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Aprender a conocer y superar nuestras

BARRERAS AFECTIVAS Y
EMOCIONALES

MANUAL PRÁCTICO
Basado en las Investigaciones de
William P. Ryan y Mary E. Donovan

Índice del Manual

INTRODUCCIÓN

LOS ORÍGENES INFANTILES DE LOS BLOQUEOS AFECTIVOS

LA IMPORTANCIA DE AHONDAR EN EL PASADO

EL TIEMPO Y EL INCONSCIENTE

CÓMO SE OPERA EL PROCESO DE CAMBIO

"NO QUIERO OCUPARME DE MIS SENTIMIENTOS"

"NO MEREZCO AMOR"

"NO NECESITO A NADIE: SOY FUERTE"

"EN MI HORÓSCOPO NO HAY AMOR"

"PARA MI ES MUY TARDE; MI PLAZO YA VENCIÓ"

'ES INEVITABLE QUE SALGA LASTIMADO'

"ME SIENTO AMENAZADO CUANDO OTRA PERSONA SE ACERCA DEMASIADO"

"NO QUIERO TENER QUE PEDIR POR LO QUE NECESITO" (O "¿PORQUÉ NO PUEDES LEER
MIS PENSAMIENTOS?")

"¿POR QUÉ DEBO DE DAR TANTO POR TAN POCO?"

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Introducción: Bloqueos afectivos

Los bloqueos afectivos se encuadran en tres categorías principales. Algunos afectan sobre la visión
interior que tenemos de nosotros mismos. Así, algunas percepciones comunes de las propias
personas, tales como "no merezco amor", o "no necesito a nadie, soy fuerte", pueden dañar
seriamente nuestra receptividad al amor.

Otros bloqueos afectivos inciden sobre nuestra visión del mundo en general y reflejan nuestra filosofía
de visa y nuestras expectativas. Por ejemplo, muchas personas fueron educadas en la idea de que el
mundo es un lugar frío u hostil, y en consecuencia creen que "en mi horóscopo no hay amor". A otras
personas se les enseñó a ver el mundo como un lugar en el que las oportunidades se esfuman
rápidamente, por lo cual creen que "para mí es demasiado tarde; mi plazo ya venció".

El tercer tipo de bloqueos afectivos determina nuestra visión de los demás y nuestras expectativas
respecto de cómo deben tratarnos. Muchas personas, por ejemplo, creen que "el amor debe ser de
cierto modo". Si se les ofrece amor de otra manera, consideran que no es verdadero amor y lo
rechazan. Hay también quienes piensan que si al amor hay que pedirlo, no es verdadero amor. Por lo
tanto, encaran sus relaciones con una demanda implícita: "¿Por qué no puedes leer mi
pensamiento?".

La mayoría de las personas padece más de un bloqueo afectivo, de diferentes tipos. De hecho, es
frecuente que un mismo individuo padezca bloqueos de los tres tipos mencionados, que actúan en
forma simultánea. En ese caso, su percepción de sí mismo tiene expectativas irrazonables respecto
de los demás.

Como es obvio, los bloqueos afectivos pueden manifestarse en nuestro pensamiento consciente,
adoptando formas ya conocidas por nosotros. Pero por lo general los bloqueos están arraigados en
nuestro inconsciente y sirven a fines- y producen efectos - de los que no tenemos plena conciencia.
De ahí que sean tan tenaces y nos afecten con tanta fuerza.

Los bloqueos afectivos afectan a las personas de distinta manera y en distintos grados. Algunas
personas tienen relaciones que les ofrecen la posibilidad de sentirse amadas y valoradas y de lograr
una auténtica intimidad. Sin embargo, sus bloqueos afectivos les impiden concretar esas
posibilidades. Más aún: las personas así afectadas se comportan de un modo que inevitablemente les
crea problemas y que hasta puede llegar a destruir por completo las relaciones.

En otras personas, la afección es más grave. Sus bloqueos afectivos las llevan a entrar en relaciones
que les ofrecen poca o ninguna posibilidad de llegar a sentirse valoradas y amadas y de encontrar la
intimidad que buscan. Se vinculan con personas reprimidas, crueles, inmaduras, egocéntricas, o bien
con personas que al parecer reúnen las condiciones necesarias para brindarles amor, pero no
pueden hacerlo por razones ajenas a ellos.

Los orígenes infantiles de los bloqueos afectivos

Dado que todos deseamos ser amados, es obvio que nadie genera un bloqueo afectivo por elección
consciente. Nuestros bloqueos afectivos son inconscientes y en su origen es probable que haya una
razón que los justifique. Suelen nacer como una manera de protegernos contra alguna experiencia
anterior que nos produjo miedo y confusión, una experiencia tan difícil y dolorosa que nuestra frágil
psiquis no pudo manejarla. Tal vez desde una perspectiva intelectual adulta nuestros bloqueos
afectivos no parezcan tener mucho sentido. Pero si exploramos nuestras experiencias tempranas,
inevitablemente descubriremos que hay amplios motivos emocionales que los explican.

La naturaleza también decretó que permaneciéramos en esa situación de desvalimiento y


dependencia durante un período inusitadamente prolongado. La mayoría de los animales madura en

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un lapso relativamente breve después del nacimiento, pero el infante humano nace cuando el cerebro
y el cuerpo se encuentran muy lejos del desarrollo completo. Para cada uno de nosotros eso significó
que durante el largo período de la infancia y la adolescencia nos encontráramos en una situación de
extrema vulnerabilidad. Existía una gran riesgo de que alguna de nuestras necesidades no fueran
satisfechas y de que nada pudiéramos hacer para remediarlo.

Si bien jamás superamos la necesidad de amor, ésta nunca es tan urgente como en las primeras
etapas de la vida. De hecho, el amor es tan crucial para la supervivencia del infante como el aire que
respira y la leche que lo nutre. Como dice una canción popular, "el amor es como oxígeno; si no
tienes bastante, te mueres".

Cuando la necesidad infantil de amor no es satisfecha en la medida necesaria, ocurre algo trágico: el
niño comienza a perder su receptividad natural para el amor. En términos ideales, esa receptividad
natural se va expandiendo a medida que su necesidad de amor es satisfecha, del mismo modo como
su cuerpo crece a medida que son satisfechas sus necesidades alimentarias. Y al mismo tiempo que
crece la capacidad del niño para recibir amor, también crece su capacidad de dar amor. Pero cuando
el niño no recibe bastante amor, su receptividad natural disminuye, tal como se contrae un estómago
que no recibe alimento. Si la necesidad de amor de un niño no es satisfecha en forma sostenida
durante largo tiempo, o si el niño sufre una experiencia traumática en la cual la respuesta a su pedido
de amor es el maltrato o el total rechazo, aquella parte del niño que llegó al mundo abierta y receptiva
al amor puede marchitarse por completo. Será entonces como si el yo naturalmente receptivo del niño
hubiera muerto.

Los mecanismos de supervivencia que nos ayudaron en la infancia suelen volverse contra nosotros
en la adultez bajo la forma de bloqueos afectivos, y en última instancia nos causan más daño que
beneficio.

Si bien nos fueron necesarios para sobrevivir en la infancia y en la adolescencia, en la edad adulta
debemos liberarnos de ellos para poder desarrollarnos y recibir amor.

La importancia de ahondar en el pasado

Son legiones los que piensan que ahondar en el pasado es una tarea absurda. Una razón obvia de
semejante posición es que para mucha gente el pasado fue doloroso. Como no quieren reconocerlo,
miran estoicamente sólo hacia el futuro diciendo "dejemos atrás el pasado". O tal vez se permitan
recordar el pasado, pero sólo una versión fantasiosa que justifique su afirmación. "Tuve una infancia
muy feliz".

En algunas familias se miente abiertamente sobre el pasado, o se lo oculta. Si los niños formulan
preguntas que indagan en el pasado, se los silencia con frases como "no es asunto tuyo", "eso nada
tiene que ver contigo" "no eras más que un bebé entonces", "eso fue hace mucho y se acabó", "en
realidad no tiene ninguna importancia"...

La verdad, en cambio, es que el pasado tiene una gran importancia. Al igual que se transmiten los
genes de una generación a la siguiente, también se transmiten los esquemas y los problemas
psicológicos. Incluidos los bloqueos afectivos. Cuanto más ignore una persona su legado psicológico,
tanto más probable será que quede atascado repitiendo una y otra vez los esquemas y dramas
pasados de la familia. Por otra parte, si no se comprende por qué y cómo se desarrolló un bloqueo
afectivo, todo intento de superara ese bloqueo afectivo, será superficial y estará condenado al
fracaso. La actitud que adopta mucha gente es "No me importa de dónde vienen mis bloqueos; sólo
me importa librarme de ellos". Pero la eliminación de un bloqueo empieza por la comprensión de sus
orígenes, y ello sólo es posible cuando la persona está dispuesta a examinar su historia familiar y sus
propias experiencias tempranas.

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El tiempo y el inconsciente

Lo pasado pisado. Este concepto descansa en una premisa totalmente incorrecta, a saber que la
psiquis humana funciona conforme al tiempo lineal y es capaz de establecer distinciones claras entre
pasado, presente y futuro. En realidad sólo la conciencia puede distinguir entre pasado, presente y
futuro: el inconsciente no hace estas distinciones. A decir verdad, el inconsciente no tiene ningún
sentido de tiempo lineal. Cada vez que un suceso de nuestra vida nos provoca una intensa reacción
emocional, el recuerdo de ese suceso y los sentimientos que lo acompañan son automáticamente
depositados y almacenados en el inconsciente. A medida que avanzamos por la vida tenemos otras
experiencias que hacen aflorar recuerdos inconscientes de experiencias pasadas, y junto con ellos
afloran también los sentimientos que en su momento experimentamos como reacción a dichas
experiencias. Pero cuando los sentimientos del pasado reviven en nuestro interior, no los
experimentamos como viejos sentimientos; los experimentamos en el aquí y ahora, a menudo con la
misma intensidad de la primera vez, aunque el suceso haya ocurrido treinta, cuarenta o sesenta años
atrás.

Es como si la identidad adulta nos fuera arrancada de pronto haciéndonos sentir nuevamente como
niños desvalidos. Aunque estemos vestidos con ropas de adulto por dentro sentimos como si
hubiéramos vuelto a los pañales.

Aunque en ocasiones el inconsciente falle en el almacenamiento de los detalles de hechos pasados,


jamás deja de conservar los sentimientos. Aun cuando pueda parecer que ciertos sentimientos surgen
"de la nada" o "porque si", en realidad afloran desde el subconsciente. Y aunque el protagonista de la
experiencia tenga la impresión de que esos sentimientos sepultados vuelven a la conciencia "sin
razón aparente", suscita, por ejemplo, un perfume, un sonido, o el aire de una persona entrevistada al
azar en la calle.

Tal vez uno esté convencido que puesto que nada recuerda, nada ocurrió. Lo más probable, sin
embargo, es que sufra perturbaciones emocionales- depresión, ansiedad, miedo a la intimidad o
desórdenes alimentarios- cuya existencia misma indica que hubo en algún momento des se pasado
una experiencia traumática. Aun cuando el recuerdo de una experiencia dolorosa parezca haber sido
borrado, las consecuencias emocionales de esa experiencia persisten.

Cómo se opera el proceso del cambio

Al principio es sólo una comprensión intelectual, un concepto incorporado en la mente. Pero a veces
es preciso mucho tiempo mucho tiempo para que ese nuevo conocimiento penetre en las emociones
y en el corazón. Si bien la comprensión intelectual es decisiva, el cambio sólo puede producirse y
completarse cuando lo que se comprende por vía intelectual es captado emocionalmente y comienza
a penetrar cada vez más hondo en la psiquis.

Y al dar este paso, es muy común constatar que cuando alguien supera un bloqueo afectivo,
descubra que detrás de él se ocultan otros.

Las características del cambio personal, en relación a los bloqueos afectivos, podemos sintetizarlas
así:

1. EL CAMBIO COMIENZA CON EL DESEO DE CAMBIAR, JUNTO CON LA COMPRENSIÓN DE


QUE EL CAMBIO ES POSIBLE:

Muchas personas pasan por la vida como sonámbulos, con escasa o ninguna percepción de los
problemas que existen en su relación con los demás o consigo mismos. Hay quienes saben que algo
anda mal y los expresan de las más diversas maneras: "Sufro mucho", "Necesito crecer más como
persona", "Quiero obtener más de la vida y de la gente", "Mis relaciones nunca resultan como yo

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quiero", "Algo me falta", y así sucesivamente. A veces esas mismas personas sienten que "Soy como
soy, nada puedo hacer para cambiar". Pero después de ver cómo cambia la gente a su alrededor, su
actitud puede cambiar: "Tal vez no deba seguir siendo como soy", "Tal vez yo también pueda
cambiar". Ese es el momento en que puede comenzar el cambio.

2. EL CAMBIO SE PRODUCE MÁS FÁCILMENTE CON LA AYUDA DE UN GUÍA:

Cuando nos disponemos a internarnos en un territorio desconocido, siempre es aconsejable consultar


a alguien que estuvo antes allí. Un guía puede sugerirnos qué caminos tomar, alertarnos sobre los
accidentes del terreno, decirnos qué podemos esperar del viaje, estimular nuestro interés y
entusiasmo y contarnos las experiencias de quines ya han viajado por la misma ruta.

En el dominio del campo psicológico, son muchos los guías que pueden sernos de utilidad. Por
ejemplo, los libros de autoayuda, las enseñanzas o prácticas espirituales, y los grupos de apoyo como
Alcohólicos Anónimos. Existen también guías individuales. En buena parte del mundo y a lo largo de
gran parte de la historia, el guía personal fue casi siempre un maestro espiritual, un gurú o mentor.
Pero en la cultura occidental de nuestros días el guía personal es habitualmente un psicoterapeuta.

Es conveniente formular una advertencia. La terapia no es el único medio para superar los bloqueos
afectivos. Si bien es el modo decididamente indicado para aquellos cuyos bloqueos afectivos le
incapacitan gravemente para mantener relaciones, quines sólo padecen problemas leves pueden
superarlos con otro tipo de guías.

3. AÚN EL MEJOR DE LOS GUÍAS ES SÓLO UN GUÍA;

es el paciente quien produce el cambio. Muchos libros escritos en años recientes dejan la impresión
de que la única manera en que alguien logra cambios sustanciales en su vida interior y su
comportamiento exterior es sometiéndose a un prolongado tratamiento psicoterapéutico individual.
Más aún: un aluvión de recientes libros de autoayuda escritos por psicoterapeutas describe el
proceso e cambio ubicando al terapeuta en el papel estelar y convirtiéndolo en un ser omnisapiente
que siempre encuentra la palabra justa en el momento justo. Según tales elatos estereotipados, el
paciente llega al consultorio con su vida deshecha, y como se muestra reacio a entrar en detalles, el
terapeuta logra, con habilidad detectivesca, arrancarle su historia mediante una serie de preguntas
sagaces. Casi antes de que el paciente termine de hablar, ya el terapeuta ha asimilado
completamente los problemas expuestos y sabe como resolverlos. Aun más asombroso es que al
instante es capaz de comunicarle todo esto al paciente en un lenguaje compasivo, elocuente y
sucinto. Al poco tiempo el paciente vuelve al consultorio del terapeuta y le informa que su vida ha
dado un vuelco total.

Los pacientes de terapia que leen este tipo de descripciones se desalientan, dado que ellos no han
experimentado cambios tan enormes, y llegan a la conclusión de que algo anda mal en su tratamiento
y que sus terapeutas no son tan rápidos e infalibles como los de los libros. La realidad es otra. Los
terapeutas no son dioses, y aun el más perceptivo, sabio y brillante de ellos no es más que un guía.
Por otra parte, en la terapia es el paciente quien hace el grueso trabajo y quien produce la totalidad
del cambio. A lo sumo, el terapeuta participa una hora por semana, pero el paciente vive el proceso
de cambio durante 24 horas por día y 7 días por semana. El terapeuta puede tener percepciones
profundas y brindar brillantes interpretaciones de sueños, pero nada de eso ayudará un ápice al
paciente si éste no ha llegado por sí mismo a idénticas conclusiones.

4. EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE ES UN INGREDIENTE CLAVE DEL PROCESO DEL


CAMBIO:

Es habitual que en sus relaciones con los demás el individuo no tenga conciencia de lo que hace ni
de as razones por las cuales lo hace. Obviamente, mientras una persona desconozca sus propios
esquemas de conducta, le resultará muy difícil cambiarlos. De ahí que sea crucial cobrar conciencia
de los problemas.

Igualmente crucial es comprender por qué se generan determinados esquemas. Muchas personas
que no se han esforzado seriamente por comprender y cambiar sus esquemas psicológicos y de
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comportamiento rechazan la idea de que el conocimiento consciente es importante. Se aferran para
ello a la siguiente posición: "Suponiendo que en efecto llegue a descubrir que mis problemas de
adulto están relacionados con lo que me ocurrió en la infancia "¿Cuál sería la diferencia? Pero
aunque parezca un razonamiento de forma teórica en realidad existe una respuesta. Cuando una
persona descubre los motivos raigales que l llevan a sentir y a actuar de determinada manera, la
diferencia es enorme. Es como si una luz poderosa penetrara en un túnel oscuro. El túnel seguirá
siendo largo y tenebroso, lleno de sombras. Pero cuando la luz cae sobre las paredes interiores,
revelando la forma, las dimensiones y la textura del túnel, resulta mucho más fácil encontrar la salida.
Con la comprensión de los problemas,, las piezas anteriormente mezcladas del rompecabezas, que
es la vida de un individuo, comienzan a juntarse en un todo coherente, y muchas cosas que parecían
misteriosas, insondables y desconcertantes, comienzan a cobrar sentido.

PARA QUE SE PRODUZCA UN CAMBIO SIGNIFICATIVO ES PRECISO QUE EL CONOCIMIENTO


CONSCIENTE SEA SEGUIDO POR LA INTEGRACIÓN. Para algunas personas Y EN CIERTAS
SITUACIONES, EL CONOCIMIENTO CONSCIENTE DE LO QUE HACEN Y DE POR QUÉ LO
HACEN ES SUFICIENTE PARA EMPEZAR A CAMBIAR SUS SENTIMIENTOS Y SU CONDUCTA.

Para LA MAYORÍA, sin embargo, ése es sólo el primer paso. Para que una persona cambie
realmente sus sentimientos y su conducta hacia los demás, es indispensable la integración. Cada no
de nosotros posee diferentes estratos de conciencia y la capacidad de adquirir distintos tipos de
conocimiento. Existen el conocimiento intelectual y racional, el que se da a nivel de la mente. Existe el
conocimiento emocional o visceral, que se produce en el corazón, las entrañas y el alma. En culturas
de orientación cognoscitiva como la nuestra, la mayoría de las personas perciben primero las cosas a
través de la mente, pero lograr esa misma percepción a nivel visceral lleva más tiempo, y es entonces
cuando tienen lugar los cambios más profundos.

5. LA RAPIDEZ DE LOS CAMBIOS VARÍAN SEGÚN SU ÍNDOLE, PERO LOS CAMBIOS MÁS
PROFUNDOS SE PRODUCEN MUY LENTAMENTE.

A veces, la estrategia más útil para una persona puede ser cambiar primero su comportamiento, con
la esperanza de que luego cambiará en consonancia su manera de sentir. Así, por ejemplo, cuando
Nancy se planteó la necesidad de conseguir trabajo después de terminar sus estudios, se sintió
aterrada hasta el punto de ser incapaz de redactar su vitae o efectuar llamadas telefónicas
necesarias. Hubiera podido abocarse primero a tratar de superar sus miedos, y luego buscar trabajo.
En cambió decidió aceptar por el momento sus miedos y actuar y actuar a pesar de ellos. Una vez
que consiguió empleo y empezó a trabajar, comprobó que esos miedos empezaban a disiparse
automáticamente, ya que sólo se debían a sus fantasías de no poder adaptarse o desempeñarse con
eficacia. En este caso, lo sensato fue cambiar primero la conducta.

6. MUCHAS VECES, CUANDO AL PARECER NADA OCURRE, EN REALIDAD SE ESTÁN


OPERANDO CAMBIOS PROFUNDOS.

La lentitud del proceso de cambio es en sí misma causa suficiente de frustración. A ello se suma
además que la mayoría de los cambios profundos no ocurren de manera ostensible o rotunda. Si bien
es cierto que algunas personas experimentan a veces iluminaciones súbitas, lo más común es que los
cambios se experimentan de un modo muy sutil. A veces tan sutil, que al parecer no ocurre nada en
absoluto y la persona tiene la sensación de encontrarse completamente estancada.

7. EL CAMBIO NO SE PRODUCE EN FORMA SOSTENIDA Y LINEAL; A LO LARGO DEL


CAMINO HAY RETROCESOS Y TROPIEZOS.

A veces, los momentos de calma chicha son exactamente lo que parecen: momentos en los que nada
ocurre. Estas pausas son inevitables. Sería muy lindo el cambio se produjera en línea siempre
ascendente e ininterrumpida, pero la realidad es que hay momentos en los que el ritmo del cambio se
hace más lento o se detiene temporariamente.

Del mismo modo, son inevitables los retrocesos. Por ejemplo, cuando Nancy se esforzaba por
superar sus atracones de comida, hubo ocasiones en las que volvió a recaer en sus antiguos hábitos.
Esas regresiones nunca son agradables, pero tampoco deben ser motivo de desesperación. El
proceso de cambio es un proceso clemente. Una persona puede resbalar, caerse del vagón, por así
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decirlo y volver a treparse al tren. No hay castigos. No será obligada a"volver a fojas cero", sino que
podrá reanudar el viaje en el punto en que lo dejó.

Así como no siempre el proceso de cambio se desarrolla hacia delante y en línea ascendente,
tampoco es siempre muy divertido. De hecho, en la medida en que saca a la luz recuerdos
largamente reprimidos, a menudo hace surgir sentimientos dormidos de dolor, pérdida, tristeza, ira,
etc, que pueden ser muy difíciles de soportar. En ciertos casos existe el riesgo de que la persona
empeñada en el proceso de cambio se sienta tan invadida por sentimientos penosos que no pueda
seguir funcionando o caiga en una grave depresión. Cada vez que el proceso de cambio penetra
penetra en un territorio tan pedregoso es indispensable recurrir de inmediato a la ayuda profesional.
No hay razón en el mundo para que una persona sumida en intolerable sufrimiento o depresión deba
continuar en ese estado. Un psicoterapeuta que trabaje en equipo con un médico, o a la inversa,
podrá indicarle un tratamiento que tal vez incluya medicación y que la ayudará a capear el período
difícil y a continuar con el proceso de cambio.

8. MUCHAS DE LAS RESPUESTAS YA ESTÁN DENTRO DE USTED.

Al descubrir que padecen bloqueo afectivo, muchas personas reaccionan diciendo en esencia lo
siguiente:"Muy bien, comprendo que tengo un problema. Ahora dígame qué puedo hacer al especto".
Estar abierto para recibir ayuda y consejo es un rasgo saludable, pero hay quienes lo llevan
demasiado lejos. Pretenden que los guías que han elegido no se limiten simplemente a señalarles los
caminos posibles, sino que decidan por ellos cuál deben tomar, Como no confían en su propio ser
interior, no se dan cuenta de que tal vez en un nivel inconsciente ya tengan una idea exacta de lo que
necesitan saber.

Para que el proceso de cambio avance, es preciso que el individuo tenga una conciencia cada vez
más clara de sus propias fuentes interiores de sabiduría y que se apoye en ellas. Cada uno de
nosotros posee una voz interior inconsciente que sabe lo que más nos conviene. Esa voz procura
comunicarse con nuestro yo consciente de diversas maneras: a través de sueños, de imágenes o
recuerdos que acuden a nosotros sin que sepamos por qué, a través de enfermedades físicas que
parecen difíciles de explicar o curar. Existen muchas formas de hacernos más receptivos a nuestra
voz interior, entre las que se incluyen la meditación, los ejercicios de visualización, llevar un diario,
acostumbrarse a recordar, registrar y analizar los sueños, la creación, el ayuno, los rituales religiosos,
la danza, el canto, la música, la pintura y otras artes creativas. Cuando una persona se comunica
mejor con sus propias fuentes de sabiduría, estará en mejores condiciones para decidir qué camino
elegir entre aquellos que otros le aconsejan.

9. EL PROCESO DE CAMBIO PUEDE SER FATIGANTE Y HACERNOS SENTIR ESTÚPIDOS.

No es solo la lentitud la que puede tornar fatigante el proceso de cambio, sino también la necesidad
de indagar tanto en el propio yo. Por mucho que a muchas personas les pueda resultar inicialmente
interesante la autoexploración y el auto análisis, suele llegar un momento en que sienten que "Esto no
va más. Estoy harto y asqueado de hablar de mi vida y mis problemas. Me enferma tanto hurgar bajo
la superficie y analizarlo todo. Me aburre mi propia neurosis. Lo único que deseo es callarme e
ignorarla por n tiempo". Durante cualquier viaje largo, es inevitable sentirse a veces harto de tanto
viajar y aburrido con el panorama. Tales sentimientos deben ser aceptados y elaborados, Son parte
del proceso de cambio, y no un motivo para abandonarlo.

Lo mismo puede decirse de los sentimientos de estupidez que casi siempre surgen. Cuando alguien
comienza a establecer relaciones penetre lo que sucedió en la infancia y lo que le sucede en su vida
adulta, suele ocurrir que esas relaciones le parezcan "tan obvia que cualquiera podría verlas".
Cuando logran una percepción importante, no exclaman "Eureka" ¡Es maravilloso que haya
comprendido esto! En cambio reaccionan con alguna versión de "¿Cómo no me di cuente antes?" Es
tan evidente que solo a un idiota se le pudo escapar", o "debo haber estado ciego" "¡Qué imbécil que
soy!". La realidad es que muchas de las cosas más obvias para los ojos de los demás respecto de
nosotros mismos y de nuestras vidas, son precisamente aquellas que a nosotros más nos cuesta ver.
Es preciso recordar esta verdad cuando uno está embarcado en el proceso del cambio.

10. EL CAMBIO ASUSTA.


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Los esquemas hondamente arraigados como lo son os bloqueos afectivos, se originaron por una sola
razón: para ayudarnos a sobrevivir. Por lo tanto, cuando una persona se dispone a abandonarlos, es
probable que sienta que su supervivencia está en juego, que literalmente va a morir. No hay duda de
que causan miedo, y a veces terror, cambiar esquemas de sentimientos y comportamientos de toda
una vida y encarar la existencia de una manera diferente y desconocida.

11. NUNCA ES TARDE PARA CAMBIAR.

Este es uno de los principios del cambio que tropieza con una mayor resistencia. Muchas personas
que padecen bloqueos afectivos y otros problemas psicológicos llegan a un punto en la vida que
piensan: "He perdido mi oportunidad de cambiar. He sido como soy desde que recuerdo, y supongo
que lo seguiré siendo hasta que me muera". En nuestra cultura obsesionada con la juventud, es
habitual dar por sentado que una vez pasada cierta edad, la gente pierde su capacidad de cambio.
Esto es rotundamente falso. Las personas cuya historia se relata en las páginas siguientes se
embarcaron en un esfuerzo por cambiar diversas edades, desde antes de los 30 años hasta bien
pasados los 50 años. Para nadie existió la barrera de la edad, y la mayoría comprobó que su mayor
experiencia les daba sabiduría, perspectiva y humor, todo lo cual facilita las cosas.

12. EL CAMBIO ES UN TRABAJO PARA TODA LA VIDA.

Este principio final suele ser fuertemente resistido. Nancy por ejemplo, no ha concluido su proceso de
cambio. Después de lograr progresos significativos, la persona puede llegar a un punto en que siente
que: "Ya está. Me siento mucho mejor; no me queda más trabajo para hacer". Luego, dos días,
meses o años después, advierte que hay más trabajo para hacer, tal vez a un nivel más profundo
respecto de cuestiones por completo diferentes, que desconocía antes. Puede resultar muy
desalentador darse cuenta de que no está mejor como creía, que se debe seguir trabajando. Es útil
recordar que hay dos maneras de ver la situación. Una persona puede lamentarse y decir: "Oh, no,
creí que estaba mucho mejor y ahora descubro que todavía me falta mucho. ¡Qué desalentador!". O
bien puede decir: "!Qué bueno! Creí que había llegado lo más lejos que podía ir, y ahora descubro
que todavía hay espacio para progresar. ¡Puedo sentirme aún mejor!".

“No quiero ocuparme de mis sentimientos ”

El amor es una sensación, un sentimiento. De ahí que para poder amar y sentirse amada, una
persona debe primero ser capaz de experimentar emociones. Esto suena simple, tan obvio que
algunos podrán decir que es ridículo señalarlo. La verdad es, sin embargo, que muchas personas
desean poder amar y sentirse amadas, al mismo tiempo que se mantienen ajenas a lo emocional.

Aunque tal vez consideren que "enamorarse" apasionadamente es una experiencia deseable, creen
que por principio es necesario mantener controladas las emociones, no ceder a ellas ni permitir "que
se apoderen de nosotros". Según esa visión, dejarse llevar por los sentimientos es un signo de
debilidad, falta de carácter y/o mala crianza, aunque ser arrastrado por el sentimiento específico del
amor, sobre todo el amor romántico o el amor hacia los hijos, puede ser aceptable e incluso deseable.

Aquellos que padecen las formas más severas de bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos"
se encuadran en términos generales en dos grandes categorías. La primera la forman las personas
que no pueden tolerar la intensidad emocional. Los sentimientos fuertes de cualquier naturaleza los
ponen incómodos, aun cuando sean sentimientos "agradables" como el amor. Se empeñan en
mantener bajo control sus propios sentimientos, asumiendo un aire de calma imperturbable, y casi
siempre también procuran controlar los sentimientos de los demás, para lo cual utilizan un repertorio
convencional: "No te sientas de ese modo", "No puedes dejar que eso te perturbe", "Estás
sobreactuando", etc. Por mucho que deseen sentirse amados, cuando por fin se les presenta la
oportunidad se muestran ansiosos y alterados y sienten que la experiencia les produce una enorme
agitación interior, hasta el punto de dejarlos aturdidos, confusos, descolocados. Para ellos, la
perspectiva de pasar por la vida sin amor puede ser menos asustante que vivir la inquietante
experiencia de ser amados.
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Para el segundo grupo de personas afectadas por este bloqueo, la cuestión no es cuán intensamente
sienten, sino qué sienten. Desean sentir en forma selectiva, experimentando sólo aquellos
sentimientos que consideran "buenos, agradables, y positivos. No tienen inconveniente en
experimentar estos sentimientos "buenos" con intensidad, siempre que no experimenten nunca
sentimientos "malos", tales como "enojo, envidia y resentimiento.

Ambas actitudes son igualmente efectivas para bloquear la receptividad del amor, porque si lo
aceptaran correrían el riesgo de sentirse sacudidas, conmocionadas. Semejante intensidad los
excede, son incapaces de absorberla. Las personas del segundo grupo se bloquean para no o
aceptar amor porque creen erróneamente que pueden cerrarse sólo a los "malos" sentimientos. No
comprenden que dado que todos los sentimientos están inextricablemente vinculados, nadie puede
suprimir varios sentimientos "malos" sin perder la capacidad de experimentar también todos los otros
sentimientos, incluidos los "buenos".

No todas las personas afectadas por el bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos" lo
padecen en sus formas graves. Tampoco se encuadran todas exactamente en una de las dos
categorías descriptas. El bloqueo puede manifestarse en forma sutil: personas que no están
permanentemente en guardia contra los sentimientos fuertes, pero que tampoco se sienten del todo
cómodos cuando sienten una emoción con auténtica intensidad. Si se sorprenden a sí mismos
experimentando un sentimiento que consideran "malo", digamos resentimiento hacia un ser querido,
deseo sexual hacia alguien que no es su pareja, o envidia hacia un amigo, se apresuran a censurar y
reprimir ese sentimiento, diciéndose "No debería sentir los que siento". Y si experimentan una
emoción con gran intensidad, ya sea rabia o euforia, los invade el temor de que si no la controlan, esa
emoción puede dominarlos y hacer que se comparten de un modo tonto e imprudente que luego
lamentarán. No matan la emoción, pero le ponen sordina. Viven el miedo como "incómodo", la alegría
como "agradable" y el enojo como "desagradable". Si bien son capaces de sentir afecto y amor por
los demás, no se permiten amar sin trabas, porque esto implicaría perder el control. Y aunque en el
plano intelectual puedan saber que otros los aman profundamente, son incapaces de experimentar la
expansiva calidez interior que logra quien se permite a sí mismo abrirse de verdad y dejar que el amor
de otra persona penetre en lo más hondo de su ser.

INFLUENCIAS CULTURALES

Es indudable que nuestras experiencias familiares tempranas determinan en gran medida el estilo
con que manejamos nuestros sentimientos. Pero una de las razones por la que tantas personas se
sienten incómodas con sus sentimientos es que somos todos productos de una cultura caracterizada
por n fuerte prejuicio antiemocional. En la cultura norteamericana se enseña a admirar la racionalidad
"viril" como un rasgo al que se debe aspirar, en tanto que el sentimiento es menospreciado por
considerárselo femenino e infantil. A cultura popular ha glorificado al hombre fuerte, silencioso, que
nunca "cede" ante sus sentimientos, pintándolo como un ser noble, heroico y hasta sexy. En contraste
con ello, la expresión abierta de los sentimientos es vista como algo embarazoso, poco serio o
indecoroso, y a quienes manifiestan sus sentimientos se los suele considerar débiles y tontos.

Por su puesto los diversos grupos étnicos tienen actitudes distintas frente a las emociones y se
ajustan a distintas reglas respecto a la manera de expresarlas. En términos generales, las culturas
alemana, escandinava, inglesa e irlandesa tienden a una represión emocional mucho mayor que las
latinas y mediterráneas. Y en las culturas asiáticas, así como las árabes y africanas, existen distintas
creencias respecto e cuáles son los sentimientos aceptables y cuáles los modos permisibles de
expresarlos. Cuando hablamos del prejuicio antiemocional que impregna la cultura norteamericana,
nos referimos a una tendencia de la corriente cultural dominante, que hasta el presente se halla
sometida sobre todo a la influencia de las culturas de Europa del Norte.

Es verdad que este prejuicio antiemocional tiene su lado positivo. Dado que el comercio y las
relaciones sociales serían imposibles si todo el mundo diera rienda suelta a sus emociones, cierto
grado de represión emocional es necesario para que podamos vivir en n mundo aceptablemente
ordenado, eficiente y civilizado. Pero es igualmente cierto que esa represión torna difícil para mucha

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gente la saludable aceptación de sus emociones, tan crucial para el bienestar psicológico y el
mantenimiento e relaciones satisfactorias.

Junto con el prejuicio general contra los sentimientos, prevalece en nuestra cultura la idea de que
ciertos sentimientos son especialmente malos. Así, por ejemplo, muchas personas consideran que la
pena y la tristeza son sentimientos impropios, enfermizos y de mal gusto. En la infancia se les enseño
que no tenían derecho a ellos, y que experimentarlos era una tontería, una falta y una grosería. Tal
vez sus padres les inculcaron que los "niños grandes no lloran", trataron de convencerlos de que "en
realidad no te sientes de ese modo", los fastidiaron con expresiones como "apuesto a que no sabes
sonreír", o les dijeron "no tienes derecho a sentir lastima por ti mismo cuando en China (o donde
fuere) los niños mueren de hambre". Aun cuando a n niño se le permitía experimentar pena y tristeza,
lo más posible es que se le enseñara a no dejar que tales sentimientos se prolongaran demasiado,
pues corría el riesgo de acabar "hundiéndose" en ellos. De ahí que cuando experimentan tales
sentimientos en la edad adulta, muchas personas reaccionan con impaciencia y enojo contra si
mismo, diciéndose que están en falta y que deben "salir de eso lo antes posible".

El enojo es otro sentimiento que a muchos se les enseñó a ocultar, o incluso a no permitirse
experimentarlo. El castigo podía ser manifiesto, como en el caso de niños a quienes se les pegaba
cuando tenían una rabieta o se enojaban. También podía ser sutil, como en el caso de los padres que
retaceaban afecto, aprobación o alimento hasta que sus hijos empezaban a sonreír como ellos creían
que debía hacerlo un niño.

El sexo es un factor de peso para determinar cuáles son los sentimientos que aprendimos a
considerar inaceptables. Por ejemplo, a las mujeres se les da por lo general más libertad que a los
varones para tener sentimientos y expresarlos. Pero el problema es que esa libertad sólo se aplica al
grupo relativamente pequeño de emociones humanas consideradas "femeninas", tales como la
compasión, la ternura, la humildad y el amor romántico y maternal. Otros sentimientos humanos como
la ira, la lujuria, la ambición, la agresión, el odio, y la vanidad están catalogados como "no femeninos".

También los varones aprenden que sólo ciertos sentimientos son aceptables. La ambición, el orgullo,
los celos y la arrogancia son permisibles; no así las emociones más tiernas y "femeninas". Y si bien
en la infancia se les enseña a niñas y varones que la ira es mala, en la edad adulta los hombres
gozan de mayor libertad para experimentarla. Los "jóvenes iracundos" representados por figuras de
actores muy famosos y sexys, constituyen un elemento aceptado En cambio no existen imágenes
correspondientes de jóvenes iracundas igualmente atractivas. En una sociedad que prohíbe la ira en
las mujeres pero las acepta y alienta en los hombres, "a menudo las mujeres se deshacen en
lágrimas en lugar de tener un estallido de ira, en tanto que los hombres se enfurecen cuando alguien
lastima sus sentimientos y tienen ganas de llorar".

Para ciertas personas los sentimientos más o perturbadores son los de índole sexual. Para quienes
viven con incomodidad los sentimientos sexuales, el sexo, más que un medio para llegar a la
intimidad, puede ser una barrera contra ella. Por ejemplo, Julia, sentía repugnancia por los genitales
de su marido; en cambio con sus amigos podía relajarse y aceptar afecto, porque estaba
sobreentendido que había límites claros para el grado de contacto físico permitido. Pero la relación
con su marido que debía incluir por definición, el contacto sexual, le resultaba amenazante y abusiva
porque hacía surgir recuerdos reprimidos de abusos sexuales que Julia había sufrido cuando niña.

En una situación inversa a la de Julia, ciertas personas son capaces de experimentar intimidad con su
pareja sexual, pero no con amigos. Ello se debe a que asocian el sentimiento cánido de ser amado
con el "cosquilleo" e la excitación sexual y les causa terror la posibilidad de que el sentimiento cálido
de la amistad íntima pueda encender sentimientos sexuales que consideran inaceptables. En los
"heterosexuales" el miedo suele ser especialmente intenso cuando se trata de la amistad con una
persona del mismo sexo, a la inversa de lo que ocurre con los "homosexuales".

EL ALTO PRECIO DE LA REPRESIÓN EMOCIONAL

Lo que hacemos con nuestros sentimientos, es decir nuestro comportamiento, puede caracterizarse
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como correcto o incorrecto, bueno o malo. La renombrada psicoanalista suiza Alice Miller señala este
hecho al reherirse a la ira y el odio. Como lo explica la autora. La ira y el odio suelen ser respuestas
apropiadas a las crueldades y a la injusticia que muchas personas sufren en el mundo. Ambos son
sentimientos normales, y "un sentimiento nunca ha matado a nadie".

Es necesario dar salida a los sentimientos de alguna manera, ya sea verbalmente, a través del
lenguaje corporal o del comportamiento. Pero en lugar de formas saludables de dar salida a los
sentimientos, lo que se le ha enseñado a mucha gente es a practicar la negación ("En realidad no me
siento de ese modo") , a juzgarse y autocensurarse ("No debería sentirme de este modo") y a
provocar que sus sentimientos se ajusten a las expectativas impuestas desde afuera ("Llegaron las
fiestas, debo sentirme feliz"). Estas son defensas corrientes contra las emociones y pueden ser
eficaces, al menos por un tiempo, para mantener a raya a los sentimientos perturbadores.

Pero a la larga es perjudicial manejar los sentimientos de esta manera. En primer lugar, las defensas
minan la autoestima. Para sentir auténtica autoestima, un individuo debe estar en condiciones de
decir: "Soy un ser que siente, capaz de experimentar toda la gama de emociones humanas, y está
bien que así sea". Dicho de otro modo, respetarse a sí mismo significa respetar los propios
sentimientos, sin exclusión de ninguno.

Cuando alguien censura y reprime sus sentimientos también se priva de una fuente importante de
información y guía. El miedo, por ejemplo, puede alertar a una persona sobre el peligro que la
acecha, y hacerle ver la conveniencia de tomar precauciones o de huir. La tristeza que al parecer
surge "porque sí" puede estar diciéndole a alguien que no cumplió el duelo necesario por una pérdida
y que es usada en sus relaciones, ello tal vez sea un signo de que debe poner ciertos límites a lo que
los demás pueden exigirle. Pero si alguien está demasiado ocupado censurando sus propios
sentimientos, no podrá "oír" lo que éstos tratan de decirle.

Muchas veces también surgen problemas físicos. Si una persona procura poner coto a sus
sentimientos, se hace más vulnerable a una serie de dolencias psicosomáticas, que van desde
dolores de espalda, cuello y cabeza o desórdenes digestivos menores, hasta cuadros más graves
como asma, úlceras y colitis. Quienes niegan y reprimen sus sentimientos también corren un grave
riesgo de caer en adicciones a la bebida o ala droga, pues como bien saben los alcohólicos y los
drogadictos en tren de recuperación, la bebida y las drogas se utilizan muchas veces para mantener
sepultados los propios sentimientos verdaderos.

Estudios recientes sugieren asimismo que en las enfermedades físicas las posibilidades de curación
pueden verse afectadas por la forma en que el paciente maneja sus emociones. Así por ejemplo un
estudio realizado en San Francisco por la Universidad de California, demostró que entre enfermos de
melanoma, una forma grave de cáncer de piel, quienes expresaban con libertad sentimientos como la
angustia y la ira mostraban respuestas inmunológicas más positivas que quieres reprimían sus
sentimientos.

Muchas personas creen que si niegan determinados sentimientos como la ira o el resentimiento, éste
simplemente se esfumará. Lo cierto, en cambio, es que los seres humanos no podemos hacer
desaparecer nuestros sentimientos. Podemos empujarlos al subconsciente, con lo cual en apariencia
desaparecerán, pero ello requiere una enorme cantidad de energía, y a medida que transcurra el
tiempo se necesitará cada vez más energía, y a medida que transcurra el tiempo se necesitará cada
vez más energía para mantenerlos reprimidos. Es inevitable que esto lleve a ataque de agotamiento,
o a una fatiga crónica que al parecer no tiene motivos. Y dado que a cada uno de nosotros posee una
cantidad determinada de energía psíquica, cuanto mayor sea el caudal de energía que alguien
invierte en reprimir sus sentimientos, tanto menos le quedará para otros esfuerzos que le demanda la
vida.

CÓMO PESAN EN LAS RELACIONES LOS SENTIMIENTOS REPRIMIDOS

La represión de los sentimientos acaba siempre por ser un esfuerzo inútil. Tarde o temprano los
sentimientos sepultados afloran. A menudo ello ocurre en el momento más inesperado y con fuerza
sorprendente, lo cual puede causar estragos en las relaciones. Bien lo sabe cualquiera que halla
estado de pronto con un ser querido, por motivos que nada tienen que ver con el asunto que se
plantea en ese momento.
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El bloqueo "No quiero ocuparme de mis sentimientos" interfiere en las relaciones de distintas
maneras. Dado que la forma principal en que las personas se vinculan y llegan a intimar es a través
de experiencias y emociones compartidas, a menudo intensas, quienes se esfuerzan por no mostrar
sus sentimientos- o directamente por no tenerlos - necesariamente se sienten solos, apartados y no
amados, aun en medio de relaciones en apariencia íntimas. La alineación que experimentan respecto
de los demás es el reflejo de la alineación en que se hallan respecto de sus propias emociones.

Cuando un individuo muestra intolerancia y rechazo y está asustado de sus propios sentimientos,
suelen adoptar la misma actitud hacia los sentimientos de los demás. De ahí que a veces pueda
causar una falsa impresión de de insensibilidad. Aunque se diga a sí mismo que al reprimir sus
sentimientos "negativos" protege a los demás de hecho su falta de calidez, tolerancia y naturalidad
emocional lastima a los demás y los aleja.

Otra consecuencia de no asumir los propios sentimientos es la proyección. Esta situación se da


cuando una persona ubica mentalmente sus sentimientos en otra, imaginando que esta última quien
experimenta las emociones que en realidad es él quien siente. Por ejemplo, una mujer que está
enojada con su marido pero no se permite a si misma admitirlo, se aferrará a la idea de que es él
quien está enojado con ella. O un hombre que se siente inseguro en una relación puede proyectar sus
sentimientos de vulnerabilidad sobre su pareja, pues en ella le parecen mucho menos amenazantes.
"nos fuimos a vivir juntos porque ella necesitaba esa cercanía", dirá él, sin reconocer nunca que él lo
necesitaba tanto como ella. La proyección es un mecanismo habitual en toda clase de relaciones y
genera buena parte de los malentendidos entre las personas.

"No merezco amor".El amor a sí mismo no es narcisismo

Una de las simples verdades de la vida es que una persona no será capaz de aceptar el amor de los
demás si antes no se ama a sí misma. Del mismo modo, una persona no será capaz de sentir amor
por los demás a menos que también se ame a sí misma. Ello está implícito en las palabras de Cristo,
quien no dijo "ama a tu prójimo más que a ti mismo", ni "ama a tu prójimo y no a ti mismo". Sino "ama
a tu prójimo como a ti mismo".

Cuando alguien tiene amor por sí mismo se valora y se preocupa por su propia persona, se ve a si
mismo como merecedor de compasión, benevolencia y felicidad. Tiene plena conciencia de sus faltas
y errores, pero en lugar de ver sus imperfecciones como prueba de su falta de méritos y de la
imposibilidad de que lo amen, las ve como pruebas de su condición humana.

Aunque los términos "amor a sí mismo" y "narcisismo" suelen usarse como sinónimos, no lo son. El
narcisista es un perfeccionista exigente que se fastidia cuando él y los demás no responden a sus
grandes expectativas. En cambio, cuando una persona aprende a amarse más a sí misma se torna
más tolerante y deja de juzgarse y juzgar a los demás conforme a modelos imposibles de alcanzar.

El individuo narcisista tiene también un marcado sentido de sus derechos y lo impacienta que los
demás no lo atiendan como él cree que debería hacerlo. Quien tiene amor por sí mismo, en cambio,
considera que merece la mejor vida, pero no que se le debe un tratamiento especial.

El narcisista tiene una idea exagerada de su propio valor y se siente superior a los demás. El que se
ama a sí mismo tiene una visión realista de su propia persona y se considera un ser complejo, ni
superior ni inferior a los demás y valores como seres humanos tan complejos como él mismo.

EL PROCESO DE APRENDIZAJE

Hay quienes están tan acostumbrados a verse a sí mismos de determinada manera, que jamás
cuestionan el origen de esa visión, sino que dan por sentado que si sienten desagrado por su propia
persona lo más probable es que hayan nacido con ese sentimiento y que sin duda es el destino que
merecen Los cierto es que nadie llegó al mundo viéndose a sí mismo feo, malo, estúpido o indigno de
ser amado, ni tampoco hermoso, bueno, inteligente o digno de ser amado. En lo que respecta a ideas

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acerca de nosotros mismos, todos comenzamos la vida con una pizarra en blanco. Ignorábamos por
completo si éramos listos o tontos, valiosos o despreciables, lindos o feos, incluso si éramos varón o
mujer. Todo lo que sabemos acerca de nosotros mismos, lo hemos aprendido.

A medida que crecimos y adquirimos ideas definidas acerca de quiénes deberíamos ser. Lo típico es
que constantemente comparemos el yo que percibimos con el yo ideal. Si el primero queda muy
debajo del segundo, nuestra autoestima será baja.

LOS PADRES NO SON LA ÚNICA INFLUENCIA

Desgraciadamente, el impacto del mundo exterior coloca a ciertos grupos en una posición de
desventaja en lo que respecta al desarrollo y la conservación de la autoestima. Así, por ejemplo,
aunque un niño de color se críe en la más afectuosa de las familias, al mirar a su alrededor y moverse
en el mundo inevitablemente se encontrará con el racismo, y ello puede afectar a su autoestima y sus
posibilidades.

Un niño cuyo idioma materno no sea aquel del país en el que vive, puede recibir en su hogar un gran
caudal de amor incondicional, pero si en la escuela se le enseña que el único idioma aceptable es el
del país, es razonable que se sienta avergonzado y descolocado. Aunque los discapacitados se
acepten a sí mismos como son, dado que el mundo exterior les le hace tan difícil la inserción- o
incluso la supervivencia, sufren a diario agresiones a su sentido de la dignidad, del propio valor y de
la pertenencia.

También es importante recordar que vivimos en una cultura en la que tradicionalmente se han
considerado superiores los méritos del varón. Un chico cuyos padres no lo aman lo bastante puede
hallar consuelo en el hecho de que es varón, y como tal se lo supone más inteligente, más
competente, más importante y en general más valioso que sus contrapartes femeninas. Una niña
cuyos padres no le brindan suficiente amor no dispone de esa fuente de consuelo. Más aún: en lugar
de constituirse en baluarte contra el sexismo de la cultura en la que vivimos, muchas familias difunden
activamente la idea de que los varones poseen una superioridad innata.

Los hombres no sólo son educados en la idea de que tienen más motivos de autoestima que las
mujeres, sino que también se los alienta a alimentar elevadas opiniones acerca de sí mismos.
Conforme a un milenario sistema de valores en que se privilegia al hombre, la elevada autoestima es
una prerrogativa exclusivamente masculina. Se da por sentado que los hombres han de tener una
opinión positiva de sí mismos, mientras que las mujeres deben ser modesta y se les enseña a tener
mucho cuidado de no mostrarse vanidosas o demasiado satisfechas consigo mismas. De ahí que
cuando los padres no logran que sus hijos varones elaboren suficiente autoestima, se los considera
culpables de una falta terrible, en tanto que criar a una hija con baja autoestima es visto como un
hecho normal y aceptable. Por ejemplo, se habla mucho del frágil ego masculino, y las niñas son
educadas en la idea de que una de sus tareas más importantes en la vida consiste en apuntalar la
autoestima de los hombres. Muy poco se dice en cambio, del frágil ego femenino, y no se educa a los
varones para que consideren su deber reforzar la autoestima de las mujeres.

”No necesito a nadie. Soy fuerte”

En muchos casos, el bloqueo "No necesito ayuda" coexiste con el bloqueo "No quiero ocuparme de
mis sentimientos", y se lo puede considerar una extensión y manifestación específica de aquel. Las
personas que están incomodas con sus sentimientos en general, lo están en particular con sus
sentimientos de necesidad y dependencia.

Muchas personas que afirman, en esencia, 'No necesito a nadie: soy fuerte', ignoran que esta
posición actúa como bloqueo afectivo. Por el contrario, creen que los demás los aman por su fuerza y
su autosuficiencia, y temen que si no fueran tan fuertes, los demás los amarían menos. No advierten
que existe una diferencia entre el amor y la admiración, y que si bien la fuerza y la autosuficiencia
pueden ser admirables, estos rasgos no despiertan afecto en la mayoría de la gente, o por lo menos
no tanto afecto como la franqueza, la suavidad, el humor y la vulnerabilidad. Tampoco advierten que
mucha gente necesita que la necesiten, y por lo tanto una postura de fuerza y autosuficiencia totales
puede apartar a los demás. Así por, por ejemplo, una persona puede levantar un muro tan alto
alrededor de sus sentimientos de dependencia y vulnerabilidad, que causa la impresión de ser frío y
soberbio, por lo cual suscita antipatía en mucha gente.
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CÓMO NIEGAN LOS HOMBRES SUS NECESIDADES EMOCIONALES

En nuestra cultura son sobre todo los hombres lo que tienen dificultades para reconocer las formas en
que están vinculados con los demás y dependen de ellos. Varones y niñas desarrollan percepciones
marcadamente distintas de sí mismos en relación con los demás. Ello se debe a que por lo general es
la madre quien asume la responsabilidad principal por el cuidado de los hijos. Las niñas por
pertenecer al mismo sexo, no desarrollan un sentido profundo de diferencia y separación en relación
con la madre, y el hecho de sentirse similares y conectadas con ella determina la visión que tienen de
sus posteriores relaciones y su manera de abordarlas. A la inversa, los varones desarrollan una fuerte
percepción de sí mismos como individuos separados, muy distintos de las personas con la que
tuvieron su primer vínculo íntimo, y ello colora la visión que tienen de sus relaciones adultas.

Estas dos visiones diferentes de la propia persona se refuerzan más tarde a través de los roles
sexuales. En nuestra cultura se ha alentado tradicionalmente al varón a construirse una identidad
fuerte, como individuo independiente, en tanto que la mujer se espera que derive su identidad de la
fusión con el varón - más valorado por su carácter de tal - y que, idealmente, le dé hijos varones. El
resultado final es que los hombres tienden a verse a sí mismos como individuos autónomos, algo
separados o totalmente apartados de los demás, mientras que las mujeres se ven a sí mismas como
personas conectadas, insertas en una compleja red de relaciones.

Dentro de una misma relación, es frecuente que el hombre se vea a sí mismo más dependiente de lo
que es en realidad, en tanto que a la mujer le ocurre lo contrario. Por ejemplo, cuando un paciente
nuestro, Alan, entró en terapia hacía más de 12 años que Ana se ocupaba de sus necesidades
físicas, sexuales y emocionales. Sin el apoyo emocional de Ana, a Alan le resultaría difícil enfrentarse
con el mundo exterior, y sin sus servicios prácticos- tales como lavarle la ropa y llevar el coche al
taller para repararlo-, es probable que Alan no podría vestirse por la mañana. No obstante, Alan
persistía en verse a sí mismo como un ser autónomo y autosuficiente, al igual que muchos hombres
en situaciones similares.

Ana, por el contrario, tenía, como muchas mujeres, una percepción insuficiente de su propia
capacidad para bastarse a sí misma, y no veía en absoluto la forma en que los demás se apoyaban
en ella. Durante la mayor parte de sus años de matrimonio, Ana creyó siempre que necesitaba a Alan
y dependía de él mucho más de lo que él la necesitaba y dependía de ella. Minimizaba el hecho de
haber trabajado como enfermera en doble turno para que él pudiera terminar su carrera de abogado.
"En realidad, él no me necesitaba", decía. "Si no hubiera contado conmigo, habría encontrado otra
manera de hacerlo". Al mismo tiempo, minimizaba sus propios logros, convencida de que ser
enfermera era fácil, mientras que llegar a ser abogado era difícil. "Yo no hubiera sido capaz",
aseguraba. Sólo después de 10 años de matrimonio y de entrar en un grupo terapéutico, Ana
comenzó a cuestionarse esas suposiciones.

"En mi horóscopo no hay amor"

Las personas que se consideran condenadas a la privación afectiva, también suelen creerse
destinadas a sufrir privaciones económicas y materiales. Algunos provienen de hogares en los que la
falta de recursos emocionales iba de la mano con una falta de recursos económicos, por lo cual las
dos clases de privación quedaron inextricablemente ligadas en su mente. Otros llegaron a las misma
conclusiones pese a haberse criado en hogares de buena situación económica. En estos casos, la
sensación de carencia emocional que impregnaba el clima familiar de su infancia salpicaba el orden
de las cosas materiales, coloreando la forma de ver y manejar el dinero y haciendo que todos se
sintieran pobres y que los niños crecieran con una "mentalidad de pobreza".

Suele suceder que una persona supere un bloqueo afectivo, sólo para descubrir que detrás está
agazapado otro bloqueo más grave y más profundamente arraigado. Eso fue lo que le ocurrió a una
paciente llamada Joyce. Durante su primera etapa de terapia, poco después de los veinte años, la

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preocupación principal de Joyce era superar su bloqueo "No necesito a nadie, soy fuerte". En ese
momento parecía que el principal obstáculo que le impedía obtener relaciones satisfactorias era su
incapacidad para reconocer y aceptar que tenía necesidades emocionales. Pero cuando Joyce
retomó la terapia unos años más tarde se hizo evidente que detrás de aquel bloqueo se ocultaba otro:
"En mi horóscopo no hay amor".

EL MUNDO COMO UN SITIO IMPLACABLE

Algunas personas que creen que nunca tendrán otra oportunidad para el amor, piensan simplemente
que ya han otorgado la cuota que les corresponde. Un ejemplo clásico es el de la viuda o viudo que
no quieren ni oír hablar de salir con una persona del sexo opuesto y mucho menos de volver a
casarse, ya que eso sería una traición al cónyuge desaparecido, 'mi único amor verdadero'. Pero lo
más común es que quienes padecen este bloqueo sientan que han DESPILFARRADO o
ARRUINADO sus oportunidades, o que corren el riesgo de que eso les ocurra. Para los que así
piensan, este mundo no es sólo un sitio de escasez, sino también un sitio implacable.

Las personas que creen que ya han consumido sus oportunidades para el amor, generalmente
piensan que no lograr que una relación funcione (sobre todo el matrimonio) es un delito terrible que
merece ser castigado. ¿Y qué mejor castigo puede haber que no tener ya jamás otra oportunidad, y
por lo tanto estar condenado a la soledad perpetua? Después de un divorcio, por ejemplo, muchas
personas se culpan a sí mismos razonando de este modo: 'Vivir solo el resto de mi vida es el castigo
que merezco por haber fracasado en mi matrimonio'.

También aquí la influencia de la familia desempeña un papel importante. Es muy probable que el
mundo le parezca un lugar implacable a quien creció en un hogar donde reinaba la inquina y nadie
pedía perdón nunca, o donde se arrastraban las mismas acusaciones y las mismas agresiones a lo
largo de los años. Al que creció en un hogar donde le más mínimo 'delito' (no tender la cama, olvidar
un plato sucio en la cocina, derramar la leche en el piso) provocaba amenazas de castigo eterno ('No
volveré a hablarte nunca', 'Te daré una lección que no olvidarás jamás', 'Ve a tu cuarto y no vuelvas a
salir nunca más'), probablemente le resulte muy difícil creer que el mundo puede perdonar.

'Sólo te dan una oportunidad, y si la malogras no habrá otras', es una clásica experiencia infantil por
la que pasan incluso las personas que se criaron en una familia muy bien avenida. Casi no hay quien
no recuerde un episodio en el que perdió, rompió por accidente o arruinó en un berrinche un objeto
favorito. En lugar de consolarlo por la pérdida, se lo reprendía: '¿Ves lo que pasa cuando no cuidas
tus cosas? Pues bien, si esperas que te compremos otro (juguete, vestido, muñeco, etc.), olvídalo.
Eres tú quien lo perdió (rompió, aplastó, etc.), de modo que te lo tienes merecido'.

Las personas que crecen con la sensación de que el mundo es un sitio implacable desembocan en un
callejón sin salida que limita su capacidad de amarse a sí mismas. Dado que no existe un ser capaz
de llegar a una edad avanzada sin lastimar a otros aunque sólo sea ocasionalmente y sin cometer
algún acto criticable, saber perdonarse es esencial para el bienestar psicológico. Pero quien no cree
en la posibilidad del perdón no podrá hacerlo, y por lo tanto se verá obligado a abrazar una de estas
dos imágenes distorsionadas de sí mismo: o bien se verá como una mala persona condenada a pasar
por la vida manchado por todas las malas acciones que alguna vez cometió, o se verá como alguien
que goza de un status muy especial y elevado, alguien que es incapaz de hacer nada malo y en
consecuencia está por encima de la necesidad de perdón. Para los del primer grupo el amor a sí
mismos está fuera de la cuestión y la vida llena de autoodio y autocastigo. Los del segundo grupo
PARECEN sentir un gran amor por sí mismos, pero se trata de un pseudoamor basado en un
concepto erróneo del propio yo y del lugar que ocupan en el mundo.

Cuando la gente crece viendo al mundo como un sitio implacable, también tiene tendencia a ser
implacable con los demás. Esas personas responden a las heridas y desilusiones que sufren en su
relación con los demás con esta actitud: "Aquí se acabó todo. Has arruinado todas tus chances
conmigo, y no te daré otra oportunidad de acercarte a mi y volver a hacerlo". Es habitual que hagan
balance de lo que dan y lo que reciben y se sientan perpetuamente víctimas y explotados,
lamentándose en estos términos: "¿Por qué dar tanto para recibir tan poco?".

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También la situación económica de una familia puede hacerle sentir al niño que el mundo es un lugar
de escasez. Muchas personas criados en hogares donde el dinero escaseaba siguen sintiéndose
pobres aun cuando llegan en la adultez a una situación económica estable incluso brillante. Ideas
como "No me alcanzará" o "Mañana me lo quitarán todo" están tan firmemente arraigadas que es
imposible eliminarlas. Estas personas pueden también trasladar su percepción interior de escasez del
terreno económico al personal, convencidas d que si gozan de abundancia material el destino se
cobrará lo suyo estafándolos en el terreno del amor.

Muchas culturas tienen leyendas para ayudar a la gente a manejar la ansiedad y el miedo. A un
paciente nuestro, llamado Jorge, lo ayudó una práctica acerca de un dragón, similar a la historia india
de Vichnú.

Cuenta esa leyenda que en tiempos medievales había una aldea que vivía horrorizada por una
dragón que habitaba en una cueva en las afueras. Todos estaban dominados por el miedo al dragón,
y a medida que el miedo crecía, mudaban sus viviendas cada vez más lejos de la cueva. Pero el
dragón seguía creciendo. De los diez metros de largo que medía al principio, pasó a los quince y
luego a los veinte. Le salieron dos cabezas en lugar de una. Grandes púas le crecieron en el lomo y
empezó a echar fuego por la boca. Cuanto más aterrados estaban los aldeano y cuánto más trataban
de alejarse, tanto más se acercaba el dragón y más lejos llegaba su aliento ardiente.

Cierto día, un joven aldeano que había crecido en medio del terror que inspiraba el monstruo, decidió
acercarse a la cueva para ver si la bestia era tan feroz como todos creían. Su familia y los demás
aldeanos tratan de disuadirlo, pero él estaba decidido. Aunque el miedo hacía palpitar
aceleradamente su corazón, partió en dirección de la cueva del dragón. A medida que se acercaba,
su miedo crecía. El sudor le corría por la cara y sus piernas casi no le sostenían. Pero siguió
caminando.

Por fin avistó la cueva. Oyó los movimientos del dragón y su terror aumentó. Estuvo a punto de
vomitar y sintió ganas de huir. Pero siguió avanzando hacia la cueva hasta que pudo espiar el interior.
Lo que vio lo sorprendió. El dragón era grande y fiero, pero ni por asomo tan grande y fiero como el
suponía. Tenía una sola cabeza. Y ninguna púa. Arrojaba fuego, pero las llamas apenas llegaban a
un metro de distancia. Muy aliviado el aldeano decidió sentarse a descansar. Se quedó dormido
durante varias horas, y al despertar notó algo extraño. El dragón parecía más pequeño y menos feroz
que antes. El joven decidió pasar la noche allí. Cuando despertó por la mañana, el dragón seguía en
su lugar pero era mucho más pequeño. El aldeano se acercó a la bestia y le habló. Al hacerlo, el
dragón siguió encogiéndose hasta que no fue más grande que un lagarto.

El joven regresó a la aldea y contó su aventura. Al principio los demás no le creyeron, pero poco
después empezaron a acercarse a la cueva, primero de a dos y de a tres y luego en grupos mayores,
para ver al dragón con sus propios ojos. Comprobaron que el dragón era desagradable y un tanto
amenazante, pero ni tan feo ni tan feroz como ellos creían. Seguían sin gustarles la idea de que un
dragón viviera en el linde con su aldea, pero ahora que se habían enfrentado con la bestia no les
molestaba demasiado, y con el tiempo se acostumbraron su presencia.

"Para mí ya es muy tarde. Mi plazo ya venció"

"Paso la hora, entreguen su prueba". Para la mayoría de las personas éstas son palabras familiares.
Para muchos, también son palabras ominosas, que les recuerdan alguna ocasión en que el reloj sonó
antes de que hubieran podido terminar un examen. Que nos dijeran que "pasó la hora" antes de que
hubiéramos terminado una prueba nos hacía sentir muy mal, sobre todo si habíamos estudiado
mucho. Tal vez nos sintiéramos estafados, pensando que no nos habían dado el tiempo necesario.
Tal vez nos sintiéramos estúpidos y lentos y nos reprocháramos habernos demorado tanto en la
primera parte. Inevitablemente entregábamos el examen de mala gana, quizá diciéndonos: "Si
hubiera tenido más tiempo me habría sacado un 10" .

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Para muchas personas, 'Pasó la hora' no es simplemente una frase asociada con sus tiempos de
estudiante: es también una frase que resume su manera de sentir respecto de sus oportunidades
para el amor. De acuerdo con su visión del mundo, cuando el destino distribuye las oportunidades
para el amor, cada una lleva un sello con la fecha de vencimiento, correspondiente a determinada
época de nuestra vida. SI cumplida esa fecha no hemos hecho uso de esas oportunidades, mala
suerte: automáticamente todos caducan.

A primera vista podría pensar que el bloqueo 'Para mí es muy tarde; mi plazo ya venció', es idéntico al
bloqueo 'Ya no tendré otra oportunidad', examinado antes. Es cierto que a veces estos bloqueos van
de la mano. Pero en realidad son distintos el uno del otro, y la persona que padece uno de los dos, no
necesariamente padece el otro.

Para las personas que creen que habrán de consumir o malograr sus únicas oportunidades para el
amor, el mundo es un sitio donde rige el principio de escasez y donde por lo tanto cada uno de
nosotros sólo recibe una única oportunidad, o unas pocas. Pero para quienes consideran que su
plazo ya venció, lo que está limitado no es el número de oportunidades, sino el tiempo dentro del cual
debemos utilizarlas. Los que así piensan pueden creer que se les ha concedido un número INFINITO
de oportunidades, pero como participantes de un concurso televisivo a los que se les da un minuto
para cargar la mayor cantidad posible de productos en una carretilla, creen que tienen un plazo
determinado para utilizar sus oportunidades, y que si no logran hacerlo antes de que suene el timbre,
eso significa que 'la hora ya pasó' y todas las oportunidades desaparecen.

IMPACIENCIA

Las personas que crecieron en medio de un clima de impaciencia suelen entrar a la edad madura sin
haber madurado en una serie de aspectos emocionales. El niño tiene su propio reloj de desarrollo,
que indica por qué etapa habrá de atravesar naturalmente, cuando y en qué orden. En una familia
ideal se respeta el reloj interno del niño. No se lo obliga a abandonar la mamadera cuando aún siente
una gran necesidad de ella, no se espera que forme frases cuando sólo está empezando a balbucear
sus primeras palabras. Dicho de otro modo: no se espera- ni se lo obliga a ello- que se porte "como
un chico grande" antes de que haya cumplido el tiempo en que necesita ser un bebé. En un hogar
donde la regla es la impaciencia de los padres, la situación es muy diferente. Lo que impera es la
necesidad de dominio de los padres, y son sus expectativas, y no el reloj interno del niño, las que
marca el ritmo para el desarrollo de los hijos.

Inevitablemente, los niños criados en hogares impacientes se ven forzados a recorrer las fases de su
desarrollo a n ritmo acelerado; antes de que hayan tenido tiempo de completar una etapa, se los
empuja hacia la etapa siguiente.

Esas personas a menudo aprenden a enorgullecerse de ser "muy maduros para su edad" y a tener un
"equilibrio de personas mucho mayores". Pero en un momento dado, los aspectos emocionales no
elaborados en la infancia irrumpen en la edad adulta, llevándolos en ciertos casos a crisis graves. Si
desean seguir adelante, lo único que les queda por hacer es ir hacia atrás para identificar y finalmente
completar las tare3as tan largamente demoradas.

En la edad adulta, las personas que crecieron en un clima de impaciencia también tienden a ser muy
impacientes consigo mismo y con los demás. No se conceden a sí mismos ni a los demás el tiempo
necesario para aprender y crecer. Tampoco conceden a sus relaciones el tiempo necesario para
desarrollarse. Tienen una necesidad urgente de establecer una intimidad inmediata, como si ya en el
primer encuentro quisieran dar el salto hasta la mitad de la relación. Una relación que se desarrolla a
un ritmo más lento, más saludable, los frustra y los enfurece; las cosas no ocurren lo bastante rápido
y eso no pueden soportarlo.

Quienes sienten que su plazo ha vencido suelen rechazar la terapia- "Es demasiado tarde para
empezar a cambiar", creen. "¿Para qué entonces debo tomarme la molestia de intentarlo?". Pero si
entran en terapia manifiestan la misma urgencia. Quieren experimentar cambios rotundos, y
experimentarlos ahora. Si eso no ocurre su frustración es enorme, Puesto que la psiquis incorpora e
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integra el cambio gradual mucho más fácilmente que el cambio súbito, es crucial para las personas
que padecen este bloqueo aprender a darse el premiso s sí mismos para avanzar lentamente y no
dejar que su sensación de que "mi tiempo se está acabando" los domine hasta el punto de renunciar
por completo al tratamiento.

LA VISIÓN INFANTIL DEL TIEMPO

¿Por qué tantas personas, por lo demás pacientes, sienten semejante pánico y urgencia cuando
esperan que alguien que les interesa las llame, venga a verlas, les diga "la palabra justa", o satisfaga
de algún otro modo sus necesidades? El pánico surge porque cuando las necesidades emocionales
básicas de una persona son activadas y se ven luego frustradas en una relación, la experiencia hace
aflorar el recuerdo inconsciente de aquel tiempo en que era un niño desvalido cuyos padres tenían un
poder absoluto. Y ese recuerdo es acompañado por una regresión a la visión infantil del tiempo. Los
infantes no son capaces de distinguir entre un minuto, una hora y una semana; lo único que conocen
es el ahora, el momento presente. Cuando un bebé necesita alimento, lo necesita ahora. Si debe
esperar, no puede distribuir entre 10 minutos y una hora; la espera siempre le parecerá eterna.
Además, siente que si su necesidad no es satisfecha ahora, no lo será nunca, y si eso ocurre sabe
que morirá. De ahí el sentimiento de pánico total aun cuando sólo se trate de un lapso breve de
espera y frustración.

"Es inevitable que salga lastimado"

El amor y la intimidad siempre entrañan el riesgo de salir lastimado. Cuando nos importa otra persona
abiertos para recibir su amor, somos vulnerables a las vicisitudes de su personalidad individual y a los
acontecimientos exteriores que la afectan. Inevitablemente habrá momentos en los que personas que
son importantes para nosotros nos criticarán, nos defraudarán, nos subestimarán o nos harán sufrir
de alguna manera. Y siempre existe el riesgo de que alguien con cuyo amor contamos se retire en
forma parcial o total de la relación o muera, dejándonos con un sentimiento de abandono y
desamparo, dolidos por la pérdida.

Muchas personas consideran que vale la pena correr estos riesgos en vista de los placeres y los
beneficios que las relaciones íntimas pueden potencialmente procurarnos. Para otros, en cambio,
pesa más el riesgo de que los lastimen. En lo hondo de su ser sienten que el amor siempre lleva al
sufrimiento, un sufrimiento tan terrible que el dolor supera de lejos al posible placer.

CUANDO SER AMADO SIGNIFICA SER LASTIMADO

Algunas personas equiparan amor con sufrimiento porque cuando niños su contacto principal con sus
padres fue a través de la violencia o el desinterés. Los padres se relacionaban con ellos sobre todo a
través de los golpes o el castigo. Cuando no los maltrataban en forma activa, sencillamente no les
prestaban la menor atención, por lo cual los niños crecían con la idea de que ser amado significa ser
maltratado o ignorado.

Las personas a quienes les pegaban cuando eran niños, suelen decir: 'Después de un tiempo, ya no
dolía', y también: 'Era mejor que a un le pegaran y no que lo ignoraran. El 'tratamiento silencioso' era
mucho peor que los golpes'. Racionalizaciones parecidas son frecuentes en víctimas de abuso sexual
en la infancia, que afirman: 'No fue tan malo' o 'Por lo menos me prestaban atención'. Dada la intensa
necesidad de contacto con sus padres que tienen los niños, algún contacto -aunque sea abusivo o
violento- puede ser mejor que ninguno.

Pero incluso los niños que no fueron habitualmente maltratados pueden aprender a vincular amor y
dolor. 'Sólo hago esto porque te amo', 'Esto me duele más que a ti', y 'Si no te amara tanto no haría
esto', son frases comunes en boca de muchos padres cuando castigan a sus hijos. Estas palabras le
dicen al niño que lo que está recibiendo es amor, cuando su reacción natural es sentir miedo, ira,
humillación y una gran falta de amor. De ahí que en ese tipo de situación el niño aprenda a invalidar
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sus propios sentimientos, y a internalizar el mensaje de los padres, diciéndose a sí mismo: 'Recibí el
castigo que merecía', y Sólo me hicieron eso porque me aman y quieren corregirme'.

MENSAJES CULTURALES

Aunque todo el mundo está expuesto a la idea de que el amor conduce al sufrimiento, varones y
mujeres reciben mensajes que, en aspectos sutiles pero significativos, son diferentes. El mensaje
común que transmiten a los varones sus padres, sus pares y también los medios de difusión, es que
amar los llevará a una pérdida de poder y libertad. A los varones se los alienta a dar rienda suelta a
sus impulsos mediante el contacto sexual con el sexo opuesto, pero se los previene contra el
compromiso emocional.

Aprenden que una vez que el hombre entrega su corazón se convierte en un 'bobo enamorado' que
pierde su autonomía, y al que como a un animal de tiro se lo 'ensilla' con responsabilidades pasadas y
restrictivas.

LOS QUE ELUDEN EL SUFRIMIENTO Y LOS QUE LO BUSCAN

Quienes padecen el bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado' pueden agruparse en dos categorías
generales: los que eluden el sufrimiento y los que son adictos al sufrimiento. A los primeros los motiva
principalmente el miedo al sufrimiento que están seguros habrán de padecer si se permiten a sí
mismos amar y ser amados. Según sea la dimensión y la naturaleza exacta de su miedo, o se
abstienen por completo de toda relación íntima, o bien establecen relaciones pero luego se distancian
o escapan apenas empieza a desarrollarse una auténtica cercanía.

SI bien quienes eluden el sufrimiento pueden pertenecer a uno u otro sexo y tener cualquier
inclinación sexual, esta manifestación del bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado', es
especialmente común entre hombres heterosexuales. Muchos pasan de una relación sentimental u
otra, retrayéndose o desapareciendo cuando empieza a desarrollarse una verdadera intimidad.
Cuando alguien repite el esquema hasta el punto en que eludir el sufrimiento se convierte en un modo
de vida, es inevitable que en ese proceso también desarrolle otro bloqueo importante. Dicho bloqueo
-'No puedo tomar un compromiso'- y sus relaciones con el bloqueo 'Es inevitable que salga lastimado',
otro bloqueo.

Los adictos al sufrimiento también tienen la certeza de que el sufrimiento será inevitable si se
permiten a sí mismos amar y ser amados. Lo que los diferencia de la categoría anterior es que están
más que dispuestos a sufrir sin límites en aras del amor. De hecho, es frecuente que se sientan
atraídos -como la polilla por la lana- precisamente hacia aquellas personas que más habrán de
lastimarlos. Para ellos, una relación no entraña cierto caudal de sufrimiento, obviamente no es una
verdadera relación amorosa.

Aunque los adictos al sufrimiento pueden ser hombres o mujeres, con tendencias heterosexuales u
homosexuales, el ejemplo más emblemático ha llegado a ser la mujer que una y otra vez se relaciona
con hombres tan acosados por problemas como lo estaban los padres de ellas. Ya se trate de
alcohólicos, drogadictos, mujeriegos, tiranos, golpeadores, eternos fracasados o simplemente
individuos emocionalmente reprimidos, son hombres que generan problemas con P mayúscula, y que
acarrean enorme sufrimiento a las mujeres que los aman.

Sin embargo, estos hombres suelen poseer también ciertas cualidades muy atractivas, y pasan por
momentos o períodos en los que pueden ser muy cariñosos, cosa que habitualmente ocurre incluso
con los 'peores' padres. Este punto crucial es la clave para comprender el comportamiento de los
adictos al dolor. Hasta los niños más seriamente maltratados rara vez crecen con una falta total de
amor. Padres que por lo general son fríos, indiferentes o abusivos con sus hijos, tienen momentos en
los que se muestran bondadosos, atentos, risueños y afectuosos. Es el carácter impredecible de la
conducta de los padres el que hace que los hijos se 'enganchen' en relaciones dolorosas. SI los
padres se muestran SIEMPRE fríos e indiferentes, los hijos pueden simplemente dejarlos de lado y
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dirigir su búsqueda de amor hacia otras personas capaces de brindárselo en forma consecuente.
Pero cuando los padres son OCASIONALMENTE cariñosos, los hijos se empeñan en generar
situaciones que susciten esa actitud afectuosa.

Convencidos de que sus padres son buenos 'en el fondo', los hijos hacen todo lo posible por hacer
aflorar esa bondad. Cada vez que el padre o la madre indiferente da alguna muestra de bondad y
afecto, los hijos tratan de recordar con exactitud qué fue lo que hicieron y dijeron para que ello
ocurriera. Piensan que si vuelven a hacer lo mismo, recibirán nuevas muestras de amor. Si esto no
ocurre, los hijos no advierten que la conducta de los padres nada tiene que ver con ellos, y suponen
que no han hecho lo que correspondía, o no lo han hecho exactamente como debían. Cada fracasado
intento de hacer aflorar el lado afectuoso de sus padres los convence de que los culpables de esa
falta de amor son ellos, y que sin duda algo malo habrán hecho.

Quienes funcionan de este modo repiten el mismo esquema trágico en sus relaciones adultas, sobre
todo en las relaciones amorosas. Una y otra vez se embarcan en relaciones con personas tan duras
para brindar amor como lo eran sus propios padres. Ansiosos de conseguir por fin el amor que nunca
recibieron de sus padres, son arrastrados a una clásica compulsión repetitiva, una necesidad
inconsciente de volver a vivir sus relaciones familiares tempranas hasta que logren el dominio de la
situación y puedan cambiar el resultado final. La decisión inconsciente que toma el adicto al
sufrimiento es ésta: 'Voy a hacer esto una y otra vez hasta que me salga bien'.

Podría argumentarse que las personas adictas al sufrimiento, sobre todo las mujeres, son
masoquistas, o sea que el dolor les produce placer. Pero a los adictos al sufrimiento no les resulta
para nada placentero el dolor que sus relaciones les acarrea; por el contrario, lo encuentran
insoportable. El sufrimiento no les parece BUENO, sino JUSTO, porque les es muy familiar. Es fácil
impacientarse con los adictos al sufrimiento y decir que si son desdichados en sus relaciones es por
su propia culpa, por elegir siempre a personas que no les convienen. En verdad, lo que hacen al
revivir su sufrimiento temprano es tratar de encontrar una manera de poner fin al dolor. 'Si paso por
esto una vez más', piensan, 'podré por fin encontrar una salida'.

"Me siento amenazado cuando otra persona se acerca


demasiado"

A primera vista podría parecer paradójico que en una era en la que tanta gente proclama
abiertamente su deseo de intimidad (como lo demuestra el auge de los llamados 'anuncios
personales', tanto en los diarios como en Internet), muchos estén al mismo tiempo tan profundamente
asustados. Es obvio que la intimidad es un valor caracterizado por la ambivalencia. Todos la anhelan,
pero cuando tienen una oportunidad de acercamiento son muchos los que también escapan.

Algunas personas temen a la intimidad porque sus experiencias tempranas los llevaron a equiparar
ser amados con ser sobreprotegidos o dominados. A modo de ejemplo, veamos el caso clásico del
padre que con el pretexto de "ayudar" a su hijo a hacer los deberes lo suplanta y los hace él. Así el
padre se impone de este modo a su hijo en forma habitual, el niño no desarrollará su yo en plenitud,
se sentirá minúsculo e incapaz, eclipsado por la sombra gigantesca y siempre presente de su padre.
O tomemos la clásica situación de la madre amante que permanece de guardia junto a la ventana
mientras su hijo juega afuera, y corre en su ayuda al menor signo de peligro. El niño constantemente
sobreprotegido crecerá sintiéndose incapaz de desenvolverse en el mundo. En ambos casos se trata
de padres cariñosos y bienintencionados, pero su comportamiento impide que los hijos desarrollen
una fuerte conciencia de sí mismos como seres autónomos. En la edad adulta, esos hijos seguirán
demasiado apegados psicológicamente a sus padres, con un sentido de identidad subdesarrollado y
débil. Cuando otras personas comiencen a intimar con ellos, reaccionarán como si fueran
nuevamente niños pequeños avasallados por padres todopoderosos.

Hay también quienes temen a la intimidad porque se trata de un territorio desconocido. Muchas
personas crecieron sin experimentar nunca un sentimiento de verdadera conexión con otro ser
humano. Tampoco aprendieron con el ejemplo, dado que sus padres no tenían comunicación entre
ellos. Ya adultos, tal vez hagan algún intento de llegar a la intimidad en ciertas relaciones, pero como

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no saben manejarse en esa situación, lo más probable es que todo termine en desilusión, sufrimiento
o incluso desastre. Eso alimenta su temor de entrar en territorio desconocido y refuerza su convicción
de que lo más seguro es mantener altas las defensas e impedir que nadie se acerque.

Una razón más de que el miedo a la intimidad sea tan corriente, es que las relaciones íntimas obligan
al individuo a descubrir y enfrentarse con su yo más profundo, incluso sus costados más oscuros y
menos atractivos. Algo que mucha gente no puede o no quiere hacer. Muchos crecieron
desconectados de partes enteras de su propio ser- sus sentimientos más profundos, sus verdaderos
deseos, su confusión, su ira, su ambivalencia, sus anhelos espirituales- y fueron criados por personas
que también estaban desconectadas de su propio ser. La intimidad implica para ellos avanzar por una
zona desconocida, el territorio sin mapas del auténtico conocimiento de una mismo. Es así como,
algunos parecen dispuestos a aprender quiénes son en realidad, suelen dar marcha atrás cuando una
relación los fuerza enfrentarse con partes de su propia personalidad que prefieren negar o
desconocer.

Como ocurre con los demás bloqueos afectivos, el bloqueo "Me siento amenazado cuando otra
persona se acerca demasiado" puede manifestarse en grado variables y de diferentes maneras.
Algunas de las personas que lo padecen tienen tanto miedo a la intimidad que sólo entablan
relaciones muy superficiales, o pasan por la vida casi sin establecer vínculos con los demás, salvo por
los del trabajo. Otros tienen numerosos amigos con los que se sienten cómodos y a los que confían
sus sentimientos, pero se sienten amenazados ante la perspectiva de abrirse del mismo modo ante la
persona con la que mantienen una relación sentimental o que les interesa en ese aspecto.

En las relaciones amorosas, el miedo a la intimidad se expresa de diversas maneras. Algunas


personas se sienten cómodas en la gimnasia sexual con su pareja pero les resulta muy incómodo
confiarle sus sentimientos más profundos. Otros son más reprimidos respecto de sus cuerpos pero no
les cuesta revelar sus sentimientos.

Si bien este bloqueo está muy difundido, hay que ser muy cauteloso antes de concluir que alguien lo
padece. A veces, escapar de la intimidad puede ser muy saludable, ya que abunda en el mundo la
gente de personalidad invasora. Apenas conocen a alguien desean convertirse instantáneamente en
su mejor amigo o su amante, o exigen algún otro modo de fuerte compromiso desde el primer
momento. La persona asediada responderá a menudo cerrándose en forma instintiva y apartándose,
lo cual en una situación de ese tipo constituye una reacción sana de autoprotección, y no la evidencia
de un bloqueo afectivo. La reacción es apropiada porque la amenaza que representa la persona
invasora es una amenaza real. Sólo podemos afirmar que se está ante el bloqueo descripto cuando
alguien reacciona HABITUALMENTE a la intimidad cerrándose y apartándose, y haciéndolo incluso
cuando quien desea intimar no es una personalidad invasora.

LÍMITES E INVASIÓN

A fin de poder relacionarse íntimamente de un modo saludable, es preciso tener una idea clara de los
límites, saber dónde termina uno y dónde empieza el otro. Los límites claros y apropiados actúan a
modo de antenas que indican cuándo el comportamiento del otro representa una intrusión o una
amenaza. También permiten establecer el tono justo en la relación, decir: 'No, no puedes tratarme de
ese modo' o 'No, no puedo hacer lo que quieres que haga: es demasiado pedir'. Sólo cuando las
personas establecen límites saludables son capaces de alcanzar el delicado equilibrio entre cercanía
y distancia que la intimidad requiere, sin sentirse amenazadas ni por la cercanía ni por la distancia. Lo
cierto, sin embargo, es que muchas personas crecieron en hogares donde los límites eran
constantemente violados, y la única forma en que podían proteger de la invasión su frágil
individualidad era erigir un muro de defensas impenetrables.

Hay dos clases de invasión corrientes en el seno de la familia. La primera es una invasión física, que
se produce cuando existe poco o ningún respeto por la privacidad. Algunas personas crecieron en
hogares donde no se les permitía a los niños cerrar la puerta de su dormitorio para leer o estudiar, o
simplemente para estar solos. Todo intento de hacerlo era interpretado por los padres como una acto
hostil, y el niño era acusado de 'guardar secretos', 'estar malhumorado' o 'portarte como si fueras
demasiado bueno para nosotros'. Algunos padres interpretaban como un rechazo todo deseo de
soledad manifestado por sus hijos y se mostraban ofendidos cada vez que un niño expresaba el
deseo de hacer algo por su cuenta.
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La segunda clase de invasión habitual es la psicológica. Ocurre en familias en las que no se les
permite a cada uno de los miembros tener sentimientos, ideas y opiniones diferentes. Muchas
personas crecieron en hogares donde se consideraba impertinente o herético que un niño expresara
un sentimiento, una idea o una opinión que no estuvieran de acuerdo, o estuvieran en contradicción,
con lo que pensaban o sentían sus padres. Los padres eran tan narcisistas que no podían distinguir
entre sus propios sentimientos y los de sus hijos. Si sentían de determinada manera, daban por
sentado que sus hijos debían sentir lo mismo; si los niños intentaban expresar su disenso, ellos
reaccionaban con la negación. 'No digas eso, no es lo que realmente piensas', afirmaban, o tal vez:
'¿Cómo que odias las habas? No puedes odiarlas. ¡Si a mí siempre me encantaron!' O quizá
preguntaban incrédulos: '¿Cómo puedes tenerle miedo al agua?' ¡En esta familia a todo el mundo le
encanta nadar!' Y una invasión aun más sutil ocurre cuando uno le dice al otro: 'Lee este libro, te
encantará', o 'No vayas a ver esa película, la detestarás', o 'Me compré una campera nueva pero no
quiero mostrártela porque sé que no te gustará'.

A los niños cuyo temperamento no coincide con las expectativas de sus padres, esta clase de
invasión psicológica puede llevarlos a una autoestima muy baja. Tomemos el caso de un niño a quien
por temperamento le cuesta relacionarse con los demás. En algunas familias se respeta el reloj
interno de ese hijo y se le permite entablar relaciones siguiendo su propio ritmo, acercándose a los
demás y permitiéndoles acercarse a él paso a paso, según le resulte cómodo. En otras familias, en
cambio, ese reloj interno no es respetado porque lo que rige las relaciones es la impaciencia de los
padres. En lugar de ver al niño como alguien que necesita tiempo para abrirse a los demás, se lo
etiqueta como 'tímido', 'solitario', 'presumido', o incluso se lo castiga por ser descortés y 'raro'.
Probablemente también se lo obliga a un acercamiento antes de que esté preparado para ello, con lo
cual se convierte en efecto en un solitario y casi con seguridad desarrolla el bloqueo 'Me siento
amenazado cuando otra persona se acerca demasiado'. Si se le permitiera ser él mismo, el niño
seguiría siendo lento para establecer relaciones, pero no las consideraría amenazantes.

"No quiero tener que pedir por lo que necesito" (o "¿Por


qué no puedes leer mis pensamientos?")

La mayoría de las personas razonables nunca entrarían a un negocio esperando que el vendedor
intuya qué desean comprar. Sin embargo, mucha gente encara sus relaciones íntimas precisamente
con esa expectativa. Consideran que no deberían tener necesidad de decirles a sus seres queridos
qué necesitan para sentirse amados y apreciados; de alguna manera ellos deberían saberlo, y si no lo
saben es porque en realidad no los aman. Así por ejemplo, un hombre afectado por ese bloqueo
podría decirle a su esposa: "Si ella de veraz me amara sabría qué es lo que quiero; yo no tendría
necesidad de decírselo". O una mujer podría decir: "Si debo decirla a mi pareja qué es lo que deseo,
¿de qué sirve?

Casi siempre el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' está asentado sobre otro. Algunas
personas padecen el bloqueo 'No merezco amor', y en consecuencia creen que aun si decidieran
pedir lo que necesitan, no lo conseguirían porque no lo merecen. Quienes padecen el bloqueo 'En mi
horóscopo no hay amor' ven el mundo como un lugar tan hostil que también ellos consideran inútil
pedir lo que necesitan'. '¿Para qué tomarme la molestia?', razonan. 'De todos modos no obtendré lo
que pido'. Para los que padecen el bloqueo 'No necesito a nadie: soy fuerte', pedir lo que necesitan
está fuera de la cuestión porque eso implicaría reconocer que tienen necesidades. Y para aquellos
cuyos bloqueos nacen de una visión del mundo como lugar de castigo, siempre existe el temor de que
si pronuncian esas palabras supuestamente egoístas -'necesito' o 'quiero'- un castigo terrible caerá
sobre ellos.

Muchas personas creen que pedir lo que necesitan es simplemente una muestra de mala educación.
Cuando alguien pasa por una crisis es habitual que sus amigos, vecinos y familiares le digan una y
otra vez: 'Avísame si necesitas algo' o 'Dime qué puedo hacer por ti'. ¿Pero cuántos son capaces de
responder con naturalidad: 'Bueno, ya que te ofreces, en realidad hay algunas cosas que necesito', y
decirlo sin sentir que le están imponiendo una obligación al otro? SI bien en teoría muchos estarán de

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acuerdo en que lo mejor es ser directo, casi todos nosotros aprendimos en la infancia que decir sin
vueltas 'esto es lo que necesito' o 'esto no es lo que quiero decir' es descortés, prepotente y egoísta.
Antes que correr el riesgo de merecer esos calificativos, es comprensible que muchas personas opten
por permanecer en silencio, con la esperanza de que los demás adivinen sus necesidades.

Una premisa central subyacente en el bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' es que SI
PODEMOS DECIRLE A ALGUIEN QUÉ DEBE HACER PARA MOSTRAR SU AMOR POR
NOSOTROS, DE ALGUNA MANERA EL AMOR SE DEGRADA. Una comida de alta cocina no pierde
nada de su sabor ni de su valor alimenticio porque le hayamos dicho al camarero qué queríamos
comer. No obstante, mucha gente considera que un gesto de amor que se hace en respuesta de un
pedido ('Por favor, podrías...') o a instrucciones ('Esta es la forma en que me gusta que me toquen' o
'Me siento bien cuando tú...') prácticamente no cuenta para nada si se lo compara con un gesto de
amor realizado en forma espontánea y sin instrucciones. No advierten que al adoptar esa posición -'Si
tengo que pedir lo que necesito, no sirve'- lo que hacen es crear las condiciones para pasar el resto
de sus días con muchas de sus necesidades insatisfechas. Pues lo que en realidad están diciendo es:
'Sólo aceptaré el amor que no tengo que pedir', lo cual puede leerse así: 'Prefiero vivir sin amor antes
que recibirlo diciéndoles a los demás lo que necesito'.

La persona gravemente afectada por este bloqueo tiene dificultad para expresar los deseos y
necesidades más simples, como por ejemplo qué desea servirse en un restaurante o cómo quiere que
le corten el pelo en la peluquería. EN otros casos, la dificultad se manifiesta sólo en determinado tipo
de situaciones. Por ejemplo, personas que son seguras para expresar sus necesidades y deseos,
pueden tener dificultad para hacerlo en relaciones en las que sienten que la otra persona tiene más
poder, como en una relación de pareja con una figura esquiva o autoritaria.

A algunas personas les cuesta expresar sólo cierto tipo de necesidades. Por ejemplo, muchas
personas que consideran una tontería esperar que los demás les lean el pensamiento, traen sin
embargo esa expectativa a la cama. Creen que si lo que quieren 'es correcto' su compañero sexual
de alguna manera 'lo sabrá'. No es difícil tomarse esta idea viendo cómo presentan las relaciones
sexuales el cine y la televisión. Rara vez, o nunca, las escenas de amor muestran a las dos personas
diciéndose la una a la otra qué les gusta: a decir verdad, apenas si hablan. Aunque en la vida real hay
una considerable dosis de torpeza y turbación la primera vez que dos personas hacen el amor, en la
pantalla los amantes siempre parecen saber mágicamente y con toda exactitud qué deben hacer el
uno por el otro desde el primer momento.

EL DESEO DE SER MIMADO

Acaso el aspecto más significativo del bloqueo 'No quiero tener que pedir lo que necesito' sea que
hasta las personas de más sólida salud psicológica tienen por lo menos un pequeño toque de él. Ello
se debe a que este bloqueo es la extensión o la manifestación extrema de un intenso -aunque a
menudo inconsciente- deseo que casi todos compartimos: el deseo de vernos transportados a un
estado infantil idealizado en el que cada una de nuestras necesidades fuera satisfecha sin necesidad
de pedirlo. Para quienes en verdad tuvieron ese privilegio en la infancia, el deseo es RETORNAR al
tiempo en que sus padres podían leerles el pensamiento. Para quienes no fueron tan afortunados, el
deseo es EXPERIMENTAR POR FIN lo que les faltó en la infancia.

"¿Por qué debo dar tanto para recibir tan poco?"

Algunas personas que creen dar más en las relaciones no se preocupan por el desequilibrio. Siendo
la fuerte propensión a dar un rasgo máximo de su carácter, dan porque les resulta natural hacerlo, y
no porque esperan que se les pague con la misma moneda. A los tanteadores, en cambio, les
molestaban los desequilibrios que perciben. Aun cuando por naturaleza sean propensos a dar, no les
gusta ser lo que más dan en una relación. Consideran que las personas vinculadas con ellos deben
dar en igual medida, y si eso no ocurre reaccionan con ira y resentimiento, sintiéndose engañados y
explotados.

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Otros tanteadores responden al desequilibrio que advierten decidiendo adoptar una actitud de
retracción. Por ejemplo, una persona que siente que uno de sus amigos no ha dado bastante en la
relación, puede decir: "No lo llamaré. Esperaré hasta que él me llame a mí. Es hora que una vez toma
la iniciativa". A veces esta estrategia da resultado, pero en la mayoría de los casos fracasa. Ello se
debe a que las personas que se preguntan ¿"Por qué debo dar tanto para recibir tan poco?" suelen
ser casi siempre no solo dadores sino también iniciadores, en tanto aquellos con los que se
relacionan casi nunca lo son. Así pues, desde el comienzo mismo de la relación se establece un
esquema según el cual es el iniciador quien hace el contacto (llamado al otro, o cruzarse la habitación
para acercarse a él), da el primer beso o abrazo, toma la iniciativa para hacer el amor, es el primero
en proponer planes (como ir al cine o jugar al tenis) y el primero en preguntar "¿Cómo estás?".

Cuando el iniciador resuelve romper este esquema y esperar a que la otra persona inicie las cosas, lo
más común es que nada se inicie. Por diversas razones, la otra persona simplemente no tiene la
misma necesidad o urgencia de "hacerse cargo y echar a rodar la pelota". De modo que el tanteador-
iniciador acaba experimentando el sufrimiento de ver sus propias y fuertes necesidades insatisfechas,
mientras aguarda que la otra persona haga su movida. Y su resentimiento crece sin cesar.

LOS RASGOS COMUNES DE LOS TANTEADORES

Si bien sus estilos pueden diferir, hay algo que los tanteadores tienen en común: la memoria
selectiva. Por lo general no les cuesta nada recordar todo lo que han hecho los demás, y las cosas
horribles que los demás les han hecho. Pero cuando se trata de recordar las gentilezas, la ayuda y el
afecto que han recibido, la memoria suele fallarles. Así, cuando alguien responde al ataque de un
tanteador diciendo: "No es cierto que yo no he hecho nada por ti. ¿Qué me dices de aquella vez que
hice tal y tal cosa?", en un primer momento el tanteador se muestra confundido pero en seguida trata
de negar que pueda haber algo de cierto en lo que dice el otro.

Del mismo modo, la mayoría de los tanteadores no cree que el principio de prescripción deba
aplicarse a las relaciones personales, o por lo menos a las horribles iniquidades que han sufrido ellos
en esas relaciones. No importa cuanto tiempo haya pasado desde que al tanteador lo lastimaron o lo
trataron mal; él no puede permitir que el hecho sea olvidado o por lo menos perdonado. Lo mantiene
en sus registros mentales para usarlo en su debido momento contra la persona que lo lastimó o que
provocó su ira. Aun años después de ocurrido., el tanteador no vacila en volver a sacarlo a la luz y
arrojárselo al otro a la cara.

Casi siempre los tanteadores padecen también otros bloqueos. Muchos, por ejemplo, sufre el bloque
"No quiero que tener que pedir lo que necesito" o "¿Por qué no puedes adivinar mi pensamiento?".
Convencidos de que los demás deben simplemente saber lo que "ellos" necesitan o desean, nunca
dicen directamente que sienten que hay un desequilibrio en la relación y que eso los hace
desdichados. Además si un tanteador dijera sin vueltas: "Siento que doy más de lo que recibo y eso
no me gusta", también correría el riesgo de enterarse de que su valoración de la relación no es del
todo correcta; que aun cuando hizo anotaciones en su libro mayor mental, de alguna manera pasó por
alto muchos de los actos positivos y generosos del otro. Por otra parte, si el tanteador le dijera a un
amigo que está insatisfecho con la relación, el amigo tendría la oportunidad de remediar la situación.
Para muchos tanteadores ésta sería una perspectiva amenazadora, dado que el único papel que
saben desempeñar en la vida es el del ofendido, el explotado, el subestimado.

Otro bloqueo que presentan a menudo los tanteadores es: "Quiero amor, pero sólo si es de cierto
modo". Dado que este bloqueo hace que la persona afectada desestime o rechace gran parte del
amor que los demás tratan de darle porque no se lo han dado "de manera apropiada" o "de la manera
en que yo lo quería", inevitablemente quedan eliminadas muchas pruebas que podrían refutar o poner
en duda la queja del tanteador sobre lo poco que le dan los demás.

Pero el bloqueo subyacente que siempre se encuentra en el tanteador es "En mi horóscopo no hay
amor". Quienes padecen este bloqueo ven al mundo como un sitio hostil porque en la infancia
recibieron tan poco amor, afecto, consuelo, que crecieron literalmente hambrientos de todo eso.

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Aunque no todas estas personas se convierten en tanteadores, todos los tanteadores aprendieron
temprano en la vida a ver el mundo como un sitio hostil.

Hambrientos de amor en sus primeros años, los tanteadores andan por la vida buscando a alguien
que les brinde el sustento emocional que no recibieron en la infancia. Traen a sus relaciones adultas
al niño hambriento y desvalido que llevan sepultado en su interior, y juzgan sus relaciones actuales
con la sensibilidad de ese niño. El niño interior hambriento piensa que el mundo le debe el amor y el
afecto de los que fue privado y siente que ha esperado más que bastante para que se le pague lo que
le adeuda. Como ocurre con cualquier deuda vencida hace tiempo, no sólo espera que se le devuelva
el capital original, sino también los intereses y las multas acumulados. Cuanto más tiene que esperar
el niño el niño interior para que le paguen lo que él piensa que le deben, tanto más aumenta la deuda
total. Y en la misma medida en que aumenta la cantidad "que se le debe", también aumenta su rabia
y su impaciencia por tener que esperar tanto. De ahí que típicamente el bloqueo de los tanteadores
también esté acompañado por "La ira siempre estorba el paso", otro tipo de bloqueo, y por una forma
de bloqueo "Para mi es muy tarde; mi plazo ya venció".

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