OPTATIVA DE PROFUNDIZACION
TRABAJO INVESTIGACION
UNIDAD I
C.I.: 12.686.290
En el año 1943, el psiquiatra austriaco Leo Kanner, luego de estudiar los casos de un
grupo de niños, introdujo la clasificación de autismo infantil temprano para señalar las
dificultades de adaptación a los cambios en las rutinas, las dificultades para entablar
lazos sociales consistentes, la sensibilidad a los estímulos, y las dificultades para
realizar actividades espontáneas. En los niños observados, la memoria se encontraba
conservada.
Asperger, hizo hincapié en los intereses inusuales (áreas del saber o actividades de las
cuales manejaban mucha información y detalle) y el férreo apego a las rutinas y también
a algunos objetos. Este grupo de niños, manejaba adecuado capital lingüístico y podían
comunicarse con fluidez.
Kanner observó que tres de once niños no hablaban y el resto no utilizaban las
capacidades lingüísticas que poseían. También observó que se movían de manera
extraña (movimientos repetitivos bruscos) y que sostenían un comportamiento auto
estimulatorio. En la observación de estas características comunes, logra determinar que
respondían a un síndrome.
Ya en los años setentas, Rutter (1972) y Ritvo y Freeman (1978) definen diferencian los
criterios diagnósticos, separando definitivamente al autismo de la psicosis o
esquizofrenia.
En la versión revisada del DSM del año 2000 (DSM-IV-TR), lo que hoy conocemos
como trastornos del espectro autista (TEA), se llamo trastornos generalizados del
desarrollo (TGD) baja la clasificación de: trastorno autista, trastorno de Asperger,
trastorno desintegrativo infantil, trastorno de RETT y trastorno generalizado del
desarrollo no especificado.
Luego de los aportes del psicólogo español Ángel Riviere (1949-2000), quien
consideraba al autismo como un continuo de diferentes dimensiones, se evidenció que
existen tantos autismos como personas con autismo. Y también gradientes, con puntos
fuertes y otros débiles.
Con la salida de la quinta edición del DSM (DSM V, APA, 2013) se plantea una única
categoría, la del trastorno del espectro autista (TEA), aportando la posibilidad de
realizar un diagnóstico antes de los 36 meses de vida y un sistema para la identificación
del trastorno en la población adulta.
Los factores genéticos desempeñan un papel destacado en la etiología del autismo. Los
estudios de gemelos y de agregación familiar indican que las variables genéticas se
encuentran indudablemente implicadas en la génesis del autismo infantil (Hallmayer,
1996, Le Couteur, 1996; Fombone, 1997).
Por otro lado, los estudios familiares apoyan la existencia de un posible marcador
bioquímico (niveles bajos de dopamina-beta-hidroxilasa) (Smalley, Asarnow y Spence,
1988).
ESTUDIOS DE GEMELOS
LeCouteur. (1996) examinaron los límites diagnósticos del fenotipo conductual del
autismo en 28 parejas de gemelos MZ y 20 parejas de gemelos DZ del mismo sexo,
donde uno o ambos gemelos tenían autismo. En el cógemelo no autista (es decir, en las
parejas discordantes para el autismo) era frecuente encontrar alteraciones del lenguaje
en la infancia y déficits sociales que persistían en el estado adulto. La concordancia para
este fenotipo más amplio era mucho mayor en los gemelos MZ que en los DZ, lo que
indica la existencia de un fuerte componente genético. Asimismo, compararon las
manifestaciones conductuales y cognitivas del autismo dentro y entre las parejas
monozigóticas. La variación era tan grande dentro de las parejas de gemelos como entre
las distintas parejas.
ESTUDIOS FAMILIARES
MODELOS GENÉTICOS
Se han descrito diferencias de sexo (niños 3 ó 4 veces más frecuentes que las niñas) en
distintas familias con autismo infantil, lo que refuerza la posibilidad de un modo de
transmisión ligado al sexo. La característica clave de este tipo de asociación es que
todos los hijos de los varones afectados no lo están.
Aunque los factores genéticos son claramente relevantes en la etiología del autismo
infantil, las variables ambientales pueden ser también importantes (Smalley y Collins,
1996). En primer lugar, como hemos visto, la tasa de concordancia para el autismo en
gemelos monozigóticos no es del 100%, incluso cuando se considera un fenotipo
amplio. En segundo lugar, las alteraciones inmunológicos descritas en esta enfermedad
pueden reflejar la implicación de agentes patógenos (Warren 1990a). En tercer lugar,
las complicaciones del embarazo y el parto en el autismo infantil son más elevados que
en la población general, aunque los resultados no son totalmente consistentes (Nelson,
1991). En cuarto lugar, se ha constatado un incremento de "anomalías físicas menores"
entre los autistas, lo que sugiere la existencia de un retraso o disfunción en el desarrollo
temprano.
Las dos patologías genéticas que más ampliamente se han asociado con el autismo son,
posiblemente, el síndrome del X frágil (SXF) (Maes, 1993) y la esclerosis tuberosa
(Bolton y Griffiths, 1997; Reich, 1997).
Los primeros informes que señalaron la existencia de una relación entre SXF y autismo
indicaron que esta alteración aparecía en al menos el 16% de los casos de autismo.
Posteriormente se ha constatado que dicha tasa es considerablemente menor, lo que ha
llevado a algunos autores a reconsiderar la cuestión de si existe o no realmente una
asociación específica entre ambas enfermedades (Einfeld, Molony y Hall, 1989).
Reiss y Freund (1992) compararon a 34 niños con X frágil (edad: 3-18 años) con 32
niños sin X frágil emparejados en CI y edad utilizando criterios específicos para el
autismo infantil (DSM-III-R). Los resultados indicaron que los varones con SXF
mostraron un incremento de las alteraciones del juego social, comunicación no verbal
(ejemplos. desviación de la mirada, gestos), comunicación verbal y conductas motoras
repetitivas. Por lo tanto, dichos datos apoyan la idea de que los varones con X frágil
manifiestan un subconjunto específico de conductas del espectro autista. En otros
trabajos, sin embargo, no se ha observado una asociación entre autismo y SXF.
Einfeld. (1989) compararon los rasgos autistas de 45 niños con síndrome del X frágil y
45 controles con retraso mental utilizando los criterios de autismo infantil del DSM-III-
R y dos instrumentos estandarizados para la evaluación del autismo (ABC y ADC). No
encontraron diferencias significativas entre ambos grupos, e incluso las diferencias en
las escalas ABD y ADC fueron en dirección opuesta a la hipótesis inicial.
Maes. (1993) compararon a 58 adultos varones con retraso mental y SXF con 58
controles sin SXF igualados en edad, nivel cognitivo, condiciones de vida y tiempo de
institucionalización. Sus resultados demostraron que no existe una evidencia clara que
nos permita defender una asociación entre SXF y diagnóstico global de autismo infantil.
Una alta proporción de los pacientes con SXF exhibían un número limitado de
características conductuales específicas que pertenecían al espectro de trastornos
pervasivos del desarrollo. Sin embargo, los rasgos centrales del autismo, es decir, la
indiferencia social y la severa alteración de las relaciones sociales, no se encontraron en
general en el grupo con SXF.
Por otro lado, Li. (1993) realizaron un análisis del cariotipo y del ADN de 104 niños
autistas. No se determinaron diferencias entre los sujetos autistas y los controles en la
frecuencia de los lugares frágiles. De los 12 autistas con alteraciones cromosómicas, 8
tenían un SXF, 2 un síndrome de Down y el resto otras constituciones aneuploides. Los
resultados de este estudio ilustran la contribución de las alteraciones cromosómicas o
sus variantes a la patogénesis del autismo infantil.
En algunos niños autistas se han encontrado duplicaciones a nivel del cromosona 15q,
con variados grados de retraso mental. Con frecuencia, dichas anormalidades adquieren
la forma de un cromosoma 15 duplicado, supernumerario, e invertido, descrito como
cromosoma 15 isodicéntrico o idic(15). Sin embargo, se han observado también
duplicaciones intracromosomales. En algunos casos, las madres de dichos niños (no
afectadas por el trastorno) llevan las mismas duplicaciones (Cook, 1997).
Martinsson (1996) examinaron a las familias de cuatro pacientes con autismo infantil
que presentaban un cromosima 15 extra duplicado e invertido.
HALLAZGOS NEUROINMUNOLÓGICOS
Por otro lado, sobre la base del análisis del patrón circanual de nacimientos autistas en
diversos grupos étnicos, Ticher (1996) han planteado recientemente que la etiología del
autismo infantil podría estar relacionada con la existencia de posibles pandemias virales.
b) Hipótesis autoinmune. La alteración en los mecanismos de auto-reconocimiento, o
autoinmunidad, se caracteriza por la presencia de reacciones inmunológicas celulares
y/o humorales contra componentes del propio organismo. Las investigaciones
relacionadas con la hipótesis de la autoinmunidad se pueden clasificar en tres amplias
categorías. El primer grupo se ha relacionado con los elementos celulares del sistema
inmune (células T y células NK). El segundo grupo se ha centrado en el examen de los
elementos humorales del sistema inmune. La tercera categoría incluye los estudios sobre
tolerancia e inmunoreactividad materno-fetal (van Gent, 1997):
HALLAZGOS NEUROQUÍMICOS
Serotonina
Desde principios de los años 60 los investigadores han intentado encontrar alteraciones
en los sistemas de neurotransmisores en el autismo. En numerosos pacientes con
autismo se ha descrito una disfunción del sistema serotoninérgico. El primer estudio que
relacionaba las concentraciones de serotonina (5-HT) con los síntomas del autismo
infantil fue realizado por Schain y Freedman en 1961. Estos autores observaron un
incremento de l s niveles de la serotonina endógena en muestras sanguíneas en el 26%
de los autistas examinados.
Los resultados con respecto a la serotonina son, sin embargo, bastante inconsistentes.
Así, aunque se han encontrado niveles elevados de serotonina en sangre en una cuarta
parte de los sujetos autistas, muchos estudios han puesto de manifiesto que las
concentraciones de 5-HIAA en el LCR no son altas (Bailey, 1996).
Curiosamente, los autistas que tenían un hermano con la enfermedad mostraban niveles
más elevados de serotonina en plaquetas que los sujetos que no lo tenían.
Este resultado sugiere que la hiperserotonemia puede ser un indicador de autismo con
un riesgo más alto de recurrencia entre hermanos. Los niveles de serotonina plaquetaria
se estabilizan después de los 9 años, lo que apoya la hipótesis de que puedan ser
regulados genéticamente (Cook y Leventhal, 1996).
Garreau (1988) examinaron los niveles totales del ácido homovanílico (HVA)
(metabolito de la dopamina), y sus fracciones libres y conjugadas, en la orina de 34
autistas, 34 niños normales y 34 niños con retraso mental. El principal hallazgos fue la
existencia de un incremento en los niveles de HVA total en los autistas y en los sujetos
con retraso mental.
Chamberlain y Herman (1990) han presentado un modelo más complejo que relaciona
la disfunción de la melatonina cerebral, con los péptidos relacionados con la
proopiomelanocortina (POMC) y las monoaminas (especialmente serotonina) en el
autismo infantil. De acuerdo a este modelo, la hipersecreción de la melatonina induce
un incremento de la serotonina cerebral y sanguínea. La hipersecreción de la melatonina
pineal inhibe la liberación de la CRH (hormona liberadora de corticotropina). La
disminución de la CRH produce una reducción de las hormonas hipofisarias beta-
endorfina y ACTH. Ello da lugar a una disminución de las niveles plasmáticos de beta-
endorfina plasmática, ACTH y cortisol. Se considera, asimismo, que los sujetos con
autismo infantil muestran una hipersecreción de la beta-endorfina hipotalámica
determinada genéticamente, que a su vez puede contribuir a la inhibición de la beta-
endorfina hipofisaria y plasmática.
La posible disfunción de la melatonina ha sido realmente poco estudiada en el autismo
infantil. Los recientes datos sobre una posible asociación entre hipomelanosis de Ito y
autismo (Hermida, 1997) y, en particular, la concurrencia de esos trastornos en gemelos
monozigóticos (Zapella, 1993) indica que ésta puede ser una interesante línea de
investigación. Zapella (1993) encontró una extinción del ritmo normal diurno de
melatonina en uno de los dos gemelos con autismo e hipomelanosis de Ito. El gemelo
con la alteración de la melatonina presentaba un cuadro de autismo más severo, más
problemas de sueño y una estatura considerablemente más corta que su hermano con un
ciclo de melatonina normal. Esta observación suscita la cuestión de la existencia de una
reducción de los niveles de melatonina, en contra de la elevación predicha en el modelo
de Chamberlain y Herman (1990).
Algunos autores han postulado que el autismo puede reflejar una disfunción en el eje
pineal-hipotalámico-hipofisario-adrenal (Hoshino, 1989). Diversos estudios indican la
presencia de una disfunción neuroendocrina en algunos autistas.
Por ejemplo, Ragusa, Elia y Scifo (1993) describieron un caso de un niño con autismo
con unos niveles de hormona de crecimiento más bajo de lo normal. Asimismo,
Hashimoto. (1991) encontraron que la respuesta a la hormona TSH era inferior en
autistas que en los controles. Más recientemente, Gingell, Parmar y Sungum (1996)
describieron un caso de autismo asociado a una deficiencia hipofisaria.
PSICOLOGÍA Y AUTISMO
Desde el punto de vista psicológico, las personas autistas son vistas como personas que
"no nacieron", su aparato psíquico no está formado porque hubo etapas evolutivas
psíquicas que no se cumplieron. El vínculo madre e hijo no fue bueno, motivo por el
que el espejismo de Lacan y la angustia del octavo mes no fue producida, el yo no pudo
formarse. Estas personas no tienen principio de realidad.
Este trastorno puede ser tratado con terapia para que los síntomas no se agraven y
ayudar al sujeto "a nacer", a formar lentamente su estructura cognitiva. Este trastorno es
tratable pero no curable. Siguiendo esta lógica, la terapia del autismo tiene como meta
volver consiente, activo y real aquel "sentido de ser" que el autista percibe en sí mismo,
si bien en forma no muy clara, deformada e indescifrable. El mismo se pone a prueba,
revive momentos ligados a la experiencia y a la percepción, estructura transfert: la
psicoterapia es una experiencia catártica profunda que termina con el abandono de sí
mismo para descubrir, a través de la experiencia del espejo (Lacan) la espontaneidad y
la identificación que se corresponden al Yo-ideal y que sostienen toda la vida psíquica y
su dinámico devenir.
No se podría argumentar, sin embargo, que tan sólo el punto de vista biológico es el
correcto o que este último ha escapado a la investigación neurocientífica ileso. La falta
de resultados reproducibles ha permitido una proliferación de teorías biológicas.
2) la función ejecutiva y
3) la coherencia central.
En primer lugar, los déficit en la teoría de la mente pueden ser visto como una
exageración de las diferencias basadas en el género (masculino/femenino) que son
aparentemente grabadas en nuestro cerebro. Asperger fue la primera alma valiente que
sugirió que este síndrome era el extremo de la personalidad masculina. Simon Baron-
Cohen ha dado publicidad a esta teoría basada en su propia investigación que abarca el
espectro: de chismes a la agresión, de la evolución de la vida cotidiana y de las ciencias
del cerebro a la teoría de la mente. Estas diferencias reflejan la forma en que se
sistematiza y desarrolla la empatía. En segundo lugar, las funciones ejecutivas tienen un
lugar dentro de la corteza prefrontal. El trabajo experimental de Goldman-Rakic indica
que, de acuerdo con el área anatómica comprometida, el lóbulo frontal define diferentes
dominios de la memoria de trabajo. Las tareas visioespaciales son procesadas por la
corteza prefrontal dorsolateral. Más inferior a la misma se encuentra el área que procesa
las características de los objetos y las caras, mientras que la codificación semántica
implica regiones todavía más inferiores e insulares. Es fácil imaginar cómo un defecto
en la memoria de trabajo o funciones ejecutivas pueden promover alteraciones en el
lenguaje, pensamiento y conducta. Por último, la coherencia central es análoga a los
estudios de los fenómenos de unión (“binding”) en neurociencias. Una coherencia
central débil, un patrón típico del autismo, es un estilo cognitivo que hace hincapié en
características de bajo nivel en lugar de alto nivel de procesamiento integrativo. Un
mayor procesamiento de nivel integrativo parece estar mediado por la sincronización de
descargas neuronales en el Electro Encefalograma (EEG) de alta-(gamma) frecuencia.
Como era de esperar, investigadores han reportado recientemente un trastorno en la
actividad oscilatoria gamma EEG en el autismo.
Las consideraciones de las posibles causas del autismo también contemplan aspectos
psicológicos: durante mucho tiempo se relacionó el autismo con una educación
deficiente por parte de los padres, especialmente de la madre. Se creía que los niños
autistas, como consecuencia del rechazo vivido, sufrían una decepción y se aislaban en
su propio mundo. La teoría de que el autismo se debe a un comportamiento inadecuado
de los progenitores o a un fracaso en su educación no tiene cabida hoy en día. Hay dos
motivos que lo ponen de manifiesto:
Nunca pudo demostrarse que los padres de niños autistas los trataran con mayor
frialdad o los rechazaran.
Existen innumerables estudios enfocados en buscar los orígenes o causas del autismo,
en modelos diagnósticos, o en la importancia de la intervención temprana, entre muchos
otros, pero no hay tanta información enfocada en medir la evolución en el largo plazo de
niños con autismo y que profundice en los posibles factores que generan diferentes
evoluciones teniendo en cuenta aspectos socio-económicos.
Pero a pesar de que en el aspecto del diagnóstico temprano, muchos países y regiones
trabajan para que sea de acceso universal, en el campo de la intervención temprana y
educación las cosas son algo diferentes ya que nuevamente existen grandes diferencias
entre clases sociales. Un estudio publicado en Abril de este año Fountain (2012) ha
revisado el desarrollo de 6.975 niños con autismo de 2 a 14 años de edad y residentes en
California, que nacieron entre 1992 y 2001, para evaluar el desarrollo de la actividad
social, la comunicación y las conductas.
Hasta hace no demasiado se nos hablaba de que el porcentaje de personas con autismo y
discapacidad intelectual asociada rondaba el 75%, sin embargo, un gran número de
estudios han ido derribando estas cifras y en el estudio de California también inciden en
este hecho. El 63% de los niños evaluados presentan un alto nivel de funcionamiento
que se afianzó durante el tiempo. El tercio restante presentaba un bajo nivel de
funcionamiento, no obstante, un 10 % de estos niños que presentaban un cuadro de más
bajo nivel acabaron con un modelo de alto funcionamiento al llegar a los 14 años de
edad.
Pero uno de los aspectos claves de esta evolución tan buena está asociada a una serie de
factores que se convierten en detonantes de esta escalada de capacidades, tanto en niños
con un nivel más elevado de funcionamiento como de los niños con muy bajo nivel. Los
investigadores encontraron que los niños que vivían en familias con un mayor nivel
cultural y económico eran más propensos a desarrollar altas funcionalidades frente a
niños que vivían en entornos de un menor nivel económico y cultural. Esto no es una
cuestión hereditaria, sino una cuestión puramente social. Las familias con mayor nivel
socio-económico consiguen usar la práctica totalidad de recursos existentes de forma
temprana, ya sean estos públicos o privados, desde diagnóstico temprano a intervención
temprana de calidad y asistencia especializada en el entorno escolar. A su vez, las
familias con menos recursos deben emplear mucho más tiempo y esfuerzos en poder
obtener las ayudas públicas y se encuentran con problemas a la hora de poder afrontar el
pago de terapias que pueden resultar inalcanzables.
Los resultados expuestos en los estudios aquí citados coinciden con los de otros estudios
de características similares, donde se incide en la importancia del diagnóstico temprano
y de una intervención temprana, intensiva y de calidad como el factor básico para que el
niño con autismo pueda desarrollar al máximo sus capacidades. Y también queda
patente que el acceso del niño a la mejor intervención no está relacionada con los
derechos del niño en el acceso a la mejor atención sanitaria y educativa, sino al nivel
social de los padres. Cuando las políticas públicas de salud incluyeron la detección y
diagnóstico de los Trastornos del Espectro del Autismo en los EE.UU., las diferencias
de prevalencia entre diferentes grupos étnicos y sociales han desaparecido
prácticamente, sin embargo sigue siendo patente que el acceso a las terapias aún sigue
siendo una asignatura pendiente.
Es peligroso que no se diseñen políticas destinadas a eliminar las barreras sociales que
eviten el acceso a las terapias adecuadas de los niños con autismo, ya que sin la
existencia de estas políticas que puedan dar este acceso libre a todos los niños en el
ejercicio pleno de sus derechos, se potencia la mercantilización y monetización del
trastorno, corriendo el peligro de que el niño sea visto como fuente de ingresos para
empresas privadas, y se entre en un modelo de compra de “pseudo-derechos”. Los
gobiernos tienen una gran responsabilidad para evitar que no se cruce la línea roja de la
dignidad, de forma que todos los niños puedan disfrutar de sus derechos en igualdad, sin
que la condición social los conduzca a un futuro marcado por la incertidumbre.
Como se menciono al inicio de este trabajo las personas con autismo no presentan
anormalidades físicas evidentes, por ello en la década del cuarenta se creía que el
Síndrome autista era una traba emocional. En este sentido investigaciones recientes
señalan que este trastorno deriva de un desorden del Sistema Nervioso Central (SNC) y
no de problemas emocionales. Pero como síndrome, la causa no es única, se cree que
puede ser:
Los trastornos del espectro autista (TEA) se caracterizan por afectar a las interacciones
sociales e inducir conductas repetitivas en el niño, a menudo acompañadas por
reacciones anormales a los estímulos sensoriales.
Se suele dar por sentado que el autismo se origina por un déficit en el desarrollo del
cerebro. Sin embargo, un nuevo estudio realizado en ratones y publicado envCell
sugiere que algunos aspectos de esta enfermedad, como las anomalías en las conductas
sociales, la percepción del tacto y la ansiedad, están relacionados con defectos en otras
zonas del sistema nervioso: los nervios periféricos de las extremidades, dedos y otras
partes del cuerpo que comunican la información sensorial al cerebro.
“Los avances en la genética han hecho posible estudiar en ratones los genes
relacionados con los TEA y observar los efectos que propicia su mutación solo en
ciertos tipos de células nerviosas”, explica el autor David Ginty, profesor de
neurobiología en la Escuela de Medicina de Harvard e investigador en el Instituto
Médico Howard Hughes (HHMI).
Cuatro fueron los genes examinados que se relacionan con los trastornos del espectro
autista. Entre ellos, los investigadores destacan dos: el MECP2, cuya mutación causa
síndrome de Rett, y al GABRB3, implicado también en los trastornos asociados con el
autismo.
Estos genes son considerados esenciales para el normal funcionamiento de las células
nerviosas y estudios previos habían vinculado sus mutaciones con problemas de la
función sináptica, es decir, disfunciones en las conexiones entre neuronas.
“Ya conocíamos la existencia de genes asociados con los TEA. Nuestro desafío y el
objetivo principal era encontrar en qué parte del sistema nervioso se producen los
problemas”, comenta Ginty.
HIPERSENSIBILIDAD AL TACTO
Tras alterar la secuencia de ADN, los autores estudiaron las reacciones de los ratones a
los estímulos –como ligeros golpes de aire en su espalda– y probaron su capacidad para
diferenciar objetos con diferentes texturas.
Además, los investigadores creen que las anomalías de otros sentidos, como la vista, el
gusto o el oído, también son precursoras de trastornos del espectro autista. “Es posible
que una combinación de déficits en varios sistemas sensoriales, además del tacto,
contribuya al trastorno”, detalla a Sinc el investigador del HHMI.
MENOS SOCIABLES
Los ratones, en condiciones normales, suelen ser animales sociables que evitan estar a la
intemperie y que buscan interactuar con el resto de ratones, incluso con los que nunca
han visto antes.
Siguiendo este patrón, los investigadores examinaron cómo las mutaciones podrían
alterar las interacciones sociales. Los resultados confirman que los roedores con
mutaciones mostraron una mayor ansiedad y socializaron menos con otros ratones.
“En qué medida estos comportamientos se asemejan a la ansiedad sufrida por las
personas con trastornos de autismo es una cuestión sometida a debate”, señala Ginty.
“Pero nosotros creemos que funciona de la misma manera en humanos”, apunta el
investigador.
“Tomando como base nuestros resultados, creemos que los ratones con mutaciones
asociadas a los TEA tienen un defecto en el control de sus neuronas sensoriales
periféricas”, detalla Lauren Orefice (2016)., la autora principal de la investigación que
está realizando una beca posdoctoral en el laboratorio de Ginty. En concreto, indica que
estas neuronas tienen un ‘volumen’ más alto, lo que lleva a los animales a sentir el tacto
a un nivel exagerado.
“El sentido del tacto es importante para intervenir en nuestras interacciones con el
entorno”, dice Orefice (2016). “Si bien no podemos explicar con esto todas las
patologías observadas en las personas con TEA, los defectos en el procesamiento táctil
puede ayudar a explicar algunos de los comportamientos observados en los pacientes
con estos trastornos”, subraya Orefice.
Los investigadores ahora están buscando enfoques que podrían devolver el ‘volumen’
de las neuronas sensoriales a los niveles normales, incluyendo tanto enfoques genéticos
como farmacológicos.
Los científicos italianos analizaron la fuerza de las conexiones entre diversas áreas
cerebrales en ratones genéticamente modificados para tener un menor número de
microglías durante su desarrollo. Para el análisis, se aplicó una tecnología fMRi (de
resonancia magnética funcional) de alta resolución, con la que se escanearon los
cerebros de los ratones. Asimismo, se usó una novedosa técnica desarrollada en el IIT
que permite obtener mapas detallados en tres dimensiones de las conexiones funcionales
entre áreas cerebrales diversas. (Zhan, 2014).
NUTRICIÓN EN EL AUTISMO
Uno de los problemas que se presentan de forma generalizada en los niños con
Trastornos del Espectro del Autismo son los relativos a la alimentación. Este hecho
genera una gran cantidad de consultas por parte de las familias hacia los profesionales,
por las connotaciones del riesgo para la salud y el desarrollo del niño. Nos encontramos
ante un gran abanico de factores que a su vez van a generar una serie de
desencadenantes aun más problemático.
Esta clasificación (presentada por la especialista en nutrición infantil Lucía Villaba) nos
muestra los hitos más comunes que el niño debe adquirir en lo referente al proceso de
alimentación, es una clasificación aproximada, pero que nos muestra los hitos más
comunes que el niño debe ir adquiriendo con el paso del tiempo. Si se aprecian
diferencias significativas puede ser un signo de alerta de que algo no va del todo bien.
¿Cual son las causas más habituales de los desordenes alimenticios en niños y niñas con
TEA?
Alteración Sensorial
Rigidez e inflexibilidad
Alteraciones sociales
Médicas: Alergias, intolerancias, desordenes del aparato digestivo, consumo de
fármacos
Las alteraciones sensoriales sueles ser las más habituales, e incluso derivar
posteriormente en un problema de tipo médico. Las alteraciones generadas por la
conducta normalmente están relacionadas con inflexibilidad y rigidez, pero estos
aspectos pueden verse potenciados por los problemas sensoriales, llegando a
desarrollarse conductas incluso obsesivas que alteran gravemente los patrones de la
alimentación del niño. Otro de los aspectos relacionados es la calidad de la
comunicación, a peor comunicación más probabilidad de que el niño desarrolle
problemas de alimentación. Ya sea porque sencillamente algo no le gusta y asocia un
color, olor, textura, temperatura,.., de algo que no le gusta a un mayor abasto de
alimentos, con lo cual un problema de comunicación nos va a generar también un
problema de alimentación.
Otro de los aspectos está relacionado con el apetito, podremos encontrarnos con niños
inapetentes, que sumado a otros problemas que puedan aparecer de forma simultánea,
nos van a hacer muy complicada la hora de la comida. También nos encontraremos con
niños muy glotones, que presentan un elevado nivel de ansiedad que solo calman
devorando (con el consiguiente riesgo de obesidad). Y también encontraremos niños con
un nivel muy normal de apetito. Cada grupo puede presentar a su vez conductas
totalmente diferentes ante problemas idénticos. Por ejemplo un niño con un apetito
normal y que presente alteraciones sensoriales que le dificulten la ingesta de alimentos
se va a comportar de forma muy irritable durante todo el día, sencillamente tiene
hambre (por ejemplo). Pero esta misma situación en un niño inapetente solo creará
irritación el momento mismo de la comida. Aprender a desenmarañar estas situaciones y
saber identificarlas nos va a ayudar mucho a la hora de afrontar estos problemas.
En casos de hipersensibilidad podremos ver que el niño no se deja tocar la cara, y sobre
todo la parte que rodea la boca (Zona orofacial). A su vez cepillar los dientes puede
convertirse en una misión muy complicada por la resistencia del niño. Ante alimentos de
consistencias mixtas es habitual una postura de rechazo, y presenta reflejos de vomito
cuando se le fuerza. Puede mantener la comida en la boca durante mucho tiempo, o
directamente escupirla, cualquier cosa para no tragarla. Puede presentar reacciones que
a priori parecerán exageradas, con arcadas, detección de pequeños cambios en las
texturas de la comida, muy sensibles a variaciones de temperatura. En casos de una
hipersensibilidad excesiva en la zona orofacial será recomendable consultar al
especialista para que hagan trabajos específicos de forma que se reduzca la reacción
adversa del niño. También encontraremos niños que no soportan tener la cara húmeda
con rastros de comida Este tipo de intervención ayudará al niño a no presentar
conductas exageradas cuando le metemos la cuchara en la boca, o cuando le limpiamos
al cara, etc.
Otros problemas conductuales que podemos encontrar son los relacionados con la
conducta de pica, donde el niño ingiere o lame sustancias que a priori no son
alimenticias, como tierra, insectos, papeles, heces,… También nos vamos a encontrar
con conductas de ingesta compulsiva de alimentos, no presentando el niño una saciedad
controlada. Otro problema es el relacionado con la inapetencia o falta de apetito por
parte del niño, que convierte en un drama la hora de comer.
Pero también nos vamos a encontrar con problemas de tipo médico, en algunos casos
estos están causados por las conductas que generan estos desordenes, los cuales a su vez
generan trastornos del aparato digestivo. Los más habituales son: Dolor abdominal;
Estreñimiento; Diarrea; Vómitos (en muchos casos vómitos cíclicos); Encopresis;
Regurgitación y rumiación; intestino irritable; desnutrición; aerofagia; halitosis;
Intestino irritable; … Esta larga lista puede darse de forma individual o en forma
combinada.
En muchos casos los problemas gastrointestinales tienen una relación directa con los
problemas relacionados con el desorden alimentario. Por ejemplo, una mala
masticación, alimentación restrictiva (verbigracia: solo comer yogures) o una
alimentación compulsiva, pueden producir problemas de estreñimiento, a su vez el
estreñimiento condiciona aun más la conducta del niño, que como le duele presenta una
mayor irritabilidad, y como ir al baño es algo doloroso lo evita y agrava aun más el
problema de estreñimiento, pudiendo tener que acudir a un centro hospitalario para que
ayuden al niño a eliminar las heces. A su vez podemos encontrar cuadros de irritabilidad
intestinal asociada a los problemas de defecación, ya sean por estreñimiento crónico o
por diarreas crónicas.. Como vemos los problemas se van encadenando unos con otros
en una secuencia que puede adquirir consecuencias graves.
Dentro de los problemas médicos también nos encontraremos con las alergias e
intolerancias a determinados alimentos. Ésta no es una cuestión baladí, ya que cuando
estamos ante niños con un bajo nivel de comunicación y un desorden de la alimentación
descubrir qué alimentos pueden resultar nocivos para el niño va a ser complejo. En el
caso de alergias severas la reacción ante la ingesta de un alimento determinado
provocará una reacción visible, pero en casos mas leves descubrir la relación entre un
alimento y una alergia o intolerancia puede ser complicado. No obstante no debemos
confundir alergias con intolerancias, ya que no es lo mismo.
La alergia a los alimentos es una respuesta inmune exagerada del organismo cuando
entra en contacto con el alérgeno contenido en un determinado alimento, produciendo
un efecto negativo sobre la salud. Las alergias pueden ser permanentes o temporales,
desde niveles leves a severos, pueden producir desde reacciones visibles en la piel,
molestias digestivas y problema gastrointestinales (Diarreas, aerofagia, dolor
abdominal, irritación intestinal,…) y en casos muy severos shocks anafilácticos. Los
alimentos que estadísticamente producen más alergias alimentarias son: melocotón,
leche, huevo, melón, gamba, pescado, kiwi, plátano, nuez, sandía, cacahuete, manzana,
tomate, piña y avellana.
Las intolerancias, al igual que sucede con las alergias, pueden ser de leves a severas y
de permanentes a pasajeras. El consumo de un determinado alimento provoca efectos
adversos en la salud de la persona, que sin presentar un cuadro como el de las alergias,
sí genera un impacto negativo en la salud. La intolerancia más extendida es la que tiene
que ver con los productos lácteos, ya sea una intolerancia a la lactosa o intolerancia a las
proteínas de la leche de vaca. La intolerancia a la lactosa puede producir vómitos, dolor
abdominal o gases. La intolerancia a las proteínas de la leche de vaca suele ser pasajera
y desaparecer con el tiempo.
Como es obvio, un niño que siente malestar físico, va a presentar además un cuadro de
conductas problemáticas, irritabilidad, cansancio, etc. Detectar el posible origen de este
malestar va a ser de gran ayuda para mejorar el estado general de salud del niño y por
tanto que su conducta mejore de forma inmediata.
Otro de los problemas que podemos encontrar son casos de desnutrición, la cual viene
dada por casos de inapetencia más desordenes sensoriales, o en caso de niños que son
buenos comedores, pero los desordenes sensoriales convierten la hora de la comida en
algo horroroso, con lo cual, acaban o no comiendo nada o comiendo mal. Y antes de
tener que llegar al extremo de una alimentación forzada (a través de una sonda
nasográstrica, por poner un ejemplo) es mejor intervenir para resolver estos desordenes.
Hay que destacar también que el uso de fármacos pueden incidir de forma negativa en
los procesos digestivos y conductuales del niño. En el caso de los psicofármacos, entre
los numerosos efectos adversos que producen, pueden ser también responsables de
alteraciones gastrointestinales que afecten a la salud del niño. Si su hijo es consumidor
de este tipo de fármacos y detecta cualquier alteración (diarreas, estreñimiento,
aerofagia, ansiedad o alimentación compulsiva,…) acuda a su especialista y evalúen la
conveniencia de la retirada del fármaco y su sustitución por una intervención
terapéutica.
CONCLUSIÓN
Para finalizar esta investigación se puede decir que el autismo es un trastorno del
desarrollo cerebral que dificulta la interacción y comunicación social y causa un
comportamiento restringido y repetitivo, y que se manifiesta antes de cumplir un niño
los tres años de vida. Las probabilidades de que afecte al sexo masculino son tres veces
mayores a las que afecte al sexo femenino.
Abranson, R.K., Wright, H.H., Carpenter, R., Brennan, W., Lumpuy, O., Cole, E. y
Young, S.R. (1989). Elevated blood serotonin in autistic probands and their first-degree
relatives.
Ahlsén, G., Rosengren, L., Belfrage, M., Palm, A., Haglid, K., Hamberger, A. y
Gillberg, Ch. (1993). Glial fibrillary acidic protein in the cerebrospinal fluid of children
with autism and other neuropsychiatric disorders. Biological Psychiatry, 33, 734-743.
Bailey, A., Le Couteur, A., Gottesman, I., Bolton, P., Simonoff, E., Yuzda, E. y Rutter,
M.(1995). Autism as a strongly genetic disorder: evidence from a British twin study.
Psychological Medicine, 25, 63-77.
Marissa D. Kinga and Peter S. Bearman – “Socioeconomic Status and the Increased
Prevalence of Autism in California” – Am Sociol Rev. 2011 April 1; 76(2): 320–346 –
DOI: dx.crossref.org/10.1177%2F0003122411399389
Raymond F. Palmer, Tatjana Walker, David Mandell, Bryan Bayles, and Claudia S.
Miller. “Explaining Low Rates of Autism Among Hispanic Schoolchildren in Texas”.
American Journal of Public Health: February 2010, Vol. 100, No. 2, pp. 270-272. doi:
10.2105/AJPH.2008.150565
Zhan, Y., Paolicelli, R.C., Sforazzini, F., Weinhard, L., Bolasco, G., Pagani, F.,
‘Vyssotski, A.L., Bifone, A., Gozzi, A., Ragozzino, D., & Gross, C.T. Deficient neuron-
microglia signaling results in impaired functional brain connectivity and social
behavior. Nature Neuroscience ( 2014).DOI: 10.1038/nn.3641