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Jesús no es Julio Cesar, pero sus historias se han vinculado

24.07.08 @ 09:10:56. Archivado en Teología, libros, Nuevo Testamento, historia,


Cristología

Ayer presenté, con un texto de Xabi/Xabier la hipótesis según la cual Jesús no


existió, sino que fue una mitificación judía de la figura ya mitificada de Julio
César. Me sumo a la opinión de Xabi/Xabier, pero quiero añadir unas pequeñas
reflexiones sobre la importancia que el tema ha tenido y sigue teniendo para
conocer el pasado y planear mejor futuro del cristianismo. Jesús no fue Julio
César, pero algo del César se ha metido dentro del cristianismo.

Julio César

Jesús nació y vivió dentro del Imperio romano, dominado por la figura y herencia
de Julio César, un soldado y político, que marcó de forma duradera la identidad
del mundo antiguo. Muchos le tomaban como Hijo de Dios (un “ser divino” que
revivía y se expresaba a través de sus sucesores, los césares romanos). El mismo
Jesús compara y contrapone a Dios y al César (cf. Mc 12, 14-17). Más tarde, una
larga tradición cristiana, centrada el Apocalipsis, presentará la historia como
lucha entre Jesús, Señor mesiánico, y el César, Señor romano.

Actualmente es difícil comprender la conmoción que produjo el surgimiento de los


césares de Roma, a partir de la figura de este César (100-44 a. C.), que trasformó
la vida y la política de muchos ciudadanos del Imperio, que surgirá en su nombre
(bajo su inspiración), a partir de Octavio (27 a. C.), que se llamó Augusto
(Supremo, Divino), siendo César; de esa forma, el mismo Julio César, asesinado el
44 a. C. por algunos partidarios del viejo orden social republicano, vino a
convertirse en signo de la divinidad de la Roma, re-viviendo (re-sucitando) en sus
sucesores, haciéndoles portadores del poder divino. Cada emperador será un César-
Dios, presencia de la divinidad que actúa y se revela por su medio. En esa línea
podríamos hablar de una resurrección o presencia política del César-Dios en los
emperadores, presentando a Roma, como encarnación imperial del ser divino.

Jesús y Julio César

Lógicamente, Jesús ha tenido que situarse al trasluz y en el trasfondo del


emperador romano. Sin duda, él no quiso ser un “césar”, no intentó conquistar y
mantener un imperio por armas y medio económicos. Pero lo que César hizo en un
plano político-militar lo hizo Jesús a otro nivel: anunció y preparó la llegada de
un Reino universal, por gracia de Dios, no por armas y dinero, a partir de los
ricos y fuertes, sino desde los pobres, siendo asesinado por ello. Roma
simbolizaba la racionalidad religiosa y social, que se impone por la fuerza, desde
los más capaces. Jesús revela el carisma, la gratuidad hecha proyecto de Reino,
que se eleva a partir de los pequeños y los marginados de la tierra. Lógicamente,
los primeros compararán a Jesús y al César, distinguiendo y vinculando sus
perspectivas.

Por eso, una biografía de Jesús que no le sitúe en los tiempos del Cesar Augusto
(cf. Lc 2, 1) y de Tiberio (Lc 3, 1) y, más en concreto, de Pilato, su
representante en Judea (cf. Mc 15, 1-44 par), será deficiente. La referencia al
gobernador romano (padeció bajo Poncio Pilato) forma parte esencial del Credo
cristiano. Si desaparece Pilato, desaparece este cristo; si no se contrapone al
imperio romano no se puede hablar de Reino cristiano. Pero eso no puede justificar
exageraciones, como las de aquellos que afirman que la “biografía mesiánica” de
Jesús es sólo la aplicación y adaptación judía de la biografía imperial del César.
En contra de eso, pensamos que la biografía de Jesús (situada, evidentemente en un
espacio y tiempo en el que influye poderosamente la del César) tiene rasgos
propios y distintos, que desbordan el nivel de Roma.
De nuevo en contra del Jesús César o del Jesús Faraón, pero aprendiendo…

Como nos dijo ayer Xabi/Xabier, F. Carotta, Jesus was Caesar: On the Julian Origin
of Christianity, Gazelle Books, Lancaster 2004 (en varias lenguas, incluida el
castellano: www.carotta.de/ ) supone que el mito imperial de César, divinizado
tras su asesinato y universalizado por Augusto y sus sucesores, ha recibido en
Jesús una forma particular judía, para expandirse después, primero en Roma y luego
en el mundo entero. Esa opinión resulta, a mi juicio, insostenible, como iremos
viendo en lo que sigue: Jesús no es una adaptación judía, monoteísta y piadosa,
del mito universal del César político divino.
Jesús no es tampoco una adaptación del mito de los faraones, como sostiene Ll.
Pujol, Jesús, 3.000 años antes de Cristo. Un faraón llamado Jesús, Plaza & Janés,
Barcelona 2005). Pero es evidente que entre ambos, el César y el Cristo, se han
dado convergencias muy significativas, no en detalles de lugares y anécdotas
librescas, sino en la experiencia de fondo. Cf. A. González, Reino de Dios e
imperio del César, Sal Terrae, Santander 2004.
Sin duda, las dos grandes figuras (Jesús y César) no sólo pueden, sino que deben
compararse. Dejando ahora a un lado las aportaciones del mundo helenistas, César y
Jesús han expresado y realizado, con cien años de diferencia, las dos aportaciones
básicas del mundo occidental antiguo, uno en línea de política (César), otro en
línea de humanidad integral (Jesús). Sus biografías tienen varios elementos de
contacto: los dos han sido asesinados por sus “enemigos” y su memoria ha pervivido
y se ha expresado (ha resucitado) a través de sus sucesores: en un caso por el
Emperador (único César), en otro caso por todos los cristianos (todos son Cristo,
lo mismo que Jesús)
A César le asesinaron, en el Senado, unos conspiradores, derrotados después por
otros políticos y especialmente por Augusto que, en nombre del asesinado, creó un
imperio económico, militar y religioso, de dimensiones pretendidamente mundiales,
algo que nunca había existido. A Jesús (que había nacido ya en tiempo del César
Augusto) le condenaron legalmente, los representantes del Templo de Jerusalén y
del nuevo César Tiberio; pero sus discípulos, sin luchar externamente contra los
sacerdotes o los soldados del César, crearon una iglesia o comunidad religiosa que
se extenderá no sólo en el imperio de Roma, sino por otras partes del mundo, a las
que no había llegado el Imperio de Roma. César y Jesús fueron distintos y, sin
embargo, compartieron muchos rasgos que iban a cambiar la historia, sobre todo en
occidente. La trama de sus relaciones (unidas al influjo del pensamiento
helenista, que hemos visto representado por Filón) todavía no ha llegado a su fin.
Por eso sigue siendo necesaria una referencia al César, como hemos destacado en
Historia y futuro de los papas. Una roca sobre el abismo, Trotta, Madrid 2006.

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