. En psicología, por ejemplo, éste es
seguramente el método empírico utilizado con mayor profusión en la actualidad. En
economía, los estudios experimentales han proliferado espectacularmente durante las
últimas décadas. E incluso en áreas de conocimiento como la lingüística y la filosofía se
está recurriendo cada vez con mayor frecuencia a ellos (vid. KNOBE y NICHOLS, 2017;
FISHER y CURTIS, 2019).
El auge de la experimentación se aprecia también fuera de la academia. Un ejemplo
es el de los llamados A/B tests, mediante los cuales las empresas que, en mayor o menor
medida, desarrollan su actividad a través de internet –que hoy en día tienden a ser todas–
, prueban y comparan dos o más versiones de la misma página web –o interface a través
de la cual se comunican con sus clientes– a fin de averiguar cuál es la más conveniente
para sus intereses, por ejemplo, porque genera un mayor volumen de visitas o compras.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
Se estima que cada una de las grandes empresas de la economía digital –Google, Amazon,
Microsoft, Booking, etc.– realiza online más de 10.000 experimentos controlados al año,
en los que participan, normalmente sin saberlo, miles o incluso millones de usuarios, y
que han contribuido de manera extraordinaria a mejorar su funcionamiento e incrementar
sus beneficios. Y esas cifras están aumentando ahora mismo de manera exponencial
(KOHAVI y THOMKE, 2017).
Es probable que en el actual boom del método experimental hayan influido de modo
decisivo dos factores: sus crecientes beneficios y, sobre todo, sus menguantes costes. Por
el lado de los beneficios, ya hemos visto que los experimentos constituyen el mejor
instrumento para obtener información sobre relaciones causales. Y ésta, en una era en que
la información se ha convertido en la mayor fuente de riqueza y poder, tiene un
extraordinario valor en no pocos ni irrelevantes órdenes de la vida social. Por el otro lado,
el espectacular progreso tecnológico producido durante las últimas décadas ha reducido
de manera muy considerable los costes en los que hay que incurrir para experimentar. No
es casualidad que las grandes empresas de la economía digital estén haciendo un uso
masivo de este método. La información que pueden extraer de ensayos controlados en los
que suelen participar números elevadísimos de usuarios resulta extremadamente fiable y
útil, mientras que los costes que para ellas tiene realizar esos tests a través de internet son
muy bajos.
Los experimentos presentan dos grandes clases de problemas interesantes para el
Derecho y la ciencia que se ocupa de estudiarlo. La primera se refiere a su régimen
jurídico. Dado que llevar a cabo determinados ensayos –o no llevarlos a cabo– puede
poner en peligro o menoscabar ciertos intereses legítimos, y que los potenciales
experimentadores no siempre tienen los incentivos adecuados para atender debidamente
esos intereses, resulta justificado que el Derecho someta su realización al cumplimiento
de ciertas condiciones. De hecho, muchos experimentos están sujetos a una más o menos
densa regulación, que plantea innumerables problemas relacionados con: la competencia
para llevarlos a cabo, el procedimiento de su diseño, ejecución, evaluación y publicidad
de los resultados, la selección de los participantes, sus derechos y obligaciones, su
asignación a los grupos experimental y de control, los principios de igualdad, seguridad
jurídica y legalidad, etc.
El segundo orden de cuestiones, estrechamente relacionadas con las anteriores, se
refiere al papel que la experimentación puede jugar en la teoría y la práctica del Derecho.
Aquí podemos interrogarnos, por ejemplo, por la utilidad que dicho método puede tener
para (i) analizar, comprender, explicar y predecir fenómenos jurídicos, así como para (ii)
interpretar, aplicar, crear y desarrollar el Derecho. El presente trabajo se centra en este
segundo orden de cuestiones.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
experimental. Los primeros N/2 niños cuyos nombres fueran extraídos aleatoriamente de
un listado en el que figuraran todos ellos quedarían obligados a vacunarse. A la otra mitad
de la población infantil (N/2) se le daría libertad a este respecto. Pero éste no sería un
buen diseño experimental, al menos, por dos razones. De un lado, el hecho de que algunos
niños fueran obligados a vacunarse podría afectar a la probabilidad de que otros –v. gr.
hermanos, compañeros de clase y amigos de los anteriores– decidieran hacerlo
voluntariamente. De otro, la circunstancia de que los miembros del grupo experimental
se vacunaran disminuiría considerablemente la probabilidad de que el resto contrajese la
enfermedad, aunque no se vacunase. A fin de minimizar estos efectos externos, que
comprometerían seriamente la validez del experimento, seguramente habría que cambiar
las unidades a las que aleatoriamente debería asignarse uno u otro tratamiento: en lugar
de niños, colegios o incluso núcleos de población separados.
Y ahí no terminan los problemas, ni mucho menos. Hay otras muchas amenazas
para la validez interna de los experimentos que aconsejan adoptar medidas de control
dirigidas a enervarlas, por ejemplo: (i) errores de medida; (ii) cambios en la conducta de
los individuos provocados por el aprendizaje, el aburrimiento, el agotamiento u otras
circunstancias análogas relevantes cuando la ejecución del experimento se prolonga
durante cierto tiempo; (iii) el incumplimiento de las instrucciones dadas por los
experimentadores o el abandono de algunos participantes, fenómenos ambos que pueden
afectar en distinta medida a los grupos experimental y de control; (iv) distorsiones
provocadas por el hecho de que los sujetos sometidos a estudio sepan que están recibiendo
el tratamiento experimental o el de control; (v) posibilidad de que las circunstancias –v.
gr. expectativas e intereses– de los experimentadores influyan en los resultados del
experimento, por ejemplo, si aquéllas llevan a éstos a tratar, consciente o
inconscientemente, de manera distinta a las personas integradas en los grupos
experimental y de control, etc.
La validez externa se refiere al grado en que los resultados del experimento,
realizados en unas determinadas circunstancias y con ciertos sujetos, pueden ser
generalizados a otras circunstancias y poblaciones. Para asegurarla también pueden
adoptarse diversas medidas como, por ejemplo, seleccionar a los participantes en el
experimento a través de algún tipo de procedimiento –v. gr. aleatorio– que asegure que
sus características son representativas de la entera población a la que se desea generalizar
los resultados del ensayo.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
3. Experimentos jurídicos
A) Concepto
Hay experimentos cuya única relevancia jurídica consiste en que están permitidos.
El Derecho simplemente reconoce la libertad de realizarlos, pero no se interesa por si
están bien o mal diseñados, por su ejecución, por la evaluación y publicación de sus
resultados.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
1
Vid. el Real Decreto 53/2013, de 1 de febrero, por el que se establecen las normas básicas aplicables
para la protección de los animales utilizados en experimentación y otros fines científicos, incluyendo
la docencia.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
B) Tipos
La tipología de experimentos jurídicos es muy variada. En función de la naturaleza
jurídica del acto que dispone su realización, cabría distinguir entre experimentos jurídico-
públicos y jurídico-privados. Un ejemplo de estos últimos es el de los «contratos
celebrados en calidad de ensayo». Según advierte DEMOGUE (1941), «es frecuente que un
contratante, temeroso de las decepciones que pueda ocasionarle la conclusión de un
contrato, se ponga de acuerdo con la otra parte para celebrarlo a calidad de ensayo,
dejando para más adelante la conversión de dicho contrato en definitivo» (p. 49); «por
regla general, el ensayo consistirá en obrar como si el contrato hubiese sido concluido
definitivamente, poniéndolo en ejecución durante un cierto tiempo para apreciar bien si
las dos partes están satisfechas del contrato, bien si lo está una de ellas» (p. 50); «en
principio, todo contrato puede ser concluido a calidad de ensayo... [si bien] no necesitan
concluir un contrato a calidad de ensayo aquellos contratantes que, en virtud de la ley,
tienen derecho a rescindir el contrato en cualquier momento» (p. 49).
Los experimentos jurídico-públicos podrían ser clasificados, a su vez, en
legislativos, administrativos y judiciales. Sirvan algunos ejemplos:
(i) Experimentos legislativos. Dice el preámbulo de la Ley de 20 de diciembre de
1952, sobre concentración parcelaria, que «es... preciso afrontar con decisión la
concentración parcelaria terminando con la atomización antieconómica de la tierra; pero
para ello es necesario contar con una experiencia propia antes de extender dicha mejora
por todo el ámbito nacional. Por tal motivo, sólo se establecen normas de carácter
provisional a que han de someterse las operaciones de concentración parcelaria que a
título experimental se realizarán en un reducido número de zonas del país, en las que el
problema revista características distintas, para que con la experiencia deducida de tales
trabajos se elabore en breve plazo una Ley de concentración parcelaria que, previa
aprobación de las Cortes, se aplique con carácter general en toda la Nación».
(ii) Experimentos administrativos. Los artículos 56 y 65 de la Ley 11/2008, de 3 de
diciembre, de pesca de Galicia (modificados por la Ley gallega 2/2017), establecen que
«con carácter experimental, y nunca por un periodo superior a los cinco años, se podrá
otorgar una concesión experimental en la zona [marítimoterrestre o marítima] para la
realización de proyectos de investigación o de proyectos que introduzcan innovaciones
sustanciales en la explotación, en los artefactos y en las especies, en las condiciones que
reglamentariamente se establezcan».
La realización de algunas actividades especialmente peligrosas está sometida a un
procedimiento gradual («paso a paso») integrado por sucesivas autorizaciones
administrativas. La autorización definitiva que eventualmente se otorgue viene precedida
de otras que constituyen ensayos dirigidos a reducir la incertidumbre acerca de los costes
y beneficios sociales de la correspondiente actividad. Así, por ejemplo, las operaciones
con organismos modificados genéticamente están ordenadas jurídicamente en una escala
creciente de riesgo: utilización confinada, liberación voluntaria y comercialización. Sólo
si los resultados de permitir durante un tiempo y a modo de prueba las menos arriesgadas
son satisfactorios, cabe autorizar las más peligrosas. Un procedimiento similar hay que
seguir para otorgar la libertad condicional a los presos; así como para autorizar la
comercialización de medicamentos, el aprovechamiento de recursos mineros de la
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
C) Algunos antecedentes
La experimentación jurídica no es un fenómeno nuevo, ni en el ámbito privado (el
Derecho romano ya contemplaba los contratos a prueba; vid. D’ORS, 1975; GONZÁLEZ,
1996; MISERA, 1982; KNELLWOLF, 1987) ni en el público. Aquí puede citarse a título de
antecedente remoto la observación de MONTESQUIEU (1735, lib. II, cap. II) de que «a
veces incluso es conveniente probar una ley antes de establecerla. Las constituciones de
Roma y de Atenas eran muy sabias a este respecto: las decisiones del Senado tenían fuerza
de ley durante un año, y sólo se hacían perpetuas por la voluntad del pueblo». Según
advierte CARBONNIER (1972, p. 196), «la experimentación legislativa parece haber sido
frecuentemente practicada bajo el Antiguo Régimen, en especial en el siglo XVIII, en la
época del despotismo ilustrado». «Turgot se hizo célebre al proceder a experimentar
reformas fiscales en su intendencia del Limousin. De un modo parecido, en Alemania y
en Italia, muchos príncipes soberanos de pequeños estados, experimentaban las ideas de
su tiempo, señaladamente las de los fisiócratas. Dupaty, que era magistrado, relataba en
sus Cartas sobre Italia (1785, carta 26) que en Toscana la pena de muerte acababa de ser
suspendida (al igual que la tortura) por simple Orden, aunque todavía no por la ley. Y
añadía: “en efecto, sólo la experiencia revela todos los secretos bienes y todos los ocultos
males; y una buena legislación es como la buena física, que debe ser experimentada. Hay
que ensayar las leyes”».
Durante el siglo XIX, también pueden encontrarse voces aisladas que postulaban la
realización de auténticos experimentos jurídicos. Hay quien menciona la afirmación de
BÜLOW (1885, p. 17) de que «el Derecho es producto de la experiencia y debe ser
descubierto mediante la experimentación», pero no parece probable que dicho autor
estuviese pensando en la experimentación en sentido estricto, sino quizás más bien en la
observación empírica de la realidad. Más pertinente resulta la cita de un artículo en el que
el economista, matemático y filósofo JEVONS (1880) criticaba una norma (Beer Act) por
la cual se había legalizado el comercio de cerveza a fin de alejar a la gente de la ginebra,
y en el que autor estimaba que dicha disposición debería haber sido testada
científicamente antes de su aprobación por el Parlamento. Igualmente merece ser citado
el panfleto, probablemente publicado en 1883 o 1884, en el que el naturalista, geógrafo y
antropólogo WALLACE explicaba cómo experimentar sus propuestas de reforma agraria a
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
2
Vid. la Ley constitucional 2003-276, de 28 de marzo de 2003, relativa a la organización
descentralizada de la República (JO nº 75, de 29 de marzo de 2003, p. 5568). El art. 72.IV citado ha
sido desarrollado por la Ley orgánica 2003-704, de 1 de agosto de 2003, relativa a la
experimentación por las colectividades locales (JO n° 177, de 22 de agosto de 2003, p. 13217), cuya
conformidad con la Constitución ha sido declarada por la Decisión del Consejo Constitucional 2003-
478, de 30 de julio de 2003 (Loi organique relative à l'expérimentation par les collectivités
territoriales). Sobre el tema, vid. PONTIER, (2001 y 2003); FAURE (2002); VERPEAUX (2002);
SCHOETTL (2003); CROUZATIER-DURAND (2004a y 2004b); ZOCO ZABALA (2004); DOMÉNECH
PASCUAL (2005); REQUEJO RODRÍGUEZ (2006); ARES CASTRO-CONDE (2009).
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
eficacia: las leyes ya no se justifican por sí mismas, sino sólo en la medida en que aseguran
la realización efectiva de ciertos objetivos (en sentido similar, CROUZATIER-DURAND,
2004b; PERROCHEAU, 2000). En el método experimental se ve un instrumento para
legitimar las leyes, para racionalizarlas, fundamentarlas científicamente y garantizar que
logren efectivamente las metas fijadas (MASTRONARDI, 1991).
Desde una perspectiva más amplia, DEHUE (2001 y 2002) sostiene que el auge que
durante el siglo XX han ido alcanzando los experimentos sociales, especialmente de los
controlados y aletorizados (randomized control trials), tiene que ver con la ideología de
la época. A comienzos de siglo, las sociedades industrializadas se muestran cada vez más
dispuestas a mitigar los excesos del liberalismo capitalista, para lo cual los poderes
públicos comienzan a intervenir activamente en la vida económica. Sin embargo, esta
intervención en el libre mercado es vista con desconfianza por muchos ciudadanos, por
lo que el Estado se ve en la necesidad de mostrar que no se están despilfarrando los fondos
públicos, de justificar las costosas acciones emprendidas. La eficacia cobra entonces una
capital importancia como factor de justificación y aceptación que compensa la pérdida de
legitimidad que los poderes públicos, el Parlamento inclusive, han sufrido. Toda vez que
la autoría de las decisiones públicas ya no basta para legitimarlas, los gobernantes
intentarán poner de manifiesto –o hacer que parezca– que sus políticas producen
realmente efectos beneficiosos. Y tratarán de fundarlas en procedimientos que aseguren
un conocimiento objetivo e imparcial de los efectos sociales de aquéllas. En este contexto
se explica la emergencia de los referidos experimentos, en los cuales se ve un instrumento
que permite orillar la subjetividad, la discrecionalidad, el peligro de arbitrariedad.
WOLLMANN (1986) relaciona la abundancia de experimentaciones legislativas
realizadas en Alemania durante los años 1960 y 1970 con la aparición del Estado social.
El Estado liberal burgués trata de asegurar un marco legislativo duradero y estable que
permita el desenvolvimiento libre de la sociedad, que se considera genera
espontáneamente el mejor de los órdenes posibles. El Estado social, por el contrario,
asume un papel activo en la vida social y económica, interviene continuamente en ella
para transformarla y configurarla. Las leyes, en consecuencia, se vuelven más ambiciosas,
pretenden la realización de objetivos mucho más concretos. La complejidad y la dificultad
de la tarea, como es natural, se acrecienta. El logro efectivo de los objetivos marcados
depende de factores extremadamente complejos, de complicadas cadenas de conductas
humanas que con frecuencia arrojan resultados inesperados. Ello provoca en el legislador
«hambre de experiencia»: la necesidad de apoyarse en datos empíricos, en el método
científico, de aprender de los errores antes de llevar a cabo sus reformas.
En este punto conviene hacer cuatro observaciones. La primera es que algunas de
las explicaciones que acabamos de exponer cuadran sólo o principalmente con una de las
muchas realidades englobadas por la heterogénea categoría de los experimentos jurídicos:
la de aquellos que constituyen normas jurídicas, especialmente de índole legislativa.
La segunda es que la capacidad de estos experimentos para generar información,
diálogo, racionalidad y legitimidad (CHEVALLIER,1993, pp. 143 y 144; ZIPPELIUS, 1981a,
pp. 351 y ss., 1994, § 11 III, pp. 82 y ss.; MAMONTOFF, 1998, p. 365) hace de ellos un
instrumento especialmente valioso para afrontar procesos de innovación, de reformas,
donde hay que comparar y escoger entre el mantenimiento del statu quo o su
modificación. Ello explica en buena medida su cada vez más frecuente empleo en tiempos
como los actuales, marcados por la incertidumbre y por múltiples, aceleradas, profundas
y polémicas transformaciones sociales. La experimentación jurídica es una de las
herramientas típicas de lo que POPPER (1945, pp. 157 y ss.; 1957, pp. 78 y ss.) llamaba la
ingeniería social fragmentaria o gradual. «Cualesquiera que sean sus fines, [el ingeniero
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
fragmentario] intenta llevarlos a cabo con pequeños ajustes y reajustes que pueden
mejorarse continuamente... El ingeniero fragmentario sabe, como Sócrates, cuán poco
sabe... Por tanto, avanzará paso a paso, comparando cuidadosamente los resultados
esperados con los resultados conseguidos, y siempre alerta ante las inevitables
consecuencias indeseadas de cualquier reforma; y evitará el comenzar reformas de tal
complejidad y alcance que le hagan imposible desenmarañar causas y efectos, y saber lo
que en realidad está haciendo» (POPPER, 1957, p. 81).
Debe señalarse, en tercer lugar, que no todas las clases de experimentos jurídicos
han tenido el mismo éxito, ni éste se ha mantenido siempre constante para cada una de
ellas. La gran mayoría de los realizados durante el siglo XX –si dejamos al margen los
ensayos clínicos– eran experimentos no controlados, de escasa validez interna, que no
fueron impulsados por académicos, sino por policymakers. En muchos de ellos, ni
siquiera se establecía un grupo de control. En las dos últimas décadas, en cambio, se ha
incrementado considerablemente el número de ensayos controlados e incluso
aleatorizados, normalmente de menor escala que los anteriores y científicamente mucho
más sofisticados y ambiciosos. En esta tendencia han influido seguramente los siguientes
factores: (i) el notable progreso que el método experimental y, en particular, los
experimentos de campo han alcanzado en las ciencias sociales y, muy en especial, en la
economía; (ii) el hecho de que muchos de esos experimentos hayan sido impulsados por
economistas, cuya influencia en el diseño de políticas públicas es en la actualidad
considerable; (iii) las facilidades dadas por las autoridades competentes, organizaciones
no gubernamentales –especialmente, pero no sólo, en los países en desarrollo– y algunas
grandes empresas para realizar este tipo de ensayos, habida cuenta de los resultados
exitosos que muchos de ellos han arrojado o prometen; y (iv) la circunstancia de que el
coste de experimentar –especialmente, a través de internet– se haya reducido
considerablemente (para más detalles, BANERJEE y DUFLO, 2017). En tanto en cuanto es
probable que todos estos factores persistan e incluso se intensifiquen en un futuro
próximo, cabe esperar que la cantidad y la importancia de tales experimentos siga
creciendo.
Finalmente, debe notarse que los juristas han jugado un papel muy marginal en la
realización de experimentos jurídicos, especialmente de los controlados y aleatorizados.
Si hacemos abstracción de los autores que hacen Law & Economics o Empirical Legal
Studies, los pocos juristas que se han acercado a esta figura lo han hecho en calidad de
observadores, tratando de racionalizar jurídicamente lo que otros habían hecho antes. Y
los que asumieron una posición activa tuvieron escasa influencia entre sus colegas. El
caso de BEUTEL (1934, 1951, 1952, 1957, 1965 y 1975) es paradigmático. Sus pioneras y
notables obras sobre la «jurisprudencia experimental» –donde, por primera vez, se
defendía sistemática, razonada y extensamente la utilización en la producción jurídica de
los métodos típicos de las ciencias naturales, entre los cuales el experimento ocupa un
lugar preferente– tuvieron un impacto doctrinal y práctico insignificante.
4. Experimentos naturales
Un experimento natural es un estudio empírico en el que la modificación de la
realidad cuyos efectos se trata de observar ha tenido lugar «naturalmente», por causas y
bajo condiciones ajenas al control de la persona que lleva a cabo el estudio. La razón por
la cual a estos estudios en verdad observacionales se les llama experimentos es que la
referida modificación se produce en unas circunstancias semejantes a las de un verdadero
experimento, pues un grupo de individuos queda sometido a un tratamiento y otro grupo
parecido queda sometido a un tratamiento distinto.
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
A veces ocurre incluso que la asignación de los individuos a uno u otro grupo se
realiza de manera aleatoria, como se haría en un experimento controlado. En GAZAL-
AYAL y SULITZEANU-KENAN (2010), por ejemplo, se estudia si la pertenencia a un grupo
étnico afecta a las decisiones judiciales en virtud de las cuales se impone o no la prisión
provisional, aprovechando para ello la circunstancia de que, en Israel, durante los fines
de semana, el reparto de estos casos entre los jueces se hace de manera aleatoria.
5. Experimentos mentales
Lo que caracteriza a los experimentos mentales (Gedankenexperimente, thought
experiments) frente a los genuinos experimentos es que la manipulación de la realidad
que ambos implican tiene lugar en un plano puramente imaginario, en el «laboratorio de
la mente». La realidad que en ellos se considera, modifica y observa es imaginada.
Los experimentos mentales han sido utilizados abundamentemente desde la
antigüedad hasta la actualidad, y han jugado un papel determinante en el desarrollo de
innumerables campos del conocimiento, incluidas las modernas ciencias naturales: las
matemáticas, la física, la informática, la biología, la filosofía, la ética, la historia, el
Derecho, la economía, la teología, etc. (vid. FRAPPIER, MEYNELL y BROWN, 2013).
En física, por ejemplo, han tenido un extraordinario impacto, entre otros muchos,
los de: la «Torre de Pisa» de Galileo, el «cubo rotatorio» y la «bala de cañón» de Newton,
el «plano inclinado» de Stevin, la «caja» y los «trenes» de Einstein, el «microscopio» de
Heisenberg, el «gato» de Schrödinger, el «demonio» de Maxwell, etc. (vid. BROWN,
1993; GENZ, 1999; KÜHNE, 2005). En filosofía, son famosos, por citar sólo algunos, los
experimentos de la «habitación china» de Searle, el «murciélago» de Nagel, la «abeja en
una caja» de Wittgenstein, la «Tierra gemela» de Putnam, «si un árbol cae en un bosque»
de Berkeley, etc. (vid. HÄGGQVIST, 1996; BEHMEL, 2001).
En filosofía política, en particular, se han realizado «macro-experimentos
imaginarios» de una importancia capital, tales como: «La República» de Platón, el
«estado de naturaleza» de Hobbes, el «contrato social» de Rosseau, la «posición original»
y el «velo de ignorancia» de Rawls, etc. (MISCEVIC, 2017).
En el campo de la ética, cabe mencionar, entre otros muchos: el «problema del
tranvía» de Foot y Thomson, el «violinista» de Thompson, el «monstruo de la utilidad»
de Nozick, la «tabla» de Carnéades de Cirene, la «bomba de relojería» de Lartéguy, los
«espeleólogos» de Fuller, el «estanque» de Singer, etc. (BRUN, 2017). El celebérrimo
imperativo categórico kantiano «obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre
pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal» no es otra cosa
que una norma cuya aplicación requiere hacer un experimento mental, consistente en
comprobar imaginariamente si la manera de actuar considerada es susceptible de ser
generalizada universalmente (PARFIT, 2011, pp. 286, 328 y 329).
En todos estos experimentos se presenta un escenario hipotético y se formula una
cuestión en relación con el mismo, que suele ser distinta en función del área del
conocimiento de que se trate. En las ciencias, tanto en las naturales como en las sociales,
normalmente se pregunta qué ocurriría en la situación descrita, qué acontecimientos se
desencadenarían. En metafísica, epistemología y filosofía del lenguaje, se pregunta cómo
podemos describir lo que sucedería en ese escenario. En ética y estética, la cuestión es
cómo hay que evaluar lo que allí ocurriría (GENDLER, 2000, pp. 25 y ss.).
Los experimentos mentales pueden cumplir diversas funciones. Principalmente, las
de: ilustrar, defender o refutar teorías; generar nuevas ideas; preparar y ensayar auténticos
experimentos a fin de mejorar su diseño y ejecución; y hacer de sucedáneo de
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
experimentos reales que, por el momento, resulta imposible o demasiado costoso llevar a
la práctica. La razón por la que se han realizado y se siguen realizando experimentos
mentales es, seguramente, porque son útiles para hacer avanzar el conocimiento. Estos
artefactos constituyen «bombas extractivas» de intuiciones, información e inferencias
lógicas que permanecían «ocultas» y que difícilmente hubieran podido ser alumbradas
sin su ayuda.
Debe notarse, no obstante, que este método tampoco está exento de inconvenientes.
El más serio es que las conclusiones –en especial, las derivadas mediante la intuición–
obtenidas a su través pueden resultar incorrectas, por ejemplo, porque en ellos se parte de
premisas erróneas o incompletas o se incurre en inconsistencias (vid. BRENDEL, 2004).
Por ejemplo, para poner de manifiesto que la idea, muy popular entre los partidarios del
Law and Economics, de que el coste de los daños ha de ser soportado por aquella persona
a la que le cueste menos prevenirlos puede llevar a soluciones que «repugnan a nuestro
sentimiento de Justicia», GARCÍA AMADO (2019) nos propone lo siguiente:
«Imaginemos que hay un tipo de daños que suelen causar los miembros de un grupo A a los
miembros de un grupo B. El coste promedio de los daños para los B es de 5 y el coste para los B de
prevenir esos daños sería de 4. Por su parte, el coste que para los A supondría prevenir la causación
de dichos daños por ellos mismos sería de 3. Según ese elemental esquema, habría que imputar el
coste del daño a los A, porque para ellos es más barato prevenir el daño de lo que es para los B
asumirlo o precaverse frente a él. Pero imaginemos ahora que hay un pequeño grupo, los C, y que
cada miembro del grupo C tiene un millón. Y supóngase que el daño puede evitarse o sanarse
quitando a un C dos unidades de lo suyo cada vez que acontezca uno de aquellos daños causados
por los A a los B. En términos de eficiencia económica, tendríamos ahí una excelente razón para
imputar a los C los costes de esos daños, aunque no hayan tenido arte ni parte en su producción. Si
nos repugna esa solución es probablemente por alguna razón vinculada a un sentimiento de justicia»
[vid. un experimento similar en PAPAYANNIS, 2009, p. 478].
Este experimento incurre en una inconsistencia, pues se basa en dos suposiciones
que se contradicen entre sí. ¿Cabe razonablemente estimar que la persona que podía haber
evitado un daño adoptando una medida de precaución eficiente –la menos costosa de
todas las que lo hubieran evitado– «no ha tenido arte ni parte en la producción del
mismo»? ¿Cómo es posible que una persona que «no ha tenido arte ni parte en la
producción de un accidente», ni siquiera por omisión, sea, al mismo tiempo, la persona
que podía haberlo evitado con un menor coste? Lo inverosímil y contraintuitivo no es la
solución del cheapest cost avoider, sino el escenario que nos pinta el autor.
15
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
hechos de cada caso, y porque, estando sometidos tales hechos a un perpetuo estado de
cambio, antes de que hubiese transcurrido suficiente tiempo para averiguar el resultado
del experimento, algunas de las circunstancias materiales habrían dejado siempre de ser
las mismas.
En esta línea, Auguste COMTE (1839, pp. 342 y ss.) consideraba que la
experimentación propiamente dicha, a diferencia de la observación pura y la
comparación, debía ser descartada por completo como método de la sociología, aun en el
caso de que fuese moralmente admisible y físicamente practicable. La complicación y la
interdependencia universal de los fenómenos sociales son tan elevadas que una
perturbación fáctica de cualquier elemento social ha de repercutir necesariamente sobre
todos los restantes; la experimentación queda desprovista de cualquier valor científico a
causa de la irrecusable imposibilidad de aislar suficientemente las condiciones y los
resultados del fenómeno.
Frente a estas críticas, cabe hacer un par de consideraciones. La primera es que las
ciencias sociales han progresado lo suficiente como para que, desde hace décadas, se
hayan hecho incontables experimentos sociales en condiciones relativamente controladas,
que permiten hacer inferencias causales razonables. Y los resultados, en líneas generales,
se han revelado satisfactorios. Las conclusiones obtenidas en muchos de esos ensayos han
sido corroboradas en multitud de estudios observacionales y han servido para hacer
predicciones certeras, que han encontrado aplicaciones valiosas en numerosos ámbitos.
Estos experimentos han engendrado avances importantes en las ciencias sociales (vid.
DUNCAN y MAGNUSON, 2003; PLOTT y SMITH, 2008; FRECHETTE y SCHOTTER, 2015;
BANERJEE y DUFLO, 2017).
En segundo lugar, debe señalarse, con POPPER (1957, pp. 107 y ss.), que las
referidas objeciones «se apoyan en una crasa incomprensión de los métodos
experimentales en la física». Los autores que niegan la validez del método experimental
en las ciencias sociales presuponen, implícitamente, que éste tiene en las naturales unas
características y un valor que, en realidad, no tiene. Porque lo cierto es que tampoco aquí
resulta posible controlar con total seguridad las condiciones experimentales. Y, aunque
los resultados obtenidos indiquen una relación de causalidad, tampoco aquí podemos estar
seguros de haber hallado una ley verdaderamente universal. Tanto en uno como en otro
campo, el experimento sólo permite contrastar una hipótesis previa, que podrá quedar
fortalecida o debilitada tras la conclusión del mismo, pero de ninguna manera falsada o
confirmada definitivamente.
La desmitificación de las ciencias naturales y de sus métodos típicos ha propiciado
paradójicamente que se aprecie la utilidad de éstos en los ámbitos social y jurídico. La
acomplejada creencia de sociólogos y juristas en la infalibilidad del método experimental
como fuente de conocimientos objetivos y seguros acerca de la naturaleza daba pie a que
aquéllos, plenamente conscientes de que ningún método puede suministrar conocimientos
semejantes respecto de la sociedad y el Derecho, negaran su aplicabilidad a las ciencias
por ellos cultivadas (vid., por ejemplo, BOULOUIS, 1970, pp. 31 y ss.; PERROCHEAU, 2000,
p. 12). Pero las cosas se ven de manera distinta cuando se aprecia que tampoco en el
terreno de los hechos naturales la experimentación permite obtener tales certezas, cuando
se cae en la cuenta de que la naturaleza no es menos compleja, inextricable e incontrolable
que la sociedad. Como advierte BEUTEL (1975, pp. 62 y 63), «el problema de registrar las
acciones de los humanos, trazar su curso y predecir eventos legales es poco más
complicado que observar el cosmos o predecir el viento, el tiempo y las mareas».
Resultaba mucho más complejo y difícil prever el estado de las mareas, los vientos y las
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
olas durante el desembarco de las tropas estadounidenses en Okinawa que determinar cuál
sería el estado de la moral de la población japonesa con vistas a su rendición.
3
La American Economic Association gestiona un registro de experimentos controlados aleatorizados
(https://www.socialscienceregistry.org) en el que, en poco menos de cinco años (desde el 11 de julio
de 2014 al 3 de mayo de 2019) se han registrado 2.488 ensayos, 82 de los cuales incluyen entre sus
descriptores el término «law»; y 74, el término «legal». Nos consta que hay muchos experimentos
de este tipo referidos a cuestiones jurídicas, ya realizados o en curso de realización, que no han sido
registrados aquí.
17
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
4
ZIPPELIUS (1981a, 1981b, 1991 y 1994), además de haber hecho notables aportaciones a la
jurisprudencia de valores, es el iusfilósofo alemán que mejor ha defendido la utilización del método
experimental en el campo jurídico.
5
Así lo cuenta el propio KAHNEMAN: «Our method of research in those early Jerusalem days was
pure fun. We would meet every afternoon for several hours, which we spent inventing interesting
pairs of gambles and observing our own intuitive preferences. If we agreed on the same choice, we
provisionally assumed that it was characteristic of humankind and went on to investigate its
theoretical implications, leaving serious verification for later. This unusual mode of empirical
research enabled us to move quickly. In a few giddy months we raced through more than twenty
diverse theoretical formulations» (KAHNEMAN y TVERSKY, 2001, p. X).
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
a) Finalidades
Estos ensayos pueden servir para obtener información que permita mejorar el
acierto de las decisiones que las autoridades públicas tomen una vez concluidos aquéllos.
Nos remitimos a lo expuesto anteriormente. Tan sólo añadiremos un par observaciones.
La primera es que no todos los experimentos arrojan información igualmente fiable. En
un hipotético ranking de fiabilidad, ganarían los ensayos controlados y aleatorizados,
especialmente si son de campo; luego encontraríamos los ensayos no controlados; y, a la
cola, los experimentos mentales. La segunda es que combinar varios tipos de
experimentos hace más robusta la información obtenida.
Algunos experimentos realizados por los poderes públicos pueden cumplir también
la función de legitimar sus decisiones, de incrementar su aceptación por parte de las
personas afectadas. Seguramente tiene que ver en ello la circunstancia de que en la base
del método experimental se encuentran varios de los principios que informan un sistema
democrático. Si la democracia es una forma de gobierno plural, abierta a múltiples
posibilidades de actuación a lo largo del tiempo, que determina lo que debe hacerse a
través de un proceso dinámico, público, participativo y contradictorio, entonces la
experimentación jurídica casa perfectamente con ella, por cuanto también implica el
reconocimiento de varias alternativas en competencia, cuya selección se realiza a través
de un procedimiento en el que la experiencia pública y la libre crítica actúan como
árbitros. La objetividad científica no descansa en un «principio aristocrático», no deriva
de la autoridad del científico individual, ni de sus esfuerzos por ser objetivo, sino de la
cooperación de muchos sujetos; se fundamenta en el carácter público del método
científico, en el hecho de que las personas de ciencia tratan de zanjar sus controversias
apelando al arbitrio imparcial de la experiencia, a observaciones y experimentos
repetibles por cualquiera, expuestos por completo a la libre crítica, que no debe arredrarse
ni aun ante las personalidades más autorizadas (POPPER, 1945, pp. 386 y ss.; para más
detalles sobre la relación entre democracia y experimentación jurídica, DOMÉNECH
PASCUAL, 2005).
En tercer lugar, algunos experimentos –en especial, los de carácter legislativo–
pueden servir como un instrumento estratégico dirigido a enervar las tensiones políticas
y sociales que generan los procesos de innovación (BOULOUIS, 1970; CHEVALLIER, 1993,
pp. 141 y 142; MAMONTOFF, 1998, pp. 370 y 371; KLOEPFER, 1982, pp. 92 y 93; y, sobre
todo, HOFFMAN-RIEM, 1993a y 1993b; DE LA MORENA Y DE LA MORENA, 1084, p. 413).
Las reformas sociales se topan a menudo con la inercia, la desconfianza, el miedo a lo
incierto, a lo nuevo, la reticencia de no pocas personas. Pues bien, el alcance provisional,
temporal y espacialmente limitado típico de las regulaciones experimentales, así como el
20
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
cuidadoso seguimiento de que deben ser objeto, hacen de ellas una herramienta
especialmente apropiada para limar la eventual resistencia de los ciudadanos y ganarse su
aceptación, seguramente no la de los más recalcitrantes, pero sí tal vez la de los más
dispuestos a dejarse convencer. Dichas regulaciones pueden cumplir en este contexto el
papel de una transacción, de un compromiso. Los promotores de la reforma renuncian a
imponerla, o a presionar al Estado para que la imponga, con vocación definitiva y mayor
alcance, quizás con la esperanza de contar en el futuro con los apoyos necesarios para
lograr su objetivo final. Los oponentes la aceptan como mal menor, aguardando tiempos
mejores y conscientes de que si la rechazan pueden quedar desacreditados ante un
importante sector de la opinión pública, por no atreverse a que sus tesis queden expuestas
al más fiable y serio test existente, el de la realidad. Los unos pueden ver en el
experimento un primer paso llevar a cabo las reformas pretendidas; los otros, como una
manera de obstaculizarlas y ganar tiempo (WOLLMANN, 1986, pp. 81 y 82). Estas
regulaciones constituyen una alternativa al «todo o nada», una vía intermedia que puede
coadyuvar a rebajar el tono de las confrontaciones sociales, encauzando su resolución a
través del diálogo, pues las actividades de seguimiento –observación, evaluación y
comunicación de los resultados– que necesariamente deben acompañar a todo
experimento jurídico proporcionan valiosos elementos para la discusión y el contraste de
opiniones.
Conviene advertir, no obstante, que las mismas tensiones políticas que el
experimento pretende enervar pueden acabar estropeando su valor informativo. Se ha
señalado en este sentido como, en alguna ocasión, las maniobras de los partidarios y
detractores de la reforma en cuestión dirigidas a diseñar, ejecutar y evaluar el experimento
del modo más conveniente para sus contrapuestos intereses han terminado por liquidar
las condiciones bajo las cuales éste hubiera podido proporcionar conocimientos empíricos
más o menos fiables acerca del acierto de la regulación ensayada (NOCKE, 1986, pp. 25 y
ss.).
b) Conveniencia
La conveniencia de experimentar dependerá de los beneficios y los costes que del
ensayo considerado puedan derivarse. Los beneficios, a su vez, estarán en función de
varios factores:
(i) Del margen de discrecionalidad dejado por el ordenamiento jurídico para
experimentar; cuanto más amplio sea ese margen, más fácil es que pueda hacerse un
experimento que proporcione información útil o cumpla alguna otra finalidad legítima.
(ii) De la mayor o menor incertidumbre existente acerca de una relación de
causalidad relevante para tomar una decisión; cuanto mayor sea la incertidumbre, más
útil será el experimento.
(iii) De la medida en que el ensayo puede contribuir a reducir esa incertidumbre;
cuanto mayor sea la reducción esperable, más conveniente resultará experimentar. Según
hemos visto, aquí resultará determinante el tipo de experimento de que se trate, y las
medidas de control adoptadas para garantizar su validez interna y externa.
(iv) De los beneficios que se derivan de la disminución de la referida incertidumbre,
que, a su vez, dependerán de otros factores, como, por ejemplo, de la magnitud de los
intereses en juego. Cuanto mayor sea la relevancia de estos intereses, más conveniente
será, ceteris paribus, experimentar.
21
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
1. Experimentos mentales
El margen para llevar a cabo experimentos mentales es amplísimo, aunque no
infinito. Repárese, por un lado, en que algunas normas prescriben la realización de este
tipo de ensayos. Es el caso, por ejemplo, de los artículos 129 y 130 de la Ley de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa. En estos preceptos viene a establecerse que,
solicitada una medida cautelar, los jueces competentes deben: 1º) imaginar un escenario
(experimental) cuyas circunstancias coinciden con las del caso enjuiciado, e introducir en
él un cambio, consistente en la adopción de la medida cautelar solicitada; 2º) observar las
consecuencias que en este hipotético caso se derivarían para todos los intereses en
conflicto y, en especial, si puede producirse alguna «perturbación grave de los intereses
generales o de tercero»; 3º) imaginar un escenario (de control) idéntico al anterior, pero
en el que no se realiza dicho cambio; 4º) observar las consecuencias que aquí pueden
seguirse para todos los intereses en conflicto y, en particular, si puede ocurrir que el
recurso contencioso-administrativo pierda su finalidad o se frustre la efectividad de la
sentencia; 5º) comparar los resultados que ambos escenarios arrojan; y 6º) escoger la
solución de la que puede esperarse un mejor resultado.
Cabe estimar, asimismo, que la aplicación de principios jurídicos con arreglo a la
máxima de la proporcionalidad –y sus tres exigencias de utilidad, necesidad y
proporcionalidad en sentido estricto– impone la realización de experimentos cuando
menos mentales, toda vez que, por lo común, resultará excesivamente costoso llevarlos a
cabo de otra manera. En cuanto que mandatos que obligan a realizar ciertos valores –a
producir ciertos resultados prácticos– en la mayor medida de lo posible, habida cuenta
de las posibilidades fácticas y jurídicas existentes (ALEXY, 1994, pp. 75 y 76), dichos
principios exigen que el órgano que ha de aplicarlos examine: (i) si en un escenario
hipotético igual al del caso considerado, restringir de alguna manera la satisfacción del
principio en cuestión traería consecuencias positivas para algún fin legítimo (exigencia
de utilidad); (ii) si en ese escenario, cabría adoptar medidas alternativas que produjeran
esas mismas consecuencias positivas –o incluso mejores– para dicho fin y, al mismo
tiempo, menoscabaran en menor medida la satisfacción del referido principio (exigencia
de necesidad); y (iii) si los costes para todos los intereses implicados de introducir en
aquel escenario la referida restricción son mayores que los de no introducirla (exigencia
de proporcionalidad en sentido estricto). Allí donde haya que aplicar algún principio
jurídico con arreglo a esta máxima –lo cual ocurre a menudo–, habrá que llevar a cabo
22
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
semejantes experimentos. De ahí el muy relevante papel que éstos deben jugar en la
práctica del Derecho 6.
Por otro lado, en la medida en que pueden influir sobre decisiones que afectan a los
derechos e intereses legítimos de los ciudadanos, los experimentos mentales deberían ser
diseñados y ejecutados de modo que aumenten –y no disminuyan– la probabilidad de que
aquéllas sean acertadas. Así, una decisión para cuya motivación se aduce un ensayo
imaginario mal diseñado –v. gr., por partir de premisas erróneas o incurrir en vicios
lógicos– podría merecer la calificación de arbitraria y, por lo tanto, contravenir el artículo
9.3 de la Constitución.
2. Experimentos jurídicos
Estos ensayos plantean innumerables problemas jurídicos de interés. En las líneas
que siguen vamos a referirnos únicamente a dos.
6
Algunos autores han observado también que los experimentos imaginarios pueden jugar, y de hecho
juegan, un importante papel en la práctica administrativa, judicial y legislativa: KAULBACH (1989);
ZIPPELIUS (1991, p. 10); HUMMEL (2003, pp. 48 y 49).
7
Resoluciones de 16 de junio de 1981 (BVerfGE 57, 295, 324) y 24 de marzo de 1987 (BVerfGE 74,
297, 339). En sentido similar apunta la STJUE de 16 de diciembre de 2008 (Société Arcelor
Atlantique y Lorraine y otros, C-127/07, § 61): «Habida cuenta de la novedad y la complejidad de
dicho régimen [de comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero], la delimitación
inicial del ámbito de aplicación de la Directiva 2003/87 y el enfoque progresivo adoptado, que se
basa en particular en la experiencia adquirida durante la primera fase de su aplicación, con objeto
de no perturbar la implantación de este régimen, entraban dentro del margen de apreciación de que
disponía el legislador comunitario» [la cursiva es nuestra].
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
otro de control; la asignación aleatoria de las unidades de tratamiento a cada uno de los
dos grupos; el establecimiento de protocolos rigurosos de medición y evaluación de los
resultados, etc. Muchas regulaciones denominadas «experimentales» [por ejemplo, la
considerada en el caso New State Ice v. Liebmann] se establecen sin apenas garantías de
este tipo y, por consiguiente, merecen escasa deferencia judicial por el mero hecho tener
–real o supuestamente– naturaleza experimental.
8
Sobre la realización de experimentos jurídicos controlados y aleatorizados por los Tribunales
estadounidenses, vid. GREINER y MATTHEWS (2016).
9
Hace algunos años, surgió en Alemania una polémica acerca de si la regulación de los experimentos
educativos a la sazón vigente satisfacía las exigencias de la reserva de ley. En contra, SÄCKER (1972a
y 1972b). A favor, STOBER (1976), quien subrayaba la necesidad de que la Administración
dispusiese de un cierto margen de maniobra si se quería que los ensayos fuesen útiles (pp. 520 y ss.).
25
G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
Con todo, es claro que no cabe una remisión en blanco a la Administración en las
materias reservadas, ni siquiera para experimentar: es inaceptable «una total abdicación
por parte del legislador de su facultad para establecer reglas limitativas, transfiriendo esta
facultad al titular de la potestad reglamentaria, sin fijar ni siquiera cuáles son los fines u
objetivos que la reglamentación ha de perseguir» (STC 83/1984, de 24 de julio); es
inconstitucional la «simple habilitación a la Administración, por norma de rango legal
vacía de todo contenido material propio» (STC 42/1987, de 7 de abril) 10.
10
Ésta es, en esencia, también la solución a la que se ha llegado en el Derecho francés tras diversas
vicisitudes que no resulta oportuno detallar aquí. Véanse las Decisiones del Consejo Constitucional
francés 93-322, de 28 de julio de 1993; 96-383, de 6 de noviembre de 1996; y 2001-454, de 17 de
enero de 2002. La Decisión del Consejo Constitucional 2004-503, de 12 de agosto de 2004, declara
que, si bien el nuevo artículo 37.1 de la Constitución «permite al Parlamento autorizar, con vistas a
su eventual generalización, experimentaciones que excepcionen, para un objeto y con una duración
limitados, el principio de igualdad ante la ley», «el legislador debe definir de manera suficientemente
precisa el objeto y las condiciones» de las mismas, lo que en el caso enjuiciado había hecho.
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Vid. el Real Decreto 1090/2015, de 4 de diciembre, por el que se regulan los ensayos clínicos con
medicamentos, los Comités de Ética de la Investigación con medicamentos y el Registro Español de
Estudios Clínicos.
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18. Espectáculos taurinos: introducción del uso obligatorio de los petos defensivos
de los caballos montados en la suerte de varas.
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La Real Orden del Ministerio de la Gobernación de 2 de febrero de 1928 (Gazeta 40, de 9 de febrero)
establece que, «con carácter provisional, y hasta el comienzo de la temporada taurina del año 1929,
será obligatorio el uso de petos defensivos de los caballos que monten los picadores que tomen parte
en las corridas de toros y novillos que tengan lugar en las plazas consideradas como de primera
categoría» (art. 2.º); y que «antes de dar comienzo a la temporada taurina de 1929, se dictarán las
disposiciones necesarias, determinándose si han de ser adoptados definitivamente los petos, las
características esenciales del modelo o modelos a construir, procedimiento de adquisición, uso y
demás particulares que exija su empleo» (art. 10). En el preámbulo se explica que la disposición se
dicta a propuesta de una Comisión que, tras examinar y ensayar diversos modelos de petos,
«considera necesario se hagan con los petos más ensayos en el transcurso de un año, para en este
plazo apreciar si producen nuevos resultados que aconsejen consolidar la innovación o modificarla
en su caso». Tras diversas pruebas, la Real Orden del Ministerio de la Gobernación de 13 de junio
de 1928 (Gazeta 166, de 14 de junio) declara, en su art. 1.º, que «se hace extensivo y obligatorio en
todas las plazas de España, para la celebración de corridas de toros y novillos, el uso de los petos
protectores de los caballos que hayan de utilizarse en la suerte de varas…».
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G. DOMÉNECH, Experimentos en la teoría y la práctica del Derecho
El art. 184 de la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas (RDLeg 2/2000, de 16 de junio)
establecía que «este procedimiento [podría] resolverse en dos fases». «En la primera se [procedería]
a la selección previa de las ofertas que, a juicio de la Mesa de contratación, [resultasen] más
ventajosas para la Administración». «La segunda [tendría] por objeto seleccionar de entre aquéllas
la oferta que [debiera] ser propuesta como adjudicataria, una vez que se [hubiese] comprobado la
adecuación de la oferta a los trabajos previstos como básicos en el pliego de cláusulas».
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