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Le vroA corrDrANA EN LAS

HACIENDAS MEXICANAS EN TIEMPOS


on MexrMrLrANo, 1863-1867
ENTnn. LA FICCIÓN v LA REALIDAD
José Arturo Aguilar Ochoa*

El presente artículo forma parte de un proyecto más ambicioso sotlre La aitla


cotitlian,a en la tápot:a d¿ Maximiliano 18671867que tiene la intención de pre-
sentar otros tenus. l-a idea del proyecto surgió al rez,Tizar la lectura del libro
La aida cotid,ian.a en Inglaterra al comimzo d¿l reinada d¿ Victoria de Jacques
Chastenetl y enconü?r un modelo adecuado para¿rcercarnos a la ma¡rera de
vivir de todos los grupos sociales en ese periodo en México, pero que entraña
un enorrne reto, ya que en nuestro país se hacía dificil aplicar el modelo de
Chastenet. Por ejemplo, a diferencia de Inglaterra, en México integrar una
población en un territorio más amplio y disperso implica dejar de lado
muchas regiones que no necesariamente compartían estilos de vida similares
alrn en grupos sociales iguales (como fue el caso de los hacendados o los
indígenas); las fuentes mismas no ofrecen muchos datos al investigar grupos
especÍñcos como las clases medias, incipientes entonces en todo el teri'itorio
mexica¡ro o incluso casi inexistentes en varias regiones. Lo mismo sucede con
la vida cotidiana de los chinacos y los ladrones a menos que se reculra a
novelas. l-a época de Maximiliano es a su vez una etapa de enfrentamientos
y luchas entre el ejército intervencionista francés y los ejércitos republicanos,
que muchas veces cambiaba¡r de bando y ocasionaron innumerables hechos
sangrientos, presentando así el par,rorama de pueblos, haciendas y ranchos
deva^stados en todo el país, de aquí que marque.mos nlrestro inicio en 1863.
Pese a estas dificultades, algunos autores ha¡r realizado estudios sobre la
vida cotidiana en este periodo, el más significativo es el libro Diré adiós a kts
señores. Vida cotidiana m. la ápoca dz Ma,ximiliano y Cailnta de Orlando Orttz.2

'uNAM.
¡Jacques Chastenet, In úda ntidima m Inglahra al cunio<o d¿l reinado dt Vutnria Buenos Aires,
Librería Hachette, 1961.
2 Orlando Oniz, Diré ad,iis a los señores. Wiln cotidiana en la qoca de
Maximiliaru I Carlota,
México, C,onaculta,/Sello Bermejo, 1999. Se hizo una segunda .ái.ión d. este libro'er. 2007,
editado Por Punto de l-ectur¿ y en donde se agregaron algunos capítulo, pero sin cambiar el

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JosÉ Anruno Acurr-ln Ocuo¡

Libro pionero y con datos interesantes, pero que a mi juicio deja muchos
huecos abiertos, pues toca sólo la zona central del país e incluso casi exclusi-
vamente la Ciudad de México, sus alrededores y las ciudades del alúplano.

EL MUNDO RURAL MEXICANO. GENERALIDADES


Y SITUACIóN JLIÚDICA, I 864-1 867

Como bien señalóJosé C. Valadés en 1976, tenemos abundantes noúcias de


los muchos aspectos de la sociedacl urbana durante los días del Imperio, pero
sorprendentemente no del ámbito rural, pese a que más de 80 por ciento de
la población vivía en el campo.s Vivían, hay que hacerlo notar, en el marco
de una sociedad parimonial sin fundamento jurídico de un derecho u
obligación. Los únicos instrumentos que dividían el suelo eran los títulos
expedidos por la corona cle España, que eran mercedes y no indiüduación
territorial. De esta manera, la demostración auténtica de las colindancias de
una propiedad no se conocía. Aun las haciendas carecían de escrituras y sus
linderos fueron modificánclose segirn las conveniencias parúculares, con
colindancias vagas.a
Dentro del campo mexicano existían bási.camente tres SruPos de pobla-
ción, dependiendo del tamaño de la propiedad de la tierra o del tipo de
posesión, como una herencia del mundo colonial: las haciendas, Ios ranchos
y las comunidades indígenas que üvían b{o un régimen de propiedad comu-
nal. La Iglesia era otro de los propietarios latifundistas, con fincas rurales
extensas, también heredadas de la etapa colonial Pero que parala época del
Segundo Imperio había üsto mennada su propiedad o definitivamente ani-
quilada a partir de las Leyes de Reforma. Podríamos decir que el momento
que üvía el ámbito rural mexica¡ro no era el mejor, y algunos autores han
llamado a esta etapa un "momento de transición", pues desde las guerras de
independencia se había afectado mucho este sector. [.a inseguridad de los
caminos habíaaumentado y las partidas de ladrones erctn un dolor de cabeza
para todos los propietarios, además de las continuas luchas internas, los deco-
misos y saqueos por parte de diferentes ejércitos, problema al cual no se le
veía solución. Todo eso mejoraría sólo dura¡rte la llamada paz porfiriana b{o
cuyo cobljo, y con la introducción clel ferrocarril, volvería una nueva etapa de
esplendor para las haciendas y sus propietarios.5

contenido general. Agradezco a Vicente Quirarte la información de esta segunda edición'


3 Incluso 90 por ciento si creemos en los datos que da el mismoJosé C. Valadés, Maximiliano

1 C,arlota m Mexia, México, Diana, 1977, pp. 147 y 263.


4lbidm, pp. 147J48.
5
Es conveniénte señalar que el tema de las haciendas mexicanas ha sido investigado por dife-
rentes historiadoresi uno de los primeros fue don Manuel Romero de Terreros, quien publicó
Artiguu hruimilas de Méxito, México, Patria, 1956. Desde entonces han surgido diversos trab{os
sobre múltiples aspectos del tema. Tenemos igualmente un Programa, producido por canal once
y culz página se puede consultar en línea: http/oncew-ipn.net/haciendas/hacienbibliogrzfia.htm
consultado el 2 de febrero del 2011.

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L4. vroe coTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXICANAS

A la llegada de los franceses, como hemos dicho, las propiedades de la


Iglesia se habían üsto afectad¿ts enormemente. El barón Henrik Eggers,
voluntario del cuerpo austriaco y de origen da¡rés, percibió estos czrmbios y
los describió así:

1as i»rlensas haciendas r, la gral cantidad de f,rncas urbanas y rírsticas que a 1o


lar-go de los siglos la Iglesia había acumulaclo, comenzaron a ser vendidas (a
partir de 1857), pero como el gobierno se encontraba urgido de dinero y 1os
compraclor es temían que los liberales no se pudieran mantener en el poder por
largo tiempo, todo est<¡ se hizo cn for¡ra apresurada y las propiedades fueron
lcmatadas en una quinta o sexta parte de su verdadero valor.6

Muchas de estas fincas eclesiásüca-s se¡gían en litigio ¡ para algunos alrto-


res, los beneficiados fueron en realidad en este momento algunos comercian-
tes v extranjeros, más clue los propios dueños de las fincas, ya qlre este grlrpo
no quería nlás probleuras en la inversión de tierras y compraron poco.

r,N PAISAJE SINGULAR

Además cle las poblaciones y los ¡rueblos indígenas, lo que destacaba en el


pzrisaje mexicano, a todo aqtrel que lo recoría en la época del imperio, eran
l¿s hacienda^s. Ya fuera en las zonas agrícolas de los estados del altiplano, las
tieras áridas de Hiclalgo, las zonas tropicales de Veracruz o Morelos, las enor-
mes extensiones ganacleras del norte como Coahuila, Durango o Zacatecas o
incluso en la penínslllzr de Yuca¡án, lo que siempre encontraría un vi4jero
sería el c¿Lsco enorme cle es[as propiedacles. Aunque la arquitectura había
sido heredada en gran parte de los modelos españoles, las adaptaciones al
clima, el uso de materiales nuevos, lo mismo que el cultivo de procluctos
como el magrley ,la cai,a de azúcar o el café, hacían singular la manera de
const¡uir este tipo de edificios.
Constrtúdas regulitrrrente con materiales sólidos como piedra, cantera o
argamasa y de estilo austero, estos vastos edificios es[aban casi siempre arnu-
rallados v llenos a \¡eces de torreones almenados o troneras, incluso con
pesados contrafuertes que le daban el aspecto de una fortaleza o casúllo
fe,-rclal.7 La entrada al casco, corazón de la hacienda, se hacía a través de
portones o maciza^s puerfas de encino, reforzadas con clavos cle hierro que
pennitían el paso de grancles carretas, cle ha@os de mulas, caballos o dife-
rentes mercancías. Algr-rna-s de estas portadas todavía conservaban decoracio-
nes barroc¿Ls, con columnas salomónicas ennarcando el nicho de una virgen

6
Barón Heruik Eggerc, Matuias d.e Máxico, WalterAstié-Burgos (ed ), México, Miguel Angel
Porlúa,2O()5, p.204.
7 Ha.ci.enda.s tle Méxi.d, texto de Ricardo Rendón Garcini, Mérico, Fomento Cultur¿l
Bana:rer,
199-1, pp. 19,21,36

r2l
JosÉ Arruno Acurr-en OcHoe

o un santo, o neoclásicas, con frontón o arquitrabes clásicas que eran disún-


tivos del lugar y señal de riqueza del propietario y no era raro encontrar el
escudo de trrr título nobiliario. Pero regularmente donde se concentraba la
decoración más suntuosa era en las capillas, algunas verdaderas obras de arte
en medio del campo, con ricas portadas, torres y campanarios, con dimensio-
nes en ocasiones más grandes que las de la iglesia del pueblo más cercano.
En l¿r"s zonas tropicales era frecuente, en cambio, un edi,ficio cuadrangular
encalado, con Lln patio interior rodeado de las habitaciones, con techos de
teja y pasillos sostenidos por elegantes colurnnas (figura 1).
Todos estos eclificios tenía¡r algturas dependencias en común alredeclor
de un patio. Según el ü{ero briuínicoJames Frederick Elton, militar que sir-
üó al ejército fra¡tcés enfte 1865 y 1867,las características era¡r lzu siguientes:

...a la derecha. se encuentra regularmente "la tienda y fonda" propiedad clel


dueño, donde los indios de la hacienda están obligados a comprar todo lo que
necesitan [...] a la izquierda esá Ia of,cina del hacendado, donde lleva a cabo
' todas las transacciones de negocios (entre ellas lletar las cuentas) y da órdenes a
sus subordi¡rados, casi sin entrometerse en 1o que ocurre afuera, dejando su silla
y extinguiendo su eterno papelito (cigarro) sólo para tomar sus alimentos. Más
allá del portal se entra en un patio grande, que contiene el mejor alojamiento cle
Ia hacienda (la casa grande ); en el centro probablemente hay una fuente b{ o la
sombra de un árbol y debajo de las verandas una profusión de flores y clocenas
dejaulas con aves de plumaje colorido que no cantan [...] Pasando por este pario
se entra en otro, y aquÍ hay establos para los animales más valiosos, los garañones,
Ios caballos de monta, las mulas de carga, etcétera, porque sería peligroso dejar-
los afuera a merced de los china¡os. Al lado, y formando parte del mismo bloque
siempre hay una capilla [unas veces grande y otras pequeña dependiendo de la
riqueza e interés del propietario]. Alrededor de la hacienda, pero a cierta clistan-
cia si fueran capturados y siwieran de refugio a cualquier enemige- están
-por
Ios graneros (o troj es) , sitios de trillado, Ias bodegas y los corrales para el ganado
y los caballos.s

Si bien había elementos genérales en todas las haciendas, además de


los que menciona Elton casi siempre se tenía la calpanería o habitacio-
nes de los peones, por lo regarlar sencillas y pobres, adosadas a Lrno de los
mlrros del casco, construidas en serie o casillas, de ahí el nombre de peones
acasillados. Cada una de estes cas¿rs constaba de dos pequeños cuartos: la
cocina con una sencilla chimenea (separada para no conlaminar con el
humo del fogón la otra pieza) y otra habitación que servía para dormir, cuya
única posibilidad de ventilación provenía de la puerta.e Desde luego había
haciendas que tenían dispersos a sus peones, a lo largo de la propiedad

8
Elton, Con los francaa m Mt*ico, Méico, Conacult4 2005 (Mirada ü4iera), pp. 5455.
J.F.
sMarianaYampolsky, Hacimdns poblmas, texto Ricardo Rendón Garcini, Asesoría e investiga-
ción de Oscar Hagerrnan, México, Universidad Iberoamericana, 1992, pp. 23, 80 y 10.1.

t22
Ll vrnl corrDrANA EN LAS HACIENDAS MExrcANAs

Figura 1. Hacienda de San Nicolás el Grande, murricipio Lázaro Cá¡denas, Tlaxcala. Tomada
de Hacintd,re d.e México, Fonlento Cultural Banamex, 199'1, p. 109.

vir.iendc¡ en jacales. 'Iambién era comirn que en los patios que diüdían todas
las dependencias no fal¡arala presencia de una noria o un pozo, Para extraer
el agua, de un aljibe o cisterrla para almacenarla o de una fuente y un abre\¡a-
dero para que tomaran el preciado líquido hombres y animales.lo
Pero había otras variantes propizrs de la producción que se realizaba en
el lugar; por ejemplo, en las haciendas azucareras sobresalían descle lejos las
chimeneas o chacttacos y los molinos, característicos del trab{o de la zafray
elaboración de agr-rarcliente y panela, con calderas y maquinaria pesada nece-
sarias para obtener la refinación del azúcar. En este tipo de haciendas debían
edificarse grandes y nurnerosas instalaciones para irrigación, como presas y
acueductos, y por ello en el cenfo se encontraba el ingenio parala tritura-
ción de la caña con dos variantes, una con tracción hidráulica y otr:a con el
trapiche, donde se utilizaba la tracción animal.ll El ruido que se producía en
estos lugares se podía oír a una gran distancia en el peúodo de la zafra, igual-
mente el calor era insoportable pues las calderas calentando la caña lo haaían
más pesado en un clima hirmedo, como era en las zonas tropicales. Algunas
de estas haciendas fueron visitadas por Maximiliano o Carlota cuando hicie-
ron üajes a Cuernavaca, como fue el caso de las haciendas de Temixco, pro-
piedad de la señora Marruela Guúérez Estrada de Del Barrio, Miacatlán,
Cocoyotla o San Gaspar, ctryos dueños eran el coronel Paulino Lamadricl y

)a lbidan, p.24-
t) Hací0tdos..., o[,. ci.t., 1994.p. ),54.

t23
.|osÉ Anruno Acurlen Ocuoa

Figrra 2. Hacienda de Santa Ana Tenango, municipio deJarrtetelco, Morelos. Tomada cle
Haciend,as de Méxi.c¿, ott. cif., p, 158.

sus hennanos, todas localizadas en el actual estado de Morelos y visitaclas por


Carlota entre febrero y mayo de 186612 (frgrrra 2).
Las haciendas pulqueras se distinguían en los paisajes áridos, conro
Apam en el actual estaclo de Hidalgo, por las grandes hilera-s de magr.reyes
conocidas también como amelgas, v en donde una irnportante constmcción
dentro clel casco era el únacal, en realidad enonnes galerones con úna^s y
barriles clonde se procesaba el aguamiel o líquido que se extrae del corazrin
del mague¡ para después fermentarlo y convertirlo en pulque. Una de estas
haciendas que visitó Maximiliano fue la de Los Reyes Zoapayrtca, en agosto
de 1865, propiedad entonces del señor .fosé Adalid y de su esposa
Concepción de Adalid, dama de la emperatriz Carlota y propietaria, en la
Ciudad de México, de varias pulquerías.I3 Las haciendas ganaderas, casi no
visitadas por los emperadores, por estar en el norte del país, tenían enorrnes
establos desde donde surtían animales en pie y donde elaboraban manteqtÉ
lla y se ordeñaban las vacas para vender leche. Tenían inclt¡so talleres donde
se obtenía el sebo para la elaboración deljabón y velas y algunas se especiali-
zaban en la crianza de toros de lidia.la

12
Véase Konrad Rztz, Corxpondm.cia in.édita, entre Maximiliano y Carlota, México, rcr, 2003,
pp. 258, 267-262,28o.
t1 lbidem,, pp. 215-216.
ra Haciatdas...,
op. cit., p. 722.

t24
Lc. vToA. CoTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXICANAS

Y descle luego si tomanros en consideración que la empera[riz Carlota


realizír un viaje a la entonces lejzrra proüncia de Yucatán en noviernbre de
1865, ¡rarte de alguna^s de lzr^s peculizuidades (llre enconrara en lzrs haciendas,
conr<,¡ las cle Uyalceh, Chinray v Mucuyché, es que zügr-rnzu de ellas tenían
dentro cle su propieclad, aunqtte no formando pa-rte del casco, restos cle rli-
nas indígenas. Igrralmente algr-rnos alrtores han dicho qlre en una de estas
haciendas la emperatriz conoció un cenote en clonde tomó un ba.ño que la
refiescó del intenso calor que la agobiaba;15 desde luego esto irltimo segura-
nente es sólo una leyenda más, como las que suelen acom¡rañar la vida de los
em¡rcradores.

¿I-A.FICCION E¡.. LA.\{DADE I-AS HACIENDAS \TISITADAS


POR I4AXI\{ILIANO Y O\RLOTA?

A diferencia del resto de los gobernantes qLre había teniclo nlrestro país hasta
entonces, los emperaclores qlrisieron recorrer Lrna amplia parte del terÉtorio
para conocer a slls nuevos sirbclitos y el pais4je mexicano, para ellos ignoto,
permitiéndoles visitar un É¡ran nirmero cle los latifurrdios mexicanos. En una
é¡roca en que no había infraestrlrctllra, las haciendas, ranchos y pueblos cum-
plían la ftrnción de alojar a todo üajero que pidiera hosped{e. Como bien
constató el barón de Eggers, "en cualquiera de estos lugares se puede pedir
posacla y se es bien recibido con el típico: apéese usted seño¡ y aunque sólo
se consiga una desnuda habitación con Lln triste cat¡e o un frío pasillo, siem-
pre habrá doncle pasar la noche",16 (figura 3).
Pero adentránclonos en la vicla coticliana, nos Pregllntamos ¿cómo era
el estilo de vicla de los dueños cle estas grandes propieclades? Estilo que los
emperadores conocieron a detalle gracias a estas üsitas. En primer lugar
debemos destacar que regr-rlarmente los propietarios no vivían en sus hacien-
das, el término ausenústa o renústa los define en cierta manera, pues la
rrrayoría prefería üvir en la capital o en las ciuclades de proüncia e ir sólo a
cobrar sus rentas con el administrador o como reüro ocasional. Muchos
incluso radicaba¡r en Europa o ni siquiera conocían sus propiedades, como
fne el c¿xo del general españolJuan Prim y Prats, dueño de una hacienda en
el cstado de México (San Nicolás), por estar casaclo con la mexicana
Francisca Agiiero y Echeverría, quien había heredado la propiedad.
Maximilia¡ro en r¡na carta qr're dirige a Carlota, en abril de 1865, le mencio
na lo siguiente: "acabamos de llegar en medio de una fuerte lluüa a nuestro
alojamiento por esta noche, en esta hacienda, magnífica y grandiosa que
pertenece al español Prim, es una especie de palacio rodeado Por una mura-
lla defensiva'.17

)5 lbidm, p. 309.
16 Barón Henrik Egger:, o'p. ci.t., p. 183.
r7 Kon¡:ad R^rz, úp. rit, p. 169.

125
JosÉ Anruno Acrrrlen Ocuo,A.

Figura 3. Hacienda de Solís. Tomada del libro deJ.F. Elton, Con los francax n Méxiro,
Méxíco, Conaculta, 2005, p. 153.

Por ello durante la ausencia de los dueños, el administrador, auxiliado


por los dependientes, era el encargado de cuidar la propiedad con toda-s las
responsabilidades que ello conllevaba. Y aunque la hospitalidad era lo que
prevalecía como hemos dicho err esta-s haciendas, desde luego no se podían
esperar grar-rdes hlos o comodidades como los que existían en los hoteles
europeos, a decir de Madame Calclerón de la Barca, quien hacía más de vein-
te años había üsitado muchas haciendas y mencionaba el menaje de la casa
grande: "un caserón vacío, con infinidad de cuartos de altos techos que se
comturican entre sí, y en los cuales hay el menor núrnero posible de mue-
bles.... así son la mayor parte de las haciendas que he üsto hasta ahora".18 De
hecho si creemos en Blasio el mismo Mo<imiliano no era afecto a los lqjos
cuando se hospedaba en la casa grande de los hacendados, pues en la de
Jalapilla, en Veracmz, el mobiliari<¡ de la habitación "estaba formado por
algunas sillas de bejuco, un tocado¡ un lavama¡ros y en el fondo un angosto

r 8
Madatne Calderón de la Barca, La tida at. México, darante una rxid.m.ci«. de dos años nt ese país,
México, Porn.ia. 1987. p. 71.

t26
L¡ vr»e coTIDIANA EN I-AS HAoIENDAS MEXICANAS

catre de hierro, que era el que usaba siempre y que llevaba en todos sus riajes,
plles nlrnca dormía en los suntuosos lechos que le preparaban.te
Esta falta de interés por adornar y amueblar las habitaciones se debía a
constantes guerT¿ts o luchas internas, que ocasionaban saqlleos o destruccio
nes, además de la presencia de bandidos de los que adelante se hablaÉ, pero
también, como hemos dicho, porque eran realmente pocos los propietarios
que vivían en sus latifturdios, si acaso sólo aquellos preocupados Por mejorar
la proclucción o los qlle por otros motivos se retiraban a estos lugares. Por lo
tanto la llegada del hacendado y su familia representaba un acontecimiento
importante para toda la comunidad, y mucho más cuando eran acompaña-
dos por amigos o recibía¡r üsitas importantes a las cuales agasajaban, como
fue el caso de los emperadores Maximiliano y Carlota en sus periplos por el
país.
Para los hacendados, su familia e invitados, la jornada solía empezar
clesde mtry temprano, qtúá desde las seis o siete de la mañana, cuando el
canto del gallo anunciaba el día y se desayunaba una taza d,e chocolate con
¡:an dulce'y si era domingo la asistencia a la capilla era de rigor, oficiaba misa
Lln curzr de la hacienda ctrando lo tenía, o algún sacerdote del pueblo más
cercano y era el mejor momento para observar a todos los trabajadores de la
hacienda, ta¡rto los pennanentes como los eventuales. Maximilia¡ro mencio
na que en la hacienda de Manuel Campero en el estado de México escuchó
misa "al g.lop.", que terminó en menos de quince minutos,20 ya que tenía
interés en ver la elaboración del pulque, la cual interesó y diürtió a
Ma<imiliano. Aunque no había un plan preconcebido, regularmente des.
pués de rnisa seguía el almuerzo, y cono se estaba en el campo los guisos
mexica¡ros acompafiaban todas las mesas, con atole, tamales, quesos del lugar
o algr-rnos preferían c¿rrne asada acornpanada de diferentes salsas o chiles, y
las imprescindibles tortillas de maíz con frijoles negros. En la hacienda de los
Adalicl se le ofreció al emperador, en un gran frasco de cristal, pulque elabo-
rado cuidadosamente, lo que hizo decir a Maximiüano que "si así pudiera
obtenerse en la capital, podría servirse en cualquier mesa elegante".zl
Desde luego esto variaba segirn la región y el café en las haciendas de las
zonas tropicales sustituía al atole; igualmente era comiur que en estos lugares
se ofreciera¡r mariscos frescos de Veracruz, Pescadosy calnarones preparados
de diversas maneras. Esto sucedió al archiduque cuando üsitó la hacienda
clel señor Bringas cerca cle Onzaba en mayo de 1865, donde segirn pala-
bra^s del propio Maximiliano su ministro José Fernando Ramírez, ante tal
almuerzo, "se conmoüó hasta las lágrimas y comió para dar miedo".22 No era
raro que en la mesa se lucieran, traídos expresamente de la ciudad por los
hacendados, elegantes marrteles de lino y se exhibieran las v4iillas de plata y

leJosé Luis Blasio, Maximi.t.ia.no ínlimo, Et ernperador Maxi.miliano 1 su tor-te,-prólogo de Patricia


Galeana, México, uNervr, 1996 (Colección Ida y Regreso aI siglo xIx), pp.27-28.
20 Konrad Rz.tz, c,P. cit., p.769.
11José Luis Blasio, op. dl., p. 96.
22 Konrad P'al oP. cit, p. 182.
,

r27
JosÉ Anruno Acrrrr-q.r Ocuoe

porcelana cle la familia, ademá de que se sentaranjunto con el propietario.


la familia y los invitados, el aclministrador y sus ayudantes, el cura y algu-
nos otros clependientes de confianza, que como bien habían notado algrlnos
extranjeros era, nrás que una mzurifestación de una slrplresta igr-raldad socizrl,
reflejo de un estilo feudal en el trato.
Después los inütados podían escoger entre üsitar los campos de cultivo,
que en las zonas tropicales eran atractivos, como los platanares o los carnpos
sembrados de árboles de mango, limón, naranja o ya sea inspeccionar otras
acüüdades de la hacienda, como la elaboración del pulque ,la cría del gana-
do o la üsita a un ingenio donde se les explicaban los pasos para elaborar el
azítcier o el alcc¡hol de caña, el secado de los granos de café o lzrs hojzrs cle
tabaco, ir de cacería o üsitar las belleza^s de los alrededores, c¡ue no faltaban
en cualqtúer lugar. Aquí hay que hacer notar qlre en sus vi{es Ma¡<imiliano
llevat¡a su propio séquito cle sirwientes, como el inseparable mayordomo arrs-
triaco Venish, qlre a decir de José Luis Blasio "salía de maclmgada con rrn
gran número de criados, llevando en mulas sus c{a^s con vajillas y provisiones,
a§í que cuando llegábamos al lugar que el emperador designaba para que
almorzáramos, ya nos encontrábamos con el almuerzo listo y la mesa
puesta".23 Tánto Maximiliano como Carlota solían hacer excursiones a caba-
llo por los alrededores de ias haciendas, visitando paisajes pirrticularmente
bellos, como las cascadas cercanas a la hacienda deJalapilla en Veracruz o las
grlltas de Cacahuamilpa en el estado de Morelos, ctando residieron en el
Jardín Borda de Cuernavacay para. r,isitarlas, con todo el séquito cortesano,
se acompanaron de mírsica militar. Incluso M»limiliano realizó, en abril cle
1865, cuando se hospedó en la hacienda cle su ministro de Jusücia.fosé
Escudero y Echánove (San Antonio Acolman), una üsita a las ruinas de
Teoúhuacan y subió, acompanado de su ministro José Ferrando Ramírez, a
la Pirámide del Sol, desr-le donde contempló tur espléndido pars4je y la salida
del astro solar que le recordó su ü{e a Egipto y la pirrímide de Keops.2a No
obstante, lo que más le impresionó a Nlaximiliano cuando se hospedó en la
hacienda del Mirador en Veracruz, propiedad del alemán Karl de Sartorius,
en mayo de 1865, fue la oportunidad de estar cerca del mar que tanto amaba.
Señala en una cle sus cartas aCarlota lo siguiente:

...ayer 11oré casi de alegría al ver de nuevo el mar porvez primera, después de
muchos años [en realidad sólo un año]. Reconocí la brisa marina mucho antes
de que se pudiese ver el océano y, para sorpresa de quienes vi4jaban connrigo,
señalé correctamente la dir ección hacia la cual se encuentra el mar.25

Por cierto, cuando se hospedó en la hacienda del Mirador Maximiliano


señalaba que "aquí se esá espléndidamente, un lugar idílico, amable y con

23José Luis Bl'xio, Maxitniliano íntima, oft. cit , ¡:. 1)-8.


2a Konmd R^rr, u1,,. (it., p.167.
25 Ibi.dan, p. 201.

128
Le vro¡, coTIDIANA EN I-AS HAcIENDAS MEXICANAS

una r.ista indescnptiblemente bella sobre la tierra caliente y cerca del mar".26
Quizá de ahí el gtuto que siempre tuvo el archiduque por recolTer el país,
ya que se mezclaba Io que podríamos llamar el turismo, el reconocimiento
del nuevo imperio además de constatar y reafirmar la adhesión de los sr.'rbdi-
tos, plres regtüa.rmente era recibido con üvas y gritos. No era raro que el
misnro hacendado pidiera a algunos de los emperadores lavisita, como suce-
clió en Ia hacienda de Mahuixtla o Mahuixtlán, camino aJalapay propiedad
de José Cervantes, marqués de Salinas y conde de Sanúago de Calimaya,
donde llegó Marimiliano en mayo de 1865 y fue recibido con exquisita cor-
tesía y le sorprentlió un arco triunfal que se leva¡rtó a la entrada con produc-
tos de la frnca.2l Sorprencle también el enorme territorio que recorrió en una
época en que los medios de transporte erzrn tan raquíücos y lentos, como el
caballo y los carru{es.
Al terminar estos paseos segrría la comida en la que los comensales forma-
ban un gran nirmero, sobre todo en las visitas que realizaban los emperado-
res; así sucedió en agosto de 1865 en la hacienda de Chapingo, propiedad
cle don Antonio Morán, marqtlés de Viva¡rco y chambelán del emperador,
clonde fueron más de sesenta las personas sentadas en el vasto y hermoso
comeclor de esta finca rústica.28 Aquí se volvían a servir platillos mexicanos,
como el puchero, el chicharrón, el mole, los frijoles, agtlacates, arroz, f¡.)ta;\
como el chicoiapote, el rnango, marney y capulín, y en la zona del Alúplano
no podían faltar las tortill¿rs y el pulque, con los curados de piña o de tuna
roja conocidos como "sangre de conejo", que los emperaclores solían probar,
distintos por cierto de los platillos que se servían en el palacio imperial o en
Chapultepec, donde el menú francés era de rigor.
Sin duda otra de las opciones de diversión en las propiedades rurales, y
cle la cual los mexicanos eran fanáticos, eran los especáculos ecuestres en
los que se mostraban las suertes del lazo, los herraderos (acción de marcar los
toros y los caballos con Lln hierro candente que forma las iniciales del nom-
bre del propietario), los coleaderos y las corridas de toros. Para las corridas
alglmas haciendas tenían su propia plaza adonde invitaban a toreros profe-
sionales y asistían al igual que a la misa del domingo todos los habitantes de
la hacienda e inchuo algunos más, inütados de los pueblos cercanos. Lo más
probable es qlre se improüsara un pequeño coliseo donde se realizaban estas
activiclades. Nuevamente Madame Calderón cle la Barca describe en qué con-
sistían los herraderos, espectáculo al que los mexicanos eran tan aficionados
y pma lo cual, segirn ella, ahorraban todo el año y comprabart vestidos nue-
vos, cotuo las toquillas de plata, o forros dorados pafa sus sombreros, o bien

El Colegio de Nléxico, vol. lX\', lúm. 178, octubre-diciembre de 1995' p' 4-

t29
JosÉ An,runo Acurr-en Ocuoe

flama¡rtes pantalones de piel de venado o de gamuza, con chaquetas borda-


das y botonadura también de plata. Según la misma Calderón de la Barca, "el
deporte de la caza de la zorra en Inglaterra no vale nada en comparación".2e
Expectantes enlaplaza eran recibiclos los toros con grandes vítores, aplausos
y después:

...tres o cuatro toros irlumpen el el ruedo. Se quedan por unos instantes inrnri
viles reconocienclo con arrogancia el enemigo. Van a su encuentro galopando.
Ios hombres de a caballo, sin más armas que el lazo, y les incitan al combate con
grandes e insultantes gritos de: "¡Ah toro!" Los astados escarban eI suelo y embis-
ten furiosos a los caballos, y suelen herirlos en la primera acometida. Dan rueltas
en una carrera salvaje, toros y caballistas en medio de la griteía y de los siibidos
de los espectadores[...]30

En este pasatiempo, popular en casi todo el país, los accidentes eran muy
frecuentes y arriesgar la üda era parte de la emoción y el espectáculo. Los
'rancheros aprendían todo eso desde muy niños, 1o mismo qlre a coleat que
a diferencia de los herraderos, no implicaba marcar al toro, sino solamente
derribar al animal por el rabo y esto cabalgando en el ruedo. Carlota rrarrala
asistencia a este especáculo en febrero de 1866, cuando asiste a la hacienda
de Temixco, en el hoy estado de Morelos, y con un calor intenso se ofrecieron
estas suertes en su honor; dice que se soltaron los toros en el paüo y fueron
capot.eados, después lazados y coleados, aunque señala que "para mi admira-
ción Felicia¡ro Rodríguez (uno de sus caballerizos) no acertó ni Lrna sola vez
con el lazo".51 Terminaba lajornada en la haciendaya sea con alguna elegan-
te tertulia o Llna cena, como la que dieron los Adalid en su hacienda de los
Reyes, en agosto de 1865, en donde según Maximiliano "la señora de la casa
estlrvo más amable e ingeniosa que nunca, toda su familia muy acogedora v
flosé) Zorrilla lleno de ingenio y espíritu. Tlrvimos una muy buena cena, con
preciosa mÍrsica de México, y después de cenar, Zornlla leyó en voz a)ta y
luego cantó la dueña de la casa".32 Como vemos, pese a no estar en la ciudad,
en estas reuniones no estaba exenta la presencia de algún literato importante
como el famoso escritorJ osé Zorrllla (autor de la obra teat¡al DonJuan Tbnorio
entonces de úsita en el país) y qtúen recitó alguna poesía en estas fiestas.
Pero era común que la señora de la casa, sus hljas o algrrna inütada tocara el
piano, canta.ra algrrna datza laabartera de moda o incluso algr-rna aria de
ópera italiana famosa, por lo demás caracterísúco de la buena educación cle
las damas mexicanas.
Pero incluso el marco de estas propiedades no era desdeñable para dar
un baile en toda forma y con el mayor lujo, como el que ofreció el mismo

2e Madame Calderón de la Barca, op. ci.t., p.209.


30
lbidm.
31 Konrad Ra:u-, op. cít., p.258.
32 lbidetn, p.215,

130
L,c, vIo,A. CoTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXIcANAS

Maiimiliano en la hacienda deJalapilla, cerca¡ra a la ciudad de Orizaba, el l0


cle rnayo de 1865. Él mismo relata la fiesta en una carta que le dirige a
Carlota:

Te escribo tras haber sobrevivido a la tertulia o. mejor dicho [.. ] el sarao.


Resultó perfecto. La casa, que es en Ia que vivimos, estaba arreglada de un modo
encantador con muchas flores y lámparas, Ia música perfecta y la concurrencia
n)uy nurnerosa y más elegante que el año pasado. Había también muchos
extranjeros, franceses y todos los ingleses del ferrocarril con sus esposas. La
c<¡rrcurrencia estuvo muy alegre y se bailó hasta la mañana, al principio en los
salones, y después, por consejo mío en el patio que se veía encantador. Yo bailé
Ia cuadlilla con la esposa de Herrera, el prefecto municipal, que está en el últi-
rno mes de embarazo ), esperaba el nacimiento en cualquier momento durante
el baile.3S

No hay duda de que era muy fuerte la tendencia de los emperadores,


especialmente de Maiimiliano, de recorrer el país, realiza¡ ü4jes al interior
en momentos que no era tan fácil hacerlo y vivir en las haciendas, incluso
muchas veces estableció sus oficinas en algunas de ellas. Tál fue el caso de la
hacienda cleJalapilla en OÉzaba, en mayo de 1865, o la hacienda de la Teja,
en los terreno.s de la actual colonia Cuauhtémoc en la Ciudad de México,
doncle f1jó su residencia en enero de 1867 y en donde antes de esta fecha,
pues no esta cla.ro el momento,jugara criquet con algunos de sus cortesanos
o representantes extranjeros como el embqjador de Inglatera.
Extraña qr¡e estando tan cerca del castillo de Chapultepec haya preferido
viür en esta hacienda, alrnque algunos consideran que la razórt era porque
en algírn momento había pensaclo salir clel país y el alcazar se encontraba
deshabitaclo, ya que muchos muebles habían sido sacados de este lugar y por
lo tanto era inadecuado habitarlo.
Otro ejemplo de su gusto por el campo es que en varios de estos üajes
lució el traje nacional, es decir el vestido de charro, con sombrero ancho,
sarape, chaqueta corta y tr:{es de g¿unlrza o calzonera (pantalón abierto de la
rodilla para ab{o con botonadura de plata, propios de los hacendados del
centro del país) y que fue criúcado por algunos y aplaudido por otros.3a
Igualmente, a decir de Blasio, cua¡rdo viqlaba por las zonas fopicales Ma<i-
milizuro lucía ropa blanca y sombrero de p{a.35 ¿Fue ficción lo que vio de las
haciendas o lo que quiso ver?

3t lbidenr, p.193.
3n
Este dato lo menciona, entre otros autores, Francisco de Paula Arrar-rgoiz en sulibro Méxi.co
dude 1808 huta 1867, prólogo de N{atín Quirarte, México, Porrúa, 1968, p.591. Este autor
menciona que el traje sienta mu1, mal a[ hombre de educación, sobre todo si es del norte de
Europa, por no saberlo lleva¡ como era el caso de Maximiliano. Además el traje lo considera miís
bien distintivo de los guerrilleros juarista-s o de los plateados, y señala exagerzdamente que nin-
guna persona de respetabilidad lo usaba en poblado. Algunas críticas parecidas le mencionaro¡r
a Madame Calderón de la Barca cuando quiso usar el traie de china poblana.
35José Luis Blasio, o1. cit., p.27.

131
JosÉ Anrt no Acurr-rp Ocuoe

I,A OTR,A. REALIDAD DE I-A.S I]ACIENDAS MEXICANAS EN TIEMPOS


DE MAXIMILIANO

Si bien los emperadores conocieron parte de la üda en las haciendas mexi-


canas, su visión fue la de los de arriba, es decir la de los propietarios de quie-
nes fueron huéspedes y se acercaron poco a otra realidad: la de los peones v
cle los arrendatarios qlre no siempre llevaban las mejores condiciones cle r.icla.
Casi todos los visitantes extranjeros notaron la poca paga qlle recibía un peón
en el campo, regularrrrente pagados con monedas de cobre y maí2. El üajero
Janres Freclerik Elton mencionaba lo srguente:

El tt-abajo clei campo 1o hacen los peones que, aunqrre no son exactamente escla-
vos, Io son en casi todo menos en el nombre. (Existe en toda hacienda una tien-
da de raya donde los indios están obligados a comprar todo 1o que necesitan; c1e
hecho se les anima a incnrrir en deudas, o a gastar en bebida el salario ganado
con esfuerzo, de forrla qne el poco dinero que obtienen se del,uelve al bolso de
. sus patrones). Además nacen, r,iven y rrlrererr en la propiedad, sin serjamás sus
propios dueños, porque están invariablemente endeudados con la tienda 1, obli-
gados continuamente a trabajar en pago de su denda, cosa qtre no logr.au hacer
con éxito a menudo... En suma, todo e1 asunto recuerda notablemente el sistenra
de castas entre los sirvientes en la India.36

Las condiciones cle los arendatarios no eran mejores y mucho menos las
de los peones que trab{aban sólo por temporadas en las haciendas y el restcr
del tiempo tenía¡r que buscarse el slrstento de otra-s maneras. De aquí qlre no
fuera raro qne muchos buscaran entrar al ejército como Llna salida a slrs pre-
carias condicione.s de úda y eran acompañados por toda la familia, ya que la
mujer seguía a su hombre en campaña. Es de sorprender que en sus carta-s,
ni Marimiliano ni Carlota mencionen las tristes condiciones laborales de los
peones en las haciendas, ni siquiera una mención a las. casas o jacales doncle
vivían estos trabajadores, con sólo los implementos necesarios para sobrevir.ir
conlo eran los petates que ser-vían de cama, un comal sostenido con piedra-s
como cocina y alguna que otra herramienta y ropa alrededo¡ a menos qlre
estos comentarios los hicieran en privado y no conozcamos su opinión sobre
el problema. Aunque no hay duda de que fueron conscientes cle dicha reali-
dacl, pues algunas de las leyes que propllsieron son una mllesfra de los cam-
bios que qtúsieron introducir. Esto quedó de manifiesto en la Ley del trab{o
y liberación de los peones expedicla por Mru<imiliano el primero de noviem-
bre de 1865. Aclemás de leyes qlle exigían se paga.ra en moneda corriente y
no en efectos, ni que se heredara¡r las deudas a los hijos, destaca el artículo
IX que menciona que: "queclan aboliclos en las haciendas la prisión o tlapix-
qlrera y el cepo, los latigazos, y en general toclos los castigos corporales".3T

36
J.li Elton, op. rit., ¡t¡t.5{55.
37
Ley dada por e[ emper:ador el primero de noviernbre de 1865, a su ministro de Gobernació¡

132
Lr vloe coTIDIANA EN I-As IIACIENDAS MEXICANAS

;Cómo concilió Mruiimiliano esa^s leyes con sll amistad hacia los hacen-
claclo.s?
Lzr-s disputas de las propiedades de los pueblos indígenzs es otro plrnto
cle tensión en el campo, ya qlre frecuentemente había conflictos por los lin-
deros v por la^s invasiones que los hacendados hacían a las comnnidades. De
regreso cle una excursión aApam, en agosto cle 1865, Maximiliano menciona
en Lrna carta a Carlota lo sigtúente:

Hoy ñre rul día lk:no: temprarlo por la matiana jtzgar cuatro indicadores [sic] y
por la talde uno más, además cle las audieuci.as con 24 personas, ent¡-e ellas
nrrnlerosas comisiones de indígenas que se qnejan de los hacendados y "geute de
razón" por robos de sus tierras. Ies dije qr,re debían tener paciencia que ya les
llegaúan al,ucla y protección. Algunos no sabían nada de Chimalpopoca y los
mandé con é1. Me preguntaron ¿Cuánto debemos darle a ese licenciado para que
acepte nuest'o asunto? Nada, é1 también es inclígena. los gtúere y sólo está aquí
para servirlos.*

Sin emtlargc¡, l<¡s mismos hacendados no tenían las mejores \¡ent4jas en


este momento, plles poclrí:tmos clecir que se üvía en Lrn constante estado de
guerra entre lo.s cliferentes grupos que se disputaban el control de l¿u zonas.
A las regiones clel centro, clespués cle hatrer quedaclo agotadas por la Guerra
de Reforma, ahora les tocaba contribuir con recllrsos htrmanos y materiales.
Cualquier hacienda podría ser tomada por uno Lr otro grllpo y convertida en
cuartel, ya sea por los republicanos o por los imperialistas, ftlerzas estas últi-
mas integradas hasta 1867 por tropas francesas, belgas, austriacas o incluso de
la legión extranjera, con todo lo que esto conllevaba de saqueos o decomisos.
Algr-rnos han atribuiclo la negativa de la señora Guadalupe Morán de Gorozpe
cle toma¡ el título de danra de palacio de la emperatizCarlota al hecho de
qlre slr esposo, Peclro de (iorozpe y Echeverría, sienclo imperialista, tenía
trato con los republicanos qlre ocupaban su hacienda de La Gaüa como
cuartel general de Nicol¿is Romero (subalterno del general republicano
Vicente Riva Palacio) sin que calrsaran da¡los en los sembrados ni en los ani-
males propiedad de la finca.3e

José Nlaría Esteva. Lel,transcrita por HerüenJ. \ickel, op. rit pp. 98-100. Puhlicada en el Diario
I del l»pnio, 18 de diciembre de 1865. Agrzdezco el dato a Nizza Santiago, quien me hizo ¡rotar la
visión de los emperadores sobre la situación de losjornaleros.
38 Korrrad
Ra:z, op. cit., pp.216-277. Faustino Chimalpopoca Galicia (1805-1877¡, descen-
diente de emperadores aztecas, fue nombr:ado preceptor del emperador de la lengua náhuatl,
además de presidente de laJunta de Protección de las Clases Menesterosas, establecida en abril
i
de 1865 y de fungir como intérprete y traducror. \''éase par¿ este personaje el artículo de Miguel
LeóIr Ponilla, "O¡denanzas de tema indígena en náhuatl y castellano de Ma¡¡imiliano de
Habsburgo", en Patricia Galeana (coord.¡, Encum.tro d.e liberalkms, México, trNetr, 2004, pp.
281-31 l.
3s Citado por Ricardo Rendón e¡ l'ida cotidí.ana n las hadandas... op. cit., p. 318. Véa^se ram-
bién Erika Pani, op. cit., pp. 8 y 9, quien coincide con Rendón señalando que los esposos
Gorozpe, parz no alebrestar a los liberales que ocupaban pacíficamente la hacienda, no quisie-
ron fonnar parte de la cone, aunque ante las presiones de otros miembros palaciegos, quizás los

133
JosÉ Anruno Acurr-¡.n Ocuo¡.

Además de esto el ejército francés de ocupación impuso a la población


civil la obligación de proporcionar alojamiento y poner a disposición de cada
teniente o subalter¡o Lrn cuarto, tomando en clrenta que los alojamientos
iban porcuenta cle lospropietarios.{ Sin conta¡ desde luego las contribuciones
que exigían los comandantes militares para proveer al ejército francés, irnpe-
rialista o republicano, segirn fuera el caso, de leña, papas, alimentos, carne,
nanteca, alberjón, velas, tortilla-s, panela, etc.a1 Medidas que por slrpuesto
molestaron a toda la población y que afectaron a muchos hacendados. Pero
si esto fuera poco, no fireron raros, desde luegc1, los préstamos forzosos por
uno Ll otro bando. En Tlaxcala, según Buve, muchos hacendados se rehtua-
ron a pagar las onerosar contribuciones de 1863, para sufragar la resistencia
contra la invasión y parúeron hacia Puebla, llevánclose todos sus fondos. Los
encargaclos de las fincas decían ya no clisponer de clinero, pidieron reb{a"s
en la^s cuotas o pago a plazos. El gobierno ante esto arrl'enazó con embargos,
pero en realidad les faltaba¡r los medios para efectuarlos.a2 Desde luego levan-
tar peones parala grlenaa era otr-a preocupación constante. Los campesinos
de los pueblos, lo mismo que los hacendados, se rehusaron a cooperar, ¿rnte
el miedo de malos tratos, la pérdida de los medios de subsistencia y el riesgo
de ser mandados a otras partes del país.43 Así lazozobra de los campesinos,
en especial de losjóvenes, por ser reclutados de manera forzosa en el ejército,
fue un lantasnra presente en eslos años.
Sin duda, el problema mayor que enfrentaba el campo eran las constan-
tes parúdas de ladrones, formadas a veces por cien, doscientos o m:ís foraji-
dos que infestaban tod<¡s los caminos del paÍs y que erarl una herencia del
desorden imperante v Ia anarquía en los gobiernos, desde el inicio del mr¡ü-
miento de Indepenclencia, que encontraba además un m¿uco aclecuado
durante la intervención fra¡tcesa por las razones antes señaladas. Tál flagelo
'azotai¡a a los üajeros pero alcanzaba las rancherías, las haciendas y poblacio-
nes completas donde penetraban a roba¡ saquear o incluso asesinar a la
población indefensa. La manera en que actuaban los bandoleros no dejaba
de ser más descarada e impune, segítn un testigo: "se int¡oducían los for{idos
a los hogares sin miramiento alguno y alrn arrancaba¡r de las manos cledales,
anillos y otras prendas, rompían mesas, sillas y cuanto qtterían, robaban gua-
jolotes, gallinas, toda clase de aves domésúcas [...J yüolentaban a algunas
mtljeres".aa La crueldad cle algunos de estos facinerosos llegaba más lejos,

mismos padres de la señom, tenninaron finalmente cediendo. EI mismo asunto lo menciona


Fr¿ncisco de Paula y,Arrangoiz, op. cit., p.6.15. Aunque este autor menciona, quizá de mal)er¿
eragerada, que ante la negatilaMrximiliano montó en cólerayamenazó incluso con el destierro
a los esposos.
aoJosé C. Valadés, op. cit., p.151.
ar Paca los datos de las hacie¡rdas de Tlaxcala en este periodo véase el anículo de Ralanond
Buve "El año más dificil; pueblos 1' haciendas de Tlaxcala aI final de la interr,'ención fiancesa,
1866-1867", en La. defnición d.e.I Estado m.exicano 1857-1867, México, acN, 1999, pp. 1163--185.
a2 lbidem, pp. 173-a74
a1 lbid.m, p. 1?2.
aa Odando Ot:2, op. cit.. pp. 36-37.

t34 t

I
Lr vloe coTIDIANA EN t AS HACIENDAS MEXICANAS

pues clos de los más famrosos bandiclos de la época: Antonio Rojas y Simón
Cl.uúérrez, qtre zxolaban las zona-s cle Jalisco y Colima, quemaban rzurchos,
haciendas y graneros, sólo por el placer sádico de quemarlos y matar a los
hombres y a las mrljeres por el gusto de aprovechar aquellos ntomentos en
c¡ue podían cometer los mayores crímenes.6 Muchos de estos bandiclos esta-
ban coludidos con varios generales, algunos republicanos v otros contrague-
rrilleros franceses, lo que les permitía actlrar con mayor impunidad y esto
explica por qué los hacenclaclos tomaban todas las medidas posibles para
evitar asaltos o ataques en toda forma de los forajidos. Los dependientes y el
administrador siempre tenían que andar bien armados y alertas ante cual-
qlrier ataqlre inesperado.
Descle luego muchos de los hacenclados optaban por cubrir cierta cuota
c()n estos bandidos, para poder trab{ar tranquilamente. Esto lo menciona
Ignacio Mant¡el Altamirano en su novela El Zarco, refiriéndose a la banda de
ladrones conociclos como Los Plateados asentados en la zona caliente y que
incluso habitaban una hacienda en rtúnas, Xochimancas, p la que habían
converüclo en sll cuartel general'+6 (figura 4) .
Sobra decir que el robo de ganado o abigeato era una constante en las
hacienclas ganacleras clel norte y clel centro del país' Sin embargo, para la
época que venimos tratando el crimen más terrible y cadavez más comirn era
el plagio o seclresEo de personas, a qttienes no soltaban sino media¡rte ttn
fi.rerte rescate. Según Altamirano este atroz crimen fue introducido en nues-
tro país por el espanol Cobos, jefe clerical de espantosa nombradía y que
¡ragó al fin stus fechoría^s con el suplicio.a?
El ba¡ón de Eggers menciona en sus memorias casos específicos de estos
abusos, ya que en marzo de 1866, cuando üajaba de Teotitlán a Tehuacán de
las Granadas, salió con un criaclo bien armado y menciona que:

Después de recorrer una legua de camino, llegamos a la gran hacienda azucarera


de Tilpa, propiedad de un español llamado Manuel Pastor. Cuando entramos
encontramos a un grupo de veinte jinetes vestidos con tr{es de cuero que tenían
aire sospechoso, eljefe del grupo me informó que formaban parte de la guardia

a5José C. Valadés, op. ci,t., p. 159.


a6
Ignacio Manuel Altamirano, EI Zmto, México, Pornia, 1973, pp. 8 y 9. Aunque el testimonio
de Altamira¡ro procede de una novela, se ha reconocido, porvarios investigadores, que tiene una
base histórica, lo que permite utilizarla como un documento que tiene una ba^se real o incluso
como novela histórica. Para algunos el personaje mismo del Zarco es una mezcla de bandoleros
que realmente existieron en la región de la Tierra Caliente, como Severo "ElZarco" y Salomé

tódca de Ignacio Manuel Altzmirano", Anales del Instituto de Intestigacionu Estáicas, núm. 22, vol.
M, México, uNart, 1954, pp. a4, 45, 17 y 51.
a7 Igrracio Manuel AItami¡ano, up. cit., p.5.

135
JosÉ A«runo Acrirutn ()cno,q.

Figrrra.l. Grabado de Elton de un ranchero, tomado del libro deJ.F. Elton


Con los franceses en México, ap. ci.t.,2005, p. ),34.

rural de Tehuacán: y que al llegar a la hacienda para visitar a su amigo, don


Manuel. encontraron que había sido secuest¡ado la noche anterior. I-amentó
profundamente que Ie había ocurrido a su amigo españoI, pero se manifestó
1o
confiado en que regr-esaría sano y sah,o Llrra vez que se hubier-a pagado el rescate
acostumbrado. Crnndo visité la hacienda ocho días después, encontré a don
Manuel paseando pIácidarnente por su pr-opiedad como si nada hubiera ocurri-
do... Ouo ejemplo mucho más triste ocnrrió en las cercanías de Perote en enero
de 1866. Los iadrores secuestraron al hijo de un rico hacendadoy exigieron un
rescate muy alto; algo así como diez mil pesos. Aunqne eI padre no disponia de
semejante suma en efectivo, finalmente se las ingenió para reunirla y se la hizo
liegar a los maleantes. Su horror fue grande cuando a cambio del pago recibió
el cadár,er ten-iblemente maltratacl<¡ de quien alguna vez había sido un alegre
muchacho. El crimen fue couretido por un eneurigo del padre que qniso ven-
garse en esta salvaje folma. Lajusticia pública carece de fuerza para impedir
estos horrores.as

a8 (
Barórr Henrik Eggers, op. cit., p. 121-.
,

136
I-¡. vtoe coTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXTcANAS

Ignacio Manuel Altamirano nos ha dejado un pas{e sumamente vívido


de las condiciones en que era confinado un secuestrado, pues en la novela El
Zatxo se narra la üsita que Manuela, novia o amante ya oficial del famoso
bandolero, hace a uno de estos calabozos para ver a un hacendado francés
que había permanecido prisionero dura¡rte varias semanas. En los vastos y
oscuros salones abovedados que habían servido para guardar los panes de
azú,ca¡, en lahacienda de Xochimancas, en ese momento en ruinas, se encon-
traba el personaje tendido en petates inmundosjunto con otros tres hombres
atados de pies y manos, vendados los ojos ¡ según se decía en la novela,
"habrían sido tomados por cadáveres si de cuando en cuando no hubiesen
revelado en moümientos de dolor o en apagados sollozos que er¿rn cuerpos
que vivían" y conúnua así:

--dijo el Zarco a Manuela llevándola a uno de los rincones y


al francésl
-¡Mira
señalando un hombre anciano, con Ia cabeza gris, fuertemente vendada y que
a
apenas daba señales de üda.
Junto a él habÍa vigas en cruz, reafas, lanzas y algunos otros objetos de tortura,
unjarro de agua y una botella de aguardiente.
le hemos dado caña a este maldito gabacho y por eso ha dado las
-Antier
onzas, pero si no suelta más dinero le haremos algo peor. No sabe todavía lo que
es tener el pescuezo apretado ni que le saquen las uñas de los pies y de las manos.
¡Ya lo sabrálae

Las partidas de ladrones llamados Los Plateados fueron finalmente


sometidas por el ejército del gobierno federal, pero pasaría mucho üempo,
hzrsta bien entrada la época de la República Restau¡ada, para que el campo
mexicano se üera libre de este problema social. Esta era la realidad de muchas
de las haciendas mexicanas, que quizís no vieron los emperadores en toda su
dimensión, y de aquí el que hayamos hecho la distinción enfe la ficción, que
fue el lado amable de la üda en estas fincas, con paseos, excursiones, cacerías,
fiesta.s, bailes, juegos de criquet, comidas, corridas de toros y demás eventos
sociales y la otra realidad, que fue lo que prevaleció en muchos lugares del
país. Igualmente habría que señalar que ni Maximiliano ni Carlota tuvieron
la oportnnidad de vi{ar a la zona norte del país, en donde las haciendas
ganaderas, cerealeras y de beneficio enfrentaron esa otra realidad. En estos
casos, y en especial en los estados de Durango, Zacatecas, Chihuahua y
Sonora, la lucha con los indios nómadas que todavía quedaban en la región
era otro problema. Concepción Lombardo de Miramón, cuando iba de paso
a la Ciudad de México procedente de Veracruz, en junio de 1863, visitó la
hacienda o ra¡rcho de su hermana Lupe y su ctrñado Romualdo Fagoaga,
en el hoy municipio de Mexquitic, en el estado de San Luis Potosí y rrarra
así lo que le contó una anciana de estas incursiones y que había viüdo en la
hacienda desde muy pequeña:

as Ignacio Manuel Altamimno, op. cit., p.72.

t37
JosÉ Arruno Acurlen Ocnoe

...me contaba que cuando era niña, había llegado una tribu de bárbaros a
Cerroprieto, que habían arruinado Ia casa y quemado los jacales de los peones,
matando a mucho de ellos, y robándose el grano y numerosos animales. ¿Cóm<;
son los bárbaros, los vio usted? Pregunté a doñaJosefita. ¡Ay niña clijo-
-me
son muy feos, tenían caras pintadas de colorado, las melenas sueltas, iban descal-
zos y sin camisa y sólo tenían unos calzones de cuero, en la espalda llevaban el
carcaz lsicl con muchas flechas y en Ia mano el arco para arrojarla" [...]uo

Era común en estas regiones vivir aislado de cualquier poblado cerca¡ro,


con la consecuente falta de los auxilios espirituales de un sacerdote, qlre con
slrerte üsitaba la hacienda cada dos o seis meses, clrando iba mejor, lo mismo
que cualqrúer asistencia médica a la que no se podía recurrir Fácilmente, pues
implicaba al menos dos o tres días de vi{e, inúül en caso de trra enfermedacl
grave o de una emergencia. Por ello Ia misma autora menciona que su her-
mana se ocupaba en hacer quesos, mantequillas, delicados dulces y conservas
para surúr slr despensa, igualmente cuidar sus gallinas, slrs vacas v terneritas.
La¡nentaba que a pesar de ser amante de la sociedad, lo había sacrificado
todo, "viüendo en aquel páramo de Cerroprieto, donde en medio de tantas
privaciones se sentía feliz al lado del hombre que amaba".51
Por lo tarito es válido preguntarse ¿dónde empieza la ficción y donde la
realidad en la üsión de Maximiliano y Carlota de la üda cotidiana de las
hacienclas mexicanas? Sin duda, una pregtlnta difícil cle contestat plles
ambas visiones coexistieron y dependían del momento, el lugar, Ia clase social
y de quién veía esas realidades. Como bien ha señalado Rica¡do Rendón
Ga¡cini, son las dos caras de r¡na misma moneda, que un día fue echacla al
aire y no volüó a caer.52

s0
Memmiu d.e Concepción Lombardo d¿ Miamórz, preliminar y algunas notas de Felipe Teixido4
México, Porrúa, 1989, pp. 453-45.1.
5) Ibid.an, p. 153.
52 Vida cotidiana m lu hacimdas dc Méxi,co, op. cit., p, 365.

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