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Comentario sobre El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde

Cuando Robert Luois Stevenson escribió El extraño caso del doctor jekyll y Mister Hyde, probablemente
no imaginó que tal obra suscitaría numerosos análisis de su contexto histórico frente a los fenómenos del
contenido de la trama, pero en efecto, la obra retrata la vida del individuo del momento que enferma y sufre
quebrantos psíquicos a causa de lo que le exige su entorno y las dinámicas del periodo victoriano. Resulta
interesante entonces proponer relaciones entre la obra de Stevenson, el psicoanálisis de Freud, y los estudios
sociológicos de Foucault.

El alter ego en la novela recuerda la idea de malestar cultural de Freud y nos conduce a entender la
existencia de Mister Hyde, personaje caótico y contradictorio, como el resultado de la psicósis de Jekyll; el
hecho de que haya sido el propio Jekyll, intelectual y hombre intachable por excelencia, quien decidiera
desarrollar los medios para cambiar su apariencia y borrar momentaneamente de su conciencia aquel
honorable doctor y dar rienda suelta Mister Hyde y su frenesí, nos muestra que, si bien tal suceso estuvo
permeado por la voluntad, su objetivo no era ser el demonio en el que acabó convirtiéndose.

Su objetivo, en este orden de ideas, era la materialización de los deseos reprimidos, pulsiones que la
sociedad le exige frenar en aras de su imagen y reputación, pulsiones cuya represión Freud apuntara como
elementos cruciales para el desarrollo cultural de las sociedades y el respeto de sus reglas. La sociedad de
Jekyll es entonces, un tejido cultural bastante rígido que espera que sus individuos sigan ciertas tendencias
de comportamiento como si de una obra teatral se tratase.

El periodo victoriano conducía a los individuos a estribar entre la reputación, ‘‘la intachabilidad’’ y la
lujuria, la rienda suelta al deseo, el individuo victoriano se enfrenta constantemente a las contradicciones
de su momento histórico; las clases sociales, los linajes nobles, el trabajo infantil y la prostitución son
muestras claras de tal hipocresía. De allí que en medio de las exigencias del rigor moral de momento,
aparecieran manifestaciones recurrentes del culto al Opio como Confesiones de un comedor de opio inglés
de Thomas de Quincey.

En tal marco social, no es de asombrarse que un hombre de la clase dirigente como Jekyll banalice tantos
formalismos y rituales absurdos y contradictorios, que llegue a banalizar su vida misma; su vida, y en
particular en su dimensión social, lo han llevado a preferir una vida marginal, errática y oscura a la
monotonía e hipocresía de la vida victoriana; la pulsiones, su ‘‘animalidad’’, finalmente han sobrepasado
el deseo de encajar en un tejido social que le pide más de lo que su condición le permite.

Así, Mister Hyde surge como un alter ego que contradice todas las dimensiones sociales de Jekyll, incluso
su apariencia contradice el aire acendrado de su otro yo, y al deshacerse de de los formalismos con quienes
tratan con él solamente queda odio; Mister Hyde, en tanto que desata las pulsiones reprimidas, podría
canalizar su malestar cultural en medios propios del periodo victoriano como el alcoholismo, la
prostitución, u otras formas de libertinaje más cercanas a lo políticamente correcto, pero en aquella
conciencia distorsionada solamente persiste el odio, el odio hacia todas las estructuras sociales que hicieron
de aquel doctor intachable un hombre encadenado a paradigmas inalcanzables, el odio hacia todos aquellos
que se han conformado con su dinámica y esperan que los otros limiten su dimensión social en grado
equivalente.
En síntesis, la obra nos muestra en un primer momento cómo las dinámicas culturales engendran códigos
éticos para garantizar el correcto funcionamiento del tejido social, se reduce la individualidad en pro del
colectivo, pero también nos muestra que tal característica indeleble de la condición humana puede conducir
al desequilibrio psíquico de no encuentra medios para canalizar sus pulsiones más primitivas.

Por otra parte, resulta interesante analizar los medios de los que se vale la sociedad victoriana para castigar
la insurrección moral, pues dada la exigencia de sus estándares, es clara la necesidad de formas de control
del comportamiento de la ciudadanía más allá de lo que es legalmente establecido como ley y condena.

Saltan así a la vista escenas como en la que Mister Hyde golpea a una niña y es amenazado con la
divulgación de su crimen y su difamación de su nombre por toda la ciudad; tal escena representa con
bastante claridad que si bien, en relación con la historia universal, el panorama legal victoriano se asemeja
bastante al nuestro (claro está, dejando de lado el enorme avance en derechos humanos), existía un dominio
importante de la imposición de la ley por medios propios basada en la reputación.

Si Mister Hyde no hubiese accedido a pagar por su crimen, no solo hubiera sido objeto de persecución
policíaca, no solo hubiera sido víctima de la inclemencia del juicio social, sino que tal altercado hubiera
provocado un rechazo masivo tal, que de pretender formar una familia, todo su linaje hubiese sido, a juicio
de la sociedad victoriana, tan culpable como él mismo, sus contactos y amistades desaparecerían por
indignación o por temor a ser juzgados como insensibles al relacionarse con personaje tan atroz, o peor
todavía, podrían ser considerados cómplices de futuras artimañas de aquel hombre errático.

En su libro, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Michel Foucault hace un examen de los engranajes
sociales y teóricos que hay detrás de los cambios masivos que se produjeron en los sistemas penales
occidentales durante la Edad Moderna, y según su concepto de vigilancia como un intento gubernamental
de evitar el castigo penal de manera que pudiera corregir las conductas indeseadas a tiempo, resulta
importante resaltar que la vigilancia victoriana resulta bastante atípica.

Mientras que la mayor parte de las organizaciones sociales se caracterizaban por estructuras de vigilancia
en planos como el educativo o incluso el clínico, y eran las instituciones formales como las escuelas,
universidades e incluso hospitales, las que se encargaban de corregir, imponer y erradicar conductas
inaceptables para el poder gubernamental, en la sociedad victoriana, a causa del despilfarro de la monarquía,
las instituciones gubernamentales eran tan precarias que el hecho de que la sociedad tomara la justicia por
sus propios medios no era insurrección, era una necesidad.

Así, la vigilancia victoriana se refleja en la mirada perspicaz, cizañosa y moralista de cada ciudadano que
es partícipe de un modelo de control social tan precario y arbitrario como los mismos principios que le
definen lo que está bien y lo que está mal. Tal sistema de propagación de falsas informaciones (o también
llamado chisme), es un detonante de la represión de la individualidad inglesa del momento, pues el
ciudadano está sujeto a leyes tan poco claras que le es difícil saber qué es lo que tiene que respetar.

En conclusión, la obra de Stevenson refleja el malestar cultural de una sociedad británica cuyos medios de
ejercicio judicial exceden con creces los límites para que la ciudadanía pueda desarrollar y canalizar sus
plusiones más primitivas, pero lo que, a juicio personal, resulta más interesante y espeluznante, es que la
contemporaneidad no está adscrita en dinámicas sociales muy diferentes.

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