'uNAM.
¡Jacques Chastenet, In úda ntidima m Inglahra al cunio<o d¿l reinado dt Vutnria Buenos Aires,
Librería Hachette, 1961.
2 Orlando Oniz, Diré ad,iis a los señores. Wiln cotidiana en la qoca de
Maximiliaru I Carlota,
México, C,onaculta,/Sello Bermejo, 1999. Se hizo una segunda .ái.ión d. este libro'er. 2007,
editado Por Punto de l-ectur¿ y en donde se agregaron algunos capítulo, pero sin cambiar el
119
JosÉ Anruno Acurr-ln Ocuo¡
Libro pionero y con datos interesantes, pero que a mi juicio deja muchos
huecos abiertos, pues toca sólo la zona central del país e incluso casi exclusi-
vamente la Ciudad de México, sus alrededores y las ciudades del alúplano.
120
L4. vroe coTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXICANAS
6
Barón Heruik Eggerc, Matuias d.e Máxico, WalterAstié-Burgos (ed ), México, Miguel Angel
Porlúa,2O()5, p.204.
7 Ha.ci.enda.s tle Méxi.d, texto de Ricardo Rendón Garcini, Mérico, Fomento Cultur¿l
Bana:rer,
199-1, pp. 19,21,36
r2l
JosÉ Arruno Acurr-en OcHoe
8
Elton, Con los francaa m Mt*ico, Méico, Conacult4 2005 (Mirada ü4iera), pp. 5455.
J.F.
sMarianaYampolsky, Hacimdns poblmas, texto Ricardo Rendón Garcini, Asesoría e investiga-
ción de Oscar Hagerrnan, México, Universidad Iberoamericana, 1992, pp. 23, 80 y 10.1.
t22
Ll vrnl corrDrANA EN LAS HACIENDAS MExrcANAs
Figura 1. Hacienda de San Nicolás el Grande, murricipio Lázaro Cá¡denas, Tlaxcala. Tomada
de Hacintd,re d.e México, Fonlento Cultural Banamex, 199'1, p. 109.
vir.iendc¡ en jacales. 'Iambién era comirn que en los patios que diüdían todas
las dependencias no fal¡arala presencia de una noria o un pozo, Para extraer
el agua, de un aljibe o cisterrla para almacenarla o de una fuente y un abre\¡a-
dero para que tomaran el preciado líquido hombres y animales.lo
Pero había otras variantes propizrs de la producción que se realizaba en
el lugar; por ejemplo, en las haciendas azucareras sobresalían descle lejos las
chimeneas o chacttacos y los molinos, característicos del trab{o de la zafray
elaboración de agr-rarcliente y panela, con calderas y maquinaria pesada nece-
sarias para obtener la refinación del azúcar. En este tipo de haciendas debían
edificarse grandes y nurnerosas instalaciones para irrigación, como presas y
acueductos, y por ello en el cenfo se encontraba el ingenio parala tritura-
ción de la caña con dos variantes, una con tracción hidráulica y otr:a con el
trapiche, donde se utilizaba la tracción animal.ll El ruido que se producía en
estos lugares se podía oír a una gran distancia en el peúodo de la zafra, igual-
mente el calor era insoportable pues las calderas calentando la caña lo haaían
más pesado en un clima hirmedo, como era en las zonas tropicales. Algunas
de estas haciendas fueron visitadas por Maximiliano o Carlota cuando hicie-
ron üajes a Cuernavaca, como fue el caso de las haciendas de Temixco, pro-
piedad de la señora Marruela Guúérez Estrada de Del Barrio, Miacatlán,
Cocoyotla o San Gaspar, ctryos dueños eran el coronel Paulino Lamadricl y
)a lbidan, p.24-
t) Hací0tdos..., o[,. ci.t., 1994.p. ),54.
t23
.|osÉ Anruno Acurlen Ocuoa
Figrra 2. Hacienda de Santa Ana Tenango, municipio deJarrtetelco, Morelos. Tomada cle
Haciend,as de Méxi.c¿, ott. cif., p, 158.
12
Véase Konrad Rztz, Corxpondm.cia in.édita, entre Maximiliano y Carlota, México, rcr, 2003,
pp. 258, 267-262,28o.
t1 lbidem,, pp. 215-216.
ra Haciatdas...,
op. cit., p. 722.
t24
Lc. vToA. CoTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXICANAS
A diferencia del resto de los gobernantes qLre había teniclo nlrestro país hasta
entonces, los emperaclores qlrisieron recorrer Lrna amplia parte del terÉtorio
para conocer a slls nuevos sirbclitos y el pais4je mexicano, para ellos ignoto,
permitiéndoles visitar un É¡ran nirmero cle los latifurrdios mexicanos. En una
é¡roca en que no había infraestrlrctllra, las haciendas, ranchos y pueblos cum-
plían la ftrnción de alojar a todo üajero que pidiera hosped{e. Como bien
constató el barón de Eggers, "en cualquiera de estos lugares se puede pedir
posacla y se es bien recibido con el típico: apéese usted seño¡ y aunque sólo
se consiga una desnuda habitación con Lln triste cat¡e o un frío pasillo, siem-
pre habrá doncle pasar la noche",16 (figura 3).
Pero adentránclonos en la vicla coticliana, nos Pregllntamos ¿cómo era
el estilo de vicla de los dueños cle estas grandes propieclades? Estilo que los
emperadores conocieron a detalle gracias a estas üsitas. En primer lugar
debemos destacar que regr-rlarmente los propietarios no vivían en sus hacien-
das, el término ausenústa o renústa los define en cierta manera, pues la
rrrayoría prefería üvir en la capital o en las ciuclades de proüncia e ir sólo a
cobrar sus rentas con el administrador o como reüro ocasional. Muchos
incluso radicaba¡r en Europa o ni siquiera conocían sus propiedades, como
fne el c¿xo del general españolJuan Prim y Prats, dueño de una hacienda en
el cstado de México (San Nicolás), por estar casaclo con la mexicana
Francisca Agiiero y Echeverría, quien había heredado la propiedad.
Maximilia¡ro en r¡na carta qr're dirige a Carlota, en abril de 1865, le mencio
na lo siguiente: "acabamos de llegar en medio de una fuerte lluüa a nuestro
alojamiento por esta noche, en esta hacienda, magnífica y grandiosa que
pertenece al español Prim, es una especie de palacio rodeado Por una mura-
lla defensiva'.17
)5 lbidm, p. 309.
16 Barón Henrik Egger:, o'p. ci.t., p. 183.
r7 Kon¡:ad R^rz, úp. rit, p. 169.
125
JosÉ Anruno Acrrrlen Ocuo,A.
Figura 3. Hacienda de Solís. Tomada del libro deJ.F. Elton, Con los francax n Méxiro,
Méxíco, Conaculta, 2005, p. 153.
r 8
Madatne Calderón de la Barca, La tida at. México, darante una rxid.m.ci«. de dos años nt ese país,
México, Porn.ia. 1987. p. 71.
t26
L¡ vr»e coTIDIANA EN I-AS HAoIENDAS MEXICANAS
catre de hierro, que era el que usaba siempre y que llevaba en todos sus riajes,
plles nlrnca dormía en los suntuosos lechos que le preparaban.te
Esta falta de interés por adornar y amueblar las habitaciones se debía a
constantes guerT¿ts o luchas internas, que ocasionaban saqlleos o destruccio
nes, además de la presencia de bandidos de los que adelante se hablaÉ, pero
también, como hemos dicho, porque eran realmente pocos los propietarios
que vivían en sus latifturdios, si acaso sólo aquellos preocupados Por mejorar
la proclucción o los qlle por otros motivos se retiraban a estos lugares. Por lo
tanto la llegada del hacendado y su familia representaba un acontecimiento
importante para toda la comunidad, y mucho más cuando eran acompaña-
dos por amigos o recibía¡r üsitas importantes a las cuales agasajaban, como
fue el caso de los emperadores Maximiliano y Carlota en sus periplos por el
país.
Para los hacendados, su familia e invitados, la jornada solía empezar
clesde mtry temprano, qtúá desde las seis o siete de la mañana, cuando el
canto del gallo anunciaba el día y se desayunaba una taza d,e chocolate con
¡:an dulce'y si era domingo la asistencia a la capilla era de rigor, oficiaba misa
Lln curzr de la hacienda ctrando lo tenía, o algún sacerdote del pueblo más
cercano y era el mejor momento para observar a todos los trabajadores de la
hacienda, ta¡rto los pennanentes como los eventuales. Maximilia¡ro mencio
na que en la hacienda de Manuel Campero en el estado de México escuchó
misa "al g.lop.", que terminó en menos de quince minutos,20 ya que tenía
interés en ver la elaboración del pulque, la cual interesó y diürtió a
Ma<imiliano. Aunque no había un plan preconcebido, regularmente des.
pués de rnisa seguía el almuerzo, y cono se estaba en el campo los guisos
mexica¡ros acompafiaban todas las mesas, con atole, tamales, quesos del lugar
o algr-rnos preferían c¿rrne asada acornpanada de diferentes salsas o chiles, y
las imprescindibles tortillas de maíz con frijoles negros. En la hacienda de los
Adalicl se le ofreció al emperador, en un gran frasco de cristal, pulque elabo-
rado cuidadosamente, lo que hizo decir a Maximiüano que "si así pudiera
obtenerse en la capital, podría servirse en cualquier mesa elegante".zl
Desde luego esto variaba segirn la región y el café en las haciendas de las
zonas tropicales sustituía al atole; igualmente era comiur que en estos lugares
se ofreciera¡r mariscos frescos de Veracruz, Pescadosy calnarones preparados
de diversas maneras. Esto sucedió al archiduque cuando üsitó la hacienda
clel señor Bringas cerca cle Onzaba en mayo de 1865, donde segirn pala-
bra^s del propio Maximiliano su ministro José Fernando Ramírez, ante tal
almuerzo, "se conmoüó hasta las lágrimas y comió para dar miedo".22 No era
raro que en la mesa se lucieran, traídos expresamente de la ciudad por los
hacendados, elegantes marrteles de lino y se exhibieran las v4iillas de plata y
r27
JosÉ Anruno Acrrrr-q.r Ocuoe
...ayer 11oré casi de alegría al ver de nuevo el mar porvez primera, después de
muchos años [en realidad sólo un año]. Reconocí la brisa marina mucho antes
de que se pudiese ver el océano y, para sorpresa de quienes vi4jaban connrigo,
señalé correctamente la dir ección hacia la cual se encuentra el mar.25
128
Le vro¡, coTIDIANA EN I-AS HAcIENDAS MEXICANAS
una r.ista indescnptiblemente bella sobre la tierra caliente y cerca del mar".26
Quizá de ahí el gtuto que siempre tuvo el archiduque por recolTer el país,
ya que se mezclaba Io que podríamos llamar el turismo, el reconocimiento
del nuevo imperio además de constatar y reafirmar la adhesión de los sr.'rbdi-
tos, plres regtüa.rmente era recibido con üvas y gritos. No era raro que el
misnro hacendado pidiera a algunos de los emperadores lavisita, como suce-
clió en Ia hacienda de Mahuixtla o Mahuixtlán, camino aJalapay propiedad
de José Cervantes, marqués de Salinas y conde de Sanúago de Calimaya,
donde llegó Marimiliano en mayo de 1865 y fue recibido con exquisita cor-
tesía y le sorprentlió un arco triunfal que se leva¡rtó a la entrada con produc-
tos de la frnca.2l Sorprencle también el enorme territorio que recorrió en una
época en que los medios de transporte erzrn tan raquíücos y lentos, como el
caballo y los carru{es.
Al terminar estos paseos segrría la comida en la que los comensales forma-
ban un gran nirmero, sobre todo en las visitas que realizaban los emperado-
res; así sucedió en agosto de 1865 en la hacienda de Chapingo, propiedad
cle don Antonio Morán, marqtlés de Viva¡rco y chambelán del emperador,
clonde fueron más de sesenta las personas sentadas en el vasto y hermoso
comeclor de esta finca rústica.28 Aquí se volvían a servir platillos mexicanos,
como el puchero, el chicharrón, el mole, los frijoles, agtlacates, arroz, f¡.)ta;\
como el chicoiapote, el rnango, marney y capulín, y en la zona del Alúplano
no podían faltar las tortill¿rs y el pulque, con los curados de piña o de tuna
roja conocidos como "sangre de conejo", que los emperaclores solían probar,
distintos por cierto de los platillos que se servían en el palacio imperial o en
Chapultepec, donde el menú francés era de rigor.
Sin duda otra de las opciones de diversión en las propiedades rurales, y
cle la cual los mexicanos eran fanáticos, eran los especáculos ecuestres en
los que se mostraban las suertes del lazo, los herraderos (acción de marcar los
toros y los caballos con Lln hierro candente que forma las iniciales del nom-
bre del propietario), los coleaderos y las corridas de toros. Para las corridas
alglmas haciendas tenían su propia plaza adonde invitaban a toreros profe-
sionales y asistían al igual que a la misa del domingo todos los habitantes de
la hacienda e inchuo algunos más, inütados de los pueblos cercanos. Lo más
probable es qlre se improüsara un pequeño coliseo donde se realizaban estas
activiclades. Nuevamente Madame Calderón cle la Barca describe en qué con-
sistían los herraderos, espectáculo al que los mexicanos eran tan aficionados
y pma lo cual, segirn ella, ahorraban todo el año y comprabart vestidos nue-
vos, cotuo las toquillas de plata, o forros dorados pafa sus sombreros, o bien
t29
JosÉ An,runo Acurr-en Ocuoe
...tres o cuatro toros irlumpen el el ruedo. Se quedan por unos instantes inrnri
viles reconocienclo con arrogancia el enemigo. Van a su encuentro galopando.
Ios hombres de a caballo, sin más armas que el lazo, y les incitan al combate con
grandes e insultantes gritos de: "¡Ah toro!" Los astados escarban eI suelo y embis-
ten furiosos a los caballos, y suelen herirlos en la primera acometida. Dan rueltas
en una carrera salvaje, toros y caballistas en medio de la griteía y de los siibidos
de los espectadores[...]30
En este pasatiempo, popular en casi todo el país, los accidentes eran muy
frecuentes y arriesgar la üda era parte de la emoción y el espectáculo. Los
'rancheros aprendían todo eso desde muy niños, 1o mismo qlre a coleat que
a diferencia de los herraderos, no implicaba marcar al toro, sino solamente
derribar al animal por el rabo y esto cabalgando en el ruedo. Carlota rrarrala
asistencia a este especáculo en febrero de 1866, cuando asiste a la hacienda
de Temixco, en el hoy estado de Morelos, y con un calor intenso se ofrecieron
estas suertes en su honor; dice que se soltaron los toros en el paüo y fueron
capot.eados, después lazados y coleados, aunque señala que "para mi admira-
ción Felicia¡ro Rodríguez (uno de sus caballerizos) no acertó ni Lrna sola vez
con el lazo".51 Terminaba lajornada en la haciendaya sea con alguna elegan-
te tertulia o Llna cena, como la que dieron los Adalid en su hacienda de los
Reyes, en agosto de 1865, en donde según Maximiliano "la señora de la casa
estlrvo más amable e ingeniosa que nunca, toda su familia muy acogedora v
flosé) Zorrilla lleno de ingenio y espíritu. Tlrvimos una muy buena cena, con
preciosa mÍrsica de México, y después de cenar, Zornlla leyó en voz a)ta y
luego cantó la dueña de la casa".32 Como vemos, pese a no estar en la ciudad,
en estas reuniones no estaba exenta la presencia de algún literato importante
como el famoso escritorJ osé Zorrllla (autor de la obra teat¡al DonJuan Tbnorio
entonces de úsita en el país) y qtúen recitó alguna poesía en estas fiestas.
Pero era común que la señora de la casa, sus hljas o algrrna inütada tocara el
piano, canta.ra algrrna datza laabartera de moda o incluso algr-rna aria de
ópera italiana famosa, por lo demás caracterísúco de la buena educación cle
las damas mexicanas.
Pero incluso el marco de estas propiedades no era desdeñable para dar
un baile en toda forma y con el mayor lujo, como el que ofreció el mismo
130
L,c, vIo,A. CoTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXIcANAS
3t lbidenr, p.193.
3n
Este dato lo menciona, entre otros autores, Francisco de Paula Arrar-rgoiz en sulibro Méxi.co
dude 1808 huta 1867, prólogo de N{atín Quirarte, México, Porrúa, 1968, p.591. Este autor
menciona que el traje sienta mu1, mal a[ hombre de educación, sobre todo si es del norte de
Europa, por no saberlo lleva¡ como era el caso de Maximiliano. Además el traje lo considera miís
bien distintivo de los guerrilleros juarista-s o de los plateados, y señala exagerzdamente que nin-
guna persona de respetabilidad lo usaba en poblado. Algunas críticas parecidas le mencionaro¡r
a Madame Calderón de la Barca cuando quiso usar el traie de china poblana.
35José Luis Blasio, o1. cit., p.27.
131
JosÉ Anrt no Acurr-rp Ocuoe
El tt-abajo clei campo 1o hacen los peones que, aunqrre no son exactamente escla-
vos, Io son en casi todo menos en el nombre. (Existe en toda hacienda una tien-
da de raya donde los indios están obligados a comprar todo 1o que necesitan; c1e
hecho se les anima a incnrrir en deudas, o a gastar en bebida el salario ganado
con esfuerzo, de forrla qne el poco dinero que obtienen se del,uelve al bolso de
. sus patrones). Además nacen, r,iven y rrlrererr en la propiedad, sin serjamás sus
propios dueños, porque están invariablemente endeudados con la tienda 1, obli-
gados continuamente a trabajar en pago de su denda, cosa qtre no logr.au hacer
con éxito a menudo... En suma, todo e1 asunto recuerda notablemente el sistenra
de castas entre los sirvientes en la India.36
Las condiciones cle los arendatarios no eran mejores y mucho menos las
de los peones que trab{aban sólo por temporadas en las haciendas y el restcr
del tiempo tenía¡r que buscarse el slrstento de otra-s maneras. De aquí qlre no
fuera raro qne muchos buscaran entrar al ejército como Llna salida a slrs pre-
carias condicione.s de úda y eran acompañados por toda la familia, ya que la
mujer seguía a su hombre en campaña. Es de sorprender que en sus carta-s,
ni Marimiliano ni Carlota mencionen las tristes condiciones laborales de los
peones en las haciendas, ni siquiera una mención a las. casas o jacales doncle
vivían estos trabajadores, con sólo los implementos necesarios para sobrevir.ir
conlo eran los petates que ser-vían de cama, un comal sostenido con piedra-s
como cocina y alguna que otra herramienta y ropa alrededo¡ a menos qlre
estos comentarios los hicieran en privado y no conozcamos su opinión sobre
el problema. Aunque no hay duda de que fueron conscientes cle dicha reali-
dacl, pues algunas de las leyes que propllsieron son una mllesfra de los cam-
bios que qtúsieron introducir. Esto quedó de manifiesto en la Ley del trab{o
y liberación de los peones expedicla por Mru<imiliano el primero de noviem-
bre de 1865. Aclemás de leyes qlle exigían se paga.ra en moneda corriente y
no en efectos, ni que se heredara¡r las deudas a los hijos, destaca el artículo
IX que menciona que: "queclan aboliclos en las haciendas la prisión o tlapix-
qlrera y el cepo, los latigazos, y en general toclos los castigos corporales".3T
36
J.li Elton, op. rit., ¡t¡t.5{55.
37
Ley dada por e[ emper:ador el primero de noviernbre de 1865, a su ministro de Gobernació¡
132
Lr vloe coTIDIANA EN I-As IIACIENDAS MEXICANAS
;Cómo concilió Mruiimiliano esa^s leyes con sll amistad hacia los hacen-
claclo.s?
Lzr-s disputas de las propiedades de los pueblos indígenzs es otro plrnto
cle tensión en el campo, ya qlre frecuentemente había conflictos por los lin-
deros v por la^s invasiones que los hacendados hacían a las comnnidades. De
regreso cle una excursión aApam, en agosto cle 1865, Maximiliano menciona
en Lrna carta a Carlota lo sigtúente:
Hoy ñre rul día lk:no: temprarlo por la matiana jtzgar cuatro indicadores [sic] y
por la talde uno más, además cle las audieuci.as con 24 personas, ent¡-e ellas
nrrnlerosas comisiones de indígenas que se qnejan de los hacendados y "geute de
razón" por robos de sus tierras. Ies dije qr,re debían tener paciencia que ya les
llegaúan al,ucla y protección. Algunos no sabían nada de Chimalpopoca y los
mandé con é1. Me preguntaron ¿Cuánto debemos darle a ese licenciado para que
acepte nuest'o asunto? Nada, é1 también es inclígena. los gtúere y sólo está aquí
para servirlos.*
José Nlaría Esteva. Lel,transcrita por HerüenJ. \ickel, op. rit pp. 98-100. Puhlicada en el Diario
I del l»pnio, 18 de diciembre de 1865. Agrzdezco el dato a Nizza Santiago, quien me hizo ¡rotar la
visión de los emperadores sobre la situación de losjornaleros.
38 Korrrad
Ra:z, op. cit., pp.216-277. Faustino Chimalpopoca Galicia (1805-1877¡, descen-
diente de emperadores aztecas, fue nombr:ado preceptor del emperador de la lengua náhuatl,
además de presidente de laJunta de Protección de las Clases Menesterosas, establecida en abril
i
de 1865 y de fungir como intérprete y traducror. \''éase par¿ este personaje el artículo de Miguel
LeóIr Ponilla, "O¡denanzas de tema indígena en náhuatl y castellano de Ma¡¡imiliano de
Habsburgo", en Patricia Galeana (coord.¡, Encum.tro d.e liberalkms, México, trNetr, 2004, pp.
281-31 l.
3s Citado por Ricardo Rendón e¡ l'ida cotidí.ana n las hadandas... op. cit., p. 318. Véa^se ram-
bién Erika Pani, op. cit., pp. 8 y 9, quien coincide con Rendón señalando que los esposos
Gorozpe, parz no alebrestar a los liberales que ocupaban pacíficamente la hacienda, no quisie-
ron fonnar parte de la cone, aunque ante las presiones de otros miembros palaciegos, quizás los
133
JosÉ Anruno Acurr-¡.n Ocuo¡.
t34 t
I
Lr vloe coTIDIANA EN t AS HACIENDAS MEXICANAS
pues clos de los más famrosos bandiclos de la época: Antonio Rojas y Simón
Cl.uúérrez, qtre zxolaban las zona-s cle Jalisco y Colima, quemaban rzurchos,
haciendas y graneros, sólo por el placer sádico de quemarlos y matar a los
hombres y a las mrljeres por el gusto de aprovechar aquellos ntomentos en
c¡ue podían cometer los mayores crímenes.6 Muchos de estos bandiclos esta-
ban coludidos con varios generales, algunos republicanos v otros contrague-
rrilleros franceses, lo que les permitía actlrar con mayor impunidad y esto
explica por qué los hacenclaclos tomaban todas las medidas posibles para
evitar asaltos o ataques en toda forma de los forajidos. Los dependientes y el
administrador siempre tenían que andar bien armados y alertas ante cual-
qlrier ataqlre inesperado.
Descle luego muchos de los hacenclados optaban por cubrir cierta cuota
c()n estos bandidos, para poder trab{ar tranquilamente. Esto lo menciona
Ignacio Mant¡el Altamirano en su novela El Zarco, refiriéndose a la banda de
ladrones conociclos como Los Plateados asentados en la zona caliente y que
incluso habitaban una hacienda en rtúnas, Xochimancas, p la que habían
converüclo en sll cuartel general'+6 (figura 4) .
Sobra decir que el robo de ganado o abigeato era una constante en las
hacienclas ganacleras clel norte y clel centro del país' Sin embargo, para la
época que venimos tratando el crimen más terrible y cadavez más comirn era
el plagio o seclresEo de personas, a qttienes no soltaban sino media¡rte ttn
fi.rerte rescate. Según Altamirano este atroz crimen fue introducido en nues-
tro país por el espanol Cobos, jefe clerical de espantosa nombradía y que
¡ragó al fin stus fechoría^s con el suplicio.a?
El ba¡ón de Eggers menciona en sus memorias casos específicos de estos
abusos, ya que en marzo de 1866, cuando üajaba de Teotitlán a Tehuacán de
las Granadas, salió con un criaclo bien armado y menciona que:
tódca de Ignacio Manuel Altzmirano", Anales del Instituto de Intestigacionu Estáicas, núm. 22, vol.
M, México, uNart, 1954, pp. a4, 45, 17 y 51.
a7 Igrracio Manuel AItami¡ano, up. cit., p.5.
135
JosÉ A«runo Acrirutn ()cno,q.
a8 (
Barórr Henrik Eggers, op. cit., p. 121-.
,
136
I-¡. vtoe coTIDIANA EN LAS HACIENDAS MEXTcANAS
t37
JosÉ Arruno Acurlen Ocnoe
...me contaba que cuando era niña, había llegado una tribu de bárbaros a
Cerroprieto, que habían arruinado Ia casa y quemado los jacales de los peones,
matando a mucho de ellos, y robándose el grano y numerosos animales. ¿Cóm<;
son los bárbaros, los vio usted? Pregunté a doñaJosefita. ¡Ay niña clijo-
-me
son muy feos, tenían caras pintadas de colorado, las melenas sueltas, iban descal-
zos y sin camisa y sólo tenían unos calzones de cuero, en la espalda llevaban el
carcaz lsicl con muchas flechas y en Ia mano el arco para arrojarla" [...]uo
s0
Memmiu d.e Concepción Lombardo d¿ Miamórz, preliminar y algunas notas de Felipe Teixido4
México, Porrúa, 1989, pp. 453-45.1.
5) Ibid.an, p. 153.
52 Vida cotidiana m lu hacimdas dc Méxi,co, op. cit., p, 365.
138