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Tema de examen final: Walter Benjamin, lector de Baudelaire (oral)

Para este examen final decidimos recuperar un aspecto particular de la lectura que Benjamin
traza sobre Las flores del mal (1857) de Baudelaire. Específicamente, cómo la lectura de Benjamin
logra captar una dimensión social de la poesía de Baudelaire que permite dar cuenta de las
transformaciones sociales y urbanas que produce el auge del capitalismo industrial y que modifican
la formas de vida de los sujetos en las grandes ciudades. O dicho de otra forma, cómo la lectura de
Benjamin logra capturar cómo el modelo socio-económico del capitalismo industrial transforma la
vivencia del hombre moderno de la ciudad. Para ello Benjamin pone el foco en una figura
particular: la de la multitud.
La masa, la muchedumbre, la multitud, dice Benjamin, es un tema que recorrerá las
producciones de los literatos del siglo XIX, desde Victor Hugo hasta Hoffman, Poe, Valéry, Barbier;
siendo también objeto de reflexión de filósofos como Marx, Engels y Hegel. Pero la diferencia que
marcará Benjamin es que en la poesía de Baudelaire, en Las flores del mal, la masa no es un tema,
un objeto a describir, sino que estructura y condiciona los poemas. La masa aparece estampada
como una figura oculta. Dirá Benjamin:

En lo tocante a Baudelaire, la masa le resulta algo tan poco externo que podemos advertir en su
obra cómo se defiende, cautivado y atraído por ella.
La masa es algo tan interior para Baudelaire que inútilmente se buscará alguna descripción de la
multitud en su obra. Apenas si alguna vez aparecen sus intereses más importantes en la forma de
alguna descripción. Como dice Desjardins ingeniosamente, más le interesaba ‘grabar una imagen
en la memoria que ornamentarla y pintarla’. En vano se buscará tanto en Les fleurs du mal como
en Spleen de Paris un equivalente de las pinturas de la ciudad de en las que demostró su maestría
Victor Hugo. Baudelaire no describe ni la población ni la ciudad. Haber desistido de estas
descripciones le permitió conjurar a una en la forma de la otra. Su multitud es siempre la de la gran
ciudad; su París es siempre una ciudad superpoblada.” (201-202).

Así, a través de la figura de la masa que da forma a los poemas, Baudelaire capta la vivencia del
hombre moderno en la ciudad. Ciudad y masa quedan asimiladas en la lectura que Benjamin hace
de Las flores del mal y permiten dar cuenta de cómo en la poesía de Baudelaire se inscriben
formalmente las condiciones materiales de una época. Y este último punto, el hecho de que la masa
esté “estampada como una figura oculta”, es lo que marca una diferencia con los demás escritores.
La masa o la muchedumbre estructura la poesía de Baudelaire porque arrastra al poeta, que se
fascina con ella al mismo tiempo que trata de resistirse. No hay distancia entre el sujeto lírico y la
muchedumbre, porque Baudelaire lo construye, justamente, dentro de ella. Y esa vivencia del sujeto
en la masa que Baudelaire logra captar es lo que llama la atención de Benjamin, al mismo tiempo
que marca, por ejemplo, una diferencia clave con la multitud de Poe.
La masa que Poe describe en “El hombre de la multitud” (1840), y resulta influyente en
Baudelaire, se distingue, entre otros aspectos, en que es observada desde afuera. En el cuento de
Poe, quien observa detrás de un vidrio, se ve extrañado y maravillado por el movimiento de la
multitud. Extrañado y desde un lugar de distancia, mira cómo el movimiento constante arrastra las
cabezas de los sujetos que avanzan como perdidos en sí mismos.

La calle era un de las arterias principales de la inmensa ciudad, y, por tanto, de las más
concurridas. A la caída de la tarde, la concurrencia fue creciendo de un modo extraordinario y,
cuando fueron encendidos los faroles del alumbrado público dos corrientes de personas se
encontraron, confundiéndose delante de mi vista en un entrecruce continuo. Jamás me había
encontrado en situación parecida o, mejor dicho, nunca había tenido conciencia aunque hubiera
pasado por ella miles de veces, y ese tumultoso océano de cabezas humanas me producía una
deliciosa emoción, de agradable novedad. Terminé por no prestar atención a lo que pasaba en el
interior del hotel, embebiéndome en la contemplación de la escena que la calle me ofrecía.
(Poe, 1840: 261-262)

La contemplación de la masa en Poe pareciera dar cuenta del ordenamiento que se produce en la
gran ciudad. Pareciera dar cuenta de cómo los hombres viven la gran ciudad y son arrastrados por el
ritmo que impone la misma. Dirá Benjamin que la multitud de Poe tiene algo de barbárico
(1939:212), algo amenazador, algo inhumano. La multitud de Poe se mueve al ritmo que marca la
ciudad del capitalismo industrial, se mueve al ritmo de la máquina y de la técnica. Fascina y
aterroriza a quien observa desde afuera porque da cuenta del estrecho vínculo “entre desenfreno y
disciplina”. Dice Benjamin:

No podríamos llamar realista la imagen concebida por Poe. Lo que queda a la vista es el
trabajo de una fantasía de distorsiones planeadas, que aleja el texto de cualquier modelo de
realismo socialista. Barbier, por ejemplo, que fue uno de los mejores a los que -acaso- un
realismo semejante podría remitirse, describe las cosas de una forma menos desconcertantes. Y
además elige un tema más transparente: la masa de los oprimidos. Esta no es la masa de Poe;
aquí se trata sencillamente de “la gente”. En el espectáculo que esta le ofrecía, Poe percibía, al
igual que Engels, algo amenazador. Y es precisamente esta imagen de la gran ciudad la que fue
determinante para Baudelaire. Cuando es vencido por la violencia con la que esta multitud lo
arrastra hacia sí y lo convierte, en tanto flanêur, en uno de ellos, Baudelaire nunca se libra de la
naturaleza inhumana. Se convierte en su cómplice y casi al mismo tiempo se separa de ellos. Se
mezcla hasta el fondo de esta muchedumbre para, disimuladamente, con una mirada de
desprecio, arrojarla a la nada. (Benjamin, 1939:208-209).
La figura de la multitud de Poe, amorfa y anónima, influye entonces, en las imágenes y metáforas
con las que Baudelaire expresará la vivencia de la ciudad en Las flores del mal. Al igual que en Poe
la fanscinación por el ritmo de la multitud estará presente; pero el sujeto lírico, que es arrastrado y
atraído por ella, lo vivenciará como catástrofe. En la lectura que Benjamin realiza del soneto “A une
passante” destaca dicha vivencia.

XCIII
A una transteúnte
La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
una mujer pasó, con mano fastuosa
levantando, balanceando el ruedo y el festón;

ágil y noble, con su pierna de estatua.


Yo, bebí, crispado como un extravagante,
en su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
la dulzura que fascina y el placer que mata.

Un raro...¡luego la noche! - Fugitiva beldad


cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer
¿no te veré más que en la eternidad?

¡En otra parte, bien lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡jamas, quizá!
Porque ignoro dónde huyes, tú no sabes donde voy,
¡oh, tú! A la que yo hubiera amado, ¡oh, tú que lo supiste!

En el poema se inscribe la vivencia del poeta en la ciudad que asiste al encuentro furtivo de una
mujer que lo moviliza, a sabiendas de que el encantamiento sólo puede durar los segundos en el que
los cuerpos se cruzan, para luego perderse en el anonimato. El poeta vive, de esta forma, una
recepción de estímulos que hacen estremecer su cuerpo en la multitud, y, al mismo tiempo, es la
multitud la que provoca en el poeta estos estímulos. En este sentido, el lugar del poeta en la
muchedumbre que lo arrastra no es la del autómata, sino la del que percibe el impacto de las fuerzas
perturbadoras de la multitud. En esa perturbación del poeta es que Benjamin lee la figura del shock
en el poema “A une passante”:

Con el velo de viuda, velada a la comprensión por esa corriente que la arrastra
silenciosamente en la multitud, una desconocida cruza la mirada del poeta. En una frase
puede fijarse lo que el poeta nos da a entender: la aparición que fascina al hombre de la
gran ciudad -lejos está de solo tener en la muchedumbre su contraparte, un elemento
puramente hostil llegará hasta él solo gracias a la multitud. El embeleso del hombre de la
gran ciudad es un amor no sólo a primera vista sino también a la última. Es una despedida
para siempre, que en el poema coincide con el momento de cautivación. Así, el soneto
presenta la figura del shock, la figura de una catástrofe. (Benjamin, 1939:204)
La lectura que Benjamin construye de este poema no sólo pone en escena el anonimato al que
conduce la masa, la imposibilidad de encuentro, sino que muestra el perfil desolador de esto último.
El poeta que es arrastrado por la multitud, aún fascinado por ella, vivencia la catástrofe de la ciudad
industrial y de la masa. El poeta no mira la masa desde afuera, pero tampoco dentro de ella se
convierte en un autómata anónimo. Al contrario; dice Benjamin que el poeta se sumerge en la masa
como en un reservorio de energía eléctrica y que allí experimenta las fuerzas del shock (213). En
este sentido, el poeta de Baudelaire pareciera ser sensible a las energías turbulentas que se producen
en la muchedumbre y eso, es al mismo tiempo, lo que la diferencia de ella. En esa conciencia en la
experimentación de las fuerzas del shock, el poeta de Baudelaire puede luchar contra la masa y
vivirla como catástrofe. Explícitamente dice Benjamin: “Baudelaire habla del hombre que se
sumerge en la multitud como en un reservorio de energía eléctrica. Poco después lo define,
delimitando la experiencia del shock, como un caleidoscopio que está dotado de conciencia” (213).
El shock en Baudelaire pareciera referir, entonces, a esta lucha que el poeta experimenta en la
multitud. Una multitud normalizada que, producto de la sociedad moderna, capitalista e industrial,
se ha vuelto impermeable a la recepción de ciertos estímulos que desequilibrarían al sujeto. Una
multitud que actúa como autómata anulando la posibilidad de la experiencia al hacer activar sus
mecanismos de defensa para frenar las fuerzas del shock. Estos mecanismos de defensa permiten
alojar en la consciencia la experiencia del shock, haciendo que el sucedo adquiera carácter de
vivencia (195). El poeta, sin embargo, aún en medio de la multitud con la que batalla, pareciera ser
sensible a las fuerzas traumáticas que lo perturban y allí, en medio de la muchedumbre, inscribe su
lucha.

De todas las otras experiencias que hicieron de su vida aquello que terminó siendo, Baudelaire
destaca el ser empujado por la multitud como la experiencia decisiva, la inconfundible. Ya no
existía para él el brillo de esa multitud movida por si misma, animada por sí misma, que
embelsaba al flanêur. Para inculcarse en la bajeza de esta muchedumbre, Baudelaire imagina el
día en que hasta las mujeres perdidas, los excluidos lleguen al punto de pronunciarse a favor de
una vida ordenada, condenen el libertinaje y no dejen en pie nada que no sea el dinero.
Traicionado por estos últimos, Baudelaire lucha contra la multitud; lo hace con la cólera
impotente de aquel que lucha contra la lluvia o el viento. Esta es la vivencia a la que
Baudelaire le dio el peso de una experiencia (Benjamin, 1939:240-241)

Así, la lectura que Benjamin realiza de Baudelaire da cuenta de cómo las condiciones de la gran
ciudad, la muchedumbre, arrastran incluso a aquellos que se resisten: las prostitutas, los excluidos,
los poetas. La imagen con la que Benjamin cierra “Sobre algunos temas en Baudelaire” es
totalmente desoladora porque el poeta es traicionado por sus aliados. Es traicionados por aquellos
que aún tenían la posibilidad de resistir en la vivencia al interior de la masa en un estado de alerta.
El poeta, solo, lucha contra la multitud, lucha contra las condiciones materiales que le imponen el
ordenamiento de las grandes urbes, que llevan a los hombres a moverse en un estado de alienación,
que llevan a los hombres a marchar como máquinas en sus desplazamientos por las calles. Contra
ello, dice Benjamin, es que batalla el poeta.
De esta forma, Benjamin introduce una lectura de Baudelaire que permite ver cómo en sus
poemas se inscriben las huellas de una época en las que las condiciones de la sociedad moderna e
industrial comienzan a transformar los modos de relación de los hombres en las grandes ciudades.
La masa y la vivencia de la gran ciudad son fundamento y lo que estructura Las flores del mal y dan
cuenta, asimismo, cómo la sociedad moderna ha transformado las condiciones de la experiencia.
Los hombres, víctimas de la civilización urbana e industrial, ya no están en condiciones de levantar
la mirada, de vivir, como dice Löwy (2001), la experiencia auténtica. Benjamin lee en Baudelaire
cómo este inscribió en su obra la decadencia de la experiencia y la lucha del poeta en medio de una
crisis de la percepción. “Baudelaire describe -dice Benjamin- los ojos de aquellos que, podríamos
decir, han perdido la capacidad de mirar” (1939:235).

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