La Costa - que constituye sólo el 12 por ciento del territorio - contiene el 50 por ciento
de la población, gran parte de la cual ha emigrado de la zona montañosa (Cuadro 8-1).
Estos pobladores han sido atraídos por las tierras fértiles irrigadas de la zona costera
(alrededor de 750 000 ha), que cuenta con una agricultura de alta productividad y
concentra no menos del 65 por ciento de la actividad industrial del país. Ello ha
permitido el desarrollo de ciudades dinámicas, la más importante de las cuales es el
conjunto metropolitano de Lima-Callao, que contiene el 45 por ciento de la población
urbana y el 27 por ciento de la población total del país.
La Sierra, que abarca el 28 por ciento del territorio, tiene una topografía sumamente
accidentada, con angostos y profundos valles y vertientes de gran inclinación. A 4 000
m sobre el nivel del mar, las mesetas o "punas", de suave topografía, contienen
alrededor de 14 millones de hectáreas de pastos naturales donde se crían ovinos y
camélidos sudamericanos. En contraste, las tierras de labranza (alrededor de 1 800
000 hectáreas) se hallan ubicadas en su mayor parte en laderas de pronunciada
pendiente, y se utilizan para cultivos anuales de secano (sólo el 21 por ciento de las
tierras están irrigadas). Las escasas industrias que se encuentran en las ciudades
departamentales y provinciales proporcionan limitadas oportunidades de empleo. La
región no ha atraído inversiones públicas debido a la limitación de los mercados, a la
infraestructura inadecuada (carreteras, electricidad y agua) y a los elevados costos de
producción. Más aún, desde la reforma agraria de 1969, la mayor parte de las tierras
ha sido ocupada por sociedades agrícolas y cooperativas agrarias constituidas por un
número relativamente reducido de personas. La mayoría de los habitantes -
campesinos o comunidades indígenas y miembros individuales de asentamientos
dispersos - explota limitadas y dispersas parcelas de tierra que apenas permiten la
supervivencia de las familias en constante aumento.
La Selva cubre una superficie de 78 millones de hectáreas, o sea el 60 por ciento del
territorio nacional: 13 por ciento en la Selva Alta y 87 por ciento en la Selva Baja. Un
54 por ciento de esta superficie está constituida por bosques de producción, el 32 por
ciento son bosques de protección, el 8 por ciento son tierras apropiadas para la
producción ganadera, el 3 por ciento, tierras apropiadas para actividades agrícolas
intensivas y permanentes, y el 3 por ciento restante está cubierto por ríos, lagunas,
caminos, pueblos y ciudades.
El área del presente estudio está comprendida dentro de la Selva Alta (Provincias de
Chanchamayo, Satipo y Oxapampa). En ella viven no menos de 230 comunidades
nativas, pertenecientes a los grupos etnolingüísticos campa (191 unidades), amuesha
(28 comunidades) y campa ashaninga (4 comunidades), que contienen una población
de alrededor de 38 000 habitantes, apenas un pequeño porcentaje de la población de
1 394 869 personas de las comunidades tribales que pueblan los bosques de
Sudamérica y Panamá (Mayer y Masferrer, 1979).
Período Prehispánico
Ambos grupos, constituidos por tribus aisladas integradas por pocas personas, no
avanzaron a más de 1 500 m sobre el nivel del mar, el punto crítico del cultivo de la
yuca, base de su alimentación y que representaba el 70 por ciento de sus cultivos
(Denevan, 1979). La agricultura migratoria, la caza y la pesca constituían las fuentes
de su subsistencia. Además de la yuca, cultivaban maíz, frijoles, dale-dale, maní,
arracacha, calabazas, sachapapa, ajíes y pinas. También cultivaban coca, una
pequeña parte de la cual se destinaba a usos medicinales y mágico-religiosos, y
algodón, utilizado para la confección de vestidos, adornos, cestería y armas.
La técnica utilizada, igual que ahora, era la de la tala y quema para la preparación de
los terrenos, reproduciendo en gran medida la estructura vertical de los bosques
húmedos tropicales. Derribaban grandes árboles con hachas de piedra hasta la
llegada de los españoles y sembraban semillas y retoños utilizando azadones, ahora
reemplazados en parte por machetes y barras. Estos métodos primitivos de cultivo
sugieren que la alimentación se basaba más en la caza, la pesca y la recolección, que
en la agricultura.
Hacia los años 1000-1400 D.C., las poblaciones pertenecientes a los grupos étnicos
Taruma (Tarma) y Huanca (Valle del Mantaro) se expandieron (Parsons y Natos,
1978), y penetraron por primera vez en los valles del Chanchamayo y del Satipo.
Restos de plataformas y terrazas de obvio origen andino testimonian esas
inmigraciones y coinciden con el ideal andino de dominio de una máxima variedad de
biotipos (Murra, 1970). Aunque parece no haberse producido otras penetraciones, es
posible que hayan existido contactos continuos entre los pobladores de la Sierra y los
campas y amueshas, mediante el intercambio de productos.
Período Colonial
Los misioneros también establecieron una serie de pueblos que sirvieron de sedes
administrativas y religiosas (no sin una constante resistencia de los nativos). También
se establecieron varias haciendas que cultivaban caña de azúcar y coca, tabaco y
cacao, y todos los "ocupantes" mantenían un intenso comercio con Tarma, Cerro de
Pasco, los pueblos vecinos y la Costa. Los nativos, por su parte, recolectaban e
intercambiaban productos derivados de plantas silvestres como vainilla, achiote y
cascarilla, muy cotizadas en las ciudades coloniales y en Europa. También
establecieron centros artesanales, de los cuales el más importante estaba situado en
las cercanías del actual San Ramón, donde producían machetes, hachas, clavos y
martillos en una fundición. Hacia fines de 1740, según las crónicas de los misioneros,
existían 45 pueblos en las zonas de Chanchamayo, Perené y el Gran Pajonal (Basurto
y Trapnell, 1980).
Período Republicano
Los albores de la segunda mitad del Siglo XIX marcan el inicio de la ocupación plena y
permanente de la Selva Central. La influencia de los cambios económicos producidos
en las otras dos regiones del país, una política que promovió la construcción de
caminos y la colonización de la región, así como la Guerra del Pacífico, forzaron a una
existencia marginal a los campas y los amueshas, que habían residido en la región por
espacio de 3 500 años.
El establecimiento del fortín de Quimiri (La Merced) en 1869, permitió una mayor
penetración en el valle de Chanchamayo; hacia 1874 comenzó a incluir inmigrantes
italianos, alemanes, franceses y, después de la Guerra del Pacífico, contingentes
importantes de chinos (Stewart, 1951). Sólo una pequeña proporción de este
contingente se dedicó a las labores agrícolas; la mayor parte se dedicó al comercio en
los crecientes poblados de San Ramón y La Merced. Los franciscanos, mientras tanto,
abrieron nuevas tierras a la inmigración andina campesina, estableciendo la misión de
la Asunción de Quillazu (Oxapampa) en 1881, y las de San Luis de Shuaro y de San
José de Sogorno, ambas en Chanchamayo en 1886 (Ortiz, 1967).
La política vial de fines del Siglo XIX (que continúa en la actualidad) promovía la
penetración al interior de la Selva. Ello llevó a la Comisión Hidrográfica del Amazonas
a buscar una ruta para la construcción de un camino que comunicara la Costa con
algún río navegable, haciendo posible la comunicación con Iquitos. En 1860 comenzó
la construcción del camino de Pichis, y en sólo cinco meses un camino de herradura
de 155 km unía a San Luis de Shuaro con el actual Puerto Bermúdez. En 1892 se
inició la navegación entre Puerto Bermúdez e Iquitos.
Los nativos de los ríos Perené y Ene comenzaron a perder sus tierras en 1889,
cuando el Congreso sancionó una ley concediendo tierras amazónicas a empresas
dedicadas a actividades agropecuarias y a la explotación de caucho. Con los ingresos
generados por esas empresas, el Congreso esperaba solventar en parte las deudas
contraídas con motivo de la Guerra del Pacífico. Se entregaron a acreedores
extranjeros dos millones de hectáreas. Dichas tierras no podrían fraccionarse en lotes
de más de medio millón de hectáreas, y los concesionarios deberían empezar a
colonizarlas en un plazo no mayor de tres años y concluir la colonización en un
período que no superara los nueve años. Por cada año de demora perderían una
tercera parte de los terrenos recibidos. Los colonos debían ser de "raza europea" y
estaban exentos de impuestos (Manrique, 1972).
La cuenca del Palcazu, la última frontera de los amueshas, fue explorada a fines del
Siglo XIX por las compañías caucheras que se remontaron hasta Iquitos. Los
descendientes de los primeros colonos europeos de la región de Pozuzo también se
trasladaron para dedicarse a la recolección y comercialización del caucho,
dependiendo de la mano de obra amuesha y de las compañías caucheras para su
comercialización. Una vez finalizado el auge del caucho en 1918, esas familias
permanecieron en el valle.
Tasa de
crecimiento
Depto. Provincia 1940 1961 1972 1981
40-61 61-72 72-81
(%) (%) (%)
Junín
Satipo 2490 14360 37660 64595 8.7 9.2 6.1
Chanchamayo 14145 34576 61482 98508 4.3 5.4 5.3
Oxapampa 5881 25783 39794 49857 7.3 4.0 2.5
Total 22516 74719 138936 212960 6.7 6.2 4.6
- Selva Central en relación con la alta 14 18 19 20 - - -
(%)
- Selva Central en relación con la Selva 5 8 10 11 - - -
total (%)
- Selva alta 164444 411497 725417 1059686 4.1 5.0 4.2
- Selva baja 264153 488289 677987 852709 2.8 3.0 2,5
Total 428597 899786 1403404 1912395 3.6 4.1 3.4
Fuente: Instituto Nacional de Estadística, Perú, 1981.
Tenencia de la Tierra
A raíz de que muchas personas dividen sus tierras para traspasarlas a sus hijos, la
mayoría de las haciendas son bastante pequeñas. Como lo exhibe el Cuadro 8-4, en
1972, el 23 por ciento de las 14 258 unidades agropecuarias tenían una extensión de
menos de 5 hectáreas, y el 14 por ciento entre 5 y 10 hectáreas. El 20 por ciento de
las unidades tenía de 10 a 20 hectáreas; estas haciendas, sin embargo, son en la
práctica menos importantes que lo que indica su tamaño, ya que en general no toda su
extensión es aprovechable.
Hectáreas Superficie
Tamaño de la unidad
N % N %
Menos de 1.00 1 008 7 295 -
1.00a 1.99 553 4 4735 1
2.00 a 2.99 538 4
3.00 a 3.99 534 4
4.00 a 4.99 605 4
5.00 a 9.99 2041 14 50911 11
10.00a 19.99 2796 20
20.00a 49.99 4178 29 183345 41
50.00 a 99.99 1108 8
100.00a199.99 644 5 125512 27
200.00 a 499.99 184 1
500.00 a más 69 - 93552 20
Total 14258 100 468352 100
Distribución de las unidades Unidad Superficie
Chanchamayo 5705 134417
Satipo 4439 119895
Oxapampa 4114 214040
Total 14258 468352
Fuente: INE, 1972.
En la Sierra, entre tres y cinco hectáreas de tierras pobres pueden resultar suficientes
para el mantenimiento de la familia y para la producción de excedentes. Pero no
ocurre lo mismo en la Selva Central, donde la mayoría de las parcelas están
constituidas por terrenos de pronunciada pendiente, son susceptibles a la erosión y la
lixiviación, y para recuperar su productividad requieren años en barbecho. La amplia
dispersión de las unidades agrícolas es otro factor importante que impide el mejor
aprovechamiento de la tierra, ya que el 27 por ciento de las 14 258 unidades están
constituidas por dos o tres parcelas y el 4 por ciento de cuatro a nueve parcelas, la
mayor parte de las cuales se hallan situadas en laderas con pronunciada pendiente.
Las comunidades nativas, en contraste con la creencia popular, no acumulan grandes
extensiones de tierras. Por ejemplo, cada una de las 13 comunidades amueshas del
Palcazu dispone de un promedio de 2 971 hectáreas; en Chanchamayo, cada una de
la siete comunidades campas tenía sólo un promedio de 868 hectáreas, y las siete
comunidades de campas de Oxapampa cuentan en promedio con 2 695 hectáreas
cada una (Chirif y Mora, 1977).
Uso de la Tierra
En la Costa, los asentamientos rurales son por lo regular nucleados. El campesino vive
en el poblado y va diariamente al campo a atender su parcela. El corral para los
animales forma parte de su vivienda en el pueblo, criándolos en establos y pastando
en la parcela o en otras tierras accesibles. Este sistema sigue un modelo impuesto en
el período colonial en los "pueblos de indios" o "reducciones", para facilitar el control
de la población, recabar los tributos, facilitar la catequización y el establecimiento de
las instituciones coloniales.
Las colonizaciones espontáneas siguen los patrones andinos, de acuerdo con los
cuales el colono edifica su vivienda en la parcela que ha obtenido mediante herencia,
compra, donación o de alguna otra forma. La distancia entre una y otra varía según el
tamaño de la parcela poseída, siendo muy cercanas cuando éstas son pequeñas y
alejadas cuando son de mayor tamaño. Los colonos normalmente tienden a construir
sus viviendas cerca de las vías fluviales o caminos, que por lo regular ellos mismos
construyen. Urgidos por el deseo de contar con una escuela, una iglesia, o un campo
deportivo, los colonos tienden a erigir un poblado, con una "plaza de armas" y calles
delineadas, en el cual normalmente obtienen un lote para levantar una segunda
vivienda. Estos poblados frecuentemente compiten entre sí para alcanzar la categoría
de capitales de distrito.
Los colonos de los asentamientos espontáneos provienen del mismo lugar de origen, y
sus comunidades son similares a las que han dejado en los Andes. El trabajo
voluntario resuelve los problemas de la escasez de mano de obra familiar y establece
los servicios requeridos, como caminos, escuelas e iglesias, mientras que algunos
pueblos se unen para proveer servicios municipales y para establecer diversos
servicios estatales.
En las colonizaciones dirigidas predominan los asentamientos lineales, en los que las
parcelas familiares se delimitan cartográficamente. En los casos en que los
asentamientos nucleados también están afiliados a las cooperativas, cada colono
dispone de una vivienda para él y su familia, y se beneficia de un centro de servicios
administrativos, técnicos y sociales (tales como escuelas y puestos de salud).
Estos Centros de Servicios Básicos se hallan lejos de los poblados a los que los
colonos acuden regularmente con propósitos comerciales, religiosos y otros motivos.
En Tingo María se observa un tipo de asentamiento mixto, denominado "bilocular",
consistente de parcelas familiares y una más grande para uso comunal.
En los trópicos húmedos americanos, desde la década de 1950 los gobiernos han
adoptado políticas de redistribución de la población, tendientes en parte a combatir las
erráticas y masivas migraciones del campo hacia las ciudades. Estas políticas han
incluido el establecimiento de áreas forestadas en los asentamientos dirigidos,
orientadas a contrarrestar los efectos indeseables de las migraciones espontáneas.
Los asentamientos dirigidos presuponen la existencia de grandes cantidades de
recursos inagotables, capaces de alojar a miles de pobladores excedentes. La
realidad, sin embargo, puede verse en las experiencias de Brasil, Solivia y Perú
(Nelson, 1973).
En 1954, se estableció la Colonia Arena con 240 familias, 130 de las cuales eran de
origen japonés, dentro de un arreglo cooperativo entre Bolivia y el Japón. Las familias
japoneses posteriormente se separaron y formaron la Colonia Okinawa. En 1951,18
familias menonitas establecieron otra colonia en los alrededores de Santa Cruz. Estas
colonias encontraron graves problemas derivados de la erosión y la pobreza de los
suelos, la inadecuada asistencia técnica y falta de los conocimientos necesarios para
llevar a cabo los proyectos.
En las décadas de 1960 y 1970, el Perú experimentó una desordenada ocupación del
territorio de la Selva, particularmente de la parte alta, por parte de miles de
campesinos andinos. Su bajo nivel de vida produjo la degradación y destrucción de los
bosques y los suelos. Para proteger los recursos de la Selva, el país encaró la
ejecución de cuatro proyectos de ocupación dirigida: Tingo María-Tocache-Campanilla
(en adelante Tingo María) y Picharí en la Selva alta, y Jenaro Herrera y Marichín-Río
Yavarí en la Selva baja. También en esta subregión se inició el proyecto de
Saispampa, por una empresa agrícola originada por la reforma agraria de 1969. En
tres de los proyectos los colonos serían de origen serrano, mientras que en Jenaro
Herrera y Marichín provendrían de la propia región de la Selva, para escapar de los
problemas de las inundaciones y procurando incorporarse a la economía de mercado
(Martínez, 1976).
Estos proyectos aún no han logrado asentar al número esperado de familias. Sólo el
59 por ciento de las tierras se han adjudicado (142 413 ha), de las cuales únicamente
el 30 por ciento se ha utilizado en la práctica. Igualmente, sólo se ha asentado a un 59
por ciento del total proyectado de familias, cifras que serían mucho menores si se
tuviera en cuenta la alta tasa de deserción (Cuadro 8-6).
El fracaso de los asentamientos dirigidos se debe a diversas razones, que van desde
la inexperiencia y los errores humanos hasta la desastrosa experiencia de catástrofes
naturales. En ausencia de una política coherente y decidida lejos de los principales
mercados para sus productos, los planes de desarrollo rural y regional no fueron
coordinados, y no se invirtió suficiente dinero como para que tuviese éxito. Otros
problemas fueron la total dependencia de las actividades agropecuarias para generar
ingresos, el lento establecimiento de las infraestructuras de comunicación y de
servicios, la adjudicación individual de las parcelas en un medio donde los cultivos
requieren muchos cuidados y, por último, la falta de conocimiento de los colonos sobre
sus nuevas tareas.
El Plan Nacional de Desarrollo 1971 -1975 (INP, 1971) reconocía esta realidad. Al
señalar los intentos de desarrollo fracasados en las que denominaba "zonas de
frontera económica", expresaba que se promoverían los esfuerzos tendientes a lograr
la incorporación de las tierras y efectuar inversiones complementarias a los intereses
agropecuarios establecidos.
En las colonias, la ganadería reemplazó frecuentemente a la agricultura en los casos
en que ésta había fracasado, pero tampoco fue demasiado exitosa. La tecnología
empleada para la cría de ganado en la Selva tropical fue la misma utilizada en las
regiones templadas, que cuentan con amplias praderas naturales. Pero el pastoreo en
praderas que anteriormente estaban cubiertas de bosques compacta rápidamente los
delicados suelos, y se ve expuesto al nuevo crecimiento de la vegetación boscosa.
Ello obliga a los colonos a desbrozar nuevos bosques, haciendo que la cría de ganado
se convierta en una actividad itinerante. Además, las razas utilizadas (Brown Swiss,
Holstein, cebú, criollo) se seleccionan de acuerdo con la disponibilidad y se introducen
sin un adecuado conocimiento de los cuidados que requieren. Los animales
generalmente llegan en condiciones sanitarias deficientes por el largo viaje desde
lugares lejanos. Además, en 1974, en Tingo María había sólo un veterinario para
cubrir un área de 1 200 km2. Por último, las demoras en la obtención de préstamos y
las fluctuaciones de precios impiden la adquisición de grandes cantidades de cabezas
de ganado de alta calidad.
El curso caprichoso y las inesperadas crecientes de los grandes ríos, los bruscos
cambios de temperatura, los deslizamientos en la Selva alta y la rápida difusión de las
enfermedades amenazan el desarrollo de los asentamientos humanos de los trópicos
húmedos. Estos fenómenos pueden destruir los ahorros de toda una vida e inutilizar la
inversión de grandes cantidades de recursos empleados para combatirlos. Por
ejemplo, Iquitos es la ciudad más importante del oriente peruano, fundada junto con
Manaos, Brasil, durante el auge del caucho en el siglo pasado. Como consecuencia de
las inundaciones y la erosión de las orillas, Iquitos sufre los embates anuales del
Amazonas, que parece haberla condenado a una eventual desaparición. Todas las
soluciones posibles han resultado inútiles, desde la construcción de costosos muros
de contención hasta dejar que la naturaleza siga su curso.
En 1970, las inundaciones causadas por las crecidas del Amazonas dieron lugar a la
creación del poblado de Choro Yacu, en el camino entre Iquitos y la frontera con el
Brasil. Unas 30 familias provenientes de varios caseríos cercanos se unieron para
formar el pueblo. Esas mismas inundaciones originarían el fracaso del proyecto de
asentamiento ganadero dirigido de Marichín-Río Yavarí, y las inundaciones
provocadas por los ríos Tambopata y Madre de Dios amenazaban constantemente al
pueblo Puerto Maldonado.
Por último, las plagas como la broca (un barrenador del cafeto) y enfermedades como
la fungosis de la papaya, son peligros latentes en grandes extensiones de la Selva
Central que amenazan la estabilidad de los colonos, les causan grandes dificultades
económicas y determinan altas tasas de deserción en los asentamientos dirigidos.
Problemas de Planificación
Referencias
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Amazonía. Ediciones Cipa. Lima, Perú.
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